Los Iniciados - Nicolás Lapido - E-Book

Los Iniciados E-Book

Nicolás Lapido

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

La rutina trivial de tres chicos que comparten una casa se ve trastocada por la aparición de la nieta de un propietario anterior. De repente, se encuentran con la oportunidad de despegarse de un futuro incierto y de los fantasmas que acechan desde el pasado. Un llamado a la aventura que es, al mismo tiempo, un retrato generacional repleto de referencias pop y una exploración del pasaje de la juventud a la adultez. Una historia que se construye desde diferentes puntos de vista, recuperando la voz de los protagonistas y la mirada del mundo que los rodea, del barrio y sus mitologías. Con un tono introspectivo, como si fuera relatado en voz baja, alterna la ironía, la nostalgia y una tristeza que nunca llega a desplegarse del todo. Bajo la cáscara de un relato coming of age aborda, de forma lateral, temas como el amor, el duelo, la búsqueda de identidad, la familia y la crítica social.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 294

Veröffentlichungsjahr: 2023

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.


Ähnliche


Nicolás Lapido

Los Iniciados

Lapido, Nicolás Los Iniciados / Nicolás Lapido. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-3551-1

1. Novelas. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice

Primera Parte - Basualdo 1131

Una reflexión

Prefacio

Capítulo 1.

Capítulo 2.

Capítulo 3.

Capítulo 4.

Capítulo 5.

Capítulo 6.

Capítulo 7.

Capítulo 8.

Capítulo 9.

Capítulo 10.

Capítulo 11.

Capítulo 12.

Capítulo 13.

Capítulo 14.

Capítulo 15.

Capítulo 16.

Capítulo 17.

Capítulo 18.

Capítulo 19.

Capítulo 20.

Capítulo 21.

Capítulo 22.

Capítulo 23.

Capítulo 24.

Capítulo 25.

Capítulo 26.

Capítulo 27.

Capítulo 28.

Capítulo 29.

Capítulo 30.

Capítulo 31.

Capítulo 32.

Capítulo 33.

Capítulo 34.

Capítulo 35.

Capítulo 36.

Capítulo 37.

Capítulo 38.

Capítulo 39.

Capítulo 40.

Capítulo 41.

Capítulo 42.

Capítulo 43.

Capítulo 44.

Capítulo 45.

Capítulo 46.

Capítulo 47.

Capítulo 48.

Capítulo 49.

Capítulo 50.

Capítulo 51.

Capítulo 52.

Capítulo 53.

Capítulo 54.

Segunda Parte - Algunos días en 2005

Capítulo 1.

Capítulo 2.

Capítulo 3.

Capítulo 4.

Capítulo 5.

Capítulo 6.

Tercera parte - Una década (1991-2001)

Capítulo 1.

Capítulo 2.

Capítulo 3.

Capítulo 4.

Capítulo 5.

Capítulo 6.

Capítulo 7.

Capítulo 8.

Capítulo 9.

Capítulo 10.

Cuarta Parte - Las Sierras de Córdoba

Capítulo 1.

Capítulo 2.

Capítulo 3.

Capítulo 4.

Capítulo 5.

Capítulo 6.

Capítulo 7.

Capítulo 8.

Capítulo 9.

Capítulo 10.

Capítulo 11.

Capítulo 12.

Capítulo 13.

Hitos

Table of Contents

A mi viejo, uno de los tantos que no pudo abandonar el barrio

Primera Parte

Basualdo 1131

Una reflexión

Iván

Apenas superados los veinte todavía predomina el azar sobre la buena o mala suerte. Lo digo mientras, con dos amigos, acomodamos las fichas del TEG en el tablero. Por mi parte, a este período de adolescencia tardía o adultez veraniega prefiero vivirlo –o pensarlo- como una etapa de ensayo y error. Inclusive para unos pibes como nosotros que nacimos respirando el mismo aire, cargando la cruz de ser nacidos y criados en los márgenes de una ciudad que abraza el centro y se olvida de la periferia. En un barrio que arrastra una historia de bajo fondo, de sangre, de ruralidad. Con semejantes antecedentes es lógico que ciertas expectativas se derramen sobre las nuevas generaciones y que, como suele pasar, las nuevas generaciones no logren estar a la altura.

De los tres, soy el que menos honra la memoria del barrio y sus lecciones de calle y esquina, sobre todo aquella perspicacia anticipatoria, mal llamada picardía. Más bien todo lo contrario. Es que la personalidad –la propia- también cumple un rol. A veces, el atavismo barrial no alcanza. Ni siquiera las horas desperdiciadas en la puerta de casa esperando que la calle enseñe su tan mentada filosofía. Lo digo con seguridad, al tiempo que formo una torre de fichas en territorio australiano y pienso: qué país complicado para defender en este juego donde el azar influye, pero no tanto.

Observo como ellos despliegan sus fichas, calculan sus próximos movimientos, preocupados por el ataque, confiados en que siempre quedarán fichas para el turno que viene.

Prefacio

Iván, 30/5/2007, la guarida, Mataderos

Los habitantes de la casa chorizo en Basualdo 1131 somos el gordo Willy, el Gringo y yo. Mi habitación es la del fondo, timbre 4, al lado del patio compartido. Sobrevivo con lo justo: una cama, un anafe y un baño sin picaporte en la puerta. Como en otros aspectos de mi vida no exijo demasiado. Lo mismo le pasa al Gordo Willy que vive, medianera de yeso de por medio, en la puerta 3. Una pieza claustrofóbica, con una terracita casi inaccesible -salvo para alguien que tenga muy desarrollada la habilidad de trepar por los caños del desagüe-. De los tres, El Gringo es el que vive más cómodo, en una casa -propiamente dicha-. Cocina separada, dos ambientes y salida a la calle. Nosotros le envidiamos la entrada de la luz del sol durante el día aunque él se empeña en cerrar las ventanas y dejar las persianas bajas. Dice que no le interesa lo que pasa afuera. Que la claridad lo distrae de las cosas importantes. Así de mal llevado es.

El Gordo y el Gringo se conocen desde chicos. Lo que se dice amigos con todas las letras. La idea de compartir un mismo techo se dio de forma casi natural. Yo me sumé más tarde. Bastante más tarde. Necesitaba dejar la casa de mis viejos y, por suerte, se cruzó el Gringo en el medio de mis planes. A pesar de las desventajas de experimentar eso que llaman “vivir solo por primera vez” -sumado al poco aprecio por el orden y la limpieza de los otros compañeros-, el cambio no resultó para nada traumático. Todo lo contrario. Al fin de cuentas, los tres somos miembros de una misma sociedad secreta. Los tres somos pibes de barrio.

Hace poco, en la puerta 2 vivía Don Erasmo. Digo vivía porque a Don Erasmo no le aguantó el corazón y se murió el 30 de marzo, una semana antes de mi cumpleaños. Desde entonces el departamento quedó vacío y con pocas perspectivas de ser ocupado.

Aunque no llegué a conocerlo en profundidad, se notaba que Don Erasmo era un tipo reservado. Con una predisposición asombrosa por la economía del lenguaje. Nunca una palabra de más. Inclusive, nadie sabía su verdadero nombre. Lo empezaron a llamar Erasmo cuando llegó a Buenos Aires pero vaya a saber que nombre le eligieron sus padres en Alemania. Su familia era un tema que no tocaba. Salvo el Gringo, sabíamos poco y nada de su pasado. Por eso la llegada de Guillermina nos dejó con la boca abierta. Mejor dicho, la milagrosa aparición de Guillermina nos dejó con la boca abierta.

Se presentó en el patio hace menos de una hora y nos encontró, como buenos adolescentes tardíos -con un nivel elevado de nihilismo espiritual-, en plena partida de TEG. Partida que iba perdiendo por escándalo y nada hacía pensar que pudiera remontar. Mi único objetivo era acumular fichas sobre Labrador. Acumular fichas y frustrar ataques que se repetían por todos los flancos.

Hola, soy la nieta de Erasmo, dijo y nos sonrió dejando al descubierto su dentadura de conejo. La colisión planetaria fue instantánea. Al Gringo se le derrumbó el montoncito de fichas apiladas en Kamchatka y al Gordo Willy lo tuve que atajar para que no se cayera de la silla. La noche de TEG se había acabado y los sueños por convertir a Labrador en una fortaleza inexpugnable, también.

Ahora sigo tomando aire en el patio, tratando de recuperarme de su intempestiva aparición. Los demás se fueron a dormir. Las fichas quedaron desparramadas por el piso, salvo por una torre de cuatro pisos que aguanta estoica sobre territorio chino. Las guardo en las cajitas mientras trato de recordar qué le dije. Si intenté presentarme, si devolví el saludo. Calculo que no, porque de existir diálogo fue mínimo. Enseguida se fue y nos dejó a los tres paralizados, como si tuviera el poder de ralentizar el tiempo.

Así empezó nuestra historia con Guillermina.

1.

El Gringo, 01/6/2007, la guarida, Mataderos

Me lo cruzo al Gordo en la puerta de entrada. Pregunta si la crucé a Guillermina -creo que es lo único que nos importa en estos momentos-. Le digo que no y la decepción en su cara es instantánea. Dice que es hora de la siesta y entra.

Yo me acomodo en el descanso de la puerta. Me quedo ahí, un rato. Observo los frentes de las casas, los autos que pasan, los vecinos que salen a hacer los mandados. Qué difícil es para los que no abandonamos el barrio, acostumbrados a repetir el mismo día, todos los días. En mi caso soy quinta generación en Mataderos. Quinta generación en esta cuadra, en esta misma casa.

Aun conociendo los secretos de todos los vecinos que me rodean, me sorprendo al darme cuenta -recién ahora- que Don Erasmo nunca nos habló en profundidad de su familia. Y de repente llega esta chica, así, de la nada. Directo a romper con nuestro rutina. Justo acá, donde preferimos la tranquilidad y el aburrimiento. El Gordo insiste con que no me preocupe. A él le causó buena impresión. La piba es macanuda, dijo. Increíblemente usó la palabra macanuda para definirla.

¿Para qué habrá venido Guillermina? Las cosas en un barrio como este no deberían cambiar. Y, si cambian, no deberíamos darnos cuenta.

2.

Guillermina 02/6/2007, la guarida, Mataderos

Despierto con los rayos de sol apuntándome en la cara. La sensación es molesta y placentera a la vez. Bostezo. Me rasco la espalda y me arrastro hasta la persiana. Los listones de madera están perforados como un colador. Son agujeros ínfimos pero que dejan pasar la luz en forma de rayo láser. Primer paso: cortinas en la ventana, anoto mentalmente.

Bato un café con la certeza de que pude sobrevivir al primer día. Eso sí, todavía no probé dormir en la cama. Por ahora el sillón sigue siendo la mejor alternativa. Cuando sea el momento adecuado, trataré de entrar en la habitación. Me preocupa que la energía del abuelo siga presente. Pero eso será más adelante, mientras tanto estoy contenta con el ph. A corto plazo me conformo si logro que la ciudad no me rechace.

Pienso en la agenda de hoy: anotarme en la facu, entrevista laboral a la tarde y llamar a mi vieja. Calculo que voy a estar entretenida. Me visto con lo primero que encuentro y salgo a tomar el café al patio. Hace frío pero no me molestan las mañanas de invierno, necesito aprovechar todo el aire que pueda ofrecerme el barrio.

Encuentro a uno de los vecinos. Relajado, con las patas arriba de la mesa de plástico. Su vestimenta me inquieta. Una remera con la imagen de Fido Dido desteñida y estirada, tan estirada que se vuelve transparente. Está tapado con una frazada escocesa que usa de poncho. El jogging parece nuevo aunque deshilachado en los talones. La combinación de pantuflas y medias es la oblea del helado.

Lo saludo y él levanta la mano en señal amistosa. No me percaté de que estaba hablando por celular. Me siento, quedamos enfrentados. Trato de concentrarme en la taza, en cómo las burbujas de café van explotando coreográficamente, en como la espuma forma anillos concéntricos en los márgenes. Él habla a los gritos. Parece que alguien le debe plata. Que llevó una caja llena de películas al Parque Rivadavia y todavía no le pagaron.

Corta y lo primero que hace es disculparse. Me cuenta que con la gente del parque no se puede laburar, que son una mafia. Sobre todo con el pelado nazi, hace énfasis en esa última palabra. Yo quiero terminar de tomar el café tranquila y le recomiendo que tenga cuidado, que nadie lo obliga a juntarse con nazis. Él se levanta y me dice ofendido: qué te creés, no soy de los que piensan que Hitler tenía razón pero se le fue un poco la mano, son negocios nada más. La aclaración no viene al caso, pero bueno, se la dejo pasar.

Pregunta de dónde vengo. Que Don Erasmo nunca les habló de una nieta. Le digo que nací en Paso, un pueblito a cuatrocientos kilómetros de Buenos Aires y ahí termina el intento de presentación formal. Atiende otra llamada. Cruza cuatro o cinco palabras y corta. Se tiene que ir, dice.

Nos despedimos, empieza a caminar –a chancletear, mejor dicho- y, enseguida, se detiene. Vuelve sobre sus pasos. Ahora caigo, no te quise ofender, dice. Tampoco a tu abuelo, a Don Erasmo. Como vos tenés sangre alemana, que se yo, insiste. Lo miro y le sostengo la mirada. De dónde saca este pibe semejante conclusión. Cómo sabe tanto de mi vida. Los alemanes no tienen por qué ser todos nazis, agrega, desesperado. Es como decir que los porteños somos todos agrandados, ¿no? Evito responderle, sonrío y se va.

Termino el café caminando por el pasillo. Nota mental, primer asterisco para la chica que viene del campo: acá la gente no se calla nada. Por un lado mejor. Al fin y al cabo, a la ciudad vine a dar batalla.

3.

Iván, 03/06/2007, la guarida, Mataderos

Ayer tuve la primera conversación en serio con Guillermina. Quiero decir, la primera conversación que escapaba de los parámetros normales de dos personas que no se conocen. Creo que salí bien parado.

Me preguntó qué hacía de mi vida. Intenté recalcar que estudiaba antropología, sin blanquear que también me faltaba poco para recibirme en ciencia política. Sobre todo porque sabía que, después, me iba a preguntar si estaba trabajando. No le iba a contestar: sí, como telemarketer. Casi dos carreras universitarias y tengo que ganarme la vida como telemarketer. Con cara de póker respondí que trabajaba en una multinacional, una empresa de comunicaciones. Para adornar un poco la historia le dije que lo que más disfrutaba era escribir. Que estoy yendo a un taller literario. Que, en un par de años, me gustaría ganarme el mango como escritor. Que a la gente disfrute con lo que escribo y que esté dispuesta a pagar por leerme. No le mentí, eso de querer ser escritor es completamente cierto.

Pensándolo bien no sé por qué no le pregunté lo mismo. Es verdad que no tuve muchas opciones. Ella llevaba las riendas de la conversación. Quiso saber a qué se dedicaban el Gordo Willy y el Gringo. Le expliqué con un poco de elegancia que el Gordo era comerciante. Que tiene un puesto de venta de películas en la feria de Mataderos. En realidad en la parte ilegal de la feria, cerca de la esquina de Lisandro de la Torre y Directorio. Con lo que vende le alcanza para comer, comprar más películas y pagar el alquiler. A grandes rasgos esa es la vida del Gordo.

Después le conté del Gringo. Le dije que la madre era la dueña de tres de los cuatro departamentos. El Gringo, básicamente, vive de rentas. Quiero decir, de la plata de nuestros alquileres y de algunos pesos extra que le pasa la madre. No sé lo dije así, de forma tan cruda. Preferí decirle que estaba buscando laburo y que, además, estudiaba historia. Esa última parte es una verdad a medias. De hecho con él nos habíamos conocido en los pasillos de la facultad de Filosofía y Letras. Ese dato la entusiasmó. Lo noté en el brillo de sus ojos verdes aunque su tono de voz se mantuvo apagado, sin alteraciones. Quizás, por esa razón, evité remarcar que el Gringo había abandonado las últimas tres carreras que empezó.

En total la charla duró diez minutos. Poco, sí. Aunque hay que tener en cuenta que, no hubo baches, ni tiempos muertos. La conversación fluyó hasta que me tocó preguntar a mí. Lo único que se me ocurrió, para salir del paso, fue el tema de la muerte de su abuelo. Me dijo que no sentía tristeza, un poco de nostalgia y nada más. Debe ser culpa de los genes alemanes, dijo para excusarse. Eso fue todo. Terminó de colgar la ropa y se fue.

Hoy la estuve esperando en el mismo horario. No había ropa de ella en la soga. Yo descolgué mis calzoncillos lo más lento que pude para forzar un improbable encuentro. Quince minutos después, tampoco apareció.

Ahora tengo toda la tarde por delante y los minutos se estiran en forma de chicle. Prendo la tele y dejo Los Simpsons de fondo. Acomodo los textos que todavía no leí para el parcial y que tampoco voy a leer. Pienso en el partido del sábado contra River. En las posibilidades que le quedan a Chicago para no descender. Si pierde, chau, de vuelta a la B. Capaz debería pasar por la casa de mis viejos y distraerme un poco. Dar señales de vida, bancarme los sermones, las conversaciones que bordean la nada absoluta, lo de siempre.

Mejor me quedo acá, hay tardes en que Los Simpsons se convierten en la única alternativa posible.

4.

El Gringo, 04/06/2007, la guarida, Mataderos

Atiendo. Mi vieja llama al mediodía, como siempre. Le digo que no venga. Que si quiere nos vemos el fin de semana. Ella reclama. Dice que nunca me acuerdo de ella. Que está sola. Que no le pregunto cómo está, si necesita algo. La escucho y cuento hasta tres para no colgar. Contesto en voz baja: hablamos casi todos los días, si te pasa algo me voy a enterar. No es necesario estar llamando a la desgracia.

Cuelgo. Me asomo a la puerta del pasillo. Guillermina está cargando una mesita ratona. Le ofrezco ayuda, me dice que no y hace una seña. Detrás de ella aparece un morocho que me dobla en altura y en kilaje. Lleva una faja atada a la cintura.

Doy media vuelta y entro. Como la puerta tiene, a lo largo, unas franjas angostas de vidrio esmerilado, espió por ahí. Acomodo el cuerpo para que no me vea. Guillermina barre el descanso de la entrada. Después sigue con el pasillo. No sé si lo hace por cortesía de saberse nueva o porque no soporta la suciedad. Raro. Hay algo de su actitud que no me cierra. No importa lo que digan Iván y el Gordo. Está buena, en eso estamos de acuerdo. Sin embargo, su forma de hablar. Ese carácter confianzudo. Esa risa forzada, mezcla de simpatía y timidez...

A la tarde se lo voy a comentar a los demás. Preguntarles por qué confían en una persona que no le gusta el mate. Que se pasea por el patio con una taza de café o de té. Que se reserva las opiniones aunque hablemos a los gritos. Todavía no se lo confesé al Gordo pero mi peor sospecha es que sea hincha de Vélez. Recuerdo una foto que tenía Don Erasmo en el living. Él estaba abrazado con una nena y un nene y los dos llevaban puesta una camiseta de Vélez. Una camiseta vieja, la que tenía publicidad de Mazola. Don Erasmo nunca me dijo si era hincha de algún club. Ni siquiera supe si le gustaba el fútbol. Pero el recuerdo de esa foto me pone en estado de alerta. Nunca se sabe cuándo puede haber un hincha de Vélez cerca.

La observo hasta que termina de barrer. Entra y cierra la puerta suavemente, igual que lo hacía Don Erasmo. Doy un par de pasos hacia atrás. Tanteo el sillón y me desplomo.

5.

El Gordo Willy, 05/06/2007, la guarida, Mataderos

Después de la primera charla con Guillermina me puse a pensar en las mejores películas sobre nazis. Me lo puse a pensar en la cama, con el metal del elástico apretando los riñones. Seguí pensando frente al inodoro, tratando de que el chorro de pis dibujara la forma del infinito sobre el agua estancada. Qué obsesión la de Hollywood con los nazis, dije, mientras tiraba la cadena. Ahora, irremediablemente despabilado, agarro un lápiz y el ticket de una compra en el chino y empiezo a escribir.

Roma Ciudad Abierta, El Juicio de Nüremberg y Ser o no Ser salen casi sin pensar. Casablanca no es estrictamente una película sobre nazis pero la lista no tiene por qué ser tan precisa. Anoto Casablanca y, ya que estoy, la uno y la tres de Indiana Jones. Ah y antes que me olvide La Fortaleza, -esa película ochentosa de Michael Mann con música de los Tangerine Dream-.

Enciendo la luz. Para qué engañarme, esto va a llevar más tiempo de lo que imaginaba. Revuelvo mi colección de vhs y dvd -los que están en las estanterías y los que están apilados o desparramados en el piso-. Alguna vez debería ordenarlos con un criterio. Siempre digo lo mismo pero nunca lo hago y, esta noche, no va a ser la excepción.

Cómo pude olvidarme El Tren con Burt Lancaster y de Un Condenado a Muerte se ha Escapado. Despertate Guillermo, es un tema importante y me cacheteo un par de veces. Sigo anotando: Cabaret, La Caída de los Dioses. Pienso en el cine contemporáneo. Odio el cine contemporáneo. Me niego a incluir a la Lista de Schindler. Tampoco a La Vida es Bella, quizás la película más maniquea de la historia. Incluyo a El Pianista, solamente porque la dirigió Polanski y a América X para que Guillermina no piense que soy racista. Sigo con Los Niños de Brasil. Cuento. Ya llevo trece. Son pocas. Capaz a Guillermina le va a parecer una lista interminable pero para un cinéfilo consumado son pocas.

Soplo el polvo de un estuche y se descubre una parte de la tapa. Los ojos se me humedecen. Frente a mí los brazos de Stallone y de Michael Caine formando la ve de la victoria. Pelé, Ardiles, Bobby Charlton. Lagrimeo. Escape a la Victoria me hace llorar. Stallone me hace llorar. Rocky, Halcón, Rambo, todas me hacen llorar. Dale Guillermo, enfocate. Próxima tapa: Charlotte Rampling vestida con un traje sadomasoquista. Siento un cosquilleo en los calzoncillos. Meto la mano. Necesito calmarme. Portero de Noche se suma a la lista. No me importa quedar como un pajero.

Miro el reloj. Tres y media de la mañana. Una más. La última. Prometo que es la última. Encuentro el dvd de El Gran Escape atrapado entre dos cajitas sin título ni portada. Lo rescato como si sacara una feta de jamón Bocatti del medio de un sánguche. Estoy desvelado y tengo en las manos la mejor película de Steve McQueen. Dormir es para los débiles y yo, por ahora, soy gordo nomás. Tengo que darle play.

Antes le doy un orden a la lista. El ranking es tentativo. Si fuese por mí, lo cambiaría todo el tiempo.

1: Escape a la Victoria; 2: Ser o No Ser; 3: Casablanca; 4: Roma Ciudad Abierta; 5: Un Condenado a Muerte se ha Escapado; 6: El Gran Escape; 7: Portero de Noche; 8: Cabaret; 9: la una y la tres de Indiana Jones; 10; El Tren; 11: Los niños de Brasil; 12: La Caída de los Dioses; 13: La Fortaleza; 14: El Pianista; 15: El Juicio de Nüremberg; 16: America X.

El Gran Escape termina a las seis y media. Falta una hora para que suene el despertador. Pongo a calentar la pava para el mate. La noche ya está perdida. Espero que Guillermina se despierte temprano.

6.

Guillermina, 05/06/2007, la guarida, Mataderos

Suena el timbre y todavía estoy enredada en la cama. Miro el celular. Son las ocho de la mañana. Camino mambeada entre las cajas de la mudanza. Me tropiezo un par de veces antes de llegar a la puerta. Pregunto quién es. Guillermo, tu vecino, responde. Pienso en los vecinos. Cuál era Guillermo. Pasan como un flash las caras de los tres. El flaquito desgarbado con cara de inteligente es Iván, creo. Después está el de ojos claros, el que tiene pinta de vikingo. Ese es el Gringo si no me equivoco. Entonces tiene que ser el gordito, estoy casi segura. Cuando apoyo la mano sobre el picaporte, me doy cuenta de que no me miré al espejo. Para saber si estoy vestida me tanteo el pecho y las piernas. Agarro un short que está tirado arriba del sillón y me hago un rodete improvisado. Abro.

Una pila de cajas de películas se desparrama por el piso. Tengo que abrir las piernas para que no me golpeen. Qué es esto, pregunto. Él me explica que preparó una selección de películas por la charla del otro día. Para que me entretenga si llego a aburrirme durante el día. Lo miro fijo para que entienda que no tengo registro de esa charla. Sobre los nazis, aclara.

No te hubieras molestado, le digo, mientras recojo algunas cajas del piso. Les pego una mirada de refilón. No conozco ninguna. ¿Hay estrenos?, le pregunto y me río. Él no responde. Me ayuda a levantarlas y así, agachado y sin mirarme, dice que no le gusta el cine de ahora.

Bueno por lo menos estará La Vida es Bella. Nunca la pude terminar de ver, le digo, como para simular que la charla que estamos teniendo es totalmente coherente con un sábado a la mañana. De nuevo no responde. Bah, en realidad, se toma su tiempo. Me mira a los ojos y me dice que esa película es una mierda.

Con esa respuesta se da por finalizado el encuentro. Él retrocede y se va, calculo que ofendido. Yo le digo gracias y cierro. Cuando estoy por acostarme suena el timbre. Otra vez Guillermo.

¿Más películas de nazis?, le preguntó y no puedo aguantarme la risa. Él no se hace cargo del chiste. Dice que se había olvidado de invitarme a un asado la semana que viene. Un asado de bienvenida, agrega. Me gusta la propuesta. Le digo que está buenísimo tener vecinos así, tan atentos. Lo saludo con un beso. Él se queda inmóvil. Amago con cerrar la puerta y reacciona. Mirá las películas, tenés que aprender un poco de cine, afirma.

7.

Iván, 07/06/2007, la guarida, Mataderos

Nuestra segunda charla fue un desastre. Nos encontramos en el patio, de vuelta. Yo tomaba mate mientras leía apuntes de una materia que voy a abandonar. Ella apareció sin hacer ruido. Apenas se percató de mi presencia, me saludó con un gesto. Dio unas vueltas por el fondo y se quedó mirando las plantas del cantero.

Esperé un tiempo prudencial para hablar hasta que la situación se hizo insostenible. Te gustan los malvones, le pregunté. Ella hizo una mueca que parecía una sonrisa. Después dijo: no tengo opinión formada sobre nada que tenga que ver con la jardinería.

Así como asomé la cabeza por la alcantarilla, la escondí. En la batalla naval estaría hundido, pensé. Volví a concentrarme en los apuntes, haciendo de cuenta que ella no existía. Por suerte se escuchaba música que se escapaba de la pieza del Gordo Willy. El silencio hubiera sido insoportable.

Estaba decidido a levantarme y seguir estudiando adentro cuando se sentó. Agarró un apunte, leyó el título y lo volvió a dejar en su lugar. Conocés ese tema preguntó y acomodó las piernas arriba de la mesa. Afiné el oído. El Gordo intercalaba temas de Demis Roussos con trash escandinavo. Es trash, dije. No sé qué banda será, el Gordo es medio ecléctico con la música. Ella se quedó escuchando unos instantes y me preguntó qué música me gustaba. Ese fue el principio del fin.

Empecé por lo lógico: Charly, Spinetta, los Rolling, Pink Floyd. Me arriesgué explicando que me gustaba la música de antes, que no seguía a las bandas nuevas. Que si escuchaba alguna banda de moda eran temas sueltos nada más. Ella aprobaba con la cabeza. Aunque no repreguntaba había algo en su expresión que me obligaba a seguir hablando. Agregué bandas punk poco conocidas de los 70, corriendo el riesgo de quedar como un snob. Como manotazo de ahogado también dije que me gustaba el folklore. Que, cada tanto, iba a bailar zamba a la feria de Mataderos.

Cuando había recorrido todos los géneros musicales, esperando una reacción de su parte, se levantó. Caminó hacia el pasillo. Guillermo cambió el disco, dijo. Presté atención. Sonaba Something. Lindo tema aunque no me gustan mucho los Beatles, dije sin pensarlo. Dejándome llevar por el impulso. Reconocí el error enseguida. A veces estaría bueno tener presente la cantidad de fanáticos de los Beatles que hay dando vueltas.

Lo que siguió fue una catarata de reproches. Argumentos musicales de todo tipo y, como acto final, una retirada despojada de sonrisas.

Ahora estoy tirado en la cama, procesando cómo se sucedieron los acontecimientos. Los ojos entrecerrados. Total oscuridad. Es la tercera vez que escucho el Álbum Blanco. Antes pasaron Revolver y Abbey Road. Las conclusiones son las mismas: ¿por qué Ringo nunca aprendió a tocar la batería?

8.

Guillermina, 08/06/2007, la guarida, Mataderos

Camino por el pasillo y sigo sin entender por qué acepté la invitación de Guillermo. O sea, ya acepté ir al asado, esto estuvo de más. Pensá Guillermina, no hay muchas opciones, te quiere coger. La situación va a ser una mierda. Le voy a tener que parar el carro. Explicarle que no es personal. Ponerle una excusa del tipo: hace poco terminé una relación. Espero que no se enoje. En realidad, espero que no sea un degenerado. Parece un freaky inofensivo pero nunca se sabe.

Freno delante de la puerta de su casa, amago con tocar el timbre y sigo caminando hasta la de Iván. Golpeo con suavidad. Él aparece enseguida. Achina los ojos y mira para los costados. Es obvio que no esperaba encontrarse conmigo. Balbucea. Le explico que Willy me invitó a ver una película y le aclaro que no quiero ir sola. Tengo miedo, ¿y si piensa que vamos a coger? Iván responde que, en cualquier lugar del mundo, aceptar esa invitación es sinónimo de coger. Bah, para ser exacta, usa la expresión: sinónimo inequívoco de garche.

Sale y me acompaña. Cuando Guillermo abre, la fragancia del old Spice se apodera de todos los recovecos de mis fosas nasales. Es el mismo aroma de los asaltos de la primaria. Me faltó traer la bebida, pienso. Por suerte Iván se encarga de dar las excusas correspondientes y justificar su presencia de la forma más sutil posible. Willy escucha sin interrumpirlo y me mira con ojos de cachorrito. Me da lástima pero lo mejor es dejar las cosas claras desde el principio.

Adentro, la escena del crimen estaba preparada. Luces bajas. Música suave -una especie de jazz empalagoso-. Sobre la mesa ratona un plato con chizitos y otro con patitas de pollo. En la heladera tres botellas de cerveza Palermo.

Ellos se tiran en el sillón. Antes de imitarlos lo tanteo. El relleno de los almohadones es casi inexistente. Me siento sobre el apoyabrazos y me quedo mirando la decoración. El living, que es el único ambiente, está repleto de estantes con películas. Hay muñequitos de colección, pilas de cómics amontonadas en los rincones y banderines de Chicago colgados en los resquicios no ocupados de la pared. Cuento tres cucarachas, dos caminan tranquilas por el piso y la otra lucha por su vida atrapada entre dos cajas de vhs. Todas mis expectativas están siendo confirmadas.

Tan colgada estoy que me pierdo los primeros minutos de la película. Me tienen que explicar el argumento. Parece que Charlotte Rampling -creo que ese es el nombre de la actriz- reconoce a un oficial de las SS trabajando como portero en el hotel donde se aloja con su marido. Resulta que este portero, era el jefe del campo de concentración donde ella estuvo prisionera. Bastante retorcida para un intento de cena romántica.

La película está buena. Tiene escenas fuertes para la época, supongo. Masoquismo, gente cogiendo. Me inquieta pensar en las intenciones de Willy. ¿Cuáles eran realmente?, ¿calentarme con una mina siendo sometida por un nazi? Prefiero dejarlo ahí para no entrar en pánico.

Después de una hora, Iván abandona el sillón y se va al baño. Yo ataco el lugar vacío, me recuesto y, enseguida, me quedo dormida. Cuando me despierto la película terminó. Ahora ellos están viendo Rocky. La reconozco casi al instante pero no sé cuál de las cinco es. Nunca las distingo. Bueno, la del ruso sí, debe ser la tres o la cuatro. Los escucho repetir los diálogos en voz alta, como si estuvieran actuando, poniendo a prueba su fanatismo. Me dicen que van por la dos. Que piensan hacer maratón toda la noche. Después, me ofrecen café y más chizitos.

Cierro los ojos y les pregunto por qué les gusta tanto Rocky. No entiendo esa obsesión. Muy de machito ñoño. Mis argumentos son: es una película súper previsible y Stallone es un actor de cuarta. Abro los ojos para observar sus reacciones. Guillermo responde en tono místico. Dice que hay cosas que no se pueden explicar. Como en el fútbol, en Rocky, hay un instinto primario que te conecta con un lado desconocido. Iván asiente con la cabeza y se toca la boca del estómago. Es evidente que toqué una fibra sensible.

Rocky es una película sobre un perdedor, es muy fácil sentirse identificado con un personaje así, sigue explicando Guillermo. Eso es lo último que escucho. Miro el reloj. Son las tres de la mañana. Me doy vuelta, dándoles la espalda y les pido que me despierten cuando se haga de día.

9.

Iván, 9/06/2007, Estadio de Nueva Chicago, Mataderos

El Gordo Willy espera la salida del equipo con un rosario en la mano. Se confiesa católico oportunista y lo entiendo. El fútbol es lo único que me acerca a un sentimiento religioso.

La voz del estadio anuncia los equipos. Primero a River y después al local, Chicago, como es lógico. Empieza por el mono Navarro Montoya y los dos cruzamos los dedos. La defensa: Eduardo Méndez, un pibe de las inferiores; la dupla central Nico Sánchez y Sigali, el otro lateral es un tal Carlos Soto con pasado en Vélez. En el medio: de carrilero un turco Hanuch venido a menos, Damonte como cinco tapón haciendo pareja con Donda como cinco adelantado, por el carril izquierdo Jorge Martinez. El mismo Martínez que, jugando para olimpo, el árbitro Ángel Sánchez bautizó como: “te desbordan todos”. Adelante Filomeno y Federico Higuaín, el menos afortunado de los hermanos.

La tarde está gris como las perspectivas de Chicago de quedarse en Primera. Encima el Gringo se quedó en casa. Él sabe que su presencia es cábala pero no le gusta ir a la cancha. Lo arrastramos para los partidos importantes pero esta vez no hubo caso. Nos dijo que quería verlo por tele, tranquilo.

La tribuna visitante todavía tiene claros. Los hinchas de River llegan abrigados, sin banderas, cantando bajito. La barra viene demorada por unos controles de la policía en General Paz. A este ritmo van a llegar con el partido empezado. Los que se van acomodando corean que nos vamos al descenso. Nosotros les respondemos que son hijos nuestros, que en el 2002, cuando nos emboscaron en Libertador, mandamos a más de cien al Pirovano.

El partido arranca como sospechaba, River se pierde tres goles en los primeros quince minutos. Después se empareja y se juega lejos de las áreas. Con El Gordo casi no hablamos. Él escucha el partido en estéreo. La oreja izquierda con el auricular de la radio y la derecha destapada, para no perder el sonido ambiente. Me agarra el brazo en cada avance peligroso de River y repite kiricocho bajito.