Los nuevos rostros de la ansiedad - Daniel Alejandro Fernández - E-Book

Los nuevos rostros de la ansiedad E-Book

Daniel Alejandro Fernández

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Beschreibung

La ansiedad es una de las emociones más complejas y enigmáticas que experimenta el ser humano, y al mismo tiempo quizá la más común. De hecho, en diversas situaciones, puede ser una aliada necesaria. Sin embargo, la combinación de una sociedad individualista, superficial y poco tolerante a la frustración, con los efectos de una pandemia ha dado lugar al agravamiento de múltiples cuadros clínicos y al surgimiento de lo que podrían considerarse nuevas formas de ansiedad generalizadas. Estas afectan a millones de personas en todo el mundo, interfiriendo en su bienestar emocional y físico y convirtiéndose, en muchos casos, en una compañera de vida que limita la capacidad de disfrutar del presente y de alcanzar los objetivos. Por eso, el psicólogo Daniel Alejandro Fernández y el psiquiatra Enrique De Rosa Alabaster se unen en la escritura de Los nuevos rostros de la ansiedadpara abordar esta temática desde diferentes perspectivas, ofreciendo al lector una visión completa, seria y actualizada. Es esta doble perspectiva del texto la que habilita una mirada integradora sobre este fenómeno creciente y la que permite develar las claves del malestar psíquico invitando a alcanzar una nueva visión de la realidad y de la vida.

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Los nuevos rostros de la ansiedad

Los nuevos rostros de la ansiedad

Daniel Alejandro FernándezEnrique De Rosa Alabaster

Índice de contenido
Portadilla
Legales
INTRODUCCIÓN AL TEMA
CAPÍTULO 1: Aspectos actuales sobre salud mental
CAPÍTULO 2: Las bases de la ansiedad
CAPÍTULO 3: Los males que incomodan
CAPÍTULO 4: Miedo y ansiedad
CAPÍTULO 5: Complejidades vinculares
CAPÍTULO 6: Ansiedad y comportamientos asociados
CAPÍTULO 7: La repetición de lo no resuelto
CAPÍTULO 8: Las formas de la depresión
CAPÍTULO 9: Trastornos de ansiedad
CAPÍTULO 10: Las fobias
CAPÍTULO 11: El trastorno obsesivo compulsivo
CAPÍTULO 12: Individuo y masa
CAPÍTULO 13: El miedo a nivel social
CAPÍTULO 14: Las nuevas formas de la ansiedad
CAPÍTULO 15: La interacción con la inteligencia artificial
CAPÍTULO 16: Abordaje clínico
CAPÍTULO 17: Un caso de nuestro tiempo
CAPÍTULO 18: Herramientas para el cambio
CAPÍTULO 19: Conclusiones generales
BIBLIOGRAFÍA

Fernández, Daniel

Los nuevos rostros de la ansiedad / Daniel Fernández ; Enrique De Rosa Alabaster.- 1a ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Galerna, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descargaISBN 978-950-556-947-2

1. Psicología. 2. Trastornos de Ansiedad. I. De Rosa Alabaster, Enrique. II. Título.

CDD 152.46

© 2023, Enrique De Rosa Alabaster

© 2023, Daniel Alejandro Fernández

© 2023, RCP S.A.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna, ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopias, sin permiso previo del editor y/o autor.

Diseño de tapa e interior: Pablo Alarcón | Cerúleo

Imágen de tapas: istockphoto | udall30

Digitalización: Proyecto451

Lo mejor para las turbulencias del espíritu es aprender. Es lo único que jamás se malogra. Puedes envejecer y temblar, anatómicamente hablando; puedes velar en las noches escuchando el desorden de tus venas, puede que te falte tu único amor y puedes perder tu dinero por causa de un monstruo; puedes ver el mundo que te rodea, devastado por locos peligrosos, o saber que tu honor es pisoteado en las cloacas de los espíritus más viles. Solo se puede hacer una cosa en tales condiciones: aprender.

Marguerite Yourcenar

INTRODUCCIÓN AL TEMA

En todas las actividades es saludable, de vez en cuando, poner un signo de interrogación sobre aquellas cosas que por mucho tiempo se han dado como seguras.

Bertrand Russell

Nuestro mundo está configurado por un sinfín de creencias, en ocasiones tan arraigadas que ni siquiera nos atreveríamos a cuestionar. ¿Qué ocurriría si osáramos interrogar esa visión de mundo prefijada? ¿Podríamos quizá subir un escalón en el plano del conocimiento? En Demian, una de las más famosas novelas de Hermann Hesse, una frase sublime nos sacude. “El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo”, dice el autor. Y si tomáramos el mundo mencionado como la configuración de creencias que determinan la visión de un individuo, ¿cómo habría de ser posible un nacimiento hacia una nueva manera de percepción de la realidad sin antes derrumbar las creencias anteriores?

Desde luego que no es una tarea fácil. Pero nada valioso cuesta poco y es indispensable que rompamos el cascarón para enfrentar una nueva visión de la realidad y de la vida. Sin embargo, dicha visión jamás habría de ser clara a menos que nuestra salud mental nos lo permitiera. Es, pues, justamente el humilde propósito de los autores del presente libro procurar iluminar al lector con conceptos fundamentales sobre el funcionamiento de nuestro psiquismo. No es factible combatir contra aquello cuya naturaleza se desconoce, y será a partir de la incorporación de nuevos conocimientos que quien lee hallará las herramientas apropiadas para entender y mejorar su malestar.

Desde una concepción interdisciplinaria, a partir de las páginas que siguen y en lenguaje sencillo, se hará hincapié en el concepto de ansiedad y en la multiplicidad de cuadros clínicos a los que está asociada. No obstante, si bien el concepto mencionado ha sido motivo de confusión durante décadas para la observación de los campos psi (psiquiatría/psicología), debido a las variadas corrientes y a los diversos profesionales que lo han hecho objeto de estudio, los autores de este texto se proponen deliberadamente simplificar y clarificar el tema para facilitar la comprensión al lector común, quien no tiene por qué contar con una formación científica previa y porque es este último, en definitiva, quien padece y quien requiere respuestas.

También es relevante recordar que somos sujetos atravesados por la cultura, insertos en una sociedad con la que interactuamos. Dicha sociedad no es una entidad ajena a nosotros, sino que somos nosotros, la sumatoria de individuos, quienes la constituimos. De ahí que la ansiedad individual aporta su cuota y contribuye a una forma de ansiedad generalizada, de la misma manera que la ansiedad global impacta y aumenta la ansiedad particular de un sujeto. Por tal motivo, el texto que se desarrolla a continuación se focalizará en primera instancia en el malestar que padece el individuo y, con posterioridad, habrá de centrarse además en el ámbito social en general.

Cabe aclarar que este libro no intenta ser una guía práctica y mágica de cómo resolver los problemas, así como tampoco pretende ser el resumen de un manual de psicopatología. Por el contrario, el texto aquí presentado procura alumbrar con conceptos esenciales para que los lectores puedan incorporar información seria, sustentada por las diferentes disciplinas que abordan el estudio de la salud mental, y que a partir de allí puedan despejar sus dudas de creencias falsas, reflexionar y lograr un mayor entendimiento sobre sí mismos.

Es el más sincero deseo, para quienes hemos escrito este libro, que quienes se sumerjan en él consigan emerger transformados, con mayor lucidez y con conocimientos serios sobre cómo abordar sus pesares.

Los autores

CAPÍTULO 1

ASPECTOS ACTUALES SOBRE SALUD MENTAL

Antes de curar a alguien, pregúntale si está dispuesto a renunciar a las cosas que lo enfermaron.

Hipócrates

A lo largo de los tiempos, consagrada a erradicar la enfermedad y de seguro sin mala intención, la medicina centró su enfoque en los aspectos patológicos. Por tal motivo, resultaba más sencillo definir una enfermedad que lo que significaba estar sano. Sin embargo, desde un abordaje científico, no es viable definir algo por negación. ¿Acaso es apto definir una manzana argumentando que no corresponde con las características de una larga lista de otras frutas? Evidentemente no. Solo se la puede definir en función de sus propias características, y sobre todo enunciando aquellas que más la representan y que quizá son únicas. Lo mismo sucede cuando hablamos de salud. Por tal razón, ya desde 1948 la Organización Mundial de la Salud la define como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente como la ausencia de afecciones o enfermedades”.

Pese a que la organización mundial antes mencionada pareció olvidar su propia definición durante la administración de la pandemia por covid-19, dado que solo reparó en los aspectos físicos, es relevante que destaquemos hoy la enorme importancia de considerar las tres áreas en juego a la hora de hablar de salud: la física, la mental y la social. No es posible pensar en el ser humano a menos que se lo considere como una unidad biopsicosocial. Incluso cuando en una entrevista a Sigmund Freud se lo interrogó, específicamente, sobre el concepto de salud mental, el padre del psicoanálisis no dudó en dar una respuesta simple y brillante que unificaba los tres aspectos. En relación a quién era alguien sano mentalmente, Freud respondió que “cualquier persona capaz de amar y de trabajar”. Y ya con anterioridad, al referirse al método psicoanalítico, había explicado que el propósito de este era la curación del enfermo, lo cual implicaba el restablecimiento de su capacidad de trabajo y de goce. Dicho de otra manera, para Freud estar sano era poder llevar a cabo una actividad y vincularse afectivamente hallando disfrute en ello. De más está decir que esto no es viable si una persona se ve impedida físicamente y si no se relaciona con los otros.

La constitución misma del aparato psíquico depende de la interrelación entre los aspectos fisiológicos y ambientales, tomando en cuenta además las características de la sociedad a la cual advendrá un sujeto. Incluso para la neurobiología, como lo explican Julio y Mirta Moizeszowicz, existe una determinada ecuación etiológica y, según esta, la modulación del sistema neuroquímico es efecto de una complementariedad entre factores innatos (herencia) y las vivencias infantiles. Asimismo, las neuronas modifican sus conexiones y redes sinápticas con el transcurso del tiempo, como consecuencia de sus propios programas genéticos, del aprendizaje y de las experiencias vitales.

Individuo y sociedad interactúan y se afectan entre sí, sobre todo a partir de la familia (célula de la sociedad) que, en inmensurable medida, determinará la futura estructura psíquica de una persona ya en los primeros años de vida. Sin embargo, los tiempos que corren tienen una impronta particular debido a una combinación de factores, lo cual también impacta de modo peculiar en la salud mental.

Ya hace muchos años que Gilles Lipovetsky, al hablar de la era del vacío, caracterizaba a la sociedad posmoderna por el consumismo extremo y una individualización inédita, en la que se trataba de una existencia tan enfocada en lo actual que no admitía posibilidades de trascendencia. Y fue sobre esta sociedad superficial, con valores trastocados, que quiere todo ya y que carece de tolerancia a la frustración, sobre la que además ha impactado la amenaza de una pandemia y la consecuente angustia existencial. Tal combinación, desde luego, ha dado lugar al agravamiento de múltiples cuadros clínicos, al aumento de la violencia social y al surgimiento de lo que podríamos considerar una nueva forma de ansiedad generalizada.

Si bien en El malestar en la cultura Freud daba cuenta de una incomodidad necesaria en el individuo, generada tras tener que renunciar a sus impulsos primitivos en pos de un bien común y que lo habilitaba a cohabitar con los demás, hoy podríamos intuir la presencia de un nuevo modo de malestar en la cultura y cuyo epicentro es una sociedad traumatizada.

Individuos atemorizados, frustrados, incapaces de ver más allá del aquí y ahora, no saben lo que quieren y construyen y forman parte de una sociedad que, por ende, tampoco sabe hacia dónde se dirige. Por ello, en psicoanálisis el deseo cobra una trascendencia fundamental, a tal punto que es imposible pensar en un sujeto sano si no se lo piensa en relación con su deseo. ¿Es consciente de este? ¿Habrá de evadirlo o se hará cargo? ¿Estará dispuesto a pagar el precio que este implica? Alguien que no es sujeto de deseo carece de identidad y habrá de ser un objeto para el deseo del otro, es decir, un esclavo. Y esto cuenta de igual manera para un individuo como para una sociedad.

Cotidianamente, leyendo las noticias, tenemos en algunos casos la sensación y en otros la certeza de que vivimos en una sociedad que avanza en un camino que se va volviendo extraño, por momentos peligroso. De hecho, esas noticias manifiestan una pérdida de equilibrio emergiendo bajo diferentes formas de violencia, cada vez más inexplicables. Existe la sensación de estar viviendo en un estado constante de ficción o de pesadilla trágica, en esencia irreal (o al menos eso quisiéramos). Los episodios se van haciendo cada vez más habituales, desde manifestaciones de algún político o personaje público con falsedades y contradicciones evidentes, que en otro contexto serían cercanos al delirio, hasta casos que pasan de la crónica policial y forense a la vida cotidiana.

Frente a tal escenario, las personas buscan encontrar el equilibrio entre lo conocido y esos datos de la extraña realidad, entre lo interno y lo externo en constante cambio. La búsqueda de la homeostasis es inherente a la existencia mental y física, si es que se las quisiera diferenciar. En esa tensión entre elementos está el ser que busca adaptarse y, en muchos casos, paga un precio bajo diferentes formas de malestar (ansiedad, angustia, síntomas diversos y hasta enfermedades que se exteriorizan y luego se establecen en lo somático). En la mente, es la ruptura traumática o la disociación, y buscamos a todo precio no caer en ello aun a costa de sacrificar nuestro propio criterio. Y allí los ejemplos, ya sí de la clínica, en los que las consultas por el antiguo malestar neurótico ahora son reemplazadas, cada vez de manera más frecuente, por casos de pasajes al acto o rupturas psíquicas bajo la forma de brotes delirantes o psicóticos.

La búsqueda de equilibrio se basa, en principio, en la búsqueda de un relato que sirva de explicación y permita darle sentido a la existencia, la cual por momentos se llega a percibir como ilusoria o delirante. De allí la ruptura como adaptación. La primera pregunta puede ser si es verdad, si uno ha entendido bien eso que percibe, o inclusive si no hay algo erróneo en uno mismo. En ese momento hay una bifurcación, al menos transitoria, pero a veces definitiva de caminos. Una vía en ese camino es una toma de consciencia que permita otra perspectiva y así modificar el nuevo paradigma y entender, finalmente, a pesar de que no será aquello sobre lo que nos fundábamos antes para decodificar esa realidad. La otra vía es la de la búsqueda de confirmación, cosechando ávida y de forma compulsiva más datos de la “realidad” en lo externo (en noticias, en redes sociales o en dictámenes de personajes erigidos como referentes). Y esto último no sería más que un intento por adaptarse, por asimilar sin filtros eso externo. ¿Para qué? Para dar con el Santo Grial de la aceptación social.

Los sesgos cognitivos que se basan en aceptar como válido lo que en apariencia prevalece se fundamentan en la necesidad de adaptarse, de no dejar de pertenecer. Parecería que se trata de imitar para adaptarse y sobrevivir. Pero ¿imitar a costa de perderse a uno mismo? ¿Plegarse a qué? La tarea se complica en ese caos de información, de datos. Vivimos en épocas de redes sociales, de información falsa que se establece como dogma y como real, a la vez que información real es catalogada como falsa. Las redes sociales y los medios han instalado la necesidad angustiante de compararse para ser validado, admitido, aprobado. En dicho contexto, lo disidente es peligroso e implica hacerse cargo de la necesidad de confirmación de los otros para no salir del teatro del absurdo. El costo, sin embargo, es mayor a la imaginaria pérdida de lugar en esa escena. Diversos estudios actuales nos muestran, una y otra vez, cómo vamos sufriendo emocional y cognitivamente en esta búsqueda desesperada y adictiva de confirmación. Las consecuencias del uso masivo de las diferentes redes sociales y de las variadas formas de bombardeo informativo son, en muy escaso tiempo, ya una fuente inagotable del estudio del comportamiento humano y no precisamente por sus consecuencias positivas.

Focalizándonos ahora en el tema que habrá de ser el eje central de este libro (la ansiedad), deberíamos establecer algunas cuestiones básicas. Una de ellas, de consulta muy habitual, es si una persona padece o no un trastorno de ansiedad. Ya desde las últimas décadas, en parte por una acción muy eficaz de los laboratorios que producen algunos tranquilizantes (benzodiacepinas), en particular los de mayor consumo en el mundo, mucha gente se presenta diciendo que tiene un ataque de pánico. Es decir que ya se han autodiagnosticado y, en algunos casos, automedicado. Otras veces, habían sido previamente diagnosticados y medicados por un profesional en medicina sin la especialidad adecuada, lo cual representaba otro grave error. Lo cierto es que es habitual encontrar a personas que presentan y refieren un malestar, pero al cual ellas mismas ya le han puesto un nombre (ansiedad, pánico, etc.), y ese nombre lleva sin cuestionamientos o consulta a un diagnóstico clínico y, lo que es quizá más grave, a una medicación.

La salud mental, el bienestar, la calidad de vida, han sido y siguen siendo factores con los que —si bien son declamados constantemente al igual que las virtudes— todos están de acuerdo, aunque pocos entienden su real importancia y lo indispensables que son. Todos parecemos ser conscientes de la relevancia de los acuerdos morales, de la necesidad de la verdad y de la honestidad, pero también parecería que no nos diéramos cuenta de las tremendas consecuencias de no entender el valor profundo e inevitablemente moral de la existencia y de los costos de las trasgresiones a ella.

Considerando ahora que las etiquetas que las diferentes nosografías (clasificaciones psicopatológicas) enumeran no pueden definir a un ser humano, corresponde aclarar que en el transcurso de este escrito abordaremos y profundizaremos en la ansiedad y en diversos estados psicopatológicos asociados a ella, pero habremos de valernos de sus nombres solo a modo ilustrativo y por resultar indispensable. No obstante, es imperioso tener presente que ninguna persona es su enfermedad, por lo cual no debe ser rotulada bajo un diagnóstico como si se tratase de su apellido. Más allá del nombre específico que acostumbre darse a una afección, en realidad hablamos siempre de formas de malestar. La persona es, ni más ni menos, que quien lidia con ella y quien no puede ni debe perder su identidad por un padecimiento.

CAPÍTULO 2

LAS BASES DE LA ANSIEDAD

Una mente no puede entenderse sin la cultura.

Lev Vygotsky

Previo a desarrollar el tema que nos compete en este capítulo, quizá resulte conveniente establecer una primera aproximación al concepto de ansiedad. Etimológicamente tiene su origen en el término latino anxietas. El saber popular tiende a confundirlo y a simplificarlo, aunque esto es entendible cuando incluso diferentes autores de variadas corrientes no parecen llegar a un acuerdo. Solo mencionando a unos pocos autores observamos cómo, por ejemplo, para Isaac Marks la ansiedad se relacionaría con la anticipación de peligros futuros, indefinibles e imprevisibles. Por su parte, Bonifacio Sandín y Paloma Chorot también resaltan el carácter anticipatorio de la ansiedad, confiriéndole un valor funcional importante al hecho de poder prever una posible y futura amenaza. Son varios los autores que parecen atribuir a la ansiedad la característica de anticipación. Sin embargo, el problema reside en la posibilidad de diferenciarla de la angustia. Es aquí donde las cosas parecen confundirse.

Juan José López Ibor hace una diferenciación substancial entre ansiedad y angustia. Según explica, en la angustia predominarían los síntomas físicos y la reacción del organismo sería la paralización y el sobrecogimiento, mientras que en la ansiedad cobrarían mayor predominio los síntomas psíquicos y la sensación de ahogo y de peligro. Sin embargo, Manuel Suárez Richards sostiene que hoy la ansiedad debe ser vista como sinónimo de la angustia, ya que a ambas se las considera como estados psicológicos displacenteros acompañados de síntomas fisiológicos de manera frecuente. Inclusive si reparamos en el DSM (Manual de clasificación de trastornos psicopatológicos), encontramos que un trastorno de ansiedad también puede denominarse trastorno de angustia. En definitiva, tanto el concepto de ansiedad como cualquier otro concepto va a variar en su definición dependiendo del marco teórico desde el cual se lo contemple. Y esto se hace evidente si consideramos que desde la psicología científica se tiende a usar el término “ansiedad”, mientras que desde el psicoanálisis se utiliza el término “angustia” para hacer referencia al mismo malestar.

Tras lo expresado y para unificar criterios, podríamos considerar la ansiedad como una expectativa negativa nerviosa o una necesidad imperiosa de algo concreto o no, pudiendo ser normal solo hasta el punto en el cual se vivencia como una angustia desmedida. No obstante, para ser aún más claros y concretos, habremos de tomar en cuenta la definición del Diccionario de la Real Academia Española. Según este, la ansiedad sería un “estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo”, así como también la “angustia que suele acompañar a muchas enfermedades, en particular a ciertas neurosis, y que no permite sosiego a los enfermos”.

Sabiendo ahora de qué estamos hablando cuando nos referimos a la ansiedad, es indispensable considerar que la forma en la que esta se manifieste dependerá de las circunstancias que la hayan generado, pero por sobre todo de la estructura psíquica de la persona. ¿Qué determina dicha estructura? ¿Cuándo se empieza a construir y cómo? ¿Cuáles son las bases para una estructura psíquica saludable?

Suele decirse que los viajes comienzan aun antes de emprenderlos, es decir, cuando se los planifica y se fantasea con ellos. Es curioso, pero algo similar acontece con la salud mental de un individuo. También las bases de esta inician incluso antes de que dicho sujeto arribe a este mundo. ¿Cómo es eso posible? Sucede que las expectativas y fantasías de los progenitores empiezan a configurar con anticipación el escenario sobre el cual habrá de advenir el futuro retoño. ¿Se trata de un hijo deseado? ¿Se lo pretende niño o niña? ¿Se desplegará sobre el bebé un cúmulo de deseos proyectados por los padres? ¿Intervendrán en la crianza las frustraciones individuales? ¿Cuál es la historia de quienes constituyen la pareja y cómo influirá esto en la educación? En definitiva, ¿cuál es el lugar real y cuál el simbólico que vendrá a ocupar ese hijo dentro de la estructura familiar? Como empieza a advertirse, “el viajero” que nace ya está en gran parte condicionado en su travesía y, en la mayoría de los casos, su salud mental futura dependerá de que pueda ser consciente de sus condicionamientos, los cuestione y batalle para abrazar su ser auténtico.

Más allá de la corriente psicológica que aborde el tema (sistémica, cognitiva, psicoanalítica, etc.), no es casual la coincidencia en considerar a la familia como fuente de salud o enfermedad. Es la familia la que favorece la socialización primaria y es la principal encargada de inculcar valores en los niños, así como también moldea la conducta del infante y direcciona su futura identidad. Ya Salvador Minuchin, destacado psiquiatra y pediatra argentino, consideraba la familia como la célula básica de la sociedad y decía que era la matriz de la identidad. Según el autor, era la familia la encargada de velar por el bienestar psicosocial de sus miembros. Afirmaba que en el seno de la familia el niño adquiría consciencia de su ser, de pautas de comportamiento y de relacionamiento con los otros. Y aseguraba además que lo que se incorporaba o aprendía en la familia habría de permanecer como una huella indeleble, en forma consciente o no, para toda la vida.

Si abordamos la familia considerándola un sistema, podemos observar que cada familia tiene determinadas reglas. Por tal motivo, muchas veces, un síntoma en uno de sus integrantes viene a denunciar que dichas reglas ya no son adecuadas. Augustus Napier y Carl Whitaker aseguraban que los síntomas de un paciente nos hablaban en realidad del trastorno de toda una familia, donde el problema se hallaría en la organización y comunicación existente en ese sistema. Estos autores explicaban cómo, a principio de los años cincuenta, un grupo de investigadores que observaba el comportamiento de pacientes esquizofrénicos notó que estos mantenían intrincadas y alteradas pautas comunicacionales con las madres. Al parecer, recién más tarde se descubrieron perturbaciones en la relación que aquellos pacientes tenían con sus padres, dado que estos últimos se mostraban distantes y permitían una excesiva vinculación entre los hijos y las madres. Y se observó además que, casi siempre, habían existido graves problemas conyugales entre los padres de esos mismos pacientes y que los episodios psicóticos habían surgido durante los ciclos de conflictos.

Según un enfoque cognitivo, un aspecto imprescindible y de gran impacto sobre la identidad y la salud psíquica se relaciona con las creencias. Según Aaron Beck y Arthur Freeman, las creencias son mapas que empleamos para dar sentido al mundo. Podríamos suponerlos como mapas de lo ocurrido en un pasado, pero que determinan los planes o estrategias a seguir en el futuro. Y las creencias más significativas y condicionantes se adquieren en la infancia y a partir de las relaciones con la familia. Cuando en psicología cognitiva se habla de “esquemas”, nos estamos refiriendo a unidades básicas de procesamiento que integran y dan significado a lo percibido. Se conforman por lo genético, las experiencias de vida y las relaciones. Y sus contenidos, a partir de los cuales se expresan, son justamente las creencias.

Si bien los esquemas antes mencionados se pueden constituir a lo largo de toda la vida de una persona, existen los denominados “esquemas desadaptativos tempranos”, que se caracterizan por haberse constituido en las primeras instancias de la vida. Puede que se hayan desarrollado por un único acontecimiento de carácter traumático, pero en general deben su origen a la acumulación de malas experiencias con los miembros más significativos de la familia. Son estos esquemas los más difíciles de cambiar y los que más determinan a futuro el modo de pensar y actuar de una persona.

Tomando ahora una visión psicoanalítica amplia, es decir, enriquecida por los aportes de diferentes autores, podemos seguir confirmando la regla de que las bases de la salud mental se establecen en la infancia. Donald Winnicott aclaraba además que dichas bases se instituían siempre desde el principio, cuando la madre estaba dedicada a su bebé y este dependía mucho más de ella, precisamente, porque no tenía la menor consciencia de esa dependencia. Esto, a su vez, se vincula con la “función reverie” descripta por Wilfred Bion. Esta función hace referencia a la capacidad de la madre de decodificar las ansiedades básicas del bebé. Gracias a ello, por ejemplo, la madre puede comprender el significado del llanto del hijo y actuar en consecuencia (cambiándole el pañal, alimentándolo, sosteniéndolo en brazos, etc.). Según el autor mencionado, “reverie” sería el estado psíquico de la madre que puede hacerse cargo del terror experimentado por el bebé frente a sus sensaciones físicas. Digamos que el infante se libra de su ansiedad, a través del llanto o del pataleo, proyectándola sobre la madre. Y es esta quien debe reconocer dicha ansiedad y hacer todo lo que esté a su alcance para aliviar al bebé. En la medida en que la madre sea un buen continente para las ansiedades del niño, veremos que este podrá ir también dándole significado a las mismas y conteniéndolas dentro de sí. Cuando la madre fracasa en su función y no consigue dar sentido a las ansiedades del bebé, este último padecerá un temor sin sentido que, a futuro, podría dar a luz una estructura psicótica o psicopática.