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Mariana, una joven abogada, aparece muerta desnuda en su departamento. A partir de ahí se suceden otros asesinatos en los cuales prevalecen elementos comunes: símbolos de los pecados capitales. Ricardo, a cargo de la investigación, debe de descubrir la relación entre las víctimas para atrapar al asesino. En el medio encontrará el amor.
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Seitenzahl: 80
Veröffentlichungsjahr: 2022
ARMANDO DORMETTA
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Libro digital, EPUB
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EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Los pecados
Los pecados
Créditos
Los pecados
Sobre el autor
Dedicado a mis nietos Matias, Tomás y Manuel Nikodem Tomás Roldan
Mariana, pelirroja, 32 años, vive sola en un departamento amplio, cómodo, del segundo piso de un coqueto edificio. Sus padres son de muy arraigadas costumbres religiosas, a tal punto que se conocieron siendo él sacerdote y ella una feligresa de su iglesia. Se enamoraron, él dejó los hábitos, se casaron y la concibieron a ella teniendo ambos más de cuarenta años. Por ese motivo se educó en colegios religiosos y egresó de abogada en la UCA, Universidad Católica Argentina.
Tiene con dos amigas abogadas, Inés y Pilar, un estudio en pleno centro. Se ocupan mayormente de laborales y divorcios y forman un buen equipo, porque se complementan muy bien. Tuvo varios romances, pero con una sola pareja estuvo conviviendo, Guillermo, cinco años menor que ella.
Viernes a la noche. Mariana habla por teléfono.
—Hola, Guille.
—Hola, Mariana. Te dije que no me llames más. —Ella lo interrumpió.
—Sí… ya sé… ¿Dónde estás?
—Manejando, yendo a mi casa, pero…
—Estoy sola… desnuda en mi cama… y… ansiosa… venite…
—Creo que ya lo hablamos a eso… ¿Dejaste ese laburo telefónico?
—¡Siempre lo mismo!... dale… vení…
—No, Mariana… te lo dije mil veces… aguanté mucho… ¡No pude soportar más que mientras estábamos charlando sonara el maldito celular y que prefieras masturbarte con otro, con sexo digital!... ¡Estás enferma! —Y cortó.
Inmediatamente se vistió y salió a la calle. Camisa ajustada, escotada, y pollera al tono. Fue al bar de siempre. A la hora, ya estaba en su cama con un tipo.
Sábado a la mañana.
Los padres de Mariana, Carlos y Noemí, llegan al edificio justo cuando alguien sale. Aprovechan y suben.
—¿No deberíamos tocar el portero eléctrico, antes de subir? — dice Carlos.
—No, si ya habíamos quedado que a las diez y media la pasábamos a buscar para ir a misa.
—Sí… pero… por las dudas… ¿Si está acompañada?
—No creo… no tiene novio.
Lo que ella no sabía era que Guillermo les había contado algunos de los motivos de la separación. Carlos le había tomado cariño a su yerno, consideraba que era buena persona.
–Carlos: ¡tu hija está enferma de sexo! —le había dicho.
Justo cuando llegan, la puerta del departamento se abre, sale el hombre y ella lo despide semidesnuda.
Y todo fue descontrol. Los padres gritando y quejándose, le recriminaban la vida de libertinaje que llevaba. Ella, a su vez, les reprochaba la intromisión en su vida privada. Carlos estaba cada vez más loco. Noemí lo frenaba. Todo en el pasillo del edificio. Luego de unos minutos los echó y entró.
Domingo a la mañana. Llaman a la puerta.
—Hola, Mariana, ¿puedo pasar?
—Justo salía a correr. —Lo dejó entrar y cerró.
—¿Vas a seguir con esta vida que llevás? ¿Te parece bien lo de ayer?
—¡Es mi forma de vivir! ¡No jodo a nadie! —Y regresó para abrirle la puerta nuevamente.
Cuando ella le da la espalda, la toma fuertemente del cuello. Quiere desprenderse manoteando y pataleando. Pero no puede. Así, unos minutos. Hasta que deja de respirar.
Entonces la desvistió y desnuda, la colocó prolijamente en la cama.
Lunes de mañana.
Pilar, morocha de 32 años, ojos marrones, pelo cortito, vive en el mismo edificio del estudio. Por ese motivo era la primera en llegar y la que comenzaba la ronda de café, adornado con masitas y tortas que hacía ella misma; le encantaba lo dulce. Mariana llegaba después e Inés caía cerca del mediodía. La relación de Mariana con Pilar viene del secundario, siempre fueron muy compinches. Mariana, la más díscola, la que atraía a los chicos y con Pilar, “la gordita”, como la llamaban, hacían una buena dupla. A Inés, 28 años, la conocieron en tribunales y se había agregado al estudio un año atrás. Era la de más carácter para pelear en los juicios.
—¡Hola!, buen día —dice Inés.
—¡Hola! —contesta Pilar.
—¿Mariana?
—No sé, la estuve llamando y no contesta.
—Raro…
—¡Habrá estado de joda anoche...! Ja, ja.
—Seguro… pero muy pocas veces llega tarde por eso… alguna vez cuando se peleó con Guillermo… ¡pero avisaba!
—Sí, tenés razón… y además, ¿no tenemos que discutir el caso de Casillejas?... ¿Mañana es la audiencia?
—Sí… sí.
Después de insistir varias veces con el celular, Pilar decide ir al departamento que está a cinco cuadras. Mariana le había dado un juego de llaves, pues ocasionalmente se lo prestaba para una cita amorosa, ya que ella todavía vivía con sus padres. Llegó a la puerta, y luego de no obtener respuesta, entró.
¡Mariana! —llamó varias veces. Parecía que todo estaba en orden, pero cuando entró a la habitación dio un grito. Al rato había en el lugar un móvil policial.
Inés y Pilar estaban sentadas, llorando, sin poder creerlo. Se preguntaban qué había pasado. La llamada a los padres para informarles fue angustiante.
—¿Usted la encontró? Me llamo Ricardo Turriera, soy el inspector a cargo —le dijo a Pilar un policía que no tenía uniforme.
—Sí.
—¿Es pariente?
—No, somos amigas y socias en un estudio jurídico. ¿Por qué la mataron?
—¿Tenía dinero acá? ¿Caja fuerte?
—No… no… lo normal.
Pilar le estaba contando la vida de Mariana, cuando se escucharon unos gritos en el pasillo fuera del departamento: habían llegado los padres.
Las dos fueron a su encuentro y se fundieron en un abrazo. A la madre no la podían calmar. Lloraba, gritaba, queriendo entrar a ver a su hija. Apenas podían contenerla. El padre estaba blanco, pálido, tieso, mudo. En esas condiciones el oficial muy poca información pudo sacar. Después de unos minutos los convenció y con un móvil los envió a su casa.
Al otro día, en la comisaría, se reunió el grupo a cargo de la investigación, formado por Ricardo Turriera, Daniel Francose, Mario Cattanis y Darío Ospet.
Ricardo Turriera, 45 años, un metro ochenta, pelo corto, es el de rango más alto y de mayor experiencia en criminalística. Mario Catanis, 40 años, calvicie incipiente y un poco obeso para su estatura, hace dos años que trabaja en la dependencia. Darío Ospet, 30 años, el más joven y con menos antigüedad en la fuerza, vino recomendado por sus habilidades en computadoras, internet y redes sociales, que hoy tienen tanta importancia en las investigaciones.
Daniel Francose, 42 años, flaco, pelo largo atado atrás, es de un rango menor que Ricardo.
—¿Qué tenemos hasta ahora? —pregunta Ricardo.
—Mujer joven, causa presunta de muerte: asfixia. Desnuda, sin signos de violencia física, departamento en orden, lo que descarta el móvil del robo. Presuntamente la víctima conocía al asesino… —dice Daniel. Y lo interrumpe Mario:
—Hay algo importante que me llamó la atención: un consolador en su vagina.
—Sí… Sí…
—Los vecinos me hablaron bien de ella, no ocasionaba problemas, y recibía muchas visitas de hombres. Y un detalle: hace dos o tres días tuvo con sus padres, en el pasillo, una discusión fuerte, a los gritos, justamente por eso. El que estaba más enojado era el padre. Coincidieron en lo que le dijo antes de irse: “que no merecía ser su hija, que se podía morir”… casi textual.
—Yo pregunté al portero por la cámara de seguridad, pero me dijo que desde hace dos días no funciona —dice Darío.
—¿Miraste en la cuadra anterior y posterior?
—Sí, una en cada cuadra, pero estaban cerrados los negocios. Más tarde voy.
—Bien. De paso preguntá en la calle si alguien vio algo raro.
¿La autopsia?
—Mañana a la mañana.
—Bueno, hay que citar a los padres y a las amigas acá, para interrogarlos y que sea después de que tengamos los datos de la autopsia.
Dos días después fueron Carlos y Noemí a la dependencia policial. Los dos estaban destruidos, era su única hija. Él reconoció su discusión fuerte con Mariana, de la cual estaba arrepentido, pero le resultaba muy doloroso ver la vida sexual de su hija. Le contaron que tuvo un novio, Guillermo, el único con el cual convivió. No pudieron aportar muchos datos más.
Después llamaron a Pilar. Era la más cercana a Mariana. Prácticamente coincidió con los padres y agregó que Guillermo fue el que rompió la pareja. No se explicaba quién la podía haber matado.
Más tarde fue Inés, pero no agregó mucho más. A Guillermo no tuvieron que llamarlo pues se presentó espontáneamente. Contó que la noche anterior Mariana lo llamó. Realmente se lo veía apenado y quería colaborar para descubrir al asesino.
Les confesó el motivo de su separación: la obsesión de ella con el sexo. Y dio un dato importante: solía frecuentar unos boliches buscando “compañía”, ahí la conoció. Ahí tampoco sacaron algo relevante. En uno de ellos dijeron que estuvo en el lugar la noche anterior a su muerte y se retiró con un hombre al cual nunca más volvieron a ver, no era habitué.
—¿Pudiste ver algo en las cámaras? —dice Ricardo.
—La única persona conocida que vi fue el padre. Una hora antes de la muerte aparece en una cámara y tardó mucho tiempo en pasar por la segunda, de la otra cuadra. Yo hice el mismo recorrido y tardé dos minutos. Él tardó media hora. Y considerando el poco margen respecto a la hora de muerte…
—Sí… llamativo… —contesta Daniel.
—Una cosa rara es la inscripción en el consolador “Asmodeo” — dice Mario.
—Sí, yo también lo vi y pensé que era la marca, pero lo googleé —dice Darío.
—¿Y?
—Asmodeo es, según religiones antiguas, de los persas o antes, un demonio relacionado con el pecado de lujuria. No está nombrado propiamente en la Biblia, pero sí en otros textos como el libro de Tobías. Además, estaría relacionado con otras acciones como adulterio, orgías, incesto, prostitución, pornografía, sadismo y otras más, relacionadas con la “carne”.
—Entonces, ¿tenemos que pensar que el asesino lo dejó como símbolo de pecado de la víctima?