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Este es un relato de ficción basado en hechos de la Segunda Guerra Mundial. Los personajes están inmersos en la realidad de un tiempo en el que se vive con intensidad el valor, el amor y la traición. Entre ellos hay notables diferencias de ideologías políticas y de filosofía de vida, pero el interés común por la supervivencia y la libertad los amalgama. Así nacen sentimientos que van desde la amistad hasta el amor. Las guerras dividen pero también unen y hacen aflorar la grandeza y mezquindad de la condición humana. La descripción de ciudades muy distantes y distintas trata de demostrar cómo vivía y sentía cada pueblo, unos en medio de los bombardeos y otros, a través de las noticias de los diarios, pero todos preocupados por una guerra que se dispersaba como una mancha de aceite. Los lectores también se podrán ver como en un espejo con los protagonistas. Esto es un juego que propone la novela, elegir quién ser en las circunstancias que plantea la trama.
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Seitenzahl: 275
Veröffentlichungsjahr: 2023
FRANCISCO JOSÉ DELL’ANNO
Dell´Anno, Francisco JoséLucía y los espías de París / Francisco José Dell´Anno. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3876-5
1. Novelas. I. Título.CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
PARÍS 1940
EL SABOTAJE
LA VIDA EN MACON
LA SORPRESA
AL BORDE DEL ABISMO
UN PROBLEMA INESPERADO
BERLÍN Y EL TREN DEL ADIOS
PRESO EN MARSELLA
LAS CHIMENEAS DE LA LIBERTAD
LA LLEGADA
LA DUDA EXISTENCIAL
LA TRAICIÓN Y EL SILENCIO DE LA ARMAS
A mi mujer,
Susana IRIGOYEN, compañera y sostén inseparable,
por nuestros cincuenta años de casados.
Desde la pequeña ventana del departamento de dos ambientes del segundo piso de la Rue de la Roquette, Jean Claude veía marchar en marcial desfile a los soldados alemanes que se dirigían a cubrir retenes en distintos lugares de la ciudad. El los llamaba mugrosos, no sólo en forma despectiva, sino también porque los uniformes eran pesados para el comienzo del verano, y evidentemente el ejército invasor no tenía muchas comodidades para la higiene, era ropa que iba y venía todos los días sin conocer el agua, Estos eran los soldados rasos, los oficiales lucían impecables, de noche se rociaban con perfume para conquistar bataclanas en los piringundines parisinos.
Jean Claude vivía con su mujer, Margaret, no estaban casados, sólo convivían, se habían conocido en la universidad, ambos eran profesores universitarios y compartían ideales y el dormitorio. El otro ambiente de la casa alquilada era amplio, pegado a la cocina y al baño, el mobiliario no guardaba estilo, un comedor provenzal, un sillón de tres cuerpos capitoné de cuero gastado y una mesa alta con dos sillas en un rincón. Sobre la mesa, cubierto con un trapo negro estaba un transmisor morse. Eran espías, en una Francia dividida geográficamente entre la zona gobernada por el Mariscal Pétain, colaborador de los nazis, y la Resistencia. Ellos eran parte de la Resistencia y transmitían información a Londres sobre los movimientos de los nazis, la ubicación de sus cuarteles y la actitud de la población, y recibían instrucciones para los actos de sabotaje que otros con capacitación para la acción realizaban. A cambio recibían para su mantención y para el cumplimiento de las acciones directas, fuertes sumas de dinero que unos elegantes señores entregaban periódicamente en el Dame café, un bar elegante de mesas de mármol y sillas de mimbre, frecuentado por gente burguesa. Este era el lugar indicado para disimular su condición, bien vestidos y con finos modales, estaban lejos de parecer elementos de la Resistencia. El dinero recibido lo depositaban en un locker de la estación del ferrocarril y lo manejaban con discrecionalidad.
En las reuniones del Dame, se hablaba de todo, como en una mesa de amigos de las que poblaban el café, pero en voz baja se comentaban las atrocidades cometidas por el Mariscal Pétain en el gobierno establecido en Vichy, después de firmar un armisticio con los alemanes, a cambio de gobernar una zona de Francia. De héroe en la Primera Guerra Mundial, con su triunfo en la batalla de Verdún, había pasado a ser el gran traidor. Se hablaba sobre su encuentro con Hitler y sobre el acuerdo de colaboración, por el que mandaba a campos de concentración alemanes, a judíos franceses, masones y a obreros, y hasta había enviado tropas a combatir contra los Aliados en el norte de África, y contra los soviéticos en la zona este.
Jean Claude, en su cátedra de sociología, tenía un alumno incondicional, ya convertido en amigo pese a la diferencia de edad, entre los cincuenta y cinco de Jean Claude y los veintinueve de su alumno. Este era Manuel Álvarez, apodado Manolo, un español republicano que había peleado fusil en mano en la Guerra Civil Española. Manolo era un hombre de mediana estatura, de barba, bigote, y más bien robusto, pelo negro y cejas prominentes. Con el triunfo del franquismo, se exilió en París e ingresó a la universidad y por sus ideas se sumó a la Resistencia, reconociendo como jefe de célula a su profesor.
Manolo en sus tertulias del café de la universidad, se había hecho muy amigo de Rosa, también española republicana, una joven morocha de pelo lacio y tez muy blanca, con unos lindos ojos pardos y gracejo al hablar. También frecuentaba el grupo José María, un argentino muy elegante, alto, delgado y de cabellos oscuros ensortijados. Ambos cursaban un posgrado en Derecho Comparado. Manolo integró a sus amigos a la célula del profesor, la tarea consistía en tirar volantes antinazis por las calles de París, en horarios y momentos propicios, para mantener el espíritu de lucha contra el invasor. También se sumó Lucía, una italiana muy linda con su pelo rubio y largo y sus ojos de un verde profundo, que vivía con su familia en Buenos Aires, donde se habían radicado después de la Primera Guerra Mundial.
Lucía era alumna de Margaret en el profesorado de Historia Universal. A diferencia de Rosa, que a sus treinta años se había convertido en una verdadera activista, y de Manolo, hombre valiente y de acción, José María joven de veintisiete años y Lucía de veinticinco no tenían compromiso político y mucho menos con la izquierda, eran precisamente lo que los izquierdistas llaman con desprecio burgueses, de una clase media alta, pero eran decididamente antinazis y estaban consustanciados con la lucha del pueblo francés contra el invasor alemán.
Una noche calurosa del mes de junio, Jean Claude y Margaret invitaron a su grupo a comer en su casa de la Rue de la Raquette. Pese a las limitaciones de la guerra, Margaret se esmeró en preparar una gran recepción, plato de atún como entrada y una pasta con salsa de tomate, crema y champiñones, no faltó el postre de creme brulee ni el buen vino. Durante la comida no se habló de las tareas que el grupo desarrollaba, la conversación giró fundamentalmente sobre los estudios y la vida universitaria
. Margaret contó que su marido la había abandonado a poco de casarse y que a sus actuales cuarenta y cinco años debía considerarse viuda, porque hacía veinte años que no sabía nada de él. Cuando Lucía le preguntó por la familia del marido, ella le contestó que tampoco sabía nada de ellos porque vivían en Avignon. Al finalizar la comida no hubo café, por la escasez, pero sirvieron un té con hierbas.
Jean Claude y Margaret se levantaron de la mesa y se sentaron en el viejo sillón de cuero, los otros corrieron las sillas para estar más cerca de los dueños de casa. Con voz pausada Jean Claude les agradeció lo que habían hecho por la causa. y les dijo, tengo reservado para ustedes, hizo una pausa, y agregó, si aceptan, una tarea menos riesgosa pero mucho más importante, y continuó, lo primero que tienen que hacer es tener una doble identidad, para evitar sospechas o ser descubiertos. Un agente nuestro, Pierrot, les conseguirá pasaportes argentinos y uruguayos, pero con otro nombre, los he visto, y las falsificaciones son perfectas o no sé si no son auténticos, pero en blanco. Y luego siguió, con esa documentación firman un contrato de locación por un departamento en una inmobiliaria de nuestra confianza, y aparentan ser matrimonios jóvenes que trabajan en la universidad, mientras tanto con sus verdaderos nombres seguirán su vida normal de estudiantes, los necesito juntos. Creo que por afinidad las parejas deben ser Manolo con Rosa y José María con Lucía y elegirán los nombres que quieran.
Todos se miraron sin entender nada.
Pero, ¿en qué consiste la nueva tarea? Preguntó Manolo.
Cerca de cada uno de sus nuevos domicilios hay un puesto de diarios y revistas, todas las mañanas uno de ustedes retirará un ejemplar de Le Monde, cada tanto entre las páginas del diario habrá una hoja con números, esos números indican la página, línea y palabras impresas en el diario, que yo descifraré. Los días en que esté agregada esta nota, se irán al café De Flore en el 172 de Boulevard Saint Germain, y con disimulo apoyarán el diario en la mesa para que el mozo se lo lleve, todos los que trabajan en el café son gente de la organización y de confianza, pero nunca hagan un comentario sobre el contenido del diario ni sobre la ocupación nazi. Yo pasaré a buscar los mensajes cifrados que vienen de toda Francia, y los remitiré a Londres, explicó Jan Claude.
José María miró a Lucía, ella asintió con la cabeza. Jean Claude notó el cruce de miradas, y continuó preguntando si estaban todos de acuerdo. La respuesta fue un categórico sí.
Al día siguiente y según las instrucciones impartidas por Jean Claude, concurrieron en distintos horarios, al quinto piso de Cerrud Montparnasse 356, para obtener el pasaporte con la nueva identidad. Foto de por medio, les entregaron el documento. Manolo y Rosa eligieron por nombres, Alberto Ramírez y Diana María López, casados con pasaporte uruguayo y domicilio en Montevideo. José María eligió ser Juan Antonio Pardo y Lucía pasó a llamarse Andrea Picciotti, casados con pasaporte argentino y domicilio en Buenos Aires. Después fueron a la inmobiliaria, ya estaba todo preparado, a los Ramirez les entregaron las llaves de un departamento en un tercer piso en la calle Amsterdam barrio de la Ópera, y a los Pardos en un sexto piso de la elegante Avenida des Champs Elysees. Los dos matrimonios de ficción se dirigieron a sus respectivos departamentos, amueblados con muy buen gusto.
Al día siguiente, Jean Claude los reunió y les explicó que cada tanto recibirían una suma de dinero importante en el café De Flore, con eso podrían desarrollar una vida de nivel, porque la sospecha de los nazis sobre la Resistencia estaba enfocada en los sectores más bajos de la sociedad. También les dijo que si a él le pasaba algo, la conducción de la célula la tendría Manolo, que había fondos guardados en el locker de la estación ferroviaria Gare du Nord y, refiriéndose a Manolo, le indico, aquí te entrego una llave y el número de locker.
Instalados en el departamento de Champs Elysees, José María le dijo a Lucía, tendremos que compartir la cama. La respuesta fue tajante, ni lo pienses, dormirás en el sillón cama del living, No sé porqué, replicó José María, ahora somos un matrimonio. Absurdo, sólo en los papeles, le dijo Lucía, acurrucada en el sillón. Y agregó, esto es bien cómodo, vas a pasarlo solo muy bien. Empezamos mal, respondió José María. La respuesta fue inmediata, no empezamos nada.
La relación entre Manolo y Rosa fue más amable y sin prejuicios, pronto intimaron.
En los primeros dos días ningún diario traía el mensaje, pero en el tercer día José María notó que algo había, además el diariero le guiñó un ojo. Apresurado se dirigió a la casa. Efectivamente encontró un mensaje cifrado entre las páginas. Llamó a Lucía que estaba en su dormitorio y le dijo, vamos a desayunar a De Flore, porque hay un mensaje.
En el café, un mozo alto y delgado, los miró con gesto de complicidad. Le pidieron dos cafés con croissants y una jarrita con leche. Lucía se mostraba nerviosa, era la primera aventura, trataba de ser disimulada, pero observaba atentamente a su alrededor. Un gordo de barba y bigote de la mesa de al lado, la miraba, pero solo porque le parecía muy linda. Ella bajó la mirada para concentrarse en el café, y en voz baja le preguntó a José María, cómo hacemos, refiriéndose al diario. El mozo siempre atento a esa mesa, se acercó con unos vasos con agua y les dijo, cuando se vayan dejen el diario y me dicen, se lo dejo ya lo leí y agregó, eso deben hacerlo todas las veces. La pareja se tranquilizó,y siguió con su desayuno, José María aprovechó el momento para tomarle la mano, había que aparentar una pareja enamorada, ella comprendió la situación y mantuvo la mano entrelazada a la de él.
José María pidió la cuenta y le preguntó al mozo, cómo sabía usted que éramos nosotros. El mozo le respondió, tenemos las fotos de ustedes, y al ver la cara de miedo de Lucía, le comentó, no se preocupen ya las rompimos.
Después de las clases en la universidad, las dos parejas se encontraron en el bar, El bullicio general les permitió comentar sobre la misión que habían cumplido, hablando en español.
Lucía con su pelo largo y sus grandes ojos verdes se notaba aún nerviosa. Manolo, el más aplomado de todos, les dijo, es una tarea importante y sin riesgo, como bien dijo Jean Claude, tenemos que estar tranquilos y actuar con normalidad, a partir de ahora de esto no se habla, y si algo tenemos que decirnos que la conversación sea sobre la clase del día.
Cómo, preguntó José María. Por ejemplo, hoy le entregué el trabajo al profesor y me dijo que le parecía bien, le indicó Manolo, con el asentimiento de Rosa, quien comentó, tenemos que convencernos internamente de que somos dual, dos personas en una, y que no se conocen.
Cuando llegaron al departamento, José María le recriminó a Lucía, otra noche en el sofá. Ella con una pícara sonrisa le dijo, si quieres te doy mi cama y yo duermo en el sofá. No, no es eso lo que quiero, no sería de caballero dejar que durmieras incómoda. Entonces lo que quieres es otra cosa le dijo ella, y continuó, dormir juntos, no.
Estás demasiado creída y confundes mis intenciones, aunque de verdad te quiero, siempre me gustaste. Yo también te quiero, pero así no, solo seremos novios. La cara de José María se iluminó, eso era lo que quería, lo demás seguramente vendría después. Un apasionado beso selló el amor que ya se tenían.
La actitud de Manolo y Rosa era muy distinta, de mayor confianza, se permitían casi un trato grosero a veces. Ellos sentían que en cualquier momento se podía terminar todo, eran conscientes de los riesgos que corrían y los enfrentaban. Pensaban vivir el hoy, sin proyecto futuro, tenían que decir y hacer lo que quisieran. En la guerra española habían aprendido muchas cosas, fundamentalmente el apego por la ideología y el poco apego por la vida. Él había sido un combatiente de trinchera. que se ufanaba de no haberse rendido, porque pudo escapar. Ella, la operadora de una radio clandestina, una mezcla de la Pasionaria con la Rosa de Luxemburgo. Por eso no andaban con vueltas, eran totalmente libres y desprejuiciados. El matrimonio era un convencionalismo burgués, había que expresar lo que se sentía y en el momento en que se sentía. y lo que hoy sentían era más pasión que amor.
Mientras oían las noticias por los radios de Vichy, se indignaron por la actitud del Mariscal Pétain, Rosa criticaba a la locutora que informaba, por su poca emoción al transmitir las noticias. Manolo le dijo entonces, qué emoción puede transmitir con las noticias que tiene que dar, está obligada a mentir. Según la información radial, Vichy era un paraíso y el Mariscal un estadista y un hábil político, algo para convencer al resto de los franceses de que lo mejor era negociar con los nazis en lugar de enfrentarlos. En París los únicos que compartían este criterio eran los dueños y mozos de los tugurios, y también las prostitutas, porque los jerarcas nazis gustaban del buen vino y de la diversión y se mostraban generosos con las propinas. En el fondo ellos admiraban París y la vida de los parisinos, menos estructurada que en Berlín o en Múnich,
Aún en las peores situaciones hay alguien que se beneficia. Los fabricantes de armas brindaban con champagne por la prolongación de la guerra, y mientras los judíos vendían sus pertenencias para poder huir, otros les compraban a bajo precio cuadros de firma, joyas y buen mobiliario, frotándose las manos por los negocios que hacían. En París, mientras unos pensaban en la libertad, otros pensaban en el lucro. También existía el saqueo organizado, muchas obras de arte de los museos viajaban con destino a Alemania.
Dos días después volvieron a aparecer mensajes en el diario, otra vez al De Flore a desayunar con croissants. El mismo mozo, y debajo de una servilleta un sobre con una buena suma de dinero. Se cumplía así con lo prometido por Jean Claude.
Manolo era el único que se veía con Jean Claude después de las clases, pero el diálogo era limitado. Todo bien, cumpliendo con la tarea, todo correcto, no había más diálogo porque tampoco era necesario, el sistema funcionaba perfectamente y sin tener que cambiar la estrategia.
Paris invadida y en guerra mantenía su ritmo, vidrieras adornadas, gente en los cafés y calles transitadas, compartidas con el paso firme y altivo de los nazis. Los parisinos se mostraban indiferentes, más por el temor que por acostumbramiento a una convivencia no deseada.
Ya en la calle, José María y Lucía abrieron el sobre y vieron que la suma era realmente importante, no como para ir a comer a Maxims, pero sí como para ir a tomar algo al café de la Paix. Ahora iban de la mano y no era para simular un matrimonio, sino porque realmente así lo sentían
Para Manolo y Rosa lo mejor era la comida casera, con un buen postre cremoso y la música que salía de la vieja victrola. Los días transcurrieron casi con monotonía. Todos con sus clases de la universidad y su vida como los Ramírez y los Pardos. Cada dos o tres días tenían mensajes en el diario y desayuno en De Flore.
El Louvre se encontraba abierto. La Gioconda seguía sonriendo tontamente e indiferente a la situación. Los visitantes eran pocos en comparación con la época de apogeo. Los oficiales alemanes miraban las pinturas pensando cuales podrian llevarse a Alemania para darle por destino sus propios museos.
En los parques de los alrededores se formaban tertulias familiares y de amigos, en torno a patisserie y bebidas. Los chicos aprovechaban para correr lejos del interés por los cuadros.
El Sena estaba quieto, pocas barcas circulaban por el canal, aunque se mantenían las de turismo, haciendo un largo recorrido de punta a punta con paradas en los barrios más atractivos, pero el movimiento era evidentemente escaso. Pocos tenían el ánimo y el dinero como para poder pasear. Los que más disfrutaban de París era el personal administrativo enviado desde Alemania. Como no tenían uniforme se mezclaban entre la gente común, aunque eran fácilmente identificables por su apariencia física y su silencio, al no conocer el idioma. No eran pocos los que habían llegado para cumplir tareas civiles, en dependencias públicas, hospitales y también de soporte y mantenimiento de las tropas.
Las postales de París no habían cambiado, La Torre Eiffel se mantenía erguida pero con pocos visitantes, el Arco de Triunfo era un emblema que se agiganta con la esperanza de la liberación. Por él habían pasado desafiantes las tropas Alemanas al tomar París.
Pero las caras de los parisinos eran de preocupación, un manto de tristeza envolvia a la ciudad. Sin embargo, nadie renunciaba a su vida social en los bares, sus pequeñas mesas en las veredas debajo de coloridos toldos estaban siempre ocupadas, para ellos seguía siendo la pasarela de la vida. Allí estaba el todo de hoy y la nada de lo sepultado por la guerra, pero debían mantener la firmeza y la fe, que habían demostrado en otras contiendas.
Uno de esos días caminando por las calles de París, José María le comentó a Lucía, mientras miraba los edificios, la arquitectura es como un libro donde se pueden leer las distintas épocas de los pueblos, pero París es distinto, todos sus edificios mantienen la misma altura y en sus pequeños balcones, están presentes las flores aún en tiempos de guerra. Mientras extendía su mirada hacia el Arco de Triunfo, y apreciaba el reflejo del sol que chocaba en la chapa de los automóviles e iluminaba el histórico monumento, aprovechó la romántica situación para acariciarle la cabeza.
A la mañana siguiente fue Lucía la que se encargó de retirar Le Monde, cuando llegó a la casa y abrió el diario se encontró con una hoja tipo cuaderno pero en blanco, no entendía el mensaje, y le dijo a José María, qué hace esta hoja en blanco. No importa llevémosla como siempre, respondió José María, y agregó algún significado tendrá. Y allí fueron con el ritual de siempre. La sonrisa del mozo, la propina y el diario que quedó arriba de la mesa para que el mozo lo retirara junto con la vajilla.
Cuando más tarde fueron a la Universidad y como de costumbre se encontraron en el bar con Manolo y Rosa, les contaron lo que había pasado con la hoja en blanco. Manolo explicó que llevaron un mensaje urgente y muy secreto. Por qué en blanco, preguntó José María. No es en blanco le dijo Manolo, cuando es algo urgente para no tardar en descifrarlo, y es además breve, se escribe con una pluma mojada en limón, el que recibe la nota le pone fuego por abajo a una distancia que no queme el papel, y así puede apreciar las letras allí escritas. Sorprendente, dijo Lucía, nunca había oído hablar de algo así. Sí, pero es más seguro el de las claves en el diario, agregó Manolo
Uno de esos días cuando salían del De Flore, fueron protagonistas involuntarios de un violento acontecimiento. Caminaban por la calle, cuando se encontraron en medio de un tiroteo, la Gestapo actuaba sin miramientos. Unos hombres presuntamente de la Resistencia escapaban, también ellos respondian a los tiros. José María y Lucía se tiraron al piso para tratar de protegerse, José María cubrió a Lucía con su cuerpo, luego se reincorporaron, no querían correr para no despertar sospechas y decidieron volver al café. A menos de cincuenta metros de la entrada del De Flore, vieron a dos civiles tirados, ensangrentados, y a un soldado alemán herido, auxiliado por dos de sus compañeros, mientras otros corrían y disparaban sus armas. Después un grupo de soldados ingresaron al café para ver si alguno de los perseguidos se había refugiado allí, pero luego se retiraron cuando vieron que ninguno de los comensales les resultaba sospechoso.
A José María y Lucía se les paralizó el corazón, pero supieron disimular. El mozo, enseguida, sin que ellos lo pidieran, les alcanzó dos tazas de café, comprendiendo la situación.
Permanecieron en el local más de media hora, cuando todo había pasado se retiraron. La calle se había normalizado, solo se veían las patrullas habituales, que hacían sentir los tacos de sus botas.
Caminaron unas cuadras y tomaron el primer autobús que pasaba, no sabían adónde iban, pero querían salir de la zona.
Cuando después de un largo periplo llegaron a su casa, se abrazaron y besaron, en actitud de desahogo. No sólo corrieron peligro en medio de las balas, sino que también pudieron ser detenidos.
Al día siguiente, en el bar de la universidad, Manolo, en español y en voz baja, les explicó lo que había pasado. Un grupo de los nuestros, les dijo, al salir de una reunión, fueron sorprendidos en la calle por los nazis, cuando vieron que iban por ellos, se resistieron, trataron de escapar, y se produjo el tiroteo. De los seis que participaron de la reunión, solo dos se salvaron, fueron los que no entraban en el ascensor cuando bajaban y optaron por ir por las escaleras. Cuando advirtieron lo que pasaba afuera se escondieron en el edificio, luego al ver que ya no había nazis en las proximidades, pudieron salir. Eso me contó Jean Claude, terminó diciendo Manolo. Pero luego agregó, quiere decir que hay topos en la organización.
¿Qué son topos?, preguntó Lucía. Son contraespías que trabajan para los nazis, si no no hubieran sabido de la reunión, dijo Manolo, tenemos que tener mucho cuidado. Nosotros no hablamos con nadie, hacemos todo lo que nos indicó Jean Claude, le dijo José María, mientras se levantaban de la mesa.
Unas semanas después, entre notas con números o en blanco, el teléfono despertó a las nueve de la mañana a Lucía. Era Manolo quien llamaba, su voz se notaba entre preocupada y nerviosa. Tomen todas sus cosas, dejen el departamento y vengan ya mismo a la estación de trenes Gare du Nord, los esperamos en la confitería. Por qué, preguntó Lucía. La respuesta fue tajante, bueno, es una orden. Lucía le comentó a José María lo ocurrido. Pronto juntaron la ropa y armaron sus valijas.
Cuando bajaron el portero les preguntó a dónde iban. La respuesta de José María fue, terminamos el contrato y nos vamos de vacaciones a Niza. Como comprendió que el portero lo había notado nervioso, agregó, estamos apurados porque se nos hizo tarde y tenemos temor de perder el tren. El portero salió a la calle e inmediatamente, les consiguió un taxi, los ayudó a subir el equipaje y los saludó con una reverencia.
Cuando llegaron a la confitería de la estación ferroviaria, vieron, en una mesa junto al ventanal, a Manolo, a Rosa y a Margaret, con todas sus valijas, no estaba Jean Claude. José María y Lucía se sentaron con evidente preocupación, Manolo les dijo, a Jean Claude lo mataron. Con un radar montado en un auto que circula por las calles, detectaron el transmisor, la Gestapo ingresó a la casa, Jean Claude no quiso entregarse para no dar información, y lo mataron.
Allí intervino Margaret, yo llegaba y vi los camiones de la Gestapo en la puerta de mi casa, enseguida comprendí la situación. La gente se amontonaba, la Gestapo la apartaba, entonces vi como se llevaban el cuerpo de Jean Claude. Con esfuerzo contuvo el llanto para no llamar la atención, pero estaba sumamente acongojada. Manolo continuó, Margaret llegó a casa y nos contó lo sucedido. Más allá de perder a un amigo, hay que pensar algo para no caer en manos de las SS, todos estamos en peligro.
Por qué, preguntó Lucía inocentemente. Margaret le explicó que se llevaron todo de la casa, por supuesto no había ni nombres ni direcciones anotadas, pero lo primero que harán es buscar los contactos en la universidad.
Nosotros, dijo José María. Sin duda respondió Manolo. Y continuó, por eso hay que salir de Francia, yo no me iré, estoy comprometido con la causa y debo continuar recibiendo directivas de los contactos que me dejó Jean Claude, pero ustedes sí. Hay un tren que parte para Italia en cuatro horas, hay tiempo para sacar los pasajes.
Yo tampoco me iré, dijo Rosa. No, le respondió Manolo, no puedo permitir que corras riesgos innecesarios, ya has cumplido tu parte. De algún modo podrás llegar a España y ayudar a recuperarla del franquismo. Y luego les dijo, usen los pasaportes que les dio Pierrot, y no los que tienen sus nombres originales, son esos los que están en la mira. Luego, refiriéndose a Margaret, le preguntó si también tenía un nuevo pasaporte. Margaret, contestó que tenía un pasaporte a nombre de Luisa Chievo, nacida en Ginebra, Suiza, pero que era un pasaporte uruguayo con domicilio en Montevideo.
Por qué?, le preguntó Manolo. Fue una estrategia, porque no hablo bien español. le contestó Margaret.
Ahora vayan a sacar los pasajes, le dijo Manolo, mientras yo voy a entrevistarme con un amigo de la universidad que me puede dar las constancias de la inscripción de todos ustedes en un curso de posgrado sobre urbanismo y arquitectura, por supuesto tendrán los nombres de sus pasaportes actuales. En menos de dos horas estaré de regreso, hay tiempo suficiente teniendo en cuenta que el tren parte a las dos de la tarde. De todos modos, conserven sus pasaportes originales porque en determinado momento no sabrán cuál es mejor utilizar. También le diré a Sander, el de la inmobiliaria, que rompa los contratos, así no queda nada. Y dirigiéndose a José María y Lucía, les preguntó si el portero conocía sus nombres. No, le dijo Lucía, nos trataba de señor y señora. Bien, dijo Manolo, y con un gesto le indicó a José María que lo acompañara.
Cuando llegaron a la zona de los lockers, abrió el que Jean Claude le había indicado. Se encontraron con una suma de dinero muy, pero muy importante. Había francos, dólares y libras. Sin contarlos Manolo tomó un gran fajo que representaba prácticamente la mitad de lo que había y se lo entregó a José María. Este cuando vio la cantidad, comentó, esto es como para dar la vuelta al mundo. Sí, dijo Manolo, es de la organización y son muchos los que ponen muy buena plata. Y agregó, les daré también algo a las mujeres, y tú hazte cargo de los gastos mayores, el resto lo tomaré yo para los gastos de la organización, me han dicho que hay muchísimo disponible.
Cuando volvieron a la mesa, Manolo les dijo, esperenme aqui, voy a buscar las constancias de la inscripción en el curso de que les hablé. Mientras tanto, le indicó a José María, ve a sacar los pasajes a Milán. De Milán pueden ir a Génova, de allí salen barcos a Sudamérica todos los meses, creo que deben estar funcionando porque van a países neutrales.
Pero allí está Mussolini y son parte del eje en la guerra, le dijo Margaret. Es cierto respondió Manolo, pero ustedes tienen documentos de países que no están en guerra, y además no tenemos tiempo para pensar en otra alternativa. Comprendo asintió Margaret.
Manolo se retiró mientras Margaret comentaba que le dolía mucho irse de su país, y agregó que allá no conocía a nadie. No te preocupes, nosotros no te dejaremos, le manifestó José María, cuando termine la guerra volverás a disfrutar de tu París, de tu familia y de tus amigos. A mí también me preocupa no haber podido terminar el curso, pero pienso regresar a una Francia libre, de todos modos no he perdido el tiempo, seguramente lo cursado me lo reconocerán, ahora lo importante es la supervivencia.
Mientras esperaban a Manolo, pidieron comida. Antes de terminar el postre llegó Manolo, enseguida les entregó un carnet con la constancia de estar inscriptos en el curso de urbanismo, con ello podrán acreditar que viajaban a Milán para conocer y luego volver para continuar con sus estudios. Faltaba más de una hora para la partida del tren, y estaba todo bien encaminado.
A modo de despedida, Manolo le dijo al grupo, aquí les dejo la dirección y el teléfono de Pierrot, el de los pasaportes, deben memorizarlo y romper la tarjeta. Yo trabajaré con él en su negocio de fotografías, pero también es nuestro centro de operaciones. Allí todos me conocen por Toto, me gustaría tener noticias de ustedes. Se levantaron y arrastrando valijas se dirigieron al largo andén. Margaret no llevaba nada, había perdido toda su ropa en el allanamiento de los nazis, pensaba comprarse ropa de calidad en Milán, con parte de la buena plata que le había dado Manolo.
Mientras caminaban por el andén Rosa y Manolo iban de la mano. En un momento se detuvieron, se abrazaron y besaron con pasión. Ella le preguntó, y tú qué harás. Seguiré en la lucha, pero no te preocupes sé cómo actuar y tengo cobertura y lugares donde esconderme. Pese a la dureza de su lucha y de su forma de ser, los dos estaban emocionados. Se abrazaron y besaron nuevamente, nos vamos a volver a ver, le dijo Manolo, mientras le acariciaba el rostro y le secaba las lágrimas que corrían por sus mejillas, ella fue la última en subir al vagón.
Como en todo andén manos agitándose, entre ellas las de Manolo. No eran muchos los que se despedían, por supuesto que no era como en tiempos normales. Había soldados alemanes por todos lados, también en cada vagón del tren.
El viaje era largo pero el grupo había podido ubicarse en un compartimento para seis. Los otros dos era un matrimonio mayor, que después de saludar cortésmente lo primero que dijeron fue que iban a visitar a su hija que vivía en Dijon, unas de las paradas anteriores al destino final de Milán. y en seguida la señora les mostró unas fotos familiares con sus nietos.