Luz de luciérnaga (2a edición) + Somos electricidad - Zelá Brambillé - E-Book

Luz de luciérnaga (2a edición) + Somos electricidad E-Book

Zelá Brambillé

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Beschreibung

Ellos son mejores amigos: son inseparables desde que eran pequeños, se conocen tan bien que podrían recitar de memoria los defectos y virtudes del otro, y durante años han callado sus verdaderos sentimientos porque se supone que los mejores amigos no deben enamorarse, ¿verdad? Acompaña a Carlene, una chica que sufre en silencio por su pasado, y a David, quien descubrirá que su amiga guarda secretos inimaginables y hará todo lo posible por enseñarle que la luz más poderosa es la que sale de su interior. Dos amigos, un amor y dos luces en la oscuridad que es la vida.

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Publicado por:

www.novacasaeditorial.com

[email protected]

© 2020, Zelá Brambillé

© 2020, de esta edición: Nova Casa Editorial

Editor

Joan Adell i Lavé

Coordinación

Abel Carretero Ernesto

Portada

Angel Blue (@Ang3Blue)

María Alejandra Domínguez

Maquetación

María Alejandra Domínguez

Corrección

Júlia Català

Revisión

Zelá Brambillé

Abel Carretero Ernesto

Primera edición en ebook: enero 2020

ISBN: 978-84-18013-12-6

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447).

Agradecimientos

Me gusta crear universos y sueños imposibles desde que tengo uso de razón, luego dejé que mis manos escribieran lo que mi cabeza dictaba y todo mi mundo cambió, esto se convirtió en mi vida, transformó mi mundo, mi forma de ver las cosas. Luz de luciérnaga es un mensaje, Carlene y David me han enseñado lo que espero que otros entiendan, escribir su historia me ha marcado.

El camino que he recorrido ha sido corto, pero no ha sido fácil, es por ello que quiero mostrar mi agradecimiento a las personas que siempre creyeron en mí, aquellas que me animaron y que jamás despreciaron esto que tanto amo. A mi madre, porque nadie ve mi brillo como ella lo hace, por enseñarme que el amor verdadero es real. Debo mencionar a Carlangas, el mejor hermano que existe, pues siempre me recuerda que puedo. También a Nenny y a mi abuela Ofe, porque nunca han dudado de mí, así como a Lore, a Monny y a Omar: no creo que tengan idea de cuánto los quiero. Imposible no nombrar a mis dos mejores amigas, lo gracioso es que viven a cientos de kilómetros, sin embargo, la distancia no importa cuando se trata de ellas porque me han demostrado más presencia que muchos otros que tengo cerca, gracias por todo, Génesis de Sousa y Eithne Reynoldi. Gracias también a Nova Casa editorial por esta oportunidad, por abrirme la puerta y dejarme ser parte de su familia. Mis Zelers no pueden faltar porque se han ganado mi corazón, se han convertido en mi hogar, gracias por ser parte de esto y por creer en esta historia, por atesorarla y amarla tanto como yo, son la razón por la cual este sueño sí pudo hacerse realidad.

LUZ DE LUCIÉRNAGA

Prefacio

Uno

Dos

Tres

Primera parte

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Doce

Trece

Catorce

Quince

Dieciséis

Segunda parte

Diecisiete

Dieciocho

Diecinueve

Veinte

Veintiuno

Veintidós

Veintitrés

Veinticuatro

Tercera parte

Veinticinco

Veintiséis

Veintisiete

Veintiocho

Veintinueve

Epílogo

Contenido extra

SOMOS ELECTRICIDAD

Prefacio

Parte I

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Doce

Trece

Catorce

Quince

Dieciséis

Diecisiete

Dieciocho

Diecinueve

Veinte

Veintiuno

Veintidós

Veintitrés

Veinticuatro

Veinticinco

Parte II

Veintiséis

Veintisiete

Epílogo

Contenido extra

Glosario

Para todas las luciérnagas que esconden su brillo

y para las que no se han dado cuenta de que lo tienen.

Encuentra tu luz y sigue caminando, luciérnaga.

Prefacio

Seis años de edad

Eran uno solo.

A él le agradaba porque no era como las típicas chicas de su colegio, ella era genial. Juntos escalaban el robusto roble que colindaba con sendas casas, solían hacer concursos de eructos, también jugaban a básquetbol, competían por el puesto de «la mejor costra». Por no mencionar que a David le encantaba hacerla reír haciendo chistes bobos que escuchaba de su padre o imitaciones absurdas de animales, los gorilas eran sus favoritos porque se formaban dos lindos hoyuelos casi imperceptibles en sus mejillas.

Eran los mejores amigos.

A ella le gustaba sentarse en su regazo para ver películas, y esa manera suya tan particular de protegerla cuando había tormentas; Carlene odiaba los truenos con cada parte de su alma. Siempre reían juntos, ni siquiera sus padres podían separarlos.

—¡Carly! ¡Ven a ver esto! —gritó con emoción el chico de cabello cobrizo. Apresuró el paso y subió las maderas de colores clavadas en el roble, demorándose un poco debido a su estatura.

—¿Qué sucede, D? —Dio un saltito para llegar hasta el piso de la casa del árbol.

—Son luces. —El tono de asombro era perceptible, algo que podía justificarse, ya que los pequeños animalillos no habitaban en lugares como Nashville. David señaló unas lucecitas que destellaban frente a la ventana coloreada de azul metálico. Carlene se situó a su lado y observó con el ceño ligeramente fruncido.

—No son luces, se llaman luciérnagas —contestó esta sin demora. Dave la buscó, solo para encontrar a una Carlene alargando la mano, estiraba un dedo con la intención de tocar uno de los foquitos que parpadeaban. Pensó que sus ojos miel brillaban con más luminosidad y no se apagaban en ningún momento.

—Como tus ojos —dijo, mirándola sin pestañear. La comisura de la pequeña se estiró, su rostro adquirió una suave tonalidad rosa que intentó ocultar con sus palmas. David sonrió como el chiquillo que era, pasó su brazo por los hombros de su amiga—. Vámonos, luciérnaga.

Uno

Diez años de edad

Estuvo esperando toda la semana a que llegara el veintitrés de febrero y, con él, su cumpleaños número once. Su madre rentó brincolines inflables para su fiesta, los globos en cada rincón decoraban el sitio, y un pastel de chocolate se refugiaba en lo más alto de la repisa para alejarlo de los dedos de las criaturas traviesas. También había una mesa llena de regalos con moños de colores en la entrada, y otra repleta de diferentes tipos de dulces. Todos los asistentes estaban arremolinados en esa zona, parecían hormigas.

Escuchaba las risas de todos sus amigos del colegio, pero la única que quería ahí era Carlene. Quería enseñarle a andar en patineta y empezar el partido de fútbol cuando llegara.

¿Por qué tardaba tanto? Solo tenía que cruzar el césped. Ir por ella a escondidas lo tentaba, pero decidió resistir un poco más.

El timbre resonó, anunciando que alguien más había llegado. Corrió hacia la puerta, desesperado.

—¡Alto ahí, jovencito! —exclamó Rachel, persiguiendo al pequeño tan rápido como pudo. Dave se detuvo antes de que su madre lo castigara por abrir sin su permiso.

Abrió y la señora Sweet apareció en su campo de visión con una gran sonrisa que a veces le parecía escalofriante. Detrás de ella, una linda niña de ojos miel se asomó, no pudo reaccionar.

Su amiga dejó de esconderse, pudo ver el lindo vestido rosa floreado que estaba usando. Llevaba su largo cabello trenzado, adornado con pequeñas florecillas, era como un jardín marrón. Parecía una hadita, era la criatura más hermosa del lugar y sus alrededores.

Carlene dejó que sus comisuras ascendieran hasta crear una sonrisa extensa. ¿Cómo no había visto esa sonrisa antes? Se acercó a su amigo tímidamente y le dio un gran abrazo.

—Finge que no me veo ridícula, mi madre me obligó —pidió. Él sabía que Carly odiaba los vestidos porque no le permitían jugar como quería. No lo entendía, lucía tan bien que se le habían ido las ganas de empezar el partido. Se quedó ahí, pasmado, mirándola.

Carly aprovechó su mudez para tenderle una cajita de terciopelo negro, él la tomó y quitó la tapa. Un pequeño colguije de plata apareció ante sus ojos, era un óvalo, pero parecía otra cosa.

—Tengo uno igual. —Carly le mostró una cadena idéntica que colgaba de su cuello y le dio vuelta, una fotografía de ellos abrazados se encontraba ahí. Sonrió y, con rapidez, colgó el regalo de la misma manera y la miró de nuevo—. ¿Qué?

—Cuando seamos grandes te vas a casar conmigo —declaró.

Carlene frunció el ceño, no estando de acuerdo con él.

—Por supuesto que no —torció, indignada.

—¿Por qué no?

Carly miró el techo, pensativa, buscando un pretexto coherente que justificara su negativa. Enrolló en sus dedos un mechón de su cabello libre y arrugó sus labios. Terminó chasqueando la lengua.

—Porque no sabes encestar de espaldas en la canasta. —Movió la cabeza como si fuera algo obvio.

Dave aguantó la risa, la miró de nuevo, se removió con incomodidad visualizando a todos los niños que iban de un lado a otro. Su fiesta de cumpleaños no estaba resultando como había pensado. Creyó que iba a salir al jardín a jugar con sus amigos y con Carlene, pero no deseaba irse muy lejos. Este chico, Paul Grant, no dejaba de contemplarla como un odioso venado encandilado. Dave quería pedirle que dejara de hacerlo porque lo ponía nervioso.

Carly bajaba el faldón de su vestido con más frecuencia de la necesaria y apretaba la tela con sus puños. Su ceño estaba fruncido y su frente arrugada, tanto que temió que se quedara ceñuda siempre. Se veía adorable, incluso así.

Rio para sus adentros porque sabía que no le agradaba ser inspeccionada, sin embargo, se dio cuenta, sus gestos de enojo se intensificaron, su mirada miel llameó y se volvió anaranjada. Las cejas de D salieron disparadas, nunca se molestaba con él, excepto aquella vez que aplastó a su mascota. No quería pisar ese pollo, en realidad, pero nunca le creyó.

—¡Deja de burlarte de mí! —exclamó y giró la cabeza hacia otra parte, indignada.

—No me estoy burlando, luciérnaga —aseguró, volvió a enfocarlo. Entonces, su cara se relajó un poco y sonrió.

—Detesto esta cosa. —Señaló su atuendo con la nariz arrugada—. No hemos podido hacer nada divertido, creo que deberías ir a jugar tú.

Hizo una mueca que lo hizo reír en voz alta. Jamás la había visto usando un vestido, mucho menos de ese color. Seguramente Ginger, su madre, la había obligado a ponérselo. La señora Sweet se dedicaba, la mayor parte del tiempo, a exigirle cosas a Carlene.

—Te ves bien, parece que a Paul le gusta. —Señaló al chico al otro lado de la habitación, que se sonrojó, sus cachetes parecían dos tomates. Llevó su vista hacia él y se puso pálida, negó fervientemente y se levantó de un saltito.

—Paul se comió un saltamontes una vez. —Se retorció con asco, él volvió a reír.

Era un buen chico, solo que su amiga había quedado traumada desde el día que se metió el insecto en su boca en el patio de recreo, así que evitaba acercarse a él.

Rachel gritó que era tiempo de partir el pastel, todos corrieron hacia la mesa; era de chocolate y tenía muchas chispas de colores. La gente a su alrededor entonó una canción para desearle feliz cumpleaños. Después de dar una pequeña mordida y de que Carly fuera regañada por Ginger al querer llenar su cara de betún, la madre de Dave cortó el postre.

Una vez que tuvieron los platos llenos de tarta de chocolate, los dos corrieron al exterior de su casa, justo debajo de la casa del árbol que hacía años que no usaban. Se sentaron en el suelo y empezaron a comer en silencio.

Algunas cosas habían cambiado últimamente, desde el día que Rachel empezó a molestarlo diciendo que Carlene le gustaba. Le gritó que era mentira, pero sus mejillas se colorearon y se pusieron muy calientes, así que la idea rondaba en su cabeza.

Le encantaba jugar con ella a cualquier cosa que se les ocurriera, y después hacer una batalla para ver quién había conseguido el raspón más grande. Los videojuegos de luchas eran divertidos, porque si perdía no lloriqueaba, y le gustaba comer pizza con jamón como a él. Detestaba que llorara cuando había truenos, era emocionante ver películas de terror porque, en vez de gritar, reían juntos. Y era bonita. ¿Todo eso significaba que le gustaba?

De pronto se dio cuenta de que lo descubrió observándola, alzó una ceja, se quedó quieto. Quizá sí le gustaba porque ninguna otra niña hacía que su corazón latiera tan rápido.

El niño esbozó una sonrisa cuando ella se manchó de betún, se lo quitó con la lengua. Antes de contenerse, se acercó. El pobre estaba temblando, sus manos sudaban, más al ver su linda sonrisita de lado.

—¿Qué haces? —preguntó, ahora extrañada. Nunca habían estado tan cerca, pero extrañamente le gustaba, aunque un torbellino hiciera trizas sus nervios.

—No me vayas a pegar, Carly —susurró, quedito, pues no había necesidad de gritarlo.

Sus narices se tocaron, frunció sus labios sobre los suyos, una parvada de aves asesinas despertó en su estómago provocando un curioso cosquilleo. Carlene abrió los párpados, todo su rostro se iluminó de color rosa.

Se echó hacia atrás, asustado, pero ella no dijo nada, siguió comiendo su pastel como si su mejor amigo no le hubiera robado su primer beso. Fue ahí cuando David se dio cuenta de que le gustaba… y mucho.

Doce años de edad

—¡Eres fea y te vistes como un niño! —gritó una chica a todo volumen. Las demás se le quedaron mirando. Carlene se levantó, irritada, no entendía por qué las chicas de su escuela siempre eran tan odiosas. ¿Por qué no podían ser como David?

Cuando propuso jugar con un balón le pusieron mala cara. No había hecho nada y ahora la mayoría la observaba como si fuera un fenómeno.

—Te voy a jalar el cabello si sigues diciéndome cosas —amenazó, no sabiendo cómo actuar para que esa tonta cerrara la boca y dejara de molestarla. La chiquilla miró a sus amigas.

—¡Lo ves! Eres un niño —chilló.

—No es cierto —murmuró, sintiendo cómo los ojos se le comenzaban a humedecer. No quería llorar y que se burlaran más, pero no sabía si iba a poder controlar el llanto.

—Sí, juegas con los chicos, tus zapatos siempre están manchados de lodo, además, eres fea y pareces una escoba.

—No se llama Carly, se llama Carl —dijo otra, lo que provocó que todas ellas rieran a carcajadas. Solo pudo quedarse quieta y apretar sus puños, quería pegarles, pero su madre le había dicho que las señoritas debían comportarse y no quería desobedecerla.

Últimamente Ginger se ponía mal por cualquier cosa. Su padre, Steven, le suplicó que tuviera paciencia, dijo que la señora Sweet era especial y debía comprenderla. Le contó que necesitaba apoyo porque estaba enferma, muy enferma. No obstante, no entendía qué pasaba si veía a su madre como siempre. Le había preguntado, pero el señor Sweet le contestó que era muy pequeña para entenderlo.

—Carl es un niño, Carl es un niño —cantaban. Carlene sintió las lágrimas a punto de salir, así que salió corriendo de ahí. Nunca más volvería a aquel parque, nunca más les hablaría a esas niñas. Llegó al jardín de su casa y recostó la espalda en el roble sin dejar de llorar.

No quería llamar la atención, deseaba estar sola, pero Dave, que estaba en la cochera contigua, se percató de su estado y no tardó en llegar a su lado. Acomodó la cachucha que llevaba para poder verle la cara y se le contrajo el pecho cuando la observó desolada.

—¿Qué sucede, luciérnaga? —El agua salada salía a borbotones, los sollozos expulsados por su boca eran incontrolables y su pecho subía y bajaba.

—Soy horrible, D. —Sorbió por la nariz.

El muchacho entrecerró los ojos con rabia.

—¿Quién te dijo eso, Carlene?

—Las chicas del colegio. —Se aventuró a limpiar sus frías lágrimas; no le gustaba verla de esa manera.

—No llores, Carly, sabes que es mentira —Ella lloró más fuerte—. ¿Qué quieres que haga?

Al no obtener respuesta, se le ocurrió una gran idea: hizo una de sus estúpidas imitaciones. Hacía años que no lo intentaba, pero sabía que ella reiría, y fue lo que pasó. Carlene lanzó una carcajada cuando escuchó la boba imitación de mono que más bien parecía elefante. Acomodó con sus dedos el fleco fuera de su lugar.

—No importa lo que ellas digan, luciérnaga, tú eres hermosa —dijo el muchacho cuando su amiga se calmó. Carly sonrió y rodeó su cuerpo en un abrazo que no supo corresponder al principio, pero reaccionó y le regresó el gesto amistoso. Su corazón latía de prisa siempre que la tenía alrededor, también cuando la veía reír o cuando escuchaba su nombre. Su corazón se aceleraba siempre que la veía llegar a cualquier parte.

—Te quiero mucho, D. —Le fascinaba que lo dijera. No pudo contener la sonrisa.

—También te quiero, luciérnaga.

Trece años de edad

Se levantó de su regazo y se talló los párpados, bostezó llena de cansancio. Después de apagar el televisor, que mostraba una fea película de zombis, el señor Steven se plantó en el umbral de la sala con una sonrisita de medio lado.

—Lamento interrumpir su último día de vacaciones, pero mañana hay escuela, es hora de ir a dormir —dijo. Los dos lanzaron un quejido inconforme, eran casi las diez de la noche y, francamente, no quería irse, pero se puso de pie de igual manera.

El padre de Carlene se retiró, no sin antes darle las buenas noches. Dave se la quedó mirando y esta le guiñó. Esa había sido su señal para decirle que las cosas iban bien desde que tenían diez.

Lo acompañó a la puerta bajo la atenta mirada de su madre, que estaba quieta en la base de las escaleras, observando el cuerpo tenso de su hija. Apretó el hombro de Carly para que recordara que estaba cerca, la señora Ginger le dio una sonrisa forzada antes de ascender.

—Estaré arriba en cinco minutos —susurró él.

—Espero que puedas subir, te estás poniendo viejo —murmuró antes de soltar una risita entre dientes, y le dio un golpecito al estómago para enfatizar el punto. ¡Le había dicho gordo! ¡Increíble!

—Espero que puedas dormir al lado de un viejo que no puede controlar sus gases —Su rostro se arrugó haciendo una mueca de asco, él se carcajeó y se dio la vuelta. Escuchó cómo la puerta se cerró, trotó para llegar a su destino.

Le dijo a su madre que iría a casa de Carlene, ella nunca ponía objeciones, tampoco su padre. No obstante, Ginger y Steven eran otro cuento. Cuando eran pequeños no había problema con dormir juntos, pero eso cambió después de que Dave cumpliera los trece. Les explicaron que ya estaban grandes como para actuar como dos chiquillos. Los padres de Carlene no tenían idea de que casi todas las noches se colaba por la ventana.

Puso el pie en uno de los bloques de la pared y dio un brinquito para impulsarse. Siguió así hasta que llegó al borde de su ventana, afortunadamente no era muy alto. Carly le ayudó a subir y, una vez en su habitación, dio un respiro profundo.

La observó subirse a su cama y acomodarse, miró su celular y luego lo dejó en la mesita de noche. Le agradaba su alcoba, las paredes eran de color celeste, en una de ellas había muchas fotografías de ellos pegadas a un corcho. El osito de peluche que le regaló en su décimo cumpleaños estaba colocado en un sofá blanco. En la parte visible de su peinador no había más que una botellita de perfume, un recipiente con agua de baño y un cepillo. Había un desastre en el suelo, zapatos y ropa por doquier.

Contó hasta diez y se tendió a su lado, se debatió mentalmente entre abrazarla y quedarse quieto, pero terminó rodeando su cinturilla. Apoyó la barbilla en su hombro y fingió que su olor a vainilla no lo mareaba.

Su madre le había aconsejado que le hablara sobre sus sentimientos, pero no sabía ni siquiera por dónde empezar. ¿Qué diría Carly? ¿Lo odiaría? ¡Era un perdedor! Le cortaría el cuello si ella se enterara de que su amigo de la infancia había estado enamorado toda la vida. Tal vez debía decirle y ya, quizá justo ahora era el momento, ya que la tenía en sus brazos y, si decidía escapar, podría abrazarla más fuerte.

—Mamá me compró una falda para mi primer día de clases, empezó a parlotear de cuando era animadora y de que tenía que verme bien para honrarla. Le dije que no la usaría, que me pondría la vieja camiseta de Slipknot, no tienes idea de todo lo que se puso a gritar —murmuró. Notó cierta melancolía en su voz.

Había veces que Ginger lograba sacarlo de sus casillas, sobre todo cuando era testigo de las lágrimas de la castaña. En más de una ocasión había querido decirle lo que pensaba de ella por comportarse de esa manera con su hija, pero luego recordaba que sus padres eran amigos y no debía traerle más problemas a Carly, ya tenía suficiente con tener que soportarla diariamente.

Se dio la vuelta y dejó que la viera con sus ojos hechos agua. Entonces supo que no era el mejor día para decirle que últimamente solo pensaba en besarla.

No entendía qué era lo que buscaba su madre de ella.

—Creo que te verás caliente en esa camiseta, no todos los días se ve a una chica usando una prenda con una calavera sangrante —Amaba cómo se veía con esa cosa.

Su cara cambió y una gran sonrisa se extendió en su rostro, sus ojos miel brillaron tanto que lo encandilaron por un minuto. Tragó saliva, nervioso, y se dijo que no iba a sudar.

—Mamá dice que debo ponerme la horrible falda que me compró en esta nueva escuela, que nadie se me va a acercar si me ven vestida con mi ropa —bufó entre dientes.

—Yo me acercaría —aseguró. Carlene sonrió de lado.

—Tú no cuentas, D, me refiero a otros chicos —susurró haciendo que la mirara con los párpados adheridos a la frente. ¿Pero qué…?

—¿Otros chicos? No entiendo —preguntó, confundido y un tanto exaltado.

—Tampoco yo, pero mamá asegura que los chicos empezarán a pedirles a las chicas a salir y yo me quedaré en casa pintando cuadros —rio y giró los ojos como si eso fuera lo más absurdo del mundo. Quería creer que lo era, pero no había pensado en eso y comenzó a sentirse extraño.

—¿Y saldrías con ellos? —cuestionó.

—No, me gusta más estar contigo que con cualquier otra persona.

Eso bastó para tranquilizarlo una pizca, no lo suficiente, sin embargo. Depositó un beso en su frente, refugió su nariz en su cuello, respiró profundo al sentir su respiración y su corazón acelerarse. Pensó en su prima Veronilla sacándose los mocos, o si no ciertas zonas delatarían lo que ahora le producía su cercanía.

—Me gusta una chica —dijo atropelladamente, sintiendo los nervios en su garganta. Carlene se echó hacia atrás para observarlo—, pero tengo miedo de que yo no le guste a ella. ¿Qué crees que debería hacer?

Sus ojos miel lo observaron de forma penetrante y él se dejó llevar por la sensación de sentirse perdido en el tiempo. Quería gritarle «me encantas tú», pero no podía hacerlo.

—Creo que deberías decirle, tú eres genial, Dave. Si no le gustas es porque es una estúpida y no debería gustarte alguien estúpido.

Quería seguir mirándola, pero Carlene tragó saliva y regresó a la posición inicial, dándole la espalda. Su respiración se hizo cada vez más lenta, se hizo un poco hacia atrás para mirarla perdida en sus sueños, sonrió con tristeza. La zona de amigos era muy jodida.

—No quiero perderte, luciérnaga —dijo quedito.

—¡Hey, Dave! —exclamó un chico con el cabello oscuro y los ojos más azules que había visto en su vida.

Desde que pusieron un pie en Niston, la que era su nueva escuela, David se le pegó como una lapa malhumorada. La llevaba a su costado con la mandíbula tensa y sin mirar a los que lo saludaban. Pensó que esta vez D iba a detenerse, pero solo elevó la barbilla como saludo y la tomó del antebrazo para guiarla a otro lado.

Las instalaciones eran enormes, no sabía cómo haría para no perderse entre todo el alumnado.

—¿Quién era él? —preguntó.

—Ian, un compañero del equipo de lacrosse —respondió, seco.

Decidió no prestarle más atención a su actitud y se dedicó a observar. Recién es que se dio cuenta de que se dirigían a la coordinación. Se detuvieron al final de una extensa fila.

—¿Estás molesto por algo? —cuestionó. Él levantó la mirada y la clavó en la suya. Dio un paso al frente, haciendo que quedaran muy juntos.

Siempre era así, siempre estaban muy cerca, pero eso no quería decir que había aprendido a mirarlo como algo normal.

Automáticamente su corazón comenzó a acelerarse, sus ojos eran tan verdes que por un momento creyó que estaba en el bosque, bajo las copas de los árboles, como los del campamento al que iban todos los veranos. Luego recordó que era su mejor amigo y no debía sentirse de esa manera.

—Solo quiero cuidarte, Carlene, todos esos chicos van a buscar una sola cosa y no voy a permitir que te lastimen, ¿me entiendes? —Todo el aire se atoró en sus pulmones cuando Dave levantó su mano y acarició su mejilla con los dedos.

—¿A quién tenemos aquí? ¿Ella es la famosa Carlene? —Una voz desconocida la sacó de su momento, también logrando que David diera un paso atrás.

Buscó la fuente de la interrupción, un joven moreno, un tanto obeso, portaba una sonrisa amigable. Su mejor amigo relajó los hombros y le regresó la sonrisa.

—Ella es, Roger —musitó. El mencionado la recorrió de arriba abajo con la vista y sonrió aún más.

—Ahora puedo entender la fascinación —respondió con aprobación. Ella miró a David pidiendo una explicación a ese comentario, sin embargo, él solo se encogió de hombros—. Soy Roger, preciosa, el mejor amigo de tu amigo.

Iba a responder que era un gusto, pero alguien interrumpió, más bien dos chicos tan rubios que el color amarillo se quedaba corto. Lo que hizo que abriera los ojos fue que eran idénticos, como dos gotas de agua, hasta usaban la misma clase de gafas.

—¿Son gemelos? —Roger y David soltaron una risita secreta. Los chicos despegaron la vista de sus aparatos electrónicos al mismo tiempo, sincronizados. Dos pares de pupilas celestes, detrás de grueso vidrio, la observaron.

—Técnicamente, pero no estamos tan seguros, Michael tiene un nevo en forma de esfenoides en la zona poplítea de la extremidad derecha —dijo uno de ellos.

—Martín tiene razón, eso quiere decir que, probablemente, no nos desarrollamos en el mismo saco vitalíneo —complementó el que, supuso, se llamaba Michael.

—O tenemos una teoría, creemos que los espermas de nuestro padre colonizaron al óvulo de nuestra madre —dijo Martín.

—Y por alguna razón decidieron que podríamos desarrollarnos en diferentes sacos. Eso explicaría por qué somos tan parecidos y por qué tengo un nevo en forma de esfenoides —concluyó Michael, orgulloso del discurso.

Se quedó en blanco porque… ¡Mierda del cielo! No había entendido nada más que la palabra «técnicamente».

—Ehh… Claro, diferentes sacos, mismo óvulo —susurró, a lo que ellos sonrieron.

—¿Ya la asustaron con el discurso de la reproducción de sus padres, diminutos geeks? —preguntó alguien. El chico pelinegro de pasillo llegó, rodeó los hombros de los gemelos y clavó su vista aguamarina en ella—. ¿Dónde están tus pechos, pequeña? —preguntó él con descaro. ¡Hijo de puta!

—Escondidos, probablemente en donde está tu cerebro —dijo. Todos lanzaron una risotada que los hizo echar el cuello hacia atrás.

—Definitivamente entiendo la fascinación —murmuró Roger entre risas hacia nadie en particular.

Después de recibir un montón de bienvenidas y más cosas aburridas, dejaron salir al receso al grupo de primer año. Siguiendo a los demás, se introdujo a la cafetería, donde se tropezó con un chico. Se le hizo conocido, en alguna parte lo había visto, pero no pudo recordar.

—¿Te conozco? —preguntó. El muchacho sonrió, quizá él también la recordaba.

—Soy Paul, Paul Grant, estuvimos juntos en preescolar.

La boca de Carly se abrió con asombro, ¡no podía ser posible que el chiquillo que le daba miedo por tragarse el maldito saltamontes se hubiera convertido en un chico lindo!

Iba a sonreír, pero David llegó en ese momento y se la llevó a una mesa sin darle la oportunidad de responder.

Más tarde, a la hora de la salida, se detuvo en el pasillo y contempló a un furioso Dave discutiendo con Paul. Nunca más se le volvió a acercar el comesaltamontes.

Dos

Quince años de edad

Carlene aún no entendía por qué David no había llegado. A pesar de sus quince años, corría todos los viernes hacia su casa y juntos hacían cualquier cosa. Habían planeado por semanas que armarían una casa de campaña y acamparían toda la noche, ya que sus padres habían suspendido el campamento de esas vacaciones. Él todavía no llegaba, no contestaba su móvil y el foco de su habitación no estaba encendido, algo que era habitual en un día normal.

Después de esperar dos horas, se resignó, decidió sentarse en el banco junto a su ventana. Quizá estaba haciendo algún trabajo en equipo o estaba entrenando con el equipo de lacrosse.

Había un lienzo impecable en el caballete blanco, su mente viajó a un posible escenario para colorear esa blancura. Ella pintaba para relajarse, era una especie de terapia. Jamás pensó que los mitos de la escuela secundaria fueran reales, hasta que recibió un montón de bromas pesadas y burlas por parte de sus compañeros. También estaba esa época negra en su vida que se esforzaba para olvidar, pintar la ayudaba a estar en paz.

Su único amigo era Dave —quizá Roger y los gemelos, pues Ian era un imbécil—, algo que era extraño, ya que era la reencarnación del típico chico popular, jugador estrella y todas las chicas lo deseaban. Odiaba caminar por los pasillos siendo testigo de cómo lo miraban.

Detuvo los movimientos de su pincel cuando se percató de dos siluetas en la casa contigua. Su mejor amigo estaba con una chica. Acercó su rostro al vidrio y entrecerró los ojos. Podría reconocer ese perfecto cabello negro donde fuera. Amanda West. ¿Qué hacía la abeja reina con D?

Sin despegar ni un poco los ojos, escuchó a su madre:

—¿Qué haces ahí, hija? —Detestaba que le dijera «hija», se asqueaba de cualquier cosa que viniera de parte de ella. Ginger era un monstruo y Carlene le había tenido miedo por mucho tiempo. Se lo seguía teniendo, pero ahora sabía enfrentarla.

Se limitó a negar. No podía hablar por temor a que su voz se quebrara, tampoco podía creer que esos dos estuvieran tan cerca. Dave tomó entre las suyas las manos de Amanda y bajó sus labios a los de ella. Su corazón pendía de un hilo.

Cepilló su rostro y miró de nuevo. Tenía que ser alguna clase de alucinación, pero ahí seguían aquellos personajes. No pudo ignorar más la fuerte presión en su pecho y dejó escapar un sollozo. ¿Por qué estaba deshecha de todos modos? Dio pasos atrás, alejándose lo más posible de aquella pesadilla, de aquel universo subalterno.

—Si fueras un poco más femenina, no hubiera pasado esto —Carlene arrugó la cara, no tenía tiempo para los discursos egoístas de su madre. La miró con desprecio, esta levantó las manos en señal de derrota y se marchó. Escuchó el timbre de su teléfono, caminó con calma hasta él y tomó una respiración profunda al reconocer el número en el identificador.

—¿Diga? —dijo al contestar.

—¡Carly! —exclamó esa voz conocida que siempre la hacía sonreír. No contestó porque no quería que se le rompiera la voz—. Luciérnaga, ¿estás ahí?

—Ajá. —¿Por qué no podía solo ignorar todo? Sintió cómo el ceño de Dave se frunció, pudo imaginar sus facciones confundidas.

—¿Estás bien? —Casi pudo escuchar la sonrisa, mientras ella sentía que su mundo se desmoronaba. Sonaba esperanzado, ¡Dios!, no quería escucharlo parlotear sobre esa chica.

—Sí, lo estoy.

—Adivina las nuevas noticias. —Carlene cerró los ojos, esperando el crudo golpe.

—Sabes que no soy buena con las adivinanzas, D.

—¿Recuerdas a Amanda? —Afirmó con un sonido nasal. Era imposible no recordar a la demente que la torturaba cada día—. Estás hablando con su nuevo novio, ¿no es genial?

Quería decir no.

Apretó el aparato con fuerza, al igual que su mandíbula. ¿Por qué de todas tuvo que haber elegido a la mayor perra del mundo? Amanda y su clan de obreras se burlaban de ella por cualquier cosa, le hacían zancadillas, jalaban su cabello, la llamaban por sobrenombres horribles. Todos en la escuela hacían lo que Amanda decía, por lo tanto, era repudiada por la mayoría. Le estaba quitando ahora a su mejor amigo.

—¿Carly? —La voz divertida de Dave la hizo reaccionar.

—¡Sí! Eso es… estupendo. ¡Felicidades! —Forzó a que las palabras salieran, pero lo que en realidad quería hacer era vomitar.

—Ya sé que es algo repentino, no te molesta, ¿cierto? —Agachó la cabeza como si de un crimen se tratara. Se miró la ropa y la anatomía gracias al único espejo de su habitación. Amanda era preciosa, ella era… ella. Una chica de cabello simple castaño, demasiado flacucha y plana, siempre vestida con playeras muy grandes para su talla y jeans holgados. No podía competir contra la porrista con cuerpo de modelo.

—No, para nada, Dave, soy tu amiga y te apoyo. —Él guardó silencio, ella habría preferido que no abriera la boca.

—Eres grandiosa, gracias por entender. No podría tener mejor hermano.

La había llamado hermano, no hermana. Sintió su labio inferior temblar y cómo la nariz comenzó a picarle.

—Sí… —Aclaró su garganta—. Tengo que colgar, Dave, mamá me está llamando.

—Nos vemos. —Colgó, miró el teléfono con incredulidad. Dave no había recordado los planes que tenían.

El muchacho se preguntó si estaba haciendo lo correcto, no estaba cómodo con los sucesos, pero no tenía muchas opciones, pues la condición de Amanda para que dejara de joder a Carlene era que fuera su novio. Sabía que esto los alejaría, sabía que estaba actuando como un cretino al salir con la chica que molestaba a la persona de la que estaba enamorado.

Por un momento soñó que Carlene le pedía que la dejara, por Dios que si lo hubiera hecho, él habría dejado esa relación estúpida y sin sentido. La joven era hermosa, pero él no se sentía atraído.

Rascó su cuero cabelludo y se detuvo frente a su ventana, la vista fija en la de su habitación. Suspiró profundo cuando vio la silueta de Carlene sentada en su banquito.

Tomó su teléfono de nuevo y le marcó a Roger, su mejor amigo. Lo había conocido gracias al equipo de lacrosse, era el único que sabía todo lo que sentía hacia su mejor amiga. El mencionado contestó con su típico saludo distraído.

—Estoy saliendo con Amanda —dijo Dave apenas pudo. Escuchó un silbido del otro lado.

—Pero está loca, pensé que estabas enamorado de Carlene.

—Lo estoy —dijo en un gruñido, enojado de que dudaran de sus sentimientos, y su pecho se desinfló—, pero ella de mí no. Quiero mirarla y no pensar en besarla todo el tiempo, no quiero arruinar lo que tenemos.

—¿Por qué no se lo dices y ya? —Ese era el problema, no tenía el valor para hacerlo. Cada vez que lo intentaba, algo sucedía en su interior y nada salía.

—Porque ya no sé a qué le tengo miedo, si a perderla o a que me rechace.

Estaba sentada con los chicos como la mayoría de los recesos. Roger platicaba sobre un tonto concierto en el nuevo bar de Nashville. Los gemelos Michael y Martín tenían los lentes adheridos a su nuevo ordenador o como les gustaba llamarlo: «juguete». Ian insistía en que era una obligación ir a la inauguración porque toda la gente genial iba a asistir. Dave, quién no se podía sentar a su lado por órdenes de su novia, la miraba con una comisura izada.

—Iremos to-dos —dijo con severidad, directamente a Carly; ya sabía que era probable que fuera a inventar alguna excusa para no ir. Esta rodó los ojos y asintió sin más remedio.

Las cosas estaban demasiado tensas entre ambos, Carlene a veces no sabía si ese era su mejor amigo. Olvidaba sus citas, sus viernes ya no eran suyos, hacía mucho tiempo que no veían una película sin que su novia estuviera mandándole mensajes cada cinco minutos.

—¿Cómo te vas a deshacer de tu correa? —preguntó Ian. David se encogió de hombros, evitando el tema. No le gustaba hablar de Amanda, quien comenzaba a molestarlo sobremanera. No era divertida, no era carismática, no era Carlene. Estaba harto de que lo acosara todo el tiempo, de que le exigiera que se alejara de Carly, ¡estaba lunática!

Siguieron hablando de tonterías. Carlene se sentía cómoda con ellos, excepto con Ian, que a veces era una espina en el trasero, pero todo había mejorado desde que era novio de Lissa, su amiga, a quien había conocido en una fiesta. Congeniaron inmediatamente cuando ambas negaron indignadas a causa de una chica que estaba tirada en el suelo por causa del alcohol.

—¡¡David!! ¡¿Qué haces ahí?! —chilló alguien a sus espaldas. Carlene clavó las uñas en sus palmas al escuchar su estúpida voz chirriante—. Aléjate de la marimacho.

Sintió el coraje creando una bola en su garganta, más cuando Amanda se movió para mirarla y lanzarle una mirada engreída. Le dio una ojeada a su mejor amigo, esperando que dijera algo, pero él solo le frunció el ceño a su novia. Más dolida que ofendida, se dijo que ya era suficiente. Desde que ellos iniciaron su relación, las groserías aumentaron. Sí, ya no la empujaba en los pasillos ni metía insectos en su bolso, pero le decía cosas hirientes e inventaba chismes sobre ella.

Se levantó de golpe, causando que todos en la cafetería miraran la escena, y se detuvo frente a su rival. No dejaría que nadie nunca más la pisoteara. Ni su madre, ni sus compañeros ni David.

—Repite lo que dijiste —dijo, altiva. La chica pelinegra soltó una risita, al igual que su grupo de amigas que analizaban su vestimenta.

—Marimacho —soltó. Carlene sonrió de lado, casi agradeciéndole al cielo que ella lo hubiera dicho porque sería la última gota que permitiría cayera en su vaso. Nadie se esperaba lo que ocurriría a continuación.

—Ya me cansaste, jodida perra —gruñó entre dientes. Cerró su mano y llevó su puño directo al pómulo de Amanda, haciendo que esta aullara de dolor y se tambaleara hacia atrás. Ni siquiera le afectó cuando Dave fue directo al lado de su novia. Él ya había hecho su elección antes, desde que había estado siguiéndola como perro en celo y dejándola aparte.

Divisó a Lissa, que se acercaba sonriendo, levantando los pulgares.

—Es una loca. ¡Estoy sangrando! —exclamó la otra, palpando su rostro con angustia. Sentía la mirada molesta de David, pero ya no le importaba, así que lo ignoró y salió con su amiga de aquel circo, antes de que algún directivo la castigara.

Aún no podía creerlo, estaba usando shorts en un bar. No es que no hubiera usado antes, el uniforme de deportes era un short, pero nunca salía a lugares públicos con menos tela de la necesaria. Lissa había hecho un increíble trabajo para convencerla de ir después de lo que había ocurrido en la cafetería. No había vuelto a hablar con Dave desde el incidente, pero no se arrepentía.

—Míralo por el lado bueno: D te va a perdonar y esa bruja recibió lo que merecía —Le dio un trago a su refresco, le dolían los nudillos.

Por extraño que sonara, Lissa era todo lo contrario a Carlene y, sin embargo, ambas se adoraban y se complementaban. No podía entender cómo una persona tan buena estaba enamorada de un patán. La rubia movía la cabeza al ritmo de la música estridente, mientras la banda se preparaba para el espectáculo.

Se dio cuenta de que los chicos entraron al local y se dirigían hacia ellas. Dave no venía solo. Maldijo mil veces.

—¿Cómo está mi luchadora? —Roger le dio una palmada en el hombro de forma amistosa. Intentó poner buena cara a los que se sentaban a su alrededor. El moretón y la mirada venenosa de Amanda se mofaron de ella. La ignoró y soltó el aire cuando las luces se apagaron y la banda comenzó a tocar.

Eran buenos, su pie comenzó a moverse al ritmo de la canción. Se fijó en el rostro aburrido de la abeja, y casi soltó carcajadas al sentirse parte de un video romántico de Taylor Swift. Paseó su mirada por los integrantes del grupo. ¿Era su imaginación o un rubio caliente la miraba fijamente? Era su imaginación, seguro.

Siguió moviendo el cuerpo al ritmo de los golpes de la batería. Se levantó y caminó hasta la barra con el propósito de conseguir una nueva bebida. No le dieron muchas ganas de regresar a su mesa. Dave y Amanda estaban devorándose, así que prefirió sentarse en donde estaba mientras sonaban las últimas notas del concierto. ¿Por qué se sentía tan miserable?

La boca demandante de Amanda no lo dejaba respirar, él solo correspondía el intercambio de saliva porque no quería avergonzarla en público. No entendía por qué no perdía el sentido con sus besos. ¿Por qué estaba pensando en eso? Rompió el contacto y la buscó inconscientemente. Frunció al no encontrarla. ¿Dónde estaba, Carlene?

Buscó por todas partes hasta que la vislumbró sentada en un taburete de la barra. Moría por hablar con ella, pero se sentía mal por no haberla defendido a tiempo. Necesitaba mirar sus ojos brillantes que no eran miel, eran más bien un tono mostaza. No estaba enojado, solo le impactó el acontecimiento y tuvo miedo de que castigaran a Carly. Todos sabían que Amanda se lo merecía, él mismo quería golpearla en ocasiones.

Decidido a escuchar su voz melodiosa, se dirigió a su dirección pese a las quejas de su novia. ¡Cristo! A veces era muy molesta.

Se detuvo.

Carlene estaba con un rubio, ambos estaban sonriendo, entrecerró los ojos. Ese chico se le acercaba demasiado, la miraba de una manera que lo hacía rugir y querer golpear la pared. Entrelazó sus dedos con los de ella y depositó un beso en el dorso de su mano. No pudo resistirlo más. ¿Por qué se atrevía a tocarla? Dando zancadas, se acercó.

—¿Quieres bailar, Carly? —Alcanzó a escuchar. ¿Por qué sabía su nombre? Era más de lo que podía tolerar. Se sintió cegado por la rabia cuando la vio sonrojarse. ¡Ese bastardo!

—Lo siento, pero está conmigo —dijo al llegar a su lado. Dave le rodeó la cintura y clavó su fría mirada en el rubio. Carlene lo miró con el ceño fruncido y se aclaró la garganta. No le gustó su actitud disconforme.

—No es cierto, estás con Amanda —Sintió cómo se deshacía de su brazo, algo que mandó disparos a su corazón, tragó saliva para soportarlo. Carly le sonrió al chico de oreja a oreja—. Así que estoy sola.

—¡Perfecto! —Extendió su mano hacia ella. La tomó y se fueron juntos hacia la pista de baile, donde los cuerpos se movían. Dave se quedó en la misma posición, siendo testigo de su mayor pesadilla.

Lo que primero fue rabia ahora era pánico al verla reír con aquel, al ver cómo él pegaba su cuerpo al suyo sin timidez. Mierda, a David todavía le daba pena tomar su mano y el jodido rubito se le adhería de forma indecente.

Ella no hacía estas cosas, siempre ignoraba a todos. ¿Por qué era diferente con ese? A caso… ¿le gustaba? No. Imposible. Quería arrancarle los ojos y los brazos, pero sintió la mano de Amanda y prefirió irse de ahí, convencido de que Carlene no iría muy lejos con ese tipo. Qué equivocado estaba.

Tres meses después

Era jueves de películas, siempre se juntaban los segundos jueves del mes. Compró toneladas de palomitas de maíz con mantequilla solo porque eran las favoritas de Carly, también compró un paquete de sodas de uva. Fue a rentar un montón de películas sangrientas de terror porque ellos amaban burlarse de los efectos especiales.

Con todas las cosas en brazos, tocó el timbre de su casa dos veces. Tenía un juego de llaves, pero no le gustaba usarlas, optaba por ver la sonrisa de su amiga cuando abriera la puerta para recibirlo. Su castaña preferida abrió, pero no se alegró como otras veces.

—¡Oh! ¡Hola, Dave! ¿Qué sucede? —Ladeó la cabeza para estudiarla, ¿estaba jugando? Ella lucía nerviosa, mordió su labio y tronó sus nudillos, eso siempre la delataba.

—Es jueves —dijo, pensando que ella entendería, pero no lo hizo.

—¿Y? —¿Por qué no lo dejaba pasar?

—El segundo jueves del mes. —Carly elevó sus cejas y golpeó su frente. ¡Lo había olvidado! Ella nunca olvidaba este tipo de cosas, era su costumbre desde la niñez.

—Lo siento, lo siento, lo siento. Lo olvidé por completo. ¿Podemos posponerlo? —¿Hablaba en serio? Era como decir que celebrarían Navidad el día de San Valentín.

—Podemos hacerlo ahora, traje todo —dijo y sonrió con suficiencia. La verdad era que deseaba estar con ella, ansiaba que se sentara en su regazo para poder oler su perfume a vainilla. Un momento sin que el idiota de Richard la acaparara. Lo detestaba.

Carly no pudo responder porque unas pálidas manos la rodearon desde atrás y sus jodidos ojos azules se clavaron en los verdes de Dave.

—Está conmigo, campeón —emitió Richard con ese tono de superioridad que lo caracterizaba. Carlene no se dio cuenta de la advertencia que le mandó a su mejor amigo con ese simple juego de palabras. No solo lo había olvidado, lo olvidó por él.

El mismo que le había exigido un revolcón para comprobar su amor, el mismo que no pudo llevarla a una cama y le había quitado su virginidad en un maldito auto, el mismo que ni siquiera se había molestado en ponerse un puto condón. Dave quería arrancarle la jodida cabeza.

Se olvidó de su cita por estar con Richard. ¿Era una cita? Para él lo era. Desde que estaba con el rubito ya no se veían los viernes, este era el único día que tenía disponible. Carlene se percató de su cólera contenida.

—Hagámoslo en la noche, D. —Ya no tenía ganas, solo quería maldecir y echarse a dormir por el resto del día—. No te enojes, recuerda por qué los viernes se cancelaron primero.

¿Estaba insinuando que los jueves también se cancelaban?

—Sí, como sea. —Se encogió de hombros y regresó a su casa con la cabeza y el corazón hecho trizas.

Su luciérnaga nunca había preferido estar con alguien que no fuera él.

Seis meses después

Él ya no sabía qué hacer para tenerla todo el tiempo a su lado. No importaban sus esfuerzos, el jodido Richard siempre llegaba y se la llevaba como si fuera de él, lo miraba amenazante, declarándola suya.

Estaba sentada frente a él con su novio a un lado. Dave tenía las manos en sus muslos hechas puños, sentía cómo le palpitaban las venas.

Era soltero, al fin. Amanda hizo uno de sus famosos berrinches porque había pronunciado el nombre de Carly mientras tenían sexo, tuvo que confesarle lo mucho que amaba a Carlene. Se ganó un duro bofetón en la mejilla y un trillón de insultos. Se lo merecía, no se quejaba.

—¿Un besito? —La castaña soltó una risita y negó con la cabeza—. ¿Chiquito? Tengo que irme, Carlybu. ¿Crees que Dave pueda llevarte en esa anciana camioneta? —Estúpido, siempre hacía lo mismo, como si pregonar que tenía dinero lo hiciera mejor. Ella afirmó.

El rubio se despidió con un largo beso, lo hacía a propósito para provocarlo. A penas se fue, Carlene se levantó y fue directo a él. Se sentó como siempre hacía y comenzó a comer sus papas fritas, mientras le contaba algo sobre unas clases de defensa personal que iba a tomar gracias a Steven, su padre.

David intentaba no hacerlo, pero no podía pensar en otra cosa. Carly estaba usando los shorts amarillos del uniforme de deportes. Su cuerpo bien formado se veía fantástico. ¡Jesús! ¡Cuánto la deseaba!

Se acercó todo lo que pudo y clavó la mirada en sus labios cuando ella no veía.

Tres

Dieciséis años de edad

Su carita estaba pálida, sus ojos eran agua triste.

Estaba junto a Richard, pero en cuanto vio a Dave llegar a aquel lúgubre sitio, corrió hasta él y se aferró a su cuello. David la rodeó, la abrazó con tanta fuerza que pensó que era extraño que no se rompiera, no podía evitarlo, solo quería sostenerla y arrullarla hasta que se calmara, quería borrar los centímetros afligidos de su rostro. Carlene sollozaba, inconsolable.

—Se fue, D. —Aspiró y se enroscó aún más a su alrededor—. Tita se ha ido.

Él cerró los párpados, sintiendo el dolor como suyo. Recordó a la anciana sonriente, que había sido una de las personas más amorosas y cariñosas que alguna vez conoció. La mujer siempre los había recibido con una sonrisa que se extendía por todo el ancho de su rostro y, después de darles dos besos tronados en las mejillas, les cocinaba galletas con chispas de chocolate. En ocasiones la habían ayudado a plantar flores en su jardín y como premio los dejaba comer golosinas hasta tarde —a escondidas de sus padres—. Cuando había llovizna, salía con ambos a jugar debajo de la lluvia, cantando una canción infantil sobre gotas con sabor caramelo, y juntos abrían las bocas para dejar entrar el agua proveniente de las nubes. Tita también había sido como una abuela para él.

Acarició su suave cabello y la estrujó.

—Tranquila, cariño. —Repartió besos en su sien mientras sentía las gotas caer sobre su pecho, mojando su camisa nueva. No le importó, no le importaba siquiera si una bomba le explotaba en la pierna siempre que ella estuviera a su lado para vendarlo—. Tranquila.

—La voy a extrañar.

—Es un ángel, cielo, los ángeles siempre regresan a su lugar junto a Dios.

—No me dejes sola, Dave, te necesito.

El pecho se le infló cual globo, ella no solía soltar ese tipo de comentarios, lo cual significaba que de verdad lo necesitaba, de verdad lo quería ahí.

Después de enterarse de la noticia no había estado seguro de ir, todavía le afectaba ver a Carly con Richard. Ni en sueños imaginó que esta, al verlo, correría como si fuera un oasis en su desierto y se colgaría de su cuerpo sin dejar espacios entre ambos. No la dejaría, nunca lo haría.

La abuela Sweet murió de un infarto, había sufrido muchos con anterioridad, pero nunca uno tan grave.

La aferró más y percibió su aroma. A pesar del tiempo, aún no entendía qué era lo que se rociaba en el cabello, siempre olía tan agradable; olía a su perdición.

Alguien se aclaró la garganta: Richard.

¡Joder, no! No estaba listo para soltarla.

—Ahora no, Rich, necesito a Dave. Él creció conmigo, me entiende en esto.

Abrió los ojos con impacto, era la primera vez que su luciérnaga hacía algo como aquello. Nunca corría a su novio rockero, siempre era Dave el que tenía que marcharse cuando Carly le lanzaba miradas exasperadas. Esos dos hombres hormonados no podían estar en una habitación juntos sin insultarse, uno alegaba que su derecho de antigüedad le permitía estar cerca de su amiga, mientras que el otro decía que el amor llevaba la ventaja a la amistad. Carly solo repetía que no era un objeto y ella podía decidir.

David sonrió de lado y vio cómo el rubio salía furioso de la funeraria. ¡Imbécil! Sabía que no la quería lo suficiente, nadie la amaría como él.

Agradecía su presencia, cuando él estaba se sentía un poco mejor. Recordar esas horas en las que su abuela había estado postrada sin moverse le causaba desasosiego. Jamás había deseado tanto el refugio de su amigo, era su sombrilla contra las tormentas, la cueva para refugiarse de un oso hambriento.

Su abuela siempre había estado a su lado, había sido una de las pocas personas que de verdad la veían. Apoyó la cabeza en el hombro de David, mientras la abrazaba por la cintura —habían entrelazado ambas manos— y besaba continuamente su coronilla.

Carly levantó la vista hasta que pudo atorar sus pupilas en las de su acompañante.

—No sé qué haría sin ti, D —dijo convencida y segura.

—Probablemente Richard… —¿Qué? Lo interrumpió negando con la cabeza.

—Tú eres como el kétchup y yo soy la patata, ninguno funciona por separado.

El labio inferior de Dave tembló, luchaba por retener la risilla que amenazaba con salir, la felicidad escapó cuando recordó dónde estaban.

—¿Por qué tengo que ser yo el kétchup? —Carly intentó sonreír de lado, pero salió como una mueca extraña.

—Porque soy delgada como una patata, tú eres obeso.

—¿El kétchup es obeso? —Alzó una ceja.

—No tiene forma.

—Soy el chico más sensual sobre el planeta —La chica bostezó, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no perderlo de vista.

—Y el más humilde también. —Besó su frente, demorándose más de lo debido.

—Duerme, cariño, estoy aquí para cuidarte, siempre lo estoy. —Cerró los ojos y se quedó dormida, sumergida en un abrazo que parecía escudo.

Podía sentir su respiración calmada. ¿Por qué demonios no se confesaba de una buena vez? ¿Por qué no le decía lo que sentía? ¿Por qué era tan cobarde?

Al levantar la vista se topó con la mirada acaramelada y cálida del padre de Carly. Él le dio una sonrisa sincera y musitó un «gracias» para después apartar los ojos y abrazar a su mujer.

La cargó y la depositó en la camioneta azul. Tenía encargado cuidarla mientras dormía: el señor Sweet no había tenido que rogar para que llevara a su hija a dormir a un lugar cómodo, Dave estaba encantado. Aparcó en la cochera de su casa.

Una vez en la oscuridad de la habitación de Carly, se acostó a su lado y entrelazó las piernas con las suyas, en secreto la estudió una vez más. Era hermosa. No pudo resistir al ver sus labios tan rojos y entreabiertos. Cada vez que lloraba se coloreaban más, así que los selló con un casto y suave beso, y se dejó llevar por el calor que emanaba su cuerpo. Era perfecta para él porque encajaban, eran el Yin y el Yang.

Más tarde, se despertó cuando escuchó un estruendo, saltó del susto y encontró la cama vacía. Alarmado, se puso de pie y bajó las escaleras para buscarla. El alma se le fue a los pies cuando la encontró encorvada, apoyándose en una silla con una botella de tequila en las manos. ¿De dónde había sacado esa mierda?

Arrugó la frente cuando ella intentó caminar y se tambaleó, estaba borracha. Se acercó rápidamente y rodeó su cintura antes de que pudiera caerse. Carlene se asustó, pero soltó una risita después de ver que era él.

—Estás borracha —susurró, y le quitó la botella a pesar de sus quejas y de que intentaba arrebatársela.

—N-no, e-estoy muy f-feliz. —Dave soltó una risita divertida; era la primera vez que pasaba algo así.

—Por supuesto que sí, te tomaste casi todo el puto tequila. —La sentó en una de las sillas—. Quédate aquí, voy a hacerte un café.

Ella no dijo nada, lo observó con ojos vidriosos, así que se encaminó hacia la cocina y preparó la cafetera a oscuras. Puso el agua y las cucharillas de café, iba a apretar el botón cuando unas manitas lo abrazaron desde atrás. Sintió sus pechos pegados a su espalda, respiró profundo.

—D, ¿puedo pedirte un favor? —Su susurro lo hizo girarse y buscar su mirada. Ella no se le despegó, lo abrazaba con fuerza, ahora su cabeza enterrada en su pecho. Le acarició el cabello y rodeó su cintura.

—Lo que quieras, cariño —murmuró y esperó. Carly levantó la vista, se perdió en el brillo de sus ojos, más cuando los bracillos de la muchacha subieron hasta rodear su cuello. Sintió peligro—. Deberíamos ir a dormir, mañana podemos hablar.

—No quiero hablar —dijo. Jamás se imaginó lo que ocurriría a continuación, Carlene estampó sus labios en los suyos con determinación, intentó detenerla, pero se volvió loco al sentir que lamía su labio inferior. Sabía que estaba mal porque se estaba aprovechando de su estado, sin embargo, arrojó esos pensamientos al fondo de su cerebro y gruñó antes de apretarla contra él y profundizar el beso que tanto había estado esperando.

Sabía a tequila y a ella. Carlene suspiró y se puso de puntitas para alcanzarlo más, así que la puso sobre sus pies descalzos e introdujo su lengua para tocar la suya y derretirse. Nunca más podría besar a otra chica. Dios, sabía como a un cielo lleno de estrellas.

No contó el tiempo, pero le pareció una eternidad y, al mismo tiempo, un segundo. El ritmo empezó a disminuir, el beso se fue haciendo más pesado, más lento, más significativo que pasional, hasta que Carly se detuvo. Él se echó hacia atrás y contempló con una sonrisa que se había quedado dormida.

—Mi beso te dio sueño, vas a matarme. —Depositó un besito en su respingada nariz y la cargó para llevarla a la cama.

Se acostó a su lado, pero no pudo dormir. Al día siguiente le preparó café y se preguntó cuánto tiempo pasaría para que ella recordara que le había entregado su ser en un beso.

Diecisiete años de edad

Entraron juntos a aquel billar de mala muerte. Carlene usaba una chaqueta de cuero negra al igual que Dave, quien con entusiasmo buscaba un lugar en el sitio. De pronto, la castaña se quedó muy quieta. Tenía que ser mentira.

Caminó hacia la escena, sintiendo los pasos apresurados de su mejor amigo tras ella y el palpitar desenfrenado de su corazón.

—¿Richard? —Su voz se quebró en la última sílaba. El rubio se detuvo al escucharla y giró el rostro.

—Carly… —No lucía arrepentido, lo encontraba casi montado encima de otra y lucía normal, como recién salido de la ducha. Sintió la furia emanar de su interior, deseaba golpearlo, pero, más que nada, necesitaba saber qué había hecho mal.

—¿Por qué? —preguntó. Dave la aprisionó desde atrás, resguardándola de la maldad del mundo y de las injusticias de las personas. No era un escudo, él era la espada.

—Porque necesito a una mujer, no a un amigo —soltó sin pudor el rubio. David se estremeció al escucharlo, luego se dio cuenta de la manera en la que las aletas de la nariz de Richard se abrían, entretanto lo miraba con odio. Era eso, estaba celoso y la quería herir.

No la merecía. No sabía siquiera si alguien podría merecerla algún día.

La gente la miraba con lástima, algunos otros se rieron al escuchar el cruel espectáculo que al parecer era más entretenido que sus propias vidas. Carlene escuchó a Dave rugir, dispuesto a soltar improperios para defenderla, pero lo jaló del antebrazo y lo condujo fuera del local.

En el estacionamiento, frente a la señal roja para detenerse, aún en el borde de la banqueta, se derrumbó en el hombro del joven. Sin embargo, solamente soltó unas cuantas lágrimas y luego expulsó una carcajada estruendosa. Él frunció el ceño con confusión, tal vez ya se había vuelto loca.

—¡Que se joda! —Arrebató el agua de sus mejillas con violencia y lo miró directo a los ojos. Él sabía que quería ser fuerte, sabía que, aunque intentara esconderlo, le dolía lo que acababa de pasar—. ¿Hacemos noche de películas?

—No es jueves —dijo.

—¿Importa? ¿Tienes algo mejor que hacer? —Negó, sonriendo.

Una hora después, ambos se encontraban frente al televisor con un montón de chatarra en diferentes tazones. Carly miraba la pantalla, pero no lo hacía realmente. David la estudió, se encontraba comiendo helado de manera mecánica, se movió hasta que quedó a su lado.

—Sabes que yo no te voy a juzgar, si lloras no voy a criticarte —le recordó con dulzura. El rostro de la castaña se arrugó, recostó su cabeza en el regazo de él y comenzó a lanzar silenciosos sollozos.

David no se separó de ella. Odiaba verla llorar, pero ¡vamos!, podría saltar de felicidad, su luciérnaga era suya de nuevo. Si querer tener a la mujer que amaba solo para él era cruel, no pondría objeción en serlo.

Dieciocho años de edad