Química imparable - Zelá Brambillé - E-Book

Química imparable E-Book

Zelá Brambillé

0,0

Beschreibung

Hannah tiene las notas más altas de su escuela, los amigos que todos desearían tener, un novio atractivo al que adora y una familia perfecta. Pero de pronto su castillo se derrumba y se percata de que nada es lo que parece. Entonces Oliver Doms irrumpe en su vida, amenazando con destrozar la máscara que ha construido con tanto esfuerzo y poniendo su mundo de cabeza. No importa cuánto te resistas, si la química es imparable te arrollará.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 558

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

 

Publicado por:

www.novacasaeditorial.com

[email protected]

© 2019, Zelá Brambillé

© 2019, de esta edición: Nova Casa Editorial

 

Editor

Joan Adell i Lavé

Coordinación

Abel Carretero

Corrección

Abel Carretero

Diseño de cubierta

Vasco Lopes

Maquetación

Vasco Lopes

Imagen de portada

Freepik.com

 

Primera edición: diciembre de 2019

ISBN: 978-84-17589-58-5

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447).

 

 

 

 

 

Para mis dos gotitas de agua fresca. Y para mis lectores de Wattpad: son el sol después de la tormenta.El arcoíris perfecto.

Índice
prefacio
uno
dos
tres
cuatro
cinco
seis
siete
ocho
nueve
diez
once
doce
trece
catorce
quince
dieciséis
diecisiete
dieciocho
diecinueve
veinte
veintiuno
veintidós
veintitrés
veinticuatro
veinticinco
veintiséis
veintisiete
veintiocho
veintinueve
treinta
treinta y uno
treinta y dos
treinta y tres
treinta y cuatro
treinta y cinco
treinta y seis
treinta y siete
epílogo
extra uno
extra dos

 

prefacio

No quería ir a esa fiesta, a ninguna, en realidad, pero siempre me arrastraba para que sus padres lo dejaran salir. No hizo más que tomar con sus amigos una cerveza tras otra mientras yo lo observaba desde el sillón de la estancia principal, preocupada, pues la última vez que se había puesto borracho sus padres no se lo habían tomado muy bien.

Mirian y Brenda reían de alguna cosa absurda que no me interesaba en absoluto, no tenía ánimos para fingir. Me puse de pie pese a sus quejas y me encaminé hacia William para pedirle que dejara de beber de ese modo. Sus amigos me recibieron con una sonrisa, él simplemente se me quedó mirando con seriedad.

—¿Qué? —preguntó al tiempo que se llevaba el vaso a la boca y le daba un trago—. ¿Quieres un poco de alcohol?

—No, Liam, ¿podríamos hablar por un segundo?

Alzó una ceja y giró los ojos, me imaginé su respuesta antes de que abriera la boca. Casi no podía reconocerlo, pero era él, el mismo de siempre.

Fue fácil enamorarme de Liam, me emocionaba cualquier cosa que viniera de él, aunque fuera la más tonta e insignificante. Si él decía «vamos», yo iba sin dudarlo ni un segundo; si decía «haz esto», yo lo hacía sin rechistar. Me dejé envolver por esa inocencia de niños, creyendo que los dos estábamos en el mismo canal, que queríamos lo mismo.

Un día salí de la escuela corriendo, buscándolo entre el gentío para que nos fuéramos juntos a casa como cada día. Lo encontré en medio de un tumulto de estudiantes, era fácil localizarlo debido a su estatura y su cabello claro. No tuve que acercarme demasiado para darme cuenta de lo que estaba pasando, y de por qué muchos lo observaban con curiosidad. William estaba besando a una chica, me detuve en seco y dejé escapar el aire de mis pulmones como si me hubieran dado un golpe en la boca del estómago. Ahí estaba él, besando a otra; y ahí estaba yo, observando, a pesar de que dolía.

Tragué saliva para aligerar el dolor lacerante que comenzaba a crecer en mi garganta, mis ojos se llenaron de lágrimas, quería correr y esconderme en el baño o gritarle para que la soltara, cualquier cosa menos eso, ¿por qué no se quitaba? Sin embargo, no hice nada, solo miré cómo se iba con ella sin preocuparse por mí, sin siquiera comprobar si yo estaba mirando.

Ese día me fui sola a casa, fue la primera vez que lloré por Liam; la primera de muchas. Cuando llegué, mi madre me recibió en la puerta con los brazos puestos en jarras, me señaló con el dedo índice y movió la cabeza en señal de desaprobación. Mis padres tenían una comida muy importante, los socios ya estaban en el comedor, me obligó a borrar los rastros de mis lágrimas y me dijo que tenía que parar, pues la gente no debía darse cuenta de que había llorado, nadie nunca podía verme derrotada. Terminé confesándole mis sentimientos por mi amigo, el hijo de los amigos de mis padres. Nunca me he arrepentido tanto de algo.

Por semanas William me ignoró, caminaba por los pasillos de la escuela con esa chica a su lado, no me saludó ni una sola vez, no me sonrió, era como si yo no existiera, como si fuera un fantasma, solo un recuerdo de lo que habíamos sido alguna vez. Me sentía tan triste que, cuando un día llegó y me pidió una cita, no me detuve a pensar qué estaba ocurriendo. Le dije que sí, mi madre me ayudó a peinarme el cabello y a aplicarme brillo labial, me dijo que usara el vestido azul a pesar de que yo quería usar uno negro.

Empezamos a salir, pronto lo hicimos formal, no me di cuenta o, más bien, no quise ver que a Liam le costaba tratarme como algo más que una amiga. Un día se derrumbó y me confesó que sus padres lo habían obligado a terminar con su novia porque querían que saliera conmigo, que me adoraba, pero no como yo lo hacía. Le pedí que me dejara porque yo no era capaz de hacerlo, me lastimaría más de lo que ya estaba.

—No puedo, ellos me lo han ordenado, Hannah —dijo él con el timbre ronco, aguantando las ganas de llorar.

Me dolió en el alma que no estuviera conmigo por amor, me sentí mal y le dije a mamá que lo dejaría. Aseguró que todo estaría bien, que a veces los chicos necesitaban hacer locuras antes de quedarse con la persona que de verdad amaban, mi madre me pidió que tuviera paciencia porque todas las mujeres debíamos ser constantes si queríamos enamorar a alguien. Vaya estupidez, pero en ese momento no lo comprendía. Tomé ese consejo porque creí que era bueno, después de todo, era una chiquilla que pensaba que su madre tenía la razón.

Dejé que los demás creyeran que era feliz, me aseguré de formar parte de los grupos más importantes de mi escuela, no me detuve hasta que conseguí las calificaciones más altas y vi mi nombre en el cuadro de honor, me rodeé de amigos que llenaran las expectativas de mis padres y fingí delante de todos que Liam y yo éramos felices, a pesar de que él jamás escondió el hecho de que no me amaba.

No había fiesta a la que no fuera, coqueteaba con otras sin importar si yo estaba ahí. Tiempo después fue más duro, pues el coqueteo se volvió otra cosa, muchas veces miré cómo tomaba la mano de una chica y subía las escaleras, en ocasiones salía y otras tenía que buscar a alguien que pudiera llevarme.

William se dio cuenta de que empezaba a cansarme, no lo sé, el punto es que apareció en la puerta de mi habitación con una florecilla. Me pregunté cómo había entrado si mis padres no estaban, igualmente dejé que pasara; pero no lo miré, quería dejarlo, solo tenía que encontrar las palabras. Se detuvo detrás de mí, sus brazos me rodearon, me dio un jalón para pegarme a él y hundió la cabeza en mi cuello. Qué bien se sentía.

—No soporto cuando te alejas de mí, Han, sé que me he portado como un patán últimamente, lo siento tanto, sabes que eres lo más importante para mí, aunque a veces no lo parezca. Eres la única que de verdad me conoce y me acepta, jamás podría alejarme del todo de ti, ¿es eso suficiente, cariño? —Lágrimas comenzaron a salir de mis ojos, ¿por qué el amor tenía que doler tanto? ¿Eso era lo único que conseguiría de él? Por tonto que sonara, estaba dispuesta a tomarlo—. Nunca te alejes de mí, Hannah, por favor.

Una de sus manos tomó mi barbilla, giró mi cabeza y la echó hacia atrás, sin más estampó sus labios suaves en los míos. Dejé que me derritiera, mis pensamientos se esfumaron, esa noche me entregué a él por primera vez.

A partir de ese momento, que había sido el más especial y puro para mí, todo se descontroló. Creí que habíamos dado un paso adelante, que por fin se había dado cuenta de sus sentimientos, sin embargo, estaba equivocada. Apenas puso un pie afuera supe que acostarme con él había sido un error, al día siguiente lo encontré en el pasillo de la escuela arrinconando a una chica, quien le sonreía con descaro. Me escondí en la biblioteca por horas, llorando entre los libros y fingiendo que hacía los deberes. Liam se volvió más distante, más hostil e imprudente, no obstante, jamás había cruzado la línea.

Su voz entrecortada me devolvió a la realidad.

—Por supuesto que no quieres, tus papis no te dejan, ¿verdad? Apenas te permiten respirar, gracias al cielo que los míos solo me exigen salir contigo. —Apreté los dientes cuando escuché las risotadas de los demás—. Pero puedo tomar y olvidarlo.

Me mordí la lengua para aguantar las ganas que tenía de lloriquear, ¿por qué estaba siendo tan cruel? La gente se carcajeó, otros murmuraron, sin embargo, me concentré en esos ojos que parecían tan lejanos.

—Yo puedo hacer que lo olvides, Liam —dijo una de las animadoras, la conocía porque siempre estaba a su alrededor, como una enredadera. Iveth rodeó su cuello y empezó a besarlo, esperé a que él se la quitara de encima, pero lo único que hizo fue rodear su cintura.

Lancé un bufido, más molesta que triste, agarré el brazo de William y lo jalé, empecé a caminar viendo rojo, no me detuve hasta que llegamos a un cuarto. Lo solté y di unos cuantos pasos atrás, supe que estaba enojado por su ceño fruncido y sus puños apretados.

—¿Qué quieres? —gruñó.

—Por favor, Liam, ya no tomes, tienes que manejar para irnos a casa.

—No te llevaré a casa, ¿no viste que estaba ocupado con Iveth? Busca a alguien que pueda llevarte —dijo.

Agaché la cabeza para que no viera lo mucho que me había dolido. Me aclaré la garganta, intentando encontrar mi voz, la cual tenía tanto miedo como yo, pues la sentía débil y temblorosa.

—Te lo estoy diciendo porque me preocupas, no importa si te vas conmigo o no, no quiero que te pase nada.

Su carcajada burlona hizo más grietas en mi corazón, una más.

—Suenas igual que mi madre, estoy harto de esta mierda. ¿Por qué es tan difícil para ti entender que entre tú y yo no hay nada? Que no necesito que estés oliendo mi trasero todo el tiempo.

¿Y ahora de qué estaba hablando? Si algo había hecho era no fastidiarlo, no buscarlo hasta que él me buscara, no hablarle si no me hablaba.

—¿Oliendo tu trasero? ¿Por qué dices eso, Liam? Las únicas veces que salimos juntos es cuando tú me lo pides porque ni siquiera me contestas el teléfono si no tienes ganas de hablar conmigo, ¿cuándo te he exigido algo? Lo único que he hecho es quererte, desear que me quieras.

—¡¡Y si te lo pido es porque mis padres me obligan!! ¡Ya lo sabes y no te importa! No quiero que me quieras, Hannah, quiero salir con chicas que de verdad me gusten, tener aventuras y sexo con otras, cumplir mis sueños, todo menos vivir contigo toda la puñetera vida porque eres vacía y aburrida, no te importa nada más que las ondas de tu jodido cabello y hacer lo que tus padres dicen. —Hizo una pausa—. Entiéndelo de una maldita vez, ¡no te quiero!

Salió echando humo por las orejas, mis rodillas se desestabilizaron, creí que me caería, que colapsaría en el piso. Antes de darme cuenta ya estaba llorando, la cosa no terminó ahí, empeoró.

Quise ocultarme cuando alguien entró al cuarto. Natalie. La rubia con excelentes calificaciones en la clase de Artes. No se mete con nadie, solo anda por el pasillo de la escuela tropezando y sonriéndole a todo el mundo. Y a la cual lastimé, ella no se lo merecía.

Entró para consolarme, es tan buena que no le importó que yo la hubiera lastimado antes, quería hacer lo posible para que me sintiera mejor, pero recibió una mirada y tuvo que irse. Sin embargo, prometió que traería a alguien, ni siquiera me dio tiempo para decirle que no era necesario.

Así que aquí estoy, sintiéndome como el ser más insignificante del universo, tallando mi rostro empapado con las palmas, daría cualquier cosa por dejar de pensar, no hay peor tortura que la que me hace sufrir mi cabeza. Deseo regresar el tiempo para no acercarme a Liam, dar marcha atrás y no sentarme en el sofá, pero ya nada se puede hacer, la bomba ha explotado, él finalmente dijo lo que tanto me temía.

«No quiero que me quieras, Hannah, quiero salir con chicas que de verdad me gusten, tener aventuras y sexo con otras, cumplir mis sueños, todo menos vivir contigo toda la puñetera vida porque eres vacía y aburrida, no te importa nada más que las ondas de tu jodido cabello y hacer lo que tus padres dicen. Entiéndelo de una maldita vez, ¡no te quiero!»

Esas palabras siguen deambulando en mi mente como fantasmas, no puedo parar de pensar en ellas, se han quedado grabadas en mi alma. Y a pesar de todo no puedo odiarlo, incluso cuando debería, cuando me ha dado razones de sobra para hacerlo. ¿Por qué? Porque durante años me he aferrado a la idea de que un día se dará cuenta de que me quiere, eso es lo que mamá dice para consolarme cada vez que llego llorando a casa, que él solo es un adolescente rebelde y aventurero que quiere vivir un poco su locura para después estar con lo que siempre ha querido, que tarde o temprano se cansará de lo mismo y, entonces, me amará. Quise creerlo por tanto tiempo, pero solo me engañé, William jamás me querrá como yo.

«¿Por qué es tan difícil para ti entender que entre tú y yo no hay nada? Que no necesito que estés oliendo mi trasero todo el tiempo.»

He vivido una vida enamorada de este chico, esperando que me mire de verdad, que entienda que no es un capricho, que en serio estoy enamorada de él. No he desistido, día y noche he intentado demostrarle que cuenta conmigo, incluso si estar a su lado me lastima, que estaré ahí para apoyarlo si es que cae y que aplaudiré cada vez que se levante, ¿eso es ser masoquista?

Mi labio inferior tiembla, la verdad es que no lo entiendo, no soy capaz de comprender por qué a veces dice que me quiere, que se preocupa por mí y que quiere intentarlo; y otras veces damos cien pasos atrás. Hemos retrocedido más de lo que hemos avanzado.

Todavía puedo recordar cuando éramos pequeños y nos gustaba hacer castillos de tierra o meter caracoles a la casa para que nuestros padres gritaran al verlos en el comedor, hacíamos travesuras y era divertido.

Según mamá debo ser paciente, y eso he sido, estoy cansada. Me he tragado los celos cada vez que lo veo con otra chica, fingiendo que no está pasando nada e ignorando las burlas de la gente que murmura cosas horribles a mis espaldas. Esas personas que dicen ser mis amigos, las mismas que han visto una y otra vez a Liam pisoteando mis sentimientos y jamás han hecho algo más que reír cuando no miro, ¿por qué sería de otra manera si ni yo misma logro alejarlo?

Y tiene razón, soy aburrida, hago todo lo que mis padres dicen, soy una loca de las calificaciones que no soporta una nota inferior a noventa sobre cien, me gusta que todo sea perfecto, incluyendo mi cabello y mi ropa, mi máscara; pero lo amaba con cada poro de mi piel, con locura, yo hago cualquier cosa por Liam, incluso cuando para él no soy más que la hija de los amigos de sus padres. Ahora él cree que estoy vacía, quizá tenga razón, le he dado tanto que ya no encuentro nada en mi interior.

Me limpio las lágrimas, aunque siento que es inútil, ya que no paro de llorar, el agua sale de mis ojos y no puedo controlarlo. De pronto, escucho ruido afuera, la puerta se abre y alguien entra a trompicones.

—¿Quién es? —pregunto, no logro ver quién ha entrado, está muy oscuro y no traigo los lentes de contacto encima.

—¿No adivinas? —Escucho pasos, alguien aparece en mi campo de visión, solo que no logro identificarlo por más que enfoco. Él se aproxima lo suficiente como para que lo reconozca, hago una mueca—. ¿Qué? ¿Esperabas a alguien más? ¿A Liam? No lo creo, Hannah, está muy entretenido manoseando a otra en la sala principal.

Ignoro su comentario y la punzada de dolor que este me provoca. Delante de la gente es fácil fingir, cuando estoy sola es el problema.

Oliver Doms se deja caer en el sofá, así que me alejo todo lo que puedo, ¿por qué Natalie tuvo que traer precisamente a este sujeto? No lo conozco demasiado, pero todo el mundo sabe de su mala fama, es lo opuesto a lo que quiero tener a mi alrededor, y no nos soportamos. Tuve la mala fortuna de conocerlo hace tiempo debido a que dirigía la radio de la escuela y yo, como parte de la sociedad de alumnos, debía estar en contacto con él. Al principio fue divertido, era un experto en música y siempre sabía qué decir; pero él obligó a Mirian a besarlo, después el director cerró la radio escolar, pues habían atrapado a Oliver pintando paredes con sus amigos, y desde ese día supe que era un vándalo.

—¿Qué haces aquí? —cuestiono, todavía esperando que se haya equivocado de puerta.

—No creas que me hace feliz estar con alguien como tú, le estoy haciendo un favor a una amiga.

—¿Alguien como yo? —Él se encoge de hombros y chasquea la lengua con disgusto, estira las piernas y recuesta la cabeza en el respaldo, después cierra los párpados—. ¿Estás ebrio? Dios, no me importa, no necesito un niñero, así que puedes irte con tus amigos a asaltar un banco, romperte la cara en tu horrible patinete o ir por ahí a besar chicas a la fuerza…

Detengo mi apasionado discurso en seco cuando él se mueve con violencia, su nariz topa con la mía y sus ojos furiosos me observan. Trago saliva con nerviosismo, ¿debería correr? No se ve muy contento.

—No sabes cuándo cerrar la boca, ¿verdad? —De la nada, una de sus comisuras se eleva, no me tranquiliza, pues el brillo en sus ojos es peligroso y me hace temblar—. Quizá pueda enseñarte a no hablar cuando estás con un extraño, Han, estamos solos y nadie te escucharía, ni siquiera tu amado Liam. ¿Quién podrá defender a la damisela del malvado ladrón?

—Podría gritar —digo, desafiante. Sé que debería empujarlo y correr, sin embargo, no estoy dispuesta a que vea lo débil y cobarde que soy. Su risotada burlona se me estampa en el rostro.

—¿Y quién escuchará? ¿Tus amigas borrachas? ¿Liam y su chica? Dime quién, Hannah. Eres patética, ¿sabes? Siempre aparentando ser alguien que no eres, actuando delante de todo el mundo y mostrando una felicidad que no sientes, al final del día siempre acabas sola, ¿o me equivoco? Llorando justo como ahora y lamentándote porque tu amado novio se acuesta con cualquier cara bonita.

Me quedo en silencio, sintiendo la rabia recorriéndome, quiero darle una palmada en la mejilla, pero una idea descabellada se instala en mi mente.

Oh, que alguien me ayude.

El corazón se me acelera tanto que puedo escucharlo, siento que saldrá por mi boca en cualquier momento, ni siquiera sé qué es lo que está pasando. Miro a Oliver a los ojos, él frunce el ceño con confusión.

Antes de que pueda echarse hacia atrás, rodeo su cuello con mis brazos y lo jalo, estampo mis labios en los suyos en un impulso. La sorpresa no le permite regresarme el beso, no hasta después de unos segundos, entonces me devora con ganas, con un hambre que me sorprende. Yo lo beso de la misma forma, como si quisiera demostrarle y demostrarme que no necesito a Liam ni a ningún otro, que puedo besar a cualquiera. El intercambio se intensifica, tanto que mis pensamientos se vuelven borrosos, Oliver introduce su lengua en mi boca y saca todo de mí.

Me echo hacia atrás un tanto aturdida, sus ojos oscuros me regresan la mirada.

—Ladrón que roba a ladrón… —murmuro.

Me pongo de pie y camino hacia la salida sin detenerme, a pesar de mis piernas temblorosas y de que la culpabilidad ya empieza a hacer estragos en mi pecho.

Una vez afuera compruebo lo que Oliver dijo, el cuadro se me queda grabado en la mente: una chica sobre sus piernas, la cual besa su cuello, entretanto él le sigue el juego y disfruta de la atención de Mirian, Brenda y sus amigos. Mirian y Brenda son tan hipócritas que se me revuelve el estómago.

No busco a nadie, salgo y me quito los tacones, camino por la avenida hacia mi casa, la cual no queda muy lejos, necesito estar sola. Pronto empieza a llover, el agua me empapa y oculta mis ojos cansados de llorar, los charcos me mojan los pies y las piedrillas se me clavan en las plantas. Se siente como una catarsis, como que la tristeza se irá cuando la lluvia pase.

 

uno

—Hannah, mira nada más cómo vienes —dice mi madre apenas entro en casa. Se acerca dando pasos largos en sus tacones altos.

—Estoy bien, mamá.

La esquivo justo cuando va a tomarme el brazo. No tengo ganas de ser cuestionada, y no quiero mentirle asegurando que no ha pasado nada malo entre Liam y yo esta noche ni ninguna otra.

Con la ropa goteando, subo las escaleras corriendo, una vez en mi habitación, cierro la puerta con seguro, me recargo en la madera y lanzo un suspiro. Mis cabellos se pegan a mi cara, gotas de agua recorren mi piel, la ropa comienza a picar debido a lo pegada que está. Me deshago del vestido y lo arrojo al suelo. Había elegido este atuendo semanas atrás, creyendo que a Liam le gustaría, tenía la esperanza de que la pasaríamos bien, ¡qué equivocada estaba! Fue peor que otras veces.

Sin ponerme el pijama, voy hacia la cama y me dejo caer, agarro la almohada y la abrazo como si se tratara de un oso de felpa, trago saliva con fuerza para retener las lágrimas que quieren salir, los ojos queman tanto que no puedo retenerlas más. Estoy segura de que me ignorará por unos días mientras se divierte con alguna chica y luego vendrá a casa y me pedirá disculpas, dirá cosas agradables, me prometeré no caer esta vez; pero al final romperé mis promesas y seguiré siendo la misma tonta de siempre.

Escucho pasos afuera de mi alcoba, me apresuro a cerrar los párpados justo a tiempo, pues alguien abre la puerta, pronto los tacones de mi madre cruzan el umbral y se aproximan a mi cama. Escucho un suspiro melancólico, no me gusta ignorarla o no contarle lo que me pasa, ella es la única amiga que tengo. Quizá sus consejos no son los mejores del mundo, sin embargo, la quiero, solo somos ella y yo.

Mamá sale de mi habitación, no sin antes cubrirme el cuerpo con una sábana.

 

***

 

El lunes abro los ojos antes de que suene el despertador, miro por un buen rato el reloj digital, observo cómo cambian los minutos, faltan cinco para que pueda levantarme, odio despertar antes de que suene la alarma. El sonsonete se deja escuchar, por lo que no me queda otra opción más que ponerme de pie.

Me planto frente al armario y abro las puertas blancas, mis ojos pasean por las prendas perfectamente colgadas por colores, temporada y estampados. Elijo una de mis faldas más bonitas, es de color blanco y me llega arriba de la rodilla, tiene encaje en el borde inferior; mi blusa rosa combinará con mi labial favorito, todo quedará perfecto con aquellos zapatos que mamá compró el verano pasado en Italia.

Me pongo las lentillas, frente al espejo me maquillo, cubro las imperfecciones de mi rostro y escondo las ganas que tengo de quedarme en la cama, ya que no quiero ver a todas esas personas que solo están esperando que caiga para burlarse de mí en silencio.

Sonrío lo más que puedo, tal vez me lo crea si me digo una y otra vez que soy feliz, quizá sea lo suficientemente convincente como para que los demás lo crean también.

Mis padres ya están sentados en el comedor con platos de fruta y vasos de jugo de naranja. Veo el pequeño recipiente que me está esperando, me aproximo dando pasos cortos para no llamar la atención. No obstante, ninguno de los dos levanta la vista, están muy ocupados en sus teléfonos celulares, muy ocupados como para percatarse de lo hastiada que me encuentro.

Me dejo caer en el asiento y observo la piña, la sandía y el melón revueltos.

—La nutricionista dijo que esta semana no habrá Splendapara nosotras —dice mamá.

Me muerdo la lengua para no responderle una majadería, no hay nada que deteste más que eso, que me diga qué tengo que comer y cómo debo hacerlo; pero odio no tener el valor para enfrentarla, hacemos esto de las dietas juntas porque para ella es más fácil tener compañía.

Comemos en silencio, de cierta forma agradezco este tiempo para estar conmigo misma.

 

***

 

Llego a la escuela muy temprano, y apenas pongo un pie en el pasillo el alma se me va a los pies, ¿no puede tragarme la tierra? Me quedo estancada y doy pasos atrás antes de que se den cuenta de mi presencia. Trago saliva al tiempo que me pego a la pared en un intento de buscar apoyo, pues siento que las piernas me fallarán y dejarán de sostenerme.

Intento con fuerzas aligerar el nudo que se ha formado en mi garganta, el cual amenaza con asfixiarme. No puedo creer que esté haciendo eso delante de todos, tampoco que mis supuestos amigos estén ahí, actuando como si fuera normal. No debería sorprenderme.

Me quedo en el mismo lugar, a pesar de que casi no puedo controlar las imperiosas ganas que tengo de darle una palmada en la mejilla, también quiero llorar, pero eso ya puedo retenerlo con facilidad.

No me muevo, tal vez si me quedo quieta el tiempo pase rápido, me gustaría que la imagen de William sosteniendo a Iveth saliera de mi cabeza, al parecer no puedo dejar de atormentarme con sus brazos alrededor de su cintura. Quizá es mi culpa por quedarme escondida detrás de una pared, siendo patética, sintiéndome ridícula y cobarde.

El timbre suena minutos más tarde, en realidad no sé cuánto tiempo ha pasado. Rezo silenciosamente para que no pasen por aquí, gracias al cielo no lo hacen. Respiro profundo antes de salir de mi escondite, el pasillo está vacío, ahora puedo acercarme a mi casillero sin tener que enfrentar mi realidad.

Abro la caja metálica con pesadumbre, lo único que me apetece hacer justo ahora es correr y esconderme.

Busco los libros de la primera clase, sabiendo bien que llegaré tarde, luego recuerdo que me toca gimnasia.

—Mierda —digo al darme cuenta de que ni siquiera era necesario venir a mi jodido casillero.

—Jamás imaginé que esa boquita santurrona dijera cosas tan grotescas.

Antes de poder reaccionar, una mano vuela y se apoya contra el casillero causando un estrépito que me hace saltar. Me apresuro a salir del encierro, para mi mala fortuna él es más rápido, con facilidad me encarcela colocando su otra mano en el costado libre.

No había pensado en lo que hice el día de la fiesta, Oliver Doms no se escucha muy feliz, su respiración se asemeja a la de un toro furioso.

Me doy la vuelta, queriendo aparentar que no estoy amedrentada, pero su mirada intensa puesta en mí hace que dé un paso atrás. Una de sus comisuras se eleva como si estuviera disfrutando de una broma personal.

—¿Podrías hacerte a un lado? Tengo que ir a clases.

—Tiene cien años de perdón —dice.

Mi ceño se frunce, ¿de qué habla?

—¿Qué? —pregunto, desconcertada.

—«Ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón». Lástima que no soy ladronzuelo y yo no perdono, Hannah.

Se me corta la respiración cuando se aproxima, su nariz se pega a la mía, puedo oler su perfume varonil. Quiero hacerme hacia atrás, pero ya no tengo espacio, mi espalda está pegada al metal, y él está demasiado cerca, invadiendo mi espacio personal.

—¿Qué? —cuestiono con nerviosismo.

—«¿Qué?» ¿Eso es todo lo que sabes decir? No sé cómo es en tu mundo de castillos de princesa, pero en el mío no puedes ir por ahí besando a los demás, a menos que… —Hace una pausa. Mi corazón late de prisa cuando una de sus manos se escabulle, su dedo pulgar cepilla mis labios con suavidad, recorre el inferior de un lado a otro. Mi piel hormiguea, su cercanía me aturde—. A menos que me des algo a cambio, de lo contrario le diré a todos, sobre todo a tu perfecto Liam, que te me lanzaste el otro día. ¿Crees que se alegre si le digo que su fiel enamorada me ha besado? Ahora imagina cuando le diga que no fue solo un beso, fue algo más delicioso que eso, ¿verdad?

El tono de su voz es bajo y sugerente al decirlo.

Un escalofrío me recorre, ¿qué carajos se supone que tengo que responder?

—Eres un majadero —murmuro.

—Te espero a la hora del almuerzo en la biblioteca —pide, a lo que niego con la cabeza.

—No, no iré —aseguro.

—¿Quieres apostar?

No espera a que le responda, se aleja y se larga, dejándome en el pasillo como una lapa pegada al casillero.

 

***

 

Después de la clase de deportes y de ducharme en las regaderas de la escuela, salgo al vestidor y voy en busca de mi ropa. Hay chicas por todas partes, hablan demasiado alto.

—¿Cómo se portó? —pregunta alguien.

—La verdad es que es encantador, Liam se portó como un caballero después de la fiesta. —Miro al suelo tan pronto escucho esas palabras, no me queda más remedio que pasar por ahí, estoy segura de que Iveth se puso aquí a propósito. Ella no tiene la culpa, lo tengo bien claro, pero es muy grosera conmigo—. Estuvimos juntos hasta la madrugada, luego me llevó a casa y me dio un romántico beso de buenas noches.

Trago saliva para prevenir la bola que amenaza con adueñarse de mi garganta. Respiro hondo al tiempo que abro el casillero de los vestidores y saco la bolsita que contiene mis pertenencias. Algunas se ríen, otras cuchichean, estoy segura de que todas están mirando mi espalda, mi nuca.

Con movimientos forzados obtengo lo que necesito, estoy apretando tanto los dientes que han comenzado a dolerme. No sé qué me duele más: si saber que Liam se acostó con otra, aunque ya me lo imaginaba, o confirmar que a las demás las trata mejor que a mí.

Podrá sonar ridículo, tal vez hasta estúpido, pero me lastima muchísimo que me trate mal cuando se supone que debería apreciarme de alguna forma por todo el tiempo que hemos compartido, por todo el amor que le tengo, así sea correspondido o no.

Me pongo la ropa con calma, como si no me estuviera desmoronando en el interior. Duele, me parte en dos, y me destroza más no poder gritarles lo que pienso de ellas. Es lo malo de tener una imagen que no puedes alterar, debes seguir ese papel al pie de la letra. El mito dice que la chica popular es la reina del alumnado, aquí el alumnado se ríe de la chica popular, mientras ella finge que le importa un carajo cuando todos saben que no es verdad.

Me termino de poner mis prendas, me enderezo y plancho la falda con los dedos temblorosos.

—No le hagas caso, Iveth es una zorra —dice Mirian, quien se coloca a mi lado. Hago una mueca por su expresión, Liam es el zorro. Pone su mano en mi espalda y da golpecitos con la intención de animarme, no puede ser más hipócrita, es como si me estuviera encajando una estaca—. Hay que apresurarnos o se va a llenar la cafetería.

Brenda está del otro lado, a veces me pregunto por qué se me acercan si es evidente que no tenemos una gran amistad, ellas la tienen. Luego recuerdo que las conocí por Liam, pertenecían a su grupo social, yo quería ser parte de ellos para agradarle a él, así que me hice amiga de Mirian y de Brenda. ¿Por qué todo de pronto me sabe insípido?

Me giro con una sonrisa ensayada y empiezo a caminar sin comprobar si alguien me acompaña porque sé que me están siguiendo.

Hay mucha gente amable que me sonríe de verdad, como Milton Strike, es un genio para la Química; Kealsey Bower y su guitarra; y Nathan Sooners, el mejor amigo de Liam, quien se acerca trotando en cuanto nos ve. Les da un saludo rápido a las chicas y sigue el ritmo de mis pasos sin dejar de mirarme por el rabillo de su ojo.

—Dime que no lo hizo de nuevo —dice haciendo una mueca.

Nathan es una buena persona, y probablemente también es mi mejor amigo, o lo más cercano ahora que arruiné al que de verdad lo era. Sé que, si tuviera que elegir, elegiría a Liam, es algo de lealtades.

Me gustaría que William fuera más como Nathan, quien no toma hasta caer al suelo ni asiste a fiestas ridículas ni se acuesta con mujeres teniendo novia.

—No lo hizo de nuevo —digo encogiendo los hombros.

Suelta una maldición entre dientes que hace que mis comisuras tiemblen.

—Ese cretino, no puedo creer que lo haya hecho otra vez.

En ese momento entramos a la cafetería, nos dirigimos a la fila para tomar nuestros almuerzos. Veo con añoranza la comida chatarra, sin embargo, me regaño y tomo un plato de pollo y otro de ensalada.

Casi quiero bendecir cuando veo que Iveth no está con Liam.

Tomo asiento a su lado como cada día, destapo el agua embotellada y estudio el platillo con lechuga, jamón, queso y tomate, mientras los chicos hablan del próximo partido, jugarán contra un equipo importante, así que no pueden hablar de otra cosa. Mirian y Brenda charlan sobre un vestido que vieron en el centro comercial.

Suspiro y alzo la cabeza lo suficiente como para mirar alrededor, no lo veo por ningún lado, tal vez ha decidido olvidar lo que pasó más temprano. Eso espero, porque no me da buena espina y no me gusta lo que me provoca cuando lo tengo cerca.

Pero mi mala suerte no deja de hacerme crueles jugarretas, veo el tumulto de cabello castaño en medio de la multitud. Oliver está apoyado en una pared mirándome fijamente. Tiene un cigarro entre sus dedos, no puedo creer que le importe un carajo que alguien pueda verlo con esa porquería, la escuela no nos permite fumar en sus instalaciones.

Le doy un trago a mi agua porque de pronto siento la boca seca.

—¿Han? Tierra llamando a Hannah. —Las risitas de Mirian me sacan del trance, la miro con el ceño fruncido—. ¿Qué te tiene tan pensativa?

—Nada, nada… —Respiro profundo, espero que no pueda sentir lo nerviosa que estoy—. ¿Qué decías?

—Le decía a Brenda que el vestido del centro comercial tiene que ser mío, ¿te gustaría ir con nosotras el viernes? Por favor, sabes que nos encanta cuando nos acompañas.

Me quedo en blanco.

Un movimiento llama mi atención, el corazón me da un brinco violento. Oliver Doms empieza a caminar, porta una sonrisa cínica en su rostro, y la dirección de sus pasos es todo lo que necesito para saber que viene hacia acá. ¡Mil veces maldito! ¿De verdad se va a plantar aquí y les dirá lo que hice? Claro que yo podría echarle la culpa y decirles a todos que él me besó a la fuerza como hizo con Mirian, pero eso sería bajo, nunca lo haría, tampoco quiero que sepan que estaba tan dolida que terminé besándolo.

—¿Hannah?

—Lo pensaré, chicas, saben que me encanta acompañarlas, pero con todos los pendientes de la graduación no sé si voy a poder —digo la primera excusa que se me ocurre y me pongo de pie con más rudeza de la necesaria. Los ojos de Nathan me enfocan, ese gesto hace que William me note por primera vez, ni siquiera puedo mirarlo, no cuando me siento tan traicionada, así que miro hacia todas partes menos a él—. Tendré que marcharme, no hice la tarea.

—Tú siempre haces los deberes —dice Nathan divertido.

—No los de Artes.

Empujo la silla con rapidez, con el cuerpo rígido me encamino a la salida.

—Ya se le pasará. —Alcanzo a escuchar sus palabras.

Me dan ganas de regresar y darle una bofetada, de gritarle que no se me pasará porque me ha lastimado de nuevo, y eso se queda, no se va. Puedo aparentar que ha pasado, pero recuerdo cada cosa que ha ocurrido entre los dos. Liam ni siquiera intentará arreglar la situación esta vez, es tan doloroso, y a la vez pienso que no debería quejarme tanto si yo misma me lo he buscado. ¿Cómo arreglar algo que no tiene compostura?

Todo el trayecto a la biblioteca lo hago agitada, huyendo de lo que ha dicho, no quiero que se me pase la rabia y el enojo, quiero sentirlos vibrando y que cobren fuerza, a ver si me hacen fuerte.

La bibliotecaria me recibe con un gesto amable, me escabullo, aunque no sé si debería, me meto en uno de los pasillos más solitarios y el que más me gusta por el contenido de sus obras. En ocasiones me gusta venir aquí, tomar un libro y sentarme en el suelo por horas hasta terminarlo, es bueno vivir vidas que no son la mía.

Me detengo frente a una estantería, agarro fuerte la madera para no caerme, pues de pronto me siento mareada y aturdida. Olvido por completo cuál fue la verdadera razón por la que he venido a esconderme aquí en primer lugar.

¿Ya se me pasará? ¿Tanto me odia? ¿Tan poco me he convertido para William Baker? Tal vez es hora de dejarlo ir para que sea feliz, quizá yo no vaya a serlo, pero tampoco soy feliz a su lado.

—Pobre Hannah, ¿aquí es donde vienes a llorar para que nadie te vea? —Cierro los párpados, ¿por qué tuvo que aparecer justo ahora? Lo único bueno es que le estoy dando la espalda, así no puede ver mi cara—. Siempre me has dado mucha curiosidad, ¿sabes? La perfecta Hannah Carson: la reina de las chicas, la dueña del cuadro de honor, la más linda, educada, amigable, rodeada de amigos, hija de una de las familias más prestigiosas de la ciudad y novia de un jugador estrella con la misma fama que ella. Pero lo único que veo ahora es a una chica patética que se esconde para que nadie vea lo que siente, deja que unas terribles tontuelas se burlen de ella, que su novio la insulte y humille, y hace como que nada ha pasado delante del mundo. No sé cómo lo soportas, lo peor de todo es que crees que actúas y no, no finges bien, por eso es por lo que a los demás les causas gracia.

Cuando Mirian acusó a Oliver Doms de forzarla a besarlo, Liam y otros chicos la defendieron, lo agarraron del cuello y lo pusieron de rodillas delante de todos para que le pidiera disculpas. No pude ver la escena completa, fue horrible. Entiendo el resentimiento que debe sentir hacia Liam, ya que lo trató muy mal, pero, ¿por qué me habla a mí de esa manera?

—No tengo por qué soportarte —murmuro con el timbre enronquecido.

—¡Oh! Ese es tu problema, que no puedes soportar que la gente te diga lo que piensa directo a la cara, prefieres que hablen mal de ti a tus espaldas para poder hacer tu teatrito de la chica perfecta y feliz, ¿no?

Tenso la mandíbula y me doy la vuelta a pesar de mis ojos llorosos, Oliver se sorprende de mi reacción, ¿qué esperaba? Empiezo a caminar hasta que lo tengo a unos cuantos centímetros de distancia.

—Tú no tienes idea de quién soy, ¿me escuchas? —Golpeo su pecho con el dedo índice, el enojo fluye por mi cuerpo como un terremoto, como un volcán erupcionando, él saca lo peor de mí—. No tienes derecho de venir a decirme todo esto, si estás enojado con Baker ve con él, pero no te metas conmigo.

—Tengo derecho porque me besaste en la fiesta —dice con los dientes apretados. Su aliento se estampa en mi rostro.

—No, no lo tienes, tan fácil sería para mí decirles que me obligaste, ¿a quién crees que van a creer, Oliver? —Sus párpados se disparan y se pegan a su frente por el asombro—. Pero no lo haré, ¿sabes por qué? Porque tal vez soy todo lo que has dicho, pero nunca le haría daño a alguien a propósito, jamás lo hago con el objetivo de herir, no soy como ellos, no soy como tú.

Se recompone de la sorpresa, alza una ceja con descaro. Aprieto los puños porque de pronto me dan ganas de apretar su cuello para que se detenga de una buena vez. No puede aparecer en mi vida y hacer lo que se le antoje con ella, ya son muchas las personas que opinan, no necesito que un vándalo crea que tiene poder sobre mí.

—Tienes razón, Hannah, por eso mismo te lo repito. —Da un paso hacia mí luciendo amenazante, respiro profundo, pero no me muevo y no lo haré—. Vas a darme algo a cambio si no quieres que todos se enteren de que me besaste. Yo no me ando con juegos.

—¿Por qué crees que me importaría si a Liam no va a importarle?

—Eso mismo me pregunto yo todo el tiempo, pero no me interesa lo que sucede en tu mente, princesita. —Chasquea la lengua. El tono despectivo de su mote me hace retorcer—. A mí el qué dirán dejó de importarme hace mucho, a ti no.

Miro hacia otro lado, es increíble que me esté sucediendo esto y precisamente en este momento, ahora tendré que aguantarme y darle alguna cosa extraña a este lunático para que deje de molestarme.

—¿Qué quieres? ¿Dinero? ¿Ropa decente?

Aprieta su mandíbula.

—Claro, eso es todo lo que te importa, ¿no? Dinero, ropa, tonterías, por eso piensas que todos somos vacíos como tú. —Por segunda vez en el día muerdo mi lengua, pero esta vez para aguantar y no echarme a llorar como una niñata. Estoy cansada, harta de todas las personas que me rodean y que piensan que no soy nada—. Te voy a obligar a abrir los ojos.

Me quedo confundida cuando se da la vuelta y, tenso, desaparece de la biblioteca. ¿Qué demonios significa eso? Saco el aire que estaba conteniendo y dejo las extremidades flojas. Mi vida no podría ser peor.

 

dos

Las cosas no han marchado bien estos últimos días, la situación en casa sigue siendo la misma, mis padres discuten todo el tiempo. Esta mañana mamá me permitió tomar solamente té con una cucharada de azúcar, mi padre se molestó tanto que arrojó el periódico a la basura y se fue. Mamá salió llorando del comedor. A veces papá no se da cuenta de que lo único que mi madre quiere es agradarle, por eso se vuelve doloroso saber lo que sucede entre ellos cuando no debería tener idea de sus problemas. No puedo reclamarle a mamá que me dé consejos masoquistas, pues ella vive a diario un infierno y hace lo mejor que puede.

Mirian y Brenda están a mi lado en total silencio, miro de reojo cómo acomodan las ondas de sus cabellos y retocan su maquillaje. Cada vez que Mirian me pide un consejo de moda, descarto la idea de decirle que el color rojo no se le ve bien, pues sé que eso podría herirla, ya que asegura que es sexy. Y Brenda… bueno, ella es una copia de Mirian, nunca he entendido su amistad, es simbiótica. Pero, ¿quién soy yo para criticarlas? Muy en el fondo agradezco que finjan conmigo y no me dejen en ridículo.

—A Nathan le doy un siete —dice Mirian—. Su trasero es tan comestible que le da puntos extras, ¿tú qué piensas, Han?

—Sí, tienes razón —digo para seguirle el juego.

—¿Debería emocionarme que tres chicas lindas estén calificando mi trasero? —Nathan aparece con los brazos puestos en jarras.

Las chicas ríen con coquetería, yo me limito a sonreír. La sonrisa se borra de mi rostro cuando veo la cara molesta de Liam, él se sienta a mi lado, me ahorro el suspiro y hago como que no soy consciente de su evidente enojo.

Desde ese día en la fiesta no hemos hablado más que lo necesario, cuando nuestros padres están presentes o no nos queda más remedio que dirigirnos la palabra. Se dirige a mí de forma tensa o molesta, no sé cuánto tiempo más pueda soportar esta situación. No puedo con su actitud, me está superando, así que lo evito. Somos como una liga que está a punto de reventarse, solo puedo esperar la explosión.

—Hola, Liam, ¿te veo al rato? —La odiosa voz de Iveth hace que todos enmudezcan, la observo por debajo de mis pestañas. Es tan linda que da miedo, podría tener a cualquier chico.

—Hola, preciosa, no voy a poder verte en la tarde, tengo una reunión en casa de mis padres, pero, ¿qué te parece si salimos mañana?

Miro el suelo como si pudiera partirlo en dos, siento la mano de Nathan en mi espalda, impartiendo un masaje tranquilizador, pero la furia crece dentro de mi pecho y nada podrá calmarme ahora.

—De acuerdo —contesta Iveth antes de marcharse con sus amigas, quienes creen que es muy divertido atormentarme.

Me levanto como si fuera un resorte y doy un paso para plantarme frente a él, quien eleva la mirada. Es la primera vez que lo miro a los ojos desde hace casi tres semanas, entre más pasa el tiempo más me pregunto en dónde quedaron aquellos ojos claros de los que me enamoré una vez mientras hacía casas de barro. Ahora somos tan diferentes que no lo reconozco.

—¿En serio, William? ¿Acabas de citarte con alguien en mi cara?

Una grieta más se forma en mi corazón cuando veo que encoge los hombros como si no le interesara en absoluto.

—Tú calificaste el trasero de Nathan en mi cara, ¿o no lo hiciste?

Lo miro con incredulidad y los párpados entrecerrados. Mirian suelta una risita, pero no me parece gracioso.

—Eres increíble —digo entre dientes.

Tomo el bolso, me lo cuelgo en el hombro y salgo disparada. He adoptado un nuevo hábito: escapar. Eso es bajo hasta para mí, por lo que me repito una y otra vez que de todas formas tengo que irme, la clase de Química está a punto de comenzar.

 

***

 

La profesora repite Protio, Deuterio y Tritio más de diez veces. Imagino que William y yo somos isótopos, pertenecemos a un mismo elemento, pero nuestros núcleos tienen diferente masa atómica y diferente cantidad de neutrones. No somos idénticos, tampoco diferentes, y evidentemente no hay atracción entre dos isótopos, ¿o sí? Deben tener cargas opuestas para que dos átomos puedan atraerse y hacer una molécula, somos demasiado parecidos como para que eso nos suceda.

Creo que ya me estoy volviendo loca.

—Hannah, ¿estás bien? —Busco la fuente del sonido y me topo con los ojos marrones de Milton Strike, asiento con una sonrisa. Es mi compañero de laboratorio, y es una de las personas más auténticas que he conocido, usa lentes gruesos de contacto y siempre lleva un inhalador en el bolsillo—. No prestaste atención en toda la clase.

Puedo percibir la reprimenda en su tono.

—Isótopos y energía nuclear, nada que no pueda encontrar en los libros de texto. —Niega con diversión—. Ya sabes, puedo pensar en muchas cosas al mismo tiempo.

—Lo sé, ¿ya tomaste una decisión?

El timbre nos interrumpe, ambos guardamos nuestros utensilios y nos levantamos para salir del aula.

—Todavía no, la verdad es que no quiero pasar todo el verano sumergida en la Química y las Matemáticas, espero que el director no llame a mi madre o no me quedará más opción que ir a las Olimpiadas Académicas.

Milton empuja las lentes por el largo de su nariz.

—Comprendo, pero, ¿ya pensaste en que es una gran oportunidad para obtener créditos para la universidad? —Afirmo con un sonido nasal, lo he pensado un montón de veces, sería genial para mi historial académico ganar unas Olimpiadas, pero por alguna razón sigo frenándome, no es algo que quiera hacer. En medio del pasillo nos encontramos a los amigos de Milton—. Piénsalo, no quiero ir solo.

—Te lo prometo.

Guiño, él se despide de mí con una sonrisa ladeada. Sigo mi camino sin ver a nadie en particular, solo yendo tras la marea de los estudiantes que necesitan ir a la clase siguiente.

Voy concentrada analizando los pros y los contras de entrar a las Olimpiadas, no me doy cuenta de la muralla que se planta frente a mi cuerpo hasta que es demasiado tarde y choco con alguien. El impacto del golpe hace que salga volando hacia atrás. Dejo que una exclamación de sorpresa salga de la base de mi garganta, ya me imagino cayendo de sentón, pero unas manos se cierran en mi brazo y me estabilizan.

No sé qué me impacta más, si verlo después de dos semanas de no saber nada de él o que mi corazón se haya acelerado por el contacto.

—Vaya, sabía que tarde o temprano caerías en mis brazos, pero nunca creí que sería tan rápido.

Le arrebato mi mano para que deje de tocarme.

—Tus expresiones son… —Respiro hondo para calmarme—. Horribles.

Oliver Doms se carcajea, aprieto el entrecejo y me doy la vuelta. Milton había alegrado mi día, ahora la sangre empieza a hervirme otra vez.

—¿Eso es lo mejor que tienes? ¿Horribles? ¡Dios mío! ¡Es el peor de los insultos! No podré dormir esta noche porque me la pasaré llorando y abrazando mi almohada.

No importa cuánto acelere mi andar, él se adapta y me persigue.

—¿No tienes nada mejor que hacer que molestarme? —cuestiono agitada.

—Noup. —Contengo el deseo que siento de gritarle, porque seguramente eso es lo que quiere, que pierda los estribos y le suelte una bofetada para que todos puedan ver y se pregunten por qué Hannah Carson está hablando con Oliver Doms si Liam lo detesta—. No creas que se me ha olvidado que me debes algo.

Me detengo en seco cuando llegamos a mi casillero, con rudeza pongo la clave en el candado y abro la puertecilla. Enmudecida, dejo los libros y obtengo los de la clase siguiente. Voy a ignorarlo, quizá eso baste para que se largue.

Por el rabillo del ojo lo veo recargado, el hombro sostiene su peso, tiene una mueca extraña en los labios que empieza a enervarme, no hay nada más que disgusto en él. No me agrada cómo me mira, me estudia como si estuviera contando todos mis defectos, es una sensación muy desagradable.

—¿Sabes qué? Aunque suene estúpido tenía esperanza, creí que debajo de toda esa mierda había algo rescatable, no sé, antes me parecías agradable, pero sí, creo que solo eres una chica más que necesita atención para sentirse mejor consigo misma, y como su novio no le hace caso no se le ocurre hacer otra cosa más que besar a otros sin importarle un infierno los sentimientos de los demás.

Eso me trae un recuerdo, uno doloroso. Antes tenía a alguien especial, la única persona en la que podía confiar. Shawn Price estaba enamorado de mí y yo lo utilicé muchas veces para sentirme mejor. Él encontró a una chica —Natalie, la linda rubia que me consoló en la fiesta— y yo entré en pánico. Lo besé, pensando que así se quedaría conmigo, lo besé porque quería amarlo con fuerzas, lo besé y arruiné nuestra amistad, perdí a mi mejor amigo y también me cargué el corazón de una chica que, en lugar de odiarme, me abrazó cuando me vio llorar. Soy un asco.

Doms no lo sabe, pero ha abierto la herida.

—Deja de hablar de mí como si de verdad tuvieras idea, Doms. —Cierro el casillero con fuerza, causando que unas cuantas miradas se dirijan a nosotros—. ¿Qué demonios te pasó? Recuerdo a un buen chico al que le gustaba la música, ahora fumas y detestas a las personas. ¿Cuál es tu problema conmigo? ¿Es porque obligaste a Mirian a besarte y es mi amiga? ¿Porque Liam te obligó a pedirle disculpas frente a toda la escuela? ¿Porque el director cerró tu radio después de eso y de que te encontraran rayando las paredes del centro de la ciudad? Porque te informo de que no tengo la culpa de tus acciones…

Oliver golpea el casillero con el puño, cierro la boca aplanando los labios.

—Tú tampoco tienes idea de quién soy —gruñe.

No me muevo cuando da un paso hacia mí, en serio debe parar de aproximarse como si tuviera derecho, alzo las palmas para que no se me acerque más de lo debido y porque otra vez siento el mareo, me aturde.

—Lamento haberte besado, ¿de acuerdo? No fue mi intención molestarte ese día, estaba teniendo un mal momento, tú llegaste y lanzaste tus dagas, y yo solo quería que cerraras tu maldita boca. No volveré a hacerlo, así que tranquilo, solo fue un besito, no me tragué tu alma.

El silencio que sigue me inquieta, me está costando mucho trabajo no salir corriendo.

Como no musita palabra alguna, me atrevo a alzar los ojos, los estanco en los suyos y me quedo sin aliento. Son hermosos, como lagunas verdes; y no debería estar pensando que probablemente son los ojos más lindos que he visto porque es un cretino.

—Bien, al menos sabes pedir disculpas.

Una vez más me deja con las palabras en la boca, se gira y empieza a caminar por el pasillo. ¡Oh, no! ¡Eso sí que no! ¡No lo va a hacer de nuevo! ¿Qué se ha creído? No puede ir por ahí amenazando a las personas y luego darse la vuelta, desaparecer por semanas y fingir que nada ha pasado.

A pesar del dolor que me causa ir tras él en mis tacones altos, lo hago sin quitar la vista de su espalda ancha. Afortunadamente, el pasillo ya no está repleto de estudiantes, lo que menos necesito es un rumor más.

—¡Vuelve aquí, tú, cobarde infeliz!

Se detiene de golpe, por lo que me detengo también, no creo que mi exclamación haya sido correcta, la única cobarde aquí soy yo, todo el mundo lo sabe. Me encara con los puños hechos nudos, abre la boca para hablar y dice algo, sin embargo, una risita hace que mi corazón se acelere. No le presto más atención a Oliver, lo esquivo presurosa y asomo la cabeza agarrando fuerte la pared, la misma que utilicé para esconderme el otro día.

Mis ojos se nublan al contemplar a Liam abrazando a Iveth, y la está besando también. No puedo despegar la mirada de dicha escena, me echo hacia atrás para que no puedan verme y me recargo en el hormigón, pues temo caerme.

—Mierda, estoy cansado de esto.

Su voz es un sonido lejano, pero la dureza con la que agarra mi muñeca me trae de nuevo a la realidad. Doms me jala con fuerza y empieza a caminar conmigo a rastras.

—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —grito sin importar si alguien se percata del escándalo. No le importa cuánto intente deshacerme de su agarre férreo, sigue avanzando hacia la salida—. ¡No! ¡Tengo que ir a clases!

Suelta una carcajada justo cuando cruza el umbral de la puerta de la entrada de la escuela, el sol matutino me pega en la cara.

—¿Tú crees que eso me importa?

 

tres

Siempre me ha parecido que los hospitales son lugares llenos de historias, que en todos los rincones hay secretos, actos de bondad, de tristeza e, incluso, de egoísmo. Me gusta entrar y ver los colores suaves, esos que son capaces de tranquilizar hasta al alma más desesperada, y que son puestos a propósito para consolar a las más desafortunadas; las enfermeras con sus gorritos graciosos arrastrando carritos repletos de instrumentos, haciéndole plática a un paciente para que deje que la jeringa penetre su piel; es fascinante que la mayoría se une en mutuo acuerdo para guardar silencio y no perturbar al resto de los pacientes, los susurros en un hospital son como los gritos en un salón de clases, a veces son agónicos, otros alegres. Es por eso por lo que me quedo quieta mirando el desorden, no…. No es desorden, es felicidad que no puede ser susurrada, por lo que tiene que gritarse. Literalmente.

Suelto una risa entre dientes al presenciar a un niño corriendo alrededor de la enorme sala para que su madre y una enfermera no lo atrapen, a quienes se les empieza a dificultar la persecución debido a las carcajadas que no son capaces de controlar. Se ríen con tanta fuerza que me hacen sonreír.

Cualquiera pensaría que es una escena feliz, pero detrás debe de haber una historia, los niños que hay en la habitación son de edades variadas, sin embargo, tienen algo en común: una enfermedad. De lo contrario no estarían en un hospital.

—¿Por qué están aquí? —pregunto al tiempo que trago saliva con nerviosismo.

Desde que llegamos a este sitio, Oliver se ha quedado recargado en el marco de la puerta mirando fijamente un punto en la nada, no ha dicho ni una sola palabra y ya van varios minutos, ha dejado que estudie el cuadro sin interrumpir, lo cual es muy sospechoso, ya que, por lo regular, no puede mantener su asquerosa boca cerrada.

—Están enfermos —responde.

Toma todo mi autocontrol no poner los ojos en blanco, ¿en serio tiene que ser tan cortante cuando estoy actuando con respeto? No le he dicho ni una sola vez lo que pienso de que me haya arrastrado por el pasillo de la escuela, seguramente dislocó mi hombro y me aparecerá un gran moretón en el antebrazo. Es un salvaje. Me trago el cúmulo de maldiciones que me muero por gritarle.

—No me digas —suelto con sarcasmo.

Una de las comisuras de Doms tiembla, el problema con él es que no sé si se ríe conmigo o se está burlando.

—No hiciste la pregunta correcta. —Se encoje de hombros.

Maldito, no le voy a dar el gusto.

—¿Qué es lo que tienen?

—Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida.

Una vez, en la clase de biología vimos las enfermedades de transmisión sexual, me aprendí de memoria mucha información, todavía recuerdo mi investigación. Me da tristeza porque son niños tan pequeños, se me eriza la piel. Tomo un respiro profundo y dirijo la vista al frente de nuevo.

—¿Ves a la niña que tiene un moño rosa en el cabello? —Asiento