Madre alma, Carmen de Chile - Joaquín Alliende Luco - E-Book

Madre alma, Carmen de Chile E-Book

Joaquín Alliende Luco

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Madre alma, Carmen de Chile. Chilenías de tierra y tiempo; decanta decenios de poesía, investigación y pensamiento.

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EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

Vicerrectoría de Comunicaciones y Educación Continua

Alameda 390, Santiago, Chile

[email protected]

www.edicionesuc.cl

MADREALMA, CARMEN DE CHILE

Chilenías de tierra y tiempo

Joaquín Alliende Luco

© Joaquín Alliende Luco

Vitrales del Templo de Maipú

Adolfo Winternitz (Viena, 1906-Lima, 1993)

Fotografías

Aldo Fontana

Ilustración y diseño

Francisca Morales A.

Producción literaria

Amelia Peirone

© Inscripción Nº 196.931

Derechos reservados

octubre 2010

ISBN edición impresa Nº 978-956-14-1150-0ISBN edición digital Nº 978-956-14-2851-5

Primera edición

Diagramación digital: ebooks [email protected]

CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile

Alliende Luco, Joaquín

Madre Alma, Carmen de Chile / Joaquín Alliende Luco.

Incluye bibliografía.

1. Virgen del Carmen - Culto - Chile.

2. Jesucristo - Meditaciones.

3. Templo Votivo de Maipú (Chile)

I t.

2010232.910983+ddc22RCAA2

Al P. José Kentenich,

de quien aprendí a auscultar

los sonidos hondos de mi patria.

A la señora Marta Ossa de Errázuriz,

principal constructora del

Santuario del Carmen de Maipú.

P. José Kentenich, alemán renano, 1885-1968. Profético sacerdote y padre, uno de los vigorosos visionarios que prepararon los dinamismos del Concilio Vaticano II. Fue de los primeros en desafiar a Hitler, prisionero del nazismo en la cárcel de Coblenza llamada “El Carmelo” y en el campo de concentración de Dachau. Creyente “con el oído en el corazón de Dios, y la mano en el pulso del tiempo”. Pedagogo, de antropología personalista y comunitaria. Oteó el cambio de época. Nueve veces anduvo por Chile y llamó a redefinir su cultura en una nueva síntesis de variedades. Fundó Schoenstatt, una familia mariana. En lo alto de una colina sobre el Rin, el epitafio de su tumba recuerda en el granito volcánico: “Amó a la Iglesia”. Por ella sufrió exilio y el silencio que suele rodear a quienes se adelantan a su tiempo, o clavan muy hondo las raíces del horizonte.

Sra. Marta Ossa, 1908-1999. Su fidelidad a Cristo, de vivo cuño carmelitano y misionero, le impulsó a entregar sus talentos múltiples para que Chile levantara a la Virgen del Carmen el Santuario Nacional de Maipú, en cumplimiento del Voto del pueblo santiaguino y de Don Bernardo O’Higgins. Casada con Don Pedro Errázuriz, madre del Cardenal Arzobispo Francisco Javier y de sus cinco hermanos. Indesmayable sembradora. Vivía la fe como diálogo de intimidad y donación práctica. Abrió numerosos espacios creativos a la cultura popular. Presencia materna y eficiente entre pobres y necesitados. Fue puente de reunión entre chilenos divididos, acogiendo a amenazados y congregando voluntades, levantando paz auténtica. Emerge como una de las grandes mujeres de nuestra historia independiente. El Templo Votivo, memorial de libertad, guarda hoy el nombre de Marta Ossa con escritura de agradecimiento.

Índice

1 Dedicatoria

2 Tata Joaquín

3 Gente fluvial

4 ChileEdén

5 Pueblo

6 País de hermanos

7 Carmen de Chile

8 Bernardo, hijo y padre

9 Carmen de Maipú

10 Carmen, María Alma

11 Cristo Jesús

12 Trinidad Santísima

13 Tercera caída

14 Choapa, demonios, naceres del Hijo

15 El misterio de la manta

16 Pernocta, faro, permanece

17 Pascua de Chile

18 “Te promete futuro esplendor”

19 Maranathá

20 Anexos

21 Glosario

22 Índice de nombres y lugares

1

Tata Joaquín

* Joaquín Luco Arriagada, 1870-1945. Santiaguino, médico de la Universidad de Chile. Integró la Cátedra de Enfermedades Nerviosas y Mentales del Profesor Augusto Orrego Luco. Fue a perfeccionarse a Europa. En París, por la huella de Jean Martin Charcot y de Josef Breuer, fue alumno de Joseph Babinski. Maestro de varias generaciones de ‘médicos del alma’. Se caracterizó por su sencillez y modestia. Hábil clínico. Aconsejaba ‘no deslumbrarse con lo que se lee…, el mejor libro es el paciente bien observado’. Logró que sus discípulos suspendieran el homenaje preparado en sus bodas de oro como profesional. El 7 de mayo partió al Padre.

1

Abuelo, a ratos te hablo. También te transcribo poemas, páginas de mis archivos o de mis diarios.

2

Don Joaquín se murió en 1945, por el mismo día en que unos soldados rusos se tomaron el búnker de Hitler en la teutónica capital de Alemania, según lo trasmitía la radio que nos había permitido seguir las alternativas de la interminable Segunda Guerra Mundial.

Las fotos de Berlín arrasado se mostraban negrísimas en el periódico sobre una mesa redonda, mientras los primeros amigos daban el pésame con palabras para mí inéditas.

3

El Tango, de lejos, fue su mejor caballo de todos los tiempos. La bestia ponía el nervio, el paso largo, y el tapado ébano del pelaje. Él era, todo lo demás para dar la estampa de patriarca por la orilla de las olas.

Tales estribos eran únicos en la región. Él los llamaba “los mejicanos”. Nunca explicó cómo llegaron a la casa de Cartagena del Chile central. Debió ser por los años veinte o treinta. Eran de suela recia y, desde la montura, colgaban cual dos campanas mudas.

La barba y el cabello ondulado iban en un orden natural. Entre los senderos de polvo blanquecino, todos lo reconocían bien, por su manta de vicuña, el sombrero santiaguino ya dado de alta en la capital, y por sus corbatas humita. Al llegar a una elemental casa de barro, todo lo decía con los tonos de la voz que, por ahí tartamudeaba, y con los ojos rápidos. Cariño sobrio. Un respeto benevolente, y algo religioso de parte de cada uno de los escasos viandantes. Todos ellos, gente que cruzaba inviernos precarios entre los cerros de rulo, o en las márgenes del estero de Lo Abarca, al norte de Cartagena.

4

Ni acordeón ni charango,

tocaba el caballo Tango,

último sol te acuña

esta manta de vicuña,

brisa meciendo la silla,

el fuego, brilla que brilla,

yo, sobre tu pecho puerto,

estaba del mundo cierto,

al bien, fiel; y al mal, cal,

clavel fresco en el ojal,

tu barba y el Padre Dios,

mi taitita ¿eran dos?

5

Me dijo todo lo que un abuelo puede enseñar a su nieto mayor varón y de su mismo nombre. Puntual. No facilitaba nada al niño, que hasta los diez años fui con él. Cabalgábamos.

6

Mi abuelo, manta al viento,

clavel rojo en la solapa.

Cambiaba la flor de noche

con siempre nuevo escarlata.

En medio de dos galopes,

creí que bajo la barba,

nutría el clavel raíces

del pecho de mi patriarca.

7

Un sanatorio en la frontera del antiguo muro de la “República Democrática Alemana”, tumbado en 1989. Ésa fue la pared carcelaria cortando Europa y la libertad. Ahí, por los bosques de Bohemia, caí en cuenta que Don Joaquín me había hecho resonar el Quijote de Cervantes con el habla de los costinos. Tras decenios de tantos exilios en diferentes lenguas, comencé a anotar los fragmentos de mi Tata. De él, o a él, o con él, o dentro de él. Recojo aquí bocanadas de lontananza chilena. Sentencias y aromas. Pequeños insectos y cormoranes playeros. Rostros aparecidos como él querría mirarlos, o con los tonos de voz que ellos -distinguidos pobres-, le dirigían a Don Joaquín, el Doctor, reconocido sabio, amigo de familia.

8

Tata, “la muerte no interrumpe nada”, le consignó un poeta Panero al otro Panero, por los mismos años tuyos y míos.

Bueno, sigamos en lo de ayer, eso sí, sabiendo que sucede “tras tanto mar”, según la medición de Rosa Cruchaga.

9

Te comenté ya, cuánto me hiciste falta en Friburgo de Suiza, para mi ordenación sacerdotal en la Fiesta de la Virgen del Carmen de 1961. Don Manuel Larraín, el obispo consagrante, te recordó en aquellas jornadas intensas de chilenos en extranjería

10

Otra nostalgia por ti me vino en 1969, entre Pentecostés y la fiesta de la Santísima Trinidad. Por encargo del P. Sebastián Engler, el legendario “rey sin corona de Rapa Nui”, volamos de misioneros con el P. Raúl Hasbún y la Hna. Mónica González. Alcancé a conocer entonces, a los últimos bautizados por el hermano de mi abuela, el Capellán de Ejército, Don Zósimo Valenzuela Labbé. Fue el primer sacerdote chileno que apareció por Anakena y Rano Raraku. En aquel viaje, invitamos a los virtuosos del tallado, a la inédita empresa de esculpir las primeras imágenes cristianas polinésicas. Benedicto Tuki y Juan Haoa fueron los guías del grupo de doce artistas. Así nació la imagen de la Virgen María, llamada “Matua Vahine Rapa Nui”, Madre de Rapa Nui. Benedicto tenía irradiación paterna, un aire tuyo, Don Joaquín. Más tarde, él desplegó ese arte en una imaginería de cristos, vírgenes, belenes, y otras figuras de la fe. Fue el origen de la escultura cristiana polinésica. Con certeza, me habrías comentado este brote en la isla más isla del orbe.

11

Por entonces, como sacerdote Rector del Santuario de Maipú, se me quedaban las preguntas a ti en papeles, sin sobre ni dirección. Se acumularon además muchas cartas nonatas. Algunos versos te los envié en su hora, y hoy he creído más práctico para ti, incluirlos en este libro. Entremedio corre el aire salino, o esa fragancia de la varilla de paico que, ritualmente, me cortabas cerca de las dunas, para armarme de una fusta, y seguir yo tras el galope de tu Tango. En todo caso, cuando en 1968 recorrí Chile de punta a punta, con la imagen histórica de Nuestra Señora del Carmen de Maipú, simplemente me fue fácil retomar la conversa con el mimbrero príncipe, Manzanito, con la matriarca JuliaVera, con los bailantes de Chuquicamata, con Benedicto Tuki en Rapa Nui, con esos loncos magisteriales y sus esposas, que manejaban el telar de donde salían unas mantas teñidas con boldo fuerte.

También me fui contigo en las asociaciones de los mineros del carbón en Lota. O con los ovejeros patagónicos, con los cuales me pareció reconocer algún rincón que te había visto de médico recién recibido a comienzos de nuestro siglo XX.

12

Continué tu habla con Julita Vera, la mujer más emperatriz de todo Pomaire, y con el festivo Manzanito. Con desenfado, me quedó mirando y espetó: “A usted lo llamo ‘el Chusco’, porque me pregunta cuestiones que sólo Don Pablo Neruda y el Presidente, Don Salvador, me han preguntado. Usted es un cura curioso, que le interesan cosas especiales, como ser la fibra del mimbre verde”.

Es Misia Julita Vera

sabia matriarca locera,

pomairina palomera.

Guitarrón del sin delito,

mimbre es la cuerda del rito,

bien pulsarla, tu prurito,

mimbrero Don Manzanito.

13

Después, conocí a coptos del Alto Nilo, a húngaros y siberianos que les cambiaron el mapa, y tengo amigos que salieron con lo puesto en los crueles trasvasijos de población, después de esa Segunda Guerra Mundial, la misma guerra de las batallas que tú me explicabas con el periódico en mano. Las mutaciones de historia y de geografía que he podido registrar, se me volvieron un bumerán para interrogarme sobre mi chilenidad. Me llevo la friolera de treinta y tres años (los de Cristo) fuera de nuestros pagos. Me invitaron a un Sínodo de los Obispos Africanos. En los Balcanes, acompañé al Cardenal de Colonia, a reconocer la tumba de su padre asesinado, justo después del armisticio de 1945. En Kosovo, celebré el cumpleaños cien de la Madre Teresa de Calcuta, en el mismo septiembre de nuestro Bicentenario.

Me arrodillé, junto con una negra voluminosa, a los pies de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba. Tras la plegaria queda, se irguió y me dijo desafiante, por las dudas: “Tres años me preparó el padrecito para el Bautismo”. Ella seguía mirando de soslayo a la imagen de la Virgen. -“Usted ¿la quiere mucho?” -“Es por gratitud. Ella me enseñó que soy persona. La vengo a visitar todos los meses, aunque me quede distante su casa”.

Siempre retomo tu voz, entre tu caballo y el mío, por la Playa Grande, o al borde de la laguna de El Peral. En algunas contadas noches, desde mi pequeña atalaya sobre el Rin, me da una suerte de miedo. Oigo silbar las balas en los feroces combates de Con-Cón y Placilla, en el enfrentamiento trágico de 1891. Me tranquiliza pensar que tienes amarrada muy cerquita, una cabalgadura de oficial, privilegio por tu condición de joven médico enrolado.

14

Ni acordeón ni charango,

tocaba el caballo Tango,

último sol te acuña

esta manta de vicuña.

15

Verbos tuyos, ciudades, arbustos, tu estadía en París en la “belle époque”, o en Londres, parientes tuyos en el arte, la política, la ciencia. Tu vuelta a la Iglesia, tras el pensar arreligioso, “comme il faut” de ese antaño, propio de tus eminentes profesores de La Sorbona. Eran colegas y descendientes directos del neurólogo renovador Jean Martin Charcot (1825-1893) y del psicoanalista colaborador de Freud, Josef Breuer (1842-1925); y el más próximo a ti Joseph Babinski, quien heredara la cátedra del maestro Charcot tras su muerte.

Aquel cientificismo positivista de ellos, suena algo ingenuo después de Einstein. Sobrevaloraron ellos lo empírico inmediato y la codificación de la realidad descrita en sus libros. Solían decir: “lo que no está documentado, no existe-Quod non est in acta, non est in mundo”. Por tu parte, aunque eras científico serio, tu mejor biblioteca fueron siempre las personas vivas. Para ti, los papeles eran apenas, apuntes de la realidad y de la hermosura genuina de las cosas llanas.

en latín “lo que no estádocumentado, no existe”

16

De ‘quod non est in acta,

non est in mundo’ se jacta.

Mas la realidad intacta

es real, veraz y exacta,

antes de la luz abstracta.

17

“Aletheia”, la Certeza,

la griega Belleza.

Que la Realidad venga,

Verdad como de lenga.

La Verdad y la Hermosura,

es el Ser que nos perdura.

18

Lo real, antes de que yo lo mire o lo piense. Esa objetividad de lo sensitivo, la aprendí del genial flamenco, el filósofo Norberto Luyten, en el Friburgo germanolatino de Suiza. Pero el realismo esencial, lo habías tú sembrado en mí, muy temprano.

Antes de la luz abstracta,

es real, veraz y exacta.

19

Por seguirte algo el tranco, me escondía a estudiar los diccionarios y leía los editoriales sesudos de la prensa. También hice mis análisis privados, en las que consideraba decisivas elecciones de Regidores, los Concejales, del casi aldeano Cartagena.

20

Interesante. Tus amigos solían encontrarse en las tardes cartageninas para jugar rocambor, rodeando la mesa de especial diseño y paño lenci verde. Entre ellos, están todos los firmantes de la Constitución Política del Estado de 1925. ¿Era un acaso? Y los contactos hábilmente femeninos que establecía tu prima hermana y vecina nuestra en Cartagena, la esbelta tía Juana Rosa Aguirre Luco, entre su marido Pedro Aguirre Cerda y tus contertulios liberales. En todo caso, tú husmeaste que el viejo Cartagena podía ser tu escenario veraniego y compraste la elemental comisaría, que nunca dejó de ser una amplia y modesta casa de adobe y madera endeble. En la galería de los ventanales, tu sillón de mimbre pintado azul, era tu trono de cada tarde del viento puntual.

21

“Las ventajas de Cartagena.

Hasta los años ‘20, fue también un balneario aristocrático o semiaristocrático. Zapallar no despegaba todavía y sobre Viña presentaba Cartagena algunas ventajas, a saber:

•Menor distancia por tren (Estación Mapocho/Viña, 187 kilómetros; Estación Alameda/Cartagena, 118 kilómetros).

•Un mar espléndido, playas incomparables... la “chica” para bañarse; la “grande”, para caminatas.

•Una cocina atractiva, popular, criolla -no un trasplante francés como la viñamarina-, en los hoteles e innúmeras “picadas” del balneario, con sus respectivas especialidades. Ejemplo: la “corvina a la mantequilla negra” del Gran Hotel Francia. Los años ‘40, el refinado Hernán Díaz Arrieta, Alone, compra un sitio cartaginense, junto al mar, y con maestros locales edifica en él una casa.”

(Revista “Imágenes 70 años”, 1931-2001, coordinación de Gonzalo Vial Correa, edición de La Segunda.)

22

Tales excelencias fueron olfateadas temprano por los patriarcas. Ellos hicieron de la caleta de pescadores, un balneario de la “belle époque” chilensis. Don Horacio Manríquez. Su casa, entonces de color mayonesa fresca o de naranja desmayada, es hoy la sede de la Ilustre Municipalidad. Don Raúl Magallanes Moore. Ministro de Estado. Su casa era un mirador hacia la Playa Grande. Allí, entre arenas negruzcas, con pasión se amaron, un hermano del político, el gran poeta Manuel y la enigmática Gabriela Mistral. Don Galvarino Gallardo. Alcalde de Santiago y de Cartagena. Constructor de una gran obra, considerada faraónica por los lugareños: un tubo gigantesco de cemento armado, para que escurriera el agua de una quebrada que, poco más arriba, daba riego al jardín de Vicente Huidobro, el poeta retornado de Francia. Don Guillermo Subercaseaux. Ministro de Hacienda. Dueño de la Hacienda El Peral. Vestía tan elegante en Santiago como entre las dunas y la laguna con totoras y taguas. El Doctor Infante. A quien le correspondió la transformación del “retén de pacos”, en comisaría hecha y derecha de la policía fundada por el Presidente Carlos Ibáñez. Obra permanente del Doctor fue construir “la terraza”, el paseo que unió Playa Chica y Playa Grande, pasando por El Suspiro. En esta roca alta se implantó la imagen de María Inmaculada, como un faro que el oleaje y las caricias de hijos en tribulación, gastan y rehacen entre el parpadeo de cirios vesperales.

23

El Doctor Infante, por alguna vía propia, no aceptó que el gordo “capitán de los pacos”, con su tufo a tinto que no oreaba, pudiese incorporarse al recién fundado Cuerpo de Carabineros de Chile. El corpulento policía, en algún exceso etílico, quiso contraatacar con una cuchillada definitiva: “Este alcalde es un tonto. Es tan incapaz que, después de años de profesión de la medicina, sigue siendo pediatra... atendiendo niños... Las Autoridades del País no lo dejan subir a doctor de adultos. ¿Qué se puede esperar de alguien tan incapaz?”

24

En Santiago, los domingos después de almuerzo eran las horas cimeras. Juan, tu chofer, ayudaba a la abuela y a ti a subir al Pontiac y me instalaba en un pequeño asiento replegable entre los asientos delanteros y los de ustedes dos. Por la avenida Independencia enfilábamos hacia Conchalí. La antigua viña de tu tío, José Joaquín Aguirre, médico Rector de la Universidad de Chile. La casona y el parque estaban copados con gente varia. El Presidente Pedro Aguirre Cerda y la tía Juana Rosa Aguirre Luco, tu prima, recibían al Santiago político e intelectual. Correligionarios del Partido Radical, recias figuras de la masonería, podían alternar con una Gabriela Mistral o el joven Ministro de Salud, Salvador Allende. Todos ellos, en perfecta convivencia, con personas de Iglesia cercanas a la ilustrada creyente dueña de la casa, misia Juana Rosa. Tengo certeza que las mujeres entonces usaban faldas muy largas y más bien oscuras. Entre sus pliegues, me movía con mi metro diez de carne y hueso y de cinco a siete años. Se servía algo por allí arriba, el famoso tinto, madurado en esas tierras precordilleranas. No entendía todo de los diálogos, pero sí lo suficiente para interesarme por los avatares del acontecer nacional, de ministerios y parlamentarios, y de escritores y de señoritas de rostro ovalado con voz chillona. Esa fugaz población dominguera se me hizo algo connatural. A esas tardes no acudía, no sé por qué razón, ningún otro nieto de mis abuelos. Elucubrando llegué a la conclusión de que ser tocayo tuyo y del Doctor Joaquín Aguirre y del tío Joaco que estudiaba para científico puro y duro en Boston, me señalaba con una obligación. Yo debía prepararme mucho para ir al Parlamento a defender a los más pobres.

25

A lo bestia, pregunté un día al Presidente de la República: “Tío Pedro ¿por qué usted es tan feo?” Otra tarde, escuché una voz muy baja: “el Presidente está enfermo de gravedad, doña Juana Rosa ha conseguido que el Arzobispo, Monseñor Caro, visite a Don Pedro en La Moneda. Él lo confesará y rezará con él, para que pueda morir en paz”. También se decía allí que por esa tía, con “pelo tirante y en rodete”, la Iglesia Católica ha obtenido algo especial. A su pedido, Don Pedro solicitó a las autoridades municipales que autorizaran que en la Plaza Bulnes, en la bandeja central de La Alameda, se pueda celebrar el VIII Congreso Eucarístico Nacional de Chile (1941). Efectivamente, en tal espacio se instaló el altar y la cruz monumental color nieve. En aquel templo al aire libre, participamos papá, mamá, mi hermana mayor y yo, en plegarias que el Arzobispo, con la extendida asamblea, elevaba por “nuestro Presidente tan enfermo”.

26

Eras un liberal laico. Te distanciabas del Club de La Unión, para ti con un aire de catolicismo rancio por sus salones. Me llevabas, cruzando los jardines del Congreso Nacional, a cortarme el pelo en el liberal Club de Septiembre, transformado hoy en un palacio de la Cancillería. Era el único niño que allí escuchaba hablar a los copetudos contertulios. Así tenía más antecedentes para formar la lista de ministerios, que solía armar en mi cuarto semioscuro, como propuesta para superar la “dramática situación del país”.

27

Del día de mi Primera Comunión, recuerdo el chorro de luz que me dio en la cara desde el vidrio amarillo del templo del Colegio Sagrados Corazones de la Alameda. También del listado interno de peticiones. Rogué por cada uno de nuestra familia, y luego, por el eterno descanso de Bernardo O’Higgins, los Hermanos Carrera, Arturo Prat y Manuel Rodríguez. Así, con Jesús dentro del pecho, en ese apretado elenco de patriotas me entroncaba con tu Chile.

28

No sé bien de qué me vino, pero tenía una certeza de que mi mamá era tu hija predilecta, y mi padre, tu yerno confidente, muy admirado por inteligente, noble, claro y leal. La fe acendrada de ambos, y la preciosura de monja que era tu hija Elena, me daban un derecho impensado para hablarte de temas católicos sin mucho preámbulo. Tema casi tabú para ti.

Lo peor fue cuando mi padre ayudó a difundir y pagar en algo la primera edición en Chile, de los cuatro evangelios y un misalito con las liturgias dominicales del año. Entonces, me enteré que existía el “papel Biblia”. Y traté de explicártelo a ti, cuando en la Navidad de 1942, te regalé uno de los pequeños libros en encuadernación de cuero oloroso. Tus palabras de agradecimiento me envalentonaron: “¿Por qué no vas a misa, Tata?”. Y dijiste la primera y única mentira a tu nieto. “Joaquín, yo voy a una misa más tarde que la de tus papás”. Tu respuesta no me cuadraba del todo, y por este desconcierto se enhebró el que convinimos en ir juntos a nuestra venerable Parroquia de la Vera Cruz, de la que fuese párroco Don Crescente Errázuriz. La oración de tu hija carmelita y las inteligentes catequesis de mi madre, te condujeron por recovecos impredecibles a una católica fe viva. Desde entonces, hubo más ámbitos en común. Pero lo mejor era estar contigo el domingo, en un espacio de la parroquia de Cartagena, cerca del altar mayor, reservado para los caballeros, muchos de ellos, jugadores de rocambor como tú.

29

Tu casona de Santiago iba de la calle Monjitas al Parque Forestal. Hacia ambos lados se abrían puertas transparentes. Cruzar unos dos metros de relucientes adoquines, y estaban los retamos, las araucarias, los castaños, de las Indias y los de fruto comestible. Había un árbol que daba crespones morados. Yo comía piñones y castañas crudas, bajo tu mirada amplia. Era nuestro parque de todos.

30

En ocasiones, un corro de gente silenciosa en el Forestal, ejercía sobre mi ánimo infantil, una atracción imperiosa. Eran señores muy serios, acompañados de unos guitarristas de musicalidad ignota. Hablaban de temas inclasificables. Tras algunas sesiones, se me fueron quedando las voces “Palabra… Palabra de Dios”. Algunos de estos predicadores, en el clímax de su anuncio, levantaban en alto un libro de tapas oscuras, como si fuera una pequeña bandera, o una flor cortada en el centro del bosque. Una tarde, uno de estos “hermanos”, mientras agitaba la Biblia, dijo más o menos así: “¡Aquí está la Vida!”. La señora que me acompañaba, me tomó de un ala y me obligó a volver a casa: “Niño, si llegan a saber que se mete con los ‘de esta otra religión’, nos van a regañar a los dos”. Después, de sacerdote, he recordado con admiración a esos valientes testigos callejeros del Evangelio de Jesús. Fueron contactos iniciales, la primera hebra de un hilo, que me llevaría a la Fraternidad Ecuménica en Chile y a la Comisión Teológica “Order and Faith” del Consejo Mundial de Iglesias, en Ginebra y después, a encaminarme a la Sede del Patriarcado de Moscú en labores en pro de la plena comunión con la Iglesia Ortodoxa Rusa.

31

Aires, globos: huero helio.

Roca y rueca: tu Evangelio.

2

gente fluvial

32

El alcalde de Cartagena ordenó exigir a cada vendedor de frutas, un certificado de higiene, firmado por algún médico. Los fruteros venían a caballo, seguidos de una, dos o tres mulas, con árguenas de cuero rojo, repletas de peras de pulpa firme y brevas cortadas al frescor del alba.

Tata, poseías una gran cultura, estabas bien informado y eras libertario. Gozabas de reconocimientos múltiples, pero eras siempre atento a los sencillos. Con una natural deferencia, escuchabas a la “Cuidadora del Cementerio de Lo Abarca”. Le entregabas todo el tiempo del mundo. Entendías sus hablas. Respondías lo necesario y un poco más. Gesto mudo, o palabras como ramitas tibias. Dejabas en esa señora, siempre vestida de riguroso luto, y en sus vecinos del borde del estero, la certeza de que les querías, y que les protegerías cada vez que fuera necesario. Ellos sabían que tú eras un pensador táctil, realista, madrugador con memoria de la larga noche y con sosegada curiosidad. Tú eras su “Doctor Luco”, quien les expedía para la inapelable Ilustre Municipalidad, los documentos sanitarios de balde, evidentemente… Mutua lealtad sobreentendida.

33

Sanaba a la gente conversando.

34

Tu experiencia clínica, ahora lo percibo, te permitía calar certeros personas y personajes. Debió ser difícil engañarte. Siendo tan penetrante tu mirada, no recuerdo ni una sola palabra de desprecio por alguno. Con sobriedad, me abriste los ojos para saborear la sombra de un boldo y el pecho rojo de la loica, distinguir un caballo bien herrado, la fragancia de las brevas y la buena factura de una jáquima de mulero.

35

Probablemente no fue verbal la enseñanza. Sólo una transmisión inalámbrica de actitudes. Otras veces, fue una sentencia taxativa: “en esta casa no existe la expresión ‘los rotos’”. Ella era muy usual en algunos ambientes. El abuelo proscribía otros tratos corrientes. No decía que vendría un “hombrecito” a desmalezar el jardín, o una “mujercita” a lavar la ropa. Ese diminutivo no siempre se articulaba con desdén, ni con tono de menosprecio. Sin embargo, su rica experiencia médica y su sentir nato, exhalaban lo que en alguna ocasión, indicó con sucinta fórmula: “Cada uno es persona, cada uno es chileno adulto”. Al rememorar este espacio en la relación humana, me viene pertinazmente la imagen callada de una mujer enjuta y de estatura pequeña, vestida de colores como del polvo que los ventarrones levantaban, desde el cauce seco del estero de Lo Abarca por los meses del verano. Tenía ella un título de nobleza, con una asociación mortuoria sin acierto. Se llamaba la “Señora Cuidadora del Cementerio”. El lazo con lo funeral era un accidente, algo exógeno. La referencia genuina era conectar con el origen mismo de ovíparos y vivíparos. Eran unos huevos azulosos o marfileños, que pasaban de la falda del delantal de la “Señora” al sombrero que el Tata llevaba siempre al montar. Desde su altura de jinete, él descendía su mano, presentando la cavidad gris del sombrero como un nido aún tibio por la calidez de su cabeza escultural. “Están fresquitos, Doctor. Son de las ponedoras que se apoltronan ahí, debajo de la higuera”. Todos los rostros morenos de nuestro mestizaje me fueron resultando parientes de la señorial cuidadora.

36

“Todo eso ha sido un avance en la lucha de los pueblos indígenas de este país para que tengamos educación y estemos mano a mano con cualquier hermano, sea mapuche o no mapuche. Porque para mí todos son mis hermanos. La mujer que no es mapuche es mi hermana, la mujer mapuche es mi hermana, o es mi ñaña, y yo la respeto igual. Y si es un apapa, una señora mayor, con más respeto, aunque no sea mapuche porque esa mujer tiene un quemchi, tiene una sabiduría innata, aunque ellas no lo ‘haigan’ dejado escrito, aunque no ‘haigan’ abierto su corazón.”

María Pinda, en “Reencantando Chile.

Voces populares”, compiladora Sonia Montecino, Cuadernos

Bicentenario, Chile 2005, p. 352

37

Ángaro en tensa calma:

Mujer Carmen, Mater Alma,

de ti la Patria se ensalma.

Vigía en Topocalma.

ángaro, el fuego de los atalayeros para dar signos de alerta o enhorabuena

desde la costa marítima santiaguina, Topocalma es el roquerío más metido en el océano

38

En Santiago, el Parque Forestal era tan nuestro oasis, que creció en mí el íntimo convencimiento que te pertenecía de punta a punta, y que todos los otros niños eran invitados tuyos, desde yo no sabía cuándo. Jamás dejaste de congregar y compartir, sin ningún aspaviento. Cada vecino o transeúnte, toda la gente, por estar al alcance de tus ojos, o de tu decir medio a tropezones, era tu huésped en algún sarao, con cualquier subterfugio o motivo.

39

“Había un bandolero muy famoso; se llamaba ‘el huaso Raimundo’. Cometió en los alrededores de Buin toda clase de delitos. Una vez viéndose en apuros le hizo una manda a la Virgen del Carmen. Salió bien de la situación. Y se puso a trabajar, a fin de ganar el precio de la manda. Porque a la Virgen no podía pagarle con plata robada o adquirida de mala manera…”. (Arturo Alessandri Palma, “Chile y su historia”, Tomo I, Santiago, 1945, p. 80.)

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Una mañana vi acercarse a Don Arturo Alessandri Palma, con dos señores. Para clasificarlos tuve que aprender de ti la palabra “detective”. Venían detrás del Presidente de la República. Él se doblaba con un bastón cruzado por la espalda entre las manos. Adelante, iba un perrazo, que creí entender se apellidaba “Gran Danés”, y que tenía por nombre de pila “Ulk”. Don Arturo sacó su sombrero y te dio un abrazo como a un amigo, lo que a mí me pareció perfectamente justo.

Bueno, después más palabras, y más historias. Con los años, supe que Don Arturo era el abuelo de mi amigo-hermano, el P. Hernán Alessandri, una especie de Jesús particular que la Trinidad Santísima me puso muy cerca, para que yo no me despeñara. Recibimos juntos la Primera Comunión, y después en el México de Guadalupe, juntos concelebramos la Eucaristía con el Papa Juan Pablo II.

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Tata, transcribo también poemas. Son resonancias de conversaciones nuestras, mientras tomabas desayuno en tu cuarto, o te calzabas en los tobillos las pequeñas polainas de invierno. Son trozos de espejos al borde del camino, como anotó Nicanor Parra. Pero, en verdad, es un flujo acuático. Los acuciosos hidrógrafos documentan cómo toda el agua capitalina de entonces, se desliza hacia el Mar por la corriente del Maipo, cuando se traga en Talagante al Mapocho de un solo sorbo. Igual vía recoge todas las acequias, que han cruzado las chacras y las huertas maipucinas. Desde el acantilado cartagenino, avistamos tú y yo, cómo el río Maipo es un potro de pecho amplio, y también es medio sacerdote, según creo.

Entre la viña y el cardo,

corre el Maipo, potro pardo.

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Cuando arrastra lodos frescos en cantidad, el Maipo saca, en Llolleo, una barba marrón por debajo de su boca. Juntos cabalgamos el antiguo camino por los cerros al puerto de San Antonio, y miramos esa alfombra barrosa muchas veces. Poco más adelante, encontrábamos la animita de una víctima de los bandoleros. Era de un asesinado después del terremoto de 1906, cuando el templo parroquial, con torre y todo, quedó sumergido bajo la arena de la duna.

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Tata, somos gente fluvial tú y yo. Descendemos también, por ahí de algún chasqui nocherniego. Tratábamos siempre de trotar por alguna arena y de escabullirnos de las redes con flotadores de chagual, según la dirección de la mera brújula del olfato.

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Los poemas son muy tuyos, y los acabo de designar como “el río”. Con el agua, el texto viaja al Pacífico. Por ella, fluye en las acequias un eco del sonido de alguna campana de Maipú.

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Van en una sola corriente, el Azapa, el Loa, el Elqui, el Maipo, el Maule, el Bío-Bío, el Cautín, y en confluencia, agua chilota, patagónica, goteo del Cabo de Hornos, y deshielo dulce de la Antártica. (Tu caballo Tango fue una fragata negra del servicio secreto doñihuano en operación ruralmarina).

¡Ea! Tatita, los versos son tuyos y navegaremos por “el río”, desde siempre en adelante.

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Mar y río pasarán,

sólo fluirá el Jordán.

En el agua del bautismo,

bebe Chile el Río mismo.

La Santa Agua divina,

red de la paz clandestina.

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La hermosa mujer, sentada en la silla de lona, en la cubierta del barco, es Misia Marta Ossa. Antes de casarse con Don Pedro, dicen, fue novia de O’Higgins. Quiere a la gente cual madre reina, y en lo de mirar, vigila más que el mejor grumete de La Esmeralda.

Maipú, Betania de Marta,

es la promesa su carta.

Perla por perla aparta,

amor enhebra la sarta.

Jesús iba a Betania, a casa

de Lázaro, Marta y María

Juan 11

el 14 de marzo de 1818, el pueblo de

Santiago juró la promesa de levantar a

María del Carmen un templo, en el lugar

donde Ella le diera a Chile su libertad.

Después lo llamaron el ‘Voto de O’Higgins’

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