Madre María de la Purísima - Carlos Ros Carballar - E-Book

Madre María de la Purísima E-Book

Carlos Ros Carballar

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Beschreibung

Carlos Ros nos ofrece en este libro una completa semblanza biográfica de la Madre María de la Purísima, canonizada en Roma el 18 de octubre de 2015, domingo del Domund, por el papa Francisco. A lo largo de dieciocho breves capítulos, el autor presenta la personalidad y el carisma de la nueva santa mientras va desgranando su vida: su nacimiento en el seno de una familia burguesa de Madrid, sus estudios en el colegio de las Irlandesas, su decisión de profesar en la congregación con tan solo 17 años de edad, su primer destino en Lopera, su paso por Valladolid, su nombramiento como Madre General, su alegría en la beatificación de Sor Ángela de la Cruz, su fallecimiento en 1998 y su beatificación doce años después, en el año 2010.

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Índice

Portada

Madre Maria de la purisima

Créditos

Introito. Una santa que se puede imitar

Capítulo 1 Familia de la burguesía madrileña

Capítulo 2. Alumna de las Irandesas

Capítulo 3. En la edad del pavo

Capítulo 4. ¡Este es mi sitio!

Capítulo 5. El último cigarrillo

Capítulo 6. Los ángeles de este mundo

Capítulo 7. ¡Bendito sea Dios que me trajo

Capítulo 8. Lopera, su primer destino

Capítulo 9. De Las Delicias de Valladolid a Estepa

Capítulo 10. ¿Podemos estar tristes?

Capítulo 11. Todo envuelto en una santa alegría

Capítulo 12. La gente lo decía: ¡Qué monja más fina!

Capítulo 13. Madre General

Capítulo 14. Repican las campanas de la Giralda

Capítulo 1. Portarme como verdadera Hermana de la Cruz

Capítulo 16. Hacía muchos años que no vivía para sí

Capítulo 17. ¡Se nos fue al cielo!

Epílogo. Hazme santa, Señor

Árbol genealógico

© SAN PABLO 2021 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid) Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723

E-mail: [email protected] - www.sanpablo.es

© Carlos Ros Carballar 2015

Distribución: SAN PABLO. División Comercial Resina, 1. 28021 Madrid

Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050

E-mail: [email protected]

ISBN: 978-84-28559-48-5

Composición digital: www.acatia.es

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo y por escrito del editor, salvo excepción prevista por la ley. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Ley de propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos – www.conlicencia.com).

www.sanpablo.es

Dedico esta obra a dos personas

que me han ayudado especialmente

en la búsqueda de datos

y en la corrección del texto:

Olga Salvat,

sobrina de María de la Purísima,

me ha proporcionado datos

muy apreciables de su familia.

Ana de Jesús,

Hermana de la Cruz,

encargada de la Postulación

de Madre María de la Purísima,

me ha abierto los archivos

para que mi labor sea

lo más fructífera posible.

Mi cordial agradecimiento a las dos.

El autor

Introito

Una santa que se puede imitar

Se llama María de la Purísima de la Cruz y el próximo 18 de octubre de 2015, domingo del Domund, será canonizada en Roma por el papa Francisco. Segunda Hermana de la Cruz, después de santa Ángela, fundadora de la Compañía de la Cruz en 1875, y nueva gloria y honor para la Iglesia de Sevilla al contar con una santa más.

¿Cómo es posible, me pregunto, que haya ascendido en tan corto espacio de tiempo a la gloria de los altares? Han transcurrido tan solo diecisiete años –desde su muerte en Sevilla en 1998– para alcanzar el último peldaño del coro de los santos. Porque subir a los altares ya lo hizo en el año 2010 al ser beatificada en el Estadio Olímpico de Sevilla, siendo testigos de ello la Virgen de la Esperanza Macarena, cardenales, obispos, curas, una legión de Hermanas de la Cruz y el pueblo soberano de Sevilla.

Y me pregunto:

—¿Cómo es posible tanta rapidez?

Porque todos sabemos que Roma no gusta de las prisas y las cosas de palacio van despacio.

Se lo he preguntado a María del Redentor, que vive en el convento de las Hermanas de la Cruz en Roma. ¿Qué digo convento? Es un piso en la cuarta planta de un viejo caserón de la Via Pellegrino de Roma, propiedad de la Embajada de España. Allá llegó una patrulla de monjitas en 1966, todas jóvenes con la madre Loreto al frente, estupenda mujer, para agilizar el proceso de beatificación de su santa fundadora Ángela de la Cruz.

Las conocí un año después, yo estudiante en Roma, y todavía quedan de aquella patrulla primera dos Hermanas, entre ellas la siempre animosa María del Redentor.

Le pregunto:

—¿Cómo es posible que se haya logrado bullir las posaderas de los monseñores romanos para que esta causa de canonización discurra a velocidades de vértigo? ¿Qué bula tenéis? ¿Quién os ampara? ¿Tenéis padrino?

Y María del Redentor me contesta:

—Nadie, padre, ella sola, ella sola desde el cielo.

Pues séase.

Porque en verdad esta sencilla Hermana de la Cruz, María de la Purísima, ha pasado en el corto espacio de doce años de su muerte a la beatificación y cinco años después a la canonización.

¡Todo un récord!

* * *

Conocí y traté alguna que otra vez a la que fuera séptima Superiora General de las Hermanas de la Cruz. Y me doy de cantos en los dientes de no haber olido qué persona santa se escondía bajo el hábito de estameña con que visten. Escribí bajo su mandato de Madre General el libro Pequeñeces de Sor Ángela de la Cruz, aparecido en Sevilla en 1982, con motivo de la beatificación de la Madre fundadora. Solo pude apreciar, en los escasos momentos que hablé con ella, esa sonrisa callada de quien entierra el yo de por vida, como hiciera y aconsejara Sor Ángela a sus hijas.

Madre María de la Purísima solía repetir:

—De lo poco, poco.

Y trabajó incansablemente por hacer vida, como fiel reflejo de su santa fundadora, el ideal de Sor Ángela de la Cruz:

—Hacerse pobre con los pobres para llevarlos a Cristo.

Y también:

—Pobreza, limpieza, antigüedad.

En estas sencillas palabras resume santa Ángela la fisonomía espiritual de la Hermana de la Cruz. También la antigüedad, la fidelidad perenne a los orígenes del Instituto. Y lo explica:

—Ese hábito tan pobre y tan basto, esas alpargatas, ese sello de sencillez, de poca instrucción; no tener criadas, no darnos importancia, alegrándonos de que no nos atiendan, preferir los asientos más incómodos, las advertencias, los permisos y tantas menudencias que ayudan a conservar nuestra manera de ser y las costumbres como cuando empezamos. No dar oído a las voces del mundo, de que en todas partes se hace esto o aquello; nosotras siempre lo mismo, sin inventar variaciones, y siguiendo la manera (establecida) de hacer las cosas, para que en todo se conozca que somos Hermanas de la Cruz.

Una ya es beata y va camino de ser santa. Nació en Madrid de familia bien, pero vivió prácticamente toda su vida en Sevilla. Es pues una santa sevillana.

Curiosamente nació en Madrid en el mismo edificio donde murió el poeta Gustavo Adolfo Bécquer. Una placa puesta por el Ayuntamiento madrileño así lo dice en el número 25 de la calle Claudio Coello, en el barrio de Salamanca. Bien podría el Ayuntamiento madrileño poner una placa adyacente en que se diga también: «Aquí nació santa María de la Purísima, Hermana de la Cruz...». Pero, al parecer, los vecinos no están por la labor.

El poeta sevillano Gustavo Adolfo Bécquer dejará escrito en sus Rimas ese verso que dice:

—Por una sonrisa, un cielo.

Pues la niña, que nació en esa casa madrileña donde el poeta murió, ha rectificado el verso para convertirlo en vida propia y ser especialmente para los pobres de este mundo a los que ella sirvió con heroica virtud:

—Una sonrisa de cielo.

La sonrisa y el cielo.

—Lo hacía todo –cuentan las Hermanas– con la mirada puesta en el cielo y con el pensamiento en la vida eterna.

En María de la Purísima la presencia de Dios era tan natural como el respirar.

Y su sonrisa.

He querido titular esta semblanza de su vida resaltando ese perfil exterior de su imagen:

—Una sonrisa de cielo.

Sonrisa que desbordaba alegría humana y espiritual. Todas las Hermanas que han convivido con ella lo dicen. Una sonrisa que producía en su entorno la paz de Dios.

Escribiendo a una de las Hermanas, alumna suya y después religiosa, la exhortaba diciéndole:

—No fomente ¡por Dios! espíritu de tristeza; al contrario, dese alegremente a todos y procure hacer felices a todos sin pensar en sí misma... Siempre alegre, pues no tenemos motivo para otra cosa, ya que es tanto lo que hemos recibido del Señor que esto bastaría para sentirnos felices.

Pero no es solo su sonrisa.

Es santa de las cosas pequeñas. Sin recurrir a actos heroicos, se puede ser extraordinaria en lo ordinario.

La pequeñez.

La pobreza, propia del Instituto.

El amor a los pobres. «Ellos son nuestros amos», decía santa Ángela.

La humildad.

Los nueve Teólogos Consultores, que han examinado sus virtudes en Roma y han formulado un dictamen positivo, han visto en María de la Purísima que fue heroicamente humilde, fuerte, obediente, servicial, serena y moralmente transparente como un cristal.

Lo que ha confesado una novicia:

—He vivido con una santa que se puede imitar.

Capítulo 1

Familia de la burguesía madrileña

Se llamaba María Isabel Salvat Romero y nació a las seis de la mañana en el número 23 (actual 25) de la calle Claudio Coello del barrio de Salamanca de Madrid el 20 de febrero de 1926. La fachada exterior muestra un edificio elegante y sobre el portón, a su derecha, entre dos balcones del primer piso, una placa de cerámica reza que ahí murió el poeta sevillano Bécquer.

—En esta casa murió el día 22 de diciembre de 1870 Gustavo Adolfo Bécquer, el poeta del amor y del dolor.

Tan solo vivió unos tres meses en esta casa, adonde llegó prácticamente para morirse. De joven, había soñado que dormiría «el sueño de oro de la inmortalidad» a orillas del Guadalquivir. Pero fue enterrado al día siguiente en el nicho nº 470 del Patio del Cristo, en la Sacramental de San Lorenzo de Madrid. Más adelante, en 1913, sus restos serán trasladados a Sevilla, donde reposan en el Panteón de Sevillanos Ilustres.

Si un sevillano insigne, aureolado con la corona de la gloria poética, muere en Madrid, una niña madrileña será aureolada con la corona de santidad en Sevilla. Ambos dos yacen en la Ciudad del Betis, no lejos uno de la otra.

Bécquer escribió en su Rima 2:

Cruzo el mundo sin pensar de

dónde vengo, ni adónde

la suerte me llevará.

María Isabel Salvat sí supo de dónde venía y adónde iba. Escogió su suerte en las Hermanas de la Cruz y ahora yace con santa Ángela en una capilla de la Casa Madre de Sevilla, donde son visitadas a diario, no por turistas o curiosos, sino por fieles devotos, que piden e imploran su intercesión ante Dios de tantas penas como llevamos en el zurrón de la vida.

Era la hija tercera del matrimonio formado por un malagueño, Ricardo Salvat Albert, y una madrileña, Margarita Romero Ferrer, que se casaron en la parroquia de la Concepción de Madrid el 18 de diciembre de 1922. Ricardo, diez años mayor que su esposa, nacido en 1890, fue profesor mercantil y perfeccionó estudios en Francia e Inglaterra. Margarita, nacida en 1900 de padre jerezano y madre gaditana, estaba licenciada en Filosofía y Letras. Mujer muy inteligente, de las pocas que por aquel entonces estudiaban en la Universidad. Y muy piadosa, de misa diaria. Ricardo, liberal en su tiempo, era lo estrictamente religioso como guardar el precepto dominical. Pero fue una pareja que se llevó muy bien, jamás hubo entre ellos una discusión de más, al menos eso es lo que percibieron sus hijos.

Roberto, hermano que sigue a María Isabel, y que llegará a cura, confesará de su padre:

—Era director de una importante empresa de la época, dedicada, entre otras áreas, al ramo automotriz, que antes de la guerra civil se desenvolvía en el sector comercial con agentes por toda España y que al concluir el conflicto bélico, en la etapa de la autarquía se transformó en industrial. Muy recto, de formación liberal característica en los hombres de su tiempo, muy respetuoso en el aspecto religioso y cumplidor del precepto dominical y del pascual, a instancias de mi madre. Culto, muy lector, hablaba con perfección el francés y el inglés y se preocupaba por nuestra formación.

De su madre dirá:

—Era una mujer muy inteligente, con un gran sentido común y de la realidad. Muy piadosa: iba todos los días a misa; en mi casa se rezaba todos los días el rosario: junto con ella lo hacían mis hermanas, que sin duda lo hacían voluntariamente, pues no recuerdo que nos obligasen, ni tampoco que los varones lo hiciésemos con mucha frecuencia. Vivía para sus hijos, con un espíritu de sacrificio lleno de alegría y de sentido positivo. Mantenía, por otra parte una actividad social sin menoscabo de sus responsabilidades domésticas, y prácticamente todos los días de la semana recibía diferentes grupos de amigas que la visitaban a tomar el té.

Del ambiente familiar, recuerda Roberto:

—El ambiente de nuestra casa era el de una familia española, cristiana, de situación económica holgada y de unos padres cariñosos y preocupados por sus hijos... Me alegra testimoniar que mis padres estaban muy unidos, se querían y respetaban mutuamente, con gran elegancia, y no recuerdo haber presenciado nunca ningún disgusto entre ellos, ni tampoco ninguna discusión.

Fueron ocho hermanos, familia numerosa. Margarita, la mayor, permanecerá soltera. Licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid como su madre, trabajará durante muchos años en Estados Unidos como traductora en una organización de la ONU y más tarde en Ginebra. Ricardo, el segundo, murió joven, en 1949, a los 24 años, de tuberculosis. Después de nuestra María Isabel, vienen cinco hermanos más. Roberto (1927), que fue vicario del Opus Dei en Caracas y único de los hermanos que sobrevivirá a su hermana María Isabel; Álvaro (1929), que permaneció soltero; María del Carmen (1931), casada con Evaristo Arenas, que fuera diputado y secretario del Colegio de Abogados de Madrid; Guillermo (1932), abogado empresarial, único varón que contrajo matrimonio, con Merche Ojembarrena, de la que tuvo tres hijos, Íñigo, Guillermo y Olga. Y la más pequeña, Teresa (1934), que murió con solo cuatro años en París donde sus padres la llevaron en 1938, durante la guerra civil, buscando un remedio médico.

Pero en la familia se conocerán por apodos familiares. Don Ricardo es nombrado siempre como «Papaíto». Margarita, la madre, será llamada por sus hijos «Maína». La hija mayor, Margarita, será «Chirin». Ricardo, el segundo, «Pepo». María Isabel, monja, y Roberto, cura, tal vez por eso de que «con la Iglesia hemos topado» son respetados y no tienen apodo alguno. Álvaro será «Totó». María del Carmen, «Microbio». Guillermo, «Guillón». Y Teresita, «Terita».

Cuenta Roberto:

—Estábamos viviendo en San Sebastián por causa de la guerra civil. María Teresa enfermó de una afección pulmonar y los médicos la desahuciaron. No se resignaron mis padres a ese desenlace y la llevaron a París, para ver si en esa ciudad, sin la problemática de la guerra, había alguna posibilidad de salvarle la vida.

Y señalará Roberto, en su declaración en la causa de beatificación de su hermana María Isabel:

—He querido recoger este recuerdo porque me es especialmente vivo por el dolor que vi que sufrieron mis padres, y de manera particular porque muestra el ambiente familiar de cariño y desvelo paternal en que vivió la Sierva de Dios.

De los abuelos paternos, Pablo Salvat (1849-1928), natural de Reus, e Isabel Albert (1858-1936), de Málaga, poco sabemos. Tuvieron cuatro hijos: Isabel, casada con Edward Thorton, Amanda, casada con Juan M. Mata, abogado, Elvira y Ricardo, padre de María Isabel.

Quien fue especialmente notorio fue el abuelo materno, Juan José Romero Martínez, nacido en Jerez de la Frontera el 26 de agosto de 1865, notable político, casado con María Ferrer White (1859), nacida en Cádiz. Su padre Rafael Romero Castañeda –natural de Grazalema y bisabuelo de María Isabel– era cosechero y almacenista de vinos de Jerez y tuvo de Teresa Martínez Sousa ocho hijos. Entre ellos, dos varones, Juan José y Francisco de Paula, y cuatro mujeres, todas ellas abrazarán la vida religiosa: Ángela y Rita, en la Compañía de María, y Consolación y Carmen, en las Irlandesas. Curiosamente Consolación recibirá en religión el nombre de Madre Carmen, y Carmen el nombre de Madre Ángeles.

Juan José estudiará el bachillerato en el Instituto Provincial de Jerez y cuando en 1875, con la instauración de la monarquía de Alfonso XII, vuelven los jesuitas, entrará de interno en el colegio de San Luis Gonzaga de El Puerto de Santa María, donde terminará el bachillerato. Acto seguido, se matricula en la Universidad de Sevilla, y acaba con brillantez las licenciaturas en Filosofía y Letras (1882) y en Derecho (1884). Posteriormente se traslada a Madrid, en cuya Universidad Central se doctora en Derecho Civil y Canónico (1886) con la tesis «Derechos del Romano Pontífice como vicario de Jesucristo en la Tierra».

En 1894 aparece como redactor del diario madrileño La Correspondencia de España. Y pronto se inicia en la abogacía entrando a formar parte del bufete de Francisco Silvela, que fuera presidente del Consejo de Ministros durante la regencia de María Cristina y el reinado de Alfonso XIII y también ministro de varias carteras.

Juan José Romero Martínez trabajará en el bufete del líder conservador Silvela hasta su muerte en 1905. Atraído por la política, concurre en 1899 sin éxito a las elecciones a Cortes por el distrito de Grazalema, tierra natal de su padre. Pero no será hasta 1914 cuando resulte elegido por la circunscripción de Jerez de la Frontera. Acta que conseguirá en otras cuatro convocatorias electorales: 1918, 1919, 1920 y 1923. Será un benefactor de Jerez, su patria, logrando la creación de una Escuela Pericial de Comercio, antigua aspiración de la ciudad, la dotación e instalaciones de la Escuela de Artes y subvenciones a iniciativas locales para los niños más desfavorecidos (Colonia Escolar Jerezana y Almuerzo Escolar).

En la dictadura de Primo de Rivera, también jerezano, el dictador pondrá a su paisano de subsecretario de Instrucción Pública, cargo que compaginará con el de diputado a Cortes.

Al venir la República, abandona la política y fallece dos años después, el 20 de febrero de 1933, con 67 años. De su matrimonio con María Ferrer White, el subsecretario ha dejado dos hijos, Margarita, madre de María Isabel, y Rafael, conocido como «Tío Pita», «Tío Pita» su padrino, abogado y diplomático, casado con la inglesa Olga Clara Monie, sin hijos. Vivía el ex diputado y ex subsecretario de Instrucción pública y su esposa María Ferrer en la calle Serrano 23, no lejos de su hija, y murió el mismo día que su nieta María Isabel cumplía siete años: 20 de febrero de 1933.

No hubo fiesta de cumpleaños. Desde muchos días atrás, el abuelo estaba enfermo. En ABC apareció el 7 de febrero una breve reseña dando la noticia de que el ex subsecretario se encontraba enfermo y se le deseaba pronta recuperación. No sabemos de qué murió. Al día siguiente, 21 de febrero, fue enterrado en el cementerio de San Justo, en el cerro de las Ánimas, tapia por medio del de San Isidro.

* * *

José de Salamanca, el banquero prestidigitador, ideó el barrio que lleva su apellido en los patrones que Haussmann impuso en París, con calles cuadriculadas, perfectamente alineadas, y casas altas y ricas, pero sin el encanto y seducción de los barrios viejos de la ciudad. Para Sainz de Robles, en su Crónica y guía de una ciudad impar, el barrio de Salamanca es muy finolis, pero desangelado. Un barrio construido para la burguesía en el Madrid naciente después de la revolución de 1868. Un barrio que tuvo los primeros tranvías eléctricos, los primeros ascensores eléctricos, los primeros automóviles, los primeros «excusados» con agua corriente... Aunque eso sí, un barrio que cuenta con un callejero dedicado a españoles ilustres: Goya, Velázquez, Claudio Coello, donde nació María Isabel, Columela, Conde de Aranda, Núñez de Balboa, Padilla, Bravo Maldonado, Bécquer, María de Molina, Serrano...

A los siete días de su nacimiento, 27 de febrero de 1926, fue bautizada en la iglesia del barrio, parroquia de la Concepción, en la calle Goya. Fueron los padrinos, su tío materno Rafael Romero, el «Tío Pita», 26 años, abogado, y su tía paterna, Isabel Salvat, de 46 años. Le pusieron una larga retahíla de nombres, que entonces se estilaba: María Isabel Rafaela Amanda Elvira Teresa Ramona Euqueria de la Santísima Trinidad. María, nombre de la Virgen, al comienzo; Isabel y Rafaela, por sus padrinos de bautismo; Amanda y Elvira, por sus tías paternas; Teresa, por su bisa buela materna; el extraño nombre de Euqueria, por uno de los santos de ese día 20 de febrero que aparece en el Martirologio Romano: san Euquerio, del siglo VIII, obispo de Orleans, que, desterrado por Carlos Martel a causa de algunos envidiosos, encontró piadoso refugio en el cenobio de Saint-Truiden, en la actual Bélgica. Y de la Santísima Trinidad, final en todo bautismo que se precie.

Es curioso que su amor a la Virgen en el misterio de la Inmaculada Concepción la persiga ya desde su nacimiento al llamarse al entrar en religión María de la Purísima. La parroquia de la Concepción tuvo un origen paralelo a la creación del barrio de Salamanca. En el clima de incertidumbre que se vivía en Madrid tras la caída de la monarquía de Isabel II en 1868, un año después, el 23 de diciembre de 1869, víspera de navidad, se reunió un grupo de personas piadosas en el domicilio del conde de Alvar Fáñez y concertó construir en el barrio de Salamanca una iglesia consagrada a la Inmaculada Concepción de María. Reciente era la proclamación del dogma de la Inmaculada por el papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854. Y lanzaron una circular a los vecinos reclamando su ayuda monetaria:

—El nuevo barrio de Salamanca carece de iglesia; posible es que en él se intente edificar alguna mezquita, sinagoga o iglesia protestante, y por eso es de imperiosa necesidad erigir allí un templo a la Madre del Salvador, a la Inmaculada Reina de los Ángeles, bajo cuyo especial amparo y protección hemos de conseguir el más glorioso triunfo... Para aquel objeto contamos con solar suficiente, debido a la piedad cristiana de algunos de nuestros hermanos. Contamos con algunos, aunque pequeños, recursos propios; y contamos también muy principalmente con las limosnas de los fieles.

El nuevo templo, pequeño, construido en la confluencia de las calles Hermosilla y Claudio Coello, fue inaugurado el 8 de diciembre de 1870, festividad de la Inmaculada Concepción.

Como muy pronto resultó insuficiente, treinta y un años después, en 1901, se pensó en un templo amplio y proporcionado a las exigencias del barrio. Y así, el 26 de diciembre de 1902 se colocó la primera piedra del nuevo templo, esta vez ubicado en la confluencia de la calle Goya con Núñez de Balboa. De estilo neogótico, fue bendecido el 11 de mayo de 1914 por el obispo de Madrid-Alcalá, con asistencia de los reyes y dedicado a la Concepción Inmaculada de Nuestra Señora.

Y aquí, en este amplio templo neogótico de tres naves y torre airosa, María Isabel recibió las aguas del bautismo, el mismo templo donde sus padres se casaron en diciembre de 1922.

Capítulo 2

Alumna de las Irlandesas

Cerca de casa, en la calle Velázquez, se halla el Colegio de la Bienaventurada Virgen María, de las Madres Irlandesas, prestigioso centro educativo bilingüe donde las niñas salen hablando perfectamente el inglés. En él está Margarita, la hermana mayor, y a él acudirá también María Isabel desde primaria. En el colegio se encuentra una de sus tías, religiosa Irlandesa, hermana de su abuelo materno, Madre Carmen o Mother Carmen. Cariñosa y amiga de los pobres, ayudará a María Isabel, pasado el tiempo, a centrar su vocación en la elección de las Hermanas de la Cruz.

El Instituto de la Bienaventurada Virgen María fue fundado en 1609 por Mary Ward, una joven valiente inglesa que supo sobreponerse a la persecución sufrida por los católicos en su país y a las dificultades que le sobrevendrían en el seno mismo de la Iglesia. Atendiendo a las necesidades de la época, fundó una congregación libre de clausura y siguió el patrón de la Compañía de Jesús, haciéndose autónoma e independiente del poder de los obispos y con obediencia directa al Papa.

Pero ello no era fácil en aquella época y pronto perdió el favor del Papa, suprimida su congregación y Mary Ward encarcelada. Durante años, el Instituto se mantuvo en la clandestinidad, hasta recuperar el apoyo papal.

En 1845, se estableció un grupo de religiosas en Gibraltar y, desde allí, organizaron un colegio en El Puerto de Santa María, a petición de un grupo de padres. Pero diez años después, durante el Bienio Progresista del general Espartero, se vieron obligadas a abandonar España. Volvieron en 1888 a El Puerto de Santa María, pero el interés era fundar en Sevilla. Lo intentaron, pero el cardenal Zeferino González lo consideró inoportuno porque ya se hallaban en la ciudad las religiosas del Sagrado Corazón, también de Enseñanza, conocidas como las del Valle. Se valieron las monjas de la marquesa del Mérito, que influyó sobre el cardenal Zeferino, y pudieron fundar no en Sevilla, pero sí muy cerca, a cinco kilómetros de la ciudad, en Castilleja de la Cuesta, un año después, en 1889. El sitio les pareció ideal: el palacio de los duques de Montpensier.

Esta casa tiene su historia. En ella falleció Hernán Cortés el 2 de diciembre de 1547, a los 62 años, y en 1858 fue adquirida por los duques de Montpensier, Antonio de Orleans, hijo del rey Luis Felipe de Francia, y María Luisa, hermana menor de la reina Isabel II, como lugar escogido para pasar las primaveras andaluzas. Los veranos los pasaban en Sanlúcar de Barrameda, junto al mar, y los inviernos, en el palacio de San Telmo, en Sevilla.

Montpensier la compró arruinada y la reedificó convirtiéndola en pequeño castillo de estilo mudéjar y aspecto externo de fortaleza árabe, que es el que presenta ahora. En 1877, el joven Alfonso XII visitó Sevilla por Semana Santa. El miércoles santo, Montpensier le obsequió con un almuerzo en la casa de Hernán Cortés de Castilleja de la Cuesta. Y ese paseo a Castilleja y el embrujo de los jardines de San Telmo en primavera hicieron que el amor del rey estallase por su primita hermana María de las Mercedes y se hiciese hondo y profundo.

Cánovas del Castillo, presidente del Gobierno, apoyado en razones de Estado, repasaba las páginas del Gotha a la busca de princesas casaderas. Preguntaba Cánovas:

—¿Quieren ustedes una reina protestante? Después de pensarlo, contestan que no, casi todos. Pues entonces nada hay que esperar de Inglaterra ni acaso de Prusia. ¿Quieren ustedes una reina conversa, y conversa para ocupar el trono? A lo cual contestan también casi todos que no, o que la cosa merece la pena pensarse largamente. Lo cual excluye del todo, o casi, a las princesas alemanas. ¿Trae alguna ventaja política interior o exterior un matrimonio belga, bávaro o sajón y aun austriaco?...

El embrujo de Sevilla ha resuelto la cuestión. Alfonso está enamorado de su prima Mercedes y ante ello sobran las razones de Estado.

Curiosamente, diez años antes, 1868, Montpensier había conspirado contra su cuñada Isabel II para destronarla y ahora se ve agraciado con el trono tan deseado por él en la testa de su hija Mercedes.

Alfonso y Mercedes se casaron en enero de 1878. El pueblo les canta:

Quieren hoy con más delirio

a su rey los españoles,

pues por amor va a casarse

como se casan los pobres.

El duque de Montpensier dio a su hija de dote, entre otras cosas, la casa de Castilleja. Abandonado durante algún tiempo este edificio que pasó a la corona a la muerte de María de las Mercedes, las Irlandesas lo ocuparon en arriendo en 1889 y años después lo compraron. La finca no se podía vender porque era propiedad de la princesa de Asturias. Y esta solo lo podría vender cuando se casara o fuera mayor de edad. Se establecieron negociaciones con la reina regente, María Cristina, que decidió cederlo en alquiler para comprarlo años después.

Hicieron ampliaciones, trajeron métodos de enseñanza novedosos y se dieron a conocer como un colegio prestigioso, y bilingüe porque las niñas salían de él hablando perfectamente inglés. Ocurrió que a la superiora, M. Stanislaus Murphy, se le ocurrió construir un gimnasio al final del jardín, en lo que había sido cochera y cuadra. Se construyó un espacioso cuarto de gimnasia con un vestuario al lado. Y ya terminado, contrató a un profesor de Sevilla para dar las clases. Todo parecía ir felizmente el primer día de clase de gimnasia, cuando hete aquí que aparece el confesor de la Comunidad, llamado Juan Serra, que había llegado precipitadamente de Sevilla visiblemente alterado. Y les gritó:

—Las monjas no pueden aprobar que un hombre dé clases de gimnasia a las niñas. ¡Eso no está permitido y yo renunciaré a ser el confesor de las monjas hasta que esto termine!

La superiora, M. Stanislaus Murphy, hubo de ceder y encargó la clase de gimnasia a una religiosa joven que acababa de llegar de Irlanda. ¡Cosas del siglo XIX!

Entrado el siglo XX, las Irlandesas se extendieron por España. En 1904 fundaron el primer colegio de Madrid en el Paseo de Rosales, que solo tenía un pequeño patio para el recreo. Y como estas monjas daban en aquel entonces bastante importancia a los deportes y a las actividades al aire libre –cosa que incordiaba al cura sevillano–, buscaron un lugar más amplio. Y así, en 1909, se trasladaron a Villa Gloria, un sanatorio inglés en venta, situado en la calle López de Hoyos. En 1931, cuando María Isabel contaba cinco años, ya en plena República, una expropiación forzosa de parte del terreno del colegio –el garaje, el gallinero, la casa del portero, el campo de juego de las pequeñas...– tuvo como consecuencia que pusieran su entrada por la calle Velázquez. Con la orden de secularización, el «Colegio de las Irlandesas» se convirtió en «Colegio Sadel Tirso de Molina» y las monjas, vestidas de seglares, continuaron dando clases. Los inspectores de la República hacían visitas continuas al colegio, pero eran amables y hacían la vista gorda, porque a veces a las niñas se les escapaba decir «mother» o «sister» en lugar de «miss» o «señorita».

Este es el colegio que conocieron Margarita y María Isabel, antes y después de la guerra. Del que solo queda el recuerdo. En 1975, se trasladaron las Irlandesas a las afueras de Madrid, a Alcobendas. El colegio de la calle Velázquez, en el Barrio de Salamanca, desapareció bajo la piqueta y solo queda de referencia la foto de su hermosa fachada. Unos cuantos chalets han suplantado el terreno donde estaba ubicado el colegio de María Isabel. No es posible ya visitar la capilla donde ella tanto rezó, ni ver a las niñas con sus velos, ni sus dos uniformes, el de diario y el de gala, ni esas grandes solemnidades como el último día de la novena a la Inmaculada o el último día de mayo con procesión por el jardín donde estaba la imagen de piedra de la Virgen.

* * *

El panorama político ha cambiado de color. Un año antes de la llegada de la Segunda República en 1931, con la caída de la dictadura de Primo de Rivera, el ambiente social ya estaba bastante caldeado. Se intensifican en la prensa los ataques a la Iglesia católica. El hecho de que la prensa católica, especialmente el diario confesional El Debate y el monárquico ABC, se hubiesen posicionado estrechamente con la dictadura de Primo de Rivera contribuyó a identificar Iglesia y Dictadura. Los resultados de las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 dieron el triunfo moral a los republicanos, aunque no el numérico. En el conjunto de España, ganaron los monárquicos por un escaso margen. Los republicanos fueron vencedores en las grandes ciudades. Pero el rey Alfonso XIII optó por abandonar España.

—¿Crisis? –dirá el presidente de gobierno–. ¿Quieren ustedes más crisis que la de un país que se acuesta monárquico y amanece republicano?