Magia práctica con incienso y velas - Jake T. Shine - E-Book

Magia práctica con incienso y velas E-Book

Jake T. Shine

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Beschreibung

En el presente libro Jake T. Shine, nuestro chamán favorito, aunque él odia que le digan chamán porque esta palabra proviene de Siberia y no de la Sierra Tarahumara, nos regala una serie de rituales con velas e inciensos prácticamente para todo, desde el amor hasta el trabajo, para la salud del cuerpo, pero también del alma, y desde los viajes de placer hasta para los estudios, para aumentar la intuición y para alejar los males, sin dejar de lado la proyección mental y los viajes astrales, para que pongamos un poco de magia en nuestra vida que nos ayude a superar nuestros problemas. Por supuesto, nos dice Jake, sin voluntad y sin poner de nuestra parte no hay magia que funcione, pero el simple hecho de reconocer un problema y enfrentarlo ya es en sí un proceso mágico similar a encender una vela y una vara de incienso.

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© Plutón Ediciones X, s. l., 2023

Diseño de cubierta y maquetación: Saul Rojas

Edita: Plutón Ediciones X, s. l.,

E-mail: [email protected]

http://www.plutonediciones.com

Impreso en España / Printed in Spain

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

I.S.B.N: 978-84-19651-32-7

Para todos aquellos que están interesados

en seguir el camino de su propia Luz

Prólogo: El alfa y el omega

No hay necesidad de un nuevo prólogo para esta edición corregida y muy aumentada de Rituales con Inciensos y Velas, porque el Alfa del texto original da lugar al Omega del presente libro que Plutón Ediciones pone a disposición de sus lectores interesados en estos temas, que van desde lo más místico hasta lo más popular a pesar de los avances en tecnología y modernidad, porque el ser humano sigue siendo el mismo en esencia desde el principio de los tiempos, o desde el momento en que tomó consciencia de sí mismo, hace ya unos cuantos cientos de miles de años, cuando, según las leyendas y las mitologías, algunos dioses, titanes y arcángeles le rebelaron al ser humano la magia divina del fuego.

Por supuesto, los seres de luz que supuestamente nos dieron el conocimiento del dominio del fuego fueron castigados, torturados, exhibidos como malvados malditos y exiliados de las huestes celestiales, condenados eternamente.

Hoy en día el temor se centra en que las máquinas tomen consciencia de sí mismas y se rebelen contra sus creadores, nosotros. Pero si tomamos en cuenta que la amenaza de una inteligencia artificial viene de nosotros mismos, quizá la consciencia que tomen las computadoras y los ordenadores no sea tan inteligente como se piensa, sino más bien torpe, estulta y moralista, es decir, demasiado humana, porque así han sido programadas, con los valores y los sesgos de sus creadores, con sus mismas dudas y temores, dioses, creencias, supuesta ética y filias y fobias, pecados y virtudes del todo contextuales, cuando no del todo absurdas y convenencieras, funcionales en ciertos casos, pero en claro conflicto de intereses entre el poder y el vasallaje.

Como creación supuesta de los dioses, cuando tomamos consciencia de nosotros mismos heredamos sus mismos defectos, y quizá alguna que otra virtud, pero hasta apenas hace un par de milenios y cuatro o siete siglos, los seres humanos no empezaron a hacerse preguntas y a cuestionar a sus creadores. Tomamos consciencia de nosotros mismos con el dominio del fuego, pero tardamos más de doscientos mil años en empezar a hacernos preguntas y a poner en duda las leyendas y los mitos que nos ataban a los dioses.

¿Quién soy?

¿De dónde vengo?

¿Adónde voy?

¿Soy un ser creado por los dioses, o soy resultado de la evolución biológica?

Es curioso cómo, al filo de dos milenios y medio, el ser humano sigue sin saber quién es, de dónde viene y hacia dónde va. Los creacionistas atacan de nuevo hablando de un Dios Todopoderoso que se sacó el universo de la manga y que premió a este planeta con el fenómeno de la vida en general y de la vida humana en particular.

Por otra parte, los científicos apuntan a los primates como nuestros verdaderos antepasados, a los lémures como antepasados de los primates y a la célula compleja como el inicio de todo, aunque, por supuesto, no saben de dónde demonios nació esa célula ni cómo se organizó la simple materia para convertirse en algo vivo, y mucho menos como ese algo vivo devino en un ser tan curioso como el ser humano, que cree que piensa, siente, vive y hasta tiene algo de divino en su interior.

El teocrático Big Bang ha quedado como la teoría más plausible de la aparición del universo, pero es solo eso, una teoría que no se puede corroborar. Los agujeros negros, que tantas expectativas de nacimiento y muerte nos dieron hace unos años, ahora han quedado aparcados, entre otras cosas, porque al final en realidad no absorben todo lo que pasa por su lado, ni han resultado ser las puertas dimensionales y espaciales que esperábamos. Stephen Hawking, desde su silla de ruedas, se sorprendió del revuelo que sus teorías habían causado, y dijo que sus tesis no eran más que eso: proposiciones de física teórica, y no una realidad palpable, y que lo mejor que tenían sus ensayos, era la utilización de los números simpáticos, la dichosa singularidad que quizás el día de mañana nos sirva para tener un modelo matemático válido más allá de nuestro planeta.

En síntesis, que en realidad no alcanzamos a ver el punto de nuestro origen, ni a nivel físico, ni a nivel biótico ni a nivel espiritual: todo son conjeturas y creencias más o menos bien expuestas para que unos u otros se sumen a ellas, pero en realidad no responden a la verdad ni se pueden demostrar de manera alguna.

Los esoteristas de principios del siglo XX verían que, por fin, las ciencias oficiales y las ciencias ocultas se han unido, pero no en el avance y evolución del hombre, sino en su incapacidad para relatarnos el Alfa y el Omega de nuestra existencia, ya que tampoco se sabe el fin que tendremos ni como especie animal ni como seres espirituales.

¿Vamos al cielo o al infierno?

¿Nos reencarnamos o con una sola vida tenemos suficiente?

¿Llegamos a la iluminación o volvemos a la oscuridad?

¿Pervivimos de alguna manera, o somos simple materia que volverá a la naturaleza en forma de despojo y podredumbre?

No sabemos siquiera si sobreviviremos a nuestros propios errores científicos, industriales o tecnológicos, o a nosotros mismos, es decir, si un buen día nos dará por aniquilarnos mutuamente hasta no dejar superviviente alguno para muestra de las siguientes especies que harán uso del planeta.

No sabemos si vamos a durar, y creemos que estamos acabando con el planeta cuando en realidad estamos acabando con nosotros mismos, porque somos unos pésimos gestores de los recursos del planeta que nos dieron gratis, y lloramos por los árboles y las flores que desaparecen sin darnos cuenta de que los que estamos realmente en peligro de extinción somos nosotros mismos. Somos como una mala empresa, de esas que tanto abundan y que abren y cierran puertas en un lapso corto de tiempo, porque son incapaces de mover su producto a pesar de que haya compradores por todas partes.

Quién sabe, quizá solo somos un mal experimento genético llevado a cabo por esos que llamamos dioses hace 250 mil años, o un accidente de la caprichosa naturaleza. Nos arrogamos el derecho de decir que nosotros sí tenemos alma y loa animales no, de la misma manera que nos consideramos los seres más inteligentes de la Tierra y los reyes de la creación.

Interpretamos el mundo como podemos y fallamos cuando intentamos interpretar el universo interior o el universo exterior, porque nuestras percepciones y las de nuestros aparatos son harto limitadas.

Al final de todo solo nos quedan nuestras creencias, y aunque hoy vayamos en coche y mañana en naves intergalácticas, seguimos siendo los mismos primates supersticiosos de hace 10 mil o 250 mil años, es decir, nos seguimos basando más en nuestras intuiciones y creencias que en nuestras certezas, y es que creer e intuir es mucho más grato que mirar la realidad, una realidad que no conocemos o que no queremos conocer.

Los viajes por el espacio, por ejemplo, mientras no sepamos cómo superar los problemas de espacio tiempo, son pura especulación y lo más lejos que podremos llegar en condiciones más o menos normales y sin que en ello nos vaya la vida, será a Júpiter, porque cualquier viaje más lejano será una pérdida de tiempo, tanto para el que viaja como para el que se queda aquí. Y viajar más rápido, aumentando miles de veces la velocidad, solo nos traerá más problemas debido a los desfases de tiempo entre la nave y la Tierra. En suma, que, si seguimos por el mismo camino que nos hemos trazado hasta ahora, más temprano que tarde llegaremos a nuestro límite de incompetencia y todo habrá acabado para la orgullosa raza humana, que en realidad no lleva más que un suspiro en el universo.

Incluso si lográramos viajar a la velocidad de la luz, llegar a ciertas estrellas nos llevaría millones de años terrestres, algo muy caro y muy lento hasta para las máquinas que virtualmente nos sucedan. Viajamos más rápido con la mente y con la imaginación que con las naves espaciales más sofisticadas, por lo que tarde o temprano tendremos que aprender a viajar de otra forma por el espacio si queremos llegar más allá de nuestras actuales limitaciones. Sí, en términos cósmicos las naves espaciales son inútiles del todo.

Parece que al final de todo solo nos quedan nuestras creencias, nuestra magia, nuestra particular forma de percibir e interpretar lo que nos rodea, verdadero o ficticio, porque solo dicha magia nos da la esperanza de sobrevivir de alguna manera y de llegar realmente más lejos en todos los sentidos. El fervor popular nos lo demuestra cada día y a cada momento, y la gente hace su vida dentro de un pensamiento mágico o religioso a pesar de las iglesias, los gobiernos, las ciencias exactas y las ciencias oficiales, y el Alfa y el Omega de la existencia terminan por radicar en el deseo del momento, en la emoción y en el ego, en el momento instantáneo, en el eterno presente que nace y muere a cada segundo de nuestra existencia; un eterno presente donde se desdibuja y transforma el pasado al antojo de nuestras apreciaciones, y donde se proyecta el futuro dentro del marco de nuestras pretensiones y supersticiones. Quién sabe, quizás esa sea la verdadera realidad, la luz de la vela invisible que todos llevamos dentro, y no esa que nos quieren imponer las jerarquías. En fin, que cada uno de nosotros es el Alfa y el Omega de sí mismo, y que no hay más realidad que la que creamos desde nuestro centro individual, porque ese centro es ni más ni menos que nuestra propia vida.

De esta manera, recurrir a un libro como el presente, donde el rito de las velas nos abre una puerta más a nuestros propios deseos y expectativas, se convierte en una proyección de nuestra propia luz, esa luz que nos ayuda a crear nuestra propia y particular realidad.

Quizá Jake T. Shine tiene razón y los seres humanos no somos más que velas a la espera de ser encendidas exteriormente, porque en nuestro interior siempre estamos brillando incluso si no nos damos cuenta de ello.

Javier Tapia Rodríguez

Introducción: ¿Qué significa ser mago?

Hace poco charlaba con Javier, quien tan amablemente ha prologado este libro, y le decía que en realidad yo no era escritor, ni chamán, ni mago, ni maestro ni nada de nada.

—¿Y entonces qué eres? —me preguntó el amigo Tapia.

—Un invento de tu mente —le respondí.

—Pero tú no eres ningún invento —rebatió—, porque puedo verte, hablar contigo y hasta tocarte. ¡Eres alguien vivo! Alguien que come, ama y duerme. Te conozco desde hace varios años, y te puedo asegurar que no eres un producto de mi mente.

—Pues lo soy —le dije sonriente—, de la misma manera que tú eres un producto de la mía. Si yo no te viera, para mí no existirías, y si tú no me vieras a mí, solo sería un vago recuerdo cuando mucho.

Él sí es escritor, y también es un hombre versado en todos estos temas, pero en los ojos se le ve que aspira a algo más, que no quiere seguir remando en el mismo río, porque este río, que sí es el mío y no el suyo, solo lleva a una parte, a un mismo lugar, a una misma orilla.

Así se lo dije:

—A leguas se ve que no tienes suficiente con estos libros, ni con lo que te pagan ni con el ambiente, y que eres ajeno a nosotros. Por eso te digo que para ti no existo y que solo soy un episodio de tu vida. Tú quieres ser un escritor famoso y reconocido, y yo no, y ya ves, a mí me publican estos libros que apenas sí valen algo, y a ti, que tienes novelas tan bonitas y ricas, no quieren publicarte. Sé que para ti este mundillo es un sacrificio, solo una manera de mal ganarte la vida, pero para mí es mi vida, y no solo el libro, sino todo lo que tenga que ver con la magia, la curación, el espíritu y las ciencias ocultas. Para ti es solo un escalón, y para mí es la escalera completa.

Se me quedó mirando, como si no entendiera nada, pero en realidad entendiéndolo todo, y me preguntó, de pronto y como si no viniera a cuento:

—¿Y cómo puedo llegar a donde quiero llegar?

—Andando —le dije—, apoyado en el bastón de tu propia magia.

—Tú todo lo arreglas con magia —me contestó algo enfadado, como si mi receta fuera un tópico más que no podía ayudarle en nada.

—Como todo el mundo —repuse—, porque en el fondo todos somos magos, y tú también lo eres, y no me refiero a tirar las cartas o a encender velas, sino a lo que significa ser mago de verdad.

—¿Y qué significa ser mago de verdad? —preguntó como si hablara consigo mismo.

Yo le dije que ser mago significa modelar día a día la realidad, cambiar las formas y las estructuras de lo que nos rodea. El mago no desprecia ni espíritu, ni mente ni materia, y lo enfoca todo hacia un solo punto, hacia un solo objetivo, sin distraerse, poniendo en marcha la fuerza de la voluntad interior, encendiendo la mecha de la vela que lleva dentro.

Ser mago es levantarse todas las mañanas y dirigir el espíritu, la mente y el cuerpo hacia dónde deseas ir, porque el mago no deja que las circunstancias, las velas externas, las cartas del Tarot, los astros o los dioses lo manejen, porque se maneja él solo, porque se conduce a sí mismo hacia lo que desea, hacia el punto de la vida que le interesa de verdad, hacia el lugar que quiere llegar.

—¿Y qué es lo que me detiene? —preguntó con interés.

—Pues lo que nos detiene a todos —le dije—, nuestros miedos e inseguridades, nuestras necesidades del momento, nuestros pretextos, nuestro temor a un fracaso mayor al que ya padecemos, porque olvidamos que lo importante no es el puerto a donde queremos llegar, sino cómo navegamos hacia él. Lucha por lo que quieres, porque la lucha será más intensa e interesante que la derrota o la victoria, pero si no luchas, ni siquiera podrás saber lo que pesa la espada.

—¿Y qué hace falta para ser mago?

—Querer serlo.

—¿Nada más?

—Nada más, solo eso, porque, como ya te dije antes, en el fondo todos somos magos y todos creamos nuestra propia vida y nuestro propio universo, nuestros propios triunfos y nuestros propios fracasos, nuestras propias alegrías y nuestras propias tristezas.

—¿Y los demás?

—Los demás solo pueden servirte de apoyo y bastón para seguir adelante, o de pretexto para tirarte hacia atrás, porque tú eres el centro de tu vida y alrededor solo hay comparsas. No puedes depender de nada ni de nadie externo a ti, porque nada ni nadie va a vivir tu vida por ti, de la misma manera que tú no puedes vivir la vida de otros. Cuando quieras comprender lo que te digo, entonces serás mago y no dependerás de nada ni de nadie, ni para bien ni para mal, para llegar hasta donde te propongas. Trabaja y destierra tus miedos, que lo demás vendrá por añadidura, tan fácil y directo como el acto de encender una vela y un incienso, en lugar de andar dando gritos en la oscuridad.

Este libro, lleno de rituales con velas e inciensos, trata de eso: de abrir las puertas de la voluntad centrando el deseo en la llama de una vela, que iluminará nuestro camino para que no vayamos tan perdidos hacia nuestro objetivo.

Tú también eres Mago, porque en todos los seres brilla con fuerza la luz interior.

La magia con velas e inciensos no es hacerle trampa a la vida, simplemente es prender la flama de nuestra voluntad orientándola de forma sana hacia el punto que nos interesa, porque la magia funciona lo mismo que un remedio medicinal y que una salida de sol, a través de nuestro ser y de nuestras percepciones, porque nosotros mismos somos como una vela, a la que solo le hace falta ser encendida para funcionar.

Deja que el fuego creativo de tu interior se ponga en marcha y dale un poco de magia a tu vida, que todo lo bueno que proyectes volverá a ti, de la misma manera que vuelven a nosotros las cosas malas que hacemos, porque este mundo está lleno de lazos y de espejos, y todos nuestros actos repercuten hasta en el último átomo y hasta en la última estrella del universo, pasando por quienes nos rodean y volviendo a nosotros tarde o temprano. Por eso la magia funciona y por eso todos y cada uno de nosotros lleva a un mago de luz en su interior.

Jake T. Shine

Advertencia: ¿Por qué los inciensos y las velas?

Aunque parezca una redundancia, no está de más, a cada nuevo libro de magia, a cada nuevo libro de velas, y ahora de velas e inciensos, hacer una advertencia a todos aquellos que se acercan por primera vez al camino de la magia, y tampoco está de más recordar, a los que ya se dedican a estos campos, la importancia de tener los pies bien puestos en tierra, los objetivos claros y las tentaciones y las envidias bien lejos de nuestros corazones.

Más de una persona se habrá dado cuenta que a medida que ayuda a los demás se va volviendo más incapaz de ayudarse a sí misma por medios mágicos, y se preguntará por qué. La respuesta es bien sencilla: es más fácil asumir los karmas ajenos que los propios karmas, o, como diría mi abuela, es más fácil cargar con problemas que no son tuyos.

El karma, más que un sistema de premios y castigos entre vida y vida, es la ley de las compensaciones, y cada vez que tomamos algo sabemos, consciente o inconscientemente, que tarde o temprano deberemos restituirlo a su puesto original.

La magia mueve los lazos invisibles de la existencia que recorren el universo entero de cabo a rabo, y si nosotros estiramos de un lazo moveremos todo el universo con nuestro acto. De hecho, movemos el universo constantemente, y eso aparentemente sin hacer magia, porque basta con que respiremos para que pongamos en funcionamiento a todo el elemento Aire, tanto en su parte física y mineral, como en su aspecto espiritual, porque no hay que olvidar que la vida nos viene por el «aliento de la divinidad», y quizá más que la vida, la consciencia de la misma, pero ese es tema de otro libro y no de este.

El caso es que permanentemente movemos el universo que nos rodea y el universo que llevamos dentro, hagamos magia o no, y que a toda acción corresponde una reacción que mueve y conmueve a todo lo que nos inunda y a todo lo que nos rodea.

A mí me gusta particularmente la magia con velas e inciensos por todo el simbolismo de iluminación que conlleva. No en vano el ser humano vio crecer su consciencia a la luz de una flama que quizás adquirió por primera vez de forma casual.

Según los descubrimientos arqueológicos y antropológicos, los seres humanos de las cavernas cuidaban el fuego con esmerado esfuerzo. Si un rayo o un incendio se los daba, ellos lo consideraban un regalo de los dioses y como tal lo guardaban y lo cuidaban.

El fuego sagrado es el protagonista de cientos de leyendas que entroncan a la humanidad con los dioses. Prometeo, el titán, nos dio el fuego y la esperanza para protegernos de la crueldad de los dioses que nos veían tan inferiores a ellos que decidieron destruirnos hace mucho tiempo. Desde entonces el fuego ha sido nuestro leal compañero. Las velas, hijas de las teas de los templos y de los cálices ígneos de los altares donde se quemaba la mirra y el incienso, no son más que un reflejo atávico de nuestra necesidad de sentirnos iluminados y confortados tanto física como espiritualmente.

Encender una vela es tanto como llamar o invocar a los dioses o a las fuerzas de la naturaleza para que nos ayuden a conseguir lo que deseamos. En las cuevas el ser humano solo deseaba sentir calor, protección, visión dentro de la oscura cueva, cocinar y poco más, pero a medida que la conciencia le crecía vio en aquel fuego algo más que una herramienta útil para la vida diaria. Las hipnóticas flamas del fuego parecían tener vida propia, y los más visionarios no tardaron en ver dentro de aquellos destellos la fuerza de los dioses contenida en cuatro ramas que crepitaban.

El fuego es energía pura y las llamas un reflejo de las estrellas, y en cuanto el hombre empezó a dominarlo y a crearlo a placer, la consciencia de ser y estar ya casi estaba desarrollada del todo. Ver una luz en la lejanía que indicaba la posición de la tribu era como ver una estrella que indicaba el camino de regreso en las noches más oscuras; aquello daba una seguridad tremenda y hacía que las entrañas recordaran el olor y el sabor de la carne asada, de la noche en compañía del grupo y de los momentos felices que se habían pasado en noches largas y relajadas.

Más vale encender una vela que gritar en la oscuridad.

El fuego del hogar y de la chimenea es el mismo fuego sagrado de las cuevas, y los seres humanos de hoy se siguen encandilando e hipnotizando con las formas caprichosas y divinas de las flamas.

Las velas, desde las antiguas teas untadas de brea y betún hasta las velas de cera y de parafina de nuestros días, han iluminado reuniones, aniversarios, lecturas, tertulias y otros tantos actos humanos simbólicos que han unido en torno a la flama humilde de la vela o el quinqué todo un cúmulo de sensaciones y enseñanzas. Todos esos actos, desde pedir un deseo al apagar las velas del pastel el día de nuestro cumpleaños, hasta leer un libro o encenderle una vela a un Santo, les dan una inimaginable fuerza mágica y devocional a las velas.