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La religión tiene dos alas, la razón y el corazón; con esta convicción trabajamos en la Universidad Francisco de Vitoria. Resultado de ello es la traducción en español de este Manual de Apologética, como un recurso fundamentalmente intelectual en el camino de la fe. Un libro para aquellas personas que tienen fe pero está cuestionada y tienen dudas. Un libro para aquellas personas que están en la cercanía de lo religioso y se preguntan si podría ser lo suyo. El libro que tienes en las manos, querido lector, es un Manual porque pretende ser una "enciclopedia en miniatura", un compendio de todos los temas importantes en el territorio apasionante de la frontera entre la razón y la fe; y porque da un tratamiento sistemático, de altura universitaria, a los temas abordados. Se preguntaba Dovstoievski si era posible, para un hombre de nuestro siglo, creer, verdaderamente creer, en Jesucristo. La pregunta no es retórica, ese verdaderamente del autor implica que la cuestión sea existencial. Si no cuestionamos la fe desde ahí, desde esa altura y exigencia, es decir, desde nuestra altura y nuestra exigencia de verdad, nunca será suficiente su respuesta. Este libro se cuestiona así y así responde.
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Seitenzahl: 1004
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Colección
Instituto John Henry Newman Universidad Francisco de Vitoria
Director
Salvador Antuñano Alea
Comité científico asesor
P. Florencio Sánchez Soler LC
Rocío Solís Cobo
© 2021 Peter Kreeft y Ronald K. Tacelli, S. J.
© 2021 de la traducción: Julio Hermoso
© 2021 Instituto John Henry Newman Universidad Francisco de Vitoria
© 2021 Editorial UFVUniversidad Francisco de VitoriaCtra. Pozuelo-Majadahonda, km 1,80028223 Pozuelo de Alarcón (Madrid)Tel.: (+34) 91 351 03 03 ext. [email protected]
Primera edición: enero de 2021
ISBN edición papel: 978-84-17641-82-5
ISBN edición digital: 978-84-17641-83-2
ISBN Edición EPUB: 978-84-10083-08-0
Depósito legal: M-2469-2021
Título original: Handbook of Catholic Apologetics : Reasoned Answers to Questions of Faith. San Francisco, Ignatius Press, 2009.
Imagen y diseño de portada: Raúl Lázaro
Preimpresión: MCF TEXTOS, S. A.
Impresión: Calprint, S. L.
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.
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Impreso en España - Printed in Spain
PRÓLOGO A ESTA EDICIÓN
DEDICATORIA
UN PREFACIO A TÍTULO PERSONAL
Primera parte. INTRODUCCIÓN
I. La naturaleza, la capacidad y las limitaciones de la apologética
II. Fe y razón
Segunda parte. DIOS
III. Veinte argumentos a favor de la existencia de Dios
IV. La naturaleza de Dios
Tercera parte. DIOS Y LA NATURALEZA
V. Los cuatro problemas de la cosmología
VI. El problema del mal
Cuarta parte. DIOS Y LA GRACIA
VII. La divinidad de Cristo
VIII. La resurrección
IX. La Biblia: ¿mito o historia?
Quinta parte. DIOS Y LA GLORIA
X. La vida después de la muerte
XI. El cielo
XII. El infierno
XIII. La salvación
Sexta parte. CONCLUSIONES
XIV. El cristianismo y otras religiones
XV. La verdad objetiva
XVI. El fondo de la cuestión
XVII. Veinte remates católicos a la apologética cristiana
BIBLIOGRAFÍA
ÍNDICE ONOMÁSTICO Y DE MATERIAS
ÍNDICE ESCRITURAL
La religión y la fe son de la razón y del corazón de todo el hombre si son auténticas. Con esta convicción trabajamos en la Universidad Francisco de Vitoria. Benedicto XVI insistía en que una patología de la religión es prescindir de la razón, y la fe, cuando excluye a la razón, también puede ser patológica, porque «solo la fe y la razón, juntas, salvarán al hombre».1
Desde esta mirada nos satisface presentar este Manual de Apologética, en su traducción española, como un recurso fundamentalmente intelectual en el camino de la fe, ya sea una fe con cuestiones o dudas, o bien una persona que se acerca a la cuestión religiosa y se pregunta si es lo suyo.
Los autores, profesores americanos con gran experiencia universitaria, se mueven con agilidad en el campo de la apologética, puesto que en el mundo anglosajón es una temática común en el diálogo entre creyentes y no creyentes (no así en nuestro entorno).
Han escogido el título Manual de Apologética sabiendo lo que hacen.
«Manual» porque pretende ser una «enciclopedia en miniatura», un compendio de todos los temas importantes dentro del apasionante mundo de la frontera entre la razón y la fe, y porque da un tratamiento sistemático, de altura universitaria, a los temas abordados.
«De Apologética», porque conocen el beneficio para la vida universitaria de buscar la verdad con la fe y con la razón. Dominan la historia de la apologética en el pensamiento cristiano, sus épocas gloriosas que abren el camino de la fe a pequeños y grandes buscadores, aunque sin olvidar las épocas decadentes en las que se pretendía «demostrar» o inducir la fe con argumentaciones. Además, se sitúan en un presente universitario que puede beneficiarse enormemente de este riguroso ejercicio de la razón en las cosas de la fe y del diálogo con una cultura secularizada para la que el cristianismo se ha vuelto irrelevante.
Su experiencia les permite afirmar en la introducción que «nos vendrán con epítetos como intolerantes, simplistas, precocinados y racionalistas porque asumen de forma errónea que la religión debe ser irracional y que escribir con claridad es ignorar el misterio». Quizás a nosotros nos sucederá lo mismo, pero valdrá la pena si podemos aportar solidez intelectual a la experiencia religiosa de cristianos convenidos o dubitativos y lucidez al exponer el misterio de la fe a los buscadores del sentido de la vida que esperan una posible respuesta de lo alto.
Este libro quisiera ser una aportación del Instituto John Henry Newman a su alma mater, la Universidad Francisco de Vitoria, para que sea más universidad y más católica de cabeza y de corazón.
FLORENCIO SÁNCHEZ, LCInstituto John Henry Newman
1Caritas in veritate, n. 74.
Para el señor y la señora Ciampa,mis segundos padres,con amor y gratitud.
Para John Kreeft,quien ha desempeñado un importante papela la hora de dar forma a esta obra y mayor aúnal dar forma a uno de sus autores.
Nuestras razones de peso para escribir este libro son tres:
1. Tenemos la certeza de que la fe cristiana es verdadera.
2. Tenemos una certeza solo algo menor de que lo mejor que podemos hacer por los demás es persuadirlos de esta verdad, en la que hay un gozo, una paz y un amor incomparables en este mundo e infinitos e inaprensibles en el venidero.
3. Tenemos una certeza un poco menor, pero confiamos en que un razonamiento honesto podrá llevar a esta misma conclusión a cualquier persona que tenga la mente abierta.
ACERCA DE ESTE LIBRO
SOBRE LA RAZÓN
Restaurar la antigua noción de razón
como algo más que subjetiva
como algo más que cálculo
Uso de la lógica aristotélica
La fe y la razón son aliadas
La razón objetiva frente a la razón subjetiva
Los argumentos no racionales no son irracionales
La razón como amiga
de la autoridad
de la fe
de la esperanza
del amor
del simbolismo
Una minilección de lógica
Los términos han de ser claros
Las premisas han de ser verdaderas
Los argumentos han de ser lógicamente válidos
Argumentos probables y pistas convergentes
Cuestiones sobre los argumentos
Distinguir cuestiones de
verdad
conocimiento
certeza
prueba
método
Un formato al estilo de la Suma
SOBRE LA APOLOGÉTICA
Respuestas a las objeciones acerca de hacer apologética
La vida y el amor son más importantes que un argumento racional
La gente no utiliza el razonamiento lógico al decidir en qué creer
Razones para hacer apologética
Para el no creyente: para llegar a la fe
Para el creyente: para fortalecer la fe y fomentar el amor
Para entrar en un combate espiritual
Al respecto de la metodología
No asumimos ninguna escuela de metodología
Los argumentos de este libro deben utilizarse siendo sensibles al contexto personal y social
La necesidad de la apologética hoy en día
Nuestra civilización está en una
crisis social
crisis intelectual
crisis espiritual
Mero —u ortodoxo— cristianismo
ACERCA DE ESTE LIBRO
Hemos escrito esta obra porque nos hemos visto asediados por peticiones para que lo hiciésemos.
Los dos autores enseñamos Filosofía de la religión en el Boston College, y los alumnos suelen preguntarnos dónde pueden encontrar un libro que enumere, esboce o resuma todos los grandes argumentos a favor de las doctrinas cristianas que los no creyentes ponen en tela de juicio hoy en día —como la existencia de Dios, la inmortalidad del alma, la confiabilidad de las Escrituras y la divinidad y la resurrección de Cristo— y que responda a las objeciones más comunes y sólidas en contra de dichas doctrinas. ¡Pues no existe tal obra, para nuestro asombro! Hay miles de libros sobre apologética, algunos muy buenos, pero ni uno de ellos resume los argumentos apologéticos tal y como santo Tomás resumió los argumentos teológicos en su Suma teológica y en su Suma contra los gentiles. Este libro se ha escrito para comenzar a llenar ese vacío.
Incluso llegamos a pensar en titularlo Suma apologética, pero nuestro editor, muy prudente, lo rechazó por invendible. La comparación con las sumas de santo Tomás puede parecer arrogante, aun ridícula, pero nuestra intención era la de hacer referencia al género de las obras del Aquinate, y no a su genialidad.
En la Edad Media hubo muchas sumas —o resúmenes— que condensaban numerosos argumentos en un espacio reducido, los organizaban con meticulosidad y los explicaban de manera sucinta. Una suma pretende servir de compendio o de enciclopedia en miniatura. No es necesario leerla en orden de principio a fin. Se puede utilizar como un libro de referencia o como un manual. Ese género es hoy tan útil como lo era en la Edad Media, por dos razones. Por un lado, nosotros, los modernos, igual que los medievales, respetamos las cualidades científicas del orden, la claridad, la racionalidad y la estructura (eso de que la mente medieval carecía de rigor científico y que era irracional, ciega, imprecisa o rudimentaria es un mito muy popular pero completamente indefendible. Si acaso, aquella mentalidad pecaba de racional: era la de un bibliotecario que, sin duda, se deleita con el orden).
La segunda razón es que los modernos estamos terriblemente ocupados (por mucho que nuestras tecnologías nos debieran ofrecer magníficos ratos de ocio) y queremos dispositivos, compendios y resúmenes «esenciales» que nos ahorren tiempo. Sin embargo, ese deseo no se satisface en la apologética moderna. Los contenidos de ese noble arte se suelen dispersar, más que recopilar. La mayoría de las obras de apologética exponen diez argumentos en cincuenta páginas. Este libro pretende exponer cincuenta argumentos en diez páginas.
Uno de los puntos de comparación con una suma medieval es, por tanto, el género: un resumen. Un segundo punto es que, igual que una suma, está escrito «para principiantes» (como decía santo Tomás en el prefacio de su Suma teológica), es decir, para un público general más que para uno académico y especializado. Pretende salvar el abismo que separa lo académico de lo popular y que, de un modo muy triste, divide y debilita la filosofía y la teología modernas. Un tercer punto de comparación con una suma medieval es la división en porciones pequeñas y masticables. Esto se deduce del punto anterior: dado que somos unos principiantes, necesitamos (aunque rara vez obtenemos) la ayuda de unos esquemas, divisiones y numeraciones claros. En esto, al menos, Descartes sí tenía razón. El segundo paso de su famoso «Método» indica que un problema muy difícil se vuelve mucho más fácil al analizarlo en fragmentos y pasos más pequeños que vamos dando de uno en uno.
No obstante, el hecho de que este libro esté esquematizado de manera tan meticulosa, a ojos de alguno obrará en su contra. Habrá lectores y críticos que nos acusen de un pensar «en términos de blanco y negro» simplemente porque argumentamos de forma lógica sobre la religión. Nos vendrán con epítetos como «intolerantes», «simplistas», «precocinados» y «racionalistas» porque asumen de forma errónea que (1) la religión debe ser irracional y (2) que escribir con claridad es ignorar el misterio.
SOBRE LA RAZÓN
Es probable que esta última suposición la obtengan de haber leído filosofía del siglo XX. La filosofía de nuestro siglo rara vez es clara y a la vez profunda, respetuosa con la razón y con el misterio a la vez, tal y como era la filosofía del medievo. A lo largo de este siglo, el canal de la Mancha ha separado dos estilos filosóficos de un modo más profundo que el Telón de Acero. Hallamos claridad a expensas de la profundidad en la mayoría de la tradición analítica inglesa, y profundidad sin claridad en la mayor parte de la tradición existencial y fenomenológica del continente. Nuestra intención aquí es la de salvar el canal tendiendo un puente entre las dos edades; regresar a la empresa medieval de argumentar de forma racional sobre los grandes misterios; hacer retroceder un reloj que no da bien la hora.
RESTAURAR LA ANTIGUA NOCIÓN DE RAZÓN
Para que esta restauración sea posible, es necesaria otra: la de la noción más antigua y amplia de la propia razón. Esto significa, fundamentalmente, dos cosas:
1. Ver nuestros procesos humanos, psicológicos y subjetivos del razonamiento como participaciones en —y reflexiones acerca de— un orden racional objetivo, un logos, una «Razón» con mayúscula.
2. Ver la razón como algo no confinado al razonamiento, al cálculo —lo que la lógica escolástica llama «el tercer acto de la mente»—, sino como algo que incluye «el primer acto de la mente»: la percepción, la intuición intelectual, el entendimiento, «ver», el discernimiento, la contemplación.
USO DE LA LÓGICA ARISTOTÉLICA
Estas dos posturas que adoptamos al respecto de la naturaleza de la razón subyacen tras nuestro uso de la lógica aristotélica. Es una lógica de términos (lingüísticos) que expresa conceptos (mentales) que representan esencias (reales) o la naturaleza de las cosas (el término griego logos tiene esos tres significados). Muchos filósofos modernos se muestran desconfiados y escépticos ante la noción —venerable y de sentido común— de que las cosas tienen una esencia real y de nuestra capacidad para conocerla. La lógica aristotélica asume la existencia de dichas esencias y de nuestra capacidad para conocerlas, ya que sus unidades básicas son términos que expresan conceptos que, a su vez, expresan esencias. La lógica moderna, sin embargo, no asume eso que los filósofos llaman realismo metafísico (que las esencias son reales), sino que, en cambio, asume de forma implícita el nominalismo metafísico (que las esencias no son más que nomina: nombres, etiquetas que pone el ser humano), ya que sus unidades básicas no son términos, sino proposiciones. Acto seguido relaciona estas proposiciones en estructuras argumentativas, tal y como lo haría una computadora: si p, entonces q; p, por tanto q.
La mente humana es sin duda una computadora —sí que computamos, al fin y al cabo—, pero es más que eso. También podemos «ver» o comprender. Detrás de nuestro uso de la lógica aristotélica se halla nuestra esperanza de que toda nuestra argumentación comience y termine con ese «ver», con un discernimiento. Así, solemos empezar por definir los términos y finalizamos tratando de llevar al lector al punto de ver la realidad objetiva tal cual es.
LA FE Y LA RAZÓN SON ALIADAS
No creemos que la razón deba usurpar la primacía de la fe, la esperanza y el amor. Coincidimos con la ortodoxia cristiana clásica, como se expresa en fórmulas medievales como fides quaeres intellectum (la fe busca el intelecto) y credo ut intelligam (creo para entender). Es lo mismo que decir que, cuando la fe viene en primer lugar, el entendimiento le sigue y recibe la infinita ayuda del tutelaje de la fe. Pero también coincidimos con el argumento de la postura clásica de que muchas de las cosas que Dios nos ha revelado para que las creamos, como su existencia y algunos de sus atributos, también se pueden demostrar por medio de la razón humana si se utiliza como es debido. No podríamos haber escrito este libro si no creyésemos esto. Una vez creemos, podemos y debemos estar «dispuestos siempre para dar explicación» de nuestra fe (1 Pe 3,15).
LA RAZÓN OBJETIVA FRENTE A LA RAZÓN SUBJETIVA
Sin embargo, no podemos identificar de forma ingenua la racionalidad objetiva con la racionalidad subjetiva (véase el capítulo 15 sobre la verdad objetiva). La verdad es objetiva, ¡pero la gente no suele serlo! Es obvio que vivimos en un mundo en pecado que no es perfecto, un mundo donde el ejercicio de la razón que hace la gente se expresa en diversas formas de irracionalidad. Ante un argumento perfectamente racional y válido en sí, es frecuente que se haga oídos sordos por prejuicios, pasión, ignorancia, mala interpretación, incomprensión o ideología.
Esta última parece especialmente peligrosa en nuestros tiempos. Por lo general, la gente escoge qué creer fijándose no ya en las pruebas, sino en las etiquetas ideológicas, en especial «liberal» o «conservador», preguntándose por el grupo de gente con el que quieren que se les asocie o por una vaguedad de sentimientos y asociaciones que evoca alguna idea en el interior de su conciencia, más que fijándose en la propia idea y en la realidad a la que apunta en el exterior de su conciencia.
No nos hace falta ni debemos emplear estos sustitutos de la razón con el fin de «conectar con» o de ser «apropiados para» aquellos que sí lo están haciendo. La manera de conectar y de ser apropiado no es cambiar la racionalidad por irracionalidad, sino cambiar la irracionalidad por racionalidad. Eso es la educación. Ese es el fin de este libro.
LOS ARGUMENTOS NO RACIONALES NO SON IRRACIONALES
Los argumentos no racionales no son irracionales. No obstante, lo no racional es más amplio que lo irracional, incluso en los argumentos. Por ejemplo, los argumentos tienen también una dimensión estética, y la belleza de un argumento nos puede conmover de un modo más poderoso de lo que nos percatamos.
En parte, un buen argumento es eficaz porque es como un diamante: su luz es bella y refleja la luz del día, de la realidad objetiva. Igual que un diamante, no tiene luz propia, sino que refleja la que se origina en la realidad. Igual que un diamante, es precioso. Igual que un diamante, es duro, no se corta con facilidad, no se refuta con facilidad; corta otros materiales más blandos, refuta el error y lo somete.
LA RAZÓN COMO AMIGA
La razón es amiga de todas esas otras formas de conocimiento que no son irracionales, sino no racionales. Estas formas no racionales de conocimiento se han de distinguir de sus homólogas irracionales:
1. La razón es amiga de la autoridad divina, que no puede engañar ni ser engañada, pero no necesariamente tiene que ser amiga de la autoridad humana, de las modas y manías pasajeras del ser humano.
2. La razón es amiga de la fe en esta autoridad divina, pero no lo es de la ingenuidad. Así, la razón conduce a la fe y se aparta de las sectas.
3. La razón es amiga de la esperanza, pero no de las vanas ilusiones humanas.
4. La razón es amiga del agápe¯ (amor), pero no del eros (pasión egoísta).
5. La razón es amiga de las imágenes, los símbolos y los mitos, que también revelan la verdad, pero no lo es de las figuraciones imposibles, las fantasías esotéricas o los pseudomisticismos difusos.
UNA MINILECCIÓN DE LÓGICA
La estructura inherente de la razón humana se manifiesta en tres actos de la mente: (1) la aprehensión, (2) el juicio y (3) el raciocinio. Estos tres actos de la mente se expresan en (1) términos, (2) proposiciones y (3) argumentos. Los términos son claros o confusos. Las proposiciones son verdaderas o falsas. Los argumentos son válidos o inválidos desde el punto de vista de la lógica.
Un término es claro si es inteligible e inequívoco. Una proposición es verdadera si se corresponde con la realidad, si dice lo que es. Un argumento es válido si la conclusión se deduce necesariamente de las premisas. Si todos los términos de un argumento son claros, si todas las premisas son verdaderas y el argumento está libre de falacias lógicas, la conclusión ha de ser verdadera.
Estas son las reglas esenciales de la razón, en la apologética y en cualquier otro campo argumentativo. No son unas reglas de juego que nos hayamos inventado nosotros y que podamos cambiar. Son las reglas de la realidad.
No solo la razón, sino incluso el lenguaje es más que un «juego» (término influyente de Wittgenstein, aunque engañoso); tiene una estructura inherente, ya que es una expresión de la razón, que posee una estructura inherente (en griego, la misma palabra, logos, significa ‘estructura inteligible objetiva’, ‘la razón como reveladora de dicha estructura’ y ‘palabra o discurso que expresa la razón’).
Escribimos en términos, proposiciones y argumentos porque pensamos en conceptos, juicios y raciocinio; y esto lo hacemos porque la realidad en la que pensamos incluye escenas, hechos y causas. Los términos expresan conceptos que expresan esencias. Las proposiciones expresan juicios que expresan hechos. Los argumentos expresan un raciocinio que expresa unas causas, unos porqués reales.
Los argumentos son como los ojos: ven la realidad. Los argumentos de este libro demuestran que las doctrinas cristianas esenciales son verdaderas, a menos que esos argumentos sean malos, es decir, ambiguos, falsos o falaces. Para que alguien esté en desacuerdo con cualquier argumento, se ha de demostrar que en dicho argumento existe un término ambiguo, una premisa falsa o una falacia lógica. De lo contrario, decir «sigo discrepando» es como decir «has demostrado la veracidad de tu conclusión, pero soy tan terco y tan necio que no voy a aceptar esa verdad. Insisto en vivir en un mundo falso, no en el verdadero».
ARGUMENTOS PROBABLES Y PISTAS CONVERGENTES
En este libro nos hemos impuesto la doble tarea de (1) una refutación negativa dejando al descubierto al menos uno de estos tres posibles errores en cada una de las objeciones más importantes que conocemos al respecto de las doctrinas fundamentales del cristianismo y (2) proporcionar argumentos positivos a favor de dichas doctrinas, bien probables o bien demostrativos, que estén libres de estos tres errores.
Hemos incluido algunos argumentos que consideramos probables, aunque no con certeza, porque estos también cuentan como «pistas» significativas, en especial cuando se valora su acumulación. Diez pistas convergentes son casi tan convincentes como un argumento demostrativo en la mayoría de las áreas de la vida (por ejemplo, en un tribunal, en la guerra o en el amor). Hemos añadido muchas de estas «pistas» incluso allí donde creemos disponer de varios argumentos demostrativos, en especial en las dos cuestiones clave de la existencia de Dios y de la vida después de la muerte, con el fin de presentar una exposición más completa, para pasarnos antes que quedarnos cortos.
CUESTIONES SOBRE LOS ARGUMENTOS
Es necesario que distingamos tres preguntas acerca de los argumentos que están relacionadas, ya que la comprensión de lo que implican estas preguntas ayudará al lector a entender nuestro proceder en este libro.
1. ¿Este argumento es probable o es cierto en términos demostrativos?
En ocasiones, podemos extraer conclusiones y no partir de premisas conocidas con certeza para llegar a una conclusión igualmente cierta, sino partir de diversas pistas convergentes para llegar a una conclusión razonable (o probable). Los jurados lo hacen constantemente. Deciden que alguien es culpable más allá de una duda razonable; sopesan las pruebas con un cuidado escrupuloso; pero, aun así, un veredicto erróneo es algo imaginable. Extraer conclusiones razonables o probables no es como utilizar la lógica o las matemáticas. Platón dijo hace mucho tiempo que la mayor parte de nuestro conocimiento es una «opinión correcta» y, en esta vida, la verdad es que no podría ser de otra manera.
2. ¿La certeza de un argumento demostrativo es meramente psicológica? ¿O nos referimos a otro tipo de certeza?
La certeza psicológica es lo que llamamos convicción, una sensación de certeza. Y no es esto a lo que nos referimos por esa certeza propia de un argumento demostrativo sólido. Lo que queremos decir, en cambio, es que se sabe que las premisas son verdaderas, que la conclusión se deduce realmente a partir de dichas premisas y que la conclusión es por tanto verdadera y que se sabe igualmente que es verdadera. Como es obvio, no todos los argumentos que generan convicción son demostrativamente ciertos, ni todos los argumentos demostrativamente ciertos generan de verdad esa convicción. La mayoría de nosotros hemos pasado por la experiencia de acercarnos a un argumento con una gran sensación de escepticismo, y solo más adelante, después de un cuantioso y doloroso meditar, llegaremos a ver que sus premisas son sin duda verdaderas y que su conclusión se deduce sin duda a partir de ellas. Nuestra convicción puede cambiar de un modo en que la verdadera certeza no puede hacerlo.
3. ¿La única demostración posible es la empírica? ¿La hay de otro tipo?
Debe de haber otro tipo, porque no se puede demostrar empíricamente que la única demostración posible sea la empírica. La filosofía afirma disponer de pruebas —pruebas que nos dan un cierto conocimiento— que no son empíricas ni experimentales. Es más, lo que hoy se considera método científico ni siquiera afirma arrojar lo que tenemos por un conocimiento cierto.
¿Y qué pasa con los argumentos de este libro? Hay muchos argumentos probables, argumentos a partir de pistas convergentes. No podemos sino confiar en que los lectores los encuentren tan razonables y persuasivos como nosotros. Hay otros argumentos cuyas conclusiones —afirmamos— se conocen con certeza. Esta certeza quizá no produzca en uno la convicción inmediata, pero esto, de por sí, dice más sobre uno mismo que sobre los argumentos; no nos muestra que no consigan demostrar sus conclusiones (¡aunque podría espolearte a demostrar su incapacidad!). Como mínimo, tenderemos que reflexionar sobre estos argumentos —y sobre nuestra reacción ante ellos— con gran cuidado. Finalmente, ni que decir tiene que nuestras pruebas demostrativas no son empíricas o experimentales; siguen métodos propios de la filosofía. A quienes prefieran los métodos de las ciencias naturales, les decimos: ¡sed científicos! ¡Interpretad las pruebas! ¡Observadlas con detenimiento! ¡Mirad si son válidas!
UN FORMATO AL ESTILO DE LA SUMA
No nos arrepentimos del formato «racionalista». Es más, nos disculpamos por no habernos adherido a él de un modo más enérgico. Creemos que ese antiguo dicho de que «si merece la pena hacer algo, merece la pena hacerlo bien» también se cumple en el caso del razonamiento.
Lo ideal es que el formato completo de un buen argumento incluya las partes que exponemos a continuación, y hemos tratado de seguir dicho formato tanto como fuera posible.
A. Toda esta ciencia o estudio (la apologética) se divide en temas importantes, uno en cada capítulo (que corresponden a las «cuestiones» de la Suma).
B. Cada capítulo se divide en preguntas individuales, específicas y controvertidas que tienen dos posibles respuestas o posturas (estas preguntas corresponden a los «artículos» de la Suma). En ocasiones, algún capítulo contendrá una sola pregunta, como: ¿existe Dios?
C. Cada pregunta se podrá dividir en siete partes. Se deben dar estos siete pasos para resolver un argumento por completo.
1. Definición de los términos y el significado de la pregunta.
2. La importancia de la pregunta, qué influencia tiene.
3. Objeciones a la respuesta cristiana a la pregunta.
4. Respuesta a cada una de esas objeciones.
5. Argumentos a favor de la respuesta cristiana a partir de unas premisas aceptadas tanto por el creyente como por el no creyente.
6. Objeciones a estos argumentos.
7. Respuesta a cada una de esas objeciones.
Debemos responder tanto a los argumentos de nuestros oponentes en el paso 4 como a sus objeciones a nuestros argumentos en el paso 7. Sus argumentos en contra del cristianismo vienen en el paso 3, y debemos mostrar que todos y cada uno de estos contienen ambigüedades, falsedades o falacias. La crítica que hacen de nuestros argumentos en el paso 6 adopta la forma de la pretensión de haber encontrado en ellos ambigüedades, falsedades o falacias.
Un lector muy exigente nos acusará de no insistir en todas y cada una de las partes de este formato en absolutamente todas las cuestiones. La mayoría de los lectores se quejará de que nos hayamos acercado mucho precisamente a eso: más que cualquier otro libro no técnico en este campo hoy en día. Intentamos salvar el abismo entre lo popular y lo técnico, entre lo amateur y lo profesional, de manera que sacrificamos una pizca de ese formato ideal en pro de una mayor legibilidad.
SOBRE LA APOLOGÉTICA
RESPUESTAS A LAS OBJECIONES ACERCA DE HACER APOLOGÉTICA
La mayor parte de la gente se burla de la apologética o la ignora porque parece muy intelectual, abstracta y racional. Aducen que la vida, el amor, la moralidad y la santidad son más importantes que la razón.
Quienes razonan de esta manera están en lo cierto; lo que sucede es que no se dan cuenta de que están razonando. No podemos evitar hacerlo: lo único que podemos evitar es hacerlo bien. Es más, la razón es amiga, no enemiga, de la fe (véase el capítulo 2) y de la santidad, ya que es una senda hacia la verdad, y la santidad significa amar a Dios, que es la Verdad.
El razonamiento apologético no solo conduce a la fe y la santidad, sino que la fe y la santidad también conducen al razonamiento apologético, puesto que la santidad significa amar a Dios, que amar a Dios significa obedecer la voluntad de Dios y que la voluntad de Dios es que lo conozcamos y estemos «dispuestos siempre a dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza» (1 Pe 3,15).
Por último, el hecho de que la apologética no sea ni de lejos tan importante como el amor no significa que no sea muy, muy importante. El hecho de que la salud no sea tan importante como la sabiduría no significa que la salud no sea muy importante, más importante que el dinero, por ejemplo.
Todos los argumentos de este libro, y de todos los libros de apologética jamás escritos, tienen menos valor ante los ojos de Dios que un solo acto de amor hacia Él o hacia el prójimo. Pero con que un único argumento de esos fuera bueno, tendría más valor por sí solo que el precio en euros que haya pagado uno por el libro entero.
Otra de las razones, más profunda, por la que algunos se burlan del razonamiento apologético es que toman la decisión de si creer o no creer más con el corazón que con la cabeza. Ni el argumento más perfecto conmueve a la gente tanto como las emociones, el deseo y la experiencia. Casi todos sabemos que nuestro centro es el corazón, no la cabeza, pero la apologética llega al corazón a través de la cabeza. La cabeza es importante justo porque es la puerta de entrada al corazón. Solo podemos amar aquello que conocemos.
Además, la razón tiene derecho de veto. No podemos creer lo que sabemos que es falso, y no podemos amar lo que creemos que es irreal. Es posible que los argumentos no le lleven a uno a la fe, pero no cabe duda de que pueden alejarlo de ella. Por tanto, hemos de entrar en la batalla de argumentos.
Los argumentos te pueden llevar a la fe en el mismo sentido en que un coche te puede llevar al mar. El coche no sabe nadar, y tendrás que ser tú quien salte al agua para hacerlo; pero tampoco puedes saltar desde una distancia de cien kilómetros tierra adentro. Primero necesitamos un coche que nos lleve hasta el punto desde el cual podemos dar el salto de fe al mar. La fe es un salto, pero un salto a plena luz, no a oscuras.
La cabeza es como el oficial de navegación; el corazón es el capitán de la nave (lo que las Escrituras entienden por «corazón» está más cerca de la «voluntad» que de los «sentimientos»). Ambos son indispensables. Cada uno obedece al otro de distinta forma.
RAZONES PARA HACER APOLOGÉTICA
Para el cristiano, la primera razón para hacer apologética es la de obedecer a la voluntad de Dios, según la anuncia su Palabra. Negarse a dar una razón para la fe es desobedecer a Dios. Hay también al menos dos razones prácticas para hacer apologética: para convencer a los no creyentes y para instruir y fortalecer a los creyentes.
Aunque no hubiese un no creyente al que persuadir, deberíamos dar razones para la fe, ya que la fe no se queda sola, sino que genera razones tanto como buenas obras. La fe educa la razón, y la razón explora el tesoro de la «fe transmitida de una vez para siempre a los santos» (Judas 3).
Además, para un cristiano, la fe es fe en un Dios que es en sí amor, nuestro amante y nuestro amado, y cuanto más ama a alguien nuestro corazón, más quiere saber la mente acerca de nuestro amado. La fe conduce a la razón de forma natural a través de la intervención del amor. La fe conduce a la razón y la razón conduce a la fe: es lo que trata de mostrar este libro. Así, la razón y la fe son amigas, compañeras, cónyuges la una de la otra, aliadas.
La apologética es también como la guerra, ya que ambas amigas —fe y razón— tienen enemigos comunes. Los argumentos apologéticos son como el armamento militar. Nótese cómo describe Pablo el combate espiritual del que forma parte la apologética: «Pues, aunque procedemos como quien vive en la carne, no militamos según la carne, ya que las armas de nuestro combate no son carnales; es Dios quien les da la capacidad para derribar torreones; deshacemos sofismas y cualquier baluarte que se alce contra el conocimiento de Dios y reducimos los entendimientos a cautiverio para que se sometan a la obediencia de Cristo» (2 Cor 10,3-5). En este combate defendemos la razón tanto como la fe, ya que la razón es amiga de la fe, y la carencia de fe es ausencia de verdad. Al defender la fe, recuperamos un territorio de la mente que es nuestro, o más bien de Dios, por derecho. Todo territorio es de Dios. Como dijo Arthur Holmes: «Toda verdad es la verdad de Dios».
Pero el combate es contra el descreimiento, no contra los no creyentes, igual que la insulina es contra la diabetes, no contra los diabéticos. El objetivo de la apologética no es la victoria, sino la verdad. Ambos bandos ganan. Aquel dicho de Abraham Lincoln también se aplica a los argumentos apologéticos: «La mejor manera de conquistar a tu enemigo es convertirlo en tu amigo».
Invitamos a los críticos, a los escépticos, a los no creyentes y a los creyentes de otras religiones a dialogar con nosotros y a escribirnos por el bien de nuestra búsqueda común de la verdad y (lo que es menos importante) para mejorar las futuras ediciones de este libro. Al final, en esta vida, una de las pocas cosas que no pueden hacer daño es la búsqueda honesta de la verdad.
AL RESPECTO DE LA METODOLOGÍA
Una introducción a la apologética suele ocuparse de la metodología. Nosotros no. Creemos que las actuales cuestiones de segundo orden acerca del método suelen distraer la atención de las cuestiones de primer orden acerca de la verdad. Nuestra intención es «volver a lo fundamental». No tenemos un interés metodológico particular. En toda nuestra argumentación, tratamos de utilizar los criterios de la racionalidad que son de sentido común y los principios de la lógica universalmente aceptados. Recopilamos y pulimos argumentos como si fuéramos coleccionistas de piedras preciosas que las recogen y las pulen; los lectores podrán después engarzarlos en sus propios y variados esquemas.
Eso sí, hay algo que debemos decir sobre el método: cómo no utilizar este libro.
Hemos dicho que los argumentos apologéticos son como el armamento militar. Es una metáfora peligrosa, ya que nunca se habrán de utilizar para atizar a nadie en la cabeza con ellos. La argumentación es una actividad humana inserta en un contexto social y psicológico a mayor escala. Este contexto incluye (1) las psiques enteras de las dos personas que participan en un diálogo, (2) la relación entre esas dos personas, (3) la situación inmediata en que se encuentran y (4) la situación social, cultural e histórica a mayor escala que las rodea. En la situación apologética influyen incluso los factores nacionales, políticos, raciales y sexuales. No deberíamos utilizar los mismos argumentos en una conversación con una musulmana de Teherán que con un adolescente afroamericano de Los Ángeles.
Dicho de otra manera, aunque los argumentos sean armas, tienen más de espadas que de bombas. Las bombas son bastante indiscriminadas por lo que a su diana se refiere. Tampoco importa quién deje caer la bomba. Sin embargo, tiene una importancia enorme quién blande una espada, ya que esta es una extensión del espadachín. De ese modo, un argumento en apologética —cuando de verdad se utiliza en un diálogo— es una extensión de quien lo sostiene: su tono, sinceridad, cuidado, preocupación, su manera de escuchar y el respeto que muestra importan tanto como su lógica, probablemente más. El mundo se ganó para Cristo no a base de argumentos, sino por la santidad: «Lo que eres hace tanto ruido que apenas oigo lo que dices».
LA NECESIDAD DE LA APOLOGÉTICA HOY EN DÍA
La apologética es especialmente necesaria hoy en día, cuando el mundo se halla ante la encrucijada de una triple crisis.
1. Por primera vez en su historia, la civilización occidental se halla en peligro de muerte. La razón es espiritual. Está perdiendo la vida, el alma; y esa alma era la fe cristiana. La infección que la está matando no es el multiculturalismo, es decir, las demás religiones, sino la monoculturalidad del secularismo: sin fe, sin alma. El siglo XX estuvo marcado por el genocidio, el caos sexual y el culto al dinero. A menos que todos los profetas sean unos embusteros, estamos condenados a no ser que nos arrepintamos y «hagamos retroceder el reloj» (no en el sentido tecnológico, sino espiritual). La Iglesia de Cristo nunca morirá, pero nuestra civilización sí. Si las puertas del infierno no van a prevalecer sobre la Iglesia, este mundo tampoco lo hará. No hacemos apologética para salvar a la Iglesia, sino para salvar al mundo.
2. No solo estamos en una crisis civil, cultural, sino también en una crisis filosófica, intelectual. La nuestra es una «crisis de verdad» (por utilizar el título de Ralph Martin). Cada vez se ignora más, se abandona más o recibe más ataques la idea de una verdad objetiva, no solo en la práctica, sino incluso en teoría, de forma directa y explícita, en especial por parte de quienes dirigen el sector educativo y los medios de comunicación (véase en el capítulo 15 una defensa de esta idea fundacional de la verdad objetiva).
3. Por último, el nivel más profundo de nuestra crisis no es cultural ni intelectual, sino espiritual. Está en juego el alma eterna de los hombres, por quienes Cristo murió. Algunos piensan que el fin está cerca. Nosotros vemos esas predicciones con escepticismo, pero hay algo que sabemos con certeza: cada individuo está cada día más cerca del fin, de la muerte y del juicio final. Nuestra civilización podría durar otro siglo más, pero nosotros no. Nosotros no tardaremos en encontrarnos desnudos ante la luz de Dios. Más nos vale aprender a amar y a buscar esa luz mientras estamos a tiempo, de modo que sea para nuestro gozo y no para nuestro temor eterno. No está muy de moda poner estas cosas en negro sobre blanco, lo cual dice mucho de la sensatez espiritual de esta era nuestra de avestruces.
Este libro trata de ser un mapa de carreteras en la búsqueda de la verdad sobre Dios. Estos mapas son siempre útiles, pero especialmente en esta época en que el paisaje parece haber cambiado de un modo tan radical que son muchos los que vagan perdidos, una época en que nos hemos dedicado a despreciar, mutilar y desechar los mapas de antaño.
MERO —U ORTODOXO— CRISTIANISMO
Hasta el último capítulo o «remate» —donde argumentamos que las doctrinas específicamente católicas se bastan para hacer plena justicia a todos y cada uno de los elementos esenciales del cristianismo—, en esta obra nos limitamos a las creencias nucleares comunes a toda la ortodoxia cristiana, lo que C. S. Lewis llamó «mero cristianismo». Con «mero» no nos referimos a un cierto «mínimo común denominador» abstracto, sino al núcleo o a la esencia de la fe tal y como se resume en el credo de los apóstoles. Este núcleo ancestral e inmutable une a los creyentes entre sí y ante los no creyentes, tanto dentro de diversas iglesias y confesiones como fuera de ellas. A los teólogos liberales (o modernistas, desmitificadores o revisionistas) no les va a gustar este libro, en especial sus argumentos a favor de los milagros, la confiabilidad de las Escrituras, la realidad de la resurrección, la divinidad de Cristo y la realidad del cielo y el infierno. Les invitamos a que se unan a los no creyentes confesos en su intento por refutar dichos argumentos. También les invitamos a practicar un «etiquetado veraz» más preciso a la hora de describir su postura.
Los lectores liberales podrían tildar este libro de «conservador» o «de derechas». Ninguno de estos dos términos es exacto ni apropiado.
«Conservador», en oposición a «progresista», hace referencia a algo en el tiempo y en la historia, no a verdades eternas, sino a opiniones o costumbres del pasado en oposición al futuro. Lo que es «progresista» en un momento dado se vuelve «conservador» en otro. La cuestión de si existe Dios, el cielo o los milagros no consiste en una serie de opiniones enmarcadas en el tiempo, sino en verdades que no cambian.
«De derechas» hace referencia a una orientación política posterior a la Revolución francesa, en oposición a «de izquierdas» (más o menos socialista), lo cual no tiene nada que ver con la apologética cristiana. La verdad o falsedad del socialismo en política no se deduce a partir de la existencia o no de Dios.
El término teológico correcto para muchos de los que se etiquetan como teólogos «liberales», «de izquierdas» o «progresistas» es herejes. Por definición, un hereje es alguien que disiente de una doctrina esencial (del griego haireomai, ‘elegir por uno mismo’). Dado que la mayoría de los herejes de hoy ya no cree en la idea de las doctrinas esenciales, tampoco aceptan esta etiqueta.
También tienen un potente altavoz en la prensa porque la Iglesia sigue teniendo un tufo al humo de la Inquisición, cuando cometió el mismo error que cometen los liberales actuales: confundir las herejías con los herejes. La Inquisición española se equivocaba al aplastar a los herejes con el fin de destruir las herejías, que es lo que corresponde; los «liberales» modernos se equivocan al amar la herejía con el fin de amar al hereje, que es lo que corresponde.
La apologética defiende la ortodoxia cristiana. Los disidentes no creen en esta apologética de la ortodoxia cristiana porque no creen en la ortodoxia cristiana. Creen que hay que disculparse por ella, no defenderla.
Algunas de las conclusiones por las que abogamos son únicamente propias del cristianismo (como la divinidad de Cristo). Otras también forman parte de las enseñanzas de otras religiones teístas, en especial el judaísmo y el islam (por ejemplo, un Dios creador). Algunas se enseñan en todas —o prácticamente en todas— las religiones del mundo (como la vida después de la muerte). Una de ellas es compartida, incluso, por teístas y por ateos honestos y de mente clara, aunque hoy en día se niegue de forma mayoritaria: la existencia de la verdad objetiva. Lógicamente, este debería ser nuestro primer tema, pero, dado que es el más abstracto de todos los que tocamos, lo hemos situado hacia el final del libro (capítulo 15), para que el lector no se sienta intimidado.
PREGUNTAS PARA EL DEBATE
1. ¿Qué es la apologética? ¿Qué es la religión? ¿Qué relación hay entre ellas?
2. ¿Hay algo específicamente cristiano en la apologética? ¿Por qué? ¿Hay una apologética en todas las religiones? ¿Por qué?
3. ¿Cuánto crees que se puede conseguir con la razón natural humana en la religión? ¿Y en general?
4. ¿Qué bien puede hacer el hecho de argumentar tu fe? ¿Qué daño puede hacer?
5. ¿Qué sentido tiene —o cuál es el motivo de— la diferencia entre la noción premoderna y moderna de la razón? ¿Qué pros y contras tiene cada una?
6. ¿Qué relación crees que guarda la razón con (a) la autoridad, (b) el amor, (c) la intuición, (d) el misticismo, (e) el simbolismo y (f) la esperanza?
7. ¿Qué utilidad tienen los argumentos que solo son probables?
8. ¿Puede haber verdad sin conocimiento? ¿Y conocimiento sin certeza? ¿Y certeza sin pruebas? ¿Y pruebas sin método científico? ¿Por qué?
9. ¿La metodología debería ser una de las cuestiones primordiales? ¿Por qué?
10. ¿Es la apologética más pertinente hoy en día que en la Edad Media?
11. ¿Es la apologética cristiana «conservadora» o «liberal» de un modo natural, apropiado? ¿Por qué? Define estos términos teológicamente.
12. ¿Por qué crees que Lutero dijo de la razón que era «la puta del diablo»? ¿No participa del pecado junto con el resto de la naturaleza humana? De ser así, ¿cómo podemos fiarnos de ella?
13. Si necesitamos a Dios para validar la razón y la razón para validar a Dios, ¿cómo escapamos de este razonamiento circular? Dado que cualquier prueba de Dios será, por definición, racional, si Dios no valida la razón, ¿qué otra cosa puede hacerlo? ¿La propia razón? ¿Algo subracional? La computadora de nuestro cerebro fue programada por Dios (un espíritu benigno), por el diablo (un espíritu maligno) o por el azar ciego (ningún espíritu ni mente); solo en el primer caso somos dignos de confianza. ¿Esto no nos lleva a un razonamiento circular?
14. ¿Qué motivo supones que pudo tener santo Tomás para decir que «poner en duda la razón humana es poner en duda a Dios»? ¿Qué consecuencias se deducen si se cree esto?
LA IMPORTANCIA DE LA CUESTIÓN
DEFINICIONES
Fe
El objeto de la fe es todo lo revelado por Dios
El acto de la fe incluye
la confianza emocional
la creencia intelectual
la obediencia y el amor volitivos
la aceptación fundamental del corazón
Razón
El objeto de la razón son todas las verdades que se pueden
entender por medio de la sola razón
descubrir por medio de la sola razón
demostrar por medio de la sola razón
El acto de la razón son todos los actos de
entendimiento de las verdades
descubrimiento de las verdades
demostración de las verdades
LA RELACIÓN ENTRE LOS OBJETOS DE LA FE Y LA RAZÓN: CINCO POSIBLES RESPUESTAS
Racionalismo
Fideísmo
Identidad de la fe y la razón
Dualismo
Coincidencia parcial: tres clases de verdades
las conocidas por la fe y no por la razón
las conocidas tanto por la fe como por la razón
las conocidas por la razón y no por la fe
POR QUÉ LA FE Y LA RAZ PTN NUNCA SE PUEDEN CONTRADECIR
Solo la falsedad puede contradecir a la verdad
Dios es el Maestro tanto en la fe como en la razón
OBJECIONES
¿Cómo podemos entender la mente infinitamente superior de Dios por medio de nuestra razón?
¿No es un acto de humildad degradar la capacidad de la razón?
¿No es un acto de orgullo afirmar que la razón puede conocer mucho acerca de Dios?
¿Por qué hay no creyentes de una racionalidad genial?
¿Las razones de los cristianos no son en realidad racionalizaciones?
¿La razón no le quita mérito a la fe?
EPÍLOGO
LA IMPORTANCIA DE LA CUESTIÓN
En cierto sentido, el matrimonio entre la fe y la razón es la cuestión más importante de la apologética porque lo abarca todo. Si la fe y la razón no son cónyuges, si la fe y la razón están divorciadas o son incompatibles como los gatos y los pájaros, entonces la apologética es imposible, ya que la apologética es el intento de aliar la razón con la fe, de defender la fe con las armas de la razón.
DEFINICIONES
Resulta crucial aclarar nuestras definiciones de fe y razón, porque dichos términos se suelen utilizar de forma vaga o equívoca. La definición elimina la vaguedad. Distinguir dos posibles significados y limitarnos a uno de ellos cada vez elimina el equívoco.
FE
Debemos distinguir el acto de la fe del objeto de la fe, creer de lo que creemos.
1. El objeto de la fe es todo lo que se cree. Para el cristiano, esto supone todo lo que Dios ha revelado en la Biblia; los católicos incluyen también todos los credos y doctrinas universales y vinculantes de la Iglesia. Esta fe (el objeto, no el acto) se expresa en proposiciones. Estas proposiciones no son expresiones del acto de creer, sino del contenido de lo que se cree. Los actos litúrgicos y morales expresan el acto de creer. No obstante, las proposiciones no son el objeto último de la fe, sino solo el objeto inmediato de la fe. Son múltiples, mientras que el objeto último de la fe es uno. Y este objeto último de la fe no son las palabras (en plural), sino la Palabra (en singular) de Dios, es decir, Dios mismo. Las proposiciones son el mapa o la estructura de la fe; Dios es el verdadero objeto existente de la fe (Dios es también el autor de la fe, es al tiempo quien revela las doctrinas objetivas que creemos y quien inspira al corazón para que decida creerlas libremente).
Resulta tan incorrecto detenerse en las proposiciones y no hacer que nuestra fe se extienda hacia el Dios vivo como denigrarlas como si fueran algo prescindible o incluso dañino para la fe viva. Sin una relación viva con el Dios vivo, las proposiciones no sirven de nada, ya que su utilidad es la de apuntar más allá de sí mismas, hacia Dios («Un dedo sirve para señalar la luna, pero pobre de aquel que confunde el dedo con la luna», según reza ese sabio dicho zen). Ahora bien, sin proposiciones, no podemos saber, ni contarle a los demás, en qué Dios creemos y qué creemos al respecto de Dios.
2. El acto de la fe es más que un mero acto de creer. Son muchas las cosas que creemos —por ejemplo, que los Chicago Bulls ganarán a los Boston Celtics, que el presidente de nuestro país no es un sinvergüenza, que Noruega es un lugar muy bonito—, pero no estamos dispuestos a morir por esas creencias ni podemos vivirlas a cada instante. La fe religiosa, sin embargo, sí es algo por lo que morir o por lo que vivir a cada instante. Es más que creer, algo más fuerte, aunque creer sea uno de sus elementos o aspectos.
Podemos distinguir al menos cuatro aspectos o dimensiones de la fe religiosa. En una escala jerárquica que va de lo menos a lo más importante y esencial, de lo menos a lo más interior —es decir, procedente de unos aspectos cada vez más centrales del yo humano— son (a) la fe emocional, (b) la fe intelectual, (c) la fe volitiva y (d) la fe del corazón.
a. La fe emocional es sentir convicción, seguridad o confianza en una persona. Esto incluye la esperanza (que es más fuerte que un simple deseo) y la paz (que es más fuerte que una simple calma).
b. La fe intelectual es creer. Es más fuerte que la fe emocional en que es más estable e inmutable, como un ancla. Mi mente puede creer mientras mis sentimientos se tambalean. Esta creencia, sin embargo, la sostenemos con fuerza, no como una mera opinión. La definición de fe intelectual que se da en el antiguo catecismo de Baltimore es «el acto del intelecto provocado por la voluntad por medio del cual creemos todo lo que Dios ha revelado basándonos en la autoridad de Aquel que lo ha revelado». Este aspecto de la fe se formula en proposiciones y se resume en credos.
c. La fe volitiva es un acto de la voluntad, el compromiso de obedecer la voluntad de Dios. Esta fe es fidelidad o lealtad. Se manifiesta en la conducta, es decir, en las buenas obras. Igual que en la fe emocional es central una esperanza más profunda que un deseo, en la fe volitiva es central una creencia más profunda que una opinión, ya que la raíz de la fe volitiva —la voluntad— es la facultad o la capacidad del alma que se halla más cerca del centro y la raíz prefuncional que llamamos corazón (d).
El intelecto es el oficial de navegación que traza el rumbo del alma, pero la voluntad es el capitán de la nave. Por utilizar una analogía extraída de la serie de ciencia ficción Star Trek, el intelecto es el señor Spock del alma, la voluntad es su capitán Kirk y los sentimientos son su doctor McCoy. El alma es una Enterprise, una nave estelar de verdad. La voluntad puede ordenar al intelecto que piense, pero el intelecto no puede ordenar a la voluntad que desee algo: solo puede informarle, igual que el oficial de navegación informa al capitán. Sin embargo, la voluntad no puede hacernos creer sin más. No puede obligar al intelecto a creer que aquello que a este le parece que es falso o ni a que no crea lo que a este le parece verdadero. Creer es lo que sucede cuando uno decide ser honesto y poner la mente al servicio de la verdad (véase santo Tomás, Suma teológica I, 82, 3-4, sobre la relación entre el intelecto y la voluntad).
d. La fe comienza en ese centro oscuro y misterioso de nuestro ser que las Escrituras denominan corazón. En las Escrituras (y en los padres de la Iglesia, en especial san Agustín), corazón no significa sentimiento ni emoción, sino el centro absoluto del alma, igual que el corazón físico se encuentra en el centro del cuerpo. El corazón es el lugar donde Dios Espíritu Santo obra en nosotros. Esto no se puede concretar como una especie de objeto interior como las emociones, el intelecto y la voluntad, porque el corazón es el propio ser, el yo, el sujeto, constituido por esas emociones, esa mente y esa voluntad.
«Sobre todo, vigila tus intenciones —aconsejaba Salomón— pues de ellas brota la vida» (Prov 4,23). Con el corazón —esas intenciones— escogemos nuestra «opción fundamental» de un sí o un no a Dios y, de ese modo, determinamos nuestra identidad y destino eternos.
La controversia de la fe frente a las obras que desencadenó la Reforma protestante se debió en gran medida a una equivocación sobre la palabra fe. Si utilizamos fe como lo hace la teología católica —véase la definición de fe en el antiguo catecismo de Baltimore en la sección (b), más arriba— y como lo hace Pablo en 1 Corintios 13 —es decir, si nos referimos a una fe intelectual—, entonces la fe por sí sola no basta para la salvación, ya que «hasta los demonios lo creen y tiemblan» (Sant 2,19). Es necesario añadir la esperanza, y el amor por encima de todo, a la fe (1 Cor 13,13). Pero si utilizamos el término fe como lo hizo Lutero, y como lo hizo Pablo en Romanos y en Gálatas, es decir, como fe del corazón, entonces se trata de una fe salvadora. Es suficiente para la salvación, ya que, de forma necesaria, genera las buenas obras del amor igual que un buen árbol da necesariamente un buen fruto. Protestantes y católicos coinciden en esto. Así se lo dijo el Papa a los obispos luteranos alemanes hace dos décadas, y estos se quedaron tan sorprendidos como encantados. Ambas iglesias hicieron un comunicado conjunto sobre la justificación, la declaración de un acuerdo. En esencia, los protestantes y los católicos no tienen religiones diferentes, formas distintas de salvación. Hay diferencias reales e importantes, pero este tema tan absolutamente central no es una de ellas.
RAZÓN
Aquí, de nuevo, hemos de distinguir el acto de la razón, subjetivo y personal, del objeto de la razón.
1. El objeto de la razón se refiere a todo lo que la razón puede conocer. Esto incluye tres tipos de cosas, que corresponden a los «tres actos de la mente» en la lógica aristotélica clásica. Se refiere a todas las verdades que se pueden (a) entender por medio de la razón (esto es, por medio de la sola razón, sin la fe en la revelación divina), (b) descubrir por medio de la razón que son verdaderas y (c) demostrar lógicamente, sin premisas asumidas por la fe en la revelación divina (véase la tabla 1 en la p. 29).
a. Por ejemplo, basta la sola razón para que seamos capaces de entender de qué está hecha una estrella, y esto no forma parte de la revelación divina. También podemos entender por qué el universo está tan bien ordenado: la razón humana nos dice que debe de haber una inteligencia sobrenatural detrás de su diseño: este segundo ejemplo también forma parte de la revelación divina, mientras que el primero no. Un tercer caso: no podemos entender cuál es el plan de Dios para salvar a la humanidad con la sola razón humana, sino únicamente por medio de la revelación divina.
b. En cuanto al segundo «acto de la mente», podemos descubrir que el planeta Plutón existe gracias a la sola razón humana, y esto no forma parte de la revelación divina. También podemos descubrir la existencia histórica de Jesús gracias a la sola razón humana, con una investigación histórica, pero esta verdad también forma parte de la revelación divina, mientras que la primera no. Sin embargo, no podemos descubrir por medio de la sola razón que Dios nos ama tanto que murió por nosotros. Esto solo lo podemos conocer por medio de la fe en la revelación divina.
c. Finalmente, podemos demostrar el teorema de Pitágoras en geometría por medio de la sola razón humana, y esto no forma parte de la revelación. También podemos demostrar por medio de la sola razón que el alma no muere cuando muere el cuerpo, con unos buenos argumentos filosóficos (véase el capítulo 10). Esto también forma parte de la revelación. No podemos demostrar, sin embargo, que Dios es una Trinidad; únicamente podemos creerlo porque Dios nos lo reveló.
2. El acto de la razón, como algo distinto del objeto de la razón, se refiere a todos los actos subjetivos y personales de la mente por medio de los cuales (a) entendemos, (b) descubrimos o (c) demostramos cualquier verdad. El significado ancestral de razón incluía los tres «actos de la mente», denominados en la jerga clásica (a) «simple aprehensión», (b) juicio y (c) raciocinio, pero el significado de razón se redujo en los tiempos modernos, comenzando por el nominalismo de Ockam en el siglo XIV y el racionalismo de Descartes en el XVII, para llegar a referirse solo al «tercer acto de la mente», el raciocinio, el cálculo, la demostración. Nosotros utilizamos aquí el significado más antiguo y más amplio de razón.
Tabla 1
La razón concierne a la verdad; es una manera de conocer la verdad: comprenderla, descubrirla o demostrarla. La fe también concierne a la verdad; es una manera de descubrir la verdad. Todos sabemos la mayor parte de lo que sabemos por medio de la fe, es decir, al creernos lo que otros —padres, profesores, amigos, escritores o la sociedad— nos cuentan. Tanto fuera como dentro de la religión, la fe y la razón son caminos hacia la verdad.
LA RELACIÓN ENTRE LOS OBJETOS DE LA FE Y LA RAZÓN: CINCO POSIBLES RESPUESTAS
Una vez definidos nuestros dos términos, ya estamos en condiciones de preguntarnos por relación que hay entre ellos. Cuando planteamos esta pregunta, no nos referimos a «¿cuál es la relación psicológica entre el acto de la fe y el acto de la razón?», sino a «¿cuál es la relación lógica entre el objeto de la fe y el objeto de la razón?». ¿Qué relación hay entre estos dos conjuntos de verdades, las cognoscibles por medio de la razón desasistida y las cognoscibles por la fe en la revelación divina?
Siempre hay cinco posibles respuestas a la pregunta sobre la relación entre dos clases o conjuntos de elementos:
1. Todos los A son B, pero no todos los B son A.
2.