Manual de homilética - Samuel Vila - E-Book

Manual de homilética E-Book

Samuel Vila

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Beschreibung

El best-seller entre las 50 obras escritas por el bien conocido autor, pastor y Académico de la Lengua Española Dr. Samuel Vila. Adoptado por la mayoría seminarios e institutos bíblicos durante años como libro de texto para la asignatura de Homilética. Cada capítulo o lección va ilustrado con bosquejos prácticos sobre textos y temas bíblicos, y lleva un gráfico y doce grabados sobre gestos y actitudes impropias del predicador en el púlpito.

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Veröffentlichungsjahr: 2011

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Manual de HOMILETICA

HOMILETICA

editorial clie

Samuel Vila

EDITORIAL CLIE 

M.C.E. Horeb, E.R. n.° 2.910-SE/A 

C/ Ferrocarril, 8 

08232 VILADECAVALLS (Barcelona) ESPAÑA 

E-mail: [email protected]  

Internet: http://www.clie.es 

MANUAL DE HOMILÉTICA 

© 1984 por Editorial Clie

Clasifíquese: 

318 HOMILÉTICA: Libros de homilética  

CTC: 01-04-0318-01 

Referencia: 220565

ISBN:  978-84-8267-712-5

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo la excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o utilizar algún fragmento de esta obra.

INTRODUCCION

Por muchos años hemos sentido en los países de habla española la necesidad de un libro que enseñara a los jóvenes creyentes que desean tomar parte en el ministerio de la Palabra el modo de preparar y ordenar un sermón. El buen deseo de testificar de las verdades del Evangelio, la misma piedad o el fervor religioso, con ser virtudes indispensables para la predicación eficaz, no son suficientes. Es necesario presentar las verdades evangélicas, sobre todo a los nuevos oyentes, de un modo claro y lógico, que persuada sin fatigar las mentes. Para ello se necesita orden, disposición y clara enunciación de la plática o sermón. 

Es cierto que el Espíritu Santo ha usado a veces para realizar su obra de salvación sermones muy deficientes, carentes de lógica y débiles en argumentación. Tal es el caso del sencillo sermón que ganó al que después fue famoso predicador Spurgeon. Pero éstos son casos excepcionales, en los cuales Dios ha querido llenar por una manifestación especial de su gracia lo que faltaba al instrumento humano: Tales ejemplos no son, sin embargo, motivo alguno para menospreciar el arte de la Homilética, pues la preparación de sermones es un verdadero arte que requiere estudio y adiestramiento, con la particularidad de que, por moverse en la más alta esfera de la vida humana, merece más que cualquier otro arte tal trabajo y esfuerzo. 

La cuidadosa preparación del sermón no es, empero, suficiente sin el poder o fuego del Espíritu Santo, que no siempre es el fuego del entusiasmo humano que se expresa con enérgicos gestos y grandes gritos, sino aquella unción de lo Alto que da al sermón ese algo inexplicable que no se adquiere por medios humanos pero lleva a los corazones de los oyentes la impresión de que el mensaje es de Dios, porque es Dios mismo revelándose al corazón del que escucha la Palabra. Si ambas cosas vienen unidas en el sermón, el predicador no podrá menos que ver de su siembra espiritual abundantes frutos para vida eterna. 

Hay que evitar ambos extremos. El predicador que descuida la preparación de sermones, confiando imprudentemente en la inspiración divina, se encontrará frecuentemente con que no tendrá mensaje alguno para dar, y tendrá que sustituir rápidamente la falta de inspiración por una charla sin sentido que cansará a sus oyentes, pues el Espíritu Santo no suele otorgar premio a la holganza. Y el predicador que sólo confía en su arte y en sus cuartillas bien escritas, puede hallarse falto de la unción santa y descubrir con sorpresa que su palabra no llega a los corazones. 

Por esto el autor, desde los días de su llamamiento al Ministerio hace 38 años, ha sentido la falta de un buen Manual de Homilética en lengua española, y más de una vez hablando con otros pastores ha expresado su extrañeza de que alguien bien capacitado para la tarea no lo haya dado a luz durante todo este tiempo. 

No podemos menos que recordar el afán con que devorábamoso el brevísimo librito Ayuda del predicador, del Dr. Enrique Lund, y más tarde en la Revista Homilética la sección «Consejos», del mismo autor, en aquellos días de nuestra adolescencia, cuando todavía no teníamos acceso a la literatura escrita en lengua extranjera. 

Más tarde, vimos con gozo la publicación del libro Tratado sobre la predicación, del Dr. Broadus. Pero la mejor obra escrita para un ambiente extranjero no responde plenamente a las necesidades del predicador de habla hispana; sobre todo para el que no ha tenido el privilegio de pisar las aulas de un Seminario o Colegio Bíblico. A la obra de Broadus, con ser interesantísima como exposición teórica, le faltan ejemplos prácticos, bosquejos, con los cuales el profesor en el Seminario suele demostrar a los alumnos sobre la pizarra la aplicación práctica de los principios y reglas del libro de texto. Lo propio se puede decir de otros volúmenes que tratan de la predicación. 

Tenemos que rendir un tributo de reconocimiento y aprecio a la labor del misionero D. Nicolás Bengston, que fue el primer profesor que inició al autor en los estudios de Homilética. Varias de las reglas y bosquejos que aparecen en el presente libro fueron aprendidos de sus labios en el Seminario Bautista de Barcelona. 

Asimismo el reverendo pastor D. Ambrosio Celma, que inició al autor en la Homilética de Vinet, y los consejos prácticos de Spurgeon. De todos ellos podemos decir que, «difuntos, aún hablan». 

El pastor sudamericano M. E. Martínez ha sido, después del Dr. Lund, el primero que ha publicado reglas de Homilética acompañadas de ejemplos prácticos, en la introducción de su libro Luces para predicadores; pero es muy poca la Homilética que puede darse en 18 páginas que emplea para tal enseñanza. 

No faltan en castellano volúmenes de bosquejos y sermones de buenos autores, aunque no tantos como quisiéramos ver traducidos a nuestra lengua; sin embargo, creemos que es más importante para el predicador novel aprender a preparar él mismo sus bosquejos que tenerlos en abundancia de otros predicadores. Un bosquejo propio se predica con mayor fuerza y claridad que el sermón ajeno, a menos que el predicador sepa adaptarlo y desarrollarlo muy bien, vistiéndolo con su propio lenguaje e ideas. 

Por esto creemos será de verdadera utilidad la presente obra y que tendrá amplia acogida, a juzgar por la que ha tenido la revista de carácter homilético El Cristiano Español, en cuyas páginas han visto ya la luz algunos capítulos, la cuál cuenta con un número muy considerable de suscriptores en varias repúblicas de Sudamérica además de los de España. 

Si con la publicación de este modesto volumen de Homilética podemos ayudar a los creyentes que sienten la vocación de anunciar el Evangelio, y mediante estas instrucciones dadas a los predicadores algunas almas pueden comprender más fácilmente el mensaje de salvación, no dará el autor por vano este trabajo realizado con gran esfuerzo en medio de muchas otras abrumadoras tareas. Sirva ello de disculpa a las deficiencias que el libro pueda tener y de estímulo a otros compañeros en el Ministerio de la predicación y enseñanza para producir alguna obra similar, más amplia y completa.

Tarrasa (Barcelona), junio de 1954 

PROLOGO A LA 4.a EDICION

La necesidad de un libro de Homilética práctica a que aludíamos en la Introducción a la 1.a edición de este Manual, se ha visto confirmada con el notable éxito de venia del mismo. A pesar de tratarse de un libro destinado a un círculo de lectores necesariamente reducido, se han agotado ya tres ediciones del mismo, la última de 5.000 ejemplares; y los numerosos pedidos pendientes nos obligan a proceder a una 4.a edición sin más demora. La mayor parte de la venta ha sido a Institutos Bíblicos, que lo adoptaron como libro de texto para sus cursos de Homilética. 

En esta 4.a edición hemos mejorado más que en otras el contenido del libro, añadiendo diversos bosquejos en las secciones correspondientes, de maestros de la predicación, haciéndolos objeto de algunos comentarios prácticos que ayudarán al estudiante a entender cómo pueden ampliar por sí mismos los esqueletos de sermones, de este mismo libro o de otros libros de bosquejos homiléticos. 

El capítulo I, que se refiere a «La elección de Tema», ha sido objeto de una ampliación especial, incluyendo citas de Spurgeon y otros autores que aclaran los mismos puntos expuestos en ediciones anteriores, lo cual hace este capítulo mucho más claro y de más valor. 

El capítulo IV, «Subdivisiones del Sermón», viene ilustrado con un gráfico que aclara todo el contenido teórico del libro. Para mejor comprensión de la idea gráfica del bosquejo hemos hecho que el dibujo corresponda al ejemplo 2.° del capítulo XII, donde se halla el bosquejo completo. 

Hubiésemos querido extendernos más, presentando más ejemplos de cada clase de sermones; pero, por una parte, la necesidad de no diferir la publicación del libro y, por otra, el propósito de no hacer de él un volumen demasiado grande y costoso, han puesto límite a nuestros deseos. De todos modos, la presente ampliación lo ha hecho bastante mayor que los otros. 

Quiera Dios usar esta 4.a edición, más aún que las tres anteriores, para ayudar a los ministros del Evangelio, actuales y futuros, a «trazar bien la Palabra de Verdad», para el mejor beneficio espiritual de muchas almas en las tierras de habla hispana, tanto de América como en España.

Tarrasa (Barcelona), septiembre de 1968 
 

I

El tema del sermón

 

La primera cosa para preparar un buen sermón es tener un mensaje definido. Antes de proceder a la preparación de un sermón, todo predicador debe responderse esta sencilla pregunta: ¿De qué voy a hablar? 

Mientras el predicador no pueda contestar claramente tal pregunta, no debe seguir adelante. Ha de tener un tema y debe saber con precisión cuál es. Sólo puede estar seguro de que lo sabe cuando pueda expresarlo en palabras. Si el tema está entre la bruma, también lo estará todo lo que le pertenece: su introducción, su arreglo, su prueba y su objeto. 

El tema debe ser la expresión exacta del asunto, o la respuesta a la pregunta: ¿De qué voy a hablar? Nunca debe escogerse un tema por ser bonito o sonoro como fase, sino que ha de expresar claramente el objeto que el sermón persigue. Todo predicador, para preparar bien su sermón, debe responder a la pregunta: ¿Por qué voy a hablar de este tema? ¿Qué fin deseo lograr? 

El tema no sólo ha de abarcar o incluir lo que se va a decir, sino que ha de excluir todo lo que no tenga que ver con el asunto. 

En toda preparación para el público, las primeras palabras que se escriban deben ser la expresión exacta del tema, o sea, la respuesta a la pregunta: ¿De qué voy a hablar?

COMO ENCONTRAR UN TEMA

El mensaje debe venir como una inspiración especial de Dios, y el predicador debe estar pidiendo mensajes a Dios para sus oyentes. Pero no es de esperar que venga siempre como una inspiración profética, sino que él mismo debe afanarse en buscarlos de diversas maneras. 

Spurgeon dice: «Confieso que me siento muchas veces, hora tras hora, pidiendo a Dios un asunto, y esperándolo, y que esto es la parte principal de mi estudio. He empleado mucho tiempo y trabajo pensando sobre tópicos, rumiando puntos doctrinales, haciendo esqueletos de sermones, y después sepultando todos sus huesos en las catacumbas del olvido, continuando mi navegación a grandes distancias sobre aguas tempestuosas hasta ver las luces de un faro para poder dirigirme al puerto suspirado. Yo creo que casi todos los sábados formo suficientes esqueletos de sermones para abastecerme por un mes, si pudiera hacer uso de ellos; pero no me atrevo, ni suelo hacerlo. Naturalmente, porque no da lugar a ello el hallazgo de otros mejores.» 

El predicador puede recibir la inspiración de un mensaje.

a) Reflexionando sobre las necesidades espirituales de sus oyentes.

Debemos advertir al predicador novel acerca del peligro de sermones particulares dirigidos a una familia o a un individuo de la iglesia. Si tiene algo que decir a un individuo, dígaselo particularmente, pero no desde el púlpito, que es la cátedra de toda la Iglesia, y no debe sacrificarla a las conveniencias particulares de unos pocos. Además, se expone a que sus insinuaciones sean comprendidas por otros hermanos como dirigidas a aquélla u otra persona y ello produciría murmuraciones, o podría ocurrir que la misma persona comprendiera demasiado bien el mensaje y se ofendiera con razón por la falta de tacto del predicador, Pero cuando el predicador siente que la mayoría de la iglesia adolece de algún defecto o necesita una exhortación especial, hágala sin temor, pensando en su alta responsabilidad como siervo de Dios. 

El célebre Spurgeon dice en su libro Discursos a mis estudiantes: «Considerad bien qué pecados se encuentran en mayor número en la iglesia y la congregación. Ved si son la vanidad humana, la codicia, la falta de amor fraternal, la calumnia u otros defectos semejantes. Tomad en cuenta cariñosamente las pruebas que la Providencia plazca sujetar a vuestros oyentes, y buscad un bálsamo que pueda cicatrizar sus heridas. No es necesario hacer mención detalladamente, ni en la oración ni en el sermón, de todas estas dificultades con que luchen los miembros de vuestra congregación.» El autor quisiera añadir aquí: Que sientan vuestros miembros culpables, probados, afligidos o castigados por la mano del Señor, que vuestra palabra desde el púlpito es adecuada a su necesidad; que es bálsamo para sus heridas; pero sin empeñaros vosotros en rascar la llaga para que penetre más la medicina. Confiad esta tarea al Espíritu Santo. Dejad tan sólo caer vuestro mensaje como la nieve que se posa suavemente sobre los secos prados, y permitid a Dios hacer el resto.

b) En sus lecturas devocionales de la Biblia.

El predicador no debe alimentar a otras almas manteniendo la suya a escasa dieta. Sin embargo, éste es el defecto de muchos predicadores excesivamente ocupados. La lectura devocional diaria, personal o en familia, proporcionará al predicador temas y le hará descubrir filones de riqueza espiritual en lugares insospechados. Anote cuidadosamente las ideas que surjan en tales momentos.

c) Leyendo sermones de otros predicadores.

El predicador no debe ser insípido bajo la pretensión de ser original, ni debe fiar tampoco en las despensas de otros para alimentar su propia familia. Ambos extremos son malos. El predicador debe tener tiempo para leer sermones de buenos predicadores, no sólo en el momento en que necesita algo con urgencia para preparar su mensaje, sino en otros momentos cuando no le interesa preparar ningún sermón, sino alimentar su propia alma. Es muy posible que si espera el momento de tener que preparar su propio sermón no encuentre nada adecuado y tenga que emplear horas y más horas repasando libros de cubierta a cubierta, mientras que si hubiera empleado un poco más de tiempo en el cuidado de su propia alma, los mensajes adecuados para las de los demás le habrían venido sin esfuerzo, y quizá sacrificando para ello menos tiempo que el que en el momento del apuro se ha visto obligado a emplear. Siempre los mejores mensajes del predicador son aquellos que primero han hecho bien a sí mismo. Cualquier sermón o idea que el predicador considere útil para sus oyentes debe anotarla cuidadosamente en su «Libreta de sugestiones», indicando el volumen y página donde podrá volver a encontrar tal idea expuesta detalladamente. 

Thomas Spencer escribió así: «Yo guardo un librito en que apunto cada texto de la Biblia que me ocurre como teniendo una fuerza y una hermosura especial. Si soñara en un pasaje de la Biblia, lo apuntaría; y cuando tengo que hacer un sermón, reviso el librito, y nunca me he encontrado desprovisto de un asunto.» 

Usando de nuevo una de las figuras de Spurgeon, diremos que: «Cuando se quieré sacar agua con una bomba que no se haya usado por mucho tiempo, es necesario echar primero agua en ella, y entonces se podrá bombear con buen éxito. Profundizad los escritos de alguno de los maestros de la predicación, sondead a fondo sus trabajos y pronto os encontraréis volando como una ave, y mentalmente activos y fecundos.»

d) En sus visitas pastorales.

Muchas veces la conversación con personas inconversas, o con miembros débiles de la Iglesia, hacen sentir al pastor alguna necesidad espiritual común a muchos de sus oyentes. A veces aun el texto que responde a tal necesidad es dado durante la conversación. Debe apresurarse a anotarlo en la misma calle, al salir de tal visita. Si espera a hacerlo podría borrarse de su memoria. Cuando el mensaje es sugerido en tal forma predíquelo con confianza y con la persuasión de que es Dios quien le ha dado su palabra, con la misma seguridad que lo haría un profeta del antiguo tiempo.

e) En la consideración de las cosas que le rodean.

El predicador debe ser un atento observador de la naturaleza y de los hombres. Todo lo que ve y oye debe archivarlo cuidadosamente en su memoria por si alguna vez pudiera serle útil como ilustración de un sermón. Y a veces una ilustración provee el tema de un sermón. Spurgeon cuenta de un predicador que descubrió el tema de un magnífico sermón en un canario que vio cerca de su ventana con algunos gorriones que lo picoteaban sin compasión con ánimo de destrozarlo, lo que le hizo recordar Jeremías 12:9: «¿Es mi heredad de muchos colores? ¿No están contra ella aves en derredor?» Meditando sobre este texto, predicó un sermón sobre las persecuciones que ha de sufrir el pueblo de Dios. Otro día encontró un tema en el hecho de un tizón que cayó del hogar al estrado un domingo por la tarde en que necesitaba un tema para sermón, lo que le indujo a predicar sobre Zacarías 3:2. Dos personas vinieron después a decirle que habían sido convertidas por este sermón. 

Es necesario, no obstante, que los sermones surgidos de tales observaciones prácticas sean verdaderos sermones, llevando un plan y un mensaje espiritual, y no una larga y detallada exposición del incidente que, no por interesar mucho al predicador, ha de interesar en la misma medida a los que no han sido afectados por la idea o sugerencia, la cual debe ser puesta solamente como introducción, pero no ocupar el lugar del sermón.

f) Pidiéndolos a Dios en oración.

Spurgeon dice: «Si alguien me preguntara: ¿Cómo puedo hacerme con el texto más oportuno? Le contestaría: Pedidlo a Dios.» 

Harrington Evans, en sus Reglas para hacer sermones, nos da como la primera: «Pedid a Dios la elección.» 

Si la dificultad de escoger un texto se hace más dura, multiplicad vuestras oraciones; será esto una gran bendición. Es notoria la frase de Lutero: «Haber bien orado, es más de la mitad estudiado.» Y este proverbio merece repetirse con frecuencia. Mezclad la oración con vuestros estudios de la Biblia. Cuando vuestro texto viene como señal de que Dios ha aceptado vuestra oración, será más precioso para vosotros, y tendrá un sabor y una unción enteramente desconocidos al orador frío y formalista, para quien un tema es igual a otro. Y, citando a Gurnal, declara: «Cuánto tiempo pueden los ministros sentarse, hojeando sus libros y devanándose los sesos, hasta que Dios venga a darles auxilio, y entonces se pone el sermón a su alcance, como servido en bandeja. Si Dios no nos presta su ayuda, escribiremos con una pluma sin tinta. Si alguno tiene necesidad especial de apoyarse en Dios, es el ministro del Evangelio.»

g) Evitad la repetición.

El predicador, al buscar su tema, debe tener presentes sus temas anteriores. Dice Spurgeon: «No sería provechoso insistir siempre en una sola doctrina, descuidando las demás. Quizás algunos de nuestros hermanos más profundos pueden ocuparse del mismo asunto en una serie de discursos, y puedan, volteando el caleidoscopio, presentar nuevas formas de hermosura sin cambiar de asuntos; pero la mayoría de nosotros, siendo menos fecundos intelectualmente, tendremos mejor éxito si estudiamos el modo de conseguir la variedad y de tratar de muchas clases de verdades. Me parece bien y necesario revisar con frecuencia la lista de mis sermones, para ver si en mi ministerio he dejado de presentar alguna doctrina importante, o de insistir en el cultivo de alguna gracia cristiana. Es provechoso preguntarnos a nosotros mismos si hemos tratado recientemente demasiado de la mera doctrina, o de la mera práctica, o si nos hemos ocupado excesivamente de lo experimental.»

EL TEMA Y EL TEXTO

¿Debe predicarse sobre temas o sobre textos? ¿Debe elegirse primero el tema y después el texto, o viceversa?

Es imposible responder a estas preguntas de un modo concreto dando reglas absolutas. En algunos casos, cuando el predicador tiene un tema definido, sintiendo que debe predicar sobre aquel asunto; el tema precederá a la elección de texto. Pero en otros casos, cuando el tema es sugerido como resultado de meditación personal de la Sagrada Escritura, será el texto el que precederá y sugerirá el tema al predicador. 

¿Es fácil encontrar textos para predicar? Permítasenos citar otra vez a Spurgeon, quien dice: «No es que falten, sino que son demasiado abundantes; es como si a un amante de las flores se le pusiera en un magnífico jardín con permiso para coger y llevarse una sola flor; no sabría cuál coger que fuera mejor. Así me ha pasado a mí —dice el gran predicador— al tratar de buscar un texto para un sermón. He pasado horas y horas escogiendo un texto entre muchos lamentando que hubiera tan sólo un domingo cada siete días.» 

¿Cómo llegar a determinar el texto que se debe escoger, sobre todo cuando no se tiene antes escogido el tema del sermón? Se puede establecer esta regla, también de Spurgeon: «Cuando un pasaje de la Escritura nos da como un cordial abrazo, no debemos buscar más lejos. Cuando un texto se apodera de nosotros, podemos decir que aquél es el mensaje de Dios para nuestra congregación. Como un pez, podéis picar muchos cebos; pero, una vez tragado el anzuelo, no vagaréis ya más. Así, cuando un texto nos cautiva, podemos estar ciertos de que a nuestra vez lo hemos conquistado, y ya entonces podemos hacernos el ánimo con toda confianza de predicar sobre él. O, haciendo uso de otro símil, tomáis muchos textos en la mano y os esforzáis en romperlos: los amartilláis con toda vuestra fuerza, pero os afanáis inútilmente; al fin encontráis uno que se desmorona al primer golpe, y los diferentes pedazos lanzan chispas al caer, y veis las joyas más radiantes brillando en su interior. Crece a vuestra vista, a semejanza de la semilla de la fábula que se desarrolló en un árbol, mientras que el observador lo miraba. Os encanta y fascina, u os hace caer de rodillas abrumándoos con la carga del Señor. Sabed, entonces, que éste es el mensaje que el Señor quiere que promulguéis, y estando ciertos de esto, os posesionaréis tanto de tal pasaje, que no podréis descansar hasta que, hallándoos completamente sometidos a su influencia, prediquéis sobre él como el Señor os inspire que habléis.»

FORMULACION DEL TEMA

Una vez elegido el texto, es indispensable concretarlo en un tema, si no se posee ya de antemano. 

El tema es el resumen del texto y del sermón concretado en una corta sentencia. Ha de ser, por tanto, no solamente la esencia del texto, sino el lazo de unión de los diversos pensamientos que entrarán en el sermón. Hay una gran ventaja en poseer un tema para el arreglo del sermón. Se ha dicho que el tema es el sermón condensado, y el sermón es el tema desarrollado. 

El tema fomenta la unidad del discurso, y si los argumentos, explicaciones y aplicaciones son adecuadas, permanece el tema como nota dominante sobre la mente. 

El tema ayuda para dar intensidad y firmeza al sermón y mantener el discurso dentro de los límites razonables. Por esto es preferible tener el tema limitado y bien definido y no demasiado amplio. 

Predicar un sermón sin tema, es como tirar sin blanco.

EL TEMA Y EL TITULO

Una vez escogido el tema, o sea, el asunto sobre el cual desea el servidor de Dios predicar a una congregación, debe formular dicho tema en un título. Muchos predicadores y libros de Homilética confunden el tema con el título. Al autor le ocurrió esto por un tiempo. A veces, y hasta cierto punto, no existe diferencia entre ambas cosas, pero a veces el título no es más que la puerta del tema o asunto, el cual no puede ser expresado plenamente por el título, por dos motivos: 

a) Porque el título del sermón ha de ser exageradamente breve, y por tal razón no puede a veces contener todos los pensamientos o partes que el predicador desea desarrollar en su tema. 

b) Porque, sobre todo en estos tiempos de abundante publicidad, ha de ser el título del sermón especialmente chocante y atractivo, para despertar la atención e intrigar al público. Esto pone al predicador en el peligro de formular su tema en un título que se aparte del asunto del cual realmente quiere tratar. En otras palabras: que sirva tan sólo de excusa o motivo para llamar la atención y no de verdadera base al mensaje. En tal caso se expone a que el público, sintiéndose defraudado, pierda confianza al predicador. 

El Dr. J. H. Jowett dice: «Tengo la convicción de que ningún sermón está en condiciones de ser escrito totalmente, y aún menos predicado, mientras no podamos expresar su tema en una sola oración gramatical breve, que sea a la vez vigorosa y tan clara como el cristal. Yo encuentro que la formulación de esa oración gramatical constituye la labor más difícil, más exigente y más fructífera de toda mi preparación. El hecho de obligarse uno a formular esa oración desechando cadft palabra imprecisa, áspera o ambigua, disciplinando el pensamiento hasta encontrar los términos que definan el tema con escrupulosa exactitud, constituye uno de los factores más vitales y esenciales de la hechura del sermón. Y no creo que ningún sermón pueda ser esbozado, ni predicado, mientras esa frase no haya surgido en la mente del predicador con la claridad de luna llena en noche despejada» [1]. 

Es afortunado el predicador que puede encontrar un título que, al par que suficientemente interesante, breve y sugestivo, para ser puesto en la pizarra de anuncios, en el boletín de la iglesia o en la prensa pública, sea a la vez tan expresivo y completo que no necesite una segunda formulación del tema para uso del predicador, sino que título y tema se confundan en una sola cosa, abriendo la puerta al predicador para una eficaz y fructuosa exposición de alguna de las grandes verdades del Evangelio. 

Conviene que el tema o el título que se formule sea intrigante, de modo que despierte el deseo de conocer lo que se oculta detrás del mismo, o sea, a ver cómo lo desarrollará el predicador. Observad cuán intrigantes son los títulos de ciertas novelas y películas mundanas. Debemos imitar en ello hasta cierto punto a los hijos de este siglo, que son «más sagaces que los hijos de luz», pero sin caer en exageraciones. En Norteamérica, donde los temas son generalmente anunciados por medio de un cartel en las afueras de las iglesias, pueden observarse muchos títulos de sermones ingeniosísimos.

UN PENSAMIENTO CONCRETO

El tema ha de ser corto, pero claro y expresivo. Un tema largo pierde toda su gracia y atractivo. Cierto predicador anunció el siguiente tema: «Las opiniones falsas que los hombres se forman acerca de los juicios de Dios permite sobre nuestros prójimos y las opiniones rectas que se deben formar sobre tales juicios». Con el anuncio de tal tema, el predicador casi podía haberse ahorrado el sermón. «El peligro de juicios erróneos» habría sido mucho más acertado para este mismo asunto, porque este tema no detalla lo que el predicador va a decir, sino que despierta interés por saber lo que dirá. 

Cuando el sermón es textual el tema debe ser tan dependiente del texto que ha de contener el principal pensamiento del mismo. 

EJEMPLO: Para Rom. 12:2: «Alistados contra lo que nos rodea». 

Cuando es para un sermón expositivo, o sea, para la exposición de un pasaje o historia bíblica, el tema debe hacer énfasis sobre algún asunto del pasaje, que sea la clave y base de la historia y su aplicación. 

EJEMPLO: Sobre Juan 9:25: «La confesión del ciego». 

«La historia del ciego» sería un tema demasiado vago. 

Poner por tema a Lucas 15:7: «El hambre del alma», sería más adecuado que «El hambre del Hijo Pródigo». ¿Por qué? Consideremos ambos temas. En el primer caso la palabra «confesión» es un juicio y comentario del predicador que da base para un buen sermón acerca del deber de confesar nosotros a Cristo. En cambio, «El hambre del Hijo Pródigo» no introduce nada nuevo. Es cosa harto sabida que el pródigo tenía hambre física, pero al decir «Hambre del alma», nos permite aplicar el texto al caso espiritual. 

El tema ha de ser una expresión completa que una las múltiples ideas de un texto. 

He aquí algunos ejemplos de temas adecuados:

1) Sintéticos:

«La dádiva de Dios a nosotros y la nuestra a El»: Tit. 2:14. 

«El tentado pecador y el tentado Salvador»: Hebr. 2:18.

2) De frases escritúrales: