Manual para demoler progresistas - Gustavo Beaverhausen - E-Book

Manual para demoler progresistas E-Book

Gustavo Beaverhausen

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Beschreibung

Gustavo Bearverhausen abandona la restricción de los 140 caracteres de Twitter y se extiende a través de razonamientos brillantes que recorren la historia argentina, en especial la década kirchnerista, ofreciendo una herramienta imprescindible para el ciudadano de a pie. El Manual para demoler progresistas reivindica el sentido común de las personas que piensan que no todo es más complejo, y que muchas veces las cosas son lo que parecen. Malcom Gómez

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Gustavo Beaverhausen

Manual para demoler progresistas

Gustavo Beaverhausen

Manual para demoler progresistas / Gustavo Beaverhausen. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal ; Buenos Aires : Edhasa, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-599-927-5

1. Análisis de Políticas. I. Título.

CDD 320.82

Diseño de tapa: Juan Pablo Cambariere

Primera edición en Argentina: octubre de 2017

© Gustavo Beaverhausen, 2017

© Libros del Zorzal, 2017

© de la presente edición Edhasa, 2017

Córdoba 744 2º C, Buenos Aires

[email protected]

http://www.edhasa.com.ar

Avda. Diagonal, 519-521. 08029 Barcelona

E-mail: [email protected]

http://www.edhasa.es

ISBN 978-987-599-927-5

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

A mi esposa.

Índice

Introducción | 6

Glosario y aclaraciones preliminares | 10

1. Ser o no ser | 13

2. Vino del sur | 21

3. Pasión por el delito | 48

4. Síndrome de Downton Abbey | 67

5. Izquierecha | 82

6. Un abismo nos separa | 95

7. Feminismo de Schrödinger | 105

8. Paciente cero: Progre For Export | 113

9. Consejos finales | 127

Introducción

Sábado a la mañana. Usted abre los ojos como si lo hubiesen apuñalado. Se le parte la cabeza. No es para menos. La noche anterior estuvo viendo uno de esos programas con epidemia de panelismo precoz donde el conductor se jacta de tener “pluralidad de voces”. Pluralidad de voces que dicen todas lo mismo. Un coro, bah. Se la pasó gritándole al televisor. Intentó, sin éxito por las cuestiones prácticas evidentes, contestar la catarata de falacias que salían del aparato. Se frustró. Y seis horas de girar en la cama no le alcanzaron para reponerse de la paliza.

Mismo sábado. Ya sintiéndose mejor, compra pan, vino y postre y acude a una invitación: almuerzo con amigos. La cosa se encamina. Hasta que llega un nabo que lo arruina todo. No es la primera vez que lo invitan. Barba, divorciado, higiene personal tirando a poca, un paso por el sector privado lejano y fugaz, ningún éxito comprobable, pero una mochila llena de certezas. Sociólogo, como no podía ser de otra manera. Un progre. Su cerebro lo ubicó rápidamente en esa categoría.

Apenas se sienta, empieza con su proclama. Arranca con el clásico Tenemolopolíticoquenomerecemo; le habla del golpe de la derecha en Brasil, de los sectores postergados acá, del nuevo Plan Cóndor de Estados Unidos en Venezuela, de la importancia de unir a América Latina frente a una nueva avanzada del no sé qué; incluso repite las mismas boludeces que escuchó anoche en ese programa que le arruinó el sueño; todo un paquetito, medianamente bien armado, como una rutina que de tanto repetir se le hizo carne.

Usted escucha, otra opción no hay, y el matambre se le queda atravesado en la glotis. Se quiere ir, pero acaba de llegar y la otra gente le cae bárbaro. Además, el asado está riquísimo. Digamos todo.

El progre sigue con su stand-up. El vino le lubricó la lengua. Ya se siente libre para reivindicar a Perón, a Evita, a Néstor y a Cristina. Usted intenta contestar, citando uno de los cientos de casos comprobados de corrupción. Pero no está preparado. Como el boxeador que ataca con miedo. Enseguida le desarman el golpe. Lo acusan de comerse el verso de los medios concentrados y las corporaciones. Una pavada, sí. Pero una pavada a la cual usted no puede contestar. No cuenta con las herramientas necesarias. Así que cambia de tema. Se pone a hablar con otro.

Pero el progre insiste con usted. Ya lo identificó como posible bolsa de arena donde descargar su furia progresista. Toda la bronca acumulada porque los referentes que antes nombró ya no están ni vivos ni en el poder. Sigue, sigue y sigue. Es como la tortura de la gota china. Cada frase hecha, cada estrategia verbal, armadita, agresiva y patotera cae sobre usted como la gota de agua fría en la frente. Es insoportable.

Usted toma, entonces, la misma decisión que cuando se enfrenta a situaciones similares: se va. Pone alguna excusa incomprobable pero amena y se aleja lo más posible de ese nabo que le cagó el día. Piensa que es lo mejor que pudo haber hecho. Pero, en realidad, está siendo la peor versión de sí mismo. Está rompiendo el pacto social. Se sube a un bote salvavidas y se aleja remando, sabiendo que sus seres queridos quedaron en un barco con un capitán que los lleva hacia un iceberg. Abandono de persona, lisa y llanamente.

Ojo, no lo juzgo. Entiendo por qué lo hizo. No se sentía preparado para dar esa batalla. Pero es importante que revierta esta situación. No puede alejarse siempre de la aldea cuando vengan los vikingos. Tiene que tomar partido. Tiene que pelear. Y, algo fundamental, tiene que ganar.

Si quiere vivir en un país objetivamente mejor, tiene que formar parte de la construcción.

Aquellos que repiten mantras new age como “no hay que discutir con el pasado, miremos para adelante” no tienen en cuenta que tratar de invisibilizar al adversario nos lleva a la derrota. Aunque lo ignore usted, él sigue hablando con otros. Esto es Esparta. No se puede salir a la vida con un escudito de papel y pensar que eso te hace inmune a las flechas. Porque las flechas no son para uno. Le pegan a cualquiera.

En 2014, Estados Unidos sufrió un brote de sarampión histórico y sorpresivo. La enfermedad se creía erradicada hacía casi quince años. Sin embargo, resurgió con fuerza y con consecuencias letales. Según investigadores de una universidad de Atlanta, el 57% de los niños infectados no habían sido vacunados por sus padres. No era la primera vez que se daba la misma serie de acontecimientos: aparece una enfermedad, se inventa una vacuna para combatirla. Desaparece parcial o totalmente la enfermedad. La gente deja de considerar a la enfermedad como una amenaza y decide no vacunarse. Vuelve la enfermedad. Con el fascismo pasa igual. Cuando uno considera que se lo sacó de encima es cuando más posibilidades hay de que vuelva. No podemos desarrollar inmunidad ni anticuerpos contra este flagelo, porque los virus se adaptan y vuelven con más capacidad de daño que nunca. No hay que dar por sentada la libertad. Hay que ganársela.

Por ello, cuando uno se encuentra en una situación donde el progre lanza su listado de lugares comunes, hay que oficiar de dique entre el caudal de pelotudeces que salen de su boca y el oído de los pobres parroquianos que no tienen ganas de oponerse al discurso hegemónico del boludo. Porque el progre parecerá inofensivo, pero sus ideas y sus votos llevaron al poder a líderes fascistas y populistas.

Si todos funcionamos como una barrera de contención, si no permitimos que nos mientan y abusen de nosotros, el mundo será mejor. Como dijo Joseph Joubert, el objeto de toda discusión no debe ser el triunfo, sino el progreso. Porque aunque su denominación pueda resultar confusa, nada más lejos del progreso que un progre. Así lo explicó el comediante y escritor irlandés Patrick Condell:

Progresista suena como una palabra positiva, que rebosa con la promesa de un mañana más brillante. En realidad, significa moverse gradualmente, progresivamente, de a poquito, hacia una sociedad cada vez más regulada, controlada y con menor libertad, en donde la identidad colectiva es más fuerte y cada comentario casual es un posible crimen por odio. […] Para los progresistas no hay otro punto de vista. Si no eres progresista debes ser de extrema derecha.

Póngase cómodo. Empieza el safari al cerebro opaco del responsable de muchas de nuestras desgracias. Nunca más sentirá que no está preparado para una discusión. Al final de este libro, usted será un karateca intelectual, capaz de desarmar en un solo movimiento cualquier ñañaña que se avecine. Aunque revuelvan frente a usted una bolsita llena de peros, no habrá golpe bajo que lo derrote. Será un samurái de la palabra y llevará esa carga con responsabilidad y honor.

Empecemos.

Glosario y aclaraciones preliminares

Populismo y tiranía

Una correlación seria entre populismo y tiranía se encuentra en Populismos. Una defensa de lo indefendible, de Chantal Delsol, publicado por editorial Ariel. Allí se explican las vinculaciones entre demagogos (populistas), “que adulan al pueblo oponiendo el bienestar al bien, la facilidad a la realidad, el presente al porvenir, las emociones e intereses primarios a los intereses sociales”.

Rebranding

Es el conjunto de acciones que, mediante la modificación de nombre, logotipo, tipografía, diseño, mensajes publicitarios o combinación de los anteriores, busca cambiar la opinión de clientes e inversores de una marca ya establecida. Diríamos “una lavada de cara más profunda”.

Pac-man

Juego electrónico donde un muñeco con ese nombre tiene que comer todos los puntos posibles que aparecen a su paso.

Disforia de género

Concepto introducido por el psicólogo neocelandés John Money. Es el sufrimiento que padecen las personas debido a la discordancia entre su identidad de género y el género o sexo asignado al nacer.

Disforia de clase

Concepto introducido por el filósofo Gustavo Beaverhausen. Describe la pose de sufrimiento que lleva adelante el progre fingiendo que hay una discordancia entre la clase social a la que pertence y aquella inferior con la que manifiesta afinidad.

Asimilaciones

En algunos tramos de este manual, se manejan los términos izquierda y progresismo asimilados, tal como se utilizan muchas veces confundidos en el lenguaje común. Vale aclarar que los representantes de los partidos de izquierda detestan al progre porque lo consideran el peor representante de la burguesía antirrevolucionaria.

También a veces se utilizan en este manual las expresiones kirchnerismo e izquierda en forma indistinta, como parte de un recurso humorístico y abusando de la paciencia del lector.

El término peronismo se utiliza para definir cualquier cosa, a gusto del peronista que lo utilice o lo lea, de la misma manera que se viene haciendo desde que Antonio Cafiero tomó la primera comunión hasta nuestros días.

1

Ser o no ser

La hija adolescente lleva a su nuevo amigo a la casa familiar. Los anfitriones son agradables con el invitado. La conversación fluye. De vez en cuando, el padre piensa que su hija creció, trajo un candidato; es una muestra de confianza. Y en algún lado duele, hay que reconocerlo. Se hace tarde. Postre. Café. Todos esperan que el invitado se levante de la mesa y se despida. La sorpresa: el padre le pregunta a su hija por qué no le dice al pibe que se quede a dormir. Ese padre es un progre.

Llega la factura de la luz, con aumento. Alguien dice “qué barbaridad”, pero agrega que no es por la plata ni por él. Es por los que menos tienen, que no van a poder pagarla. No importa que no conozca nada acerca de los que menos tienen, ni cuanto consumen, ni si también los alcanzó el aumento. Ese que se queja y que finge que es por pura empatía con los desvalidos es un progre.

Vamos al hueso. ¿Qué es un progre? Un individuo que, por estrategia o deformación, simula una actitud ideológica para verse bien ante los demás. Es decir, el progresismo es una pose. Y, como toda pose, es una postura forzada y poco natural. Su único objetivo es satisfacer la mirada del otro. Es el equivalente intelectual a meter la panza frente a alguien. No podés hacerlo para siempre. Tarde o temprano, largás el aire.

Hay dos tipos de progres:

1. El progre que sabe que está posando (estrategia) y lo hace por un fin concreto e inmediato (sumar adeptos, ganar elecciones, vender algo).

2. El progre que olvida que está posando (deformación) ya que las razones por las cuales posó en primer lugar responden a postulados psicológicos que exceden la competencia de este manual.

Como regla general, los políticos progres suelen serlo por estrategia, y sus seguidores, por deformación. Los líderes progresistas explotan la insatisfacción, el resentimiento y los prejuicios de los propios adherentes. Y también la inocencia, la esperanza y la necesidad de creer en algo.

Pasemos a un ejemplo: el 5 de abril de 2014, el periodista Juan Miceli, desde un canal estatal, le preguntó al diputado Andrés Cuervo Larroque por qué las donaciones que se enviaban anónimamente para los damnificados de inundaciones en La Plata eran identificadas con el logotipo del espacio político del diputado: La Cámpora. Larroque respondió a esa pregunta siguiendo estrictamente el protocolo progre: se enojó, acusó al periodista de criticar sin hacer nada, se autofelicitó por su trabajo social y lo invitó de manera patotera a encontrarse en privado. Y en medio de la entrevista, cuando entendió que la pregunta lo incomodaba demasiado, se interrumpió diciendo: “Disculpame, disculpame, ¿quién me está preguntando? ¿Cómo es tu nombre?”, como en el más típico interrogatorio de intimidación. Se trata del mismo procedimiento que utilizaría años más tarde el diputado nieto recuperado Juan Cabandié ante una empleada municipal cuyo accionar le resultaba molesto (ver capítulo 2 de este manual). Un control policial en plena dictadura no lo hubiera hecho mejor. Luego del episodio con Larroque, por supuesto, al periodista lo despidieron. Y la razón es muy sencilla: estaba desarmando la pose. Ponía en duda la imagen que se quería proyectar: con el líder (progre estratega) trabajando junto a sus seguidores (progres por deformación) para ayudar a los más afectados. Cabe destacar que las inundaciones en La Plata fueron tan trágicas porque el frente al que pertenecía el diputado Larroque había gastado el dinero de las obras para evitarlas, casualmente, en publicidad. Pero ya hablaremos más en detalle sobre el kirchnerismo.

Adiós Sui Generis

Por esta capacidad camaleónica de asumir posturas que le son naturalmente ajenas, el progre suele ser confundido con el espectro de la política que reivindica a las clases sociales más postergadas.

El 5 de septiembre de 1975, dio su último concierto en el estadio Luna Park de Buenos Aires el conjunto de rock Sui Generis. Se calcula que asistieron al recital unos treinta mil espectadores (reales). Desde ese día, el número de asistentes ha ido creciendo y todavía va en aumento. Todos estuvimos ahí.

Precisamente eso es lo que hace el progre con las causas y gestas ajenas. Se adjudica el Mayo Francés, el Cordobazo, la vuelta de la democracia, el Juicio a las Juntas. Se imagina bajando de Sierra Maestra junto a Castro. Le duelen los nudillos de agarrarse a trompadas en la Toma de la Bastilla. Desde su monoambiente en Ezpeleta o su maisonette de Barrio Parque, sin levantar el culo del sillón, el progre vivió todo.

Es probable que, de tanto repetirse esta mentira, él mismo termine creyéndosela. Y de ahí nace su complejo de superioridad moral, desde donde baja línea, pontificando, suponiéndose siempre del lado correcto de los acontecimientos.

La coalición

Para sostener esta máscara ideológica, el progre se inventa un enemigo, uno o varios hombres de paja, que amenazan con eliminar todos los logros supuestamente alcanzados por el campo popular. Ese enemigo puede ser usted. O al menos lo acusarán de ser servil a una agenda instalada por este misterioso Darth Vader. Su forma va cambiando según la época o según el argumento que quieran instalar: la derecha, a secas; la oligarquía (dividida, a su vez, en el campo y en los vecinos de la zona norte de la ciudad de Buenos Aires), los milicos, Estados Unidos, las corporaciones, los medios concentrados, el Círculo Rojo, el sionismo, el Poder Judicial, o todos ellos juntos: la coalición judicial-política-mediática alineada con la derecha norteamericana-israelí, como definió a su adversario imaginario la exitosa hotelera Cristina Fernández de Kirchner. El título es irrelevante, porque la bajada es siempre la misma: “Ustedes son los malos, nosotros somos buenos”.

Literalmente esto cantaban los militantes de Milagro Sala en Jujuy: “Somos buenos, nosotros somos buenos”, como si necesitasen de manera imperiosa aclararlo. Razones para despejar esa duda no les faltan: están acusados, con la dirigente a la cabeza, de asesinar a militantes de otros partidos, de montar una estructura paramilitar con control territorial, de desviar arbitrariamente planes sociales con complicidad estatal, de enriquecimiento ilícito, de extorsiones varias, golpizas y secuestros. Luis Bail, exintegrante de la agrupación que dirige Sala, denunció ante la Secretaría de Derechos Humanos de Jujuy un método de coerción llamado “El Psicólogo”, que consistía en encerrar a alguien en una habitación para ser golpeado por Milagro y sus asociados. Se ve que Luis no estaba convencido de que los muchachos eran buenos, porque le pegaron con una pala en el rostro y lo dejaron desfigurado. A Bettina Condorí le arrebataron a su bebé, y el poderoso argumento que esgrimieron para convencerla fue pegarle rodillazos en la panza. A Cecilia Velázquez le entregaron una casa sin escritura y, cuando se negó a acudir a una marcha, la echaron literalmente a patadas de la vivienda. Antes, por cortesía norteña, la derivaron al “psicólogo”: la ataron a una silla y le pegaron hasta dejarla inconsciente. Si hacía la denuncia, le advirtieron, la iban a matar.

Apología de Sala

Cuando Sala fue detenida, el progre, desde Buenos Aires,1 alegó que la metían presa “por ser mujer, negra y colla”. Así, las tres juntas, como si fuesen tres medallas o insignias de boy scout. Mujer, negra y colla.

Milagro es mujer, sí. De sexo femenino, bah. Lo dice el documento. Ya sea por genitalidad o autoafirmación sexual, es nena. Esto no termina de explicar por qué la detienen. ¿Existe una conspiración internacional de la coalición judicial-política-mediática alineada con la derecha norteamericana-israelí para que las mujeres estén presas? Quizás. Pruebas no hay, pero el ñañaña no necesita pruebas. O tal vez el escudo MUJER quiera explicar de alguna manera su inocencia. Como si la maldad o la conducta sociopática fuesen inherentes exclusivamente al género masculino. Sobran ejemplos que lo desmienten.

En realidad, cuando el progre te advierte “ojo que Milagro es mujer”, está intentando su clásica estrategia de victimización serial. Quiere jugar una ficha en el casillero del feminismo. Le susurran al oído: “Escuchame, ya que vos estás marchando por todas las chicas asesinadas, violadas, empaladas y golpeadas el último año; ya que pedís romper el techo de cristal o que reclamás justicia y responsabilidad estatal, ¿te jodería mucho protestar por esta señora también? No le pasó nada de lo que vos estás reclamando, pero es mujer. ¿Por qué está presa? Nada, es largo de explicar, unos quilombos en Jujuy, es otra cultura. Confiá en mí. Lo importante es que la larguen”. Y, si bien la idea no le llega a la activista de a pie, en las últimas marchas del femi-nismo porteño, gracias a los aceitados engranajes de la militancia rentada, la consigna “Liberen a Milagro” se coló entre las fotos de mujeres que ya no están vivas para quejarse de este atropello. Víctimas y victimaria unidas en una sola procesión.

La defensa NEGRA es todavía más desesperada. En Argentina, negros, lo que se dice negros, no tenemos tantos. Menos del 3% de la población desciende de africanos. Tenemos, sí, gente de piel más trigueña o castaña, producto de la inmigración interna o de países limítrofes con ascendencia aborigen, o incluso descendientes de aquellos conquistadores españoles que se bajaban del barco con muchas ganas de amar sin pedir permiso. Pero, a diferencia de Estados Unidos, con sus conflictos de minorías mucho más pronunciados, en Argentina hemos tenido durante diez años un presidente color, digamos, naranja o terracota (Carlos Saúl Menem), y eso no nos ha significado ningún tipo de hito racial. Nos chupó un huevo. Porque el color de piel, en nuestro caso, es apenas un condimento menor que sirve para el apodo cariñoso. Nunca fue una bandera.

Entonces, ¿en qué casillero apuesta el progre cuando nos recuerda que Milagro es negra? En el siempre rendidor de la lucha de clases. En las décadas de 1930 y 1940, cuando habitantes del norte argentino migraron a Buenos Aires para trabajar en sus fábricas, la burguesía porteña acuñó (o dicen que acuñó, ya poco importa) el término “cabecitas negras” para referirse a ellos, la nueva clase obrera. No importa si ya pasaron ochenta años de ese momento, porque el anacronismo es parte fundamental del adn progre, que se aferró a este hecho histórico como si fuese el último gomón libre del Titanic, y hasta el día de hoy lo utiliza como forma de reivindicación popular: “Yo estoy del lado del que trabaja, del que menos tiene”. Pero, curiosamente, “el que menos tiene” difícilmente pueda ser utilizado para describir a Milagro. Sin mencionar su patrimonio en negro (digamos mejor, “sin blanquear”, para no herir susceptibilidades), que está siendo investigado, y su confesa pasión por Punta del Este, la dirigente declaró una suma millonaria que no puede justificar; le fue incautada una flota de veinte vehículos de alta gama y todavía debe explicar dónde están los 29 millones de pesos del Estado nacional que se le entregaron a su organización para construir viviendas que brillan por su ausencia.

Los que realmente menos tienen, en esta historia, son las víctimas de Sala. ¿Y por qué el progre elige no defenderlas? Porque Milagro, además de ser mujer y negra, es colla.

La insignia COLLA es la que más respeto genera entre los progres de Palermo y Villa Crespo. Y Sala la porta con orgullo. Incluso bautizó a su organización barrial con el nombre del caudillo indígena Túpac Amaru. Sin embargo, su militancia política nace durante el menemismo, dentro de la Central de Trabajadores de la Argentina (cta), donde llegó a ser secretaria de Acción Social a nivel nacional. No existen muchos registros sobre su lucha por la causa indígena. En su lugar, lo que abundan son referencias tempranas a su adhesión al peronismo: la carta a Eva Perón que escribió su madre adoptiva, su adolescencia en la Juventud Peronista y su primer trabajo como cadete del gobernador Carlos Snopek, del Partido Justicialista.

En mayo de 2010, el Encuentro Nacional de Pueblos Originarios (enpo