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«"La experiencia mística". Siempre: "aquí y ahora", en la libertad que se confunde con el alejamiento, en un silencio que nace de la calma. Pero esta libertad es una libertad en acción, esta calma es una calma entre seres humanos. [...] El camino hacia la santificación, en nuestros días, pasa necesariamente por la acción». De la vida ejemplar de Dag Hammarskjöld (1905-1961), que fue Secretario General de Naciones Unidas y premio Nobel de la Paz, quedan estas «Marcas en el camino», un diario nutrido de intensas lecturas espirituales (Eckhart, Juan de la Cruz, Pascal) y de escritores contemporáneos (Melville, T. S. Eliot, Ibsen, Hesse, Saint-John Perse). En palabras de Carlo Ossola, «leerlo hoy es regalarse una ciudadela viva contra la desolación del presente».
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Seitenzahl: 197
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Marcas en el camino
Marcas en el camino
Dag Hammarskjöld
introducción y revisión de Carlo Ossolatraducción de Pedro Lomba
MINIMA TROTTA
MINIMA TROTTA
Título original: Vägmärken
© Dag Hammarskjölds right holders, 1.ª ed. 1963
Publicado originalmente por Albert Bonniers Förlag, Estocolmo Esta traducción ha sido publicada mediante acuerdo con Bonnier Group Agency, Estocolmo
© Carlo Ossola, para la introducción, 2009
© Pedro Lomba Falcón, para la traducción, 2009
sobre la versión francesa de C. G. Bjurström y Philippe Dumaine
© Editorial Trotta, S.A., 2009, 2024
www.trotta.es
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ISBN: 978-84-1364-287-1 (edición digital e-pub)
Introducción: «Solo en su oculto crecimiento». Dag Hammarskjöld: Carlo Ossola
Marcas en el camino
Carlo Ossola
Nuestra época, fascinada por los mitos de Ulises, por los emblemas de la sabiduría activa, ha olvidado un poco las virtudes que se refugian en el silencio: la paciencia, la renuncia, el desamparo, la pura pérdida de sí. No el asimiento, sino el «desasimiento» de Roland Barthes, la Resistencia y sumisión de Dietrich Bonhoeffer, el abandono, el desapego, la Abgeschiedenheit silenciosa del Maestro Eckhart, el hecho de «dejarse llevar, en sí, al reposo de sí» (tal vez podríamos traducirlo así), de «hacer el vacío» y el silencio en el interior y alrededor: «Por mi parte, alabo al desapego antes que a cualquier amor. Por la razón, en primerísimo lugar, de que lo mejor que hay en el amor es que me apremia a amar a Dios, mientras que el desapego apremia a Dios a amarme. Ahora bien, es mucho más noble que yo apremie a Dios a mí, que no que yo me apremie a Dios»2. El lugar en nosotros donde cesa toda arrogancia, a donde se accede de puntillas, la «existencia minimal» recibida con un justo retraimiento: «lo Neutro sería la habitación generalizada del más acá, de la reserva, de la ventaja del espíritu sobre el cuerpo»3. La «pura pérdida» es tal sólo si guarda la memoria no de la pérdida, sino de la pureza absoluta de esta desaparición sin huellas.
En el siglo de las máquinas y del superhombre –el siglo XIX–, de la «novela de formación», del protagonista que va a la ciudad –como el Renzo Tramaglino4 de Manzoni– por la experiencia, y la riña, y la historia, será Leopardi quien retome esta antigua meditación, mirando cómo la humilde retama renace de los lodos de nuestra ignorancia y de nuestra impotencia: «sulla mesta landa / in purissimo azzurro». Y Leopardi anota un pensamiento sobre la triste suerte de estas virtudes en la historia humana: «, etc., bonitas, bonus vir, etc., bonhomme, bonhomie, etc., dabben uomo, dabbenaggine, etc. Palabras cuyos uso y sentido muestran cuánto estimaban real y popularmente los antiguos y los modernos la bondad (pues el pueblo determina el sentido de las palabras). Y recuerdo que cuando yo aprendía griego, siempre me veía en dificultades al dar en este , etc., siempre me parecía que semejantes palabras tenían un algo de elogioso, y no podía aceptar que se pudiesen entender de manera negativa, como exigía el texto»5.
Al lado de Leopardi, Nikolai Leskov describe la «bonhomía», la ingenuidad, del justo en un conmovedor apólogo titulado Un Beta: «Teníamos en el campo, entre nuestros siervos, a un pequeño huérfano, Pagnka. Vivía en las dependencias de la mansión señorial, vestía lo que se le daba y comía con la vaquera y sus hijos. Sus funciones entre nosotros consistían en ‘ayudar a todo el mundo’. Dicho de otra manera, todos teníamos derecho a hacer que Pagnka hiciese nuestras propias tareas; así, trabajaba sin descanso»6. De carga en carga, termina entre los nómadas tártaros, que le confían la guardia de un bandido («¡guarda a este hombre como a tu alma!»); pero le deja libre, como quisiera que estuviese su alma. El jefe de los tártaros considera en primer lugar condenarle a muerte, pero después reconsidera su decisión: «Creo que no se puede hacer morir a Pagnka, pues me parece que en él habita un ángel. [...] Quizás sea un justo»7.
«El justo» bíblico interroga, en el siglo XIX, al self made man y al superhombre: se queda más acá de su triunfo. El siervo es inútil, inútil el príncipe; e igualmente inútil será el ardor de Mishkin, el Idiota (1868-1869) de Dostoievski. Emblema de Don Quijote, figura Christi: «El príncipe – Cristo»8, el perfil y el papel de joven príncipe atormentará por mucho tiempo a su autor, que, en uno de sus esbozos, titulado Síntesis de la novela, observará: «Si Don Quijote y Pickwick, en tanto que personajes virtuosos, son simpáticos al lector, y están acabados, lo son porque son cómicos. El héroe de la novela, el príncipe, no es cómico, pero posee otro rasgo simpático: ¡es inocente!»9. Una inocencia que atraviesa la historia de la novela y transciende la derrota: el príncipe vuelve a Rusia –tras una cura en Suiza para tratar su epilepsia (evidente alusión autobiográfica)–, se enamora perdidamente e intenta en vano redimir a su amada. La última escena, cuando la bella Nastasia Filíppovna ha sido asesinada, muestra juntos a Rogozhin, el asesino, y al príncipe, ambos arrasados por las lágrimas –lágrimas de culpabilidad en uno; lágrimas de perdón en el otro– «en completa inconsciencia» de sí: «Y si el propio Schneider se hubiera presentado entonces, desde Suiza, para ver a su antiguo alumno y paciente, también él, recordando el estado en que solía encontrarse el príncipe el primer año de tratamiento en Suiza, habría hecho un gesto de impotencia con la mano y habría dicho, como la otra vez: ‘¡Un idiota!’»10. En esta derrota, si la pureza del justo no redime, su inocencia permanece, no obstante, intacta –y se sustrae a las pruebas a que somete la experiencia–. Mishkin, como Oblomov, no cambia: sigue siendo perfectamente íntegro en su inocencia, en su humildad humillada (y aún se puede leer en los esbozos: «La compasión – es todo el cristianismo. [...] ¡La humildad es la fuerza más formidable que pueda existir en el mundo!»11). Poco tiempo antes, Turguéniev había concluido su parábola de lo inútil y lo gratuito, sobre los hombres, con una conferencia titulada «Hamlet y Don Quijote» (1860), que es el más alto concentrado de todo lo que el espíritu ruso del siglo XIX ha reconocido y confiado al mito de Don Quijote: «Así pues, ¿qué expresa, repitámoslo, el personaje de Don Quijote? Ante todo, la fe; la fe en algo eterno, inmutable; dicho en pocas palabras: la fe en la verdad, verdad situada fuera del individuo, pero que le es accesible; verdad que exige de él servicio y sacrificios, pero que puede alcanzar si es constante en el servicio y generoso en el sacrificio. En todo su ser, Don Quijote no es sino entrega a su ideal, por el cual está dispuesto a soportar todas las privaciones posibles, a sacrificar su vida [...]»12.
«El loco gritaba en la plaza. Nadie se detenía a escucharle. Así ha obtenido la confirmación de que sus tesis eran irrefutables»13. Esta anotación de Dag Hammarskjöld reúne y resume el legado que los héroes de lo ‘incondicionado’ nos han dejado a través de los personajes del faquir, del Idiota y de Don Quijote: «la pobreza, el heroísmo, el delirio»14. Encontramos aquí esos mismos caracteres que Dostoievski atribuía a El Idiota en sus Cuadernos preparatorios: «Los principales rasgos de carácter del príncipe: Abatimiento. Miedo. Sumisión. Humildad»15. Por este camino, los personajes que la literatura del siglo XIX ha esbozado ‘en pura pérdida de sí’, se encarnan, en el XX, en hombres en cuya vida se cumple lo que la escritura poética del XIX había profetizado: «el ideal del ‘caballero pobre’» (El Idiota, II, 6). Los personajes que parecían reducirse a inútiles destinos de silencio y exilio resurgen, renacen siendo hombres –en el desierto (Charles de Foucauld), en el Palacio de Cristal (Dag Hammarskjöld)–, aportando la libertad mística de lo gratuito: «En tu viento. En tu luz»16.
«Desaparecer en la luz y transformarse en cántico»17; «Es uno de los que han tenido a la soledad por cabecera y han llamado hermana a una estrella. Pero la soledad puede ser una comunión»18. Los temas, los lugares –propios de la tradición mística– resurgen en el «Diario» de Dag Hammarskjöld. Sus Marcas en el camino están ritmadas por citas tomadas de Eckhart, de su «desamparo» (Abgeschiedenheit); son una travesía por los acontecimientos y las cosas para llegar a su «fondo»: «[El hombre] tiene que aprender una soledad interior, dondequiera y con quien sea que esté: tiene que aprender a pasar a través de las cosas, tiene que aprehender a su Dios dentro de ellas»19; para alcanzar nuestro fondo: «El viaje más largo / es el viaje hacia el interior»20. Imagen simétrica de Charles de Foucauld, que había unido mística y retiro, Hammarskjöld conseguirá mantener unidas «mística y política», no en el modo alienante de la dominación de las masas (experimentado por las dictaduras, nazismo, fascismo y comunismo), sino en el puro servicio y el don de sí: «Agradecido y preparado. Obtuviste todo por nada. No vaciles cuando se te exija entregar aquello que, a pesar de todo, es nada por todo»21.
No se trata, no obstante, del don en la ascesis, sino en la repartición, una mística que se hace política del bien común, de la comunidad: «La sed es mi patria en el país de las pasiones. Sed de comunidad, sed de justicia – una comunidad basada en la justicia y una justicia alcanzada en común. Sólo la vida satisface las exigencias de la vida. Y esta sed sólo se puede satisfacer en una vida en la que mi personalidad se construye como un puente que me une con los demás, como una piedra en el edificio celeste de la justicia. [...] Liberación y responsabilidad. Solamente así fue creado uno y, si falla, la contribución que habría debido ser la suya faltará eternamente»22. Son éstas notas del «diario» del año 1950. Hammarskjöld estaba a punto de convertirse en vice-ministro de Asuntos Exteriores de Suecia (1951) y, poco después, en Secretario general de las Naciones Unidas (17 de abril de 1953). Se preparaba para ello siguiendo esta divisa: «Sólo es digno de su poder quien diariamente lo justifica»23.
Así pues, política como servicio, y no como consenso. Habiendo crecido en una familia de diplomáticos de alto rango, de ministros, de hombres de letras, él adoptó un estilo reservado: «Relatar solamente lo que tiene importancia para los demás. Preguntar solamente lo que uno necesita saber. En ambos casos, limitarse a lo que realmente es del dominio del que habla. Discutir solamente para alcanzar un resultado. ‘Pensar en voz alta’ solamente con aquellos para los que eso signifique algo. Dejar que el small talk llene el tiempo y el silencio sólo cuando traduce lo que no se dice entre dos seres perfectamente afines. Una buena dieta para quien ha experimentado la verdad de aquello de ‘por cada palabra vana…’. Pero apenas goza de popularidad en la vida de sociedad»24. Un hombre de soledades habitadas por la humanidad: «sólo existe lo que es de otro, pues sólo lo que has dado –aunque sea únicamente aceptando darlo– resurgirá del vacío que habrá sido tu vida»25. Un hombre resueltamente coherente, intransigente consigo mismo («No pesar sobre la tierra. Ningún excelsior patético sino simplemente: no pesar sobre la tierra»; «Ser fiel al propio futuro. Incluso cuando sólo significa ‘prepararse para morir bien’»)26, entregado a los demás: «estar siempre ahí para los demás, nunca buscarse a sí mismo»27. Un hombre político sobre el que ejerció su influencia, en el seno de una herencia cristiana y estoica, la enseñanza de Gandhi: «La voz de mando sólo fue obedecida cuando se convirtió en gemido de impotencia»28.
Y este poder llegó, y fue servido hasta el sacrificio: «Reza por que tu soledad se convierta en aguijón que te fuerce a encontrar un fin digno de tu vida y de tu muerte»29. Y murió para entregar su dignidad a la tarea de la ONU, en el momento en que el proceso de descolonización dejaba a los poderes y a los recursos pasar de los Estados-Imperios a sus multinacionales.
El 7 de abril de 1953, una semana antes de ser elegido Secretario General de las Naciones Unidas, escribía: «Yo soy el vaso. De Dios es la bebida. Y Dios, el sediento»30. Luego, poco después: «¿Cuál es, finalmente, el sentido de la palabra ‘sacrificio’? ¿O incluso el de la palabra ‘don’? Quien nada posee, nada puede dar. El don es de Dios a Dios»31. Palabras y figuras que se remontan a los místicos («No busques el aniquilamiento. Él te encontrará. Busca el camino que lo transforma en cumplimiento»32), y así hay quienes han podido situar a Dag Hammarskjöld –con Simone Weil, Edith Stein o Charles de Foucauld–, entre los «místicos de hoy»33, no sin razón: «‘La fe es la unión de Dios con el alma’. [...] – en una noche oscura. La noche de la fe, tan oscura que ni siquiera podemos buscar en ella la fe. Durante la noche de Getsemaní, cuando duermen los últimos amigos, cuando todos los demás buscan tu caída y Dios calla, se consuma la unión»34.
Pero esta mística es una adhesión tan completa al otro que se convierte en la primera forma de la política (política, es decir, vivir en la polis, en la ciudad y por la ciudad del hombre). En los días en que fue llamado a las más altas cimas, anotaba en su diario: «Era uno de los que navegaban en la carabela de Colón – y se preguntaba si volvería a su pueblo natal a tiempo de establecerse como zapatero antes de que nadie ocupara el puesto del anterior»35. Quien se queda en el puente y asume el mando es un verdadero «político», no simplemente si piensa en la conquista de América, en las tierras y en los poderes que le esperan, sino en aquellos que jamás pondrán su pie en ellas, que ni siquiera comprenderán, atrapados en lo cotidiano de su vida, del pan que han de ganar, los zapatos, el sudor, el polvo: «Otros me han precedido. / Otros me seguirán»36. La política es proyecto, utopía, preparación del futuro; no consiste en agarrar con avidez el presente: «No vigiles cada uno de tus pasos: sólo quien mira a lo lejos encuentra el camino»37; «Cuando hayas llegado a no esperar respuesta, podrás finalmente dar, de manera que el otro pueda aceptarlo – y regocijarse del don»38. Y sobre todo una necesidad de «presencia humana» que es sociedad, comunión, belleza: «Junto a la necesidad de hallar un sentido, también esto: una necesidad de presencia humana, despojada de todos los artificios. Sentir un mundo de fuerzas cerrado, interpretado por la belleza de un significativo juego de líneas. Numen de la vida humana, ante el que nos inclinamos con devoción»39.
De esta vida ejemplar queda un libro de doscientas páginas, y este libro contiene –de la Biblia a la Imitación de Cristo, de Eckhart a san Juan de la Cruz, del místico persa Rumi Gialal a Pascal, de Ibsen a Saint-John Perse40– el tesoro del pensamiento que ha nutrido a nuestros padres, y la dignidad del hombre. Leerlo hoy es regalarse una ciudadela viva contra la desolación del presente, es llevar a lo alto la revuelta de la consciencia contra la miseria moral que oprime a la polis y a la política.
Mística y política no se oponen, no son renuncia o toma, sino la vía misma para liberarnos y entonces poder liberar41: «‘La experiencia mística’. Siempre: aquí y ahora – en la libertad que se confunde con el alejamiento, en un silencio que nace de la calma. Pero esta libertad es una libertad en acción, esta calma es una calma entre seres humanos. [...] Es preciso dar el todo por el todo»42. Y son igualmente el mismo «cuerpo» («cuerpo místico» de toda una muchedumbre anónima), en cuyo seno mi breve vida desaparece y encuentra su fin: «No hay descanso que no sea el de todos, ni calma antes de que todo esté consumado»43.
Y la más alta gloria pertenece a quienes nunca se han «realizado», aplastados por el peso del deber vivir, en una consumación diamantina:
Die Verklärung
Mein Leib, der wird für Gott wie ein Karfunkel stehn, Wenn seine Grobheit wird im Feuer untergehn44.
Al no encontrar escape
el calor transformó
el carbón en diamantes45.
Publicado en 1963, Vägmärken fue traducido inmediatamente al inglés y –con un prefacio de Wystan Auden46– conoció y conoce un éxito inmenso en los Estados Unidos47. Las traducciones francesa e italiana que vinieron después48 hicieron de este libro un lugar de referencia y de resistencia a todo lo que, en 1968, pareció irrenunciable en el compromiso y demasiado fácil en su realización.
Esta exigencia incondicionada, esta sed casi de tabula rasa, se le impuso al lector desde la primera página, desde su exordio, tan desnudo, tan radical:
Endast den hand som stryker utkan skriva det rätta49.
Wystan Auden añadió a esta sentencia anónima el nombre del Maestro Eckhart50; de la edición americana la atribución pasó a la traducción italiana51, autorizando un vínculo profundo entre «política» y «mística» –como hará, un poco más tarde, Michel de Certeau52–. Only the hand that erases: este verbo tan latino, tan fuerte, que recuerda a la rasura, ese gesto que borra y libera a fin de que una nueva escritura, una nueva historia, pueda comenzar, a fin de que la mano sea libre de crear, sin negociar los márgenes de la glosa, a fin de que ese espacio en blanco sea un new beggining: esta radicalidad exigente en busca de absoluto nos acechaba, os acecharán en cada línea de este libro: «Quien busca la aventura, la encontrará – a la medida de su valor. Quien busca el sacrificio, será sacrificado – a la medida de su pureza»53.
Sólo la versión francesa restituía el contexto y al verdadero autor de esta cita, tan fascinante y misteriosa; no se trataba ya de la mística, sino de la poesía:
Sólo la mano que borrapuede escribir la palabra justa
Bertil Malmberg, poeta sueco (1889-1958)54.
Ya no es cuestión de la «verdad» (versión italiana), o de la «erradicación» (versión inglesa), sino de una búsqueda más humana, de una apelación a la consciencia, a la responsabilidad, al derecho: det rätta, «la palabra justa», apropiada y «de derecho», que establece la medida exacta de la razón, la coherencia de las palabras y las cosas, el orden de lo dicho en el mundo.
Y sin embargo este poema, Lag för den Laglöse, no reduce a los límites de lo posible un llamamiento que –atribuido al Maestro Eckhart– parecería hacer valer una instancia ontológica; al contrario, abre y restituye lo esencial al instante en que, a la vez, la revelación se hace, y la desaparición:
Ley para el sin-ley
I
He amado la disolución
por su escultura de los segundos,
por su repentina clarividencia
y su nobleza decadente.
Jamás he visto rostros más severos,
más severos, más incorruptibles,
más cargados de sentido
que aquellos que, inciertos,
aparecen progresivamente
desde los rincones.
[…]
III
Y esto, quiero restituirlo
mediante fogonazos
pues ha aparecido
por fogonazos,
pues la sola claridad es la de los fogonazos.
Sólo la mano que borra
puede escribir la palabra justa.
En el cobre se graban las mentiras
Pero los jeroglíficos reveladores,
rápidamente desaparecidos,
son trazados en el agua
por los instantes
y los vientos55.
«Y esto, quiero restituirlo / mediante fogonazos / [...] / pues la sola claridad es la de los fogonazos»: si estos versos parecen haber orientado la estructura misma de la obra de Dag Hammarskjöld, un «diario» que procede por iluminaciones y fogonazos, la presencia de la poesía de Malmberg es más profunda aún y el exordio se prolonga «por los instantes / y los vientos» sugiriendo la imagen más luminosa del «abandono de sí», al sol y al viento: «Un contacto con la realidad, ligero y fuerte como el roce de una mano amada: unidad, en un abandono de sí que no es aniquilación de sí, en la claridad del sentimiento y el calor del entendimiento. Qué cerca está esto, al sol y al viento, qué lejos está»56.
Por lo demás, este vocabulario del «desasimiento» se inscribe en el corazón mismo de toda la tradición de la poesía mística: uno de los versos del poeta Erik Blomberg57 –«Desaparecer en la luz y transformarse en cántico»– es citado por Hammarskjöld para motivar la confianza del abandono, la Gelassenheit eckhartiana de la más pura : «‘Desaparecer en la luz y transformarse en cántico’. Soltar el asidero que nos aferra al personaje que lleva un nombre ante el mundo. [...] Soltar el asidero para dejarse caer, caer en la confianza de un ciego abandono. Hacia otra cosa, hacia alguien distinto»58. Hacia otra cosa, hacia alguien distinto: palabras que «ponen en viaje», no solamente el viaje hacia la aurora, evocado en la cita de Hermann Hesse59, sino sobre todo el viaje sin retorno hacia lo eterno: «Abrió nuevos caminos – únicamente porque tuvo el valor de continuar sin preguntarse si otros le seguían, o al menos le comprendían. No tenía ninguna necesidad de protección contra el ridículo que otros buscan compartiendo responsabilidades, pues poseía una fe que renunciaba a la confirmación»60.
Hay, en este peregrinaje de lo absoluto, en este camino infatigable y sin tregua, un ritmo esencial que nos reconduce a Dante: «Así fui yo con Dios, en sueños, a través de las profundidades del ser: muros que ceden, puertas abiertas, silencio, oscuridad y frescor, de sala en sala –familiaridad, luz y calor de las almas–, hasta que en torno mío hubo la inmensidad en la que todos hemos confluido y en la que seguimos viviendo, como los círculos producidos por las gotas que caen en las espaciosas aguas calmas y tenebrosas»61. Dante al que evoca Hammarskjöld ahí donde es preciso atreverse a franquear, a ir más allá, a caminar en lo eterno –exilio y cumplimiento de libertad: «Osar... / Busca en cada rostro. Pero tan sólo ve, bajo la luz avara, las eternas variaciones de su propia avaricia. Así imaginaría Dante el castigo de aquellos que jamás osaron. En ese acabamiento que son la renuncia, la muerte para sí mismo, todos estamos totalmente solos. Y quien no traspasa esa frontera, no encontrará jamás a nadie que la haya franqueado»62. Una poética de lo eterno, por tanto, parece asumir la responsabilidad de la mirada y de la escritura: «Tomas la pluma – y danzan las líneas. Tomas la flauta – y las notas se irisan. Coges el pincel – y cantan los colores. Así todo se vuelve importante y bello en el espacio situado más allá del tiempo que eres tú. ¿Cómo podré, entonces, sustraerte algo?»63.
Lo que nos reaparece, de las profundidades de esas épocas en las que se sabía escribir frente al e[scaton, es la mirada de Dios, siendo todo visto ante Dios, estando todo aprehendido en una, y en sólo una, corresponsabilidad: «‘Te gusta un corazón sincero y en mi interior me inculcas sabiduría’. En la ‘fe’ – un contacto continuo, viviente con todo. ‘Ante Dios’ está el alma en la realidad»64. «¡Qué terrible, nuestra responsabilidad! Si traicionas, entonces es Dios quien, a través de ti, traiciona a la humanidad. Te imaginas poder soportar tu responsabilidad ante Dios; ¿eres capaz de soportarla en nombre de Dios?»65.
En nombre de Dios: solamente Dante se había atrevido a asumir esta misión escribiendo el «poema sacro / en el que cielo y tierra han puesto la mano»66; y también a Dante se remonta la imagen misma de la mano que borra. Pero en el poeta italiano este gesto solemne, que emana de la autoridad suprema del papa, no está ya al servicio de la verdad eterna; nos describe al papa Juan XXII, que escribe y excomulga para borrar –gracias al dinero– su huella: pecado horrible que llama a la execración y a la condena por simonía fallada por los fundadores mismos de la Iglesia, evocados por Dante:
Ma tu che sol per cancellare scrivi,pensa che Pietro e Paulo, che moriroper la vigna che guasti, ancor son vivi67.