Maruja, cuéntame - Sergio Aguado - E-Book

Maruja, cuéntame E-Book

Sergio Aguado

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Beschreibung

Maruja, cuéntame es un tema de Los Inhumanos. Su líder, Sergio Aguado, la transforma en una antología de relatos humanos. Descubre en estos relatos a un autor que te implicará, divertirá, conmoverá y, posiblemente, te hará llorar. Quizás por ello su gran referente sea Charles Chaplin. El lado más humano del líder de Los Inhumanos. Todo el mundo tiene un secreto y el de Sergio Aguado es su pasión por la escritura, que nos muestra en esta antología. Conocido por recorrer cada año la geografía española consiguiendo que el público disfrute y se divierta con su mítico grupo Los Inhumanos, nos permite ahora descubrir su cara más desconocida y sorprendente a través de sus relatos. Junto a sus personajes, nos adentramos en unas historias basadas en su visión del mundo, las relaciones humanas y sus experiencias vitales, con la dosis creativa propia de un artista, en las que conoceremos lo bueno y lo malo de cuanto nos relata. Entre sus páginas, los lectores podrán encontrar amores imposibles, pasiones oscuras, aventuras suicidas, milagros de la vida, voluntad, solidaridad, demagogia, corrupción, misterio, asesinato, envidia, traición, miedo, nostalgia, desesperación… un sinfín de sentimientos aderezados con un elemento que el autor domina a la perfección: el humor. Una antología excepcional que invadirá tus sentimientos con toda la frescura, imaginación y sinceridad que este artista y escritor es capaz de transmitir.

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.nowevolution.

EDITORIAL

Título:Maruja, cuéntame.

© 2014 Sergio Aguado Giménez.

© Fotografía del autor: Paco Luna.

© Ilustración de portada: Azahar López Monteros Giner.

© Diseño Gráfico: Nouty.

Colección:Volution.

Primera Edición Octubre 2014

Derechos exclusivos de la edición.

©nowevolution2014

ISBN: 978-84-943866-4-0

Edición digital: Junio 2015

Esta obra no podrá ser reproducida, ni total ni parcialmente en ningún medio o soporte, ya sea impreso o digital, sin la expresa notificación por escrito del editor. Todos los derechos reservados.

Más información:

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ÍNDICE

Prólogo

01. LOS PARAGUAS LUCEN MÁS EN OTOÑO

02. LA OLLA DE SAN GIL

03. LA LISTA

04. LA CULPA FUE SOLO MÍA

05. JOHNY AND MARY

06. EL VIAJE A UNO MISMO

07. EL PAJARRACO DE SANTA CLARA

08. EL DIPUTADO SR. LOBO

09. EL EQUIPO

10. UN INSENSATO Y UN INCONSCIENTE

11. VISTAHERMOSA

12. MARUJA, CUÉNTAME

Mi carta al lector

Agradecimientos

Prólogo

Siento ser yo quien se lo diga, pero Maruja está muerta. Y lo malo es que ni siquiera sabemos si el hecho aconteció mientras hacía lo que más le gustaba, que era... bueno, eso tendrá que averiguarlo usted. O quizás pueda intuirlo, si ha tenido la suerte de escuchar la canción de Los Inhumanos que da nombre al último de los doce relatos y a esta antología impresionante. Le aseguro que la canción da muchas más pistas de las que parece pero, por mucho que la escuche, solo logrará averiguar cómo murió Maruja y, sobre todo, quién la mató y por qué, leyendo el relato que cierra este compendio que tanto me ha sorprendido.

Avisado está, lector, cuando comience a leer no podrá dejar de hacerlo hasta que sepa qué hacía Maruja. Y entonces no podrá evitar sonreír, pero no lo hará solo por haber desvelado, guiado por la mano hábil de Sergio Aguado, el secreto terrible que se esconde tras la muerte de Maruja y esos vecinos apacibles que no tienen nada que envidiar a los de las películas de terror de los sesenta. Sonreirá porque antes habrá disfrutado de otros once textos que, salvo el último, el de Maruja, adolecen de una trama, de un hilo conductor, y muchos ni siquiera de un principio o de un final. Porque maldita la necesidad que tienen de nada de eso para encandilarle desde la primera palabra y para transmitir emociones. Porque de eso tratan las historias, de emociones. Y aquí hay muchas y, sobre todo, muy bien servidas.

En esta antología, un Sergio Aguado magistral y que demuestra que ha nacido también para esto, nos sirve en bandeja doce bocados de realidad que se disfrutan en cada una de sus palabras, que se beben y sientan como ese buen trago que uno prueba de cuando en cuando, acompañado por ese plato que todos tenemos derecho a saborear alguna vez, que para algo hemos nacido en la tierra del buen comer.

Y esta tierra es la que genera estos bocados, reflejos despiadados y descarnados de nuestras vidas. Un vampiro de las redes sociales que podría ser su vecino; una mujer cuyo cuerpo se rebela ante una enfermedad que le impide ser madre; otra que lucha por sacar adelante a su familia en un entorno de ajustes laborales; un marido que desea ser padre y termina con las manos ensangrentadas; dos adolescentes treinta años después de ser adolescentes; unas vacaciones paradisíacas de un ejecutivo acostumbrado a tenerlo todo menos lo que todos tenemos; un viaje a Cartagena de Indias que permite a un hombre encontrar la respuesta a una pregunta no planteada; un político aferrado a su whisky mientras espera una llamada; un equipo de fútbol de chavales que viven rodeados de corrupción; un joven que cree que puede conquistar Europa con un bono de tren; un pueblo ávido de independencia y sobrado de traiciones; y un relato, el de Maruja... en el que Maruja está muerta nada más comenzar. Larga vida a Maruja. Mientras la tuvo, claro. Porque ahora nos es más útil muerta.

Pobre Maruja. Estoy seguro de que si ella hubiera podido acceder a los once momentos previos a su relato, si hubiera podido introducirse en el alma y en los corazones de las personas que los protagonizan como usted va a poder hacer, habría disfrutado sufriendo, sonriendo, deprimiéndose o enamorándose con ellos. Porque es imposible no meterse en la piel de cada uno de sus protagonistas. En solo unas palabras Sergio consigue que viajemos angustiados en el metro, que suframos porque ya tenemos sesenta años y las chicas no caigan rendidas a nuestros pies o que crispemos los dedos porque el móvil no suena para ofrecernos... bueno, ya descubrirá qué es lo que hay al otro lado de esa llamada.

Los doce relatos de esta antología son maravillosos, lector. En todos me he visto trasladado al alma desnuda de once personas. En los once primeros, atisbando a través de una mirilla imaginaria que me ha permitido compartir, de forma casi indecorosa, sus vivencias. En el último, conociendo los entresijos de una anciana pobre e inocente que ha sido asesinada en el entorno de una comunidad de vecinos aún más inocente que ella. Pobre Maruja.

No me gustaría entregarle a los corazones de estas personas sin antes rendir homenaje a dos de los relatos. Cada uno tendrá sus preferencias, imagino, y puede que al finalizar usted no comparta esta opinión conmigo. Y es que si bien los doce textos son absorbentes, dos de ellos han conseguido tocarme esa fibra que hace que respires hondo mientras los lees y sueltes el aire solo cuando los has digerido. Uno lo protagoniza el diputado señor Lobo. El otro, un equipo de fútbol de chavales. Estos dos relatos, sobre todo el último, son el reflejo de esta sociedad en la que convivimos a pesar de todo. Ambos deben leerse despacio, pensando, y deberían hacernos reflexionar sobre lo que estamos construyendo entre todos. Y es que a veces la culpa de lo que nos sucede no siempre la tienen los demás. ¿No me creen? Lean. Luego me comentan.

Estimado lector, sería egoísta entretenerle más. En cuanto pase la página se verá inmerso en doce historias que me han llegado al alma porque he podido vislumbrarlas desde el corazón de sus protagonistas. Sergio Aguado es un narrador, es un contador de historias pues transmite emociones. No lo digo yo, lo dice esta antología. Solo espero que la disfrute como yo lo he hecho. Ya soy fan incondicional de Sergio. Y estoy seguro de que, en cuanto pase la página, usted comenzará a serlo.

Gracias, Sergio. Gracias, lector. Gracias, Maruja. Aunque ya no estés entre nosotros.

Bruno Nievas, escritor

brunonievas.com

Vuela esta canción, para ti, Lucía.

1.LOS PARAGUAS

LUCEN MÁS EN OTOÑO

El pasado

Desde la adolescencia, fui plenamente consciente de mis dotes de seducción, resultado de esa conjunción mágica entre rostro proporcionado, ojos hipnotizadores, hoyuelo cinematográfico, dedos largos y uñas perfiladas, buena percha, gusto exquisito en la selección de vestuario y mucha seguridad en mí mismo. También influyó, tengo que reconocerlo, ser el hijo único de una familia de clase alta.

Este argumento me duró hasta pasados los cincuenta. He amado casi tanto mi cuerpo como el de las mujeres con las que he compartido algunos días y bastantes noches. Pero a pesar de que empecé a notar el transcurso de los años, nunca quise concederme cierta indulgencia en la selección de mis amantes, por lo que, poco a poco, fueron desapareciendo de mi vida y de mi cama.

Tener una acompañante menor de treinta años es relativamente fácil cuando te cuidas diariamente, te ocultas las canas y haces mucho ejercicio. La invitas a un buen restaurante, en cuya mesa descansan las llaves de tu descapotable, y vuelas hacia tu ático con las mejores vistas de la ciudad, dando un pequeño rodeo para que la velocidad y el aire la pongan a tono. Pero, por mucho que te esfuerces, siempre llega el momento en que una, la primera, te rechazará por viejo. Y luego otra. Y otra más. En ese punto, o te declaras en matrimonio, o ninguna joven finalizará tu juego, porque tu magnetismo se marchita como el fruto que yace en el suelo a la sombra de su árbol.

Así llegué a los sesenta, el primer cumpleaños en el que no conseguí pareja para celebrarlo entre mis sábanas, porque todas las llamadas y mensajes que recibí provenían de amigas ya entradas en años que seguían localizables y dispuestas a ser buenas acompañantes ocasionales, permanentes e incluso madres, como si un heredero que se quedara con mi salud y mi fortuna fuera el mayor aliciente para la vejez.

Como no era el plan que deseaba, ese día preferí celebrarlo solo, en uno de mis restaurantes favoritos. A mis espaldas, dos ejecutivos hablaban de sus ligues por internet y la fuente inagotable de contactos sexuales que las redes sociales te proporcionan si sabes venderte. Nunca me habían llamado la atención a nivel personal hasta aquel momento, simplemente porque no las había necesitado; pero, en ese instante, vi en la red la tabla de salvación para mantener mi estatus.

Sabía que mi imagen no iba a ser atrayente para el público objetivo, chicas entre 18 y 30 años en busca de relaciones sociales y con problemas de autoestima. Así que introduje como foto de perfil una de esas panorámicas de playas paradisíacas que todas las mujeres sueñan compartir con su pareja, tumbadas en una cómoda hamaca, con un cóctel imposible en la mano, en copa grande y con muchos adornos de pájaros tropicales y pajitas multicolores.

Ni mis datos ni la foto caribeña atrajeron a ninguna chica interesante, por lo que decidí cambiar radicalmente de estrategia y crearme una personalidad ficticia. La foto la conseguí del monitor del gimnasio, un chico de veintiséis años cuya confianza me había ganado en las largas horas de entrenamiento, la suficiente para saber que una aportación económica le ayudaría a solventar su difícil situación financiera. Así, configuré mi nueva identidad en la red.

Mi torpeza inicial era evidente, porque desconocía el lenguaje y los hábitos de un veinteañero, pero constancia y paciencia fueron mis aliadas para completar la personalidad de un joven actual. Con el tiempo fueron aumentando mis amistades, en su mayor parte chicas atractivas con una acuciante necesidad de que les escribieran lo especiales, guapas y atractivas que eran. También añadí personas de distinta edad y condición social, por aquello de guardar las apariencias y ganar credibilidad.

Las primeras conversaciones no me exigieron más esfuerzo que inventarme una profesión (normalmente relacionada con la educación física), una residencia en alguna población alejada de cualquier contacto, varios hobbies de actualidad y mi innata facilidad para entrar de pleno en el alma femenina.

Pero necesitaba más y eso me exigía más fotos de mi alter ego, para lo que tuve que convencer al entrenador con nuevas prebendas. A cambio, fui acumulando más y más confesiones, fotos y vídeos de mis amigas que, con el tiempo, fueron siendo ciertamente provocativas. Me colé definitivamente en sus vidas. Mi nueva etapa tenía un enorme futuro.

Diciembre

He llegado tarde a casa, después de cerrar varios asuntos en el despacho, porque como abogado mi trabajo exige mucho tiempo y profusas relaciones públicas. El cliente siempre tiene miles de preguntas, necesita convencerse de que vas a resolver sus problemas y que el acuerdo al que llegues con la otra parte es el óptimo. Aunque en muchas ocasiones no sea así.

Mi secretaria es muy parecida a Moneypenny. Realmente me siento como James Bond cuando entro en la oficina y compruebo en sus ojos la vehemencia con la que me desnudan, cómo se aferra a la remota posibilidad de que un día la invite a cenar, luego a dormir, después un fin de semana y finalmente la lleve al altar. A sus cuarenta y cinco años, divorciada y con dos hijos adolescentes, soy su seguro de vida, el acceso a una clase acomodada y la puesta de largo con la alta sociedad. Me encanta ver cómo espera conseguir lo mismo día tras día, después de haberse perfilado los labios unos segundos antes de mi entrada en la oficina.

No digo que en ocasiones no me apetezca pasar un rato íntimo con una mujer de mi edad o incluso de veinte años menos que yo, sobre todo desde que me llamaran viejo verde en aquel restaurante, pero me produce muchísimo más placer llegar a mi casa y contactar mediante la tableta con mis amantes en la red, comprobar su día a día, entablar una conversación privada e imaginar que vivo con ellas, en persona, lo que nos contamos por la pantalla.

Aunque en pocos meses he conocido a muchas chicas, han sido pocas las que logro recordar. El secreto de esto consiste en llegar hasta el fondo de su corazón y borrarlas de tus contactos cuando se hacen inquisitivas, te piden una cita real o se hunden en el pozo de sus problemas.

Una de ellas fue Adriana, la pelirroja manchega a la que sus padres le impedían tener cualquier relación hasta que acabara la carrera universitaria y se enamoró locamente de mí mientras estudiaba, lo que paradójicamente le apartó radicalmente de sus estudios. Por no hablar de Luisa, la preciosa morena aragonesa con la que contacté cuando descubrió que su novio le era infiel, buscó el consejo de un chico guapo, honesto e íntegro como yo, me envió todo lo que le pedí por morboso que fuera, y la eliminé cuando insistió en suicidarse si no me iba a vivir con ella. Y, por supuesto, Lorena, la valenciana rubia, tímida, triste y sincera, que vivía en internet lo que no podía en su vida real, se entregó a mí con una insistencia fuera de lo común, hasta que desapareció cuando cambié de cuenta para borrar mi rastro.

Seguramente cualquiera pensaría que mi actitud es reprobable e inmoral, pero no es muy distinta a la del banquero que le embarga la casa a un padre de familia numerosa por no pagar la hipoteca, la del forense que mientras silba su canción favorita desmiembra los órganos a un cadáver sin importarle que la viuda esté llorando a pocos metros, o la del profesor de gimnasia que reprende a un alumno con sobrepeso porque no llega nunca a la meta, para que todos los demás compañeros se mofen de aquel.

Abril

Una vez más, me recuesto en el sofá con mi juguete sobre las piernas, lo más cómodo posible para sentirme fresco, relajado e inspirado; para disfrutar de mi soledad acompañada, del erotismo y la pasión que me provocan vivir en la piel de otro; para abrir mi página y comprobar que tengo más peticiones de amistad de las que en mi vida hubiera soñado.

Elijo, entre todas las solicitudes, las que realmente me interesan, aquellas féminas a las que puedo atrapar posteriormente en la tela de araña que he ido tejiendo desde que era un novato en la red social.

Casi cuando iba a apagar la tableta, ha aparecido ella. En cuanto he visto su foto me ha hechizado. Las facciones perfectas, la mirada devorando la cámara, la boca entreabierta y bien perfilada, la media sonrisa, la pose inmaculada con las piernas bien cruzadas y las delicadas manos descansando sobre la mejilla. Parece demasiado joven, aunque publique que tiene dieciocho años. Puedo ser mujeriego, gigoló, donjuán, casanova…, pero no se me ocurriría rebajar el límite de edad que marca la Ley.

Ella tiene un poder arrebatador que no puedo explicar. Su sola mirada me mantiene pegado a la pantalla durante muchos minutos. Amplío la imagen, observo todos sus rasgos, me eriza cada píxel de su cuerpo. Enseguida he aceptado su amistad y le he escrito un mensaje privado. Quiero conocerla, saber más sobre ella, desbordarla. Y me olvido de todas las demás.

Julio

Lucía, llevo tres meses pensando solo en ella, a mi edad, cuando la pasión debería ser el espejismo de un glorioso pasado. Pero no es solo eso, siento que el mayor agujero negro del universo me arrastra hacia su centro de gravitación. Y me dejo llevar.

Desde el día en que respondió al primer mensaje, no ha pasado uno solo sin tener contacto con ella. Presiento que no soy yo quien domina la situación, como siempre había ocurrido. Me hace reír, me hace sentir, me hace soñar. Tengo miedo de decir cualquier cosa que le parezca mal y desaparezca de mi vida. Pero no ha ocurrido así. Lucía me provoca, me reafirma, me atrae irremediablemente hacia ella. Cada imagen, cada secuencia, cada letra suya, me transforman en el perro más fiel a su amo, que sólo espera una palabra o un gesto cariñoso para agitar el rabo y ser feliz a sus pies.

Sin duda, ella lleva la batuta y lo sabe. Pero no puedo negarme. Y siento que necesito más. Por primera vez desde que empecé mi nueva vida íntima a través de la pantalla, no me conformo con verla en una tableta. Necesito oírla, olerla, tocarla. Sueño con viajar a través de la red y decirle en persona que no soy un joven de veintitantos años, pero que estoy dispuesto a renunciar a todo para hacerla feliz durante el resto de mi existencia, en la que nunca le faltará de nada, y será libre de rehacer su vida cuando yo muera. Un cheque en blanco a cambio de estar indeleblemente a su lado.

He reducido mis días y mis horas de trabajo, he ajustado mis obligaciones a las horas en las que Lucía no está delante de su ordenador o su móvil. No habla casi de sí misma, a pesar de que yo intento vanamente desencajar el corcho y que todos sus secretos salten como burbujas. Pero cada línea y cada letra suya me drogan.

Tengo que traspasar este punto muerto, decirle quién soy físicamente, quitarme la máscara y concederle lo que nunca quise a ninguna otra.

Septiembre

Por fin. Hoy se lo he dicho. Y me ha costado horrores. He tenido que disfrazar mi mentira con otra semejante. Le he contado que mi única intención cuando la engañé era salir de mi soledad, en la que siempre viví desde que era muy niño; que mis intenciones son buenas y que nunca logré romper la barrera del amor; que no me gustan las demás chicas de su edad y que entendería que me dejara por mi pecado, si no me puede perdonar.

Me siento como un viejo chocho que ha perdido facultades. No soy el gen dominante en esta relación, pero me importa poco. La necesidad de estar con ella anula cualquier cordura que me quedara en reserva. Tengo que darle tiempo, porque le costará asimilarlo, pero seguiré alimentando mi sólida coartada hasta que acabe aceptándome.

Juego con la ventaja de que ella se ha enamorado tanto como yo. No hay día que no me escriba, que no me provoque, que no me sonsaque. No hay momento en el que no me envíe un beso, o una señal, o cualquier muestra de su fidelidad. Debo ser cauto, pero me cuesta mucho. Al final, la conseguiré.

Octubre

Ha sido un mes muy difícil, porque cada día ha pasado con una lentitud ingente. No he ido a trabajar un solo minuto. Me he concentrado en todos los mensajes que he ido intercambiando con Lucía. Pero me ha perdonado. Y me ha aceptado. Hemos estado juntos, sin separarnos de nuestras pantallas, siendo una pareja que vive a distancia en el ardor más arrebatador y desbordante, sin habernos visto una sola vez.

La semana pasada concertamos la cita, nuestra primera cita. Ella eligió el día, la hora y el lugar. Me daba completamente igual viajar al confín del país, con tal de aferrarla para siempre. Compré el anillo y ensayé mil veces mi declaración de amor; no puedo concederme el más mínimo error. Me casaré y crearé una familia, la que nunca quise tener. Y cuando sea anciano, permitiré que tenga un amante. Todo lo que Lucía quiera, con tal de que nunca se vaya.

He salido muy pronto para tomarme el viaje con mucha calma, después de asegurarme de que mi vestuario sería el mejor para la ocasión: informal y elegante, lo que espera una chica que no quiere sentirse enamorada de su padre, sino atraída por una persona madura que la ha seducido por su experiencia, elocuencia, modales e, irremediablemente, su cuenta bancaria. Como me dice mi Moneypenny, los paraguas lucen más en otoño.

He llegado hasta donde me ha indicado, un bungalow a las afueras de su ciudad, en tierra de nadie. Le tiene que dar pavor que la vean con un hombre maduro, pero eso cambiará cuando lleve el brillante en el anular. No se percibe un alma y el lugar parece desolado, en esa época del año en la que solo un ser solitario vive donde la mayoría de la civilización no quiere perderse.

Está dentro. Me ha abierto la puerta. Es exactamente como en sus fotos, no hay trampa. Le he entregado las flores, algo que a todas les gusta. No es un ramo demasiado ostentoso, para no pecar de extemporáneo. No sabía si darle dos besos en la mejilla o uno solo, el que realmente espera una enamorada que se encuentra con su amante tras muchos días de separación. Pero he sido prudente, no habrá un paso en falso.

No hemos hablado mucho, ya lo hacemos todos los días. Le he repetido que la necesito, que no hay nadie más que ella y que viajaremos al extranjero durante varios meses para recorrer juntos el mundo. Viviremos en mi ático, desde el cual contemplaremos cada puesta de sol y contaremos, una a una, todas las luces de la ciudad. Me ha besado y soy descomunalmente feliz.