Maternidades - Eva Giberti - E-Book

Maternidades E-Book

Eva Giberti

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Las madres urbanas del siglo XXI han sobrepasado los modelos existentes y en todos ellos persiste la tradición del amor materno. También sucede lo mismo en las madres no urbanas. Todas ellas están ahora involucradas en la corriente de las luchas de las mujeres, sea por decisión propia o porque la corriente las envuelve. Este libro enuncia diferentes nombres, distintas situaciones en las que una mujer es definida como madre de acuerdo a quién la denomina, según cómo se comporta o con quiénes se relaciona. Esto evidencia la polivalencia infinita que encierra la maternidad y la inútil pretensión de codificar las identidades de estas mujeres. Más allá de esto, la madre es una mujer que puede amar o no a un hijo. De lo que no puede dudar es de su ser mujer y de saberse mujer; por eso la esperan luchas interminables y esfuerzos por asumirlas en un mundo que ella podrá contribuir a modificar.

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Eva Giberti

Maternidades

Del útero a la cultura

Eva Giberti

Maternidades : del útero a la cultura / Eva Giberti. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Centro de Publicaciones Educativas y Material Didáctico, 2022.

(Familia-s)

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-538-932-8

1. Maternidad. 2. Embarazo. 3. Parto. I. Título.

CDD 305.4

Colección Familia/s

Directora: Eva Giberti

Corrección de estilo: Liliana Szwarcer

Diagramación: Patricia Leguizamón

Diseño de cubierta: Pablo Gastón Taborda

Los editores adhieren al enfoque que sostiene la necesidad de revisar y ajustar el lenguaje para evitar un uso sexista que invisibiliza tanto a las mujeres como a otros géneros. No obstante, a los fines de hacer más amable la lectura, dejan constancia de que, hasta encontrar una forma más satisfactoria, utilizarán el masculino para los plurales y para generalizar profesiones y ocupaciones, así como en todo otro caso que el texto lo requiera.

1º edición, enero de 2022

Edición en formato digital: diciembre de 2022

Noveduc libros

© Centro de Publicaciones Educativas y Material Didáctico S.R.L.

Av. Corrientes 4345 (C1195AAC) Buenos Aires - Argentina Tel.: (54 11) 5278-2200

E-mail: [email protected]

ISBN 978-987-538-932-8

Conversión a formato digital: Libresque

EVAGIBERTI es licenciada en Psicología (UBA). Asistente social (Facultad de Derecho, UBA). Doctora honoris causa en Psicología (UNR y UNER). Exdocente en el posgrado de Violencia Familiar (UBA). Exdocente invitada en la Especialización en Derecho de Familia (Facultad de Derecho, UBA). Excodirectora de la maestría en Ciencias de la Familia (UNSAM). Actualmente es docente en el posgrado de Psicología Forense (UCES), titular de la Cátedra Abierta de Violencia de Género (Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, UNaM). Docente invitada en universidades latinoamericanas. Coordinadora del programa “Las Víctimas contra las Violencias” (Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, desde el año 2006). Fundadora de la Escuela para Padres de Argentina (desde 1959 hasta la actualidad). Conferencista invitada en congresos nacionales e internacionales. Creadora del Consultorio para Adolescentes del Hospital de Niños “Dr. Ricardo Gutiérrez”. Exconsultora evaluadora en el CONACYT (UBA). Exasesora en el Consejo de los Derechos del Niño, la Niña y Adolescencia de la Ciudad de Buenos Aires. Relatora en el Congreso Mundial de Justicia Restaurativa para la Niñez y Juventud (Perú, 2009). Miembro del Directorio de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Directora del Departamento de Adopción de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires. Ex asesora de la Primera Comisión de la Mujer, creada en el Ministerio de Desarrollo Social. Representante argentina ante el 57° Período de Sesiones de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer (CSW, ONU Mujeres). A cargo de la clausura del Taller sobre violencia contra las mujeres/Femicidio/Feminicidio (noviembre de 2013), Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC)/Unión Europea (UE), Dirección de la Mujer, Cancillería Argentina. Fue declarada Ciudadana Ilustre de la ciudad de Buenos Aires. Miembro de Honor de la Asociación Argentina de Bioética. Premio a la Trayectoria Profesional 2010, otorgado por la Confederación General de Profesionales. Entre sus libros destacados se encuentran Incesto paterno/filial, Abuso sexual contra niñas, niños y adolescentes: un daño horroroso que persiste al interior de las familias, Mujeres y violencias, La familia a pesar de todo, La adopción, Tiempos de Mujer, Políticas y niñez (en colaboración), Vulnerabilidad, desvalimiento y maltrato infantil en las organizaciones familiares, Madres excluidas (en colaboración), Hijos del rock, Hijos de la fertilización asistida (en colaboración) y otros.

Índice

CubiertaPortadaCréditosSobre la autoraPrólogoCapítulo 1. SigiloCapítulo 2. La madre1 y la maternidad en suspensoEtimologías garantistasLas novedades que produce la técnicaLos antiguos griegos y el teatro clásico como fuentesEl deslizamiento ideológico clásicoLa palabra y la nominaciónEl anudamiento del lazo: cuando madre/hijo se torna siniestroLa madre no aparece: siempre estáCapítulo 3. La ecografía y la gravidezLo visualDe lo obsceno al mirarFragmentaciónLos binomios en crisisSer en límite del embrión-fetoImaginarioNarciso al borde del lagoCapítulo 4. Placenta, huevo y cordónLas cosas de la vidaEl adiós a la placentaCapítulo 5. Parto verticalLa posición verticalLa madre, a ciegas, y la madre que miraCama, camilla, enfermedadCapítulo 6. Instinto maternoEl amor materno… ¿instinto materno?Maternidad e ideologíasCapítulo 7. Revisión del concepto de abandono aplicado en adopciónEscena fundadoraCapítulo 8. El nombre de la madre de origenEl nombre de la madre del que será adoptivoLa madre omitida o instituida como sujeto jurídico. O “qué quiere” ellaCon psicoanálisis: Marguerite/AiméeLa madre biológicaLa transfuncionalidadHasta aquí, un preludioCapítulo 9. El insulto máximoCapítulo 10. La culpa y ¿el perdón?BibliografíaOtros títulos de la colección Familia/s

Prólogo

En el primer segundo, la muerte es el mundo, pues el mundo equivale a la madre que arroja y abandona fuera de su vientre. Fuera de su propia pared.

Pascal Quignard

Desde la práctica escolar, los niños y las niñas aprenden a escribir acerca de sus madres, a mencionarlas con motivo de sus tareas escolares y a asociarlas con su lenguaje cotidiano; la mamá es imprescindible en el decir. Aún hoy, en los cuentos tradicionales, aparece una madre particular, la que envía a Caperucita al bosque llevando una cesta con comida para la abuelita: la madre filicida que arriesga a la niña, a pesar de la existencia del lobo y del peligro que esta implica. Más adelante, las historias iluminan la noble figura de la madre loba amamantando a Rómulo y a Remo y, posteriormente, también en Roma, a Cornelia, la madre de los Gracos, que corona la grandiosidad materna en los historiales de la vida.

Este libro enuncia diferentes nombres, distintas situaciones en las que una mujer es definida como madre de acuerdo a quién la denomina, según cómo se comporta o con quiénes se relaciona. Esto evidencia la polivalencia infinita que encierra la maternidad y la inútil pretensión de codificar las identidades de estas mujeres.

En esta obra asocio, tanto en lo técnico como en lo vivencial, las múltiples experiencias recogidas durante años en mi trabajo.* Las he compartido con madres y con hijos, es decir, con seres humanos en distintas circunstancias, al observar los intercambios y los nombres que los diversos grupos empleaban para identificar a las diferentes madres.

Existe una singular tensión al mencionar la condición de las mujeres según los procedimientos que ellas utilizan para comunicarse o actuar en relación con sus hijos –madres abandonantes, madres adoptivas, madres primerizas, madres putas, madres malas, madres buenas, madres con reverie–, como una necesidad de gestar un nomenclador que las amarre a una identidad nominativa y las torne reconocibles y clasificables. Este es un modo de sujetarlas y apropiarlas dentro del lenguaje. Como una presión implícita, debe pronunciarse un nombre que acompañe para calificar o describir esa maternidad. Parecería que alcanza con mencionarla: “¡madre!”. Pero no es cierto. Cuando se la socializa, requiere un acompañamiento. Madre por sí sola es nombrarla desde el hijo; constituye una apelación íntima, personal; cuando se la socializa, se la clasifica y se la matiza. Más aún, se le adjudica el atractivo brutal de la madre leona, una caracterización pueril, ya que la leona es solamente otra madre que, como tantas, defiende a sus cachorros ante la pasividad del macho.

La Gran Diosa, la Diosa Madre, es ícono trascendente desde el Neolítico hasta llegar a María. Hace veinte mil años (o más) apareció la imagen de la diosa, extendida sobre un amplio territorio, desde los Pirineos hasta el Lago Bakal, en Siberia. Estatuas de piedra, hueso y marfil; diminutas figuras de cuerpos largos y pechos caídos; redondeadas imágenes maternales cuyas formas abultadas anticipaban el nacimiento; efigies con signos arañados en ellas; líneas, triángulos, zigzags, redes, hojas, espirales, círculos; agujeros elegantes; formas que surgían de la roca, pintadas de ocre rojo. Toda ella ha sobrevivido a través de ignotas generaciones de seres humanos que compusieron la historia de la humanidad (Baring y Cashford, 2005).

Transcurrieron los siglos y sobrevino el aquelarre de las culturas. Brutales circuitos de soberbia encogieron la imagen y la historia de la Diosa Madre, en un intento de aniquilarla para siempre, sepultándola bajo el título de “historia de las civilizaciones”, sin mencionarla. Una sustituta judía –María– fue impuesta como reemplazo de la original –cuyo nombre bautismal en hebreo era Ishah, que significa “sacada del hombre”–, a quien Adán llamó Eva – “madre de todos los vivientes”–, la primera madre de la raza humana y no la madre de todo lo que vive. Desde la tradición mítica, ella recibe su nombre del varón, siendo una parte de él, su costilla.

Adán pronuncia su nombre, convocando a la Diosa ya existente, pero Esta pierde su esencia mitológica y se asimila a una mujer humana. Más aún: “El mito se ha sacado de su contexto local e histórico y se ha llegado a considerar una afirmación eterna, como si realmente lo hubiese escrito Dios y no un ser humano”, tal como afirman Baring y Cashford (2005).

La Diosa Madre –encubierta y deformada por una mujer maldecida por Yahvé, transformada ahora en dadora de pesares y dolores– transita los tiempos de los seres humanos, ocultada por creencias y rituales que vanaglorian el apogeo de María, una madre impuesta por el cristianismo, suavizada eclesiásticamente en el portal de Belén o sentada a la diestra de Dios Padre para interceder por nosotros, pecadores.

Las niñas juegan a ser mamás. Las muñecas –o sus equivalentes– aportan el objeto que permite la proyección de sus deseos de ser como adultas que acunan o revolean al hijo. Musitan el lenguaje misterioso que imaginan que los bebés entienden y el juego llega a ser entrañable entre esos dos mundos: un imaginario en la niña aporta un útero pleno.

Las niñas trans eligen su objeto amoroso para maternarlo según su estilo y se las ha visto sensibles ante eso que aman, según suponemos, jugando a la mamá.

Las madres urbanas del siglo XXI han sobrepasado los modelos existentes y en todos ellos persiste la tradición del amor materno. Sucede lo mismo en las madres no urbanas. Todas ellas están ahora involucradas en la corriente de las luchas de las mujeres, sea por decisión propia o porque la corriente las envuelve.

Más allá de esto, la madre es una mujer que puede amar o no a un hijo. De lo que no puede dudar es de su ser mujer y de saberse mujer; por eso la esperan luchas interminables y esfuerzos por asumirlas en un mundo que ella podrá contribuir a modificar.

* Varios textos que incluí en este libro se difundieron originalmente en diversos medios gráficos y congresos profesionales, a los que agradezco el espacio que brindaron a la difusión de mis ideas.

Capítulo 1

Sigilo1

Para Freud, lo femenino siempre fue un enigma.

Queriendo recordarlo, Jones escribió en su biografía que, cierta vez, Freud inquirió a Marie Bonaparte:

La gran pregunta que nunca ha obtenido respuesta y que hasta ahora no he sido capaz de contestar, a pesar de unos treinta años de investigación del alma femenina, es esta: ¿qué es o qué quiere o desea la mujer? (Jones, p. 258).

Este interrogante sintetiza una curiosidad acerca de lo cerrado, incognoscible, indescifrable, dilemático; un enigma, en el sentido de aquello que acucia la curiosidad.

Lo enigmático no nos deja indiferentes; es enigmático porque queremos saber acerca de eso, porque nos atrae activamente y nos perfora en silencio, frustrándonos de manera interminable.

A Freud le interesaba saber qué quería, qué deseaba la mujer, y no obtenía respuesta; reconoció su frustración y curiosidad ante el enigma que partía de ella. Ella en-sí era el enigma.

De allí la colección de textos dedicados al cuerpo y al psiquismo de niñas y mujeres, que las ronda sin acertar con el camino que responda a ese “querer”. Freud reconoce la impotencia que le genera ese otro ser humano. Algo se mantiene cerrado, escondido, oculto; algo persiste sellado y silencioso ante los hombres que intentan descubrirlo. Porque no es solamente él quien no logra descifrar “qué quiere una mujer”; otros también se estrellan contra la duda y las mujeres aumentan su fama de misteriosas e incomprensibles, incrementando prejuicios y maledicencias.

Un secreto sellado –sigillum entre ellas– que Freud registró y ante el que quedó pasmado. No tendría respuesta para ese silencio, esas cosas que se vivían entre mujeres, queridas y deseadas por ellas. Freud lo advirtió, instaló la pregunta e insistió en buscar la respuesta a lo largo de treinta años: ¿qué querían ellas, que no decían? ¿O es que no había palabras para contestarle?

Posiblemente estuviera vinculado con lo sexual, con “un campo de posibles relaciones sexuales estructurado por instituciones sociales y políticas, así como por límites culturales y sociales impuestos al contrato sexual” (Farrer, s.f.), el sexo como un recurso social…

Freud lo describió magistralmente y podía sospechar que ese querer y desear innominado por las mujeres quizás guardara alguna relación lejana (o no) con la sexualidad.

Sería una ventaja infinita disponer de este sigillum, de un saber escondido para que no fuese intercambiado solo entre mujeres, para que lo compartiesen con los hombres y dejara de ser un misterio.

Tal vez ese no hablar de quereres femeninos sea algo tan obvio que se impone por su presencia y por sus resultados; sin embargo, tal obviedad no existe y sigue sin saberse qué será ese secreto que es “cosa de mujeres”

Quizá guarde relación con el poder sexual que ellas no mencionan, con la potestad de dejar un sello a sus descendientes, uno del que el varón no participará y del que será apartado por ella: el ombligo, la marca, el sello, el heredero del sigillum que solo las mujeres transmiten. Y que los hombres transportan como fracción de su identidad corporal debida a una mujer.

De lo femenino de donde parte lo inescrutable para Freud, el sigillum es una marca que puede dejar la mujer que nos atraviesa a todos y la vincula para siempre con su descendencia, como un secreto que proviene de nosotras y abarca al mundo entero.

NOTA

1.Sigillum, del latín: marca, signo, estatuita, imprenta de un sello, sello. Voz de uso general en todas las épocas, conservada en todas las lenguas romances. El cultismo “sigilo”, que aparece en Lope con el valor de “sello”, se toma en sentido figurado como “secreto con que se guarda un asunto”. Sus derivados son sellar (marcar con un signo), selladura y sigiloso (“secreto”, que muchos, por influjo de “silencio”, emplean bárbaramente con valor de “silencioso”).

Capítulo 2

La madre1 y la maternidad en suspenso

Etimologías garantistas

Dado que Palas Atenea emergió –completamente vestida y portando sus armas– de la cabeza de Zeus, quien la había engendrado con la titánide Metis, ¿podríamos decir que Zeus es la madre de la diosa? Seguramente, no. ¿O tal vez sí?

Si atendemos a la etimología que proponen Roberts y Pastor (2001), el prefijo ma significa “bueno”; proviene del irlandés antiguo maith, del galés y del bretón mad y del córnico mas; remite a mater (en él, el sufijo ter indica parentesco). El griego conduce a “madre” y a “origen” cuando se usa como “metrópoli” (ciudad madre); en el mismo sentido, en francés, metropolitain (chemin de fer, que abreviado como métro equivale a “subterráneo”, en tanto vehículo) y a “matriz” o “vientre” para utilizarla en “metritis”, o sea, “inflamación del útero”. Para los latinos, mater equivale a “madre”, “materno”, “matriarcado” (asociado con el griego “mandar”), “duramadre” y “matrícula”. La cuarta acepción desemboca en “materia” (materia, como tronco de árbol).

Los estudiosos del latín, que derivan el vocablo exclusivamente de mater y de matris, no establecen las vinculaciones anteriores que provienen del indoeuropeo y afirman que es palabra general en todas las épocas y común a todos las lenguas romances, menos el rumano. Los derivados originales que encuentran son: “madrastra”, “comadre”, “madraza”, “madrearse”, “madrecilla”, “madrejón” (cauce seco de un río o arroyo), “madrero”, “amadrinar” y otras. Pero cuando introducen la clasificación de cultismos, aparecen “materna”, “maternar” y “maternidad” como palabras derivadas de maternus y asociadas con “matrimonio” y “matrimonial”, o sea, maternidad legal.

Los múltiples avatares de esta palabra la posicionan, no obstante, como vocablo dirigido (por su significación en tanto origen y por sus derivaciones vinculantes) por madre, mujer que mediante la puesta en acto de su genitalidad uterina contuvo a una criatura que posteriormente parió. De donde dicha criatura resulta nacida de ella. Todo aquello que reproduzca el prefijo ma quedará asociado a esa figura, con sus connotaciones.

Las novedades que produce la técnica

Sin embargo, no podemos sostener que esa mujer sea quien necesariamente ha engendrado a una criatura, puesto que la compra de embriones engendrados por otras gametas ajenas a ella le permiten utilizar su útero, sin compromiso previo de trompas y ovarios. De este modo, gesta en él el producto de las gametas que crearon ese embrión ahora en rezago, cedido por sus productores, para quienes constituía un exceso no aprovechable como parte de su organización familiar.

En estos historiales, el origen corporal no es la matriz-útero de esta mujer, sino las gametas que se constituyeron originariamente como embrión, reguladas por las técnicas de laboratorio. Este, el que logra la fecundación entre estas dos gametas, es el origen topográfico y simbólico de estas criaturas (que en otro texto denominé “hijos agámicos”) (Giberti, Barros y Pachuk, 2001). Podemos aceptar que este origen está dado por las dos gametas que, al ser dirigidas técnicamente, se empalmaron para embrionarse; es decir, el origen como dato inicial está compartido por las gametas que cumplieron con su función engendrante y los técnicos del laboratorio, que también llevaron a cabo su labor.

Si el origen (producido entre dos gametas) no está limitado al útero, cabe pensar que la testa de Zeus fue un laboratorio en el que el dios diseñó la parición de Palas Atenea, sostenida por el deseo incestuoso del dios-padre que consagró la exclusión de la mujer/diosa para asumir un parto sin depender de una Otra trascendente, el alter primordial del hijo o hija (Giberti, 1997). En cambio, debió contar con el martillazo mediante el cual Hefestos partió su cráneo para lograr la apertura que permitiese la aparición la diosa.

Entonces, tenemos la posibilidad de un origen sin madre (en tanto se considere “madre” como sujeto copartícipe de un engendramiento). Este es un planteo que autoriza la tesis acerca del deslizamiento ideológico que supone plantear la ecuación madre=útero y, por extensión, maternidad y bondad (Giberti, 1980).

La afirmación remite a aquellas madres adoptivas que atraviesan una experiencia traumática y mutilante, con características castratorias cuando, siendo mujeres fértiles, deciden adoptar debido a la infertilidad (esterilidad) de su compañero (Giberti, 1981). Ellas se diferencian de aquellas que no disponen de capacidad para engendrar, cualquiera sea la índole del impedimento.

Por su parte, la maternidad travesti (Giberti, 2000a), la madre lesbiana (Giberti, 2005) y la madre transgénero (Giberti, 2002) aportan sus evidencias a la complejidad de la palabra y de las que se consideran “funciones propias” de la madre.

Los antiguos griegos y el teatro clásico como fuentes

Volvamos a los mitos. ¿Por qué Zeus eligió prescindir de Una Otra para parir una hija? Los autoengendramientos, así como los partos que eluden la presencia de la mujer, se reiteran en las galaxias míticas: los spartoii u “hombres sembrados” habían nacido de los dientes enterrados que pertenecieron al dragón ultimado por Cadmos, el fundador de Tebas.

Podemos sumar información y fuentes si recurrimos a las investigaciones actuales: para los atenienses, si de gestar ciudadanos de la polis se trataba, un vientre de mujer no era suficiente garantía de calidad. “El imaginario ateniense no presenta a sus varones como hijos del oscuro vientre materno, sino como nacidos directamente de la tierra ática” (Iriarte Goñi, 2002).

En la tragedia Los siete contra Tebas