Mayo del 68 - Josemaría Carabante - E-Book

Mayo del 68 E-Book

Josemaría Carabante

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Beschreibung

Las revueltas estudiantiles de 1968 constituyen uno de los principales acontecimientos históricos del siglo XX y marcan, de algún modo, el fin de un periodo. Siempre bajo la sombra de la controversia, ese mes de mayo abrió para unos las puertas de una anhelada libertad. Para otros, sin embargo, fue el caldo de cultivo de buena parte de la crisis actual. Cuando se cumplen cincuenta años de las protestas, Josemaría Carabante ofrece aquí una breve explicación sobre las ideas que las impulsaron, en el favorable marco cultural de la posmodernidad. De modo divulgativo, presenta también la galería de pensadores que aportaron el aparato doctrinal a esta revolución cultural, cuyo mensaje aún resuena con fuerza en nuestros días.

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Veröffentlichungsjahr: 2018

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JOSÉMARÍA CARABANTE

MAYO DEL 68

Claves filosóficas de

una revuelta posmoderna

EDICIONES RIALP, S. A.

MADRID

© 2018 byJOSÉMARÍA CARABANTE

© 2018 byEdiciones Rialp, S. A.,

Colombia, 63, 8º A - 28016 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN: 978-84-321-5000-5

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

“Nuestra época ha olvidado qué es existir y qué significa la interioridad. Nuestra época ha perdido la creencia en que la interioridad puede enriquecer un contenido aparentemente pobre, mientras que el cambio en lo exterior no es más que una disipación a la que se agarran la saciedad y el vacío de la vida. Por eso se desprecian los deberes de la existencia”.

S. KIERKEGAARD

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

CITA

NOSTALGIA DEL 68

GEOGRAFÍAS DE LA REVUELTA

DE FREUD A DEBORD

CONSTELACIONES POSMODERNAS

BRECHAS Y ESPERANZAS

JOSEMARÍA CARABANTE

NOSTALGIA DEL 68

EN LA MEMORIA COLECTIVA, tal vez para siempre, Mayo del 68 ha quedado ligado a las barricadas y a las atrevidas pintadas estudiantiles que hacían de las calles de París un irreverente mosaico revolucionario: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, “Decreto el estado de felicidad permanente”; “Lo sagrado: ahí está el enemigo”. Pero no fue solo París: desde la costa oeste americana hasta las calles de Tokio se extendieron distintos focos de fervor, unos más políticos, otros más económicos o sociales, pero todos con un claro componente cultural, que marcaron el 68 como un año importante en los almanaques de la historia[1].

Es cierto que los estudiantes franceses tenían una actitud distinta de los hippies californianos y que ambos movimientos, que se enfrentaban al anquilosamiento burocrático y al tedio existencial de los Estados del bienestar de la posguerra, arriesgaban menos que los checoslovacos —jóvenes y no tan jóvenes— que retaban con arrojo los dictados del Kremlin. También en ese momento los negros luchaban contra la segregación en Estados Unidos, mientras otros combatían con pancartas por el pacifismo, protestando por el reclutamiento de los jóvenes y criticando la guerra “imperialista” contra el Vietcong.

Como sucede también en otras revueltas, la narrativa posterior a los acontecimientos es la que se ha encargado de idealizarlos o demonizarlos. Y se puede decir que, tras un largo período en el que se matizaron sus logros y se extendió cierto desencanto sobre la posterior deriva de su espíritu rebelde, incluso entre algunos de sus protagonistas, en los últimos años, a raíz sobre todo de la última crisis económica, ha regresado la mitología del 68 al escenario público y la arena mediática. Se ha perfilado una nueva cultura política contestataria, de estilo populista, que blande las consignas libertarias de entonces y que, al hastío de la juventud, añade ahora el descontento por las penurias y desigualdades provocadas por el último capitalismo, un componente que faltaba en los levantamientos estudiantiles.

Sobre los sucesos que ocurrieron durante ese año hay interpretaciones variadas. Los líderes del Mayo francés creen que es necesario “olvidar” las revueltas y cancelar la época que ayudaron a abrir —como el propio Cohn-Bendit, cabecilla de los estudiantes que ocuparon la Sorbona[2]—; otros han visto en las proclamas contestatarias el inicio de una crisis de valores que llega hasta nosotros. El debate sobre Mayo del 68 fue uno de los principales temas de las elecciones francesas de 2007, cuando Sarkozy culpó del relativismo, de la crisis moral, de la erosión de la autoridad y del declive de la familia a las revueltas estudiantiles, y creía que Francia debía diseñar una política dirigida a contrarrestar su nociva herencia.

Para Žižek, tal vez el más famoso de los últimos teóricos de la revolución total, el saldo que arrojan las protestas universitarias es ambivalente. Por un lado, se felicita por la liberación sexual, la emancipación femenina, la caída de los últimos tabúes impuestos sobre el goce y el deseo, así como por el anti-autoritarismo y la “desjerarquización” que trajeron consigo las manifestaciones de los sesenta. Cree que fue un momento importante en términos revolucionarios, ya que ayudó a constatar que la lucha contra la opresión se había trasladado de las fábricas a las calles y que la subversión no era tarea del proletariado, sino del conjunto de la sociedad. Pero también insiste en que, al final, el capitalismo terminó usurpando la retórica contestataria, acogiendo, con comodidad, algunas de sus reivindicaciones y reinventándonos de acuerdo con ellas: la flexibilidad, el consumismo, la maleabilidad de las identidades y el hedonismo constituyen, lo queramos o no, los rasgos de nuestro sistema económico y social[3].

Las revueltas del 68, nacidas de la insatisfacción de la juventud, depararon cosas buenas y malas, como todo hecho histórico. Hicieron que se despeñaran las derivas tecnocráticas, extendieron la crítica al economicismo y desvelaron las incongruencias de las sociedades de posguerra. También proporcionaron visibilidad a ciertas desi­gualdades, como las de raza o género, ampliaron las perspectivas de desarrollo de la mujer y sirvieron para sensibilizar a la población de la trascendencia de otras cuestiones, como la ecología. Permitieron que la política saliera de los negociados oficiales y de los partidos y se humanizara, aproximándose a las preocupaciones de la ciudadanía. Probablemente esos fenómenos se habrían producido de todas maneras, tal vez más lentamente y con menos sacudidas, pero es indudable que las protestas de finales de los sesenta fueron un importante catalizador.

Sin embargo, también la contestación social estuvo impregnada de radicalismo y saturada de mixtificaciones revolucionarias. Las revueltas bebieron y difundieron una vieja retórica anarco-marxista que incriminaba las instituciones democráticas y la cultura occidental. Discutían sobre el “sistema”, sobre el “poder”, sobre el “capitalismo” y la “autoridad”, como si estos conceptos tuvieran vida propia y fueran entes malignos y dueños de una imperdonable voluntad autoritaria, independiente de los hombres que las conforman. Tampoco confiaban en la capacidad correctora del modelo político liberal ni en la vía de la reforma paulatina, de la transacción y el acuerdo, que, aunque dota de fragilidad a la democracia, la convierte, como sabemos, en el menos mano de todos los regímenes políticos.

UNA REVUELTA CULTURAL Y PSICOLÓGICA

Los estudiantes rechazaban la sociedad y la política del momento en su conjunto, de forma integral. La totalidad de su crítica hizo que se extendiera una irreprimible conciencia contestataria y que llegara a las calles, a las fábricas, a los colegios; esparció la jerga de la emancipación y propagó las sospechas sobre nuestras servidumbres. A ello hay que sumar una incontenible imaginación utópica, destilada a partir de diversas lecturas y maestros, que estigmatizaba cualquier tipo de orden y concebía la autoridad —la estatal, pero también la familiar, incluso la docente— como una instancia represora encargada de sojuzgar al individuo; toda norma —las legales, pero también las morales— era considerada como una limitación de la libertad personal; toda tradición —la cultural, la religiosa o la artística—, como un mecanismo de inhibición de la autenticidad; y, finalmente, toda institución como un instrumento de subyugación del yo. Quienes tomaron las calles de París, especialmente, se estimaban herederos de una larga tradición revolucionaria. Acogieron las quimeras de la insurrección y radicalizaron la desconfianza social hacia el poder, irradiando su espíritu emancipador por todo el espectro social, llegando incluso hasta aquellos reductos donde apenas existía la más mínima sombra de dominación.