Me falla la memoria - Álvaro Bilbao - E-Book

Me falla la memoria E-Book

Álvaro Bilbao

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APRENDE CÓMO FUNCIONA NUESTRA MEMORIA. La memoria y su posible deterioro es la preocupación de salud más común en las sociedades modernas. Nos inquieta desconocer por qué perdemos agilidad mental y la posibilidad de llegar a padecer alguna enfermedad neurodegenerativa. Con voluntad didáctica, el doctor Álvaro Bilbao acaba con muchos mitos y recelos sobre la memoria, nos explica cómo funciona y cómo cuidarla, y cuándo se deben resolver nuestras dudas ante cualquier fallo de nuestro cerebro.

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© Álvaro Bilbao, 2012.

© de esta edición digital: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2019. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

REF.: OEBO328

ISBN: 9788490068014

Composición digital: Newcomlab, S.L.L.

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Todos los derechos reservados.

Índice

PRIMERA PARTE. INTRODUCCIÓN

1. ¿POR QUÉ ME PREOCUPA MI MEMORIA?

2. ALGUNOS DATOS SOBRE LAS ENFERMEDADES DE LA MEMORIA

3. MITOS SOBRE EL CEREBRO Y LA MEMORIA

SEGUNDA PARTE. EL CEREBRO, LA MEMORIA Y SUS ENFERMEDADES

ESTA SEGUNDA PARTE DEL LIBRO EXPONDRÁ ALGUNAS NOCIONES BÁ-

4. ¿CÓMO FUNCIONA LA MEMORIA?

5. ¿CÓMO MEMORIZA EL CEREBRO?

6. ¿POR QUÉ PUEDE FALLAR LA MEMORIA?

7. PROBABILIDADES DE HABER HEREDADO UNA ENFERMEDAD NEURODEGENERATIVA

8. SEÑALES Y SÍNTOMAS DE ENFERMEDADES DE LA MEMORIA

9. CÓMO SABER SI SE SUFRE UNA ENFERMEDAD NEURODEGENERATIVA

TERCERA PARTE. EJERCITAR LA MEMORIA Y SUPERAR SUS PROBLEMAS

10. LA REHABILITACIÓN DE LA MEMORIA

11. TÉCNICAS PARA MEJORAR LA MEMORIA

12. EJERCICIOS PARA MEJORAR LA MEMORIA

13. PROGRAMAS DE ORDENADOR PARA EL ENTRENAMIENTO DE LA MEMORIA

CUARTA PARTE. SALUD CEREBRAL. DE LA MEMORIA

14. CLAVES PARA UNA BUENA SALUD CEREBRAL

15. LA RESERVA COGNITIVA

16. NUTRICIÓN

17. ACTIVIDAD FÍSICA

18. MANEJO DE EMOCIONES

19. RELACIONES SOCIALES

20. ACTIVIDAD COGNITIVA

QUINTA PARTE. CONSIDERACIONES FINALES Y SÍNTESIS

21. CONSIDERACIONES FINALES

22. SÍNTESIS

APÉNDICE

BIBLIOGRAFÍA

A MI MUJER, POR DARME UNA FAMILIA QUE HA LLENADO MI CEREBRO DE ALEGRÍA

Quiero agradecer antes que a nadie a mi querido hermano Ignacio sus sabios consejos y muy en especial el haberme ofrecido el título perfecto. También quiero dar las gracias al resto de mi familia y mi familia política por darme todo su apoyo.

No puedo ni quiero olvidarme de todas las personas que olvidan. Quiero agradecer con todo mi cariño a todas las personas con problemas de memoria y sus familiares que durante muchos años han depositado su confianza en mis conocimientos y determinación para ayudarles a paliar su pérdida y recuperar sus vidas. Sois un ejemplo de superación y un testimonio de las maravillas de las que son capaces de lograr el cerebro y corazón humanos.

PRIMERA PARTE

INTRODUCCIÓN

Así como sus piernas ya no corren tan deprisa con 50 años como con 18, tampoco su memoria recuerda con la misma agilidad y precisión con 65 años que con 25.

Esto es lo que suelo contestar a mis pacientes, familiares y amigos cuando, llegados a cierta edad, irremediablemente, comienzan a preguntarme por su memoria. Ni se imagina la cantidad de personas a las que les asalta la misma inquietud a medida que se les acerca la edad de jubilación. De hecho, la sensación de estar perdiendo la memoria es la queja psicológica más común en personas mayores de 50 años, incluso más que el estrés o la depresión.

En cierto sentido es natural que la memoria nos preocupe pasada cierta edad. Al fin y al cabo, las enfermedades que afectan al cerebro son la primera causa de muerte en personas no jóvenes, y las noticias sobre estas dolencias están muy presentes en los medios de comunicación. Además, muchos de los que están preocupados por los fallos de memoria han sido testigos, en un pasado más o menos reciente, del deterioro intelectual —especialmente del de la memoria— de un ser querido, lo que suele ser una experiencia muy dolorosa que deja en el cuerpo un poso de pavor a sufrir el mismo destino.

Como he adelantado, es habitual que las personas mayores a mi alrededor me pregunten acerca de los problemas de memoria. La frase que más escucho cuando desvelo que soy neuropsicólogo a un mayor de 50 años es: «Me falla la memoria». La segunda es: «¿Cómo puedo saber si tengo Alzheimer?». Para poder recomendar algún libro útil y didáctico a todas aquellas personas preocupadas por el tema, hace aproximadamente tres años empecé a revisar la bibliografía existente sobre la pérdida de memoria asociada a la edad. Cuando descubrí que no había ningún libro especialmente dirigido a este público, mi sorpresa fue mayúscula. A decir verdad, encontré varias decenas de libros que ofrecían ejercicios de memoria, pero ninguno que se centrara en recoger las preocupaciones que habitualmente me llegaban de mis pacientes y en ofrecer respuestas a las dos preguntas más habituales: «¿Cómo puedo saber si tengo una enfermedad degenerativa?» y «¿Qué puedo hacer para ejercitar y conservar mi memoria?». Como la preocupación por los problemas de memoria es tan común, las ideas equivocadas acerca de estos son tan abundantes, y la información para resolverlos es tan escasa, decidí escribir este libro para intentar ayudar a todas estas personas a las que les preocupa su memoria.

Con la intención de cumplir dicho propósito, Me falla la memoria le facilitará la información necesaria para entender el funcionamiento de nuestra memoria y los principales trastornos que provocan su deterioro. Así, podrá comprender qué motiva nuestra preocupación, aclarar cuál es el riesgo real de tener un trastorno de la memoria y cómo puede detectarlo. Pero, lo que es más importante, he intentado plasmar toda mi experiencia clínica y todo el conocimiento científico hasta la fecha, para explicarle cómo aliviar y prevenir estas dificultades.

De entrada, el libro no está concebido como un cuaderno de ejercicios. Siempre he defendido que el mejor entrenamiento para la memoria se encuentra fuera de los libros, ya que los ejercicios no necesariamente resultan beneficiosos para el cerebro, aunque pueden asegurar cierta mejora durante tres o cuatro semanas. Como ya habrá adivinado, la voluntad del libro es didáctica, en el sentido de que intenta concretar aquellos indicios y síntomas propios de los problemas de memoria ante los que se debe pedir ayuda, además de plantear algunas pautas para poder desarrollar un estilo de vida beneficioso para ejercitar la memoria y prevenir el deterioro cerebral. Su intención es dar respuesta a dudas que probablemente el lector lleva tiempo planteándose.

El cerebro es nuestro órgano más precioso. Su complejidad es única en el mundo natural y nos permite no solo pensar, sino también tener una identidad, cuidar de nuestro cuerpo, amar y sentirnos amados, hacer cosas por los demás, desear, plantearnos nuevos retos y alcanzar casi cualquier meta que nos propongamos. La mayoría de las personas cuidan su piel con jabón y cremas, sus dientes con pasta y cepillo, sus músculos con ejercicio físico y todo ello está bien implementado en nuestra cultura y nuestro estilo de vida. Sorprendentemente, son pocas las personas que conocen cómo cuidar nuestro órgano más importante: el cerebro. De hecho, es muy posible que sea a partir de este libro que lea por primera vez el término «salud cerebral».

Le invito a pasar a mi consulta y aclarar todas sus dudas, a poner en práctica algunos trucos para sacar el máximo partido a su memoria y a conocer las claves necesarias para disfrutar a cualquier edad de una excelente salud cerebral. ¡Adelante!

1

¿POR QUÉ ME PREOCUPA MI MEMORIA?

Puedo asegurarle que usted no es el único de su edad preocupado por su memoria. Al menos una de cada cuatro personas de entre 25 y 35 años asegura tener problemas o fallos de memoria que llegan a inquietarle. Esta cifra aumenta proporcionalmente hasta el 35% en las personas de entre 40 y 50 años y alrededor del 40% entre las que se acercan a la edad de jubilación. Finalmente, más de la mitad de las personas mayores de 65 años manifiestan experimentar fallos o una pérdida gradual de memoria que les inquieta. Valorados en su conjunto, los datos de los distintos estudios de la prevalencia de preocupación o quejas subjetivas relacionadas con la pérdida de memoria indican que cuatro de cada diez adultos están preocupados por esta. Y es que, según indican los estudios, esa sensación es la queja de salud más común en las sociedades modernas.

Como se ha indicado, la mayoría de las personas comienzan a preocuparse por su memoria, y por la posibilidad de que sus fallos sean los primeros síntomas de una enfermedad neurodegenerativa, a partir de los 50 años, y sobre todo de los 60. En cierto sentido, el envejecimiento de la población y la cada vez más frecuente presencia de noticias relacionadas con la enfermedad de Alzheimer en los medios de comunicación explican que haya crecido la alarma social en torno a este tipo de alteraciones.

Sin embargo, esta preocupación no suele manifestarse como una inquietud acerca de nuestro futuro más o menos cercano, sino como una sospecha de que algo le está ocurriendo a nuestro cerebro. Está tan extendida la preocupación por la pérdida de memoria que cuando veo a algún familiar con quien no he coincidido desde hace varios meses, o cuando me presentan a una persona mayor de 50 años que conoce mi profesión, suelo susurrarle a mi mujer «Seguro que me pregunta por su memoria». Pueden estar seguros de que en la mayoría de los casos acierto.

Si tiene este libro entre las manos es muy probable que también usted sea una de esas personas preocupadas por su memoria. Y es muy posible también que no pertenezca al grupo de personas al que le inquieta sufrir una alteración de la memoria algún día, sino más bien forma parte de aquel que sospecha que quizás esos olvidos puedan suponer los primeros síntomas de una enfermedad catastrófica. Después de varios años reflexionando sobre este fenómeno, creo que existen distintas razones que provocan que esté sintiendo que su memoria empieza a fallar.

En primer lugar, todo el mundo tiene una persona más o menos cercana en su familia que ha fallecido después de haber sufrido una enfermedad en la que iba perdiendo progresivamente la capacidad de recuerdo. Estos antecedentes familiares provocan en muchas personas la sospecha de haber «heredado» algún tipo de enfermedad degenerativa. De hecho, es muy habitual que quienes han presenciado el deterioro intelectual de un ser querido crean tener un gen que les predispone, o incluso determina, a sufrir una enfermedad cerebral. Sin embargo, como podrá aprender más adelante, tener un ascendiente con problemas de memoria e incluso un deterioro progresivo de sus funciones no significa que usted vaya a sufrir una enfermedad degenerativa del cerebro.

En segundo lugar, las quejas de memoria pueden aparecer motivadas por el temor que a muchas personas les provoca sufrir un deterioro progresivo de la memoria. En muchos casos este temor germina en quienes han vivido de cerca la enfermedad. De hecho, algunos estudios recientes ponen de manifiesto que los familiares que han presenciado de cerca el deterioro de un ser querido suelen quejarse más de su capacidad mnemónica llegados a cierta edad que aquellos que no lo han vivido. En concreto, las investigaciones detectaron que quienes acudieron con más frecuencia a la consulta de un neurólogo, preocupados por su memoria, fueron los familiares cuidadores principales de la persona enferma. De la misma manera, aquellos parientes que vivían en la misma ciudad o región acudieron a la consulta más frecuentemente que los que habían vivido la enfermedad desde cierta distancia geográfica. Estos estudios ponen de manifiesto que la cercanía física al proceso de deterioro intelectual de un ser querido provoca una mayor preocupación por la propia memoria. Probablemente la imagen del deterioro resulta para la mayoría de personas aterradora y parece grabarse a fuego en el recuerdo que ahora tanto temen perder. Este miedo a perder las facultades mentales, a verse en situación de dependencia o a experimentar un deterioro significativo genera una preocupación natural por la posibilidad de ser uno mismo quien enferme.

Y en tercer lugar, y como dije al empezar el libro, resulta natural que nuestras facultades mentales vayan perdiendo fluidez. Así como la piel se arruga o nuestras piernas ya no aguantan tanto, también nuestra memoria pierde agilidad con la edad. Así que si la comparamos con la de hace años, es tan lógico que notemos su declive como sensato que despierte en nosotros cierta preocupación.

A pesar de que sea natural tener una memoria menos eficiente a medida que envejecemos, no quiero transmitirle una sensación de normalidad ante la pérdida progresiva de memoria. Los olvidos y los problemas para recordar datos familiares pueden suponer el primer signo de una enfermedad seria y deben ser evaluados cuidadosamente. En este libro encontrará recomendaciones útiles sobre cuándo y dónde debe acudir para recibir una atención especializada.

2

ALGUNOS DATOS SOBRE LAS ENFERMEDADES

DE LA MEMORIA

Las enfermedades y trastornos que dañan el cerebro y la memoria afectan a un amplio espectro de la población. En su conjunto son la primera causa de muerte en las sociedades occidentales. Dentro de estos trastornos, los más frecuentes son los accidentes cerebrovasculares y las enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer o el párkinson. Hay muchos otros desórdenes y dolencias, como la epilepsia, el alcoholismo o la encefalitis, que pueden afectar el cerebro y provocar dificultades mnemónicas. La buena noticia para quienes teman perder esta capacidad es que existen más probabilidades de fallecer de otras afecciones, como accidentes, infecciones, enfermedades cardíacas o cáncer, que de sufrir una patología que provoque pérdida de memoria. La mala noticia es que, a medida que se sobrevive a todas estas amenazas y se va envejeciendo, el riesgo de sufrir alguna enfermedad cerebral que afecte a la memoria se incrementa vertiginosamente.

Aunque la enfermedad de Alzheimer es el trastorno más conocido y el que más preocupa a los mayores, son los accidentes cerebrovasculares los que afectan con más frecuencia el cerebro adulto. En países «desarrollados», una de cada tres personas tendrá una lesión de esta naturaleza (más o menos grave) en algún momento de su vida, del mismo modo que una de cada diez personas fallecidas lo hace a causa de una lesión cerebrovascular, siendo la primera causa de muerte en mayores de 65 años.

Las enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer son menos frecuentes de lo que la gente piensa. Aun así, esta es la más habitual de este tipo de dolencias. En la actualidad afecta a 25 millones de personas, entre las cuales 6 millones son europeas y 300. 000, españolas. Por cada 7 hombres con Alzheimer, hay 13 mujeres que lo sufren. Aunque pueda parecer que la predisposición femenina a sufrir la enfermedad es ligeramente superior, los estudios científicos han evidenciado que esta mayor afectación se debe principalmente a una mayor longevidad.

Sin lugar a dudas, el Alzheimer es el trastorno más temido por todas aquellas personas a las que preocupa perder la memoria. Sin embargo, esta dolencia solo es responsable de la mitad de los fallecimientos por causa de un trastorno degenerativo (un 4% del total de muertes en Europa). A pesar de su prevalencia, el Alzheimer arrastra peor fama de la que se merece debido a que a un gran número de enfermos fallecidos se les había diagnosticado erróneamente esta dolencia, cuando en realidad sufrían algún otro tipo de trastorno degenerativo del sistema nervioso central, como demencia frontotemporal, vascular o de cuerpos de Lewy.

Sabemos que entre los 65 y los 70 años, 2 de cada 100 personas empiezan a mostrar síntomas de demencia (Alzheimer u otro tipo). Entre los 70 y los 75 años, 4 de cada 100 padecen algún tipo de trastorno neurodegenerativo. Entre los 75 y los 80 años casi un 10% la sufren. A partir de esa edad, casi un 20% de personas ya está diagnosticada o comienza a experimentar los efectos de la enfermedad. Los expertos aseguran que cada 5 años la probabilidad de sufrir Alzheimer u otra demencia se duplica.

Al igual que ocurre con el Alzheimer, el riesgo de sufrir una hemorragia o infarto cerebral también se multiplica a medida que las personas se hacen mayores. Al cumplir los 65 años, la probabilidad de padecer un ictus es de 1 entre 50, mientras que los que llegan a 85 años tienen una probabilidad entre diez de experimentar un accidente cerebrovascular severo.

Aunque los datos arrojados por los científicos son estremecedores, hay unas aclaraciones que debe tener en cuenta para poder interpretarlos en su justa medida. En primer lugar, creo que es importante que usted sepa leer las cifras antes de que el escalofrío llegue a helarle los huesos. Por ejemplo, un dato como que aproximadamente el 10% de las personas mayores de 65 años padece Alzheimer no debe interpretarse como si una de cada diez personas de 66 años tuviera la enfermedad, sino más bien desde la perspectiva que si juntamos a todas las personas mayores de 65 (las de 65, 70, 80, 90 y 100 años), uno de cada diez padece esta afección. Entre los individuos de 90 años, el número de afectados ronda el 40%, mientras que entre los recién jubilados no llega al 2%. Sin duda, son dos maneras de presentar el mismo dato que a su vez crean dos niveles de alarma bien distintos.

En segundo lugar debe entenderse que sufrir un ictus o un trastorno neurodegenerativo no quiere decir que la persona fallezca necesariamente por culpa de esa enfermedad. En el caso de los accidentes cerebrovasculares, dejan tantas víctimas mortales como supervivientes. Muchos de estos últimos experimentan secuelas físicas, sensoriales y cognitivas, que a menudo son rehabilitables y superables. En el caso de los trastornos neurodegenerativos, su curso es prolongado, permitiendo a la persona vivir en la mayoría de los casos entre 5 y 15 años con períodos relativamente largos de autonomía. Si alguien experimenta los primeros síntomas del Alzheimer a los 80 años, es posible que en el curso de su enfermedad fallezca por alguna otra causa. La distancia existente entre el número de afectados y el de los fallecidos puede provocar que en ocasiones las cifras que se publican sobre estos trastornos parezcan dispares.

La tercera aclaración supone una gran noticia para todos los que estén preocupados por estar sufriendo un trastorno de la memoria. Existe una creencia errónea en la sociedad que lleva a pensar que no se puede hacer nada para afrontar las enfermedades crónicas y los trastornos «hereditarios». Esta idea se extiende a muchos de los trastornos y enfermedades que afectan al cerebro y lleva a afrontarlas con resignación. En ámbitos como las enfermedades coronarias, la diabetes o el cáncer, los científicos han sido capaces de demostrar que nuestros hábitos y estilos de vida pueden prevenirlas, o al menos paliar sus efectos más dañinos. La gran noticia es que hoy en día existen evidencias científicas suficientes para poder afirmar, sin miedo a equivocarse, que algunos de los trastornos del cerebro y la memoria pueden prevenirse y evitarse, mientras que otros pueden retrasarse o ralentizarse. A lo largo de este libro se expondrán todas las claves y estrategias para lograrlo.

3

MITOS SOBRE EL CEREBRO Y LA MEMORIA

Podemos afirmar que la madurez de las distintas estructuras cerebrales se alcanza entre los 21 y los 23 años. Cuando se descubrió este dato, muchos científicos postularon y divulgaron que a partir de esa edad el cerebro comenzaba a deteriorarse de una manera lenta pero irremediable. Sin embargo, las investigaciones neuropsicológicas pusieron de manifiesto que, a pesar de esta culminación de la maduración cerebral, las personas seguían desarrollando muchas capacidades cognitivas hasta la vejez.

Este dato ha llevado a investigar más a fondo el proceso de envejecimiento cerebral. La nueva tecnología de neuroimagen ha podido demostrar lo que los científicos ya sabían desde hacía décadas: que el desarrollo cerebral se prolonga a lo largo de toda la vida porque constantemente se están creando y modificando conexiones entre nuestras neuronas, unas conexiones conocidas como sinapsis.

Para poder concretar a qué edad el cerebro empieza a perder facultades intelectuales debemos esclarecer los motivos de este declive. El envejecimiento del cerebro se puede valorar atendiendo a la pérdida de masa cerebral que se produce a medida que nos hacemos mayores. En este sentido, sabemos que a partir de los 30 años empieza a disminuir muy lentamente. Posteriormente, entre los 50 y los 60, el proceso de envejecimiento cerebral se acelera, evidenciando dificultades de concentración y memoria que quizás usted ya ha experimentado.

Aun así, esta es una visión excesivamente materialista del envejecimiento cerebral. En general, la palabra «envejecer» no debería estar negativamente connotada, y en el caso particular del cerebro, envejecer tiene sus repercusiones positivas. Como asegura un dicho popular, «el diablo sabe más por viejo que por diablo» o, lo que es lo mismo, que las personas se vuelven más sabias con la edad. Pero ¿tiene esta creencia algún fundamento científico?

Si usted reflexiona acerca de los dirigentes empresariales y políticos actuales se dará cuenta de que la mayoría de ellos superan los 50 años. Igualmente, en otras culturas el jefe de la tribu o aquel que asesora y toma las decisiones de la comunidad es un anciano.

Por otra parte, difícilmente encontraremos un crupier de casino que pase de los 60 años y en algunas profesiones, como es el caso de los pilotos militares, la edad de retirada del servicio activo se sitúa en los 55 años.

Los neuropsicólogos distinguimos desde hace años dos tipos de inteligencia: la que aumenta y la que disminuye con la edad. Llamamos inteligencia cristalizada a las funciones intelectuales que una vez adquiridas «cristalizan» en nuestro cerebro y, como una estalactita, crecen un poquito cada día. A este tipo de inteligencia le corresponden aquellas funciones mentales relacionadas con la experiencia, la capacidad para resolver problemas basándose en el amplio conocimiento acerca del mundo y en las propias vivencias pasadas que permiten predecir futuros acontecimientos y reacciones en los demás. Esta inteligencia nos permite convertirnos en más sabios a medida que nos hacemos mayores. Por eso los jefes, presidentes y directivos son personas con muchos años de experiencia y vivencias almacenadas en su cerebro. Por otra parte, inteligencia fluida es el término que engloba las funciones cognitivas que sufren un deterioro progresivo con la edad. Todas estas tienen en común que requieren rapidez para su adecuada ejecución. A este grupo pertenecen la memoria o la capacidad para hacer operaciones mentales (matemáticas y no matemáticas). Por eso los crupieres y los controladores aéreos se jubilan antes que otros profesionales. La necesidad de una altísima velocidad de reacción es también la razón por la que deportistas como esquiadores de eslalon o futbolistas se retiran relativamente temprano, mientras que la experiencia permite que los golfistas mejoren su juego con la edad.

Como hemos visto anteriormente, la constante creación de nuevas sinapsis permite que seamos cada día más sabios. Pero ¿qué causas provocan que nuestro cerebro sea cada día un poquito más lento? Hay dos razones principales para este enlentecimiento cerebral. La primera se debe a que algunas neuronas mueren con el transcurso de los años, lo que ocasiona la desaparición de las conexiones neurales y, a causa de ello, que los impulsos nerviosos deban recorrer distancias más largas para conseguir que las neuronas se comuniquen entre sí (se podría decir que algunos puentes han desaparecido, con lo que el impulso nervioso debe utilizar vías alternativas). La segunda se debe a que la sustancia blanca que rodea y protege las conexiones entre neuronas y que permite una comunicación más rápida y sin interferencias se deteriora con el paso del tiempo. Por crear una analogía, sería como si los caminos estuvieran ahí, pero en obras o en mal estado, lo que provoca un gran retraso en cualquier desplazamiento. En ambos casos, el impulso nervioso necesita más tiempo para llegar de una neurona a otra y, por lo tanto, la velocidad disminuye.

Podemos concluir, por tanto, que a pesar del progresivo deterioro de algunas funciones intelectuales, el constante desarrollo cerebral permite mantener un equilibrio en nuestras funciones mentales que nos hace ser un poquito más lentos cada vez, pero también un poquito más sabios. En una persona sana este equilibrio se debería mantener, si no es posible toda la vida, al menos hasta edades muy avanzadas, siendo el deterioro corporal, y no el mental, lo que provoque la pérdida de autonomía. En otras palabras, el envejecimiento cerebral, aunque implique pequeños olvidos y despistes cotidianos, no es sinónimo de enfermedad o dependencia, sino más bien de bienestar y vitalidad, siempre y cuando ocurra de un modo normal o saludable.

Ante la creencia popular que afirma que cada día perdemos 80. 000 neuronas, es conveniente pararse a analizar de dónde procede ese dato y si la estimación de un ritmo de deterioro tan vertiginoso está científicamente justificada. El cerebro humano tiene aproximadamente 100. 000 millones de neuronas y pesa unos 1. 400 gramos. Se sabe que el cerebro pierde un gramo de peso anual a partir de los 2325 años. Echando mano de la calculadora, podrá comprobar que a cada gramo de cerebro le corresponden aproximadamente 70 millones de neuronas. Así, si cada año perdemos un gramo de masa cerebral, cada día se malogran tres miligramos de cerebro, lo que equivale aproximadamente a 200. 000 neuronas. La cantidad, por lo tanto, es superior a la determinada por la creencia popular. Sin embargo, debemos matizar: en realidad acabamos de hacer una «cuenta de la vieja», que es tan poco científica como acertada. Un cálculo muy similar es el que hicieron algunos científicos en las décadas de 1950 y 1960 para calcular el número de neuronas que mueren cada día de nuestra vida. No es de sorprender que un dato tan sensacionalista calara rápidamente en la creencia popular.

De hecho, en la actualidad, los científicos estiman que pueden perderse alrededor de 9. 000 neuronas al día debido a que el cerebro está compuesto también de otras células y de una gran cantidad de lípidos, cuyo tamaño y cantidad se reducen con el paso del tiempo. Por lo tanto, la pérdida de peso del cerebro, y el hecho de que se enlentezca con los años, se debe más a una disminución de la cantidad de estos «elementos de apoyo» que a una pérdida de neuronas. En cuanto a la pérdida de 9. 000 neuronas, se trata de un número relativamente pequeño a escala diaria, semanal y anual, aunque, efectivamente, es una de las razones por las que algunas de nuestras funciones intelectuales merman con el paso del tiempo, por suerte a un ritmo menos alarmante de lo que vaticina la creencia popular. En realidad, las neuronas están entre las células más resistentes del cuerpo, y la mayoría de ellas vivirán tanto como el propio ser humano. Así que no debe preocuparse: las neuronas son una maravilla de la naturaleza, no solo en funcionalidad sino también en lo que a durabilidad se refiere.

Ante la creencia de que la memoria no puede desarrollarse a partir de cierta edad, debo replicar todo lo contrario: ¡Cualquier edad es buena para desarrollarla! De hecho, esta representa el complejo proceso de aprender y recordar información de manera consciente (nombres de personas, acontecimientos ocurridos, etc.) o inconsciente (movimientos, olores, gustos y sentimientos, por ejemplo). No importa la edad, siempre podrá ejercitar su memoria. A pesar de que cada año de vida contemos con menos neuronas y de que sus conexiones neuronales sean cada vez más lentas, siempre estamos a tiempo de entrenarlas, de crear nuevas sinapsis y sacar el máximo partido a las que tenemos.

Hay personas mayores que no olvidan un detalle y jóvenes que recuerdan más bien poco. Conozco gente que con 25 años no está muy segura ni de la fecha de cumpleaños de sus padres. En el otro extremo, mi abuela, por ejemplo, con 99 años, no ha olvidado nunca un cumpleaños de ninguno de sus diez hijos, ocho nueras y yernos, treinta y cuatro nietos y casi veinte bisnietos. ¿Su secreto? Una excelente salud cerebral, pero sobre todo una excelente organización. Mi abuela no se encuentra ajetreada con más tareas de las que es capaz de gestionar, sino que se centra en lo que para ella es una prioridad y utiliza algunos recursos, como una agenda, para organizar su día a día. Gracias a esta es capaz de recordar lo más importante de la jornada que empieza, a la vez que puede mentalizarse cada noche de los principales acontecimientos del día siguiente. En los últimos capítulos de este libro se indican las actividades más recomendables y saludables para su memoria.

Muchas veces he escuchado que solo aprovechamos entre el 30% y el 50% del potencial de nuestro cerebro. Creo recordar que esta creencia surgió a partir de los casos de personas superdotadas o con capacidades extraordinarias, como las autistas, que podían llegar a resolver algoritmos y cálculos complejos que otras no pueden hacer. Eso llevó a pensar que estamos desaprovechando nuestro potencial.

La realidad es que, aunque todos podamos ir desarrollando nuestro cerebro diariamente, este se encuentra bastante bien aprovechado. He conocido solo dos casos de personas con capacidades especiales. En ambos casos se trataba de jóvenes diagnosticados de autismo que tenían talento para el cálculo, pero deficiencias muy severas en las habilidades sociales o la flexibilidad mental. He conocido también niños a los que les habían extirpado medio cerebro y eran capaces de sobrevivir con solo un hemisferio y poseer una inteligencia alta, aunque las funciones cognitivas menos relevantes para la supervivencia habían sido desplazadas del mapa cerebral en beneficio de aquellas funciones más importantes para el individuo humano, como el habla o la capacidad de moverse. Después de haber conocido estos casos y de haber tratado a muchas personas que han sufrido una lesión cerebral y que han realizado rehabilitación bajo mi supervisión durante meses, he constatado dos hechos: en primer lugar, que cualquier pequeña lesión en alguna parte del cerebro puede provocar dificultades intelectuales (casi siempre en la atención y la memoria); y, en segundo lugar, que cuando una parte del cerebro ha quedado dañada es muy difícil que otra realice sus funciones o, al menos, que las desempeñe con la misma rapidez y eficacia.

A pesar de haber trabajado con más de mil pacientes con lesión cerebral, lo cierto es que todavía no he encontrado ninguno cuyo deterioro haya recaído en ese 70% del cerebro supuestamente desaprovechado. Al contrario de lo que establece la creencia popular, el cerebro está muy bien aprovechado y todas sus partes son importantes y necesarias. Aunque la mayoría de acciones que los seres humanos pueden realizar nos parecen muy naturales, como hablar, escribir, caminar con las dos piernas u organizarnos en sociedades, lo cierto es que entrañan una tremenda complejidad. La mayoría de los científicos estamos simplemente fascinados por la cantidad de cosas que somos capaces de hacer, sentir y pensar con apenas un kilo y medio de células dentro de la cabeza.

Ante la idea de que vivir un proceso degenerativo puede provocar un sufrimiento terrible también debemos matizar. De entrada, es verdad que todos estos procesos implican un cierto grado de sufrimiento para quienes los padecen. Las enfermedades que afectan principalmente a las funciones motoras (como el párkinson o algunos tipos de esclerosis) pueden suponer el dolor de ser testigos de cómo el propio deterioro físico nos encierra dentro de un cuerpo que no responde. No obstante, los recientes avances de investigación en los campos de la neurología y la neurocirugía han permitido prolongar la capacidad del cerebro para dirigir el cuerpo durante años, incluso décadas, lo que, combinado con los avances en psiquiatría y farmacología, permite un padecimiento menos doloroso y profundo.

Afortunadamente, en la mayoría de los casos la degeneración cerebral provoca menos aflicción de la que cabría esperar. Esto es cierto sobre todo en aquellos trastornos en los que la degradación comienza atacando cruentamente a la memoria (como en la enfermedad de Alzheimer).

Aunque es lógico pensar que presenciar el deterioro rápido y progresivo de nuestra propia memoria (el olvido de los seres queridos, la desintegración de la identidad) puede ser una fuente de sufrimiento inigualable, la realidad es que las personas con demencia suelen ver atenuado este dolor debido a un síndrome neuropsicológico que aparece en las primeras fases del Alzheimer y de otras demencias, y que se conoce como anosognosia (en griego: «falta de conciencia de la enfermedad»). Cuando la corteza cerebral se ve dañada y la memoria afectada, el paciente no percibe su propia situación de enfermedad o sus olvidos. Este fenómeno se acentúa porque los momentos de lucidez en los que el enfermo se da cuenta de sus dificultades son rápidamente olvidados por el propio déficit de memoria.

Cicerón afirmó que para sufrir hace falta memoria y, hasta cierto punto, sus palabras se pueden aplicar a las personas con anosognosia. Como ya se habrá imaginado, este síndrome evita que el enfermo perciba su propia discapacidad o anticipe su futuro durante gran parte de la dolencia. Por ello, quienes padecen una enfermedad neurodegenerativa, aunque pueden tener períodos de confusión, durante los cuales se sienten perdidos y asustados, así como de depresión, no suelen encontrarse entre los enfermos que más sufren. La mayor parte del dolor suele recaer en los seres queridos que son testigos de este deterioro.

La anosognosia es tan común entre los que padecen Alzheimer, incluso en las primeras fases, que es uno de los síntomas principales en los que neuropsicólogos y neurólogos nos fijamos para realizar el diagnóstico de esta y otras demencias. Quien sufre anosognosia no se preocupa por su memoria ni sospecha tener ninguna enfermedad. Por ello, que usted lleve tiempo preocupado por su memoria reduce las posibilidades de que experimente los primeros síntomas de una terrible dolencia neurodegenerativa.

No es cierto que no se pueda prevenir la demencia. Al contrario de lo que se pensaba hace unos años, hoy sabemos que el deterioro cognitivo puede ser combatido en mayor o menor medida sea cual sea su causa.

Los problemas de memoria derivados de enfermedades asociadas a malos hábitos (hipercolesterolemia, tabaquismo, sedentarismo) podrían evitarse si estos se modificaran. Desgraciadamente, a lo largo de mi vida he detectado más casos evitables que claramente irremediables. Accidentes de tráfico en los que interviene el exceso de velocidad, el consumo de alcohol o la ausencia de casco o cinturón de seguridad son, afortunadamente, cada día menos frecuentes, aunque también una de las principales causas de deterioro de la memoria. En el otro polo de estos trastornos «evitables» se encuentra la enfermedad cerebrovascular, que es cada día más frecuente y afecta a personas de cualquier edad, especialmente a los mayores de 45 años. En estos casos el sobrepeso, el consumo excesivo de grasas, la vida sedentaria pero sobre todo el tabaquismo y el estrés son los sospechosos que más habitualmente encuentro en las historias clínicas.

Mucha gente piensa que poco o nada se puede hacer en el caso de las enfermedades hereditarias que afectan a la memoria. Si bien es cierto que en la actualidad no podemos modificar nuestra genética, también es verdad que la expresión de los rasgos físicos, el carácter o las propias enfermedades están determinados tanto por los genes como por los estímulos físicos, sensoriales, intelectuales y afectivos que se reciben. Hoy en día sabemos que una buena alimentación puede dar más altura a quien ya tiene una predisposición genética para ello o evitar el sobrepeso a quien tiene tendencia genética a engordar. En el caso de las enfermedades neurológicas, esto tiene una doble implicación. Por un lado, en los casos en que la genética determina una tendencia a la arteriosclerosis, la hipercolesterolemia o la diabetes, los buenos hábitos como la alimentación saludable, el ejercicio regular o la reducción del estrés pueden ser muy efectivos en la prevención de un accidente cerebrovascular.

En el caso de otras enfermedades y trastornos en los que la genética tiene un mayor peso en la degeneración cerebral (la enfermedad de Alzheimer o la de Parkinson), se sabe que existen factores que protegen el cerebro retrasando la aparición de dichas dolencias. Hoy en día somos incapaces de decir quién va a tener Alzheimer o no basándonos únicamente en sus genes, y esto es debido a que hay factores ambientales y conductuales que parecen influir en la aparición o no de la enfermedad. Estos factores parecen modificar la expresión de la enfermedad, que puede aparecer más tarde y su curso puede ser más suave y lento, prolongando así la vida sana de la persona y retrasando la necesidad de asistencia de un cuidador. En algunos casos, este retraso puede suponer que no se llegue a desarrollar la enfermedad porque quien la padece fallezca antes por otra causa. Aunque las investigaciones en este ámbito progresan a gran velocidad, aún no conocemos con exactitud el papel que llevan a cabo estos factores hasta el punto de poder saber si pueden inhibir definitivamente la enfermedad. Es por ello que, aunque sepamos que hay factores que pueden ralentizar el curso de algunos trastornos, a día de hoy no se puede hablar de una auténtica «prevención» en el caso de enfermedades como el Alzheimer.

Si bien es cierto que actualmente no existen fármacos capaces de curar el Alzheimer, lo cierto es que existen algunos que ralentizan su desarrollo durante unos meses e incluso hasta un par de años. Este efecto es mayor cuanto más precoz es la detección de la enfermedad y la administración del fármaco. Esta es una de las razones por las que un diagnóstico prematuro es tan importante. Esta aclaración me parece necesaria porque a muchos les puede parecer que una ralentización de la enfermedad no supone un beneficio suficientemente rentable para el enfermo. Sin embargo, le pido que se plantee esto: ¿no le merecería la pena tomar una pastilla diariamente a cambio de disfrutar y recordar unos meses más a sus hijos y nietos? ¿No es preferible vivir un año más en su domicilio y retrasar su ingreso en una residencia? Desde mi punto de vista, los fármacos existentes, aunque no consigan frenar definitivamente la enfermedad, son una ayuda inestimable para pacientes, familiares y cuidadores.

Además de los fármacos que retrasan el deterioro en el Alzheimer, se están desarrollando investigaciones que pretenden lograr su prevención. Hay varias líneas de investigación que buscan una «vacuna» contra la enfermedad, aunque todavía estamos lejos de conseguir un fármaco eficaz en este sentido. Algunos de los estudios más prometedores intentan prevenir la aparición de placas amiloides y proteína tau, y están teniendo un éxito moderado en animales. Otros han reparado en que quienes han estado bajo tratamiento con antiinflamatorios comunes de manera prolongada, como ocurre en el caso de las personas con artritis reumatoide, pueden tener una mayor resistencia a sufrir Alzheimer. Esto ha llevado recientemente a abrir otra línea de investigación prometedora, centrada en prevenir la inflamación asociada a la aparición de estas placas. Según los investigadores, la aparición de las placas promueve una reacción inflamatoria en el cerebro que es, al menos en parte, responsable de la degeneración cerebral asociada al Alzheimer. Sin embargo, tanto las vacunas específicas como el uso preventivo de los antiinflamatorios son líneas de indagación relativamente jóvenes y sin evidencias que avalen su uso.

La neurociencia y la genética constituyen, actualmente, dos de los desafíos más apasionantes de la ciencia que tienen como objeto de estudio la enfermedad de Alzheimer. Seguramente por ello y por su incalculable repercusión para el futuro de la cada vez más anciana humanidad, gobiernos, universidades, fundaciones y empresas farmacéuticas están dedicando todos sus recursos a estas disciplinas con el fin de erradicar la enfermedad. Entre los profesionales que están intentando componer el puzle del Alzheimer se encuentran algunos de los mejores investigadores y equipos de trabajo del mundo. El despliegue y los esfuerzos dedicados a este fin son francamente extraordinarios. Algunos de sus principales científicos aseguran que en pocos años habrá un remedio en forma de vacuna. Otros apuestan por un fármaco que ralentice tanto el desarrollo de la enfermedad que apenas se note su progresión. Todos coinciden en que el tratamiento eficaz deberá empezar en una fase muy temprana, años o incluso décadas antes de que la enfermedad haya causado daños irreversibles, y que tendrá que acompañarse por un estilo de vida saludable para el cerebro.

SEGUNDA PARTE

EL CEREBRO, LA MEMORIA

Y SUS ENFERMEDADES

Esta segunda parte del libro expondrá algunas nociones básicas acerca del funcionamiento de la memoria y del cerebro que permitirán responder a las dos principales cuestiones acerca del deterioro neuronal: «¿Cómo puedo saber si tengo una enfermedad neurodegenerativa?» y «¿Cómo puedo ejercitar y mantener joven mi memoria?». Mediante la comprensión de las bases del funcionamiento neurológico de la memoria, el lector podrá, por un lado, entender los mecanismos automáticos del cerebro, conocer los diferentes tipos de fallos de memoria existentes y detectar sus propias dificultades mnemónicas. Y por otro, le permitirá tomar el control de estos dispositivos mediante las actividades más adecuadas para conseguir una buena salud cerebral a cualquier edad.

A través del conocimiento de que existe una gran cantidad de factores, situaciones vitales, estados emocionales, trastornos y enfermedades que pueden provocar problemas de memoria, podrá también poner en perspectiva sus dificultades y combatir la imaginación catastrofista que lo aboca al miedo a sufrir Alzheimer u otras enfermedades neurodegenerativas. En consecuencia, es muy posible que el lector encuentre en esta segunda sección algunas buenas explicaciones acerca de sus problemas de memoria. Muy probablemente algunas de estas serán menos terribles de lo que inicialmente se imaginaba y le ayudarán a sentirse más tranquilo y a buscar respuestas desde la curiosidad, superando así la angustia que le paraliza y le impide preguntar por miedo a obtener la respuesta temida.

Mediante la comprensión de sus propios fallos de memoria y de sus distintas causas, el lector podrá discernir entre aquellos problemas que son síntomas de una enfermedad cerebral y los que son solo efectos naturales de la edad. A partir de esta aclaración, cada uno podrá decidir si debe acudir a un especialista.

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¿CÓMO FUNCIONA LA MEMORIA?

La memoria es una de las funciones cerebrales más complejas y todavía hoy no entendemos completamente todos los mecanismos y procesos que intervienen en su funcionamiento. A pesar de ello, actualmente existen conocimientos abundantes que ayudan a comprender cómo funciona y por qué puede llegar a fallar. Para introducir este complejo sistema cognitivo podemos comenzar considerando cinco principios básicos del funcionamiento memorístico.

En primer lugar debemos tener claro que la memoria no es una función que se desarrolla de manera automática, como por ejemplo respirar, sino que es un proceso voluntario. Para recordar, se activa una serie de mecanismos que la memoria controla y dirige y que nos permiten aprender y recordar a voluntad. De hecho, todos los días seleccionamos lo que queremos y lo que no queremos almacenar. Por ejemplo, elegimos acordarnos del nombre de nuestra calle, pero en cambio no almacenamos el del restaurante en el que celebramos los 28 años de casados. Cuando se elige voluntariamente qué se quiere almacenar en la memoria, se hace un esfuerzo más o menos consciente para recordar lo que se cree que puede ser importante para la propia vida en un futuro.

En segundo lugar debemos ser conscientes de que la memoria no es una función sencilla, sino que está compuesta por varias acciones a las que llamamos procesos.

El primer proceso se basa en el principio según el cual aquello a lo que no se presta atención