Mi Amigo Imaginario - Francisco Vega - E-Book

Mi Amigo Imaginario E-Book

Francisco Vega

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Beschreibung

Una gran mayoría de niños acostumbra a tener amigos imaginarios. De hecho, puede que tú hayas tenido uno en tu infancia. Pero ¿qué pasa cuando ya empiezas a convertirte en un adolescente y sigues viendo a tu amigo imaginario? Una pregunta difícil de responder. Es el caso de Luis Andrade, un joven de doce años, el cual tiene un fiel amigo llamado: Óscar. Todas las personas que conocen a Luis, dicen que Óscar no existe, que es producto de su imaginación, pero Luis no cree en esos comentarios, él sabe que Óscar existe, y es su fiel compañero, que lo acompaña en todas sus aventuras. Juntos lograrán cosas increíbles y demostrarán lo difícil y divertida que puede llegar a ser la vida de un adolescente que está dejando atrás la niñez.

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Francisco Vega

Mi amigo

Imaginario

Mi amigo imaginario

Primera edición: Julio 2021

©De esta edición, Luna Nueva Ediciones. S.L

© Del texto 2020, Francisco Vega

©Edición: Genessis García

©Maquetación: Gabriel Solorzano

©Diseño de portada: Hernan Palacios

©Maquetación y creación epub: Gabriela Solorzano

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Todos los derechos reservados.

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra,

el almacenamiento o transmisión por medios electrónicos o mecánicos,

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del autor o del sello editorial Luna Nueva S.L

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en el ámbito de las ideas y el conocimiento,

promueve la libre expresión y favorece una cultura libre.

[email protected]

www.edicioneslunanueva.com

Luna Nueva Ediciones.

Guayas, Durán MZ G2 SL.13

ISBN: 978-9932-8856-2-6

ISBN digital: 978-9932-8856-0-2

¿Estoy loco?

Estoy sentado con Óscar a mi lado. El solo se dedica a sonreír mientras mira al exterior. Estamos en ese consultorio del psicólogo Meneses. El quinto psicólogo que voy a visitar en tres meses. Vaya suerte. A este paso terminaré siendo tratado por todos los especialistas de Ibarra o terminaré internado en un centro psiquiátrico…espero que nunca pase eso. Mi mama (Cristina) dice que sería incapaz de mandarme a un lugar así. Pero siempre tengo miedo, esos lugares me causan escalofríos solo de pensar. Hace un rato estaba mirando, unas cuantas revistas. De esas que siempre ponen en la sala de espera. Óscar solo se ha dedicado a estar sentado, no hace nada. Bueno tampoco puede hacer algo realmente. Se supone que mi mamá me trae a estos lugares por la culpa de Óscar. Pero no importa él es mi gran amigo. Mi madre está adentro de esa habitación con el psicólogo, están hablando de mí. No quieren que escuche la conversación que están teniendo. Aunque supongo que luego me harán pasar. Bueno el lado positivo del consultorio del señor Meneses, es que casi no hay gente esperando. Mi madre había tomado un turno para este día, y cuando llegamos no tuvimos que esperar. En otros consultorios tuvimos que esperar siglos a pesar de que teníamos turno.

Mientras estoy sumido en mis pensamientos. Óscar me agarra de la camiseta y me hace señas para que vea por la ventana.

—Mira, ves a ese hombre de traje que va ahí —apunta a un hombre que está caminando en la calle, con un elegante traje azul. Lleva lo que creo que es un vaso de café en su mano—.Vaya si es una desgracia lo que le va a pasar en exactamente menos de quince segundos —dice mientras hace como si estuviera viendo un reloj, pero no tiene uno.

Miro atento, el hombre se queda un rato esperando a que pueda cruzar la calle, una vez que lo hace se tropieza con la vereda. Y cae de frente, precisamente ese vaso lleva café, el cual se derrama por la caída, el hombre apenas tiene tiempo de poner sus brazos para amortiguar la caída. El color negro de su café se hace notable en todo ese terno azul. Pobre hombre.

—¿Como demonios haces eso?, ¿Como sabias que le iba a pasar eso? —Preguntó asombrado, Óscar ya me ha demostrado varias veces eso que yo llamo superpoderes, sin embargo, no me deja de sorprender. El solo ríe.

—Ya te lo he dicho, simplemente lo sé —siempre me molesta que me de esa respuesta. Pero ya que, nunca sabré realmente como lo hace.

—¿Qué hay del colegio Luis?, sé que tienes deberes de matemáticas, ¿ya los has hecho? —Pregunta Óscar.

Yo simplemente niego con mi cabeza. Es ilógica la pregunta que hace. Óscar pasa conmigo casi las veinticuatro horas del día, él sabe muy bien que no he hecho ni una sola tarea. Así mismo sabe bien cómo me está yendo en el colegio. Pero pregunta de todas formas.

—Tú lo sabes muy bien. ¿Como puedes preguntarme algo, cuando ya conoces la respuesta?

Él simplemente niega con su cabeza.

—Nada más preguntó hombre. ¿No puedes ser más amigable?

—Como digas —le respondo sin mucho interés.

De vez en cuando se escuchan las voces de mi madre y el psicólogo Meneses, —¿Que estarán conversando?— me pregunto. Creo que me imagino su conversación. Están hablando de cómo a mis trece años tengo un amigo imaginario que se llama Óscar. Ellos lo ven así, pero yo no, sé que Óscar existe, o sino como podría explicarse el hecho de que estoy conversando con él ahora mismo. Lo miro, su cuerpo delgado y grande, es muy joven, tiene los ojos oscuros y pelo lacio muy corto. Él en realidad existe, yo lo sé, solo que los demás no lo pueden ver.

—Óscar —le digo, él regresa la mirada— ¿Crees que estoy loco?

Él simplemente niega con su cabeza, sonríe y dice.

—No, no estás loco. De hecho, estas más cuerdo que cualquier persona que está en este lugar.

Solo suspiro, en algún momento llegué a preguntarle a Óscar, si él es real. Él me respondió que, si yo lo podía ver, como no podría serlo. Estoy de acuerdo con él.

—¿Quieres que se acaban las visitas al psicólogo, Luis? —pregunta Óscar.

—Obvio que sí, sería como ganarme la lotería.

—Pues lograr eso, no es cosa peliaguda —muestra su gran sonrisa—. Es muy fácil, más de lo que piensas —apunta la puerta de la habitación en la que está mi madre y el psicólogo.

—Cuando te llamen, yo te ayudaré.

No sé qué trama, pero acepto su propuesta. Al fin y al cabo, haría cualquier cosa para que mi madre deje de traerme a estos lugares. Bueno no solo está eso, también quisiera que la gente que me rodea me deje de tratar como un loco o estúpido.

Justo cuando estoy charlando con Óscar sale mi madre de la habitación, el psicólogo Meneses está atrás suyo observándome.

—Luis, ven, entra —dice mi mamá.

Yo me pongo de pie y me dirijo, a donde ellos están, veo que Óscar también se ha puesto de pie y va atrás mío. Siempre lo hace, casi siempre está a mi lado, debes en cuando suele desaparecer, pero no tarda mucho en regresar.

El psicólogo me saluda con una sonrisa, yo le devuelvo el saludo. Entro a un cuarto, hay una pequeña mesa de oficina y unas pocas sillas. Así mismo veo una enorme estantería con libros. Un pequeño sofá de esos que casi siempre tienen los psicólogos. Tomó asiento junto con mi madre, Óscar se queda de pie a un lado.

—He estado conversando con tu madre, sin duda alguna eres un muchacho espectacular Luis, me encantaría conocerte, dime, ¿cuántos años tienes? —Pregunta el psicólogo Meneses.

Probablemente mi mamá ya se lo dijo todo, pero quiere hablar conmigo. Le respondo.

—Tengo doce, pero en siete días cumplo trece.

El psicólogo muestra una falsa sonrisa, no va a ganarse mi confianza haciendo ese tipo de acciones ridículas.

—Vaya sí que eres un chico muy alto para tu edad —dice el psicólogo, sin dejar de mostrar la sonrisa.

No soy alto, o bueno eso creo, en mi escuela tengo una estatura del promedio de los estudiantes. Al ver que no hablo, decide seguir.

—He estado hablando con Cristina, y me ha comentado que tienes un amigo…que se llama Óscar, cuéntame de él. ¿Como es?

Ya me imaginaba que íbamos a llegar a ese tema, regreso a ver a Óscar, buscando ayuda. El solo levanta los pulgares, dándome apoyo, pero no dice nada. Así que le respondo con mis propias palabras:

—Pues Óscar tiene un cabello muy oscuro al igual que sus ojos, es alto pero delgado. Es joven —Óscar siempre había sido joven, nunca ha cambiado el aspecto.

—Muy bien, y ¿desde cuándo lo conoces?

Me pongo a pensar, no lo sé realmente. Se podría decir que lo conozco toda la vida. Pero no lo podría asegurar, al fin y al cabo, no recuerdo mucho de cuando yo era pequeño. Puedo confirmar que cuando empecé a ir a la escuela, ya conocía a

Óscar. Ya que el me ayudó a soltarme de mi madre y entrar a ese lugar desconocido sin hacer berrinche.

—No creo que lo hayas olvidado Luis, nos conocemos desde que tú tenías cinco años. Acaso ¿no lo recuerdas? —Dice, Óscar a mi lado.

—Desde que tengo cinco años —le respondo al psicólogo.

—Ya veo, y ¿cómo lo conociste?

Respondo de inmediato y con nada más que la verdad.

—No lo sé.

El psicólogo no dice nada, pero se queda mirándome. Hasta que después de unos cuantos segundos decide decir algo.

—Está bien Luis, solo quería preguntarte eso, será todo por hoy —vuelve a abrir la puerta.

—Déjame hablar con tu madre unas pocas cosas más, y luego finalmente te podrás ir a casa.

No le digo nada, simplemente me pongo de pie, y salgo de ese cuarto, me quedo afuera esperando. Veo como conversa con mi madre, hasta que finalmente se despiden.

Mi padrastro

Volvemos a casa, mi madre no dice algo al respecto a la visita al psicólogo, solo me felicita. Mi madre está conduciendo mientras me pregunta algunas cosas del colegio, yo respondo como siempre. Óscar va en los asientos de atrás. Lo veo y me pregunto: ¿cómo pudo subirse si ni siquiera abrimos las puertas traseras y no lo vi meterse por delante?, uno de los cuantos misterios de Óscar. Me gustaría preguntarle como lo hace ahora mismo, pero mi madre se sentiría mal al ver que no están sirviendo las visitas al psicólogo. Es extraño yo veo a Óscar, de hecho, he llegado a tocar sus brazos, su cabello, él es real. Pero sin embargo las demás personas no lo ven ni lo escuchan, ni lo sienten. Cuando hablo con él, todos me miran extraño, me dicen que estoy loco por hablar solo. Si tan solo vieran a Óscar o lo escucharan, sería diferente.

Pasamos por varias casas. Hasta llegar a la nuestra. Creo que me tomare este día para descansar. Mañana haré mis tareas. Hoy es sábado así que no hay problema con que deje mis trabajos para mañana.

Nos bajamos del auto. Miro mi pequeña casa de color naranja. Es muy bonita. Algo estrecha, pero está bien.

Entramos, escucho el sonido de un programa de televisión. Enrique se quedó en casa, él es mi padrastro. Entro a la sala, y lo veo sentado en el sofá viendo uno de esos programas de personas con talento. Lo saludó, mi amistad con él es muy buena no tenemos problemas. Enrique es buena persona me trata muy bien, y me atrevería a decir que él es mi verdadero padre. El hombre que me dio la vida, está muerto. La historia de mi verdadero padre es extraña. Cuando nací solo estuvo mi madre para mí, yo crecí solo con ella toda la infancia. Nunca me molestó el hecho de que no tenía padre, mi mamá me mintió de pequeño diciéndome que solo éramos ella y yo. Hasta que empecé a ir la escuela. Veía a todos los niños, con sus padres. Se lo pregunté a mi mamá.

Le pregunté por mi papá, ella siempre me ignoraba o me decía que era mejor que no lo supiera. Cuando crecí un poco más peleaba constantemente con mi madre, porque no me decía nada al respecto de mi papá. No sabía nada de él, no sabía cómo era, ni cómo se llamaba. De hecho, en la actualidad no sé nada de mi padre, ni siquiera cómo se llama, ni cómo era físicamente. Una vez mi tío me indicó una foto de mi padre, pero era muy borrosa, solo vi a un hombre con una enorme barba.

Cuando mi madre empezó a salir con Enrique me molesté mucho, de hecho, llegué a odiar a Enrique, sin razón alguna. Un día mientras había peleado con mi madre. Ella había llorado, me sentí tan mal. Se encerró en su cuarto y me dejó a mí solo en la sala de la casa. Ese día mi tío Gustavo que nos había ido a visitar observo todo. Pensé que me regañaría por hacer llorar a mi madre, pero me terminó diciendo algo que hubiera sido mejor no saberlo. Me contó acerca de mi padre. Me dijo que mi padre había sido llevado a la cárcel antes de que yo naciera, cuando estaba todavía en la barriga de mi madre. Según mi tío Gustavo. Mi papá era una mala persona, que se metió en varios delitos. Lo encerraron por años, tiempo después cuando yo todavía tenía dos años, fue asesinado en la cárcel.

Escuchar esto cuando todavía era un niño, fue como una abofeteada muy fuerte, sin embargo, mi tío hizo lo correcto si

no me lo decía yo hubiera seguido con la cantaleta. Recuerdo muy bien las palabras de mi tío Gustavo.

—Mira muchacho, te estoy diciendo la verdad. Tu padre nunca me cayó bien, lamentablemente sus malas acciones acabaron con su vida. Te doy un consejo, no te portes mal con Enrique, es un buen hombre, él será tu verdadero padre. Así mismo deja de portarte mal con tu madre, ella te ocultó todo por tu bien, y por qué tu padre no merece ser recordado —fue muy duro con sus palabras para un niño de nueve años, pero estuvo bien. Al menos desde entonces dejé de preguntar acerca de mi verdadero padre.

Enrique me cae muy bien, es de los pocos que no me tratan como si estuviera mal de la cabeza o como si yo fuera una persona delicada.

—¿Como te fue campeón? —me pregunta al llegar.

—Bien, afortunadamente bien —respondo sonriendo.

Decido subir a mi cuarto. De vez en cuando suelo pasar tiempo con Enrique, pero esta vez prefiero encerrarme en mi habitación. Creo que voy a jugar un rato con mi consola de videojuegos. Llegó a mi metódica habitación. No es por presumir, pero soy muy ordenado. Mi cama está bien tendida. Los pocos libros que tengo están acomodados. Mis dos consolas están en orden, y sus cables ni se notan. El piso, las paredes, todo es muy pulcro. Mientras me siento en esa pequeña silla de oficina que tengo en mi cuarto. Había querido una de esas famosas sillas ¨gamer¨ por mi cumpleaños, pero eran muy caras, así que mi madre me terminó dando una de estas, y está bien, es muy cómoda. Mientras prendo la consola. Me llega una llamada de Raúl, mi mejor amigo del colegio. Contesto la llamada y al instante escucho su voz chillona.

—Luis, mañana tengo que ayudar a mi madre a repartir el pan, ¿quieres acompañarme? Puede que, a lo mejor, después de eso hagamos algo.

Raúl es un chico bajo de estatura algo pasado de peso. Tie

ne el pelo rubio y pecas por toda su cara. Es muy gracioso. Sus padres tienen una panadería. Suelen repartir el pan por todas las tiendas de la ciudad, de lunes a viernes se encarga un empleado de ellos, pero sábado y domingo lo hace el mismísimo Raúl. El cual no tiene problema en hacerlo con su bicicleta. Algunas veces lo he acompañado. Me agrada acompañarlo, es divertido salir en bicicleta y ayudarle con su trabajo. Lo único malo es que Raúl tiene que repartir el pan desde las seis y media de la mañana. Hay que madrugar para hacerlo. Pero no me importa me caerá bien hacer algo mañana.

—Cuenta conmigo —le contestó.

—Ya, te espero en mi casa a las seis y veinte, ya sabes, si llegas tarde tendrás que alcanzarme.

Le digo que ya lo sé y que no llegaré tarde. Dicho esto, termina la llamada. Al instante Óscar aparece a lado mío y me pregunta

—¿Mañana irás a ayudar a Raúl? —no le respondo. Solo asiento con la cabeza— En ese caso te sugiero que te pongas a hacer tus tareas ahora mismo, mañana no tendrás tiempo.

—Mañana podría hacerlas en la tarde... —me detengo a asimilar la situación. Se que no tendré tiempo y si es que lo tengo puede que me gane la pereza— Esta bien las haré hoy mismo.

—Así se habla jovencito —dice Óscar.

—Hablas como mi madre —le digo, él solo ríe.

Hago todas mis tareas, las termino casi a las nueve de la noche. Finalmente es hora de irme a dormir, mañana tendré que levantarme muy temprano. Me pongo mi pijama, me cepillo los dientes, y me acuesto. Óscar se despide de mí y se marcha. En las noches siempre suele irse, no sé a dónde. Nunca se lo he preguntado. Solo me despido y duermo.

El pan de cada día

Me levanto por la alarma de mi celular. Son las seis en punto. Me ducho, me visto y decido salir.

No veo a Óscar por ningún lado, ya aparecerá, así es el. De un momento a otro suele aparecer de la nada.

Hago todo al apuro, quiero ir rápido, ya desayunaré algo en la panadería de Raúl. Ayer le dije a mamá que iba a salir, ella no tuvo problema. Bajo las gradas, me encuentro con Enrique, está todavía despeinado y en pijama. Se acaba de levantar, está rebuscando comida en la cocina. Al verme me saluda.

—Buenos días Luis, ayer Cristina me dijo que te irías a acompañar, a Raúl a repartir el pan.

—Así es, ahora mismo estoy por irme —le respondo.

—¿No vas a desayunar?

—No, pero llevo un poco de monedas, a lo mejor compro un pan o algo.

Él sonríe.

—Ya veo —saca un billete de cinco dólares y me lo entrega—, toma, para que desayunes algo o te lo gastes en golosinas.

Le doy las gracias, y me despido de él.

—Que te vaya bien Luis, procura comportarte bien con los padres de Raúl mándales saludos de mi parte —me dice antes de marcharme. Yo le aseguro que así será. Salgo al patio de mi casa. Al instante, siento frío, vaya mañana más helada. A pesar de que llevo una enorme chaqueta, siento escalofríos. Sacó mi bicicleta, salgo de mi casa y empiezo a pedalear rumbo a la panadería de Raúl.

Algunas personas ya están circulando a pesar de que es domingo, varios carros pasan por las calles. Unas cuantas personas ya recorren la ciudad. No me cuesta mucho llegar a la panadería, no está tan lejos. Cuando llego no veo a Raúl, ni su bici, por un momento pienso que llegué tarde. Reviso la hora y veo que todavía son las seis y veinte. De seguro todavía está dentro.

Dejó mi bici afuera de la panadería. La dejo en un lugar en donde la pueda ver desde adentro del local. No pasan muchos ladrones por esta calle, pero tampoco debo confiarme. No quisiera que al salir no encuentre mi bicicleta que tengo hace años. Entro a la pequeña panadería, el aroma delicioso del pan me envuelve de inmediato. Veo que el padre de Raúl, está al fondo, en el horno, haciendo pan. Su madre está sentada en el mostrador, poniendo unos cuantos panes en una canasta. Los dos notan mi presencia y me saludan. Yo les devuelvo el saludo y me acero a la madre de Raúl.

—Buenos días, señora Rodríguez, venía a ver a Raúl, voy a ayudarlo a repartir el pan.

Ella sonríe al verme. Es muy amistosa, me agrada.

—Buenos días Luis, un gusto verte —señala hacia las gradas de la panadería, que llevan al segundo piso—. Raúl todavía está alistándose. Espéralo un rato por favor.

Así lo hago, me siento en una pequeña silla de madera. Pienso pedirle a la madre de Raúl un pan, pero veo que hay algo mejor: esos pasteles de chocolate, son una verdadera delicia. No cuestan mucho, así que le pido uno con una botella pequeña de yogur. Mientras como el exquisito postre, veo que Raúl aparece, bajando las gradas. Me saluda. Se acerca hacia mí.

—Vaya sí que eres puntual Luis —saca su celular y mira la hora—. Sera mejor que nos vayamos ahora mismo —se da cuenta que estoy comiendo, y el pastel todavía está a medias—. Me adelantaré, alcánzame ya conoces la ruta.

Le aseguro que así será. El agarra esa canasta llena de panes. Sale de la panadería, sacando su bicicleta. Veo como acomoda la canasta y comienza a pedalear. Me apuro en terminar el pedazo de pastel. Me pregunto donde esta Óscar. Bueno, ya aparecerá. Termino mi desayuno, si mi madre viera lo que comí me regañaría, pero qué más da.

Me despido de los padres de Raúl y salgo en mi bicicleta. No me cuesta mucho alcanzar a Raúl, no solemos ir muy rápido. Una vez lo alcanzo, empezamos a charlar. Raúl me pregunta si ya hice mis tareas, yo le digo que sí. El admite que todavía no ha hecho nada. Raúl y yo vamos al mismo colegio y estamos en el mismo curso. Lo conocí hace cuatro años cuando estábamos en la escuela, desde entonces nos hicimos buenos amigos. A Raúl no le va muy bien en el colegio, suele sacar malas notas. De vez en cuando lo ayudo. En mi caso las notas siempre son sobresalientes. Debo admitirlo que de vez en cuando me ha ayudado Óscar en algunas pruebas. Sin embargo, se me da bien aprender cosas.

Llegamos a una pequeña tienda, Raúl hace lo suyo, entrega un poco del pan de la canasta, y cobra el dinero. Hecho esto seguimos tienda por tienda, también entrega en algunas casas, pero son mínimas. Algunos ratos yo cargo la canasta para ayudarlo, no es muy pesada, pero después de unos cuantos minutos cansa.

Al fin terminamos el trabajo, después de casi tres horas. Raúl está sudando por montones. Esta muy cansado, nos quedamos un rato parados en una calle. Hasta que Raúl se reponga. Yo no estoy tan cansado, debo admitir que tanto pedalear me ha hecho sudar. Pero estoy con mucha energía, al fin y al cabo, la ruta por la que vamos no tiene pendientes. Raúl tiene sus mejillas rojas, es un poco gracioso verlo así, le da un aspecto caricaturesco.

—Sera mejor que tome algo. Estoy deshidratado —dice Raúl, con respiración entrecortada

—¿Crees que ya abrieron el centro comercial? Podríamos ir a jugar a esa sala de juegos.

Miro la hora, nueve de la mañana, puede que ya hayan abierto el centro comercial.

—Creo que ya lo debieron de abrir —le respondo.

—No se diga más —a pesar de que parece que está muy cansando. Se sube a su bicicleta rápidamente y pedalea a toda velocidad—. ¡El que llega ultimo paga los juegos! —Grita.

Me sorprendo al ver como se aleja como si no estuviera cansando, cuando parecía que le iba a dar un infarto, me subo rápido a mi bicicleta, y lo sigo. Si mi madre nos viera le daría algo, nos regañaría por ir rápido por las calles.

Parece que Raúl, no puede seguir pedaleando rápido por el cansancio, lo rebaso tan rápido que se asusta al ver como paso por su lado.

—¡Espero que tengas dinero! —Le grito mientras lo dejo atrás, él dice algo, pero no lo escucho, solo sigo.

Cuando finalmente llego al centro comercial, veo que ya hay varios carros entrando en el parqueadero. Algunas tiendas todavía están abriendo, pero una mayoría ya están atendiendo. Raúl llega después de un buen rato.

—Tienes suerte de que estaba cansado —me dice, yo me rio.

Entramos al parqueadero y dejamos las bicicletas. Tengo miedo de que se las vayan a llevar. No estoy seguro de si es seguro dejar mi bicicleta aquí. Le pregunto a Raúl, si es buena idea dejarlas sin seguro. Él se queda un rato viendo el lugar finalmente dice:

—No creo que se las vayan a llevar.

Raúl luce convencido y no necesita decir algo más para estar seguro. Yo no me dejo llevar tan fácil, pero como por arte de magia, aparece Óscar, me saluda. Raúl está en la entrada, se voltea y me dice:

—¿No piensas entrar? Vamos Luis, no les pasará nada, solo iremos un rato.

Pienso acercarme a Óscar, veo que Raúl me mira raro.

—Entra con tu amigo, diviértete yo cuidaré las bicis —dice Óscar, haciéndome señas para que vaya detrás de Raúl.

—Gracias —le digo, mientras me doy la vuelta.