Mi cabeza está en otra parte - Damaris Calderón - E-Book

Mi cabeza está en otra parte E-Book

Damaris Calderón

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Mi cabeza está en otra parte reúne una selección de todos los libros publicados por Damaris Calderón en Chile. El título de esta antología corresponde al título de uno de los poemas de Sílabas (2000). El compromiso con la escritura por parte de Damaris Calderón no es otra cosa que la persistencia de sondear en el abismo; una especie de activismo del que no se hace alarde, pero del que se extrae toda la luz que puede caber en el poema para entregarla al que quiera ver, al que quiera oír. No la obstinación por el texto, sino una energía que quiere atravesar el aire como el canto de los pájaros, ese canto capaz de despertar de su letargo el espíritu colectivo: la ética de un oficio.

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Damaris Calderón

Mi cabeza está en otra parte

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Mi cabeza está en otra parte (1997-2015)

Damaris Calderón

Mi cabeza está en otra parte

Damaris Calderón

De esta edición © Alquimia Ediciones, 2017

Colección: Ensayos con la ceniza

Selección: Julieta Marchant y Guido Arroyo

Corrección: Julieta Marchant Dirección De colección: Guido Arroyo González

Diseño de colección: Navaja

Ilustración de portada y diseño editorial: Nicolás Sagredo

N. de la E.: Mi cabeza está en otra parte reúne una selección de todos los libros publicados por Damaris Calderón exclusivamente en Chile, independiente de si han sido catalogados bajo el rótulo de poesía o de narrativa. Las ediciones chilenas, entonces, que consultamos para la confección de este volumen fueron Guijarros (Ril, 1997); Duro de roer (Las Dos Fridas, 1999); Sílabas. Ecce homo (Universitaria, 2000); Parloteo de sombra (Lom, 2009); Los amores del mal (Mago, 2010); El remoto país imposible (Fuga/Las Dos Fridas, 2010); Rayados en el muro (Cuadro de Tiza, 2010); Las pulsaciones de la derrota (Lom, 2013); Porque nos parecemos a las calaveras de Guadalupe Posada (Una Temporada en Isla Negra, 2013); y Yo, la hija de Raquel, estoy temblando (Dos Fridas, 2015). No incluimos Babosas: dejando mi propio rastro (Las Dos Fridas, 1998), que se trata de un libro que trabaja la visualidad, ni las ediciones extranjeras de Con el terror del equilibrista (Matanzas, 1987); Duras aguas del trópico (Matanzas, 1992); Se adivina un país (uneac, 1997); El arte de aprender a despedirse (Aldabón, 2007); La extranjera (Cauce, 2007); El in erno otra vez (Unión, 2010); y la antología La soñante (Efory Atocha, 2015).

El título de la antología corresponde al título de uno de los poemas de Sílabas. Ecce homo, que comienza así: «Literalmente: / fuera del camino. / Como el herido / convaleciente que / no puede ser / llevado en hombros». Se matuvo la ortografía de los originales, aunque se hicieron pequeñas enmiendas en algunos casos.

El abismo está plagado de voces

Hasta hace poco era posible oír a las personas mayores emplear la palabra «abismarse». Más bien acostumbraban a decir que algún otro se había abismado, por tales o cuales circunstancias, pues raramente hablarían con énfasis acerca de sí mismos. Hasta hace poco, «abismarse» –conmoverse, sumergirse en la contemplación o penetrar en los cerrados bosques donde echa sus sombras el dolor– era una palabra común, que nos habría ayudado ahora a exponer de un modo sencillo de dónde sentimos que proviene el poema cuando nos enfrentamos a una página escrita por Damaris Calderón: la poesía ara en el fondo de un abismo, su fruto es el poema.

En los años noventa, Damaris Calderón participó en un encuentro realizado en la Universidad de Chile y también formó parte de un taller itinerante que organizamos una decena de poetas en Santiago y que terminó abruptamente en la tercera sesión, con egos heridos y silencios en el borde del vacío. La anécdota nos permite situar a la poeta en aquel tiempo: había llegado a Chile con tres libros impresos en Cuba y tres premios literarios. De ahí en adelante, publicaría una decena de libros más –acá, en su país y en México– y recibiría diversos reconocimientos en nuestro medio.

En ese entonces, como hasta hoy, la autora re exionaba acerca de los retos del oficio. Escribió un breve ensayo, que leyó en el mencionado encuentro, titulado «Los poetas se mueren de vergüenza». En él de ne la escritura como un soliloquio que se vuelve inaudible ante la sordera de una época. Los poetas, relegados a una posición de marginalidad, encierro o indiferencia, condenados al silencio y privados de una función social, transitan por la ciudad, sofocados por el ruido del ajetreo público, avergonzados, casi sin esperanzas de encontrar aquello que la poesía necesita: ser oída para no enmudecer.

La comprensión de lo que significa ser poeta en un mundo que se ha olvidado de oír, distraído por su propio e incesante murmullo, es la primera pérdida de la inocencia. La segunda es saberse, además de poeta, mujer, con toda la carga simbólica que eso representa en una América Latina nunca completamente descolonizada. «Condenada tantas veces / a ser cuervo», a rmaba la poeta Claribel Alegría. Como en el poema de la nicaragüense, asumirse como escritora representaba la negación del estereotipo de la Venus de Milo, una femineidad mutilada que ignora que con Safo existió la poesía antes de la poesía.

Antes de entrar en la década del 2000, Damaris Calderón recibiría el Premio Revista de Libros por Sílabas. Ecce homo. Era la primera mujer en obtenerlo. Ese reconocimiento vino a a anzar su inclusión en el panorama literario chileno, que había comenzado tempranamente con sus lecturas desde Cuba y que crecería en el encuentro con sus contemporáneos de esta otra isla. En su país se había nutrido de la obra de escritores portentosos: Eliseo Diego, Alejo Carpentier, Cabrera Infante, Lezama Lima, Fina García Marruz, Severo Sarduy, Reinaldo Arenas y Virgilio Piñera. Pero también había entrado en la poesía de Gabriela Mistral; su admiración hacia ella uye con naturalidad en sus conversaciones, así como la asimilación de su poética se deja ver en la pulcritud y severidad de sus textos.

Lectura y experiencia se entretejen en la poesía de Damaris Calderón. Se trata de voces en tránsito, no simplemente viajeras entre destinos geográ cos tan distantes como aquellos que recorre –Cuba, Chile–, sino de voces receptivas en su movimiento a las notas que resuenan en el diálogo intertextual, como puede apreciarse, por ejemplo, en el poema «Sílabas. Ecce homo»: «Hablar del pájaro parlante / parlanchín posado en una rama / cantando (como diría Juan Luis Martínez) / en pajarístico. / Y el hombre es una lápida / un cuarto oscuro, una silla vacía / y una lámpara. / El que se aproxima a la lámpara / puede encontrar una salida / (o la ilusión de una salida). / ¿Hay salida posible hacia fuera / o toda salida es hacia dentro, / hacia el reino de la raíz?».

«No hay adónde ir, sino hacia adentro», a rmaba la escritora inglesa Doris Lessing. Estas palabras también parecen evocadas en este y otros escritos de Calderón, que nunca se cierran sobre sí mismos y que convocan al unísono el logos poético y el logos losó co: ¿hacia dónde ir ataviados únicamente con palabras? Podríamos decir que esa interrogante establece un punto de partida y uno de llegada, los dos cabos de una cuerda que viene trazando la obra aún en desarrollo de esta autora: una literatura que se reescribe sobre símbolos, desplazándolos incesantemente, como una respuesta siempre pendiente a esa pregunta no formulada.

Las reflexiones en torno al lenguaje, al poema y a la escritura aparecen y reaparecen como puntos de fuga en todos sus libros, dejando de mani esto la forma en que opera una conciencia que se aventura por el camino de los cuestionamientos acerca del quehacer poético, puesto que aspira a cierta lucidez desde la autocontemplación: «“Hubo un tiempo en que las palabras y las cosas...”, “Hubo un tiempo en que el hombre y la naturaleza...”. El médico que había en mí tomaba el bisturí y cortaba; el paciente que había en mí se sometía con la docilidad de un guante doblado. Arrojaba el guante a la espera