Mi ignorancia tiene disculpas - Carlos Droguett - E-Book

Mi ignorancia tiene disculpas E-Book

Carlos Droguett

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Beschreibung

Décadas antes de ganar el Premio Nacional de Literatura, Carlos Droguett escribía regularmente en medios de comunicación. El cuestionamiento a la realidad política de los años 40 y a la tradición dolorosa que Chile arrastra desde la Conquista, los cambios sociales que prometía el Frente Popular, el análisis irónico de la situación de otros países latinoamericanos, su mirada crítica sobre los procesos que desencadenaba la Segunda Guerra Mundial e incluso perfiles biográficos de grandes escritores como Henri Bergson, James Joyce y Oscar Wilde, son una aproximación al trabajo que realizó para los diarios La Hora, Extra y La Nación.

Con el particular estilo de Droguett, ácido y persistente, estos relatos biográficos, estas crónicas de opinión política y social, estas biografías e incluso los diálogos paródicos entre un amo y su burro que firmaba con seudónimo, profundizan en los mitos que sostienen la identidad chilena y buscan rescatar, a través de la escritura, personajes y contextos históricos que también influyeron en su mirada sobre el país.

* * *

Carlos Droguett (1912-1996) fue un narrador chileno, Premio Nacional de Literatura en el año 1970. Entre sus libros más reconocidos están  Patas de perro y  Eloy. Su narrativa se caracteriza por el uso del estilo indirecto libre y una prosa muy recursiva, así como por una fuerte presencia de temáticas sociales, sellos que distinguen tanto a sus obras más emblemáticas, como a  El hombre que trasladaba las ciudades y a  El compadre, ambas novelas publicadas en la colección de rescate literario de La Pollera Ediciones.  
 

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Décadas antes de ganar el Premio Nacional de Literatura, Carlos Droguett escribía regularmente en medios de comunicación. El cuestionamiento a la realidad política de los años 40 y a la tradición dolorosa que Chile arrastra desde la Conquista, los cambios sociales que prometía el Frente Popular, el análisis irónico de la situación de otros países latinoamericanos, su mirada crítica sobre los procesos que desencadenaba la Segunda Guerra Mundial e incluso perfiles biográficos de grandes escritores como Henri Bergson, James Joyce y Oscar Wilde, son una aproximación al trabajo que realizó para los diarios La Hora, Extra y La Nación.

Con el particular estilo de Droguett, ácido y persistente, estos relatos biográficos, estas crónicas de opinión política y social, estas biografías e incluso los diálogos paródicos entre un amo y su burro que firmaba con seudónimo, profundizan en los mitos que sostienen la identidad chilena y buscan rescatar, a través de la escritura, personajes y contextos históricos que también influyeron en su mirada sobre el país.

Carlos Droguett

Mi ignorancia tiene disculpas

Crónicas de patria, pobreza y guerra mundial

La Pollera Ediciones

www.lapollera.cl

Índice
Prólogo
Nota editorial
"Los terremotos son nuestros"
Una interpretación de la navidad
Defensa del conventillo
Arriendos y clase media
Consuelo al doctor
La leyenda de Arturo Prat
O’Higgins y los pobres
La patria
Chile y lo sísmico
La esclavitud abolida
Alcance al censo
Patero y yo: Un fiscal don Patricio
Patero y yo: Niños en aceite
Patero y yo: El último lanzamiento
Patero y yo: Precios nutritivos
Sin cerebro
Arturo Prat y un niño chico
"¿En qué parte está el hombre?"
Hitler en Inglaterra
Cien gotas de envidia y doscientas de estupor
Byrd, el frío, el arte, la filosofía
Dos muertes limpias
Bergson
James Joyce
Un testigo en la alborada de Chile
El penado C 33
Pérez Rosales, el proveedor
"¡Eso es de cholos corajudos!"
El ayayai chileno y la cucaracha mexicana
Patero y yo: Una gran dama
Patero y yo: Los faroles, gran reforma política
Patero y yo: Monumento al descamisado
Patero y yo: Solo el aprismo matará al Perú
Patero y yo: Un pintor alimenticio
"Europa se está muriendo"
La guerra fría
Guerra y geografía
A la recherche de la France perdue
La mesa de la conferencia
Los locos en España
La guerra nocturna
Día de los muertos
Azaña y Roosevelt

Prólogo

"El sufrimiento es siempre necesario"

Por Claudia Darrigrandi

En las crónicas, columnas y reseñas biográficas de Carlos Droguett (1912-1996) aparece constantemente el dolor. Un dolor que por momentos pareciera atávico al pueblo de Chile. El dolor es el sustrato cuando el cronista refiere tanto a la historia nacional como para comentar acontecimientos de su tiempo presente. El dolor y el sufrimiento están en los pies, en los libros, en la música, en el pueblo, en el roto pampino, etc. El dolor pareciera ser transversal; está presente en el mapa mundial, hermana pueblos y naciones, pareciera ser que nadie escapa del dolor: Gutenberg, Jesús, la Virgen, Oscar Wilde, Pedro Aguirre Cerda, españoles, mexicanos, chilenos, mujeres, hombres, médicos y enfermos.

La escritura no lo remedia, no despoja del dolor, al contrario, duplica su existencia. De este modo, esta antología es una invitación a leer sus crónicas, columnas y reseñas biográficas a partir de una retórica del sufrimiento, porque “el sufrimiento siempre es necesario”, escribe Droguett en su “Defensa del conventillo”. Aunque remite principalmente al dolor físico, el sociólogo David Le Breton plantea que “el dolor absorbe toda la existencia”. En Droguett pareciera ser una condición ineludible de la existencia, una presencia permanente que, desde otro punto de visa, alimenta la figuración del ritual. La pulsión de la vida ante la muerte, la sobrevivencia a pesar del desangre y la fatalidad se asoman una y otra vez en sus crónicas. Asimismo, pareciera ser que existe un origen de ese dolor que marca la historia y al pueblo chileno. Ese dolor original que Droguett identifica en la Conquista y en la Colonia, lo observa y revive como rito sacrificial en su tiempo presente. Por último, acompaña al dolor y el sufrimiento, la rabia. El espíritu combativo, la interpelación, la escritura visceral y el desagarre, que sucede a las diatribas literarias y políticas, hermana la escritura droguettiana con la de Pablo de Rokha, de quien fuera amigo.

Los textos que reúne esta antología también destacan por ser una interrogación. Un espíritu curioso, que siembra la sospecha en sus lectores y lectoras. Aunque el tono muchas veces es irónico y burlesco, no deja de tener relevancia su cuestionamiento por el ser humano (aunque él dice hombre), por su constitución, por su materia y por su espíritu. Esa reflexión es reiterativa. “¿Qué es la cabeza?”, “¿dónde está el hombre? ¿Está en la mano, está en el pie? ¿Mis riñones soy yo, soy yo mi hígado?”, se pregunta en la crónica “Sin cerebro”. Le inquietan los criterios, los parámetros, en ese sentido, aunque no lo dice, hay también una búsqueda por la verdad, inquietud tan propia entre los intelectuales de mediados de siglo XX: “¿Qué pauta van a considerar para contar a la gente? Si se remiten a la cabeza, ¿cuántos descabezados van a quedar sin que los cuenten?”, se interroga en “Alcance al censo”. Preguntas que también apuntan a mostrar lo que quizás no estamos viendo o percibiendo. Invita, de esta forma, a que lectores y lectoras, nos posicionemos en otro lugar. El cronista interroga también la historia y la cultura chilenas, cuestiona ciertos cánones y paradigmas: “¿La cueca chilena es más nacional que la Canción Nacional de Chile? ¿Expresa más lo popular el rasguear de la guitarra que el redoble de la Canción Nacional?”. Las preguntas también son expresión de anhelos, de resolución: “¿cuándo matará el hombre la guerra? ¿Cuándo querrán ser todos los hombres ateos de la guerra, heréticos del cañón, herejes de la espada?”. Desde otro punto de vista, Droguett también usa la pregunta para advertir: “Si se acaba con los conventillos, ¿dónde se nutrirá nuestra cultura? ¿Dónde beberá sus aguas la novela la chilena? ¿Qué van a hacer –digamos a vía de ejemplo– Joaquín Edwards Bello, Alberto Romero, Sepúlveda Leyton?”. Las crónicas droguettianas invitan a una reflexión profunda a partir de lo que parece obvio o evidente, limitando, por momentos, con lo absurdo. La mayoría de estas preguntas, aunque no sean retóricas, tampoco son resueltas. En otras ocasiones son cadenas de preguntas que, como un efecto dominó, prolongan la duda.

No obstante, desde otro lugar, sus crónicas también son declaraciones de férreas creencias y certezas. Hay una voluntad de insistir en la trascendencia. Los seres humanos tienen cuerpo y alma: “Murió su cuerpo, pero esa misma mañana de aquel mismo día, en aquel mismo lugar, nació ahí, en las tablas de otro barco, en el suelo de madera de otra tierra el alma de Arturo Prat, el alma inmensa, navegante, legendaria de Arturo Prat”. Esa marcada reflexión de Droguett por la composición del ser humano, en su totalidad, por su manifestación material y su expresión espiritual va de la mano de una conciencia de la corporalidad y de la espiritualidad potente. Esas crónicas, columnas y perfiles revelan, por un lado, la complejidad del ser humano; por otro, la influencia de Henri Bergson, Sigmund Freud, Bernard Shaw entre otros intelectuales y científicos. Sus crónicas y columnas nos llevan a preocupaciones de otro tiempo, como lo sería a reflexión sobre la chilenidad. Revelan una fuerte valoración por la tradición; esta debe ser nutrida y cuidada. Y en el mismo sentido, si esta no existe, hay que crearla. Jamás pone en duda la existencia de la nación, por el contrario, alimenta su imaginario: es una nación configurada por sismos, conventillos, íconos patrios, mitos, leyendas y, por supuesto, sufrimiento. Lo popular es lo verdaderamente chileno y nacional, no hay lugar para viejas burguesías ni oligarquías. La patria es omnipresente y un valor supremo. En la década del cuarenta la chilenidad no estaba en la televisión, tampoco en el fútbol y menos en las campañas solidarias. La chilenidad para Droguett circula en libros, música, comidas, hábitats, territorios, héroes. Droguett cree, o quiere creer, que las humanidades y el arte pueden detener el enemigo, pueden detener la guerra. No obstante, también es firme en expresar una y otra vez, que el sufrimiento es atávico a la existencia humana.

Esta voluntad por crear o afirmar tradiciones está ligada a una búsqueda por el origen. En tanto escritura referencial, sus crónicas y/o columnas están enlazadas, o tienen su punto de partida, en un acontecimiento. Una visita de una figura ilustre al país, un conflicto social o político, una noticia nacional o internacional, una muerte, una efeméride. En variadas ocasiones, Droguett no se limita a dar cuenta o reflexionar sobre ese presente; en cambio, prefiere dirigirse al pasado, buscar el origen, crear genealogías. Ese rasgo es notable en la crónica en la que refiere a la ascensión a la presidencia de Pedro Aguirre Cerda, el 24 de diciembre de 1939. Junto con crear el mito del otrora presidente del Frente Popular, Droguett valida ese presente por medio del pasado; mira hacia atrás y al hilar el nacimiento de Cristo con la llegada de Aguirre Cerda a la presidencia instala, además, un tiempo circular, en la que ambas figuras se hacen eco. En cuanto a este enlace de temporalidades, similar es el gesto que hace al establecer una relación entre O’Higgins y la pobreza, insistiendo en la idea que no hay presente sin pasado y que este último no se desvanece. Con desazón señala Droguett que “Chile desde los padres de la patria, se estuvo poniendo viejo sin tradiciones, flaco, triste y estirado” y ante ese vacío insiste en revivir a Prat y a O’Higgins, pero también construye deliberadamente tradiciones nuevas (al menos para esos años) cuando afirma que los sismos son nuestros.

Este libro está organizado en cuatro ejes temáticos que intentan delinear posibles aproximaciones a una serie de textos que publicó en los diarios La Hora, Extra y La Nación. Tanto La Hora como el diario Extra, fueron periódicos de izquierda y representativos de las inquietudes de la clase media o de “la clase del medio”, según se expresa Droguett. La Hora (1935-1951) se fundó con las expectativas de satisfacer a un público lector que no se sentía identificado con periódicos como El Diario Ilustrado, El Mercurio o La Nación. Fue un medio desde el cual se criticó al segundo gobierno de Alessandri y con un espíritu democrático apoyó explícitamente el ascenso del Frente Popular, coalición de partidos de izquierda: “Hemos ganado la primera batalla en busca de una democracia efectiva”, señala un titular del “Suplemento Dominical” de mayo de 1939, que refiere a lo dicho por Aníbal Jara, ex director del diario La Hora.

En La Hora, Droguett publicaba sus crónicas y columnas en la página editorial, bajo sus iniciales o con su firma completa, y en las páginas del suplemento dominical también tuvieron un lugar muchísimos de sus cuentos. El diario Extra (1946-1947), según Hernán del Solar, fue un proyecto de Droguett con Juan de Luigi. Además de publicar la columna “Patero y yo”, Droguett también se hacía cargo de la sección “¿Quién es y cómo es?”, que consistía en pequeñas reseñas biográficas de personajes públicos, generalmente merecedores de su crítica y de escarnio público. Asimismo también era responsable de la sección “Cementerio de elefantes” cuyo foco estaba en figuras pertenecientes al mundo de la literatura. En palabras de Antonio Avaria, Extra fue “creado para apoyar la candidatura de Gabriel González” y agrega que “allí la mordacidad de Droguett tenía libre expresión”. Las crónicas, columnas y reseñas biográficas que reúne este libro fueron publicadas mayoritariamente en la década del 40.

Había comenzado un cambio político importante. Los años cuarenta se iniciaron marcados por la esperanza que supuso para muchos sectores medios de izquierda la llegada del Frente Popular al gobierno. La década anterior había sido políticamente muy inestable, acentuación del conservadurismo, la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo, el ensayo de la República Socialista, entre otros ensayos políticos que fracasaron desde el punto de vista de la gobernabilidad y estabilidad, el regreso de Arturo Alessandri, y la matanza del seguro obrero. Todo lo anterior alimentó una sensación de crisis, violencia y frustración que, con la llegada de los presidentes radicales, fue matizada. Esa esperanza, esa ilusión está en la escritura de Carlos Droguett; de todos modos, esas expectativas no liberan de dolor y sufrimiento señalado anteriormente. En La Nación (1917-2010), un periódico de larga duración, en comparación a La Hora y Extra, el periodista también publicó sus crónicas en la página editorial. Es en esta ocasión en que aparece la escritura autobiográfica de forma más clara y explícita.

Chile, Latinoamérica, perfiles, reseñas biográficas y la guerra articulan las crónicas y columnas publicadas principalmente en la década del cuarenta y a inicio de los sesenta. Escribir sobre Chile en estas crónicas, para Droguett, es escribir de la Patria –entidad omnipresente–, del pueblo que adquiere la imagen de “Cristo paupérrimo” y de la “clase del medio”, que en otras palabras son el “Cristo pobre”. La patria también es Pedro Aguirre Cerda. La patria tiene una historia que el cronista reconstruye, recuerda; también es tremendamente masculina y sus crónicas nutren y diversifican los imaginarios sobre Prat, O’Higgins, Manuel Rodríguez, entre otras figuras menos icónicas, pero que en sus términos son igualmente patrióticas, como Vicente Pérez Rosales. Por momentos, Droguett se ancla en la tradición, es un cronista que no necesariamente abraza los cambios, lo nuevo y mucho menos lo moderno; cuando escribe de Chile, defiende, el conventillo, defiende hábitats y modos de hacer que considera nacionales, que merecen muchas veces quedarse congelados en el tiempo para, entre otras razones, seguir nutriendo la literatura nacional. Escribir de Chile también es tomar un postura política, identificado con la “clase del medio”, Droguett se alinea con las ideas de izquierda, con el Frente Popular y celebra la derrota de la derecha: “¿Cómo podría recetarle la mano derecha de Ud., Doctor, al dolor izquierdo del pueblo?”, dice cuando se refiere al fracaso de Eduardo Cruz-Coke en la consecución de una silla en el Senado el año 1940. Referirse a Chile también es confirmar la posesión de leyendas, mitos y tradiciones, o inventar nuevos. Es en este apartado también se incluyen unas pocas crónicas en las que Droguett habla explícitamente de sí mismo y de su obra; sea desde la infancia o en defensa de uno de sus libros, el cronista se piensa dentro de la historia de Chile, como un actor, y como un constructor de sus imaginarios.

Otro eje temático que organiza esta antología son escrituras que se anclan en la biografía, la obra o anécdotas en torno a figuras públicas relevantes de su tiempo presente y/o del mundo de la cultura. La muerte propulsa escribir de Henri Bergson, a quien admira y refiere en más de una ocasión, y de James Joyce. De ambos, Droguett escribe una semblanza que intenta capturar el tenor de su obra y los matices de su espíritu. Cuando escribe de Eduardo Pöeppig y Vicente Pérez Rosales, refiere más que sus a biografías a una obra en particular. A partir de la reseña de Un testigo en la alborada de Chile, el cronista vuelve a insistir en la importancia de la tradición, enfatiza la chilenidad de Poeppig al mismo tiempo que ofrece una valoración de lo que espera de la literatura: “Este libro sí que es un taller literario, auténtico como la vida misma, porque eso es, reflejo de la vida de un Chile antiguo, vaticinio, doctrina y programa del Chile actual”. En el caso de Recuerdos del pasado, admirado el cronista por los alcances del texto, desmiente las declaraciones del autor para destacar la hibridez o difícil catalogación del libro, cuestión que celebra. Hay un gesto similar en el texto dedicado a Almirante Richard Evelyn Byrd, antes que profundizar en su expedición a la Antártica, el cronista procura en expandir en su figura, ubicándolo en las humanidades. Solo el texto que refiere a Oscar Wilde responde de forma más precisa a lo que sería un perfil o reseña biográfica. Mención aparte merece la crónica en la que escribe sobre la amenaza que significa Hitler para Inglaterra. Como humanista Droguett cree más en el poder de la cultura inglesa que en el avance del líder nazi y es así que su reseña se convierte en una apuesta, en un deseo, como si fuera un amuleto.

Un tercer criterio que organiza la selección de los textos, son los que refieren a Latinoamérica. En este caso, la mayoría de esos escritos provienen de la columna “Patero y yo”, que hace de eco de Platero y yo de Juan Ramón Jiménez, y corresponden a comentarios dialogados, teñidos de sátira, sobre política y actualidad chilena y latinoamericana. La ironía, el humor y el diálogo, son los principales recursos de esta columna que, por momentos, desafía a los lectores y lectoras contemporáneos. El peronismo, el aprismo, la rebelión popular en Bolivia, referenciada través de los faroles en los que fueron colgados el presidente Gualberto Villarroel y otros miembros de su gobierno, son algunos de los temas que “orejitas” y su amo comentan. A su vez, ese diálogo da cuenta de las tensiones entre los comunistas (el amo) y los socialistas (orejitas) que caracterizó, en parte, las crisis del Frente Popular y del aprismo en el Perú. Todos los sucesos comentados en esa columna son noticias en otras secciones del periódico, de este modo, la columna es el espacio en que Carlos Droguett, bajo la firma de Juan Rabón, ensaya la sátira política.

Por último, el libro cierra con una selección de crónicas en torno a la guerra, las tensiones geopolíticas mundiales y la muerte. Estas escrituras dimensionan la guerra, como una fuerza expansiva, como agua torrentosa incontenible que atraviesa tiempos, fronteras y cuerpos: “Siempre ha estado el animal de la guerra filtrando su ser invisible en las distintas tierras, filtrando su gota de agua, su gota crecida de sangre”. Como telón de fondo, sea la guerra civil española, las secuelas de la primera guerra mundial, la segunda guerra mundial u otros enfrentamientos bélicos, la guerra deviene en un recurso con el que Droguett profundiza en su mirada humanista.

Nota editorial

Las crónicas aquí reproducidas fueron transcritas directamente de los diarios Extra, La Hora y La Nación; fueron organizadas temáticamente y dentro de cada uno de estos ejes, se siguió un orden cronológico. En caso de no tener certeza de si la palabra utilizada por el cronista era una errata o una palabra que hoy está en desuso se indicó con un [sic]. Lamentablemente, en algunas crónicas y columnas hubo palabras imposibles de identificar en sus contextos de publicación originales, lo que fue indicado con un [ilegible].

"Los terremotos son nuestros"

Chile en los ojos de Droguett

Una interpretación de la navidad

La Hora, 24 de diciembre de 1939

Buenos son los mitos para que el hombre viva. Ayudan los mitos al hombre a que empuje su vida hasta donde su vida tope. Decir que un hombre ha muerto es decir que un hombre ha terminado. El mito ayuda para que el hombre agote fácilmente el tiempo suyo hasta las últimas gotas pertenecientes. Por eso buenos son los mitos y por eso abundan en la vida del hombre dolorido, y su abundancia enhebra unas con otras las diversas épocas del mundo poblado de dolorosos seres.

La de Jesús es una linda historia, es una triste experiencia del hombre. Jesús era pobre, era triste, y después era soñador largamente. Por su vida pasaron a millares, a cantidades, las pobladas sufrientes del mundo primitivo, crujiendo de sudor y tierra, crujiendo los miserables bajo una cruz grande de sudor, de tierra. Jesús resumió en su pobre cuerpo de tuberculoso todo el dolor de su época, de su clase, y ese dolor, se fue reuniendo resumiéndose en él y Jesús se fue haciéndolo doloroso. Él –como todos los espíritus enormes de cada época– fue un resumen de todos los seres que en su época, en su mundo, estaban sufriendo, es decir, existiendo. Conoció, vio, cogió Jesús el sufrimiento, y el sufrimiento fue su primer discípulo silencioso, y el sufrimiento lo hizo apasionado y capaz –H. G. Wells lo dice– de enojarse.

Pero no se trata de hablar de eso, de todo eso, hoy día, hoy noche, 24 de diciembre. En un pesebre, entre la paja de un pesebre, en una aldea, lo tuyo, lo obtuvo María, y en el acto el Niño comenzó a llorar, porque ya él tenía frío. Yo pienso, por eso, que la leyenda amarga de Jesús, que comenzó en la noche de un pesebre, puede prolongarse ahora mismo, en nuestra tierra, en este aniversario. Yo creo, yo necesito creer que este día políticamente significa algo, una cosa para nosotros.

Creo que, por ejemplo, el color de la cara de don Pedro Aguirre no es un color casual, sino un color que corresponde a la idea necesaria de un dirigente venido de abajo, desde donde está el pueblo, brotado aborigenmente de la tierra. Es un pedazo de tierra simbólica que está siendo Presidente.

Don Pedro Aguirre es chico de cuerpo. Chico era el cuerpo de Jesús en la noche del 24 del mes de diciembre, en el pesebre, en el campo. Yo creo, yo necesito creer que en las horas nocturnas de hoy, hay en el triste pesebre de Chile un verdejo chiquito lloriqueando –él ya– inconsolable. Chile es pobre, es triste, es larga y es angosta su tierra. Chile es flaco. Por eso estas palabras mías no son alegres y el símbolo ha tenido siempre una clase de llanto contenido.