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Para paliar sus penas de amor una ingenua joven viaja a las playas de Brasil determinada a desarrollar un cambio de actitud y una personalidad más extrovertida ante la vida. Allí conoce nuevas y desenvueltas experiencias y sensaciones liberadoras de la mano de un conjunto de personajes pintorescos pero también la decepción, el engaño y el peligro. ¿Podrá resolver sus dificultades y salir adelante?
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Seitenzahl: 113
Veröffentlichungsjahr: 2024
GABY FEHLING
Fehling, Gaby Mi nueva pasión / Gaby Fehling. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-5482-6
1. Novelas. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Ilustración de tapa: Klausen @Clips.klausen
Prólogo
6 meses antes
El colapso
La conspiración
La posada
Día 1
Toquinho
Día 2
Raimondo
Día 3
La lluvia
Gloria
El ermitaño
La playa
La piscina
El Karaoke
La playa nudista
El submundo
Amoris – establecimiento nudista-sexo liberal
El baño romano
La boite (pronúnciese “boichi” en brasileño)
El caño
Los swingers
El laberinto
El apagao
Tyco (pronúnciese Taico)
Gurrumito
El gerente
El camionero
El apartamento
El día después
El bajón
La excursión
Esas necesidades humanas
La caída
La comisaría
La desazón
El arquitecto
Garota triste
Margaritas
El mareo
SWAT
Sola
El secuestro
Destellos
El tipo de los pájaros
La resolución
Batman
La despedida
Epílogo
Oí retumbar el trueno y la luz del rayo impactó a medio metro de mi mano causando que se desprendiera del risco del cual estaba aferrada con desesperación. En vano mis pies buscaban afanosamente una superficie de apoyo. Las ráfagas sacudían y golpeaban mi cuerpo contra las rocas y mientras una rápida sucesión de imágenes de los eventos pasados en el último tiempo (la playa nudista, el baile del caño, el baño romano, el laberinto erótico, las esposas) surcaba ante mis ojos en caótico desorden, mi mente se preguntaba cómo se me había ocurrido que esto de alguna forma resolvería mi problema.
Pensar que todo era exaltación y regocijo cuando volví aquella tarde con la noticia de que finalmente, tras 3 años de trabajo arduo y hacer méritos, me habían tomado en la planta estable y de ahora en más cobraría mi sueldo cada mes con regularidad. Nos abrazamos con mi pareja y salimos a festejar: para comenzar un costoso restaurant, de esos exóticos con terraza llena de vegetación que siempre sigo por Instagram pero nunca había podido afrontar, y luego una habitación de lujo en un hotel de alojamiento. El espacio era soñado y venía completo: sauna, hidromasaje, caño para pole dance, más esos pequeños detalles que son tontos pero que yo adoro: batas, pantuflas, toallones mullidos, los jaboncitos, el frigobar con la botellita de Chandon y los chocolatitos con forma de corazones envueltos en papel metalizado rojo. Calculamos que no nos iba a alcanzar el turno de 2 horas para disfrutarlo entero, en sí ya consumimos tres cuartos de hora en sacar fotos y sintonizar la música funcional, así que cambiamos a pernocte dispuestos a dar rienda suelta a nuestra pasión desenfrenada. Pero por mucho empeño que le pusimos a final nos sobró tiempo y tampoco es que había buenas películas para quedarse viendo. La mañana siguiente el clima había virado a húmedo y desapacible, llegué a mi primer día de puesto fijo mal dormida, con frío, el pelo pajoso y un dejo amargo. Mientras me calentaba con una taza de café revisaba las fotos de la víspera, claramente no se condecían con la sensación de melancolía que me embargaba. ¿Qué había salido mal? Quizás no soy de restaurante fino, me irrita tener a un mozo estirado detrás de mí durante toda la velada y esos platos de presentación decorativa estrafalaria que no se entiende si es comestible o no; en sí soy perfectamente feliz en los bodegones de barrio con la cálida atención a los parroquianos e incluso en las parrillitas al costado de la ruta con mesas temblequeantes y sillas desiguales que cada tanto cierran cuando pasa el inspector de salubridad y a las pocas semanas vuelven a abrir con otro nombre. Quizás tampoco soy la indicada para noches arrebatadoras en hoteles; de hecho deberíamos haber cancelado eso, con la comida ajena a mi dieta sana y la copa de vino no habitual más el viento que soplaba en esa terraza ya llegué tiritando y con retortijones; el sauna no llegó a subir temperatura lo suficiente como para mitigarlo y tardamos en llenar el hidro con esas canillas confusas; mientras, para mantener la flama encendida, intenté un baile caliente en el pole que cosechó más burlas que reconocimiento.
Finalmente sí entramos en calor ubicándonos en los chorros de agua caliente que funcionaban y también la espuma se sentía agradable sobre la piel. Pero el clima se quebró una vez más cuando ya en la cama, dispuestos a la acción, nos consternó el espejo fijado en el techo. Estaba fraccionado en paneles con distinta inclinación de tal forma que nuestros cuerpos se fusionaban en un puzzle bizarro, como un Hampelmann, ese arlequín en partes que me había regalado mi madrina que movía brazos y piernas cuando tirabas de un piolín central; así, en la imagen reflejada, a mi contorno sinuoso seguía una pierna peluda de él.
Era una visión grotesca y no pudimos recuperarnos. Quizás deba aceptar que yo soy del tipo de entrecasa: el mate, esperarlo con la comida casera, el dormitorio con la ropa para planchar colgada de la silla y el sexo el sábado a la noche o, tal vez, un domingo de lluvia.
De todos modos subí las fotos del cuarto a Facebook: si hay miseria, que no se note.
Si esa velada había resultado decepcionante las siguientes no fueron mejores. Parecía que éramos incapaces de remontar el entusiasmo en la relación y comenzaba a sentirse una tensión, una hostilidad latente que iba en aumento conforme mis llegadas tarde se hacían más frecuentes.
A los 3 meses ya era una crispación entrar a casa, enfrentarme a sus reproches, parado al lado mío citando una larga lista de recriminaciones, de quejas de abandono, mientras yo guardaba las compras y preparaba la cena. Luego se iba a acostar enfurruñado y distante.
Yo no entendía; durante años yo lo había apoyado en su profesión, aceptado sus largas horas extras sin protestar, sus reuniones con amigos y partidos de fútbol, esperando a que él llegara para comer juntos; había procurado compensar mi falta de aporte monetario en los gastos comunes ocupándome de las tareas domésticas, cuidando de no excederme en el presupuesto, si hasta para ir a la peluquería o comprar una revista debía dar explicaciones y justificarme; y ahora, que se me presentaba una oportunidad única para desarrollarme y progresar, que disponía de medios para colaborar equitativamente, que me podía permitir relajarme un poco y disfrutar de la vida juntos, nada era suficiente y todo estaba mal: me acusaba de descuidarlo si no tenía todo listo y en orden, si sugería contratar a alguien que se ocupara me tildaba de derrochadora, repetía que me había vuelto una creída, que lo dejaba de lado y que ese trabajo me había cambiado el carácter.
Yo estaba devastada. En consulta con colegas desestimaron mis inquietudes: era solo una etapa pasajera de adaptación, los hombres son así, que le brindara algo de atención y ya se le pasaría.
Esa semana me preocupé en llegar temprano, me esmeré en acondicionar el hogar bien bonito y preparé su comida favorita, y por varios días seguidos hubo paz.
Alentada por eso y por recuperar la complicidad en nuestra relación pensé en revivir la noche de hotel, esta vez con una mejor preparación. De camino del trabajo a casa había un pequeño estudio que ofrecía clases de burlesque y pole dance. Era algo completamente distinto al yoga que venía realizando en el centro comunitario pero no iba a conseguir resultados diferentes si seguía haciendo lo mismo de siempre así que me animé y entré a averiguar. La profe, una jovial mujer plena de vitalidad, me recibió de brazos abiertos y me instó a probar una sesión bajo la premisa de que no habría mejor manera de evacuar dudas y decidirme. Y bien, vamos nomás. Si en yoga yo era la asistente de menor edad, acá tenía el caso opuesto: mis compañeras no solo tenían casi 20 años menos sino también unos lomazos esculturales con los que yo ni soñaba en mi adolescencia; pero además hablaban otro idioma: expresiones como a rreee, pica, alto (¿todo lo bueno era alto?) que yo no terminaba de descifrar. ¿Cuándo pasó eso? ¡Yo solía ser tan cool! Bueno, no exactamente. Pero me comunicaba. Pero aparte de eso no había ninguna discriminación hacia mí, el ambiente era cálido, el trato de genuina camaradería y yo me sentía confiada y contenta con mis progresos. Mis planes se ponían en marcha.
Con el proyecto de la aplicación de Sanitas Medicina Integral completado y aprobado en la empresa me otorgaron un bruto aumento y unos 10 días de vacaciones en octubre. Decidí redoblar la apuesta y en un ímpetu adquirí una oferta on line de un paquete turístico en Brasil: aéreos, posada recluida, suite romántica, paisaje encantador, playa para estar piel a piel, excursiones de a dos.
Pero las cosas salieron diferentes a lo que me había imaginado. Se puso furioso, me lanzó los pasajes, me acusó de restregarle mi fortuna en su cara y se fue dando un portazo.
Me quedé desconcertada. ¿Estaría bajo mucha presión? ¿Fue mi culpa, me expresé mal, lo hice sentir menospreciado? No había sido mi intención. Si me dejara aclararlo…
No volvió en toda la noche. Yo daba vueltas en la cama, cada tanto chequeaba el celular, las redes, por si estaba en línea. No contestó mis llamadas e ignoró los mensajes. Al día siguiente insistí y nada.
Cuando vine del trabajo encontré una nota que indicaba que juntara mis bártulos y me largara de allí, no quería verme a su regreso. Así como así.
Era la peor época posible, la enfermedad de mi abuelo había empeorado, mi hermana y mi mamá no daban abasto en atenderlo en la casona familiar y no podía cargarlas con mi presencia o mis problemas allí. No tenía conocidos a quienes recurrir, mis amigos eran los de él y se quedaron con él. Hasta poder hallar algo fijo para alquilar tomé un cuarto en una pensión; hasta había tratado de animarme con la presunción de compartir largas y filosóficas charlas post cena con estudiantes del interior en la cocina común pero era un sitio lúgubre y deprimente. Aun así me mantuve bastante entera hasta que me enteré por Facebook que él me había estado engañando en todo ese tiempo con una chica sinuosa de la que ahora se jactaba. Durante las jornadas laborales me sostenía mi trabajo, los fines de semana era tirar pilas de recuerdos y romper a llorar. En ese invierno frío y gris sentí que había tocado fondo y cuando encontré los pasajes fue como la luz de un faro, una grúa que me levantaba.
Ese sol que sonreía desde el folleto era justo lo que ansiaba. 2 pasajes. ¿Con quién ir? ¿Las chicas del gimnasio? Estudiantes de secundario. ¿La clase de yoga? Jubiladas. No me molesta, había organizado con ellas salidas de fin de año y algunos tours los domingos y la pasé muy bien, pero ¿compartir la habitación romántica? ¿Excursión al puente del amor, travesía en velero a la luz de la luna? Pensé en poner una solicitud en las redes pero al fin resolví ir sola. La idea me hubiera aterrado antes pero acá, desde la base del pozo, entendí que había dependido demasiado de otras personas: tenía que aprender a ser autosuficiente y a andar por mi cuenta. ¡A largarme de una y que salga lo que salga! Tampoco le iba a avisar a nadie, no quería cuestionamientos ni intentos de disuasión: mi vida, mis decisiones. Mi nueva YO comenzaba a desplegarse. De ahora en más las cosas serían diferentes.
“Visualiza tu sueño, cuando tienes una meta clara el universo conspira a tu favor para que se cumpla.”
Esa frase estaba dibujada en una taza que había recibido de regalo a fin de año. Era por el sistema del amigo invisible así que no tenía a quien reclamarle cuando empecé a considerar que algo había salido mal conmigo, que quizás yo era la excepción que confirma la regla o que vivía en un universo paralelo sin darme cuenta porque la realidad es que cada cosa que emprendo, parece como si las piedras, más que correrse, se acumulan en mi camino. Decido ir al teatro, se suspende la función por duelo. ¿Gran reunión, fiesta, joda hasta la madrugada? Corte de luz, el catering nunca llega, el disc-jockey se ofende y se pelea con los invitados. ¿Vacaciones, relax, noches espléndidas? Epidemia de fiebre amarilla o ciclón. Me siento más identificada con la frase de mi vecina Ana que dice que cuando caes de bruces y estás culo para arriba todas las jeringas te apuntan.