Mi parto robado - Nahia Alkorta - E-Book

Mi parto robado E-Book

Nahia Alkorta

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Beschreibung

Nahia Alkorta fue víctima de violencia obstétrica. Sufrió trastorno por estrés postraumático. Presentó una demanda que recorrió todas las instancias judiciales sin ser escuchada. Pero el Comité para la Eliminación de la Discriminación Contra la Mujer de la ONU le dió la razón e instó a España a adoptar medidas para erradicar la violencia obstétrica... «Un libro clave para entender la violencia obstétrica. Madres, padres, profesionales, ¡leedlo, por favor!». Dra. Ibone Olza, psiquiatra perinatal «Nahia desgrana las múltiples causas de que nosotros (los profesionales) acabemos formando parte de esos monstruosos procesos, y de las heridas y traumas que generan. Gracias por escribir algo tan doloroso, pero precioso y necesario al mismo tiempo». Dra. Laia Vidal Sagnier, obstetra y ginecóloga «Una historia que despierta emociones y consciencias, necesaria porque no somos caprichosas, no nos quejamos por vicio y no estamos obsesionadas con parir de una forma u otra: somos mujeres, personas con derechos, y queremos lo mejor para nuestras criaturas y para nosotras, simplemente porque nos lo merecemos». Ascensión Gómez López, escritora, matrona y fisioterapeuta «El libro de Nahia ayudará a muchas mujeres a entender lo que les ha pasado, e incluso a protestar por ello. Es una lectura obligatoria para todo profesional sanitario que atienda a mujeres embarazadas, de parto o en puerperio». Dra. Teresa Escudero, médica de familia y doula

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MI PARTO ROBADO

Nahia Alkorta

MI PARTO ROBADO

 

 

© del texto: Nahia Alkorta, 2023

© de esta edición: Arpa & Alfil Editores, S. L.

Primera edición: noviembre de 2023

ISBN: 978-84-19558-59-6

Diseño de colección: Enric Jardí

Diseño de cubierta: Anna Juvé

Maquetación: Àngel Daniel

Producción del ePub: booqlab

Arpa

Manila, 65

08034 Barcelona

arpaeditores.com

Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.

SUMARIO

  Prólogo

  I. Mi parto robado

 II. Posparto oscuro

III. ¿Yo víctima?

IV. Yo no he firmado nada

 V. ¿Por qué?

VI. Tejer el dolor

VII. El horizonte

EPÍLOGO

 

Esta es la historia que nunca hubiera querido relatar, la historia de mi primer parto, que se convirtió, sin duda, en el peor día de mi vida. Desgraciadamente, no es solo mi historia; es la de muchas —demasiadas— mujeres. La historia que se repite en casi todos los rincones del mundo, una historia en la que, aunque los hechos varíen, se rige por los mismos patrones.

Esta es mi historia de parto y el posterior proceso judicial hasta la ONU (y un poquito más).

 

Nota de la autora: algunos de los nombres han sido cambiados para proteger su intimidad.

PRÓLOGO

 

Me resulta paradójico mi propio nacimiento. Fue en septiembre del 86 cuando nací, tras una inducción muy rápida y fácil según mi madre. Mi hermana había nacido tres años antes «arrugada» por un embarazo prolongado. Con esos antecedentes, más un verano caluroso y una barriga pesada, mi madre acordó la inducción con el ginecólogo. Mi abuela viajó ese día para estar cerca y ayudar con la logística, y mientras mi padre llevaba a mi hermana al colegio empezaron la inducción con la explicación de que no se preocuparan; que iría para largo. Creo que no se imaginaban que yo tenía ganas de nacer y mi padre casi se perdió el expulsivo. Fue un par-to inducido con oxitocina sintética; rápido, fácil y del que mi madre guarda un bonito recuerdo. ¡Quién me iba a decir que sería la oxitocina sintética la que abriría la puerta al infierno en mi primer parto!

Desde muy pequeña me ha interesado el mundo de la crianza, la maternidad y mi propio nacimiento. Mi abuela me contó varias veces cómo nací, y nunca he perdido las oportunidades para hablar de ello con mi madre. Creo que me fascina especialmente desde el nacimiento de mi primo, el que me robó el título de «pequeña de la casa de la amona (abuela)». Yo tenía nueve años entonces y aunque no tuvieron un comienzo fácil, recuerdo perfectamente la primera vez que lo vi mamar en casa de mi abuela. Me fascinó cómo lo cogía mi tía, cómo la miraba él y la forma en que se calmaba en sus brazos. Me resultó mágico que una madre pudiera tener los pechos «como cantimploras» para saciar a su bebé. Hasta entonces, todos los bebés que había visto tomaban biberón, y yo jugaba a dárselo con mis muñecas. Se abrió un nuevo mundo frente a mí. Empecé a fijarme en los animales del entorno, a admirar cómo se relacionaban con sus crías, a ver documentales sobre mamíferos… Empecé a entender, un poco, el funcionamiento de la vida y a intentar encontrar sentido a algunas cosas que hasta entonces daba por hecho…

Creo, que a partir de ese día, siempre he tenido muy presente que me gustaría replicar esa imagen cuando llegara el momento, y que deseaba ser madre pronto. Paradojas de la vida, llegó ese momento justo cuando yo tenía la misma edad de mi madre cuando dio a luz por primera vez. Recuerdo las sensaciones extrañas justo antes del retraso de la menstruación: cansancio extremo, mucha hambre y los pechos como Pamela Anderson en Los vigilantes de la playa de un día para otro. Pedí a mi pareja que comprara un test de embarazo un jueves y acordamos que me lo haría el sábado, a su lado. Hice trampa, no me pude resistir. El viernes me desperté con náuseas y sensaciones muy intensas… estaba sola en casa y no lo pensé dos veces. Me hice el test: dos rayitas —positivo—, aunque muy tenues. Envié un mensaje a una amiga que estaba embarazada: «¿dos rayitas, aunque sean tenues, significan positivo?». Me llamó enseguida y me felicitó. No pude hablar con mi pareja hasta el mediodía, y entre lágrimas le conté por teléfono que no hiciera muchos planes para el verano. ¡Menos mal que lo cumplimos! Ese verano no iba a ser como lo imaginamos, desgraciadamente…

Al día siguiente se lo conté a mi familia. Mi padre se levantó de un salto de la silla con lágrimas de felicidad. Creo que nadie se lo esperaba, y fue una alegría ver su reacción… Sería el primer nieto, el primer sobrino… tenía todos los boletos para ser el mimado de la familia. Y aunque hayan pasado ya once años desde entonces, y tengamos más descendientes en la familia, sigue siendo un faro que nos une a todos.

Leí casi tanto como dormí durante esos meses, y procuré empaparme de todo lo que pudiera sobre el embarazo, el parto y la crianza. Leí a autores y estudios de distintas perspectivas y fui encontrando las respuestas que necesitaba, en los que primaba una visión mamífera y respetuosa. Poco a poco fui entendiendo que muchas de las cosas que consideraba normales no lo eran tanto y aprendí muchísimo sobre biología, neurodesarrollo, cuidados… Fui construyendo aún más la imagen de mi nuevo yo con traje de madre. Fantaseaba con una mujer fuerte, autónoma, llevando las riendas de su vida y disfrutando de la crianza. Soñé con una mujer con energía para el día a día, que amamantaba, con un cuerpo sano y una sonrisa a pesar de las noches sin dormir. Tenía clarísimo que sería duro y que habría noches en vela, llantos y miedos… pero me gustaba la imagen de mi yo del futuro que sería capaz de llevar esas noches y lo que viniera, porque me sentía absolutamente poderosa. Sentía que mi mente cambiaba de manera de funcionar muy rápido y vivía con una sensación de felicidad constante, de permanente ensoñamiento. Probablemente fuera el efecto de las hormonas propias del embarazo, pero esa sensación de sonrisa involuntaria fue un regalo durante aquellos meses.

Me encontraba plena a pesar de que las náuseas me acompañaron hasta el paritorio y la mente iba un poco lenta con las cosas mundanas, pero era totalmente creativa y receptiva a cuanto me venía. Era más fuerte físicamente que nunca, vivía cada día con ganas y energía para moverme… Era la mejor versión de mí misma, y me gustaba mucho sentirme así. Ya podía venir el apocalipsis zombi, que yo les esperaría sentada a la mesa dispuesta a comerme el mundo. No sé exactamente qué fusión hormonal lo desencadenó, pero me encantaba lo que sentía y estaba segura de que la siguiente evolución sería aún mejor.

Notaba que llevaba una capa invisible de superhéroe, porque me veía con la capacidad de crear vida, y pensaba que, cuando naciera el bebé, esa capa sería la que nos envolvería a los dos. Me dediqué a preparar con gran ilusión todo cuanto yo pensaba que iba a necesitar, y en esa preparación del nido fui aceptando esperanzada que mi vida cambiaría por completo.

Imaginaba mi maternidad diferente a la de las mayorías que me rodeaban. Tenía claro que mi pareja y yo éramos un buen equipo para hacer frente al día a día y que pronto sería yo a quien se reconvertirían en cantimploras los pechos de Pamela. Me empapé de información sobre lactancia y aluciné con todo lo que tuve que desaprender sobre este tema. Nada de relojes; puedes disfrutar de la lactancia y no tiene que doler. Esas fueron las tres principales lecciones que subrayé en todos los libros que leí sobre el tema. Fue una gran sorpresa cuando un día, hablando sobre lactancia y mi intención de dar el pecho, supe que mi madre me amamantó y que además fue donante de leche materna allá por el 86.

Me llamó la atención que la mayoría de referentes en estos temas fueran hombres y empecé a buscar literatura de esta temática escrita por mujeres. Aunque me topé con pocas, Rodrigáñez y Cachafeiro1 fueron la puerta a un universo de conocimiento profundo de lo que en ese momento quería y necesitaba: un punto de partida a la maternidad desde el feminismo.

La decisión de ser madre «joven» no fue nada fácil para mí. Era un momento en el que la gran mayoría de movimientos feministas de mi entorno aún rechazaban la maternidad, a la que definían como esclavitud, machista… Yo, que siempre me había considerado feminista, por un deseo profundo estaba a punto de hacer algo totalmente patriarcal a los ojos de las mujeres que admiraba. Una ambivalencia muy intensa y dura de gestionar me acompañó durante largo tiempo: madre o feminista. Me presioné muchísimo para tomar la decisión… Sentía que si decidía ser madre estaba traicionando todo aquello por lo que había luchado, todo cuanto había intentado cambiar; y a su vez, todo perdía sentido si no podía tomar esa decisión libremente. Nunca había sentido un deseo tan carnal, tan profundo, tan irracional en mi vida… Aunque yo intentara una y otra vez racionalizar la decisión, deconstruir las presiones sociales del sistema que me destinaba a la maternidad por el simple hecho de ser mujer, aunque yo intentaba con todas mis fuerzas no desearlo… todo mi cuerpo, toda mi mente deseaba esa vivencia. Sentía que hiciera, lo que hiciera, sería juzgada por ello…

Por supuesto, no me imaginaba siendo una madre-criada-trabajadora de élite y complaciente para con su pareja… pero sí deseaba en cuerpo y alma (si esta existe) ser madre. Una madre LIBRE. Una mujer que libremente había decidido romper con las presiones y ser madre. Una madre que criaría teniendo en cuenta la biología, las necesidades del bebé y las suyas propias y, además, que apostaba por divertirse en el camino. Además, tenía claro que criaría a mi bebé lo más lejos posible de las presiones de género, y que intentaría inculcarle desde el primer día el respeto a los demás y a sí mismo. Pasé de sufrir, y mucho, con la ambivalencia, a sentirme muy fuerte y poderosa cuando verbalicé por primera vez mi decisión. Quería ser madre y quería serlo pronto.

Disfrutar; esa sería la clave. Yo quería disfrutar de las tinieblas que asumía que vendrían con la maternidad. Llegué así a un embarazo muy deseado con veinticinco años, y puedo decir, sin ninguna duda, que fue la época más feliz de mi vida. No imaginaba lo que vendría al final del embarazo y que incluso once años después sería capaz de recordar con total claridad las sensaciones de aquellos meses… Soy capaz de sentir aún los escalofríos placenteros al acariciar la barriga, la emoción que vivía cuando notaba moverse al bebé y el placer absoluto que sentía con el sexo. Recuerdo cómo disfruté de las primeras estrías: las bauticé como los primeros dibujos de mi bebé, y llevo esos dibujos en mi cuerpo con gran orgullo.

No podía imaginar que toda esa felicidad se fuera a convertir en dolor y trauma por lo que viví durante el nacimiento, una historia que sería aún más dura sin el acompañamiento de mi segunda matrona y el anestesista de la cesárea. Gracias por tratarme como una persona e intentar que nuestro encuentro fuera mejor. ¡Ojalá hubiera más profesionales como vosotros! Por suerte el camino me ha llevado a ser feliz, a curar las heridas y a renacer siendo una mujer más libre, consciente y fuerte.

El relato que sigue recoge la vivencia de mi primer parto y el posterior proceso judicial por la defensa del derecho a un trato digno y humanizado de todas las mujeres, bebés, acompañantes y profesionales en el entorno gineco-obstétrico, que me ha llevado hasta la ONU (y un poquito más allá).

_______

1 Rodrigáñez Bustos, C., & Cachafeiro Viñambres, A., La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente, CAUAC, 2005.

1

MI PARTO ROBADO

Miro con mucha ternura a mi yo de 2012, esa mujer joven, sana y feliz que se acariciaba la barriga con amor a la espera de encontrarse con su bebé al otro lado de la piel. Siento un respeto absoluto a cómo me informé desde antes del embarazo sobre lo que era mejor para los dos. La preconcepción fue muy bonita e intensa. Decidimos hacer un viaje a México para decir adiós a nuestra vida exclusiva en pareja y dar la bienvenida a una nueva etapa familiar. Cumplí veinticinco años nadando en una playa rodeada de grandes tortugas y volví de ese viaje con la certeza de que el embarazo llegaría rápido. Así fue, me quedé embarazada en el siguiente ciclo. Aún hoy, once años después, me fascina recordar lo emocionalmente fuerte y feliz que era. Aunque me atravesaban miedos de vez en cuando, fue un embarazo relativamente tranquilo.

Recuerdo con ilusión las ecografías y la tranquilidad que sentí en la primera, a las ocho semanas y tras acudir a urgencias de mi hospital de referencia por un sangrado. Fue en aquel momento cuando nos comunicaron que estaba bien y que era solamente uno. Siendo mi tía y mi tío mellizos, he sentido gran miedo a que fueran dos en todos los embarazos, y más que la frase «está todo bien» he esperado el «es solamente uno» con gran nerviosismo. Admiro a las madres de múltiples, pero me aterraba, ya en aquel momento, que eso fuera una razón adicional para un control o medicalización extra de mis embarazos. En el resto de ecografías de ese primer embarazo intentaba empaparme de la imagen del bebé, y ya dentro de mi barriga pudimos ver que la nariz sería parecida a la mía, que tenía unos dedos de las manos muy largos y que era un bebé muy movido. Le gustaba dar la espalda o taparse la cara con la manita durante las ecografías, así que nos tocó varias veces salir, comer algo y volver a verle. A mí me encantaba que fuera un poco rebelde ya dentro de mi cuerpo, y ese tiempo extra de poder contemplarlo me hacía muy feliz.

Poco a poco fue creciendo dentro de mí y llegué al momento del parto con una barriga enorme y feliz, a la expectativa de lo que nos esperaba en nuestro encuentro a este lado de la piel.

No me resulta difícil hacer memoria de ese día; lo revivo más veces de las que desearía, porque está más presente en mi vida de lo que yo quisiera. Vuelvo de vez en cuando a las escenas que viví y me quedo ahí paralizada durante unos segundos que siento eternos. Aunque hoy en día pasa muy de vez en cuando, cuando ocurre me deja una sensación intensa de malestar durante varios días y las pesadillas vuelven.

A pesar de todo, me siento afortunada; al menos en parte. Puede resultar paradójico, pero es cierto que mi vivencia no es una vivencia tan dura como otras que he escuchado durante estos años. Al menos, mi bebé y yo estamos vivos y sin secuelas físicas incapacitantes. Tal vez, no sea de extrañar esa sensación de agradecimiento; no han sido pocas las veces en las que he tenido que escuchar «pero si los dos estáis bien, déjalo pasar». Ojalá pudiera…

Reviso de vez en cuando todavía hoy ese plan de parto que presenté en mi hospital de referencia unas semanas antes de la fecha probable del acontecimiento y me emociono al recordar las horas y la dedicación que empleé en redactar ese documento. Es curioso cómo asoma una media sonrisa melancólica cuando veo la frase en la que apuntaba a la opción de la cesárea y lo que me gustaría en esa situación. No obstante, ese documento no sirvió de mucho y ninguno de los puntos fue tomado en consideración.

Toda esa ilusión y la felicidad con la que viví el embarazo me acompañaron también durante las primeras etapas del parto; hasta que la oxitocina sintética recorrió mi cuerpo, disfruté de la de verdad y de su efecto placentero. Intenté una y otra vez volver a aquel estado de paz con el que había estado conviviendo los últimos meses. Y es que, como he comprobado con los partos siguientes, a mí me gusta mucho parir. Adoro la sensación de borrachera provocada por las hormonas, la falta de capacidad de pensar cosas lógicas y el instinto que hace que vaya evolucionando el parto. Esa sensación me ha acompañado en las tres ocasiones desde días antes del parto, y parir así es placentero —aunque duela— y muy divertido.

Yo no tenía demasiadas expectativas en cuanto al parto. Deseaba que fuera lo menos intervenido posible, pero estaba abierta a lo que ocurriese. Sentía que ese momento sería importante y deseaba parir lento, a nuestro ritmo, saboreando cada etapa. Había leído mucho sobre el tema, sobre cómo responden el cerebro y el cuerpo, sobre las transiciones y fases y sobre el poder que muchas mujeres sentían tras el parto. Tenía curiosidad a propósito de cómo sería el mío, pero ya me sentía una mujer distinta, poderosa, hermosa y feliz durante el embarazo, por lo que no sentía la necesidad de transición a otra etapa. Para mí, esa transición fue el embarazo.

Llegué con ilusión al final del proceso y fue una gran sorpresa comprobar que el parto arrancaba antes de lo esperado y de la manera que menos me apetecía…

Treinta y ocho semanas recién cumplidas. Tenemos una salida de fin de semana con amigos a Riglos (Huesca): los demás practicarán deportes de aventura mientras yo observo y disfruto de mi barriga en un paisaje espectacular. Hace un poco de calor para mi costumbre y los paseos largos se me hacen algo pesados. Procuro encontrar el equilibrio entre estar con amigos con ganas de fiesta y la tranquilidad que me pide el cuerpo. Soy la primera embarazada del grupo y la mayoría no sabe muy bien cómo tratarme: se debaten entre hacerlo entre algodones o manejarme como si estuviera de fiesta, a lo loco. Me resulta muy divertido verles así y noto la ilusión de algunos por nuestro bebé. Me siento cuidada por ellos.

El viernes por la noche me despierta alguna contracción y no consigo encontrar una postura cómoda para dormir. La barriga ya ocupa mucho espacio y el bebé no para de moverse por las noches. Esas fiestas nocturnas me parecían muy tiernas sobre la semana 20, pero ya la discoteca está muy apretada e intento dormitar a pesar de la fiesta en mi barriga y la de los amigos fuera. El sábado el resto practica rafting y yo me dedico a estrenar la cámara de fotos que me he autorregalado para crear recuerdos de nuestra nueva vida. El recorrido de las balsas termina en una zona del río calmada, pero el acceso hasta esa zona implica una cuesta larga que hay que recorrer a pleno sol del mediodía. Me arrepiento a medio camino, pero la alternativa es volver a subir y no me veo con fuerzas, estoy sola, llevo poca agua y me da miedo marearme o cansarme demasiado. Desde arriba veo que en esa playa hay gente, así que la alternativa más segura es seguir bajando. Llego a la playa agotada y aprovecho la espera para poner los pies un poco a remojo. Por suerte, la subida la hago con el resto en furgoneta y la tarde pasa tranquila.

Esa noche siento alguna contracción un poco más intensa y decido pasar el domingo reposando. Siento que ese calor no me está haciendo demasiado bien y volvemos pronto a casa. La carretera que rodea Yesa es muy divertida, con la sensación de que el agua de la barriga va de lado a lado en cada curva y tenemos que parar varias veces para que pueda hacer pis. Llegamos por fin a casa y, tras una ducha larga y cena rica, me acuesto un poco cansada. Consigo dormirme rápido, pero con una sensación extraña. Sueño mucho y me despierto todo el rato.