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Dicen por ahí que la vida se asemeja a un viaje en tren. Dicen que quienes la viven de esa manera no pueden dejar de verla, ni de transitarla así. Pero cuando a eso se suma la aventura de "SALIR A RECORRER EL MUNDO", cada lugar se convierte en una estación que tiene algo para mostrar. Cada persona, en un/a pasajer@ que viene a enseñar algo. Y cada experiencia vivida, en toda una historia que contar. Dicen que no se trata solo de un estilo de vida diferente. Dicen que se trata de una manera de encontrar la magia en lo ordinario de un viaje que, bien sabemos, no dura ETERNAMENTE.
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Seitenzahl: 219
Veröffentlichungsjahr: 2024
PAÜLI FARIAS
Farias, Paula Daniela Mi viaje a tu lado / Paula Daniela Farias. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-4832-0
1. Narrativa. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINAwww.autoresdeargentina.cominfo@autoresdeargentina.com
Ilustraciones de tapa y contratapa: Ezequiel Waldemar Kaliñuk
PRÓLOGO
LA ESTACIÓN DE LAS MONTAÑAS
LA ESTACIÓN DE LOS PALACIOS
LA ESTACIÓN DEL MAR
LA ESTACIÓN DE LAS CIUDADES
LA ESTACIÓN DE LOS NAUFRAGIOS
LA ESTACIÓN DEL AMOR
LA ESTACIÓN PANDEMIA
LA ESTACIÓN DE LA ISLA SOLEDAD
LA ESTACIÓN DE LAS DEDICATORIAS
LA ESTACIÓN FINAL
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS
A mamá.
Gracias por enseñarme a leer y a escribir.
Gracias por enseñarme de magia,
sin siquiera darte cuenta.
“HAY SUEÑOS QUE NO PUEDEN POSPONERSE MÁS.
HAY SUEÑOS QUE PIDEN y merecen SER CUMPLIDOS AQUÍ Y AHORA.
HAY SUEÑOS QUE NECESITAN IR A NUESTRO ENCUENTRO
Y Nosotr@s, a ELLOS”.
Es uno de esos trances en los que no se distingue si se está despierta o soñando.
Tiene ocho años.
Es chiquita, pero desde que aprendió a leer y a escribir ella no deja de sentirse INMENSA.
Sin entender demasiado nada, decide tomar ese “diario íntimo” que ama desde que se lo regalaron.
Busca la llavecita, abre el candado y comienza a escribir.
Escribe todo.
No quiere olvidar nada de ese “SUEÑO REALIDAD” que acaba de vivir.
Vaya a saber Dios cuándo su futura yo adulta lo vaya a necesitar.
Es un jardín precioso en el centro interior de un bosque inmenso.
Se siente la humedad.
Hay flores de todos los colores, pero el único aroma que se huele es el de una flor en particular que le hace acordar a su abuela paterna. El Jazmín del país.
Se escucha el sonido del agua en la lejanía, irrumpiendo con toda la fuerza desde el corazón de la Tierra.
Mientras que acá cerquita el agua parece más bien un susurro constante mientras juega a deslizarse por una escalera de piedras grises y cañas secas de bambú.
A unos pocos metros, puede visualizar a un monje buda, en posición de flor de loto, de cara al sol en un atardecer de marzo.
No hace frío, ni calor.
Ella está descalza.
Teme interrumpirlo, pero en su interior sabe que él la está esperando.
Se sienta a su lado y comienza ella también a admirar la magia de la estrella más poderosa de todas.
El sabio, sin abrir los ojos ni moverse un solo centímetro del lugar donde se encuentra, pero con una sonrisa indisimulable, comienza a hablarle a la pequeña niña.
“La vida de todos nosotros, es como un viaje en tren.
Cuando ese tren parte de su estación inicial simboliza nuestro nacimiento.
Cuando ese tren llega a la estación final, es que llegó nuestra hora y debemos partir de este mundo a otro viaje por los cielos. Ese momento simbolizara nuestra muerte.
Nacemos y morimos.
Pero la vida, es todo lo que ocurre en el medio.
A lo largo de ese viaje habrá lo que se llaman “ESTACIONES INTERMEDIAS”.
Todas y cada una se asemejan con las etapas de crecimiento que atravesamos.
La infancia, la adolescencia, la adultez, la vejez.
Parece sencillo, pero lamento informarte que no va a ser nada fácil.
El viaje no va a ser simple, pero eso es lo que lo hace divertido.
Cuesta creerlo, y hasta parece masoquista, pero en los cambios de vías, los accidentes y averías es donde se encuentra lo verdaderamente interesante de todo este recorrido.
Esos desvíos serán aquellos giros inesperados que cambiarán el curso de las cosas de como las habías creído, pensado e imaginado.
Ahí descubrirás que no podrás controlar absolutamente nada y que es el viaje el que decidirá muchas veces lo que quiere que veas. Lo que quiere que vivas.
Transcurrido un tiempo comprenderás que esos infortunios del destino, también eran necesarios.
En el camino te interesarás por distintas cosas. Muchas llamarán tu atención y querrás saber más, de otras no tanto.
Por las dudas, siempre escucha todo lo que te llegue, pero intenta no creer todo lo que te digan.
Hasta que un día descubrirás que cada estación va a darte un lapso de tiempo en el que tendrás la posibilidad de bajarte y salir a recorrerla.
Habrá paisajes de todo tipo: montañas, océanos, bosques, verdes llanuras, ciudades mágicas, templos inmensos e islas solitarias.
Sentirás fascinación por ver cómo vive su gente, cuáles son sus costumbres.
Ahí comprenderás que eres parte de algo mucho más grande de lo que creías.
De algo inmenso que todos llamamos “MUNDO”.
Sabrás que existen otras “CULTURAS” y ellas te harán amar cada día más la tuya.
Descubrirás lo que significa la palabra “VIAJAR”, y con ella una de las pasiones más incomodas y placenteras de la vida. Desde ese entonces, no podrás dejar de hacerlo nunca.
Conocerás así lo que se llaman “LUGARES”.
Antes de alcanzarlos, solo serán puntos y coordenadas en un mapa y en tu hoja de ruta.
Pero una vez que te sumerjas en ellos, esos sitios comenzaran a formar parte de ti.
Y cada vez que alguien pronuncie sus nombres, desde ese entonces, ya no será necesario buscarlos en el planisferio. Porque vivirán dentro tuyo, como recuerdos albergados en lo más sagrado que alguien tiene. La memoria de su historia.
De algunos querrás salir corriendo lo antes posible.
De otros, solo estarás de paso.
Pero de unos pocos y no menos importantes, te enamorarás.
Y lo sabrás, porque tendrás la sensación de que no solo tú encontraste a esos lugares, llegando un día de pura casualidad por mera curiosidad de saber que había allí.
Sabrás y tendrás la certeza dentro tuyo de que fueron más bien los “lugares” los que te encontraron a ti.
Y ahí, vas a querer quedarte.
Lo que dure una temporada de invierno y otra de verano.
Unos cuantos meses que se transformaran en años.
Un determinado “largo” tiempo en donde el lugar te cambiará hasta transformarte.
Con la suavidad con la que el viento y el mar erosionan a las montañas de piedra mientras la pulen para embellecerla.
Sin que nadie se dé cuenta del todo. Pero sabiendo que con o sin resistencia el tiempo hará lo suyo.
Hasta que un día, por tedio y por amor decidirás dejarlo.
Sentirás lo que algunos llaman “CURIOSIDAD” y otros “SED DE AVENTURA” y volverás a subirte a ese tren, para continuar tu viaje y seguir tu camino subiendo y bajando en tantas otras estaciones como sea posible.
Con la certeza de que a esos lugares que amaste podrás volver siempre que desees, pero sabiendo que lo que viviste allí, no podrás volver a vivirlo jamás.
Es así como aprenderás del valor del tiempo PRESENTE.
De lo que llaman AQUÍ y de lo que llaman AHORA.
Sufrirás nostalgia por esos tiempos grandiosos.
Sentirás tristeza cada vez que te toque partir y también mucha alegría cuando quieras volver.
Pero no por ti.
Ni por los lugares en sí.
Sera por un factor clave, que me olvide de mencionarte.
No viajarás sola en ningún momento de lo que sea que dure tu trayecto.
Desde que inicies hasta que llegues a tu destino final, Dios en una jugada de dados con el Universo pondrá a tu lado, en ese tren, en esas estaciones y en todos esos viajes a lo que se llaman PASAJEROS.
Con ellos vivirás los mejores y los peores momentos de todo este recorrido.
Te enseñaran de lo que llaman “AMOR”, “AMISTAD”, “VALORES”, “FAMILIA”.
Algunos te harán doler el corazón y otros sin darse cuenta te ayudarán a sanarlo.
Vendrán con ideas nuevas, distintas.
Crecerás en la diferencia.
Encontrarás en todos y cada uno un MAESTRO y una MUSA.
Ellos y ellas no solo harán más enriquecedor tu viaje.
Serán ellos y ellas los que VAN A CAMBIAR TU VIDA POR COMPLETO”.
La niña con lágrimas en los ojos y esas sonrisas que no se borran ante alguien que acaba de hablarle a nuestro corazón, se levanta de su sitio. Le da un abrazo inmenso al buda y comienza a caminar de espalda al sol.
El buda le dice:
Una cosa más:
“Intenta registrarlo todo”.
¿Cómo hacés para decirle al mundo que te vas de viaje?
¿Cómo hacés para decirle a tus amigxs que no tenés un pasaje de vuelta?
¿Cómo hacés para decírselo a tu vieja, que te vas a la otra punta del mundo?
¿Cómo hacés para decírselo a tu jefe, con lo que cuesta conseguir un trabajo?
¿Cómo hacés para decírselo a tus compañeros de trabajo, con lo que cuesta en esos lugares hacer buenos amigxs?
¿Cómo hacés para decírselo a la señora del alquiler, con lo que cuesta conseguir una casa?
¿Por dónde se empieza?
¿Cómo es que todo esto se cuenta?
¿Con felicidad por lo que vas a hacer?
O ¿con tristeza por lo que vas a dejar?
Me voy en cuatro meses.
Aún ni siquiera sé qué voy a hacer con mi auto, los electrodomésticos, los vasos, los platos, las tazas, ni con los repasadores, pero me voy igual.
Aún ni siquiera renuncié al trabajo, ni le avisé a mi jefe, pero me voy igual.
Aún ni siquiera vacié mi casa, ni vendí las cosas, pero me voy igual.
Aún ni siquiera dejé Bariloche, ni Buenos Aires, ni Argentina, pero me voy igual.
Aún ni siquiera preparé las valijas, pero me voy igual.
Aún ni siquiera sé si estoy lista,
pero el pasaje ya está comprado.
El pasaporte en mi mano con el visado aprobado.
Por lo que yo...
ME VOY IGUAL.
“Quien ha escuchado alguna vez la voz de las montañas, nunca la podrá olvidar”.
Proverbio tibetano
Hoy pensé tanto en vos.
Me vi ahí, frente a una situación similar a la que ya había encarado una y mil veces y, sin embargo, como cada una de todas ellas, esta fue distinta a la anterior.
Fue única.
Te dije que te entendía aquella vez, y hoy me doy cuenta que no.
No lo hacía. No sé porque tenemos la tendencia a decir que “empatizamos” con situaciones que nos son similares, cuando en realidad nunca vamos a poder estar realmente en los zapatos del otro.
Porque si a mí me da nervios hoy, no me quiero imaginar lo que fue para vos ayer.
Quizás por eso hoy necesito detenerme a decirte lo que admiro tu valentía. Tu coraje. Tu impulso y tu poder de decisión.
Que hoy quizás comprendo lo pequeño que uno puede sentirse por momentos.
Que puede suceder que más de una vez te veas y te consideres chiquito.
Pero si llegaras a ver todo lo que yo veo, créeme que te sentirías INMENSO.
No te culpo.
A mí también por momentos me aterra.
Ver todo aquello que uno tiene por delante.
¡Por momentos parece tan cautivador, pero en otros tan aterrador! Qué se yo que decirte.
No puedo juzgarte. Mucho menos aconsejarte.
Yo también me pregunto qué habrá detrás de todo aquello.
Si será tan bueno como esperamos o si, por el contrario, será tan terrible como tememos que sea. Yo también, más de una vez al día, siento que estoy cagada hasta las patas.
Abandonar la tierra firme.
Soltar literalmente esa cuerda que nos aferra a nuestro puerto seguro.
Adentrarse en esos túneles oscuros.
Atravesar más de una vez tempestades, de las cuales no tenemos ni la más puta idea.
¡Qué sé yo!
Me llena de ansiedad pensar en el futuro y en lo que habrá adelante.
Pero peor me siento cada vez que pienso en si me quedo porque no lo intento.
Aun cuando nada de esto tenga precedentes ni para vos, ni para mí, ni para nadie de los que conozcamos.
No estamos inventando nada.
Y sin embargo todo en el ambiente huele a limpio, fresco y nuevo.
Y es ahí cuando te observo.
Vos.
Parado frente a esas montañas gigantes.
Tomándote tu tiempo.
Dándote tu espacio.
Silencioso. Pensante.
Analizando la mejor de las rutas.
Me das la mano.
Nos agarramos fuerte.
Me muerdo los labios y ya no puedo contener las lágrimas que me brotan de los ojos.
—“Vamos mi amor. Es hora” –me decís.
Y yo por mis adentros te miro y pienso:
—Bienvenido sea este nuevo DESAFÍO.
Porque aun cuando por momentos me sienta como si estuviera saltando al mismísimo vacío.
Nada temo, con alguien como vos al lado mío.
De todos los rincones del mundo que he conocido, visitado, vivido y transitado; de todos aquellos sobre los que he escrito alguna vez, este es sin lugar a dudas mi favorito y el más especial.
Es el 22 de abril de 2014. Tengo veinticinco años y oficialmente hoy, dejo de vivir en Buenos Aires.
Acabo de despedirme de mis viejos y de dos amigas que fueron a darme el ultimo abrazo al aeropuerto de Ezeiza. Estoy subida a un avión que, en el transcurso de solo dos horas, hará que ese viaje cambie toda mi vida por completo.
Tengo un nudo en la garganta y estoy muerta de miedo.
No sé si esto es una genialidad o me acabo de mandar un cagadón.
Tarde. Ya estoy en el baile. Ya estoy en el viaje.
A mi derecha, una vista que jamás olvidaré.
Un colchón de nubes se posa por encima de una cordillera de montañas gigantes.
Montañas de las cuales solo se pueden ver sus picos todos nevados.
Aterrizo en el aeropuerto de Bariloche.
Tengo el corazón destrozado en una mano. Mis mochilas, entre otras cargas, en la otra.
Al llegar a la terminal, tomo un micro a El Bolsón donde me espera una parte de mi familia sureña. En mi retina se encuentra intacta una pintura de todo el paisaje otoñal de ese camino, la música en mis oídos y la danza de mi corazón.
El 1 de julio de ese año me estoy tomando un micro de vuelta a Bariloche.
A partir de ese día, vivo en este lugar.
En los próximos años me voy a ir de viaje más de una vez.
Viajes en búsqueda de muchas cosas.
De muchas respuestas. Con muchos interrogantes.
Más de una vez voy a emprender un viaje creyendo que voy al encuentro de mi verdadero lugar en el mundo.
Todas y cada una, voy a terminar volviendo aquí.
Más allá de la hermosura de su paisaje, muchas veces puede resultar un lugar hostil para quien no se encuentra del todo listo para vivir en él.
Hace frío todos los días.
Y aunque sea verano, no hay un puto día en el que no tengas que llevar campera.
Ver nevar es hermoso.
No creo que exista en el mundo sensación de ver MAGIA como esa.
Pero si esos colchones de nieve en los que se puede jugar y volver a ser chicos, al llegar la noche siguen estando ahí, preparate para la pista de patinaje a la mañana siguiente.
Si manejás o tenés que ir a algún lado es una mierda y ni hablar de la Bustillo o la Avenida de los Pioneros en pleno verano.
Caos. Para hacer un solo kilómetro, podes tardar añares.
Volcanes que erupcionan en el país vecino y pueden llegar a volver todo el aire de color gris y, el escenario, una película de ciencia ficción.
Lluvias tan intensas que terminan en aludes o sequías que pueden terminar en grandes incendios de bosques nativos, en caso de que alguno se descuide con un fueguito.
Abril y mayo, los meses más aburridos y deprimentes del año.
La mayoría de la gente se va a la goma. A ver a su familia en Buenos Aires o Rosario.
A pegarse algún viajecito copado y necesario.
La naturaleza más de una vez es un verdadero condicionante.
Pero también allí descubrí que somos más bien nosotros la que más de una vez la ponemos en un estado alarmante.
No es fácil vivir acá.
Y a la vez, nada en este mundo se compara con la vida en un lugar como este.
Esas imponentes montañas que todo lo rodean, son las que nos hacen sentir tan protegid@s que no hay lugar para muchos miedos estando aquí.
Sus cimas siempre me han dado la perspectiva necesaria para comprender que ningún problema es tan GRANDE y que por más minúsculos que parezcamos frente a ellas, también en nosotros habita la INMENSIDAD.
Todas las estaciones del año se vuelven FAVORITAS.
Solo allí, comencé a amar los otoños.
Los bosques y sus plantas son los que nos curan.
Siete gigantes lagos a través de una ruta mágica.
El agua que, con toda la fuerza de la naturaleza, empuja en cascadas de piedras inmensas generando el sonido más ensordecedoramente agradable del mundo.
El verano. Los atardeceres alrededor de un fuego. Todo eso que generan los reencuentros.
Los campamentos.
Las noches de luna llena.
La oscuridad y su infinidad de estrellas.
La comida de paso.
Los besos y los abrazos.
Esa energía que todo lo envuelve.
Ese silencio que tanto nos ayuda a escuchar nuestro corazón.
Dicen que su nombre viene de: “Vuriloche”
Una palabra de origen mapuche que significa “gente del otro lado de la montaña”.
Me alegra sentir que yo también fui parte de esa gente.
Me alegra sentir que yo también tuve la dicha de vivir de ese lado. No solo de la montaña, sino del mundo.
No solo ayer, sino para siempre.
Que un lugar como este, logró sanar mi alma herida.
Que lugares como estos, son los que nos cambian completamente la vida.
No fue fácil llegar hasta vos.
Caminamos durante horas por aquella falsa llanura donde no hacíamos más que subir y subir.
Más de una vez tuve que detener la marcha para poder recuperar el aliento.
Sentía calor en el cuerpo y frío en la jeta.
Eolo parecía que necesitaba le reconfirmemos que él y solo él, era el único Dios del Viento mientras el paisaje, con esas montañas y ese lago a lo lejos, nos confirmaba a nosotros, lo microscópicos que podíamos llegar a ser en un mundo que es gigante.
Nunca estuve en un lugar así. Aun cuando todo en el entorno me resultara familiar.
Aun cuando la estepa por fuera pareciera aburrida, tu presencia volvió a decirme que nunca lo es. Ahí estabas.
Como un espejismo a lo lejos que no pudimos creer que fuese real cuando te vimos de cerca.
Majestuosa. Imponente.
Fuerte e inquebrantable.
Él dijo que parecías una Virgen de espaldas.
A mí me gustó más la idea de creer que eras una MADRE de frente.
La Madre de todas esas rocas.
La ROCA MADRE.
Porque... ¿Quién más que ella podría mantenerse RECTA y de PIE, luego de tantos litros de agua de diluvio?
¿... Soles que sofocan, hasta derretir glaciares?
¿... Fríos crudos de nevadas?
¿... Ráfagas de viento que vuelan todo a su paso?
¿Quién más que una madre es capaz de soportar el paso del tiempo, erosionando cada partícula de su cuerpo y aun así ser capaz de mantener intacta el ALMA?
No conozco a mucha gente así.
Con la fortaleza con la que se edifica y construye.
Con la suavidad con la que se amolda y se esculpe.
ROCA MADRE.
Yo te agradezco que estés aquí.
Porque sé que ni la fuerza de las peores catástrofes del mundo, ni el paso de los miles de años que vendrán, harán que vos te muevas de ahí cuando yo te necesite, firme, fuerte e inquebrantable... para MÍ. .
Hace dos horas y media que desestimamos todas las indicaciones y sugerencias de la chica de la oficina de turismo respecto a que abandonemos la idea del Cañón del Atuel y que lo dejemos para otro día. Quizá por incrédulos o quizá porque entre vos y yo no sabemos quién es más cabeza dura.
El día empieza a nublarse y yo lo único que espero es que no se cague lloviendo, porque ahí sí vamos a tener que darle la razón a la piba esa y no quiero.
Recién dejamos atrás la primera parada y hoy, con el diario del lunes, desde ya, te aviso que nos quedan ochocientas mil más. Amo en este tiempo haberte contagiado mi amor por las fotos.
No hacemos muchos kilómetros, cuando a nuestra derecha aparece ese lugar.
—¿Qué mierda es eso?
–¿Paramos?
–Sí, por favor.
Me da un poco de cagazo, pero mi curiosidad siempre puede un poquito más, aunque con vos, siento que todo me da menos miedo.
No son ruinas. Tampoco escombros. Creo que, entre ambas cosas, forma una especie de híbrido maravilloso.
Subimos. Bajamos. Curioseamos lo suficiente, hasta que finalmente me preguntás:
—¿Qué le encontrás de interesante a este lugar?
Me quedo sorprendida mirándote con el ceño fruncido.
—¿Me estás jodiendo? ¿Acaso no lo ves?
Este lugar en el medio de la nada, entre una ruta desierta y un cañón como este, que acá lo es todo. Paredes levantadas. Techos a medias. Aberturas que nunca llegaron a ser soportes de puertas, ni ventanas. Todo aquello que podría haber sido y no fue.
Las infinitas posibilidades que concluyeron en ninguna.
No hablo de algo que fue y luego se destruyó, como ocurre tras la venida de algo tan catastrófico como un tsunami.
Tampoco de algo tan volátil que quedó en la idea o en el pensamiento de uno solo y ya.
Me refiero a otra cosa.
Me refiero a aquello que tenía mucho para haber sido todo y terminó quedando en nada.
¿Acaso nada de eso te resulta familiar?
¡Qué sé yo! No sé vos.
Pero creo que todxs nosotrxs tanto en nuestro inmenso interior como en nuestro pequeño mundo exterior conocemos mucho de eso.
¡Qué sé yo! No sé vos. Pero en mí quedan edificios a medio construir.
Escombros de más de una pared que yo solita con mucho esfuerzo levanté, para que un puto ventarrón venga un día de la nada y me la termine destruyendo.
Fortalezas que se derribaron.
Diques que se rebalsaron.
Sueños que se cayeron.
Tristezas que me inundaron.
Amores que se murieron.
Proyectos que se anularon.
Caminos que se perdieron.
Puertas que se cerraron.
Amigos que se fueron.
Momentos, que nunca más volvieron.
¡Qué sé yo! No sé vos.
Pero al menos a mí este lugar no me es indistinto. Ni su estructura indiferente.
Y aunque acá nunca estuve, más de una esquina y recoveco me parecen familiares.
Porque hay tanto de mí en él que me parece similar.
Estamos parados sobre lo que en algún momento fue el sueño de alguien más.
Alguien que, te aseguro, por acá no quiere volver a pasar jamás.
Este lugar es la materialización de nuestras frustraciones.
Lo visible de aquello que alguna vez quisimos borrar, luego de haber amado. Invertido. Creado. Soñado.
Lo que no queríamos que nos pase.
Todo lo que temíamos que nos sucediera.
Todo aquello que podría haber sido todo... y al fin de cuentas terminó siendo nada.
¡Qué sé yo! No sé vos.
Pero yo sigo encontrando MAGIA en lugares como éstos...”.
Voy camino a tu casa en un bondi que se pasea por un Bariloche más hermoso de lo habitual.
La nieve lo cubrió todo anoche.
La magia que cae del cielo se queda en la tierra, pintándola toda de color blanca.
Las montañas se sienten poderosas, y yo que las miro desde abajo, no dejo de llorar.
Estoy triste, pero el camino por el bosque me da el tiempo para secar una a una, todas estas lágrimas.
Atravieso la puerta y te veo ir corriendo por las escaleras, vía arriba.
No llego ni a saludar a tu mamá, cuando escucho tu voz desde atrás, gritando:
—¡¡SORPRESA!!
Subo tres escalones y ya te tengo colgado de mi cuello, prendido como una garrapata.
No termino de comer y te tengo de nuevo arriba mío, llenándome de besos y de abrazos. Yo también te extrañé.
Nos preparamos para ir al auto a pasear por Colonia Suiza, mientras repetís una y otra vez que querés comer una torta “NORMAL”. Nada de las tortas fritas que, hasta hace meses, te enloquecían.
Te digo que nos saquemos una foto. Me abrazas con esos brazos tan chiquitos, pero que una vez más me enseñan que hay refugios que por más pequeños que parezcan por fuera, una vez adentro, se vuelven lugares increíblemente inmensos. Y sin saberlo, me acaricias el alma. Siento que algo adentro mío se acomoda y mi corazón se alegra.
Y mientras camino con vos, me decís que en mi casa no hay tanta nieve como en la tuya porque vos vivís en la montaña y yo, lamentablemente, decidí́ irme a vivir a la ciudad. En un rato vas a robarme los frutos rojos de mi waffle y vas a recordarme lo amante que sos de los arándanos y las moras. Y más tarde, en un local de “bolucosas” preciosas, vas a hablarme de que no sabés lo que le pasa a tu “cerebro” por la contradicción que genera querer comprar todo aquello que te gusta, pero no querer gastar la plata que tenés ahorrada en tu alcancía.
Decime, Kalen:
¿Cuándo fue que creciste tanto?
Si fue tan solo ayer cuando llevaba a tu mamá a parir a un bebé y hoy ya sos todo un NIÑO DE LA MONTAÑA, con quien dejo de ser la adulta que soy para ser tu tía Pauita solamente.
“Una basílica hecha de libros oculta en un palacio que no había existido nunca, un lugar al que solo podría volver en sueños”.
Carlos Ruiz Zafón
Como inmersa en un sueño recorrió las calles de Toledo. Ese lugar medieval de España, por alguna razón, la llevaba a un tiempo y a una vida no tan lejana. Tampoco tan ajena.
¿Acaso había vivido allí?
Creía en vidas pasadas y en la evolución de las almas, pero nunca había experimentado cosa semejante.
Caminaba y se sorprendía al doblar cada una de esas angostas callecitas y saber exactamente qué venía después.
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