Mil veces tú - Stephany Hernández - E-Book

Mil veces tú E-Book

Stephany Hernández

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Beschreibung

Nicky es una excelente jugadora de fútbol, sabe que su futuro está ligado a este deporte y juega con tanta pasión como es posible. Después de ganar un partido, se va a festejar con sus compañeras de equipo. Gio, otra de las jugadoras, se acerca a ella con la intención de besarla e, incluso, ir más allá. Sin embargo, la mente de Nicky está puesta en su mejor amiga, Olivia, por quien siente cosas que la desconciertan y no le permiten vivir en paz. Se conocen desde que nacieron, ya que sus madres son grandes amigas, y pasaron toda su vida juntas. El destino vuelve a unir a Nicky y a Gio en un encuentro en la feria del pueblo, pero lo que ninguna sabía era que ese momento que debía ser especial entre ambas, iba a terminar en tragedia. La vida de Nicky da un vuelco. Todo lo que amaba, lo que la hacía feliz, lo que la llenaba, se desvanece entre sus manos y, de allí en adelante, tendrá que luchar incansablemente por superar el trauma que el accidente le dejó y, también, la realidad de que Olivia significa mucho más que ella que una simple mejor amiga. Una historia de superación, amor y amistad, en la que la protagonista tendrá que sortear una gran cantidad de obstáculos para salir adelante y volver a recuperar todo lo que algún día la hizo feliz.

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Seitenzahl: 346

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Stephany Hernández Vivas

Mil veces tú

Advertencia: contenido sensible en la novela

Esta novela contiene escenas que pueden resultar desafiantes o perturbadoras para algunos lectores. Los temas sensibles abordados incluyen, pero no se limitan a, situaciones violentas, abuso, suicidio, enfermedades de la salud mental u otros eventos traumáticos. La intención es explorar aspectos de la realidad humana, pero entendemos que estas reparesentaciones pueden afectar a quienes han experimentado situaciones similares y/o son especialmente vulnerables.

Si sientes que estos temas pueden ser perjudiciales para tu bienestar emocional y psicológico, te recomendamos ejercer precaución al continuar la lectura. Si en algún momento necesitas apoyo o alguien con quien hablar, no dudes en buscar ayuda de tus amigos, tus familiares o profesionales de la salud mental.

Por favor, ten presente que la intención de la obra es expresar aspectos de la complejidad humana, y se abordan estos temas con respeto y consideración.

Créditos

Hernández Vivas, Stephany

Mil veces tú / Stephany Hernández Vivas. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Abrapalabra Editorial, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-4999-93-1

1. Novelas. 2. Novelas Románticas. 3. Narrativa. I. Título.

CDD V863.9283

Coordinación y producción:

Helena Maso Baldi

Diseño y diagramación:

Ivanova Hidalgo

Imagen de portada:

®Adobe Stock

Edición y revisión de texto:

Julieta Vázquez

Primera edición: enero 2024

Abrapalabra Editorial

Manuel Ugarte 1509, CP 1428–Buenos Aires

E-mail: [email protected]

www.abrapalabraeditorial.com

ISBN 978-987-4999-93-1

Hecho el depósito que indica la ley 11.723

Hecho en Argentina

“Perdimos la Isla de las Bobadas. Así que puede perder las de Amistad, Hockey, Honestidad y Familia. Puedes arreglarlo, ¿no Alegría?”

Intensamente, Disney PIXAR

Capítulo 1

Recibí un pase de Gio. Era uno de esos pases fuertes y potentes que, de no colocar el pie con firmeza para detener el balón, podía burlarte por completo y pasar de largo. Apenas pasaba la media cancha. Había comenzado a llover con intensidad, pero suplicamos que no suspendieran el partido. La victoria nos llevaría directo a la estatal y la derrota nos dejaría fuera de competencia a cualquiera de los dos equipos. Cero a cero, pensé, y me tomé un segundo para decidir mi siguiente movimiento. Frente a mí, tres chicas de la defensa del equipo contrario me cerraban el paso. Salir hacia adelante parecía imposible, pero de lograrlo, mi equipo se colocaría en ventaja numérica. Quedaba poco tiempo, mi rodilla estaba sangrando por una caída previa y mi uniforme ya estaba empapado. Podía sentir mi corazón latir con fuerza, de manera rápida y contundente, las palmas de mis manos sudaban por el nerviosismo que más que paralizarme me impulsaba a seguir. Era la última jugada y su éxito iba a depender de la decisión que yo tomara en ese instante.

Solté el aire que tenía rato sosteniendo en mis pulmones desde hacía varios segundos e hice un amague hacia el frente. La primera de las tres chicas vino directo a mi dirección, lo cual me dio la oportunidad de burlarla con un autopase que me dejó frente a la segunda defensa. Esa fue más sencilla y logré esquivarla con un caño que provocó un estruendoso grito en las tribunas. La tercera, desesperada por detenerme, me sujetó de la camiseta y tiró con tanta fuerza que me lanzó al suelo. Levanté ambas manos pidiendo la falta, pero el árbitro nos indicó que siguiéramos jugando, que la pelota seguía viva, por lo que me levanté tan rápido como lo permitieron mis piernas y corrí por el balón. Lo recuperé de manera impecable. Ya estaba a pocos metros del arco. Intentaba conseguir el espacio para hacer el tiro perfecto, el tiro ganador. Una barrida me tomó por sorpresa, pero tuve tiempo de enganchar la esfera, conseguir un espacio hacia mi derecha y patear directo a la malla. Estuvo cerca, pero las manos de la arquera lograron lanzarlo fuera del área donde Sam lo tomó y remató con la pierna izquierda.

―¡GOOOOOOOOOOOL! ―se oyó desde las tribunas.

Corrí hacía Sam, que celebraba de rodillas justo en la esquina de la cancha. Me abalancé sobre su espalda, emocionada, y tras de mí llegó el resto de las chicas. Habíamos ganado el partido y ahora iríamos al torneo estatal.

Desde la banca, el resto de mis compañeras y nuestra entrenadora saltaban de alegría, mientras que las chicas del otro equipo lloraban de tristeza. En una región tan pequeña, conseguir un pase a la estatal era clave para ser vistas en el fútbol sala; de lo contrario, estarías condenada el resto de tu vida a jugar bajo la sombra de los torneos locales.

Apenas me coloqué de pie, miré a las tribunas. Mis padres y mi mejor amiga gritaban con todas sus fuerzas. No se perdían ni uno de mis partidos desde que comencé a jugar fútbol a los cinco años, no importaba cuán insignificante fuesen. Corrí hacia ellos y los tres me abrazaron con mucha efusividad. Primero mis padres, y luego, mi mejor amiga.

Olivia y yo éramos amigas desde que nuestros padres planificaron nuestros nacimientos, sí, así de loco como sonaba. Nuestras madres también fueron amigas durante toda su vida, mejores amigas como nosotras, y siempre tuvieron el sueño de criar juntas a sus hijos.

Planté un beso en la frente de Oli y sostuve su rostro con ambas manos. Tenía unos ojos verdes hermosos, su cabello era color castaño claro, casi rubio, y su piel clara, apenas tostada por las horas al sol practicando atletismo.

―Lo lograste ―me dijo con una sonrisa perfecta mientras sujetaba mi cintura.

―Las estatales ―respondí en confirmación antes de darle otro abrazo.

―Bueno, chicas, es hora de irnos ―anunció mi madre interrumpiendo el gesto entre mi mejor amiga y yo―. ¿Quieren venir con nosotros o prefieren ir a celebrar con el resto de las chicas?

―Por supuesto que vamos a ir a celebrar ―aclaré yo abrazando a mi padre. Él besó mi frente y asintió.

―Llámame e iremos por ustedes. Tengan cuidado ―pidió papá con una sonrisa, pero dejando claro que hablaba con seriedad.

―Por supuesto, papá ―lo tranquilicé―, nos vemos más tarde.

Lo besé en la mejilla, y luego, a mi madre para despedirme. Tomé la mano de Olivia y tiré de ella hasta los vestidores. Ya era costumbre que me acompañara ahí después de cada partido para esperar a que me duchara e irnos juntas. Dentro, las chicas saltaban y cantaban la canción de nuestro equipo mientras movían eufóricas sus camisetas en el aire. Al verme corrieron para saltar a mi alrededor.

―¡Eeehhh, ooohhhh, eeehhhh, oohhhh! ―cantábamos el coro.

Mi mejor amiga nos miraba desde afuera con una sonrisa. Yo me volví a observarla y no pude evitar devolverle el gesto. Estaba agradecida de poder compartir esas cosas con ella.

―Nicky, ¿vamos a casa de Laura? ―preguntaba Gio al tiempo que se colocaba un suéter y terminaba de vestirse. Yo hacía lo mismo, peleaba con los botones de mi camisa. Solía equivocarme siempre con alguno de ellos, lo que me obligaba a desabotonarla para empezar de nuevo.

―Es el plan ―contesté con un gesto cargado de picardía.

Gio y yo habíamos tenido ciertos momentos, y no es que nos hubiésemos acostado, ni siquiera besado, pero jugábamos con comentarios que encendieron de a poco nuestra relación y que fueron despertando en ambas unas ganas que no sabíamos que nos teníamos.

―Veamos si esta noche tengo suerte ―bromeó con complicidad. Yo no pude evitar soltar una risita, sí que estaba deseando que tuviera suerte.

―Quizás, hoy estoy de humor ―respondí bromeando igual, pero mordiendo mi labio para asentar las ganas que de hecho sí tenía.

―Bueno, bueno ―interrumpió Olivia pasando su mano por sobre mi hombro―, basta de calentarnos las orejas y apurémonos. Tengo ganas de un trago, o mejor dos.

Gio soltó una carcajada y siguió a mi mejor amiga hasta la salida, no sin antes lanzarme una mirada fugaz para ver mi reacción. Yo solo sonreí y las seguí a ambas.

La casa de Laura era una “modesta” mansión en el norte de la ciudad. Modesta porque, por lo general, las casas de mis compañeros solían ser ostentosas mansiones de catorce habitaciones y veintisiete baños, canchas de tenis, campos de golf y al menos media docena de mucamas y mayordomos, pero no era el caso de la casa de Laura. Su padre era un diplomático extranjero y solían vivir en las casas que su gobierno les asignaba, así que aunque no tuviese un campo de golf, ni catorce habitaciones, sí tenían un lujoso espacio de tres pisos y una piscina lo bastante buena como para pasar el verano, lujos que mi familia ni siquiera podía imaginar.

Yo era becada en la escuela a la que asistíamos por mi desempeño en el fútbol sala, pero mi lugar entre mis amigos me lo tuve que ganar con mucho esfuerzo. En principio, no era diferente a las personas que manejaban sus autos, limpiaban su casa o atendían cualquier otra necesidad. Era ignorada, echada a un lado y, en ocasiones, pisoteada por alguien que creía que el dinero lo hacía superior. Mi familia tenía comodidades, pero no éramos más que una familia típica de clase media que sobrevivía gracias al límite de su tarjeta de crédito, por lo que fue mi manera de jugar la que me otorgó un verdadero status dentro del instituto. Mi mejor amiga, por otro lado, tenía su lugar más que asegurado en la escuela y en la vida, pues su abuelo era un miembro fundador y, aunque su familia no exhibiera sus lujos y vivieran de una manera más bien humilde, contaban con un fondo monetario que yo no podría alcanzar ni con el mejor contrato profesional.

En casa de Laura, la música sonaba por todo lo alto. Las chicas del equipo ya habían llegado y algunos otros amigos se fueron sumando. Enseguida perdí a Olivia de vista, así que me aventuré a ir sola por un vaso de soda hasta la cocina. Esa noche no quería beber alcohol.

Describirme no era complicado. Yo siempre fui la chica extrovertida del grupo, la fiestera. Esa que no se detenía en artículos para salir a bailar, para escaparse de clases o para romper las reglas. Siempre tuve mucha confianza en mí misma y es por esa razón que no fue difícil salir del clóset con mis padres.

La primera vez que me percaté de que me gustaba una niña tenía ocho años. Puede que para muchos eso resultara ser pronto, pero aún puedo recordar la sensación que tenía en el estómago cuando me sentaba a su lado en clases. Era algo tierno e inocente, pero también algo que decidí callarme por pensar que estaba mal. No fue sino con el pasar de los años que pude lograr sentirme cómoda con esa parte de mi vida y recién a los trece años les conté a mis padres. Richard y Jenn lo celebraron, sonará extraño, pero estaban felices por ser una familia diferente. Aparentemente, ser padres millenials de una adolescente homosexual es tener mucha onda. Olivia, por su parte, creo que siempre lo supo. Cuando se lo dije, ni siquiera se sorprendió, fue como si hubiese estado esperando esa confesión desde hacía mucho tiempo.

Olivia era mi contraparte en todo sentido, no solo por ser heterosexual, sino por ser más tímida y cohibida que yo. Ella era muy graciosa, tierna, atenta. Por mucho, también era la más inteligente y estudiosa. Apenas mostraba su verdadera personalidad cuando entraba en confianza, pues al principio solía ser más reservada, discreta.

―Hola, preciosa ―me saludó Gio en tanto se acercaba a la barra de la cocina para servirse un trago de vodka con jugo de naranja.

―Dichosos los ojos que te vuelven a ver ―solté en juego mientras me apoyaba en la mesada para mirarla a los ojos. No pude evitar pasar la punta de mi lengua por mi labio inferior.

―Me halagas ―siguió ella―. ¿No tienes ganas de bailar?

―¿Bailar? ―Reí de nuevo. Era pésima bailando. Mis pies, mi cadera y el resto de mi cuerpo no parecían estar ni siquiera conectados―. Creo que paso.

Le guiñé un ojo y caminé hasta el living. La cantidad de personas se había multiplicado en los últimos diez minutos, éramos cerca de cien adolescentes alcoholizados y buscando más que un beso y una caricia en cualquiera que se nos atravesara en frente, y aquello dejó de ser una celebración íntima y pasó a ser una gran fiesta de preparatoria.

Intenté buscar a Olivia con la mirada, pero en ese punto iba a ser imposible ubicarla entre tantas personas, por lo que opté por tomar mi teléfono y enviarle un mensaje:

Yo: ¿Dónde estás?

Oli: Vino Marcos.

Marcos. Sentí mis mejillas arder hasta quemar. Marcos era la relación toxica y problemática de Olivia, un idiota que la desechaba y la recogía cuando quería. Que la rompía a su antojo y no le importaba en lo más mínimo los sentimientos de mi mejor amiga. Odiaba verla con él, odiaba de lleno verlos juntos.

―Hey ―sentí una mano tomar la mía y tirar de mí con fuerza―, ¿buscamos un lugar más tranquilo? ―Era la voz de Gio en mi oído. Por la cantidad de gente y el escaso espacio a nuestro alrededor no pudimos evitar chocar la una contra la otra.

―Yo... ―La piel se me erizó, mi boca se hallaba muy cerca de la suya y nuestras miradas estaban clavadas en nuestros labios, pero no podía concentrarme, no pensando en Olivia con el idiota de Marcos―. Quisiera, pero Marcos está aquí y está con Olivia ―me disculpé.

―Ese idiota ―murmuró con enfado. Ella también estaba al tanto de la historia de ambos―. Te acompaño ―se ofreció y yo asentí.

Gio me tomó de la mano y entrelazó nuestros dedos. Era primera vez que lo hacía y me encantaba, debía admitir. Era una chica hermosa, un poco más alta que yo. Su cabello era rubio y lacio, rapado en uno de los lados y largo del otro hasta la altura de sus hombros. Sus ojos eran azules, intensos y cálidos a la vez. Su piel era blanca y tenía unas pecas en sus hombros que me hacían perder un poco la cordura.

Yo era lo contrario Tenía el cabello muy ondulado y la piel morena, jugaba con la unión de los tonos de piel de mis padres ―mi madre era una mujer caucásica y de ojos azules y mi padre, un hombre de tez muy oscura y cabello tan difícil de mantener en orden que prefería raparlo por completo, polos opuestos―. Mis ojos eran castaños oscuros, casi negros como los de mi padre, pero tenía una marca de nacimiento que parecía la mancha de una de las láminas que te mostraba el psicólogo para determinar si estabas loco o sufrías de depresión. Era de un tono un poco más oscuro que el de mi piel e iba desde mi hombro derecho a mi codo. Esa la heredé de mi madre.

Demoramos un poco, pero finalmente pudimos dar con mi mejor amiga y su patético exnovio... o novio. Él la mantenía apoyada contra la pared en una de las habitaciones de la planta baja mientras se besaban de manera apasionada, sin importarles nada a su alrededor. No podría explicar por qué sentí lo que sentí, pero sí podría decir que un nudo se hizo en la boca de mi estómago y me era imposible tan siquiera tragar saliva. Era primera vez que veía a Olivia besar a alguien. Ella siempre había sido muy reservada y evitaba ese tipo de manifestaciones de afecto en público. Era raro para mí verla en esa situación. Sin darme cuenta, comencé a apretar con mucha fuerza la mano de Gio. Estaba enfadada, de seguro porque sabía que Marcos era un idiota y que Olivia merecía más, quizás porque mi mejor amiga estaba dando un espectáculo en medio de una fiesta, rodeada de tanta gente.

Miré a Gio sin saber qué decir y forcé una sonrisa que estaba segura de que no era más que una mueca.

―Mejor vamos a un lugar más tranquilo ―le pedí―, aquí no hay mucho que hacer.

Gio asintió con una sonrisa victoriosa y tiró de mí para llevarme fuera de la multitud. La casa de Laura tenía tres pisos, como ya mencioné, y si bien teníamos la certeza de que el segundo piso estaría infestado de adolescentes calientes y semidesnudos que no contaban con un espacio en su propia casa para tener relaciones, sino que debían esperar profanar la casa de alguien más, en el tercero conseguiríamos un poco más de privacidad, eso ya lo sabíamos por experiencia.

Entramos juntas a una habitación al fondo del pasillo. Gio no terminaba de cerrar la puerta cuando la tomé por la espalda y besé su cuello, casi a la altura de su nuca.

―No pierdes tiempo, Nicky. ―Rio.

Podía sentir su aroma suave, una combinación de coco y vainilla. Me encantaba.

―Llevo esperando mucho esto ―confesé.

Ella se giró y me levantó en sus brazos. Yo rodeé su cadera con mis piernas y me aferré a su cuello mientras nuestros labios se unían en un baile frenético y desenfrenado.

Gio me llevó a la cama y me acostó sin mucha sutileza, amaba esa parte ruda de ella. Sus labios buscaron camino por mi cuello y sus manos comenzaron a adentrarse por debajo de mi camisa. Lo estaba disfrutando y mucho, sin dudas quería más, pero el tono de llamada de mi teléfono nos interrumpió. En otra circunstancia lo hubiese ignorado, pero era el tono que usaba para el número de mi padre y, si bien era muy permisivo, la regla irrompible era siempre contestar sus llamadas.

Gio se hizo a un lado y me regaló una sonrisa comprensiva al tiempo que yo atendía.

―Hola, papá ―saludé.

―Hola, hija, mañana hay colegio ―saludó de vuelta―. Las pasaré a buscar en quince.

―De acuerdo, papá ―concordé y corté la llamada.

Miré a Gio con un puchero y ella imitó mi gesto.

―¿Te vas? ―preguntó con dramática actuación.

―Sí, creo que no será hoy. ―Le guiñé un ojo―. ¿Te veo mañana?

―Seguro que sí. ―Me plantó un beso suave en los labios y se echó en la cama.

Yo salí para buscar a Olivia, la llamé a su número un par de veces, pero no atendió. Debía seguir entretenida con el idiota de Marcos. Percibí una sensación extraña en la boca de mi estómago y no pude evitar sentirme algo enojada. Quería ir a donde estuviese y sacarla de ahí, lejos de él.

Ya había dado un par de vueltas en la planta baja, les había preguntado a algunas de nuestras amigas, pero no lograba dar con ella. Seguí llamando a su número con insistencia. Continuaba sin atender.

¿Sería que...? No, no se acostaría con Marcos, no ahí. Ella no perdería su virginidad con ese idiota en una fiesta de preparatoria, no era eso lo que ella quería.

La busqué con apuro en las habitaciones, necesitaba encontrarla antes de que cometiera un error, antes de que cometiera ese error. En los cuartos había chicos besándose, o ¿por qué no? Teniendo sexo bastante candente, pero yo solo comenzaba a desesperarme, quería encontrarla antes de... antes...

Abrí una de las puertas del tercer piso y vi a Marcos. Él estaba desnudo sobre alguien y un fuego se encendió en mi interior. Estaba hecha furia, no podía permitirlo. Corrí a la cama y lo hice a un lado, pero para mi sorpresa no estaba con Olivia, sino con Rebecca, una chica de último año que apenas conocía.

―¿Qué crees que haces, enferma? ―se quejó él mientras tapaba su cuerpo con una sábana.

―Pensé que... pensé que... ―retrocedí algunos pasos y salí a las corridas.

Sentí vergüenza de haber actuado de esa manera, pero más aún alivio de que Olivia no hubiese tomado una mala decisión. Marcos era un idiota y eso estaba más que comprobado.

Capítulo 2

―Ya te pedí perdón mil veces ―reprochaba Olivia mientras me seguía desde los vestidores hasta la cancha―. Me enojé con Marcos y me marché. Me olvidé de avisarte, no quería hablar con nadie.

Olivia apenas me alcanzó. Yo iba sobre la hora, pero más que no llegar tarde, me interesaba dejarla atrás a ella.

―Te busqué como tonta por toda la casa e interrumpí la velada romántica de tu Marcos pensando que eras tú. ―Me giré con enfado―. Pudiste enviar un mensaje, decirme que te irías y yo no hubiese hecho el ridículo frente a tu noviecito.

En ese punto no sabía realmente qué era lo que en realidad me estaba molestando, si era que ella no me avisara que se había marchado o lo que sentí en la noche cuando la imaginé con ese idiota.

―Solo discúlpame, ¿sí? ―Hizo un puchero que resultaba irresistible―. Te compro un helado luego de clases, hago tu tarea una semana, limpio tu cuarto, lo que quieras, pero discúlpame.

Rodé mis ojos y dejé escapar una sonrisa, no podía mantenerme enfadada con Olivia, no había manera.

―Estamos bien ―la tranquilicé―, ahora deja que vaya a entrenar o me meteré en problemas.

Ella me dio un breve abrazo y yo corrí de vuelta en dirección a la cancha donde el resto de las chicas se encontraba trotando. Me uní a ellas con premura esperando que la entrenadora no notara mi ausencia previa, pero fue en vano, me señaló con su dedo indicé y luego lo alzó apuntando al cielo para señalar que era mi primera falta.

Gio se percató de mi llegada y enlenteció su paso para permitirme alcanzarla, cosa que hice con una sonrisa en mi rostro.

―¿Te quedaste dormida? ―se burló.

―Olivia me retuvo. ―Me encogí de hombros―. ¿Pudiste terminar bien la noche?

―¿Cómo crees? Alguien me dejó con las ganas, no logré descansar ni un segundo. ―Me guiñó un ojo y aceleró el paso para dejarme atrás de nuevo.

Yo solté una risita e hice lo mismo. Gio y yo éramos muy competitivas dentro de la cancha, ambas aspirábamos a ser la capitana ahora que Emma terminaba la preparatoria, y para lograrlo existía una serie de requisitos que nos esforzábamos por cumplir.

―Vamos, chicas ―gritaba el preparador físico luego de hacer sonar su silbato―, todas con un balón. Van a controlar a máxima velocidad de un extremo al otro. No quiero que pierdan el balón, no quiero que se aleje de ustedes más de un metro, manténganlo lo más cercano a su cuerpo posible. Empiecen.

Tomé uno de los balones y comencé con mi ejercicio, siempre intentando superar a Gio. Ella era, a la par conmigo y con Emma, una de las más veloces. Me mantenía enfocada en lo que tenía que hacer, correr junto al balón sin dejarlo escapar de un extremo a otro dentro de la cancha. Todo iba bien, pero unas voces molestas comenzaron a distraerme. Intenté seguir haciendo el ejercicio enfocando mi atención, pero había bajado el ritmo al tiempo que subía la intensidad de los gritos. Me detuve en seco e intenté ubicar su origen. En las gradas, Olivia y Marcos parecían discutir.

Pisé el balón y Gio, al darse cuenta, hizo lo mismo. Marcos sostenía a Olivia de la muñeca y ella intentaba tirar con fuerza mientras le pedía que la soltara. El resto de las chicas también dejó de hacer el ejercicio. Todos en el lugar se detuvieron a observar.

―Hey, Almeida ―le gritó nuestra entrenadora desde la cancha a Marcos―, estás dando un espectáculo.

Marcos soltó una risa burlona y escupió en el suelo antes de irse. Olivia, por su parte, parecía avergonzada por haber llamado la atención. Miró a su alrededor: todos la estaban observando como a un bicho raro, todos menos yo. Yo solo quería subir para saber si todo estaba bien. Intenté dar un paso en su dirección, pero Gio me detuvo sujetando mi antebrazo.

―No puedes, Nicky ―me advirtió―, te van a penalizar.

Miré a Gio y luego a Olivia alejarse. Solté un largo suspiro mientras el preparador físico hacía sonar su silbato una vez más.

―Concéntrense ahora ―ordenó. Todas volvieron a hacer lo que indicó. Yo suspiré con fuerza, frustrada, y miré a Gio. Ella aún esperaba por mí así que asentí y fui a terminar mi entrenamiento.

La charla de la entrenadora después de cada práctica era la misma: somos grandes, somos fuertes, somos imparables. Podemos lograrlo. Señalaba algunas debilidades, mencionaba que debíamos trabajar más, indicaba actividades para realizar fuera de la cancha que nos ayudarían a mejorar nuestro rendimiento. Cosas de interés, pero a las que no podía prestarle mayor atención. No dejaba de pensar en Olivia y solo quería que terminara de hablar para ir a buscarla. Gio lo notó y se acercó a mí apenas la entrenadora salió de los vestidores.

―Nicky, sé que tú y Olivia son muy amigas, pero ¿es solo eso? ―Parecía un poco desilusionada.

―¿Eh? ―No entendía lo que quería indagar con su pregunta, hasta que capté su idea―. Sí, claro que sí, hemos sido amigas desde siempre, somos como... ―quería decirlo, de verdad quería decirle que éramos como hermanas, pero no sabía hasta qué punto eso era tan cierto―, solo somos muy unidas, nuestras familias son muy unidas ―intenté explicar.

Pensar en mi mejor amiga y en mí como algo más que eso no me cerraba en la mente. Olivia había estado ahí desde el día uno y nuestro lazo era mucho más que fuerte, ¿acaso algo en nosotras dejaba que se malinterpretaran las cosas? No, siempre fuimos buenas amigas, las mejores amigas y nada más. Me deshice de esa idea y volví a concentrarme en Gio.

―Bueno ―sonrió de medio lado―, ¿qué dices si hacemos las cosas bien?

―¿Las cosas bien? ―pregunté con intriga mientras me quitaba la camiseta del entrenamiento.

―Sí, ya sabes, tener una cita. ―Sus mejillas se sonrojaron un poco. Se acercó a mí y colocó sus manos en mi cintura.

―No sé si soy de citas. ―Me reí. Jamás lo había hecho, era más de besarme en las fiestas, de divertirme y dejar atrás. Jamás pensé que las cosas con Gio pudieran llegar a ser algo de citas.

Ella rio igual, no parecía disgustada. Me liberó de su agarre, no sin antes regalarme un beso fugaz.

―Creo que sí podríamos terminar lo que empezamos ―retomé la idea y ella volvió sus ojos antes de darme la espalda y permitir que me marchara a la ducha.

De camino, mi sonrisa se borró. Pensé en la propuesta de Gio y traté de conseguir una explicación al hecho de que me costara tanto trabajo aceptar algo más. No es que no quisiera enamorarme, no es que no quisiera ser amada, pero me mantenía enfocada en el fútbol y no sabía si una relación sería lo mejor para mi futuro en el deporte. De todas maneras, despertar junto a alguien luego de solo dormir en la noche era algo que ya tenía junto a Olivia, no necesitaba a una novia para eso.

Antes de volver a mi hogar, decidí pasar por la casa de Olivia. Quedaba apenas a unas cuatro calles de la mía, así que estaba de paso. Ella vivía con sus padres y su hermano apenas dos años menor, y no, ese no fue planeado entre nuestras madres. Mi madre siempre fue clara, una hija y ya era suficiente; por el contrario, los padres de Olivia siempre quisieron una familia grande, sin embargo, luego del nacimiento de Oliver, la madre de Olivia sufrió de cáncer de útero y tuvieron que extirpárselo para salvar su vida. Algo trágico, pero funcional.

Al llegar entré sin tocar, era bastante común entre nosotros. Oliver jugaba con su Nintendo en el televisor de cincuenta y cinco pulgadas del living y su madre terminaba de servir la comida.

―Oh, Nicky ―me saludó ella―, ya te sirvo un plato a ti también.

―No, no te preocupes ―pedí―, vine a ver rápido a Oli y vuelvo a casa.

―No, claro que no, vas a cenar acá. Ya les aviso a tus padres ―insistió y yo cedí con una sonrisa. Sería una batalla imposible de ganar.

Me acerqué al sofá en el que estaba sentado Oliver y planté un beso en su mejilla para saludarlo antes de subir a la habitación de mi mejor amiga. La puerta estaba abierta así que pasé, pero ella se hallaba en la ducha. Coloqué algo de música en su computadora y me acosté sobre la cama a mirar mi teléfono. Gio había subido una foto con una chica pelirroja, la conocía, era una compañera de su clase de música, una chica con la que solía cantar muy buenos duetos. Quizás no debía, pero algo se revolvió en mi estómago, algo parecido a lo que sentí cuando vi a Olivia besar a Marcos, y en un intento por deshacerme de la sensación, tiré el teléfono a un lado.

―Hola ―saludó mi amiga al entrar a la habitación con su pijama de camisón de Guns and Roses. Estaba peinando su cabello―. ¿Qué es esa cara de pocos amigos?

Pensé en Gio y en su foto, estaba segura de que no era nada, pero aun así no podía despojarme de la sensación de que podía perderla en algún momento, perder eso que no sabía que éramos.

―Hey, no es nada ―la saludé incorporándome y haciendo a un lado mis pensamientos puestos en Gio―. ¿Qué fue lo que sucedió hoy?

―Nada ―contestó tajante y se sentó frente al ordenador.

―Sabes que puedes confiar en mí ―aseguré.

―No es eso. ―Suspiró―. Marcos quería que nos acostáramos anoche, pero no estaba lista. Él... ya sabes, es insistente, pero finalmente me dejó en paz y se acostó con alguien más. Hoy fue a decírmelo solo para hacerme sentir mal. ―Su voz se quebró un poco―. Le dije que me dejara en paz, que ya no quería verlo, y dijo que era mi culpa, que seguía siendo una niña y él era un hombre que necesitaba una mujer.

―Te juro que quiero matarlo ―comencé a decir.

―Ya no importa. ―Olivia se giró para regalarme una sonrisa que no llegaba a sus ojos―. ¿Qué hay de ti y de Gio?

Yo suspiré. No había mucho que contar.

―Gio va en otra dirección ―confesé―, me pidió salir y no sé si es lo que yo quiero. Es decir, solo quiero a una amiga con derechos, ya sabes. ―Sonaba terrible, pero era la verdad.

―Me parece imposible creer que jamás te hayas enamorado ―se burló Olivia―. Has estado con... ya ni siquiera sé cuántas chicas, ¿jamás sentiste nada más?

―Yo... ―intenté sonreír, pero el vacío que me hizo sentir su pregunta no me lo permitió―, te quiero a ti, debería contar.

―Idiota. ―Soltó con una risa mientras se acercaba a abrazarme. Se detuvo entre mis piernas y me rodeó con sus brazos. Yo hice lo mismo y apoyé mi cabeza en su abdomen.

Mi corazón se aceleró y comenzó a palpitar con fuerza. El aroma de Olivia me embriagaba los pulmones. No quería soltarla, no quería alejarme de ella ni por un segundo. La calidez de su cuerpo me resultaba reconfortante.

―Vamos a comer ―indicó rompiendo con ese momento que parecía ser solo mío―, muero de hambre.

Yo asentí con la cabeza y la seguí en silencio. Intentaba no mirarla por mucho tiempo. Sus piernas dibujaban una silueta perfecta bajo el camisón y su cabello danzaba de un lado a otro al tiempo que bajaba las escaleras.

―Buen partido ayer, intenté alcanzarte, pero cuando logré bajar la tribuna te habías ido a cambiar ―me felicitó Oliver. Tomó asiento entre Olivia y yo, por lo que terminó alejándome de ella.

―Estoy segura de que así fue ―reafirmó Charlotte, su madre, entregándome un plato de pasta con salsa blanca―, tu madre me contó cada detalle.―Fue bastante reñido ―confesé antes de probar un poco de la comida.

―Nichole Salomé Di Lorenzo ―me regañó Charlie. Entregaba el último plato de pasta a Olivia y luego me dio una palmada en la mano―. Primero bendecimos la comida.

Los padres de Olivia, como buenos italianos, eran muy católicos. Bautismo, primera comunión, bendecir la mesa y, por supuesto, cero tolerancia a la homosexualidad. A mí me aceptaron sin problemas, siempre creí que mi madre había tenido mucho que ver con eso, pero desde entonces Olivia y yo tenemos prohibido estar con la puerta de su habitación cerrada y siempre fueron muy claros respecto al hecho de que no aceptarían que alguno de sus hijos tomara el mismo camino. Igual, no tenían de qué preocuparse, ambos eran el estereotipo básico de adolescente heterosexual.

Oliver se volvía loco por cualquier chica que le pasara por delante. Yo intentaba justificar a las hormonas, pero él no ponía de su parte. Era un adicto a los videojuegos, capitán del equipo de fútbol y como hobby armaba motocicletas. Olivia, por su parte, tenía su cuarto lleno de pósteres de actores y cantantes, tuvo su temporada de fanatismo por One Direction y hasta fingió estar casada con Harry Styles durante dos años. Su más grande sueño a los trece era casarse con un príncipe y gobernar algún país europeo.

Al terminar la cena, Olivia se ofreció a acompañarme hasta casa. Algo dentro de mí, quizás su actitud, me decía que ella necesitaba de ese tiempo a solas conmigo, así que acepté que lo hiciera. Caminamos por varios metros en silencio hasta que a mitad de camino se animó a hablar.

―¿Cómo supiste que te gustaban las chicas? ―Su pregunta me tomó por sorpresa.

―Lo sabes desde hace años, ¿por qué preguntas ahora? ―Me detuve para mirarla. Ella hizo lo mismo.Vaciló por un instante.

―Es curiosidad ―contestó.

―No sabría explicarte. Siento cosas con las chicas que nunca sentí con un chico. A los chicos no puedo verlos como algo más que un amigo o un compañero. No fantaseo con ellos ni mucho menos. ―Me encogí de hombros―. En cambio, con las chicas siento muchas cosas más. Me gustan, me parecen lindas y me dan ganas de estar con ellas. Cuando conozco a una chica que me parece interesante, siento algo en la boca del estómago, es como un nerviosismo que, la verdad, se siente agradable.

―Pero nunca te has enamorado de una chica ―agregó y yo asentí.

―Capaz no ha llegado la indicada ―argumenté y ella sonrió.

―Ya llegará ―aseguró―. De todas maneras, enamorarnos nos hace estúpidos, mírame a mí con Marcos.

Yo suspiré. Odiaba la comparación. Ella tragó con fuerza y sus ojos parecían cristalizarse.

―¿Hay algo que quieras contarme? ―pregunté desde la distancia.

―No, no hay nada ―aseguró―, creo que es mejor que regrese.

Se acercó a plantar un beso en mi mejilla y luego se marchó con rapidez. Yo la observé hasta que desapareció de mi vista para entonces retomar el camino a casa, donde al llegar las voces desafinadas de mis padres que intentaban cantar una pista que en algún momento de hacía treinta años había sido todo un éxito musical me hizo recordar que era jueves de karaoke. Mis padres, y gracias a Dios solo mis padres, rememoraban los éxitos de su juventud mientras tomaban vino hasta desmayarse en nuestro living. A veces los acompañaba, pero otras tantas, prefería quedarme en mi habitación, como esa noche.

Pensaba en la pregunta que me había hecho Olivia, intentaba darle una explicación a su curiosidad, pero no podía imaginarme ninguna. De un momento a otro, la recordé entre mis piernas abrazándome, pensé en ese momento tanto que me alcanzó la madrugada en la cama.

Tomé mi teléfono y revisé su perfil de Instagram. Ella no solía subir fotos con frecuencia así que la última era de tres meses atrás y era una con el idiota de Marcos. Apreté los dientes y tiré el teléfono a un lado, ¿acaso estaba celosa? No, era imposible. Solo odiaba que mi mejor amiga estuviese entregando su corazón a un patán.

En eso mi teléfono vibró. Me extrañó que alguien escribiera a esa hora de la noche, pero sentí curiosidad de saber de qué trataba, así que lo tomé de vuelta.

Olivia: No puedo dormir.

Yo: ¿Todo bien?

Olivia: No dejo de pensar en ti.

No sabía qué responder, mi corazón se aceleró y mis manos comenzaron a sudar, algo que solía pasar cuando estaba nerviosa.

Yo: ?

Olivia: Ya sabes, quisiera que algún día pudieras enamorarte como yo lo estoy de Marcos. Y antes de que digas algo, sé que es un idiota, pero no por eso enamorarse dejar de ser algo lindo.

Yo: Si es para enamorarme de alguien como él, prefiero seguir así.

No hubo respuestas. Tragué con fuerza el enojo que comencé a sentir y coloqué mi teléfono en el pecho. Anhelaba otro mensaje, pero ¿por qué? ¿Qué era lo que me estaba sucediendo con mi mejor amiga? Intentaba convencerme a mí misma de que no era nada, así que tomé una decisión impulsiva y envié otro mensaje de texto.

Yo: Hey.

Tardó un poco, pero finalmente contestó.

Gio: ¿No puedes dormir?

Yo: Podemos ir a la feria juntas mañana.

Gio: ¿Es una cita?

Esperé un par de minutos para meditarlo, pero me convencí de que era lo mejor para mí.

Yo: Es una cita.

Contesté.

Capítulo 3

Payasos, globos, atracciones que parecían desarmarse y juegos tramposos donde perdías grandes cantidades de dinero intentando ganar un tonto peluche. Odiaba la feria, pero era la única atracción de nuestro pueblo. Gio llegó temprano, mucho más temprano que yo, y se encargó de recibirme con un montón de tickets y dos inmensos granizados azules que pintaban tu boca al beberlos. No podía negarlo, eran mis favoritos.

La saludé con un beso fugaz en los labios que la tomó por sorpresa; ella lucía hermosa. Llevaba puesto unos ajustados shorts azules, un top negro que dejaba ver todo su abdomen y, sobre él, una camiseta muy holgada de béisbol sin abotonar.

―Solo te falta la gorra ―bromeé, pero ella llevó su mano al bolsillo trasero de su pantalón y sacó una gorra del mismo color y equipo que el de su camisa negra. Yo reí y agregué―: No soy amante de los Yankees.

―Olvidé que eres de los calcetines rojos ―se burló y yo le di un leve empujón.

―Medias rojas de Boston, Gio. ―Giré mis ojos y ella no pudo evitar reír con mi cara de enfado.

―Estaba jugando ―se disculpó a la vez que estiraba su mano para tomar la mía―, gracias por venir.

Nuestros dedos se entrelazaron de forma tierna e inocente. Con delicadeza. Yo miré nuestro agarré y me perdí por un instante en la sensación. Era agradable.

―¿Por dónde quieres empezar? ―preguntó mirando a su alrededor. No es que hubiese muchas opciones más que un viejo carrusel, la rueda de la fortuna, una mediocre montaña rusa, autos chocones y la casa del terror. Una atracción era más decadente que la anterior.

Yo me encogí de hombros, cualquier opción sería terrible, pero pasar tiempo con ella valía la pena.

―Vamos a los autos chocones ―dije señalando la zona en la que se encontraban y tirando de la mano de Gio con suavidad.

―Uh, bien, me gustan las chicas rudas ―bromeó Gio siguiéndome el paso.

La fila era corta, apenas teníamos unas seis personas por delante, así que entraríamos en la siguiente ronda. Como ya había dicho antes, Gio y yo éramos en extremo competitivas, por lo que, apenas nos dejaron entrar, corrimos hacia los que pensábamos que serían los mejores autos. Claro que no íbamos a subir juntas, la idea del juego era ver qué auto chocaba más al otro y qué auto lograba esquivar más embestidas.

Ese día reí, reí mucho. No podía creer lo divertido de la situación y esa picardía que había detrás de cada juego, de cada ocasión, de cada victoria y cada derrota.

Ya pasado un rato, Gio se acercó a mí casi tanto como para besarme los labios, pero no fue eso lo que hizo.

―Quedan un par de tickets ―aseguró mientras subía su mano para enseñármelos―, podemos subir a la rueda de la fortuna y aniquilar las ganas que tengo de besarte. ―Mordió su labio y mi piel se erizó.

―Odio las alturas ―confesé con temor, pero ella rio.

―No puede ser, Nichole Salomé les teme a las alturas ―dijo todo en voz alta y extendiendo sus brazos. Victoriosa.

―Ya basta. ―Rodé mis ojos con enfado y tomé ambos tickets―. Solo vamos.

Me adelanté en dirección a la última atracción a la que pensábamos subirnos. Ella me alcanzó al instante y tomó de vuelta nuestras manos entrelazando nuestros dedos. Al llegar, le dimos los tickets al maquinista y subimos al primer carrito que estuvo disponible. Yo intentaba tranquilizarme, calmaba mi respiración y miraba de reojo a los costados.

―No va a pasar nada ―se burlaba Gio, quien, para sentarse a mi lado, se levantó e hizo mover el carrito. Yo pegué un gritito bastante vergonzoso―. Hey, está bien ―me tranquilizó luego tomándome en sus brazos.

―Esto es de terror, debería estar prohibido ―me quejé. Ella sonrió y besó mi frente.

―Estoy contigo, vas a estar bien ―aseguró antes de tomar mi rostro con ambas manos. Yo clavé mi mirada en sus ojos y coloqué mis manos en las suyas, aún sobre mis mejillas. Estaba asustada, pero ella me hacía sentir mejor.

Se acercó de a poco, al estilo película romántica, y juntó sus labios con los míos en un beso casi tan tierno como especial. Sería muy cliché afirmarlo, pero sentía fuegos artificiales explotar en mi pecho. Me sentía bien, me gustaba estar a su lado, me gustaba lo que ella me hacía sentir.

De un momento a otro, la estructura se movió de una manera en la que estaba segura que no debía moverse. Me separé de inmediato de Gio y miré hacia abajo. Algunas personas se acercaban corriendo a la atracción mientras un par de trabajadores intentaban mantenerlas alejadas.

―Gio, ¿qué sucede? ―preguntaba asustada. Ella tomó con fuerza mi mano y se inclinó para ver hacia abajo también.

―No lo sé. ―Su voz sonaba preocupada y la estructura se movió una vez más. No pude evitar gritar junto a otras personas que también lo hacían desde sus carritos.

―Esto no está bien, Gio ―le dije mientras me aferraba a su mano con fuerza y buscaba mi teléfono para llamar a casa. Sentía la necesidad de avisarles a mis padres.

―Saldremos de esto bien, no te preocupes. ―Gio intentó tranquilizarme, pero su mirada decía otra cosa. Tragó con fuerza y mis ojos se llenaron de lágrimas.

La estructura se movió una tercera vez, ahora de manera más pronunciada. Parecía irse a un lado. El resto de las personas seguía gritando, pero yo ya no tenía la disposición para hacerlo, solo podía pensar en que íbamos a caer, en mis padres, en Olivia y, de un momento a otro, todo se vino abajo.