Minami. Libro II - Danielle Rivers - E-Book

Minami. Libro II E-Book

Danielle Rivers

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Beschreibung

Tras sobrevivir a un intento de asesinato, Shari Minami se encuentra en una situación muy desafortunada. Sin su tutor ni medios para regresar a Norteamérica, deberá tomar una decisión difícil: unirse a las fuerzas rebeldes o huir y quedar a su suerte en aquella tierra hostil… ambos caminos pueden llevarla a la muerte. Sin más opciones, comenzará su entrenamiento militar. Entre clases brutales y un romance en puertas, Shari todavía tiene demasiadas preguntas: ¿cómo sobrevivió?, ¿por qué los del Estado quieren matarla?, ¿quiénes fueron sus padres?, ¿y por qué Katö jamás quiso contarle la verdad? En esta segunda entrega de la saga Minami, conocerás más a fondo a estos personajes que se ganaron tu cariño y obtendrás las respuestas que buscabas después de leer el primer volumen… o no. De hecho, puede que quedes tan confundido como Shari. Como dicen en el Bando, muchas veces, la ignorancia es una bendición.

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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Minami

Minami

Libro II

A través del cristal

Danielle Rivers

Danielle Rivers

Minami : libro II : a través del cristal / Danielle Rivers. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Tercero en Discordia, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-631-6602-98-5

1. Literatura Juvenil. 2. Literatura Fantástica. I. Título.

CDD A860

© Tercero en discordia

Directora editorial: Ana Laura Gallardo

Coordinadora editorial: Ana Verónica Salas

Maquetación: Victoria Pelze

Diseño de tapa: Augusto Zabaljauregui

Ilustradores: Danielle Rivers, Azul Herrera y Nicolás Cheves

www.editorialted.com

@editorialted

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.

ISBN 978-631-6602-98-5

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723.

Para Ali

Los monstruos más temibles son los que se esconden en nuestras almas.

Edgar Allan Poe.

Prefacio

Ingresó al correo de voz, que indicaba que tenía un mensaje sin escuchar.

“Usted se ha comunicado con la casilla de mensajes de Katö, Daisuke, miembro del Departamento de Investigación Personalizada y Legajos del Bando Rebelde.

Tiene un mensaje nuevo recibido el 12 de marzo del 2012 a las 19:45 horas”.

… Ka… Katou… Katou ¿me escu…? … Soy yo… te busqué… . Pero dij… que te hab... ido… Necesi… vengas. Fuji… necesi… huir. Te lo ex.. cu… gas. Por… pronto…”.

“Fin del mensaje. Para escucharlo nuevamente, presione 1. Para borra… el mensaje ha sido borrado. Muchas gracias”.

1

La noticia sobre el ataque a uno de los agentes secretos del recinto y la novata norteamericana se propagó por toda la urbe como pólvora en el viento. Tras haber aplacado la explosión y escuchado la lluvia de balas y gritos proveniente del exterior, varios internos y miembros del cuerpo de seguridad se agolparon en la entrada al recinto, alarmados. Al ver la caravana de guardias y auxiliares del cuerpo médico regresar con cuatro cuerpos (tres de ellos con el rostro cubierto), la sorpresa fue masiva. Hacía tiempo que las unidades del Bando no recibían un ataque tan directo, aunque fuese pequeño. La novedad tampoco tardó mucho en esparcirse por el resto de las unidades de la región. En menos de veinticuatro horas se divulgaron toda clase de rumores acerca del atentado, que iban desde el obvio intento de homicidio por parte de espías estatales, alta traición por parte del agente Katö por intereses financieros, y hasta problemas relacionados con la unión soviética. Una teoría más descabellada que la otra.

Aunque las teorías iban en aumento, tanto en número como en inverosimilitud, ninguna fue tan relevante como para ser tenida en cuenta por Arashi y su equipo de investigación, salvo la primera y más común de todas: un claro intento de asesinato. En la semana que prosiguió al ataque, se dedicó pura y exclusivamente a analizar la escena del asalto, supervisar la autopsia de los cadáveres de los malhechores, investigar sus perfiles y buscar datos sobre su oficio y para quién trabajaban. Aunque estaba seguro de que eran enviados de Tsushira, sus allegados no terminaban de entender por qué habían intentado ir por la muchacha Minami. Lo más lógico hubiese sido que su objetivo fuese Katö o algún otro superior, no una interna extranjera e inofensiva. Por suerte, Minami-san había salido con vida… pero apenas. Aquello también era un misterio para sus camaradas. Les parecía increíble que una muchachita de catorce años, sin la más leve noción de autodefensa, hubiera podido sobrevivir al ataque de dos sicarios estatales bien entrenados. Tuvo suerte de que alguien como Katö hubiese estado en el momento y lugar indicados.

Katö… Pensó Arashi, repanchigado en su silla, demasiado abrumado como para dormir pese a que apenas había dormido desde el ataque. Su muerte en verdad le había dolido, y preocupado por partes iguales. Daisuke Katö había sido uno de los agentes más longevos de la fuerza –prácticamente desde el comienzo de la guerra– y uno de sus primeros socios tras unirse al Bando. Había llegado incluso a considerarlo un amigo.

Sus colegas también lamentaban su pérdida; de todos los agentes veteranos, Katö había sido el más amigable y servicial de todos, con la calidez y sabiduría típicas de cualquier persona de su edad. Era como un padre para la fuerza. Quiso pensar que encontraría la paz después de haber pasado casi dos décadas batallando entre la vida y la muerte en una guerra que le había arrebatado a toda su familia.

Lamentablemente, su muerte había quedado rodeada de muchas dudas, demasiadas. Para empezar, ¿cómo pudo el Estado haber dado con él y Minami? De todos los viejos harapientos y las jovencitas que conformaban las líneas rebeldes, ¿cómo pudieron dar precisamente con ambos? No podía ser coincidencia. Repasó mentalmente el motivo por el cual habían planeado el traslado de Minami desde Estados Unidos hasta el recinto, a espaldas de sus superiores. Un simple arrebato de compasión por ser, probablemente, la única descendiente con vida del indeseable número uno del país, Nanjiro Minami, y a quien por azares del destino, Katö acabó por adoptar.

Al principio había tenido sus dudas. Por más que ambos tuvieran el mismo apellido, ¿estarían realmente emparentados? No había ni un solo registro de que esa muchacha hubiera nacido con ese nombre, ni un documento que comprobase que tuviera la misma sangre que el doctor Minami o su esposa. Debió fiarse únicamente de la palabra de Katö así como de su innegable parecido con sus presuntos progenitores, y falsificar su acta de nacimiento y su identificación para poder trasladarla. Más molestias que las que se hubo tomado con cualquier interno. Todo por Katö, por hacerle un favor a un amigo. Y ahora Katö estaba muerto. ¿Qué misterios escondía esa mocosa? Algo se le estaba escapando de las manos, y si había algo que odiaba más que a Kyomasa Tsushira y su reinado del terror, era que le mintieran a la cara.

Mientras bebía su quinta taza de café en lo que iba del día, tomó un lapicero y escribió una lista de las personas involucradas en el operativo de traslado de Minami (al que internamente bautizó “operativo Madre Teresa” por su carácter caritativo). Comenzó con el transportista que los había llevado directamente al recinto, el que había intentado matarlos. Un caso curioso, ya que el cuerpo de inteligencia había dado con su certificado de defunción con fecha cuarenta y ocho horas previas al ataque (¿un presagio cruel acaso?). Continuó con el agente de viaje que fue sobornado a cambio de su silencio, las autoridades del Instituto de Santa Amelia, el director del Aeropuerto de Osaka y el jefe del sistema de vehículos ilegales con el que contaron para el viaje por tierra. No cabía duda de que el transportista les había ido con el chisme a los del Estado, pero no podía confiar en que fuera el único delator. La experiencia le había enseñado que, en un grupo, los traidores venían de a tres. Alguno más de los involucrados en el operativo estaba jugando al doble agente y no descansaría hasta silenciar hasta el último de ellos.

También se propuso averiguar un poco más acerca del pasado del difunto doctor Minami. Si bien mucha documentación se había perdido en esos años de contienda, tenía que encontrar respuestas. Daisuke le había contado el cuento a medias. Ahora, Arashi sentía que había colocado una bomba de relojería en sus manos y que estallaría en cualquier momento. Debía llegar al fondo de esto antes de que alguien más saliera lastimado… o muerto. Se felicitó a sí mismo por haber aplazado el traslado de la muchacha a otro centro. Más que nunca debía vigilarla, y muy de cerca. Si se trataba de una bomba a punto de estallar, mejor que estallase detrás de sus muros, donde pudiera ser contenida.

19 de marzo de 2012

El aire se había embotado hasta sofocarla. El cielo se había vuelto rojo como un hierro incandescente y, de pronto, sintió que el piso se abría bajo sus pies. Las llamas del infierno emergieron como las garras de un animal y la envolvieron por completo hasta convertirla en una hoguera viviente. Sin embargo, nada de eso le provocó dolor, ni miedo, siquiera angustia. Al contrario, fue como si las flamas alimentasen cada célula de su cuerpo y le dieran la fuerza que necesitaba para hacer lo que debía hacer, una ola de salvajismo y violencia que amenazaba con salirse por cada orificio de su cuerpo si no hacía algo al respecto. Un pensamiento, una pulsión, un único deseo atravesó su mente como una flecha en medio de la oscuridad:

Matar…

¿Matar? ¿Pero matar… por qué?

Matar…

No puedes matar a alguien, eso no está bien.

Matar…

¡Te dije que no! ¡No… espera! ¡DETENTE!

¡Matar… matar… TENGO QUE MATAR!

Shari abrió los ojos dando un respingo. Impulsivamente se sentó y el esfuerzo le provocó un terrible dolor de estómago. Un intenso mareo la tumbó de nuevo sobre algo suave. ¿Sábanas? Inspiró hondo. El aire olía a limpiador de limón. A su alrededor, todo estaba quieto, imperturbable. Un pitido conocido confirmó sus sospechas: estaba en el hospital.

Entrecerró los ojos cuando la luz blanca del cielorraso la cegó por un momento. Se llevó una mano a la cara y palpó algo suave pegado a su frente. Al mirar su muñeca, vio un delgado tubo transparente saliendo del dorso de su mano. Una vía intravenosa. ¿Qué había pasado? No recordaba nada. ¿Por qué estaba en el hospital?

Intentó incorporarse de nuevo pero notó dos cosas más. La primera, tenía el brazo derecho escayolado, fuertemente sujeto a su torso. Y la segunda, algo le dolía y mucho en la pierna derecha. Con cuidado, se apoyó en el brazo izquierdo para poder sentarse y corrió las sábanas. Tenía el muslo derecho vendado. Sus latidos se dispararon, ¿qué diantres le había pasado? ¿Por qué estaba tan malherida? Miró a su alrededor. Se encontraba en una sala de hospital, no supo exactamente en qué parte, pero estaba completamente sola. ¿Seguiría en el recinto? ¿Seguía estando en Japón? ¿Si no dónde? Miró hacia las ventanas pero las persianas estaban bajas. ¿Qué hora era? ¿Qué día era? ¿Y por qué diablos se encontraba allí?

—¡Vaya! ¡Despertaste!

Vio a una señora entrada en años acercarse con una bandeja en las manos. Llevaba puesto el uniforme de enfermera. El repiqueteo de sus zapatos blancos se multiplicó por tres en aquella sala vacía.

—A ver, linda, déjame ver…

Apoyó la bandeja sobre la cama, sacó de allí un termómetro y lo deslizó debajo de su brazo escayolado. Sus pequeños ojos observaron con detenimiento el monitor sobre su cabeza.

—Tus pulsaciones están algo aceleradas —observó ella, la luz verde de la pantalla reflejándose en sus gafas—. Tu presión sigue algo baja pero es normal, después de un sueño tan largo, el cuerpo tarda en recuperarse. Por fortuna, ¡ya no tienes fiebre!

—¿Sueño? —musitó Shari. Su voz sonó rasposa, ni parecía la suya. Como si llevara tiempo sin hablar. Carraspeó—. ¿E… estaba dormida?

—¡Vaya que sí! Dormiste largo y tendido, tesoro.

—¿Cuánto tiempo?

—Una semana.

—¡¿Una semana?!

—¡No te exaltes, querida! Sufriste un atentado tremendo y casi no vives para contarlo —la reprendió la enfermera en tono maternal, retirando el termómetro que marcaba unos perfectos treinta y seis grados. Acto seguido, le examinó los ojos y le auscultó los pulmones pero sus ojos seguían pegados al monitor cardíaco—. Tus pulsaciones aún no bajan, ¿siempre has tenido las pulsaciones tan altas?

Shari no la escuchaba. Estaba más atónita que antes. ¡¿Había dormido por una semana entera?! ¿Pero cómo? Seguramente tuvo que ver con el motivo por el cual había acabado en el hospital, hecha una momia. Hizo fuerza para recordar qué había sucedido. Solo unas pocas imágenes se le vinieron a la mente, demasiado difusas como para entenderlas. Sin embargo, tuvo un mal presentimiento junto con un sabor amargo en la boca. Algo muy malo había pasado.

—¿Qué…? —balbuceó—. ¿Qué… me… pasó? ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué me ocurrió?

La enfermera la miró consternada.

—No estoy autorizada para contártelo todo, linda —le respondió en tono suave—. Esperemos a que el general Takisame venga a hablar contigo. Le avisaré enseguida. Se pondrá muy contento cuando sepa que por fin has despertado.

Peinó su cabello con ternura y se marchó tan rápido como había llegado. Shari se recostó en la cama, aún confundida y con ese nudo en el estómago que no se iba. Se lo preguntó por enésima vez. ¿Qué diantres había ocurrido?

Cinco días antes…

Las cortinas del dosel se corrieron, revelando a tres personas. Una de ellas, la enfermera de turno, miró con advertencia a uno de los hombres que la acompañaban. Peor aun cuando este le dijo, sin más miramientos, que se retirara.

—Sin cosas raras, Ikkitösen —le espetó antes de irse.

Los dos hombres permanecieron allí a los pies de la cama, donde una inconsciente Shari dormitaba bajo los efectos de los calmantes. Uno era alto y esbelto, de cabello grisáceo –prolijamente peinado hacia atrás con laca–, barba de chivo y rostro serio. Sostenía una pipa de madera entre sus dientes. Sus ojos verdes estudiaban a la joven con interés clínico. El que estaba a su lado le llegaba, con suerte, al hombro, de pelo negro erizado, piel cetrina y con pómulos muy marcados. Tenía la barba crecida y cara de no haber dormido en días. Su desvaído guardapolvo de doctor, alguna vez blanco, delataba que se trataba de uno de los pocos doctores que quedaban del cuerpo médico del recinto.

Al llegar, llevaba la expresión de un incrédulo empedernido yendo a un espectáculo barato de magia, pero al ver a Shari palideció hasta parecerse a un papel.

—Entonces… ¿ahora me crees? —le preguntó el hombre de la pipa con una sonrisita socarrona asomándose entre sus finos labios.

El médico se estrujó las mangas del guardapolvo. Era demasiada coincidencia, ni cabía hacer chistes al respecto. El mismo rostro, la misma forma de la nariz, las mismas orejas, y ese cabello que hasta el más desafortunado de los daltónicos hubiera sabido reconocer.

—Sí —confirmó con un hilito de voz—. Sí, es.

Pagado de sí mismo, el señor de la pipa centró su mirada en Shari otra vez. Se acercó y, ante la expresión atónita de su acompañante, retiró las sábanas. Llevaba puesto un camisón sencillo color blanco por lo que revisarla sería mucho más cómodo.

—¡Yo lo haré! —se adelantó el doctor, nervioso pero no dispuesto a que alguien más hiciese su trabajo.

Con dedos trémulos, retiró las vendas de la escayola de su hombro izquierdo, lo suficiente como para ver debajo de las gasas. Ante ellos quedó a la vista la herida de salida de la bala. Una llaga de bordes rojos, no más grande que una moneda de cinco centavos. De hecho, estaba casi cerrado. Era apenas una abrasión para haberse tratado de un disparo.

—¿Conque ahí fue?

—Sí, precisamente ahí. Tuvo suerte, ese desgraciado pudo haberle volado la cabeza.

—Lo hubiera hecho si no se la hubiera volado yo primero —terció el señor de pelo gris en tono frío. Le dio una profunda calada a su pipa, dejando salir un humo blanquecino que se disipó en el ambiente. La enfermería había fracasado estupendamente en decirle que no se podía fumar allí. Lamentablemente, la situación lo requería.

—No quiero alardear, pero mi puntería no ha desmejorado en nada.

—Yo no estaría tan seguro de eso, considerando que le diste a ella también —lo reprendió el médico con mala cara—. ¡Y apaga esa cosa, sabes que no puedes fumar aquí dentro!

—Esto no tiene nicotina, ya te lo dije, y no se ha activado la alarma contra incendios, así que…

Se acercó un poco más para ver la herida del hombro de la chica. Alzó las cejas.

—¡Increíble! —murmuró—. ¡Está casi cerrada!

—Es cierto, no van más de cuarenta y ocho horas y el orificio está prácticamente cicatrizado.

—Suenas preocupado, ¿no debería alegrarte? Un disparo así debió haberla matado, considerando que en esa zona pasa un vaso vital. Se ve que son buenos en su trabajo al hacer que heridas como esta cierren en un santiamén.

El doctor lo fulminó con la mirada y volvió a concentrarse en su paciente.

—También recibió un disparo en la pierna derecha de parte del agresor.

Según los Anatosight, la bala rozó el fémur y la arteria femoral en su trayectoria, pensó, compungido. Pero a medida que la analizábamos, el sangrado se autolimitó y la fractura… ¡prácticamente se reparó sola! Nanjiro… ¿¡Qué carajos hiciste?!

Repitieron la operación de correr los vendajes en el muslo derecho de la chica. La misma marca rojiza, tanto en la parte delantera como trasera, a unos diez centímetros de la ingle.

—Esta también está casi cicatrizada —informó el estudioso palpando el área alrededor del disparo con las manos enguantadas. No estaba afiebrada ni turgente, tampoco supuraba. Todo estaba en orden.

—¿Por qué no le echas un vistazo con esos lentes raros que usan y acabas de una vez?

—No me corresponde —mintió el hombre al tiempo que acomodaba las vendas de la paciente para volver a arroparla. Se irguió en una postura digna e inflexible, esforzándose por disimular al máximo su conmoción—. Sé en qué estás pensando… hablaré con él de esto.

—No te hagas el formal conmigo, ¿quieres? —lo cortó el de la pipa con dureza—. Sé muy bien qué fue lo que hizo tu amigo y no te atrevas a contradecirme. No seré médico pero sé atar cabos sueltos. La mayor de las pruebas está aquí, delante de mí. Pero harías bien en charlar con tu colega. Se hizo el duro la primera vez pero no crean que podrán esconderme la verdad por más tiempo.

—¡Ya oíste lo que dijo! —lo cortó el médico. Miró para todos lados y bajó la voz, consciente de que podrían oírlos. Una brillante gota de sudor le corría por la sien—. ¡No recuerda más! ¡Aunque pienses lo que pienses, no sacarás más ventaja de esto! ¡Y no puedes obligarlo, no después de todo lo que pasó!

—¿Y lo que te hizo pasar a ti Fuji? —Al pronunciar ese apellido, el doctor se estremeció, como si hubiera oído la mayor de las vulgaridades—. ¿Tú puedes olvidarlo? No he conocido hombre que no hable tras el estímulo adecuado. Tengo muchas formas de hacer que hable, no me obligues a tomar medidas. Le doy unos días para que se relaje y aclare sus ideas pero no creas que dejaré pasar algo como esto. Me estoy jugando el pescuezo tanto como ustedes al mantener esto en secreto. No son los únicos que podrían acabar en el paredón. Si ustedes colaboran conmigo, yo lo haré con ustedes.

—Entonces… ¿no le dirás a Takisame?

—Arashi-san tiene mucho con lo que lidiar, no quiero molestarlo. —Se refirió a su general, a su jefe, como un padre condescendiente hablando de su hijo estrella—. Puedo mantenerlo distraído pero alguien tendrá que darle una buena explicación a esta chiquilla cuando despierte. No quisiera que alguien con poco tacto lo hiciera, considerando que estuvieron a punto de matarla por culpa de…

—¡Ya sé, ya sé! ¡Lo entiendo! —lo acalló el otro cada vez más nervioso. La enfermera podría volver en cualquier momento—. Te prometo que hablaré con él; si hay algo, alguna cosa que pueda recordar sobre eso, se lo diré… se lo diremos.

—Se lo encargo, es usted muy amable. Estoy hasta el moño de asuntos que atender y no puedo con todo.

—¿Qué tienes que hacer? Si se puede saber, claro.

—Me dejaron correspondencia la semana pasada y todavía no he podido revisarla. No quiero que mis admiradoras queden sin una respuesta.

Ambos se fueron cuchicheando por lo bajo. La enfermera regresó a los cinco minutos, presta a bañar a su paciente, totalmente ajena a la conversación que acababa de acontecer.

2

19 de marzo

Aprovechando su soledad, Shari volvió a cerrar los ojos y se concentró (no demasiado ya que le dolía la cabeza). La semana anterior había estado a punto de cambiar de recinto. Era de noche, iba a reunirse con Katö antes del traslado. Pero de repente, algo explotó y hubo un incendio, ¿qué había estado haciendo? Percibió un sonido suave, una leve melodía que, si mal no recordaba, indicaba el cambio de hora o fin de clase en el recinto (lo poco que tenía de una escuela normal). Entonces lo recordó, ¡su reloj! Alguien le había robado su reloj… ¿pero quién? Un gato… ¿un gato? Sí, un gato siamés (o persa, no estaba segura), se lo había arrebatado en medio de la confusión. Así de descabellado sonaba, pero estaba segura de que había sido así.

Lo perseguí hasta más allá de los límites de la urbe…reflexionó. Y entonces…

Vio una sombra… no, dos sombras abalanzarse sobre ella como leones sobre una gacela. Intentó huir pero no lo consiguió. Inconscientemente se tocó la pierna vendada. Temerosa, hizo un hueco entre las vendas. Vio la herida, una mancha redonda y rojiza en su nívea carne. Le dolió al tacto. Tragó saliva. Esos hombres de negro le habían disparado. Fue entonces cuando Katö…

—¡Katö!

—¿Minami?

Levantó la mirada y vio a Arashi aparecerse por el umbral de la puerta. El hombre también parecía no haber dormido en días pero conservaba el porte elegante. Le hizo un gesto con la cabeza a la enfermera, que ordenaba las bacinicas, y quedaron a solas. Se sentó en una silla, al lado de la cabecera de su cama.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó él, tan cortés como siempre.

—Confusa —reconoció ella. Estaba tan cansada que ni ganas tuvo de mentir diciendo “bien”.

—Lo entiendo. Es normal. Sufriste un ataque muy violento.

—¿Qué fue lo que pasó? —Quiso saber ella, ansiosa porque alguien le diera información—. Recuerdo que… hubo una explosión… luego aparecieron dos hombres... y ellos… me atacaron, ¡por poco me matan! Takisame-sama, ¿esos… esos hombres de verdad quisieron matarme?

—¿Hombres?

—Los hombres… los hombres de negro.

—Pensé que tendría que contártelo todo pero por lo visto, recuerdas algo de lo que pasó —dijo él sorprendido porque su memoria todavía funcionase pese al shock—. Dime, ¿qué es lo que recuerdas, Minami-san?

—Era de noche —comenzó ella, intentando dominar sus ansias—. Estaba esperando a que Katö viniera para ver el tema de mi traslado y… hubo una explosión y algo se incendió… y un gato me robó mi reloj.

—¿Un gato?

El tono incrédulo de Arashi le hizo darse cuenta de lo ridícula que estaba sonando.

—¡Creo que fue un gato! No lo sé pero el punto es que salí corriendo tras él, fuera del recinto. No me di cuenta y me alejé demasiado. Y cuando quise volver, dos desconocidos aparecieron de la nada y me atacaron.

Arashi asintió, con gesto serio.

—¿Qué más?

—Intenté huir, no sé cómo pero… creo que uno de ellos me disparó en la pierna. Creí que iba a morir… ¡y entonces apareció Katö! ¡Katö luchó contra ellos, los derrotó! —exclamó embargada de emoción al recordar a su anciano amigo aparecerse de la nada y derribar a esos dos asesinos como si fueran muñecos de felpa. A medida que hablaba, sus memorias se esclarecían y pudo verlo en su mente. Estaba tan feliz que olvidó el dolor en su pierna y en su hombro. Jamás, en toda su vida, hubiera creído que Katö fuese dueño de tal fuerza y habilidad para pelear, como si tuviese veinte… ¡no! ¡Treinta años menos!

Al mirar a Arashi, no obstante, vio que no parecía contento o emocionado. Al contrario, su rostro era sombrío. De vuelta tuvo esa mala sensación en el estómago.

—Hablando de Katö, ¿dónde está? —le preguntó—. ¿Vendrá a verme? ¿Está herido? ¿Adónde se fue? Le pregunté a la enfermera si había venido pero no quiso decirme nada.

No hubo respuesta, solo se limitó a mirarla, tal vez esperando que se diera cuenta por sí misma. Shari sintió el vacío en su estómago incrementarse más y más. Volvió a preguntarle a Arashi pero, para su martirio, acabó utilizando la frase que no quería decir ni mucho menos escuchar.

—¿No… va a venir?

Arashi no supo si tomar su mano para mostrarse más empático o mantener una distancia prudente. Nada de lo que hiciese le suavizaría el golpe de todos modos.

—Daisuke-san llegó a tiempo para salvarte de esos hombres —dijo en tono solemne—. Luchó con gran valor y más fuerza de la que creímos capaz en alguien de su edad. Sin embargo, sus enemigos eran más jóvenes y contaban con la ventaja de estar armados. Uno de ellos lo abatió. Cuando llegamos, los doctores intentaron ayudarlo, pero… lamentablemente no sobrevivió al ataque. Lo siento mucho.

Al final intentó tomar su mano para reconfortarla, pero ella la retiró. Estaba blanca como un fantasma.

Shari tardó varios segundos en asimilar el significado de sus palabras.

No sobrevivió… significa que está muerto… Muerto.

Katö, su cuidador, su tutor, su más grande y confiable amigo había muerto. Y a mano de asesinos estatales, verdaderos enemigos en aquella guerra que… era real. Katö estaba muerto, se había ido de este mundo, y ya no iba a volver.

El desconcierto y los analgésicos formaron un torbellino en el centro de sus emociones. Tantas emociones fuertes luchando entre sí, sin saber cuál se imponía más: ¿tristeza? ¿desazón? ¿rabia? Todas intentaron brotar con tanta fuerza que acabaron por dejarla en un vil y desolador estado de coma. Sintió algo caliente en la cara y se dio cuenta de que había comenzado a llorar. Intentó respirar, pero fue como si tuviera un camión arriba de su pecho.

—En verdad lo lamento —continuó diciendo Arashi con expresión abatida—. Nadie se esperó una afrenta como esta. Con lo bien que marchaban las cosas… fue una emboscada de la más vil y juro que…

—¿Dónde está? —lo interrumpió Shari, ajena a los lamentos del general—. ¿Dónde está? ¿Dónde está Katö?

—Querida, te lo acabo de decir.

—¡Ya sé lo que dijo pero lo que quiero saber es dónde está! —bramó.

Era tal su alteración que olvidó que se estaba dirigiendo a su general.

—Su… su cuerpo. Quiero saber dónde está, quiero verlo, ¿dónde está? ¿Dónde lo pusieron?

—Aunque quisiera, ya no podrás verlo —la atajó el hombre tratando de conservar el tono sereno—. Después de que los forenses terminaran con él, él y los asesinos fueron cremados. Por normativa, ningún cadáver permanece más de veinticuatro horas en nuestras instalaciones.

Sería de muy mal augurio.

—Entonces, ¿están muertos también? ¿Los que nos atacaron?

No estaba bien alegrarse por la muerte de nadie; la muerte era algo horrible, espantoso, pero sin importar lo que le hubiesen enseñado, sintió un inmenso alivio al saber que los malvados que los habían atacado a sangre fría habían conocido el mismo destino que su querido compañero. Los malos habían sido castigados. Aplacó la momentánea sonrisa que se asomó por sus labios y la pisoteó como a un insecto.

—Sí, lo están —le confirmó el hombre.

—Uno de ellos… uno de los asesinos era el chofer que nos trajo desde el aeropuerto hasta aquí.

Más imágenes resurgían del mar oscuro de su mente. Recordó la mirada febril y ansiosa del hombre que los había llevado en su camioneta hasta el recinto. El mismo que había acuchillado a Katö hasta la muerte. El mismo que… Sintió un ardor en el estómago.

—¿Se supo…? ¿Se supo cómo…?

—¿Cómo acabó convirtiéndose en un doble agente? Temo que no, Minami-san. La mayoría de las veces nunca descubrimos el porqué, pero lo creas o no, ocurre bastante seguido.

—Me refiero a si se sabe cómo murió… ese hombre.

¿Por qué preguntaba algo como eso? Estaban muertos, ¿no? Era suficiente alegría saber que habían sido castigados por sus crímenes, ¿por qué querer saber más detalles?

—Ah, bueno; no creí que quisieras saber todos los detalles —murmuró Arashi, igual de sorprendido—. Afortunadamente uno de nuestros agentes logró abatirlo a la distancia antes de que te hiciera daño. Le voló la cabeza si tanto quieres saber.

Alguien lo mató. Alguien que no vi, pero fue esa persona quien mató a ese desgraciado. Suena lógico.

Lo mataste. Tú fuiste quien lo mató.

¿Qué? ¡No es cierto! ¿Cómo podría?

Fuiste tú… fuimos nosotras pero no lo quieres admitir.

¡Yo no hice nada! ¡Jamás… jamás podría matar a nadie!

Era vida o muerte, iban a asesinarnos si no hacía algo… y estaba por matar a Katö, tenía que detenerlo.

Mataste a ese hombre... ¡cometiste un crimen!

¡Yo no lo mate! En todo caso fuimos las dos. Fue en legítima defensa. Iban a matarnos si no…

¡Tú lo mataste! ¡Tú lo mataste! ¡FUISTE TÚ!

—¡Minami! —La voz de Arashi la sacó de sus pensamientos. Notó algo cálido en su mano y vio que el general se la había tomado, con gesto reconfortante—. De verdad, lamento que todo haya terminado así. Imagino que querrás descansar.

—Ya descansé —repuso ella—. Perdón, pero he dormido por una semana y quisiera saber qué pasó conmigo. Entiendo que Katö está… —No se atrevió a decirlo. Decirlo en voz alta lo haría real. Y no quería, no estaba lista todavía—. Pero necesito entender por qué esos hombres nos atacaron, por qué intentaron matarme, por qué a mí, ¡precisamente a mí! ¡Yo no le hecho nada a nadie! ¡No tengo nada que ver en esta guerra! General… Takisame-sama, agradezco su amabilidad y su paciencia ¡pero estoy a punto de volverme loca y necesito saber qué rayos pasa conmigo!

—¡Está bien, está bien! ¡Cálmate, muchacha o te dará algo! —la calmó el hombre, mirando para sus costados en busca de ayuda. Ya tenía un adolescente irascible con el cual lidiar, varios en realidad. No necesitaba otro.

—Te diré la verdad si prometes calmarte. Sé que te estoy pidiendo demasiado, después de todo lo que has pasado pero créeme, llega un punto en el cual lo único que se puede hacer es sentarse y escuchar.

Aunque seguía alterada e hiperventilando, Shari hizo acopio de las fuerzas que le quedaban para disponerse a escuchar lo que tuviera que decir (además, el hombro y la pierna le estaban doliendo como los mil demonios).

Arashi suspiró y se frotó las rodillas pensando qué decir, o más bien, cuánto decir.

—Minami, respóndeme esto: ¿qué sabes de tu familia?

—Katö dijo que mis padres murieron en un accidente de tren —contestó ella en tono monocorde—. Yo tenía menos de un año y me salvé de milagro. Tengo una cicatriz que me quedó de aquel accidente, si no me cree...

—Te creo, te creo. Pues bien, temo que esa historia no es del todo cierta. Hace algunos años, hubo un hombre con tu mismo apellido: el doctor Nanjiro Minami. Fue uno de los médicos abducidos por el Estado para trabajar para Tsushira (padre) en uno de sus planes para abatir a la oposición. Él se negó a cooperar y se convirtió en uno de los objetivos del Estado, un indeseable. Estaba siendo perseguido por todas partes. Sin embargo, hubo un atentado en uno de los hospitales centrales de Tokio donde él se encontraba y falleció en el incendio. Hay quienes dicen que lo hizo como un ataque kamikaze. Su mujer desapareció como muchos otros en aquella época. Tampoco quedaron familiares vivos de él para poder preguntarles —se relamió los labios, ansioso—. Minami-san… ¿Crees que puedas tener alguna relación con ellos? ¿Con el doctor Minami y su esposa? ¿Hay alguna posibilidad de que ellos hayan sido tus padres?

Shari se imaginó un edificio estallando en llamas, con escombros incandescentes volando por todas partes y miles de personas saliendo despavoridas, convertidas en antorchas humanas. La imagen era tan devastadora y caótica que ni recordó angustiarse al pensar que sus probables padres pudieron haber muerto de una forma tan atroz.

—Pero ¿qué tiene que ver el ataque entonces conmigo, señor? —balbuceó—. Si lo que usted sugiere es que esas personas fueron mis padres y murieron hace tantos años —enfatizó— ¿por qué el Estado enviaría asesinos a matarme?

—Tsushira era y es un hombre rencoroso, jamás olvida a sus enemigos. Ha mandado asesinar familias enteras de sus opositores, incluso infantes, solo por ser familiares. Por tu seguridad, así como la de otros sobrevivientes y descendientes de enemigos del gobierno, tuvimos que reubicarte en otro sitio cuando la actividad estatal comenzó a aumentar en el extranjero. El instituto de Santa Amelia te cobijó durante muchos años sin que el Estado supiera de tu existencia. Pero cuando nuestros informantes averiguaron que habían dado con tus registros, supimos que sería cuestión de tiempo hasta que te encontraran. Es por eso que te trajimos aquí. El propio Katö me pidió de favor que te escondiéramos aquí.

—Entonces… ¿Katö los conocía? A mis padres… ¿Él los conoció?

Arashi se encogió de hombros.

—Parece que sí. Katö no solía inmiscuirse en asuntos que no le concerniesen pero era de corazón blando, no iba a negarle ayuda a una recién nacida, mucho menos si era hija de sus amistades. Creemos que, al saber que seguías con vida, Kyomasa envió a sus emisarios para acabar contigo. Es por eso que esos hombres quisieron matarte.

—¿Para vengarse de mi “padre”…? —De alguna forma esa palabra le resultaba anodina, pesada, como si la pronunciara en un idioma que jamás en su vida había conocido—. ¿… que está muerto hace años?

—Sé que suena loco pero es plausible —insistió el hombre.

—Katö jamás me dijo nada. Por más que le pregunté sobre mi familia, jamás dijo una sola palabra.

—Tal vez quería esperar a que fueras mayor para poder decírtelo, no lo sé. Temo que ya nunca lo sabremos. Pero no dudes que fuiste muy importante para Daisuke —aseveró él con énfasis y urgencia en la mirada—. Lo conocía desde hacía años y nunca hizo las cosas sin un motivo. Era un hombre honesto y de buenas intenciones, y veló por ti hasta el último momento.

Se puso de pie y la miró con pesar. Llegó a la conclusión de que daba igual dar malas noticias de la forma más azucarada y suave posible. Seguían siendo malas noticias. Maldijo a su difunto compañero por haberle dejado aquella otra responsabilidad en sus manos. Si al menos le hubiera dejado una carta o algo con lo cual explicarse mejor…

Shari lo oyó despedirse y salir de la habitación. Se recostó nuevamente mirando hacia un punto lejano, intentando sopesar todo lo que estaba pasando. No llevaba despierta ni dos horas, y acababan de darle tres mazazos en la cabeza. A pesar de haber albergado una mínima, casi inexistente esperanza de que no fuese así, le acababan de confirmar que sus padres, probabilísimos padres, habían muerto hacía ya mucho tiempo. Había hombres malos intentando acabar con ella por el simple hecho de ser hija de un indeseable del Estado. Y Katö, su Katö, su confidente, su amigo, su más grande protector, había muerto. Su único contacto con el mundo que alguna vez pensó que era suyo, se había roto. Ya no podía ir a ningún lado, tampoco regresar a América. No tenía adónde ir.

Estaba sola.

3

Un relámpago verde cruzó volando la sala de recepción, haciendo que todos los transeúntes se hicieran a un lado para no ser arrollados. Seiji Tachibana corría como solo él sabía hacer, serpenteando y zigzagueando igual que un packman entre los enfermeros y los pacientes. La noticia de que su adorada amiga Shari había sido atacada y que había estado al borde de la muerte le había asestado en la cabeza como un yunque. La había ido a visitar a diario desde entonces y, al escuchar por los pasillos que finalmente había despertado, no dudó un segundo en ir a comprobarlo por sí mismo. No le importaron los insultos ni las quejas de la gente que casi atropelló, ni el bastonazo que le propinó una de las cocineras que salía de buscar su medicamento contra el reuma. Subió hasta el cuarto piso de a dos escalones y, cuando llegó al sector donde descansaba su compañera, entró con tal brutalidad que casi sacó la puerta de sus goznes.

—¡SHARI! —aulló al entrar, pero vio que su cama estaba vacía. La única forma de vida allí era la enfermera de turno, rellenando unas historias clínicas.

Al oír el portazo y sus gritos, lo miró sorprendida e indignada.

—¿Podría hacer el favor de no gritar así? —lo reprendió—. Esto es un hospital, hay gente enferma descansando.

—¿Dónde está? —Quiso saber Seiji, sin prestarle la más mínima atención a lo que había dicho—. ¡Shari Minami! ¡Estaba internada en este cuarto! ¿Dónde rayos está?

Más ofendida que antes, la enfermera se puso de pie y revisó el listado de pacientes que traía consigo.

—¡Ah sí, Minami! —comentó al dar con su nombre—. Me temo que ya partió. Ya no había más nada que hacer por ella así que se fue.

Se quedó ahí, esperando a que aquel muchacho impertinente se fuera, sin darse cuenta de lo mal interpretadas que habían sido sus palabras. Seiji permaneció inmóvil, pálido como un fantasma. Se arrastró hacia la cama que tenía más cerca y se dejó caer sobre ella con los ojos abiertos como platos y respirando con dificultad. ¡¿Había partido?! ¿¡Partido!? ¡¿Pero cómo?! ¿Cómo pudo haberse ido? ¡Tan joven que era y tan bien que parecía estarle yendo! ¿Cómo no pudieron haber hecho nada más para salvarla? Shari… su Shari… ¡¿Había muerto?!

—No puede ser —repitió con un hilito de voz y con las lágrimas cayendo por su rostro—. ¡No, no, no puede ser! ¡No es posible! ¡¿Cómo no pudieron hacer nada por ella?! —increpó a la enfermera, que estaba cada vez más molesta y estupefacta—. ¡Cómo los médicos no pudieron hacer nada para salvarla! ¡Hasta ayer Shari estaba estable y se estaba recuperando! ¡¿Cómo pudieron permitir que se fuera así sin más?!

—¿Irme? ¿A dónde?

El muchacho se paró en seco y se volteó. En el marco de la puerta, estaba Shari, pálida y demacrada, pero viva. Viva. Y mirándolo con expresión confusa.

—¡SHARI! —chilló el chico y se abalanzó sobre ella olvidando que la pobre todavía tenía un cabestrillo pero lo recordó cuando esta emitió un quejido, presa de su abrazo. La soltó de inmediato.

—¡Oh, Shari, Shari! ¡Me preocupé tanto! —balbuceó él entre aliviado y avergonzado. Se apresuró a limpiarse las lágrimas de la cara y verse más digno—. ¡Pensé que… que… que! ¡Y lo que dijo la enfermera…! ¡Oh cielos, me alegro tanto de que estés aquí!

—¡G-gracias… por tu bienvenida, Sei! —dijo ella, con una sonrisa dolorida y sujetándose su hombro herido—. Pero parecías muy consternado, ¿qué te pasó?

—¡Es que cuando llegué, la enfermera me dijo que habías partido! —le explicó —, ¡qué ya no había nada más que hacer por ti!

—Pues sí. Ya no necesitaba que hicieran o me dieran nada más, así que me dieron el alta y me fui.

Seiji la miró con la boca entreabierta. Se sintió como un completo idiota. ¡Solo se había marchado del hospital! ¡Y él había pensado que había muerto! Ni se molestó en tomarlo de forma literal. ¡Todo por su torpeza! Se puso rojo como un rábano y deseó que la tierra se lo tragara.

¡Y pensar que armé semejante espectáculo al venir aquí! pensó recordando la carrera que había pegado minutos antes. ¡No puedo ser más estúpido!

—Es que… —musitó, tironeándose las mangas de su camiseta—. ¡Estaba tan asustado! ¡Cuando me enteré de que unos estatales te habían atacado…! ¡Y que de no haber sido por Ikkitösen, te habrían asesinado…! He venido a verte diario desde entonces y pensé que no despertarías jamás. ¡Y cuando la enfermera me dijo eso…, yo…!

—Espera, ¿pensaste que había muerto?

Shari estuvo tentada de reírse pero se contuvo. La inocencia de su amigo la embargó de ternura. Se acercó y le puso una mano en el brazo, sonriendo.

—¡Tonto! —rio—. ¡No era para tanto! Si hubiera sido así, la enfermera te lo habría dicho con más tacto.

—¡Debió expresarse mejor! ¡Cualquiera podría confundirse! —se defendió el otro, echándole una mirada de reproche a la mujer—. ¡Me lo dijo así como así! ¡No es lo mismo decir, “ha partido, no había más nada que hacer” que “ya estaba bien así que le dieron el alta y se fue!”. ¡Podría haber sido más atenta!

—¡Una no se preocupa en mostrarse cortés cuando irrumpen en un cuarto de enfermos como un caballo desbocado! —le refutó la otra con gesto avinagrado—. Minami, si ya firmaste tus papeles del alta, te pido que te retires. Y llévate al señor Velocín contigo, por favor.

Shari asintió de buen agrado. A diferencia de la del turno anterior, aquella enfermera era de todo menos un amor. Le indicó a Seiji para que la siguiera escaleras abajo y, juntos, salieron del hospital.

El sol atravesaba con sus rayos la cúpula transparente de la urbe, proveyendo de calor y bienestar a todos los que vivían en su interior. Había unos pocos internos que deambulaban por las instalaciones, yendo a clases o regresando de otras. Después de un rato de caminar y de cruzarse con gente, a Shari le extrañó que nadie se acercara a preguntarle cosas. No era que le gustase ser el centro de atención, pero bien que la habían atosigado con el asunto de Tsushira y el armario. Ahora que la habían atacado unos estatales armados hasta los dientes, la gente poco más la ignoraba. No era lógico.

—Oye, es raro, ¿no? —le susurró a su amigo—, no es que quiera dármelas de interesante, pero hasta ahora nadie ha venido a preguntarme cómo estoy o qué fue lo que pasó.

—En realidad —dijo Seiji—, Arashi nos prohibió hablar del asunto. Dijo que unos agentes estatales habían intentado asesinar a uno de nuestros agentes encubiertos que, casualmente, era también tu tutor —trató de decirlo con la mayor de las cautelas—. Dijo que el ataque fue justo cuando venía a verte por tu traslado, por lo que quedaste en medio de la pelea. De todos modos, fue un bombazo. Durante toda la semana no se ha hablado de otra cosa.

Oír hablar sobre Katö hizo que le diera una puntada al corazón. Un breve instante en el que sus pulmones se paralizaron y no pudo respirar. Sin embargo, la coraza que se había formado en torno a sus emociones contuvo la tormenta y volvió a respirar normalmente.

—Ya veo —murmuró.

—Aunque han surgido muchas teorías. He escuchado de todo. Alguien dijo que los soviéticos vinieron a cobrarse una deuda que tenían con él, y que querían secuestrarte a modo de chantaje.

Shari lanzó una risita sin mucho ánimo.

—¡Como si los soviéticos se tomasen la molestia de secuestrarme! Mientras este asunto quede en el olvido, mejor para mí. Tengo demasiadas cosas en mente como para andar preocupándome por desmentir más rumores.

—¿Seguro que estás bien? —le preguntó Seiji una vez más, con mirada preocupada—. No lo sé, te ves rara. Te digo que tu tutor fue asesinado a sangre fría y, no lo tomes a mal, pero parece no importarte mucho.

Shari quiso responder pero ni ella entendía su falta de sentimientos. Lo había intentado todo desde que Arashi le diera la noticia. Hizo fuerza hasta que le dolió la cabeza pero, por más que se esforzó, no salió ni una sola lágrima más. Sentía el dolor, la tristeza, el vacío que había dejado su pérdida pero era como si un misterioso acolchado de frialdad hubiera envuelto sus sentimientos hasta el punto de hacerlos desaparecer. Se sentía terriblemente enferma por no poder dejar salir su angustia, culposa por no poder estar en duelo por su amigo.

—No lo sé —suspiró—. Supongo que aún estoy en… shock. Uno no espera que su reunión con su tutor acabe en un tiroteo.

Seiji gesticuló una sonrisa comprensiva y le rodeó los hombros con un brazo. Shari apreció la calidez de su contacto. El sutil aroma a cítricos y cloro de su ropa y piel que tanto lo caracterizaban, le generaban una agradable sensación de seguridad.

—Te entiendo —combinó él—. Lidiar con la muerte de un ser querido no es fácil. Por muchas veces que nos enfrentemos a la muerte, nadie sabe realmente cómo sentirse al respecto. A veces, pareciera que ningún sentimiento es suficiente. Pero olvidémonos de esto por un rato, vamos a comer, debes de tener hambre.

En lo que entraban al comedor, Shari se puso a pensar también en sus padres, sus supuestos y difuntos padres, y en el hecho de que Katö los había conocido. Por muy peligroso que hubiese sido, ¿por qué no se molestó en decirle algo? ¿Qué le costaba decirle que los había conocido? Con una guerra encima, ¿de veras pretendía seguir vivo para cuando ella fuera mayor y “entendiese” mejor la situación? ¿En qué rayos estaba pensando? Sintió una súbita rabia hacia Katö. ¡Cómo pudo negarle esa información por tanto tiempo! La voz de la razón le dijo que no era justo guardarle resentimiento pero no podía evitarlo. ¡Tenía tantas dudas ahora! ¿Su madre… habría tenido sus mismos ojos? ¿Su padre… habría tenido el cabello como ella? ¿Habría algún gesto o rastro de sus personalidades en ella? ¿Qué registros habrían quedado de ellos dos? ¿Qué certeza había de que esas personas fueran en verdad sus progenitores? ¿Algo más que un simple apellido? Arashi le había dicho que su padre había sido doctor, ¿cuántos doctores Minami podría haber en el mundo?

—¿Vas a pedir algo? —le preguntó Seiji ajeno a sus pensamientos.

—Solo el pudín de vainilla, gracias —contestó ella, aunque no tenía hambre.

Se sentaron a la mesa y Shari comió el postre en silencio, sin saborearlo en absoluto. Los ojos de Seiji la miraban atentos, y cada tanto miraban a modo de advertencia a cualquiera que hiciese amague de acercarse a preguntarle algo.

—Oye, ya que estamos solos, quisiera preguntarte… —Se acercó para que solo ella pudiera oírlo—. El tipo que estaba contigo cuando esos dos espías los emboscaron, ¿de verdad era tu tutor?

—Sí, Katö —dijo ella, paladeando la pasta empalagosa y gomosa que la gente llamaba pudín—. Daisuke Katö. No sé si lo recuerdes, estaba conmigo el primer día que llegué. Un señor anciano, alto y gordo con ropa vieja. Era uno de los que me cuidaba en Estados Unidos cuando era bebé, prácticamente me crió.

—¿Que te crió, dices? ¿Eras su hija adoptiva?

—Algo así.

—Pero… ¿y qué hay de tus padres? ¿También eran de Estados Unidos? ¿No sabes nada de ellos?

—¡Sinceramente no quiero hablar del asunto, Seiji! —espetó ella en tono cortante—. Sí, fui su hija adoptiva, pero ya no lo soy porque murió. ¡Esos tipos lo mataron delante de mí y no necesito seguir recordándolo! ¡Tampoco sé nada más sobre mis padres, salvo que, al parecer, murieron hace años también! ¡Prácticamente toda mi familia está muerta! Así que si fueras tan amable de hablar de otra cosa…

—¡Está bien! ¡Está bien! Lo siento —se disculpó él, apenado. Esperó a que los curiosos que se habían volteado a escucharlos volvieran a sus asuntos—. Es que algo como lo que te pasó es muy extraño. No soy el único que se anda preguntando qué sucede, todos en la urbe están preocupados, incluso alarmados. No es algo usual…

—¡No! ¡No, perdóname tú a mí! —Puso una mano sobre su brazo, compungida. Aquel arranque de furia se disipó tan rápido como había emergido. Y si había algo que no podía soportar era la mirada triste de su amigo—. Lo siento, no quise gritarte, es que… es tan confuso todo, hay tantas cosas que no sé sobre… ¡nada! Y cuando hablé con Arashi-sama, no me dijo nada que me ayudase a comprender.

—¿Arashi-sama fue a verte? ¿En persona?

Arrepentida por la forma en que lo había tratado, decidió confiarle lo que Arashi le había dicho. Le hizo una seña para que se acercara, así solo él podía oírla. Necesitaba confiar en alguien y, por el momento, Seiji era el único en quien podía hacerlo, sin dudarlo.

—Cuando desperté, Arashi-sama fue a hablar conmigo. Me explicó que todo esto tuvo que ver con el motivo por el que me trajeron aquí. Resulta que, al parecer, soy hija de un antiguo enemigo del Estado y que me mantuvieron oculta en América para que Tsushira no me encontrara. Pero, por alguna razón, se dio cuenta de mi existencia y decidieron que la mejor forma de mantenerme a salvo era enviándome aquí, al Bando Rebelde. Y que esos hombres que nos atacaron fueron enviados para matarnos a Katö y a mí.

—¿Enemigo del Estado? —repitió Seiji, preocupado—. ¿Tus padres?

—Solo mi padre. Era una especie de doctor que se negó a cooperar con Tsushira y lo hizo enojar. Y creo que le bastó para querer vengarse de toda su familia, incluyéndome —evadió los escalofríos que recorrieron su espalda—. Seiji, ¿tú sabes algo al respecto? ¿Alguien aquí tiene idea de…?

—Muchos de aquí provienen de familias que se declararon opositoras al gobierno, y el Estado juró acabar con ellas según qué tan importantes fueran o qué tan amenazantes fueran para su poder. Desde luego, un empresario rico y poderoso es mucho más amenazante que un simple verdulero o un albañil. He sabido de pocos casos aquí en el recinto, y en las clases jamás vimos nada de eso. Incluso cuando estudiamos la historia de cómo comenzó la guerra, no nos dieron muchos detalles, en especial si involucran a compañeros. Son cuestiones demasiado personales o turbias, y con todo lo que se ha inventado a lo largo de estos años es difícil saber cuándo se trata de un hecho verídico y cuándo son puras patrañas.

Shari contuvo la risa al escucharlo decir “patrañas”. Tuvo la pequeña esperanza de que sus emociones estuvieran en vías de recuperación.

—Necesito que me ayudes —dijo ella entonces—, necesito averiguar más sobre mis padres, en especial sobre mi padre. Si el Estado juró venganza contra mi familia entera, debió haber una razón. Y como su única hija conocida, tengo derecho a saber por qué quieren acabar conmigo.

—Pero, Shari, ¿de qué te serviría saberlo? ¡Pasó hace años!

—Sí, pero con todo y eso, ¡mandaron a dos sicarios a liquidarme! ¡A mí que no sirvo ni para matar una mosca! ¡Me inquieta pensar que mis padres pudieran haber hecho algo tan terrible como para que el Estado quiera verme muerta!

—¡Baja la voz! ¡La gente nos está mirando!

En efecto, una vez más, las personas del comedor se habían volteado para mirarlos. Unos cuantos se codearon y la señalaron, hablando por lo bajo. Shari no necesitaba más público así que le dijo a Seiji que salieran. Se refugiaron bajo la sombra de uno de los laterales del comedor. Al menos ahí nadie los molestaría.

—Como te decía, tengo un mal presentimiento. Me preocupa pensar que pueda ser hija de criminales.

—Shari, el Estado ha mandado asesinar a personas solo por haberle hecho garabatos a sus volantes. ¿En verdad crees que tus padres hayan sido malas personas? Arashi-sama te lo dijo; con solo negarse a cooperar, tu padre se ganó la antipatía de Tsushira. Así es cómo se comporta el Estado. Que alguien desaparezca no significa que haya sido una mala persona.

—¿Crees que estoy exagerando?

—Digo —la tomó por los hombros, con toda la paciencia que pudo juntar. Ignoró el cosquilleo de emoción que sintió al pensar que nunca habían estado tan cerca tantas veces en un día— que pasaste por un momento de mucho estrés, demasiado para ti que no estás acostumbrada a este tipo de vida. Dudo que averiguar algo sobre tu familia te ayude a superar esto. Puede que hasta te hiera peor. Creo que lo que necesitas es descansar y pensar en otra cosa, y dejar todo esto atrás.

—Dormí una semana entera, no necesito descansar —repuso ella, desasiéndose de su agarre.

Shari se sorprendió de la dureza de su propia voz y se recordó no ser grosera con él. Al fin y al cabo, nada de esto era su culpa. Y sí, cabía la posibilidad de que estuviera sobredimensionando las cosas. Es que necesitaba sentir que por lo menos hacía algo al respecto en lugar de quedarse sentada, asustada por su intento de asesinato. ¡Necesitaba sentir que tenía cierto control sobre la situación, por mínimo que fuera! Desde que llegó, no había dejado de recibir tretas por parte del destino y estaba harta de sentirse como el saco de boxeo del universo.

—Quiero tratar… —dijo al fin, con voz cansada—, quiero averiguar algo sobre ellos. Por más que no sea nada, ¿crees que haya algo de información en la biblioteca?

Seiji suspiró resignado. Su amiga resultó ser bastante testaruda.

—No lo creo. No suele haber archivos sobre personas que lleven desaparecidas tanto tiempo. Solo desapariciones recientes, ya sabes, personas que se presume que puedan seguir con vida. Pero este tipo de información lo manejan los escuadrones, que son los que patrullan las ciudades. Es información clasificada, no cualquiera tiene acceso a ella. Y el internet aquí es pésimo.

—¿Internet? ¿Aquí tienen acceso a la red?

—Sí, pero no tenemos acceso a él.

—¿No los dejan usar internet? ¿Por qué no?

No era una genia en la materia pero le pareció sumamente raro que en un centro de formación militar como aquel, con los tiempos que corrían, no le dejasen a su regimiento servirse del ciberespacio. No es que ella hubiera experimentado mucho tampoco, pero bien que Katö le había dejado usar el computador unos minutos para entrar a unos jueguitos en línea; lo recordaba como una de las mejores tardes que había tenido. Y para estudiar, siempre le había sido útil. Por más que intentó, no recordó haber visto titulares que informaran sobre la guerra en el país. Otra cosa rara. ¿Cómo a Google se le pudo pasar semejante detalle cuando buscó información sobre el país que visitaría?

—No. Alguna vez fue un privilegio para los reclutas de buena conducta pero dejó de serlo cuando se encontró que muchos lo usaban para ver pornografía (mi primo incluido). Actualmente, es solo para profesores y superiores. Me encantaría ayudarte, en serio, pero no sabría cómo hacerlo.

Shari le agradeció de corazón su buena predisposición pero no se iba a dar por vencida. Una nueva determinación se había formado en ella. Dado que no podía seguir gastando energías en intentar estar de luto por Katö ni por su familia, incinerada y exterminada, se centraría en develar los misterios de su pasado, aun si eso significaba pasarse un poco de la raya.

¿En verdad vas a arriesgarlo todo por eso? Tu buena conducta, tu legajo, tus notas perfectas… ¿vas a tirar todo por la borda por un par de personas que ni siquiera conociste?

No voy a hacer nada ilegal, solo quiero saber un poco más.

Ya oíste a Seiji. Los internos no tienen permiso para usar la red. Solo alguien a quien no le importe romper las reglas podría serte de ayuda.

Sí, es verdad, ¿pero quién?

—¡¿Qué hubo?! ¡Pero si ya estás aquí! ¡Regresaste!

La alegre voz de Kushin iluminó el espacio sombrío en el que se encontraban. Shari quiso sonreír, pero sintió las comisuras tirantes, como si ya no recordase cómo hacerlo.

—¡Kushin, qué alegría verte!

—¡Qué onda! ¡Veo que estás bien! —la saludó Kushin, despeinándola de forma afectuosa. Él sí había notado el cabestrillo en su hombro—. ¡El lugar está hecho un hervidero de chismes por lo que pasó! ¿Qué hacen aquí ustedes dos solos? ¿Eh? ¡Picarones!

—Idiota, solo estábamos hablando —le espetó Seiji ruborizado—. De todos modos, ¿qué haces por aquí? ¿No estabas en clase?

—Sí pero el profesor tuvo un ataque de asma y nos dejó salir antes. Estaba ansioso por hablar con la estrella del momento. ¡Cuéntame, Shari-chan! ¿Cómo sucedió? No tiene nada que ver con la unión soviética, ¿o sí?

—No, para nada —contestó Shari. Aunque se había resistido a seguir ahondando en el tema, no podía decirle que no al animoso de Kushin—. Es largo de explicar, pero básicamente intentaron asesinarme, y de milagro me salvé.

—¡Vaya que sí! ¡Ese Yamato tiene la puntería de una ballesta! —festejó Kushin, apuntando a la nada con una metralleta invisible—. ¡Le asestó justo en la cabeza a ese tipo! ¡Habría pagado para ver eso!

—¡No lo tomes como si fuera un show de talentos, Kushin! —lo reprendió Seiji, mirando de soslayo a su amiga—. ¡Shari casi muere esa noche! ¡Ten algo de sensibilidad!

—No le pidas peras al olmo —comentó con sorna Noriko, quien también se apareció de la nada. Miró a Shari con detenimiento—. Después de lo ocurrido, pensé que estarías en medio de una crisis de pánico, pero te veo bastante tranquila.

No lo dijo en tono desagradable sino con curiosidad, como si de verdad le asombrara lo “calmada” que estaba después de todo lo vivido. ¿De verdad era tan raro que estuviera tranquila?

—No te creas, casi morí del susto, pero ahora… —no terminó la frase, no supo cómo hacerlo.

—Es mejor así. Ya hemos tenido psicóticos antes y créeme que es una de las cosas más insoportables que hay. Al final termina siendo uno el que los calla de un golpe.

Shari la imaginó dándole garrotazos a un loco despeinado y llorón que no podía ver de dónde venían los golpes. Ahogó otra risita, no pensó que Noriko tuviera sentido del humor.

—Pero todos quieren saber tu versión de la historia —prosiguió Noriko—. Ya están cansados de escuchar e inventar rumores y quieren saber la verdad. Nadie hubiese dado dos centavos por ese vejete y resultó ser todo un guerrero.

—¡Es lo que decía! —dijo Kushin, feliz de que alguien se sumara a su emoción—. ¡Y ese Yamato le voló los sesos a ese sujeto como en esos juegos de tiro al blanco!

—¡Sí, pero lástima que no llegó antes de que abrieran a ese viejo como un marrano!

—¡Noriko!

—¿Qué? ¿No escuchaste lo que decían los de la científica? ¡Catorce puñaladas! ¡Ese tipo lo mató de catorce puñaladas! Aunque hubieran intervenido, no habría podido salvarse. Un soldado joven por lo general no sobrevive a algo así, mucho menos un anciano como ese.

—¿No le habían disparado?

—Eso no lo sé, la gente dice muchas cosas. La única que puede decirnos la verdad es Minami.

—¡Pues la gente tendrá que conformarse con lo que sabe! A Shari-chan no le gusta que la atosiguen con eso, así que no tiene por qué andar hablando si no quiere.

—¡Nadie está hablando de ti! ¡Ella ya es grande para tomar sus decisiones, no necesita que la defiendan todo el tiempo! ¿Qué eres?, ¿su guardaespaldas?

—¡¿Y desde cuando tú la defiendes?!

—¡Ya paren los dos! —intervino Kushin antes de que se agarraran de los pelos—. ¿Por qué mejor no dejamos que maneje esto sola? Después de todo, se trata de ella y no de nosotros. ¿Verdad, Shari? ¿Shari-chan?

Pero ella ya hacía rato que se había ido.

4