Miradas y escuchas sensibles del jugar en las primeras infancias - Marcela Armus - E-Book

Miradas y escuchas sensibles del jugar en las primeras infancias E-Book

Marcela Armus

0,0

Beschreibung

¿Por qué el JUGAR?… Infinitos infinitivos enlazados al jugar: para construir, para gozar, para aprender, para vincular, para proyectar, para crear, para disfrutar, para aunar, para desplegar, para elaborar, para probar, para divertir, PARA CRECER… Porque sin jugar no hay infancias. El jugar como la infancia no es transitorio sino permanente: jugar, juegos, juguetes, infancias, espacios, corporalidades, sonoridades, necesidades son ideas que dialogan aquí desde diferentes perspectivas. "Palabras cruzadas" en la multidimensión de la existencia misma, confluyendo en ese punto constitutivo de la subjetividad trascendental que los cachorros humanos requieren para hacerse sujetos con derechos y cuidados… porque el juego es protagónico y el jugar impostergable.  Las búsquedas de estos textos diversos pero polifónicos invitan al lector a un intercambio "lúdico" con sus propias ideas y experiencias del jugar, generando nuevos desafíos, interrogantes, prácticas y espacios que permitan el despliegue de la existencia humana.   Las circunstancias de época también están presentes (pandemia, digitalización, género, vulnerabilidad de los lazos sociales), porque se han generado profundas transformaciones en los modos del jugar que nos interrogan. Entonces, es necesario un abordaje desde distintas disciplinas y campos: psicología, psicoanálisis, psiquiatría, psicomotricidad, musicoterapia, pedagogía, arquitectura, derecho, informática, ciencias de la comunicación y educación inicial.   Este libro es INTERACTIVO, requiere de un imaginario intercambio de intersubjetividades entre el lector y los autores y sus producciones: textos, videos, conversatorios, ejemplos clínicos, audios, imágenes, diálogos que invitan una y otra vez a generar una novedad en el pensamiento y en la acción… Que sea un libro caleidoscópico, que como el jugar despierte asombro, genere descubrimiento, convoque a la compañía.    ¿Porqué el JUGAR? Porque el juego es un operador permanente de la constitución subjetiva y desde ahí se accede al lenguaje, procedimiento sin otro igual que nos humanice y nos abra a la comunicación y a la cultura.   Escriben: Marcela Armus, Daniel Calmels, Damián Calvo, Laura Cristina del Valle Hereñú, Clara R. de Schejtman, Lucas Di Nunzio, Carolina Duek, Constanza Duhalde, Marisa Factorovich, Roberto Fraguglia, Agustín Garona, Cristina Gay, Alejandra Giacobone, Vanina Huerin, Juan Augusto Laplacette, Mara Lesbegueris, Marie Rose Moro, Carlos Skliar, Jorge Ullúa, María Pía Vernengo.   Con la colaboración de: Natalia de la Torre, Marisa Herrera y Francesco Tonucci.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 312

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Edición: Primera. Septiembre de 2022

Lugar de edición: Barcelona, España / Buenos Aires, Argentina

E-ISBN: 978-84-18929-55-7

Depósito legal: M-13686-2022

Código Thema: JMC [Child, developmental & lifespan psychology]

Código Bisac: PSY004000 [Developmental / Child]

Código WGS: 530 [Humanities, art, music / Psychology]

Copyright de esta edición: © 2022, Miño y Dávila srl / Miño y Dávila editores sl

Ilustración de cubiertas: Augusto Laplacette

Diseño: Gerardo Miño

Armado y composición: Eduardo Rosende

Prohibida su reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de los editores. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Página web:www.sapi.org.ar

Mail administración: [email protected]

Dirección: Olazábal 2570. 6 A

(C1428AAL), Buenos Aires, Argentina.

Página web:www.minoydavila.com

Mail producción:[email protected]

Mail administración:[email protected]

Dirección: Miño y Dávila s.r.l.

Tacuarí 540. Tel. (+54 11) 4331-1565

(C1071AAL), Buenos Aires, Argentina.

Índice
Introducción
Capítulo 1. Jugar, una necesidad universal, por Marie Rose Moro
Capítulo 2. Jugar por jugar. Una realidad posible, por Damián Calvo
Capítulo 3. Sin jugar no hay infancia (¿es posible jugar por ley?), por Marcela Armus
Capítulo 4. Tramas del jugar y el cuerpo, por Daniel Calmels
Capítulo 5. El jugar en la educación inicial, por Laura Cristina del Valle Hereñú, Jorge Ullúa y Roberto Fraguglia
Capítulo 6. Aprender jugando, diálogo entre arquitectura y pedagogía, por Agustín Garona y Lucas Di Nunzio
Capítulo 7. Hacia la capacidad de infancia. Asombro y encanto, por Carlos Skliar
Capítulo 8. El juego desde la perspectiva de género. Nuevas posibilidades para pensar la clínica psicomotriz y la socialización de lxs niños, niñas y niñes, por Mara Lesbegueris
Capítulo 9. La musicalidad del jugar en las infancias, por Alejandra Giacobone
Capítulo 10. El juego y la psicoprofilaxis quirúrgica, por Cristina Gay
Capítulo 11. Perspectiva psicoanalítica sobre el juego, por Marisa Factorovich
Capítulo 12. Dimensiones del jugar en interacciones lúdicas entre adultos y niños, por Vanina Huerin, Clara R. de Schejtman, Constanza Duhalde, Juan Augusto Laplacette y María Pía Vernengo
Capítulo 13. El juego y las infancias contemporáneas: tramas de sociabilidad, tramas de consumo, por Carolina Duek
Capítulo 14. Diálogo con Francesco Tonucci
Referencias bibliográficas
Sobre los autores

Se pueden ver más contenidos audiovisuales a través del siguiente anexo digital

https://germyd.wixsite.com/miradas-y-escuchas

Introducción

Este libro reúne diversas miradas y escuchas sensibles sobre el jugar en las primeras infancias, a partir del aporte de conceptualizaciones, teorías, investigaciones, prácticas y experiencias de profesionales expertos de distintas disciplinas y campos: psicología, psicoanálisis, psiquiatría, psicomotricidad, musicoterapia, pedagogía, arquitectura, derecho, informática, ciencias de la comunicación y educación inicial.

Los capítulos del libro, desde sus especificidades y heterogeneidades, se entraman en diferentes núcleos temáticos –comunidad y cultura, desarrollo, educación, clínica e investigación– para lograr una aproximación al fenómeno complejo del jugar en los primeros tiempos de la vida.

Lo textual, además, se complementa y enriquece en el formato transmedia ofreciendo al lector otros canales y recursos virtuales vinculados, como entrevistas de video con autores, cortos y documentales, audios, fotografías e ilustraciones, que refuerzan la perspectiva y posición lúdica que el libro propone.

Capítulo 1Jugar, una necesidad universal1

Marie Rose Moro | Psiquiatra

“En este viaje tenemos nuevamente la oportunidad de comprobar que sólo se puede acceder al pensamiento del otro reelaborando el propio. Pero entonces ya no hay ‘su’ pensamiento. El diálogo entre culturas no es un etiquetado de pertenencias, sino que ofrece una nueva oportunidad para relanzar la filosofía”.

Jullien (p. 9, 2005)

Como dice magistralmente Jullien sobre el estudio del pensamiento chino, la reflexión sobre el juego en la vida y en la clínica, aquí y en otros lugares, nos ofrece la ocasión de un nuevo viaje para profundizar en nuestro conocimiento, nuestra experiencia, nuestra relación con el juego. Pensar el juego es reinventarlo y más aun ponerlo en acto.

Reinventar el juego

Hace ya mucho tiempo que me apasiona el juego. Ya en 2006 había organizado para la revista transcultural L’autre2 un coloquio que se llamaba “Jugar” (“Jouer”3), al que siguieron un número de la revista L’autre y un libro4. Desde entonces, no he dejado de entrevistar a niños de diferentes edades, niños pequeños, mayores e incluso adolescentes, niños, niñas, cercanos y más lejanos, niños que la vida cotidiana me llevó a encontrar, en el Hospital Avicenne, en las afueras de París, en la Casa de Solenn del Hospital Cochin, un lugar para los adolescentes, pero también durante mis misiones en diversos países en crisis en el marco de Médicos Sin Fronteras –en particular en Indonesia, Guatemala o Afganistán–. He visto a estos niños jugar o no poder jugar en algunos casos de sufrimientos o rupturas; he jugado con ellos y a veces les he pedido que me digan qué significa el juego para ellos. He recogido muchas teorías, muchas imágenes y he jugado mucho. Lo que me hizo repensar los juegos de mi infancia, juegos inventados en la frontera de varios mundos culturales y de varias historias, la historia íntima pero también la gran historia, la de las migraciones y las guerras. Recuerdo que jugábamos a los zancos. Mis padres decían que era un juego vasco. Hacíamos agujeros en latas de conservas, pasábamos hilos por ellas, y así, usábamos estas cajas para hacer carreras de velocidad entre Francia y España, país de mis padres. Ese juego parecía inventado para nosotros. Sin embargo, puede haber existido en muchos otros lugares inventado por otros grupos de niños que hablaban otros idiomas y usaban estos zancos para correr más rápido y más lejos como botas de siete leguas de los cuentos que se adaptan a cada uno y permiten recorrer mágicamente largas distancias y viajar lejos. La diversidad y la historia de los juegos no excluyen por el contrario que exista un fondo común del juego, un proceso común que podría llamarse lo infantil a partir del cual se distingue el jugar, el juego y sus destinos.

Desde un punto de vista transcultural, el juego es para nosotros como el cuerpo, como el sueño, en el entrecruzamiento de lo individual y lo cultural, lo intrapsíquico y lo intersubjetivo; a la vez inventado, privado y colectivo. Los juegos de los niños son objetos enigmáticos que hablan tanto del ser como del grupo, de la filiación como de las afiliaciones, del genio individual como de la transmisión del mismo, del nosotros como del “yo” (je), palabra tan cercana a “juego” (jeu), del consciente como sin duda del inconsciente.

Aquí en Occidente, el juego se ha convertido en un proceso considerado necesario para los niños, tanto por el conjunto de la sociedad que ha ideado formas de juego cada vez más creativas, a menudo comerciales, que por los clínicos dispuestos a pensar que un niño que no juega, no está sano. Sin embargo, un breve viaje transcultural permite matizar y complejizar esta afirmación, ya que la noción misma de juego y, sobre todo, las formas que adopta están vinculadas a su contexto filosófico, histórico y geográfico. Escuchemos sobre este punto a dos niños, que no están necesariamente de acuerdo sobre lo que es jugar: un niño de 9 años, Pablo, y una niña de 12 años, Lola; los dos viven en Paris5.

Pensar el juego según Lola, Pablo y los otros

“[Pablo, nueve años:] El juego es algo bueno… Si un niño no juega, está menos contento durante el día y, si no juega en absoluto, se pondrá muy triste. Jugar es divertirse, no pasar todo el tiempo trabajando… Pero hay que trabajar un poco también porque, de lo contrario, tampoco vamos a estar demasiado contentos. Si nos divertimos todo el tiempo, ya no sabemos que nos divertimos. Divertirse es entrar en otro mundo. Es entretenido, hace pensar en otras cosas. Los niños están obligados a jugar, por eso son niños, no es como los adultos. Si jugás a los animales, actúas como un animal y dirigís, si querés. Un granjero que mete una vaca en un corral es como si vos fueras el granjero. Si jugás con la compu o a la Game boy, a los juegos electrónicos, es diferente. Si jugás al fútbol, es como si vos fueras el jugador: te transformás en jugador de fútbol o de rugby como uno verdadero. Hacés lo que querés y nadie te obliga, hasta podes hacer un gol en contra. Todo lo que querés hacer es posible, o casi. Si jugás a los Sims6, es como el fútbol y parecido con la Game boy. Me encantan también los juegos de aviones. En esos juegos controlás los aviones como si fueras el piloto. Podés estrellarte. Jugás a pilotear el avión. Podés convertirte en un niño-piloto o en un niño-jugador de fútbol profesional, ¡es mágico! Pero seguís siendo vos mismo. Y si querés te ponés en el lugar de un adulto. Podés ser un equipo de niños, es divertido. En los juegos de autos manejás como al avión. Cuando jugás con los Playmobiles7 es como a vos te guste, podés ser el granjero o la vaca. Por ejemplo existen Playmobiles con una granja o un aeropuerto. Sos la persona que maneja los Playmobiles. El juego es para que los chicos se distraigan. También podés leer en vez de jugar”.

“¡Pero leer es jugar!” dice su hermana Lola, de 12 años, que tiene una concepción muy diferente del juego. “No sabés lo que es jugar”, interviene su hermano, “sólo yo sé, son los pequeños los que saben, vos ya te olvidaste. Yo no lo sé decir tan bien como ella, porque jugar no es hablar, es otra cosa; yo sé jugar” concluye tranquilamente. Su hermana continúa con su lógica:

“Jugar es un montón de cosas. Es divertirse, por supuesto, pero no solamente. Para mí es una acción. Es hacer algo que hace pasar el tiempo con placer. La mayor parte del tiempo, te divierte, pero a veces es un sentimiento más difuso. Jugar con amigos es hablar con ellos, pero jugar es también hacer un Monopoly. Un juego electrónico, es pulsar teclas. En los juegos electrónicos nos tomamos por adultos. Quienes fabrican estos juegos están convencidos de que los niños quieren ser adultos. No hay ningún juego en el que sos como sos, no te hace sentir que sos vos realmente, los Sims son divertidos, porque tenés la extraña sensación de pedirle a alguien que haga cualquier cosa. Jugás con personas –en realidad seres humanos simulados–. Todo es interesante en los Sims; le decís a un personaje ‘metete en la pileta’ y lo hace. Los juegos deberían ser todos divertidos pero no es siempre el caso. Comprar estaciones, calles, es aburrido a veces. El juego ‘la bonne paye’, con mis amigas decimos que es un ‘simulador (sic!) de la vida futura’. Tenés el salario después de 30 días, correos, facturas… Como si fueras un adulto. En tres turnos vas a lograr ganar o vas a caer en la ruina. Correr riesgos también es bueno. En el juego los Pequeños caballos, te sentís como un jinete en el hipódromo. El ajedrez o las damas son batallas, como los terroristas, así es cómo te como. En el Juego del Ganso, Jeu de l’oie8, tenés que volver a casa. El Monopoly es el Dios todopoderoso, el Dios dinero. En los juegos electrónicos, controlás las cosas que podrías vivir en una vida normal. Los Diddls, las Barbies y las muñecas, lo divertido de cuando era pequeña era tenerlos en la mano. Los Sims son un ‘remake’ de Barbie perfeccionado. Con los Playmobiles puedo construirte una casa. Es mejor que los Sims, podés fabricar una casa enorme del siglo XVIII… En los Playmobiles vos sos todo, podés hacer hablar a las paredes, podés hacer lo que quieras. Jugar es inventar, y no forzosamente divertirse. Es inventar una historia. Hasta con las Barbies podes inventar una historia de amor, sólo hay que hacerlo, hasta los nueve-diez años; arriba de un armario, una princesa que duerme debe ser liberada… Sólo las chicas juegan a las Barbies. Tampoco conozco a muchos chicos que jueguen a los Sims. Podés incluso cortarles el pelo a las Barbies. He practicado mucho en esto, podría haber sido peluquera. Mis Barbies ya no tienen cabeza… ¡Matar a las Barbies es divertido!”.

“¡Sobre todo las de mi hermana!” dice Pablo, que escucha atentamente a Lola, mientras que se encoge regularmente de hombros porque su experiencia del juego es diferente. “Yo no pienso como ella, porque soy un varón –dice con fuerza y sin pestañear– y soy pequeño. ¡Yo soy un niño de verdad!”. Quien ama el juego por el juego es un niño de verdad, según Pablo. Es un niño winnicottiano o leboviciano, a menos que sean estos autores los que estén cerca de lo infantil. Si tomamos los términos del pensamiento chino, alimentar la vida para un niño como Pablo, “alimentar su vida” en el sentido de Zhuangzi (Jullien, 2005, p. 57), es jugar, preservar el impulso vital y así desarrollarlo, reinventar la naturaleza humana infantil y así llegar a serlo realmente. Jugar en el sentido de desarrollar sus capacidades de vida para Pablo, sus capacidades de ilusión para Lola, que emergen en ellos y que muy temprano el niño quiere cultivar.

“Los varoncitos son más bien Actionman –matiza Lola–. Leer, usar la computadora… para mí, no hay prioridad entre los juegos. También me gusta probar el rímel de mi mamá o hacerme bigotes de gato. Es muy divertido transformarse en personajes o animales, pero es sólo para ver cómo se siente. Jugar es un mundo grande, pero, de hecho, tu pregunta es demasiado vaga. Bailar también es jugar, depende de si te hace feliz. ¡Tocar un instrumento musical es también jugar!”9.

En este diálogo sobre el juego entre estos dos niños encontramos la idea de domesticar la realidad (game), de trascenderla (play)10, de experimentarla, de transformarla, de actuar sobre ella. Además, se plantea la cuestión de la necesidad, de lo que a veces detiene estos movimientos necesarios para el desarrollo del niño y también de las condiciones mismas del juego. Algunos niños ya no pueden jugar porque están desesperados, ya sea porque están sacudidos por acontecimientos traumáticos o porque no hay adultos que construyan el marco de sus juegos, lo que permite el juego, las condiciones de su aparición.

Los niños que juegan o que quieren jugar, se ven en todas partes; no ocurre lo mismo con los juguetes. Estos existen en diferentes formas, pero en algunos lugares son el cuerpo de la madre, de las hermanas u otras mujeres del entorno que asumen esta función y no hay realmente ningún objeto destinado a convertirse en juguete. Se puede transformar una cuchara en juguete y decir que se trata de un barco o de un pájaro, pero después del juego, la cuchara recupera su función principal.

Aquí se invita a los padres a jugar con sus hijos. Allá eso es inconcebible o algunos adultos podrán hacerlo en ciertas circunstancias –por ejemplo, los abuelos o los jóvenes tíos maternos, pero otros no estarán habilitados para hacerlo–. Mi abuela española siempre repetía que hay que permitir a los niños jugar en presencia de adultos, pero, sobre todo, no jugar con ellos porque les impediría soñar –como si jugar con ellos sería del orden de una invasión y del control–. Como si fuera necesario estar allí, pero borrarse para que los niños puedan jugar realmente. En otros lugares, jugar sólo puede pensarse con otros niños, los del grupo etario por ejemplo.

Todas estas concepciones, estas experiencias, estas representaciones deben poder coexistir, por ejemplo, en la clínica, sin prejuicio, y sobre todo partiendo de la representación de los padres y los niños para investir el juego como un espacio de ensueño o un espacio que permita el cuidado, el compartir del juego. Por eso nosotros, además del uso del juego tal y como nos lo han enseñado nuestros maestros, hemos pensado en complejizar el área de juego posible en la consulta.

Pero antes de abordar algunos principios, no puedo resistirme al placer de contarles un recuerdo, lúdico pero iniciático, en relación con quien me enseñó a jugar con los niños y los bebés: Serge Lebovici. A mi maestro le encantaba jugar con los niños, también con sus madres, quizás un poco menos con sus padres. Pensaba, sabía, decía que así se curaba realmente a los niños, renovando al mismo tiempo su “ser terapeuta”. También le encantaba la informática, presintiendo la importancia de este nuevo instrumento desde el principio de su aparición. Pero la computadora le resistía, no podía manejarla. Un día se tiró al piso con la computadora y se puso a jugar, a tocar las teclas… Un joven psiquiatra colombiano golpeó la puerta de su consultorio y le dijo que entrara sin cambiar de posición. Y dijo con la tonalidad de la evidencia: “Como no conseguía hacerla funcionar la puse en el piso para jugar con ella”. ¡Muy bien, maestro!

Volvamos ahora a la situación transcultural en la que padres e hijos pueden tener representaciones diferentes de las nuestras sobre lo que es un niño, lo que necesita para crecer o para curarse, lo que es un padre o una madre… ¿Cómo hacerlos “mestizarse” según el bello adagio de nuestra práctica transcultural?

Jugar para figurarse la alteridad

Pero, ¿cómo se traduce “jugar” en soninké, en mandarín, en soussou, en kabyle, en hindi o en bereber? Por supuesto, no es sólo la traducción de la palabra de lo que estamos hablando, sino la traducción del concepto y el intercambio de la experiencia del juego. ¿Y cuáles son las condiciones del juego? Un día imaginamos que el padre le contaría un cuento a su hijo, pero habíamos descuidado las condiciones de este acto11: para el padre contar un cuento y que el niño lo reciba suponía las condiciones de la eficacia de ese cuento: el anochecer, la presencia de los ancianos… tantas condiciones culturales y filosóficas del cuento que había que negociar previamente. Asimismo, hemos discutido sobre la traducción de la palabra “jugar” en una u otra lengua: se trata de jugar para jugar, de jugar para aprender, de jugar para iniciarse en un ritual, en el sentido de experimentar o de repetir un guión, se trata de jugar entre niños… Tantas palabras que suponen desfasajes, desviaciones, conceptos… Por qué los conceptos del pensamiento del otro cuestionan nuestra propia representación: “por lo que mueve y perturba en mi pensamiento, libera oportunamente algo impensado”, como lo demuestra Jullien (p. 49) para el pensamiento chino y que nosotros experimentamos diariamente con familias de todo el mundo en nuestra consulta.

Por eso imaginamos en el Hospital Avicenne12 un espacio de tratamiento donde los niños, sostenidos por el grupo de padres y los terapeutas, puedan jugar en nuestra presencia, pero dejando a los padres llevar sus formas propias, sus interpretaciones, sus maneras de pensar y de sentir (Moro y col., 2004). Así, coexisten múltiples maneras de jugar –unos y otros pueden jugar con objetos de aquí, dibujar, hacer escenas de teatro, poner en escena cuentos que dicen la alteridad, el paso de un mundo a otro, de una lectura a otra–. Con nuestra práctica intentamos desarraigarnos para reinventar la práctica psicoterapéutica en una situación multicultural. Esto es especialmente importante para los niños que tienen dificultades para pasar de una orilla a la otra. Por ejemplo, Gül, una niña turca que no habla en la escuela y que me hace interpretar a una mujer con velo. Su madre no es así. Cuando Gül está en la escuela, piensa en su madre envuelta en su tristeza y en su soledad. Cuando está en su casa, piensa en su maestra, a quien nunca habló directamente. Jugar, darme el rol de esa mujer con velo velada por la tristeza y la soledad es una etapa lúdica, una manera de tejer lazos entre el adentro y el afuera. Y habrá otras…

Simone es una niña tamil nacida en Francia. Su familia católica viene de Sri Lanka después de un largo y doloroso viaje. Su padre es refugiado político. Simone, como Gül y otros hijos de emigrantes, pasmados por el clivaje entre los mundos que los habitan, el mundo de aquí y el mundo transmitido por los padres, no habla en la escuela (Moro, 2007; Rezzoug y Moro, 2009). Este mutismo extra familiar intriga a su madre, que no comprende por qué esta niña no puede hablar en este mundo que le permitió a su marido sobrevivir. Empieza una larga serie de tratamientos para esta niña que no le gusta hablar ni jugar en el mundo exterior. Cabe señalar que el juego de Simone es pobre y estereotipado en el mundo exterior, así como su palabra es inexistente como si el juego y la palabra fueran equivalentes para ella. Mientras que, por otra parte, su familia la presenta como una niña que en su casa juega, se ríe, le gusta cantar y ver películas tamiles. Cuando llegó a nuestra consulta, comenzamos por contar la historia de su padre, de su madre y de su familia. Uno de los momentos fuertes del trabajo psicoterapéutico va a ser la toma de consciencia de la madre de que una transmisión madre-hija es posible incluso en situación migratoria. “¡Incluso cuando no estás en tu país, podés transmitirle algo a tu hija!” dirá la madre. Y en espejo, Simone podrá figurarse la posibilidad de permanecer en contacto con su madre incluso si las dos no son sostenidas por los mismos mundos. En la sesión que precede al “desenlace” de su palabra “ligada”, Simone pedirá jugar al cuento de Caperucita Roja: ella será el lobo, yo seré la abuela y su terapeuta individual la madre que envía a la caperucita roja al bosque hostil. Jugar, jugar en nuestra presencia, imaginar a partir de un cuento tradicional occidental, será el primer tiempo de emergencia de su palabra. Jugar y hablar con nosotros será el tiempo cero de su conquista de la alteridad.

Cuando le pregunte a la madre, que se había reído mucho durante toda la escena, qué personaje habría querido interpretar, ella respondió sin vacilación “Caperucita roja”. La madre intentaba recuperar lo infantil, el impulso vital en este trabajo psicoterapéutico, y la hija expresaba su agresividad ante este mundo demasiado diferente para que pudiera investirlo sin interrupciones. El encuentro madre-hija en este proceso permitió alimentar la palabra de Simone. La puesta en escena de este cuento en el marco de la psicoterapia transcultural permitió una brecha, una figuración de lo que hasta entonces era impensado por la hija, por la madre y probablemente también por el padre.

A veces no es la extrañeza lo que hay que domesticar, sino el terror. Recuerdo un encuentro en Afganistán con un niño que nos llevó al mundo que le permitió jugar de nuevo.

Jugar para salir del terror

El intérprete y yo hacemos una visita al domicilio de un niño aterrorizado por la guerra. Cuando llegamos, la madre llama a su hijo que está tejiendo. Este es el trabajo que les permite sobrevivir. Vemos llegar a un chico guapo, casi rubio, ágil e inquieto. Tiene cinco o seis años. “¿No te da miedo el viento? –dice su madre–. Cuando el viento sopla un poco fuerte, el niño se esconde en la casa, trata de no escuchar el ruido, ¡se siente paralizado!”. “¿Desde cuándo?”, le pregunto. “Desde los últimos bombardeos. Ese día había mucho viento y el ruido de los cañones se veía reforzado por el ruido del viento”. Desde entonces, el viento actúa como un inductor y le revive el evento traumático. Es importante desligar el sonido de los cañones del sonido del viento y, sobre todo, sacar el miedo que tiene adentro. Le propongo dibujar lo que le preocupa. Pinta un árbol seco, un vaso de té, monstruos. Completo su dibujo, primero haciendo el sol, luego dibujando el viento que se va, que sale del dibujo. Sonríe, habiendo percibido la relación. Su dibujo es realmente hermoso. Se lo digo a través del intérprete. Su mamá me explica que hace dibujos geométricos muy hermosos y originales en las alfombras que él mismo teje. Inventa diseños mientras que la mayoría de los niños y los adultos se limitan a repetir modelos tradicionales. Incluso introdujo armas en los dibujos, “Mig 2113”, me dice con orgullo, constatando que no sé nada de armas. Es evidente que tiene muy buen gusto e intuición. Quiere mostrarnos la alfombra que está haciendo, pero no se atreve, porque, como nos explicará más tarde la madre, un médico de una organización internacional, que había sido llamado hacía algún tiempo para verlo debido a la importancia de sus síntomas, se negó a mirar la alfombra: “los niños no tienen que trabajar, no tienen que hacer alfombras” habría dicho. Seguimos al niño y admiramos su hermosa alfombra. Se levanta, muy orgulloso y contento de compartir con nosotros una figuración de su mundo. Habla, muestra, intenta hacernos adivinar lo que ha querido representar, se divierte con nuestros errores y juega con los implícitos culturales. Sentimos que podemos compartir las palabras y los sentimientos que ellas conllevan; este niño comenzó a no tener más miedo del viento. Puede no tener más miedo cuando se lo ayuda a sacar las huellas traumáticas iniciales que el viento dejó en su memoria a través de las palabras, el dibujo, el sueño –sueña con muchos animales grandes–, el juego, pero también mediante la fabricación de alfombras, primer intento de elaboración que eligió, medio que es cultural e individual. Así, podremos permitir la transformación de la fragilidad traumática de este niño en creatividad tal como se expresa en su entorno y su casa, y no como nosotros quisiéramos que se exprese.

¿Pero por qué los niños necesitan tanto jugar aquí y en otros lugares? ¿Cuál es el fondo común a partir del cual se diferencian las diversas formas de juego y de creatividad que se observan en todo el mundo? Esto ha sido explorado por las investigaciones transculturales (L›autre, 2006; Lachal y col., 2008) gracias a investigadores de todo el mundo, clínicos, antropólogos, filósofos, en la vida y en el tratamiento. Lo que aparece es que el juego es un proceso de humanización valioso y universal. El juego es el soporte del sueño, de lo imaginario, del fantasma y también del conflicto. Es un espacio intermedio que hace posible y figurable la separación de las primeras figuras de apego. El juego es sin duda un espacio de apropiación de la realidad pero también permite movilizar capacidades de recuperación cuando es necesario, para consolar en el sentido filosófico y clínico del término. Es por eso que en todas partes el niño necesita jugar y los adultos deben crear las condiciones para que sea posible, individual y colectivamente. Pero el juego toma mil y una formas que se valoran de manera muy diferente según el lugar y, como los cuentos, los juegos son infinitos.

“Con quien se juega es también muy variable y prescrito por la cultura, con los niños, con su clase de edad, con los adultos (lo que es más raro), con los más viejos… En las sociedades occidentales también se juega para aprender, incluso se juega en la escuela, lo que es muy raro en las llamadas sociedades más tradicionales donde los aprendizajes y los juegos están disociados y diferenciados”. (Lachal y cols., 2008).

Por último, queda el tema de los juguetes, que también es diferente. En Occidente, se crean objetos para jugar que se llaman “juguetes”, y que sólo tienen ese uso. Están hechos para jugar. Mientras que en muchos países no occidentales se juega con objetos cotidianos o se juega con objetos cotidianos que se convertirán en soportes de juegos, de anticipación, de sueños o de “se hace como si”.

Según Calderon, el gran poeta del siglo de oro español, el universo de los sueños habita los sueños en la noche y el teatro en el día, es decir, el juego. Es a este universo al que los he traído… ojalá nos permita jugar y… curar.

1 Traducción a cargo de la Lic. Nora Woscoboinik.

2 www.revuelautre.com.

3 Sexto coloquio de la revista L’autre. Voir L’autre, n° 20, 2006, “Jouer”.

4 Ver L’autre (2006), Lachal et coll. (2008).

5 Esta entrevista sucedió en el año 2006.

6 Juego de construcción de espacios de vida en internet.

7 Personajes y juego de construcción.

8 Muñecas.

9 N. de la T.: en francés se usa la misma palabra “jouer” para jugar y para tocar un instrumento de música.

10 Distincion de Winnicott (1975) entre juego (juego reglado) y play (juego sin reglas, juego de imaginación).

11 Cf. los trabajos de Danièle Pinon-Rousseau sobre los cuentos en el equipo de investigaciones transculturales de Bobigny (www.clinique-transculturelle.org).

12 Por ejemplo en el marco del grupo bilingüe donde los niños juegan en diferentes idiomas y pasan de una lengua a la otra. Una vez por mes, los padres también vienen a hablar entre ellos y con nosotros de sus hijos y de sus cambios. Sobre el principio del trabajo transcultural con los niños de migrantes, cf. Moro (2008 y 2010).

13 Armas utilizadas por los rusos en la guerra de Afganistán.

Capítulo 2Jugar por jugar. Una realidad posible

Damián Calvo | Psicomotricista

Jugar se constituye no sólo en condición para el desarrollo pleno de las infancias, sino también en modos fundantes que nutren una actitud plástica, creativa y estética en nuestra vida adulta y contribuyen a construir y vivir un envejecimiento saludable.

A partir de la invitación a escribir sobre la idea del jugar por jugar, consideré oportuno iniciar el escrito desde de una perspectiva que me permita ubicar la práctica del jugar como expresión de la cultura y generadora de la misma, para luego contextualizar dicha mirada en el escenario de la práctica profesional e interpelar el lugar que ocupa el juego y el jugar en los diferentes territorios de nuestra vida, de nuestra cotidianidad y de nuestro campo laboral.

Jugar representa la matriz de ese modo particular de relación con el mundo en un aquí y ahora como forma singular de existencia, determinada por la realidad social, política y económica, por las creencias, los mitos y rituales. El juego y el modo en que jugamos nos representa ética y estéticamente en la relación con lxs otrxs, con el contexto. Es la expresión misma de un modo de ser, de una forma de transmitir y generar cultura.

Pensar sobre el valor que tiene la práctica del jugar en nuestras vidas y en nuestra sociedad habla del tipo de sociedad que construimos, que deseamos construir y, por sobre todo, el tipo de sujeto que promovemos. Ese posicionamiento frente al juego nos ubica en nuestra vida cotidiana, en el espacio laboral y en la relación con el ocio y el tiempo libre. Expresa nuestra mirada, nuestra valoración sobre la vivencia del jugar, ya sea como expresión de libertad o como instrumento de control y disciplinamiento en una suerte, entre otras, de premio o castigo. Jugar es condición para el ingreso a la cultura, por lo que esa forma de ingreso conformará las matrices lúdicas sobre la que se sustentará el desarrollo del sujeto.

La perspectiva del jugar como expresión de libertad expresa un rasgo fundamental que es su carácter espontáneo, que encierra la idea de jugar por jugar, sin otro propósito que el placer del jugar en sí mismo, caracterizado por su gratuidad o ausencia de utilidad, rasgo distintivo que confronta el sentido utilitario del jugar en estos tiempos. Posición, que en sí misma, se rebela frente al mandato de constituirse en un engranaje más de la maquinaria de consumo, a través del disciplinamiento y la domesticación del juego. Creando la falsa ilusión de elección, sobre lo que, en definitiva, ya está preestablecido.

Resulta oportuna la posibilidad de ubicar el carácter fundante de la relación del juego con la cultura, como un marco de referencia que nos permita subrayar el lugar central que la práctica del jugar habilita asociado con la transmisión intergeneracional del acervo cultural, para la inclusión en la misma, como así también para el desarrollo de la singularidad de cada persona. “El juego sirve, como expresa Frobenius, para actualizar, representar, acompañar y realizar el acontecimiento cósmico” (Huizinga, J. Homo Ludens, 1938). Ese movimiento cósmico estaría ligado a la construcción de un orden, el que se constituye como necesario en esa particular relación del hombre con la naturaleza, con el mundo, como parte de ese cosmos. La exploración del mundo por parte del niñx durante su infancia vía el juego, es la misma búsqueda que el sujeto seguirá realizando a lo largo del curso de la vida, pero por otros medios. El intento de conquista del mundo, la comprensión de los fenómenos del mundo. Entonces, el jugar es aquella acción que, en su propia lógica y dinámica, propone la posibilidad de construir sentidos, de crear respuestas, de generar explicaciones sobre esa particular relación causa-efecto, acción-reacción, entre el sujeto y su entorno y por sobre todo intentar dominarlo, aunque más no sea de manera precaria, temporal. Estos modos de respuesta se fundan en experiencias sensoriales que habilitarán el ingreso al mundo de las representaciones, como escenarios posibles de introducción a la dimensión simbólica, al lenguaje, a la cultura.

Graciela Scheines dice: “jugar es un pasaje entre el Caos y el Orden, entre el vacío y el lleno, entre la deriva y el rumbo, subrayando la idea de que jugar es fundar un orden”(Scheines, 1998). Por lo que, frente al caos de la existencia, el juego inaugura posibles rumbos que permiten el tránsito por el vacío existencial hacia la construcción de sentidos transitorios, precarios o, quien sabe, definitivos. La angustia y el miedo frente al caos pulsan la generación del jugar como experiencia que se propone el dominio de esa escena, de esa situación.

En el escrito poético “Cada cual, cada cual, atiende su juego”1, Eva Giberti (Revista Escuela Para Padres Nro. 3) expresa la idea del deseo de parir junto al deseo del nacer, como la plataforma en la que se inaugura la singularidad del bebé, que, parido y nacido, da inicio al tránsito entre el estado de armonía anterior a la necesidad de nacer por parte del bebé, instalando en el cambio abrupto de las condiciones físicas, ambientales, la experiencia del caos, a partir del cual se configurará un nuevo orden. Partiendo de la fluidez, la continuidad y el bienestar en el espacio intrauterino, al pasaje de la primera inspiración, a la experiencia de los efectos de la fuerza de la gravedad sobre el cuerpo, al ruido, hacia el abrigo, el sostén, el alimento, los sonidos y el arrullo materno, habilitando la instauración de un primer nivel de organización. Este punto de partida, ese primer orden en la relación necesidad-satisfacción, establece las matrices para el desarrollo de la pulsión de investigación, de base sensorial, motriz, afectiva, en la que la experiencia de satisfacción marca y define el sentido en sí mismo de esa experiencia. Jugar por el placer de jugar se fundamenta en esas primeras experiencias de pasajes entre el caos y el orden, en busca del dominio y la satisfacción, no sin la figura de otra persona que habilite, sostenga, abastezca y acompañe.

Podemos pensar que el jugar por jugar genera las condiciones para albergar algo del acontecimiento en términos lúdicos, dando lugar a la emergencia de lo espontáneo, de modo tal que esa experiencia original, dentro de un contexto histórico determinado, habilita el desarrollo de las subjetividades. Lo que acontece está por fuera de lo anticipable, de lo previsible, es el acontecer del devenir que irá tallando el modo de Ser Siendo. El carácter inédito del acontecer lúdico, posible de ser desplegado a través de la función de sostén de un otro, genera las condiciones para el despliegue de la búsqueda de una nueva dimensión de control, de dominio, de un modo único e irrepetible de relación con el entorno, dando lugar a las primeras manifestaciones singulares, territorio de base para el desarrollo de la autoría. Por lo tanto, vale subrayar la idea de que la emergencia de lo espontáneo, como expresión y respuesta del sujeto frente a determinadas circunstancias y condiciones, inaugura experiencias, que ligadas al placer, actuarán como plataforma para el retorno a esas experiencias placenteras, generando así nuevos recorridos, que implicarán otros niveles de construcción, complejidad y dominio en el espacio corporal, afectivo y vincular, siendo el juego la modalidad y el jugar la escena para que se despliegue. La construcción de sentidos, como así también el estilo de esa construcción, se da en esa práctica, en ese ensayo que implica jugar. El estilo será el modo, la expresión singular e irrepetible que hace a la construcción de la identidad a partir de sus primeras relaciones objetales.

Retomando la idea de lo espontáneo como modalidad de experiencia fundante y matriz en la constitución subjetiva, tomo una cita de José A. Valeros en un texto llamado “Acerca del Jugar”, donde expresa la idea de Winnicott respecto al concepto de ilusión diciendo que:

“el bebé se relaciona con el mundo exterior a partir de sus gestos espontáneos, en un tipo de vínculo donde las relaciones causales de dependencia o coerción no son reconocidas ni negadas por el sujeto… al estado mental propio de este tipo de relación objetal lo llamó Ilusión, aludiendo al punto de vista del bebé, para quien el objeto externo es como una continuación de su propio gesto espontáneo. A su vez… este tipo de relación objetal es extremadamente dependiente de funciones maternas muy especializadas, una de las cuales es la de sostener el área de ilusión del bebé”.