Mitología Cubana - Samuel Feijoo - E-Book

Mitología Cubana E-Book

Samuel Feijoo

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Beschreibung

La Mitología Cubana es una de las más originales de América, a veces dominada por el humor, a veces por una fantasía artística profunda y por una superstición nociva. Es la mitología, investigada por Samuel Feijoo, la primera mitología que se ha escrito en la isla; la más completa posible.

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Créditos

Editorial Cubaliteraria

Edición

Nancy Maestigue Prieto

Composición Y Diseño

Axel Rodríguez García

© Herederos de Samuel Feijóo, 2007

© Sobre la presente edición: Editorial Cubaliteraria, 2012

ISBN 978-959-10-1310-1

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Distribuidores para esta edición:

EDHASA

Avda. Diagonal, 519-52 08029 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España

E-mail: [email protected]

En nuestra página web: http://www.edhasa.es encontrará el catálogo completo de Edhasa comentado

RUTH CASA EDITORIAL

Calle 38 y ave. Cuba, Edif. Los Cristales, oficina no. 6 Apartado 2235, zona 9A, Panamá

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PRÓLOGO

En la mitología caribeña Cuba alcanza un lugar cimero, bien sea por la imaginación de sus hijos, por su fabulación poética, su fantasía exagerada, la superstición auxiliada por la imaginación del indio nuestro, del criollo de español o de africano, o del cubano ya en su plena definición etnológica y su cultura desarrollada que inventa mitos, a veces de excesiva fantasía peligrosa.

Nuestra mitología cuenta con una de las más originales de América, a veces dominada por el humor, a veces por una fantasía artística profunda y por una superstición nociva.

Es la presente, la primera mitología que se ha escrito en nuestro país; la más completa posible.

Surgiendo de la imaginación popular, de sus anhelos y sueños tantas veces, y aun de la superstición y el miedo, los mitos revelan una de las mayores fuerzas de la creación folklórica mundial. Fuentes son los mitos poderosamente originales y simbólicos. Aun bajo los miedos supersticiosos, las dotes creadoras son estimuladas por los sentidos alarmados. Cuando el mito es bello, es arte.

Por lo demás, leyendas, mitos, fantasías, son los valiosísimos documentos orales del pueblo, que indican y precisan los variados estratos culturales a los especialistas generales. El folklore, a más de su fuerza creativa, es también claro aviso de las distintas formaciones y deformaciones de las culturas populares.

Recorriendo, por décadas, nuestros campos hemos encontrado numerosa mitología, pero sabemos que mucho mito ha escapado de nuestras pesquisas a pesar del largo trecho andado. Las sorpresas son constantes. Las fantasías se unen tantas veces en famillas, y varían, se desarrollan y embellecen, como prodigios de la fabulación popular constante.

Sobre los dioses de los indios cubanos poco sabemos. Conocemos el mítico cemí, de su tosco ídolo de piedra, del dios Huracán... y de algunos mitos recogidos en la región de Xagua (Cienfuegos), de tradición oral.

En cuanto a la mitología afrocubana, la mitología campesina, mucho se ha conservado y anotado, como se hallará en estas páginas. Muy importante tarea, el rescate de los mitos nacionales, o las variantes nacionales del mito universal, sobre todo en sus relaciones con las artes plásticas, la danza, el teatro, la narrativa, la poesía. Sobre este último género artístico, Camila Henríquez Ureña expresaba en su Invitación a la lectura (La Habana, 1976):

La poesía desde sus orígenes ha dado expresión al mito. La poesía dramática durante largo tiempo fue solo la representación del mito en forma de acción directa; la poesía épica lo representó en forma de narración, y aun la lírica, más individual en su expresión, le prestó su voz musical. Si bien hoy día esas tres funciones de la poesía abordan temas muy diversos y lejanos de los antiguos mitos, no pueden desarraigarse de ellos y con frecuencia los reviven en nuevas interpretaciones, (así, por ejemplo, el mito de Narciso y el de Orfeo) o basan en ellos nuevas creaciones míticas.

Un poeta, Stephen Vicent Benet, escribía: «Siempre he creído que las leyendas, mitos, tradiciones y fábulas forman parte tan real de la historia de un país como las proclamas, los tratados o las reformas constitucionales».

Como sabemos, el mito no es solamente «cualquier clase de historia», al decir griego, sino también la creación de dioses, semidioses, sus hazañas y hasta la factura de una cosmogonía, dubitable o no. En ambos aspectos el lector encontrará en estas páginas interesante material. Los mitos, taínos y siboneístas, de Guanaroca, Jagua, Aycayía, etcétera, son originales y revelan una recia, sencilla imaginación poética insular. Por gran suerte para todos, nuestro país ha contado con hombres de alta preocupación por sus tesoros populares, y, callados, sin el menor elogio a veces. Ignorados, en sus pequeños pueblos, han realizado la labor importante y necesaria, colectando leyendas, mitos, sucedidos, gracejos, la tipología, el florecimiento del pueblo cubano, a través de todas sus épocas. No sabemos cómo agradecer ese legado amoroso y pacienzudo a estos hombres extraordinarios, de suma sensatez, dedicados a sus labores hondas...

En este libro se recogen los mitos creados al puro auxilio de la fabulación espontánea, y, a veces, con el vigor creativo de la bella fantasía humana, o bien surgiendo de una realidad cubierta de innúmeras versiones. Las mitologías pertenecen al acervo de la cultura universal, por el arte hondo de su fuerza creadora, si es logrado.

Entre las fuertes fuentes auténticas de la expresión general de cualquier país, se hallan sus mitos, grandes generadores de formas, grandes desflagradores de fuerzas artísticas, corrientes de lejanos saberes primigenios, contenidos solo en el mito, y de errores nocivos.

ORIGEN DE LOS MITOS

Nos hemos referido en estas páginas al origen de los mitos, pero debemos aclarar, hasta donde nos sea posible, este origen.

También puede originarse el mito por encuentros fortuitos con elementos raros de la naturaleza.

La sorpresa, que a veces genera miedo, impide apreciar la causa real, y el mito se crea entonces con elementos reales pero no míticos, mitificados por el miedo, y por las creencias de los brujeros malignos y los supersticiosos, con sus mentiras (a veces con raras fantasías). Ello es el mito mundial. Cuidarse, pues, del mito, pero es oportuno conocerlo, para analizar a fondo el folklore, sus errores.

Un ejemplo claro de ello lo ofrece el apasionante libro del alpinista inglés Tom Longstaff: Recuerdos de viaje. Refiere Longstaff que hallándose en los montes Himalaya le ocurrió un raro suceso (fuente del mito). Sus palabras:

Nos hallábamos junto al morro del glaciar de Ponting. En la vertiente meridional del Himalaya el hielo desciende hasta la zona en que crecen los rododendros [...]. Poco después encontramos abetos, cuya contemplación fue grata para nuestros ojos, fatigados de las enormes extensiones de tierras sin árboles. Aspiramos de nuevo la fragancia casi olvidada de las hojas nacientes. Junio obligaba al invierno a batirse en retirada. Para completar la transformación del panorama apareció en escena el mismo dios Pan: de entre una espesura salió la cara de un muchacho moreno, con una prímula roja detrás de la oreja, que nos miró asombrado y desapareció sigilosamente y sin dejar rastro. No obtuvimos respuesta alguna a nuestras llamadas. Probablemente era un zagal de Kumaón, que años más tarde explicaría a sus nietos cómo en cierta ocasión vio a dos gigantes, acompañados por un gnomo de bermeja barba, que a buen seguro procedían de las nubes y que lo persiguieron lanzando horrísonos gritos.

Posible origen del mito, el suceso raro, pues el gnomo de roja barba era Longstaff, de muy pequeña estatura y barba colorada.

MITOS Y ANIMALES

Si bien el mito se embriona y concreta en la imaginación humana, dando salida a creencias, temores, sueños, supersticiones, etcétera, otra raíz se halla en la naturaleza, creadora de seres de formas «raras» y «fantásticas», al ojo del hombre. Ello estimula y origina la creación de monstruos de «horrendas» formas, o bien las graciosas estructuras en los más bellos mitos.

Es muy fácil la observación directa entre las formas del mito y las formas de la naturaleza, y las consecuentes derivaciones del mitómano.

Así el Dragón chino surge del reptil llamado «Dragón volador», de un pie largo, que se lanza desde un árbol y con la ayuda de su «paracaídas» natural vuela, planeando, distancias hasta de treinta pies. Es oriundo de la Isla de Java. También el Dragón chino pudo originarse del «grillo Talpa», muy parecido a la forma del mito chino. La «raya» marina pudo originarlo también al igual que el pez pelop, cuya estructura se asemeja al dragón clásico. La Hidra, con siete cabezas de serpiente, tiene el cuerpo de un lagarto colosal.

Los asirios dieron alas a bueyes colosales, con rostro humano. La Esfinge egipcia tiene cabeza humana, cuerpo y garras de león. El Pegaso griego es un caballo con alas, y el Centauro es el hombre-caballo.

En el antiguo Egipto, el dios Anubis tiene cabeza de perro. Y su dios Ammon tiene cabeza de macho cabrío sobre un cuerpo de león. Luzbel, Satanás, Diablo, según la tradición medioeval, tienen alas de murciélago, rabo de canguro, a veces cuerpo de cabrón.

En la América los zapotecas inventaron un dios-vampiro. El Leviatán hebreo se tomó del cachalote.

Del pequeño pulpo se originó un gigantesco pulpo mitológico, con tentáculos hasta de cien metros de largo.

El Unicornio se origina de la mezcla del ciervo con el peznarval de afilado cuerno.

El mito eslavo del Dumoval no es más que un gran mono con rostro humano. Asimismo otro mito eslavo, Vodianoi, surge del llamado «elefante marino».

La Lamia medioeval, mito de grande rareza física, tenía la parte posterior de su cuerpo como un cabrón; las partes delanteras, de oso; cabeza y pechos de mujer; el cuerpo cubierto de escamas. Silbaba como serpiente.

Las formas-mito de los extraños animales que ha creado la naturaleza: el hipocampus, el insecto Peripatus capensis, el pez Linophryne arborifer, el pez-diablo, etcétera, han impresionado la imaginación del mitómano, y lo han ayudado a crear sus mitos.

INTENTO DE CLASIFICACIÓN DE LA MITOLOGÍA CUBANA

Entre los mitos mayores cubanos clasificamos los siguientes: mitos de los indios cubanos recogidos en la región de Jagua: mito del güije o jigüe; de la Madre de aguas; la Llorona o Gritona; el cagüeiro; jinetes sin cabeza; babujales; bolas de candela; la Luz de Yara; los mitos urbanos (entre ellos Matías Pérez, la fiesta del Guatao, el Pelú de Mayajigua, Ma Dolores, casas embrujadas, la dama azul, el muengo…).

Entre los mitos universales, nuestra variante: brujas, diablos, sirenas, etcétera.

Asimismo una grande versión de mitos primigenios, teogonías, cosmogonías, creaciones de animales, vegetaciones, etcétera.

MAPA MITOLÓGICO NACIONAL

Urge la creación de un detallado mapa mitológico nacional. Crear un bien capacitado, culto, tenaz equipo de apasionados y lúcidos investigadores, que pueblo a pueblo, monte a monte, provincia tras provincia, levanten el mapa de los mitos nacionales. Tendremos entonces un gran monumento a la fantasía creadora, al ingenio descomunal de nuestro pueblo, en cuanto a lo imaginativo artístico se refiere.

Esta compleja búsqueda tomaría años, tomaría grande paciencia. Pero es fundamental para nuestra cultura insular, antillana, universal, al hallarse el mito bello. Algunos de ellos aparecen en estas páginas. Otros son engendros de la superstición.

Samuel Feijóo

 MITOLOGÍA INDIA CUBANA

En el libro Tradiciones y leyendas de Cienfuegos, que redactara Adrián del Valle con los materiales que le entregara el cienfueguero Pedro Modesto Hernández, acopiados por él en la antigua zona de la Xagua india.

De esta importante recopilación hemos seleccionado los siguientes mitos aborígenes.

HUIÓN (EL SOL) CREA AL HOMBRE

En los tiempos más remotos, Huión, el Sol, abandonaba periódicamente la caverna donde se guarecía para elevarse en el cielo y alumbrar a Ocon, la Tierra, pródiga y feraz, pero huérfana todavía del ser humano. Huión tuvo un deseo: crear al hombre, para que hubiera quien lo admirara y adorase, esperando todos los días su salida, y viese en él al poderoso señor del calor, la luz y la vida. Al mágico conjuro de Huión, surgió Hamao, el primer hombre. Ya tenía el astro quién lo adorara, quién lo saludara todas las mañanas con respetuosa alegría desde los alegres valles y altas montañas [...].

 MAROYA (LA LUNA) CREA A LA MUJER

Huión no se preocupó más de Hamao, a quien el gran amor que por su creador sentía, no bastaba a llenarle el corazón. Veíase solo, en medio de una naturaleza espléndida, dotada de una vegetación exuberante, poblada de seres que se juntaban para amarse. En medio de la universal manifestación de vida y amor, sentía Hamao languidecer su espíritu y le afligía la inutilidad de su vida solitaria.

La sensible y dulce Maroya, la Luna, compadeciéndose de Hamao y para dulcificar su existencia, diole una compañera, creando a Guanaroca, o sea, la primera mujer. Grande fue la alegría del primer hombre. Al fin tenía un ser con quién compartir goces y penas, alegrías y tristezas, diversiones y trabajos [...]. De su unión nació Imao, el primer hijo.

CREACIÓN DE LA LAGUNA GUANAROCA

Guanaroca, madre al fin, puso en el hijo todo su cariño, y el padre, celoso, creyéndose preterido, concibió la criminal idea de arrebatárselo. Una noche, aprovechando el sueño de Guanaroca, cogió Hamao al tierno infante y se lo llevó al monte. El calor excesivo y la falta de alimento, produjeron la muerte de la débil criatura. Entonces el padre, para ocultar su delito, tomó un gran güiro, hizo en él un agujero y metió dentro el frío cuerpo del infante, colgando después el güiro de la rama de un árbol.

Notando Guanaroca, al despertar, la ausencia del esposo y del hijo, salió presurosa en su busca. Vagó ansiosa por el bosque, llamando en vano a los seres queridos, y ya rendida por el cansancio, iba a caer al suelo, cuando un grito estridente de un pájaro negro, probablemente el judío, hízole levantar la cabeza, fijándose entonces en el güiro que colgaba en la rama del próximo árbol. Sea por la innata curiosidad que ya se manifestaba en la primera mujer, o por un extraño presentimiento. Guanaroca sintióse compelida a subir al árbol y coger el güiro.

Observó que estaba perforado y con espanto creyó ver en su interior el cadáver del hijo adorado. Fue tan grande el dolor y tan intensa la emoción, que se sintió desfallecer y el güiro se escapó de sus manos, cayendo al suelo, al romperse vio con estupor que del güiro salían peces, tortugas de distinto tamaño y gran cantidad de líquido, desparramándose todo colina abajo. Acaeció entonces el mayor portento que Guanaroca viera, los peces formaron los ríos que bañan el territorio de Jagua, la mayor de las tortugas se convirtió en la península de Majagua y las demás, por orden de tamaño, en los otros cayos. Las lágrimas ardientes y salobres de la madre infeliz, que lloraba sin consuelo la muerte del hijo amado, formaron la laguna y laberinto que lleva su nombre: Guanaroca.

CAONAO Y JAGUA

Hamao, con los celos que en su corazón sembrara el dios del mal, había sentido el primer dolor; Guanaroca, con la pérdida del hijo, la pena primera y la más grande que una madre puede sufrir. Hamao comprendió tardíamente lo irracional de sus celos y llegó a vislumbrar el amor de padre. Guanaroca perdonó, y tras el perdón vino su segundo hijo: Caonao.

Tranquila y feliz fue su infancia, bajo la constante protección de la madre cariñosa. El niño se hizo hombre, y comenzó a sentirse invadido de vaga inquietud, de profunda tristeza. No podía darse cuenta de aquel su estado de ánimo, que le hacía indiferente la vida. Un día, al volver a su solitario bohío, detúvose a contemplar dos pajaritos que en la rama de un árbol se acariciaban. Entonces comprendió el motivo de su pena. Estaba solo en el mundo, no tenía una compañera a la que acariciar y de la cual recibir caricias, a la que pudiera contar sus penas, sus alegrías, sus ilusiones, sus esperanzas. Solo existía en la tierra una mujer, pero esta era Guanaroca, la que le había dado la existencia.

Vagando por los campos, trataba en vano de distraer su soledad, y se fijó en un árbol lozano, de bastante elevación y redondeada copa.

De sus ramas pendían los frutos en abundancia, frutos grandes y ovalados, de color parduzco. En plena madurez, muchos de ellos, se desprendían del árbol y caían al suelo, mostrando algunos, al reventar, su carnosidad, sembrada de pequeñas semillas.

Caonao sintió un deseo irresistible de probar aquel fruto, y cogiendo uno de los más hermosos, le hincó, ávido, los dientes. Su gusto era agridulce, y sintiéndolo grato al paladar, halló en aquel manjar extraño que de manera pródiga le ofrecía la naturaleza, abundante y regalado alimento.

Tanto le gustó, que fue a su bohío en busca de un catauro de yagua, con la intención de llenarlo con los raros y para él sabrosos frutos.

De vuelta, empezó Caonao por reunirlos todos en un montón, e iba a empezar a colocarlos en el catauro, cuando un rayo de luna, hiriendo a los frutos en desorden amontonados, hizo brotar de ellos a un ser maravilloso, de sexo distinto al de Caonao.

Era una mujer.

Muy joven, hermosa, risueña; de formas bellamente modeladas, de piel aterciopelada, color de oro; de ojos expresivos, grandes y acariciadores; de boca roja y sonriente; de larga, negrísima y abundante cabellera.

Caonao la contempló con éxtasis creciente, como por encanto sintió que de su corazón huían la tristeza y la melancolía, expulsadas por la alegría y el amor. Ya no cruzaría solitario el camino de la vida. Tenía a quien amar y de quien ser amado.

Aquella hermosa compañera surgida, al contacto de un rayo lunar, del montón de la madura fruta, era un presente de Maroya, la diosa de la noche, que del mismo modo que había disipado la soledad de Hamao, el primer hombre, enviándole a Guanaroca, la primera mujer, quería también alegrar la existencia de Caonao, el hijo de aquéllos, haciéndole el regalo de otra mujer.

Caonao la amó desde el primer momento con todo el ardor de que era capaz su joven corazón sediento de caricias. La hizo suya y fue madre de sus hijos.

Aquella segunda mujer se llamó Jagua, palabra que significa riqueza, mina, manantial, fuente y principio. Y con el nombre de Jagua también se designó el árbol de cuyo fruto había salido la mujer, y por cuyo hecho se le consideró sagrado.

Jagua, la esposa de Caonao, fue la que dictó leyes a los naturales, los pacíficos siboneyes; la que les enseñó el arte de la pesca y de la caza, el cultivo de los campos, el canto, el baile y la manera de curar las enfermedades. Guanaroca fue la madre de los primeros hombres; Jagua la madre de las primeras mujeres. Los hijos de Guanaroca, madre de Caonao, engendraron en las hijas de Jagua; y de aquellas primeras parejas salieron todos los humanos seres que pueblan la tierra.

Según la tradición dominicana, Cihualohuatl, la mujer culebra, fue la Eva mitológica que daba a luz los hijos de dos en dos, siempre varón y hembra, para facilitar así la reproducción y perpetuación de la especie.

La tradición siboney es más moral. Guanaroca, la Eva cubana, solo tiene hijos varones, y a su vez Jagua, la segunda Eva, solo hembras, uniéndose luego unos y otras por parejas para la reproducción.

CREACIÓN DE LA PLANTA VENENOSA DEL GUAO Y DE LA MARIPOSA TATAGUA

Aipiri era una hermosa mestiza de la Jagua prehistórica. Presumida, coqueta, parlanchina, muy dada a engalanarse con prendas de vivos colores, piedras y conchas, zarcillos y pulseras de guanín,y adornarse la cabeza con flores del rojo más vivo para distinguirse de las demás mujeres y llamar la atención.

[…].

Esbelta, trigueña, de abundosa cabellera negra y ojos rasgados; de mirar insinuante, acariciador, provocativo. Gustaba con pasión del canto y del baile. Su mayor placer era asistir a fiestas y diumbas, o guateques, donde podía lucir su melodiosa voz y sus gracias de hábil bailarina.

Requerida de amores por un siboney gran cazador, unió a él sus destinos y hubiera formado un hogar modesto y apacible, pero feliz, si sus aspiraciones se hubieran concretado a las de una mujer hacendosa, amante de su esposo y de sus hijos. Pero Aipiri no se contentaba con eso. No había nacido para llevar una vida tranquila, al cuidado de la casa y de la prole. Amaba demasiado las diversiones, los placeres, los cantos, los bailes, los adornos, los halagos, las alabanzas. Así sucedió que, al poco tiempo, el hogar fue para ella un martirio, y apenas había dado a luz el primer hijo, sintió la nostalgia de sus bulliciosos días de doncella, sin que cautivaran su corazón las gracias del tierno infante. Luchó al principio y quiso sustraerse a la tentación. Pudo más el instinto de su naturaleza voluntariosa y bravía que el amor de madre, y empezó por ausentarse un rato del hogar, después, fue más larga la ausencia, hasta que llegó a ser más tiempo el que estaba fuera de la casa que dentro de ella. Y mientras el niño, abandonado, lloraba, la desnaturalizada madre pasaba el tiempo en alegre charla con los vecinos o asistía a reuniones y fiestas, entreteniendo a la gente con los encantos de su voz y las gracias de sus bailes. Cuando la tarde caía volvía a su casa, poco antes que llegara el marido de su diaria y penosa excursión por los montes en busca del sustento. Tras un hijo vino otro y otro hasta seis, pero no varió de conducta la olvidadiza madre. Continuaba haciendo sus furtivas y largas escapatorias, sin que el confiado marido se enterara. Los niños, constantemente abandonados, pasaban hambre, crecían en medio del mayor abandono, y miseria, adquirían malos hábitos y continuamente lloraban atronando el espacio con su eterno guao, guao, guao. Como el bohío se levantaba solitario en medio del campo, no temía Aipiri que el lloro de los niños molestara a los vecinos ni que estos la delataran al marido. No contaba con Mabuya, el genio del mal, que está en todas partes y a quien hacen poca gracia los llantos continuados, inacabables, de los niños Hay que reconocer que tiene motivos para ello, pues solo la paciencia de una madre sufre con resignación la música poco grata del llanto de los hijos.

Mabuya, cansado de oírlos, y viendo que sus lloros no tenían fin, como tampoco lo tenían los bailes y las diversiones, ausencias y olvidos de la madre, temió quizá que aquellos niños malcriados fueran cuando mayores tan desalmados, crueles e inhumanos como él. En un arrebato de mal humor los transformó en arbustos venenosos, conocidos hoy con el nombre de Guao.

En el reino vegetal, es el guao algo así como un estigma, árbol seco y estéril, su resina y hojas, producen al contacto, hinchazones y llagas, y aun se asegura que su misma sombra es dañina. En eso vinieron a parar, según la tradición, los hijos de Aipiri por culpa de la desnaturalizada madre.

Si el espíritu del mal hubo de castigar en los hijos la falta de la madre, el espíritu del bien, más justiciero, impuso un correctivo a la causante del daño, que debía servir de ejemplo. Transformó a Aipiri en Tatagua, mariposa nocturna de cuerpo grueso y alas cortas, conocida también con el nombre de Bruja.

Es creencia bastante generalizada que las brujas o grandes mariposas de color oscuro tienen significación maléfica, anunciando, allí donde entran, alguna desgracia y aun la muerte de un familiar. Es una adulteración del significado verdadero que le atribuye la tradición a la tatagua o bruja cuando se introduce en una casa y revoloteando se posa dentro de ella.

Según esa tradición, al transformar el espíritu del bien a la madre que olvidó sus deberes, en la mariposa nocturna, lo hizo para que esta, al aparecerse a las madres, les advirtiera lo sagrado de sus obligaciones, y que jamás, por asistir a fiestas, bailes ni diversiones, debían dejar abandonados a sus tiernos hijos [...].

 Mitos indios en matanzas

Américo Alvarado recogió siete historias indias en Matanzas. En ellas se encuentran verdaderos mitos de los indios de esa región. Entre ellos, el mito de Baiguana.

Una mujer muy bella que enloquecía a los hombres porque a todos buscaba […], todos los hombres iban hacía Baiguana y la pesca y la caza eran abandonadas y los sembrados de yuca, de maíz y boniato se perdían. El cacique de entonces, Maguaní, fue al río Jibacabuya, que era el más poderoso afluente del río largo, para hablarle a la boca de agua del Dios Murciélago y pedirle consejo, para que el Dios le indicara cómo resolver el asunto de la bella y ardiente Baiguana. Y el cacique Maguaní llevó de regalo a Baiguana un pescado mágico, cogido por orden del Dios Murciélago en el río Jibacabuya, y Baiguana lo comió y cuando la luna estaba en lo alto se acostó a dormir frente a su bohío mirando a la Luna...

Cuando salió el Sol, Baiguana se había convertido ya en «una montaña con forma de mujer dormida». La célebre loma El Pan de Matanzas, según el mito, es Baiguana dormida.

Recoge Alvarado otro mito de los indios de Yucayo: aquel de los amores de Guacumao y Cibayara.

Guacumao, según «le había profetizado el behique Macaorí» sería el «hombre que haría dormir, hecha piedra, a una mujer que mataba por amor».

La tal mujer, Aibamaya, conquistó a Guacumao, quien sabía que debía convertir en piedra a su amante, avisado por su madre, Cibayara. Guacumao estaba muy triste, no quería convertir en piedra a su amada. Y fue castigado por el Dios Murciélago:

Cuentan los pescadores de Yucaojo que frente a la punta de tierra en que termina la bahía por un lado, muchas veces se ven dos rocas blancas bajo el agua del mar, rocas que son el cacique Guacumao y la mujer con fuego en la sangre que él amó, convertidos en piedra por el poder del Dios Murciélago. Así el Dios arrancó, para bien de Yucayo, la vida de la mujer que mataba por amor, y libró a Guacumao del terrible deber de hacer dormir, hecha piedra, a Aibamaya.

Alvarado recoge el mito de Yumurí, que da nombre al río que riega a Matanzas:

Yumurí y Albahoa se amaban, pero el padre de Albahoa, Guananey, ordenó a su hija casarse con Canasí. «Albahoa le hizo saber todo esto a su amado por medio de su fiel esclavo Naguao».

Cuando se iba a celebrar la boda de Albahoa con Canasí, Yumurí fue avisado por Naguao del acontecimiento, y montado en una canoa se dirigió donde su amada para rescatarla, al caserío de Guananey. Yumurí, por precaución, dejó la canoa donde el río Babonao se encajona entre altas paredes. Y solo, siguiendo un sendero, se encaminó hacía el caserío de Guananey.

Alhahoa estaba alerta, sabía el proyecto de fuga de Yumurí por el bondadoso Naguao.

Los guerreros de Canasí y de Guananey, emborrachados con nicha (bebida hecha con maíz y raíces fermentadas) se entregaban a la danza.

De pronto, Albahoa oyó tres graznidos de lechuza: era la señal. Abandonó el poblado. Allá estaba esperándola Yumurí.

Pero había sido vista. Un guerrero dio la alarma.

Albahoa y Yumurí, agarrados de la mano, echaron a correr. Eran perseguidos. La carrera se hizo cada vez más rápida. Albahoa tropezó, una piedra no vista le había lastimado un pie. Ya no podía correr. Sus perseguidores se acercaban. No había tiempo que perder: Yumurí tomó en sus brazos a Albahoa y siguió corriendo... La distancia que los separaba de los perseguidores fue disminuyendo... Iban a ser alcanzados.

Yumurí comprendió que no le era posible llegar donde la canoa. Era necesario cruzar el río. A todo correr se acercó a la parte del valle en que este se estrecha para formar una garganta de piedra. Allí el río era cenagoso. Había muchos mangles, ellos le prestarían apoyo para pasar. Y saltó con la amada en brazos. Y los primeros mangles resistieron el peso de los dos cuerpos. Ya estaban en el centro de la ciénaga del río. Allá en la orilla quedaban los perseguidores que no se atrevían a seguirlos.

Los manglares crujían, se debilitaban. Yumurí pisó el fango. En un silencio enorme, terrible; se hundían. Se hundían. Albahoa, abrazaba a Yumurí, desapareció en el fango.

Y todos, desde aquella noche trágica, llamaron al río Babonao, el río de Yumurí.

YUMURÍ

En su libro Carta desde Cuba, la escritora sueca Fredrika Bremer anota el mito del valle del Yumurí. Es un mito sobre los aborígenes cubanos:

La sangre de los inofensivos aborígenes masacrados clama todavía desde la tierra, pero sus voces son una bella melodía, y han bautizado al más hermoso valle de Cuba con el nombre de Yumurí.

El hermoso valle no tiene recuerdo de las puras miradas del cielo. Se dice que su nombre Yumurí lo toma del grito de agonía de los indígenas: «Yo morí», cuando se arrojaban de las alturas al río que atraviesa esta parte para no ser asesinados por los españoles.

 LOS DOS INDIOS CAMAGÜEYANOS

(Recogido por Samuel Feijóo, de boca de Roberto Corrales)

En Camagüey, por el camino Vista del Príncipe, existe una ceiba que tiene una flecha clavada en el tronco casi llegando al follaje. Según la leyenda esto sucedió cuando la lucha de los colonizadores contra nuestros indios, y se dice que cada vez que hay cuarto menguante salen al lado de la ceiba las figuras de dos indios.

                            MITOS PRIMIGENIOS VARIADOS

(Recogidos por Samuel Feijóo en Las Villas)

LOS NEGROS Y LOS BLANCOS

En el principio, todos los hombres eran negros. Entonces Dios hizo un lago para que todo el que se bañara allí se le pusiera la piel blanca.

El agua estaba muy fría y había una parte de la gente que le cogió miedo al agua tan fría. La otra parte se bañó y salió blanca.

Pero uno de los que salió blanco vio a los negros que estaban en la orilla y se puso a empujarlos, pero estos le tenían tanto miedo al agua fría que caían en cuatro patas, y por eso es que los negros tienen la planta de los pies y las manos blancas.

CÓMO SE HICIERON LAS NARICES DE LOS NEGROS

Unos dicen que Dios hizo las narices de los negros a puñetazos y otros que de una bola de fango. Pero la verdad es que Dios mandó dos barcos de narices para que los hombres cogieran narices y se las pusieran, porque los hombres no tenían narices y les mandó dos barcos cargados de narices.

Los blancos se pusieron a velar y cuando llegaron los barcos fueron los primeros que entraron y cogieron las mejores narices, las más afiladas y más bonitas, y las otras las pisotearon y las regaron por el suelo en el tumulto de gente que había cogiendo las mejores narices. Y atrás vinieron los negros y cogieron las narices aplastadas y pisoteadas y por eso los negros tienen las narices estropeadas.

  LA PALMA REAL, LA CEIBA Y LAVIRGEN MARÍA

La virgen María necesitaba alimento para el niño y le pidió palmito a la palma real, y la palma no se lo dio. Y entonces la virgen dijo:

—¡Pues que te parta un rayo!

Y entonces le salió a la palma esa punta que tiene arriba que es como un pararrayo y que llama al rayo. Y por eso el rayo le cae a la palma real y la parte.

Después la virgen le dijo a la ceiba:

—Dame lana para abrigar al niño.

Y la ceiba le dio lana. Y entonces la virgen le dijo:

—Te doy una cruz.

Y por eso la ceiba tiene forma de cruz.

  EL GALLEGO CON DIOS Y LA GANDINGA DEL CARNERO

Con una asquerosa expresión me fue contado en Las Villas este horrible mito:

Aquí vino un gallego a Cuba, un gallego «agarrao» hasta las uñas, le gustaba el dinero más que la comida, y se topó con Dios que andaba recorriendo el mundo. Se hicieron amigos y andaban juntos y él no sabía que andaba con Dios. El gallego nada más que pensaba en comer y buscar dinero y Dios en caminar y eso. El gallego nada más que hablaba de comida y de dinero. Dios le decía: «Espere que más alante vamos a encontrar un dineral». El gallego no tenía paciencia. Y Dios le decía: «Ahora vamos a almorzar y a comer un puerco asao». Y el gallego no creía. Y como era Dios, él sacaba la comida de donde quería, hacía milagros. Así llegaron a donde estaba el puerco asao. Almorzaron y el gallego quería llevarse en un saco to lo que sobró y Dios no quiso. Dios dijo: «Deja las sobras pa que el que venga atrás que coma, chico».

Pero el gallego quería recoger todo lo que había sobrao. Y Dios le decía: «Dios, da pa mañana; deja pa el que viene atrás». Y el gallego decía: «Que coma candela el que venga atrás». Y Dios le dijo: «Dios da, Dios da pa mañana». Y el gallego seguía diciendo: «Que coma candela el que venga atrás». Entonces dejaron la comida y siguieron andando, y el gallego renegaba y decía: «No veo dinero, ¿donde está el dinero...?». Y Dios le decía: «Dios da. Dios da, chico». Y siguieron su camino y el gallego loco por encontrar el dinero, hasta que Dios se cansó y le dijo: «Mira, levanta esa piedra ahí...». Y el gallego la levantó y se encontró debajo de ella centenes y onzas de oro y el gallego dio un brinco de alegría: ¡Muchacho! Jaló por el saco pa meterlo to hasta el último quilo. Y Dios le dijo: «No lo cojas to, deja pa el que viene atrás, que Dios da...». Y el gallego renegaba y lo quería coger to, hasta el último quilo. Y Dios le decía: «Dios da, deja pa el que viene atrás...». Y el gallego decía: «El que viene atrás que coma candela». Pero siempre Dios lo obligó a que dejara bastante dinero allí y siguieron caminando y caminando. El gallego llevaba el saco al hombro y estaba cansado y decía: «¡Qué hambre tengo!». Y Dios le decía: «Dios da». Y el gallego decía: «Si lo que dejamos atrás lo hubiéramos traído no pasaríamos hambre ahora».

Entonces llegaron a una piedra y se sentaron cansados y el gallego renegando de hambre y eso, y Dios dijo: «Ve allí, y debajo de aquel palo hay un carnerito asao». El palo estaba a dos cordeles y el gallego no lo quería creer. Y el gallego le dijo: «¿Quién va a asar ese carnero pa nosotros?». Y Dios dijo: «Vaya allí y traiga el carnerito asao». El gallego se levantó renegando diciendo que era cuento, y fue debajo del palo y vio el carnerito asao y era tanta el hambre que llegó y se pegó la gandinga del carnerito asao en dos palos. Después viró pa atrás con el carnero. Y Dios le dijo: «¿Dónde está la gandinga del carnerito?». Y el gallego dijo: «¿Qué gandinga? El carnero no tenía gandinga». Y Dios dijo: «Tiene que tenerla». Y el gallego decía que alguien vino y se la había comido, se echó de culo negando, que se la había comido.

Dios no dijo más na y se pegaron a comer. Cuando acabaron el gallego quiso recoger lo que sobró en el saco. Y Dios dijo: «Dios da, deja pal que venga atrás». Y el gallego decía: «El que venga atrás que coma candela». Y Dios decía: «Dios, da, no te lleves nada».

Se levantaron y siguieron caminando sin llevarse las sobras el gallego. Y el gallego a cada rato le decía a Dios: «¿Cuándo vamos a partir el dinero que traigo en el saco?». Y Dios le decía: «Cualquier rato, cualquier rato...». Siguieron andando y Dios le preguntó: «¿Quién se comió la gandinga del carnero?». Y el gallego decía: «No tenía, chico, no tenía... Gracias que te dieron el carnero, ¿vas a andar averiguando ahora si tenía gandinga de contra que te lo dieron...?». Y Dios le decía: «Sí tenía, sí tenía chico...». Siguieron andando y el gallego volvió con la misma del dinero, que cuándo lo iban a partir. Y Dios decía: «Más palante, más palante...». Y le volvió a preguntar por la gandinga del carnero, y el gallego le respondió: «No tenía, chico, no tenía...».

Siguieron andando y se toparon con un río crecío. El gallego se quiso tirar con el saco amarrao al pescuezo y decía: «Si muero yo pierdo el dinero también». Y Dios dijo: «Vamos a cruzar el río, chico, no hay peligro ninguno...». Y como hacía milagros cogió y partió parriba del río, a cruzar por arriba del río como por la tierra. Y el gallego se asustó y le dijo: «¿Cómo vamos a caminar por arriba del río?». Y Dios le dijo: «Sí, vamos a cruzar por arriba del río». Y se echaron arriba del agua caminando. El gallego iba cogío de la mano y caminando por arriba del río. Al llegar a mitad del río Dios lo cogió por el pelo y lo zambulló y cuando el gallego salió Dios le preguntó: «¿Quién se comió la gandinga del carnero?». Y el gallego le dijo: «No lo sé, no lo sé». Lo volvió a zambullir y el gallego siempre decía que no sabía quién le había comido la gandinga al carnero. Y Dios veía al gallego medio ahogado que le decía: «Ahógame si quieres pero yo no sé quien se la comió».

Dios no lo zambulló más, siguieron andando y cruzaron el río. Y el gallego le decía a cada rato: «¿Cuándo vamos a partir el dinero que tengo dentro del saco?». Y Dios decía: «Más palante, más palante...». Y el gallego tenía hambre y decía: «Tú na más que Dios da y Dios da ¿y si no da na?». Y Dios dijo: «Camina... camina... que más palante hay una casita con comía...». Y siguieron andando y el gallego decía a cada rato: «Erre me cago en Dios, ¿cuándo llegamos a la casita?». Y Dios se reía con las cosas del gallego, y le decía que no se cagara en Dios que eso era malo y el gallego decía: «Erre, me vuelvo a cagar en Dios». Y Dios se reía. En esto llegaron a una casita sola que había hasta una mesa con comía y se sentaron a comer. Y contento el gallego decía: «Erre me cago en Dios, aquí nos vamos a quedar que esto está muy bueno, ahora sí que no lo recogemos to sino que nos quedamos aquí, y dormimos y to». Y Dios dijo: «Cuando terminemos de comer partimos el dinero. Aquí no nos podemos quedar porque hay que dejar esto pal que viene atrás... ». Y el gallego dijo: «Erre, me cago en Dios, el que viene atrás que coma candela». A la mitad de la comida le preguntó Dios por la gandinga del carnero. Y el gallego le dijo que no sabía, que si hubiera sabido se lo hubiera dicho cuando casi lo ahoga. Y el gallego le preguntó entonces: «Erre me cago en Dios, ¿cuándo vamos a partir el dinero?». Y Dios le decía: «No te cagues en Dios, que es malo». Y el gallego le decía: «Lo que es malo es no partir el dinero». Entonces Dios cansao dijo: «Vacea ese dinero ahí arriba de la mesa pa partirlo». Y el gallego muy contento vació el saco arriba de la mesa.

Entonces Dios pegó a hacer tres pilas de dinero. Y cuando el gallego vio haciendo tres pilas las volvió a juntar en un montón y le dijo: «Erre, me cago en Dios, si somos dos na más, chico: ¿cómo vas a hacer tres pilas?». Y Dios volvió a hacer las tres pilas, y el gallego dijo: «Vuelves a hacer tres pilas si somos dos». Y Dios le dijo: «Déjame acabar, chico». Y el gallego decía: «Erre, me cago en Dios, si somos dos». Entonces ya Dios tenía hecha las tres pilas y le dijo al gallego dándole una pila: «Coja su pila». Y el gallego la cogió y dijo: «Bueno, ¿y esa pila que sobra pa quién es?». Y Dios dijo: «Esa es pal que se comió la gandinga del carnero». Y el gallego cogió la pila y la echó en su saco y dijo: «Pues fui yo, erre, me cago en Dios, yo me comí la gandinga del carnero».

 LOS DESEOS DE SAN PEDRO

San Pedro y un amigo salieron de recorrido. Les entró sed y san Pedro empezó a pedir agua. Llegó a una casa y cuando se la pidió a una mujer ella le lavó el vaso y muy atenta se la dio.

San Pedro bebió y cuando le devolvió el vaso le dijo:

—Que Dios te dé un mal marido....

Y siguieron san Pedro y su amigo el camino. Llegaron a otra casa y san Pedro pidió agua. Y una mujer de lo más atenta le fregó el vaso y se lo trajo cariñosa. Y san Pedro bebió y le dijo:

—Que Dios te dé un mal marido...

Llegaron a otra casa y san Pedro pidió agua. Y una mujer renegona, de muy mala manera le trajo agua en un vaso sucio. Y san Pedro bebió y le dijo:

—Que Dios te dé un buen marido...

Y siguieron su camino san Pedro y su amigo Y el amigo extrañado le preguntó a san Pedro:

—¿Por que tú a la mujer buena le deseas un mal marido y a la mala uno bueno...?

Y san Pedro le dijo:

—Porque a la mujer mala hay que darle un marido bueno y a la buena uno malo para que sea parejo.

 NACIMIENTO DE LA AVISPA

(Mito recogido por Adalberto Suárez en Santa Clara)

Se escucha a menudo que la avispa nace de la mata de jía. Afirman algunos campesinos que del tronco de la jía va saliendo un granito, como una burbujita, y que de allí sale volando la avispa.

  LA CULEBRITA DE LA CRIN

(Mito recogido por Felipe Poey en el siglo xix)

La culebrita de la crin viene a ser un animal invertebrado conocido en Europa con el nombre de Gordio acuático. Se cría en las fosas de agua dulce, en los charcos y lagunas, y hay muchos en la Isla de Cuba.

Los hombres ignorantes que llevan a bañar sus caballos a estos sitios las han encontrado muchas veces, y como son de un diámetro poco más grueso que una crin de caballo, sobre un pie de longitud, han creído que provenía de una crin de este animal, transformada en culebra.

En el curso de mi vida he hallado hombres que defienden esta maravilla, y la defienden con tanto más ardor cuando está más distante de la verdad, hasta el extremo de afirmar que ellos mismos han hecho la experiencia, y explicándome los requisitos necesarios para obtener un buen resultado. Confieso que yo también he acudido a los experimentos, no porque tuviera fe, ni siquiera duda, más para poder decir, a los ilusos y porfiados, que me había sometido a hacerlos, y la crin no se ha convertido en culebra.

EL CABALLITO DE SIETE COLORES

(Mito recogido por Samuel Feijóo en Las Villas)

Había un rey que tenía una hija casadera y la quiso casar con el hombre que montara un caballo y diera un salto y llegara a la terraza del palacio donde estaba esperándolo la princesa. Eso lo dio a conocer por todas partes y por todas las sitierías para que vinieran todos los guajiros con caballos a ver quién daba el salto y llegaba a donde estaba la princesa.

En esos lugares vivía en un rancho pobre un padre con tres hijos que trabajaban en un sitio que tenían, donde cosechaban mucho mái. Pero a esa finca venían muchos caballos jíbaros a comerse el mái, y los tres hijos tenían que velar toda la noche para no quedarse sin la cosecha de mái.

De los tres hijos el menor era el más sufrido y sus hermanos lo llamaban mocoso, pero su papá lo quería mucho. Y los dos hijos mayores fueron al pueblo y trajeron a la casa la noticia del rey que casaría a su hija con el guajiro que saltara con su caballo a la terraza donde estaba la princesa.

La noche en que iban a saltar los jinetes, el hijo menor le dijo al padre:

—Papá, no vele usted el mái, porque usted está muy viejo. Yo voy a velar y así mis dos hermanos pueden ir a ver saltar los caballos.

El padre le dijo que él se iba a dormir. Y que no iba a poder velar, y que los caballos jíbaros se iban a comer el maizal. Pero el hijo menor le dijo:

—Papá, yo me llevo un güirito con ají picante y cuando me entre sueño me paso el ají picante por los ojos y así no me voy adormir.

Entonces se fue a velar el maizal mientras sus hermanos se iban al pueblo a ver quién se ganaba la hija del rey con un salto de su caballo. Se llevó de paso un lazo de pita a ver si cogía uno de los caballos jíbaros que se comían el maizal.

Se puso a velar abajo de un árbol frondoso que había en medio del maizal. Y cuando le entró sueño sacó el güirito y se pasó ají picante por los ojos, y se puso a llorar del ají pero no se durmió. Y por la madrugada vinieron los caballos jíbaros a comer mái y el hijo menor preparó su lazo y al caballo más grande y más lindo se lo echó y lo enlazó. Y el caballo empezó a jalar pero el muchacho empezó a cobrar soga, pues lo atrincó en el tronco del árbol y fue achicando y cobrando hasta que tenía cansado al caballo. Y este era el caballo del Diablo, y cuando vio que no se podía zafar y que venían los claros del día y que él no podía ver el día porque era caballo del Diablo, no le quedó más remedio que hablar y le dijo al muchacho:

—Suéltame, y yo te prometo que ningún caballo vendrá a comerte el maizal.

Pero el muchacho no lo soltó. Y el caballo le dijo:

—Suéltame que cada vez que tú toques tres veces en el tronco del árbol y digas: «Ven, caballito de siete colores, yo salgo como luna o como estrella o como sol para lo que te pueda servir». Y cuando el muchacho oyó aquello decidió hacer ese pacto. Hicieron el juramento y soltó al caballo del Diablo que desapareció en seguida.

Entonces el muchacho se fue para su casa y halló a sus hermanos haciendo el cuento de los caballos que saltaron y que se mataron al no poder tocar en la terraza. Y de cómo estaba el pueblo de alborotado con ese asunto del matrimonio de la hija del rey. El padre le preguntó que si se había dormido y el hijo menor le dijo que no. Y el padre fue y vio el maizal y lo halló intacto.

Por el día el hijo menor pensó en llamar al caballo del Diablo y saltar con él y casarse con la princesa. Y al llegar la noche, le dijo a su papá:

—Papá, que vayan mis hermanos al pueblo a ver a los guajiros saltar, que yo me voy a velar el mái.

Y el padre que lo quería no quiso que fuera. Pero él lo convenció y al anochecer se fue con su güirito lleno de ají a cuidar el maizal. Pero al maizal ya no había que cuidarlo porque ningún caballo jíbaro venía a comerlo. Y en cuanto llegó al árbol lo tocó tres veces y dijo:

Caballito de siete colores,

quiero que vengas como la luna.

Y en seguida vio un resplandor grande y un caballo como una luna que venía iluminando el monte. Y el hijo se montó en él, y en cuanto se montó se le cayeron los guiñapos de ropa y se vio con un vestuario de luna que brillaba a lo lejos.

Y se fue con su caballo para el pueblo, y desde que la gente lo vio venir a los lejos decían:

—¡Ahí viene un caballo como una luna!

Y entonces puso su caballo frente al palacio y el caballo dio un salto y cayó en medio de la terraza donde estaba la princesa sentada en su trono. Y el rey vino corriendo a abrazar a su yerno y a casarlo en seguida. Pero el muchacho dijo:

—No señor, yo tengo que venir dos veces más y después me caso. Y se retiró en su caballo como una luna.

Y al llegar al árbol el caballo se desapareció y todo el vestuario luminoso del hijo menor se volvió los guiñapos que traía siempre, y se fue para el bohío de su padre, y allí se halló a sus dos hermanos haciendo los cuentos de lo que había pasado; que un príncipe con un caballo como una luna y vestido de luna había dado el salto y que había dicho que él volvería dos veces más antes de casarse. Y el hermano menor los oyó y les dijo:

—Yo era el príncipe con vestuario de luna que saltó a la terraza del palacio del rey.

Y los hermanos le dijeron:

—Cállate, mocoso, no hables más basuras. ¡Habráse visto a este mocoso...!

Y él se calló la boca. Pero el padre les dijo:

—No lo traten así al pobrecito, que se quedó velando el mái para que ustedes fueran a ver la fiesta. Y además, desde que él vela ningún caballo se come el mái...

Y a la noche siguiente el hijo menor se fue al árbol frondoso y lo tocó tres veces y dijo:

Caballito de siete colores,

ven como una estrella.

Y entonces vio venir al caballo echando la luz de una estrella atravesando el monte a toda carrera. Y él se montó en el caballo y sus guiñapos se le volvieron un vestuario de estrellas. Y bajaron al pueblo, y desde lejos la gente vio la luz y decía:

—¡Ahí viene un caballo como una estrella!

Y el hijo menor llegó y saltó a la terraza otra vez con su caballo brillando los dos como una estrella. Y le dijo al rey:

—Mañana vengo otra vez a saltar y entonces me casaré con la princesa.

Y se fue con su caballo, y este se desapareció al llegar al árbol. Y el muchacho volvió con sus guiñapos a la casa donde sus hermanos mayores contaban el salto del caballo como una estrella. Y él les dijo que él había sido el que dio el salto y los hermanos se pusieron furiosos y lo llamaron mocoso y el padre tuvo que defenderlo otra vez diciéndoles que gracias a él ellos podían ir a ver al caballo saltar.

Y a la tercera noche el hijo menor llegó al árbol frondoso y lo tocó tres veces y dijo:

Caballito de siete colores,

quiero que vengas como un sol.

Y entonces todo el monte y el maizal se vieron alumbrados por la luz de un gran sol y era el caballo que venía. Y el muchacho se montó en el caballo y su vestuario alumbraba como el Sol. Y se fueron para el pueblo. Y cuando miles de gentes los vieron venir decían:

—¡Ahí viene un caballo como un sol!

Y el muchacho puso su caballo como un sol frente al palacio y este dio un salto y cayó en medio de la terraza, delante del trono de la princesa que apenas podía verlos de la luz tan grande que traían. Y allí estaba el juez, y el juez los casó. Y después que los casó le dijo el muchacho al rey:

—Yo quiero que usted mande su carro de rey a buscar al rancho a mi papá y a mis hermanos.

Y el rey mandó el carruaje con una escolta de soldados al rancho donde vivía el padre y los hermanos del príncipe. Y cuando el padre vio venir el carruaje del rey empezó a temblar.

—Ahí viene el carruaje del rey... por algo vendrá... Seguro que ustedes han hecho algo malo en el pueblo y los vienen a prender.

Y los hijos le dijeron:

—No, papá, nosotros no hicimos nada malo; nada más que celebramos la boda tomando vino...

En esto llegó el carruaje y se los llevaron a todos. Y ellos iban temblando para el palacio del rey, creyendo que le iban a chapear las vidas a los tres por algo malo que habían hecho.

Y cuando llegaron al palacio del rey los hicieron subir hasta el trono y allí estaba el hijo menor con vestuario de príncipe y cuando vio a su padre temblando de miedo, corrió a abrazarlo y le dijo:

—Papá ¿usted no me conoce...?

Y el padre ni pudo casi conocerlo, pero al fin lo conoció.

—¿Yo no se lo decía que yo era el hombre que había saltado en el caballo...? —le dijo el hijo menor.

Y el padre estaba asombrado. Y entonces el príncipe llamó a sus hermanos y les dijo:

—Ustedes van a trabajar ahora en el palacio. Uno va para trabajar en las caballerizas y otro de mozo de limpieza. Y luego le dijo al padre:

—Pero, usted, papá, tiene el palacio para ir a donde le parezca; esto es de usted. Pero a estos dos que son malos hay que darle ese castigo...

Y el hijo menor se quedó de lo más feliz en el palacio.

   MITOS DE LOS «¿POR QUÉ?»

(Mitos recogidos por Samuel Feijóo en Las Villas)

¿POR QUÉ EL AURA TIENE LA CABEZA PELADA?

El aura tiene la cabeza pelada por su misma culpa. El aura siempre está velando al animal muerto para comérselo, porque ella traga de todo y nada le hace daño, porque tiene un buche muy caliente.

El aura estaba velando al burro porque se lo quería comer. Y el burro nunca se moría, pero un día el burro estaba tirado en el suelo, acostado a la larga, y el aura con tantas ganas que tenía de comérselo bajó, porque lo creyó muerto.

Entonces empezó, como hacen las auras, a picarle el agujero de las nalgas al burro y el burro cuando vino a darse cuenta ya el aura tenía metida la cabeza en las nalgas. El burro se asustó y apretó las nalgas y le cogió la cabeza al aura, y esta jalaba pero no la podía sacar, y ahí luchaba y luchaba, y no podía sacar la cabeza porque el burro con la cosquilla más apretaba y apretaba. Al fin el aura pudo sacar con miles de trabajos la cabeza pero le quedó pelada para toda la vida; a ella y a todas las auras que parió.

 ¿POR QUÉ EL AURA NO TIENE NIDO?

El aura es muy haragana y a pesar de eso se hace muchas ilusiones.

Ella, cuando viene la lluvia se mete en el ramaje de un árbol y dice: «Cuando escampe voy a hacerme el nido».

El agua pasa y el aura sale volando y se le olvida que iba a fabricar su nido.

Vuelve a llover y el aura se mete de nuevo en las ramas de un árbol, y piensa: «Cuando escampe voy a hacerme un nido». Escampa, el aura sale volando y se le olvida el asunto del nido.

Por eso el aura pone sus huevos entre las piedras y sus pichoncitos no tienen nido.

 ¿POR QUÉ LA CODORNIZ DUERME EN EL SUELO?

La codorniz sabe mucho, pero tiene mala memoria, y por eso tuvo su fracaso.

Le ocurrió que fabricó un nido muy bonito y salió a pasear y a cumbanchar, y después se le olvidó dónde estaba el nido tan bonito que había hecho. Y como no lo encontró por eso duerme en el suelo.

Hay un dicho por ahí en boca de la gente que dice: «Tanto que sabes y te va a pasar lo que le pasó a la codorniz, que sabe mucho y duerme en el suelo».

¿POR QUÉ LA JICOTEA TIENE EL CARAPACHO CUARTEADO?

San Pedro le daba una fiesta con comida, en el cielo, a todas las aves, y el día de la fiesta todos los pájaros salieron temprano con los primeros claros. Pero el aura se quedó dormida y cuando despertó bajó al arroyo a lavarse la cara en seguida para irse a la fiesta.

La jicotea veía al aura con el apuro y le preguntó que a dónde iba tan temprano y el aura le dijo que a la fiesta de san Pedro.

Y la jicotea le dijo que ella quería ir. Y el aura le dijo:

—¿Cómo vas a ir si tú no tienes alas para ir al cielo?

Y entonces la jicotea le dijo:

—Llévame montada en tu lomo.

Y el aura así lo hizo. Y se fueron volando para la fiesta de san Pedro.

Por el camino la jicotea decía a cada rato al oler el tufo de aura:

—Fo, ¡qué peste!

Y aquello no le gustaba al aura.

Siguieron volando y llegaron al cielo, y como llegaron tarde les tocó sentarse en lo último de la mesa donde estaba la comida. Empezaron a comer, y cuando se llenaron el aura vomitó la comida y la jicotea dijo:

—¡Fo, qué peste, miren esa cochina!

Y el aura se abochornó delante de todos los que estaban comiendo y se puso colorada de la vergüenza. Y pensó en desquitarse la vergüenza que le hizo pasar la jicotea.

Al fin se acabó la fiesta y todos los pájaros volaron para la tierra y el aura se iba a ir sola y san Pedro le dijo:

—No te puedes ir sola, te tienes que llevar a la jicotea.

Y entonces la jicotea se montó en el aura y san Pedro le abrió las puertas del cielo para que se fueran.

El aura iba pensando por el camino: «Esta jicotea me va a pagar el bochorno; la voy a tirar encima de una roca y la voy a desbaratar». Y cuando vio una roca bien grande se volteó y tiró a la jicotea para abajo y la jicotea dio con el carapacho en la roca y se desbarató.

Pero san Pedro se había quedado pensando en que el aura le iba a hacer la maldad a la jicotea y mandó a un mensajero atrás para que vigilara al aura. Y cuando el aura tiró a la jicotea en la roca vino el mensajero de san Pedro y recogió la jicotea y se puso a pegarle con saliva los pedazos del carapacho, y la salvó, y por eso es que la jicotea tiene el carapacho cuarteado.

  ¿POR QUÉ EL PERRO LE TIENE ODIO A LA JUTÍA?

Había una vez una fiesta de animales, baile, comida, tomadera y todo, pero a esa fiesta nada más que podían ir los animales que tuvieran tarros, como el chivo, el venado el toro...

Pero que había un perro que quería ir a la fiesta de todas maneras porque estaba enamorado de una chivita. Al ver que nada más que podían entrar los animales de tarro se puso unos tarros postizos y entró a la fiesta. Pero una jutía, que estaba en un palo, estaba brava porque ella no podía entrar. Entonces vio que el perro se puso los tarros postizos y cuando vio al perro en la fiesta se puso a gritar: «¡Hay un animal ahí que tiene los tarros postizos!». Entonces los dirigentes de la fiesta empezaron a tocarles los tarros a los animales a ver si era verdad que alguno los tenía postizos. Y empezaron a sacudirle los tarros, pero el perro los tenía fuertes todavía y no se le cayeron.

Entonces la jutía volvió a gritar:

—¡Es el perro el que los tiene postizos...!

Y los dirigentes de la fiesta fueron a donde estaba el perro y le sacudieron los tarros y se le cayeron, y botaron al perro fuera.

Y desde entonces el perro le tiene odio a la jutía. En cuanto la ve le parte para arriba a comérsela.

¿POR QUÉ EL CAMELLO ES JOROBADO?

(Mito recogido en La Habana por Maripepan de Mivia)

     El mono y el conejo hicieron una apuesta sobre quién se comía a la madre del otro.

    El mono hizo una torre muy alta. Allí encaramó a su madre y se comió a la madre del conejo, que empezó a buscar la manera de comerse a la madre del mono, aunque había perdido la apuesta.

Se fijó en que el mono le llevaba todos los días la comida a su madre y le cantaba:

¡Ay, mamá,

baja a soga!

Ella le tiraba por la ventana una soga muy larga. Él le amarraba con ella la comida y le cantaba «Ay, mamá, sube a soga», y ella tiraba hasta que el paquete llegaba arriba. El conejo empezó aprobar a ver si podía engañar a la mona, pero ¡qué va! Su voz era muy ronca y cuando decía «Ay, mamá, baja a soga», era imposible que la mona pudiera creer que era su hijo, pero a fuerza de comer huevos crudos y practicar, ya su canto era igualito al del mono. Entonces buscó al camello, al león, al lobo, al tigre y a otros animales y los convidó a comerse a la mona y todos estuvieron dispuestos a ir.

Llegaron al pie de la torre y el conejo se puso a cantar: «Ay, mamá, baja a soga». «Ay, mamá, baja a soga...». La mona tiró la soga y el conejo los fue montando uno sobre otro. Los amarró bien con la soga y empezó a cantar: «Ay, mamá, sube a soga...». «Ay, mamá, sube a soga...».

La mona empezó a halar, pero aquello pesaba mucho y pensaba: «Qué comida tan sabrosa me trae hoy mi hijito».

Mientras ella halaba la soga, llegaba el mono y desde lejos vio lo que estaba pasando y con toda su fuerza empezó a cantar: «¡Ay, mamá, cota soga... Ay, mamá, cota soga...!».

La mona soltó la soga y todos los animales cayeron al suelo y salieron corriendo, pero al camello que venía debajo le cayeron arriba y por eso el camello es jorobado.

 ¿POR QUÉ LA LECHUZA NO VE DE DÍA Y EL MONO NO HABLA?

(Mito recogido en Matanzas por Ramón Guirao y Agustín Guerra)

En la época a que esta leyenda se refiere, la lechuza podía ver durante el Día y la Noche, y el mono hablaba con gran soltura, acompañando el gesto a la palabra. Ambos disfrutaban de una honda y sentida amistad. La lechuza gozaba entonces fama de inteligente y leal, por cuyas virtudes tan señaladas el Día le dispensó atenciones, y llegó a ser con el tiempo, su confidente.

En cierta ocasión, el Día pidió a la lechuza que lo ayudara a despojar a la Luna de sus atributos, obligándola a ser su servidora.

Conviene que se sepa que el Día contaba con la amistad de todos los astros, no así la de la Luna, que no era un poco solitaria, sino arrogante y orgullosa.