Moral social - Rufino Blanco-Fombona - E-Book

Moral social E-Book

Rufino Blanco Fombona

0,0
1,49 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

El nombre de Eugenio María de Hostos nunca fué muy popular en América. ¿Por qué? Porque no lo repiquetean consonantes de villancicos, sino que repercute en la región de las ideas, menos frecuentada que aquella otra región donde el vulgo se extasía en la música de fútiles rimas, de rimas que, naturalmente, nada tienen que hacer con el Parnaso y que horrorizarían á las Piérides.
Aunque fué maestro, porque tuvo qué enseñar, no lo siguen parvadas intonsas y bullangueras de discípulos. Los leones andan solos. Los leones son raros hasta en África. Como en América no existen semejantes cuadrúpedos crinados, ¿qué mucho que ignore el vulgo á ese león de Borinquén, espécimen desacostumbrado, y que lo tome, á lo sumo, por un gato montés?

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



EUGENIO MARÍA DE HOSTOS

PROFESOR DE SOCIOLOGÍA EN LA REPÚBLICA DOMINICANA Y DE DERECHO CONSTITUCIONAL EN LA UNIVERSIDAD DE SANTIAGO DE CHILE

Moral Social

© 2024 Librorium Editions

ISBN : 9782385746278

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Moral Social

EUGENIO MARÍA DE HOSTOS (1839–1903)

I HOSTOS, FIGURA REPRESENTATIVA

II HOSTOS ROMPE CON ESPAÑA

III HOSTOS COMIENZA SU ODISEA BENEFACTORA

IV HOSTOS, MAESTRO

V HOSTOS, LITERATO

VI Á PROPÓSITO DE HOSTOS, LITERATO, EL TUPÉ DE LOS EUROPEOS

VII HOSTOS, FILÓSOFO MORALISTA

VIII HOSTOS, SOCIÓLOGO

IX HOSTOS, TRATADISTA DE DERECHO CONSTITUCIONAL

X HOSTOS, HOMBRE DE IDEALES Y HOMBRE DE HOGAR

PRÓLOGO DE LA PRIMERA EDICIÓN

INTRODUCCIÓN

PRIMERA PARTE RELACIONES Y DEBERES

CAPÍTULO PRIMERO LA SOCIEDAD Y SUS ÓRGANOS

CAPÍTULO II OBJETO DE LA MORAL SOCIAL.—EN QUÉ SE FUNDA

CAPÍTULO III EXPOSICIÓN DE LAS RELACIONES

CAPÍTULO IV CLASIFICACIÓN DE RELACIONES

CAPÍTULO V ANÁLISIS DE LAS RELACIONES DEL HOMBRE CON LA SOCIEDAD: RELACIÓN DE NECESIDAD

CAPÍTULO VI SEGUNDA RELACIÓN.—RELACIÓN DE GRATITUD

CAPÍTULO VII TERCERA RELACIÓN.—RELACIÓN DE UTILIDAD

CAPÍTULO VIII CUARTA RELACIÓN.—RELACIÓN DE DERECHO

CAPÍTULO IX QUINTA RELACIÓN.—RELACIÓN DE DEBER

CAPÍTULO X DEL DEBER Y SU FUNCIÓN EN LA ECONOMÍA MORAL DEL MUNDO

CAPÍTULO XI EN QUÉ SE FUNDAN LOS DEBERES SOCIALES

CAPÍTULO XII DEBERES DERIVADOS DE NUESTRAS RELACIONES CON LA SOCIEDAD

CAPÍTULO XIII EL DEBER DEL TRABAJO.—SUS MODIFICACIONES EN LOS DIVERSOS GRUPOS SOCIALES

CAPÍTULO XIV DEBER DE OBEDIENCIA Y SUS MODIFICACIONES

CAPÍTULO XV POR QUÉ NO SE DA SU NOMBRE Á LOS DEBERES DERIVADOS DE LA RELACIÓN DE UTILIDAD

CAPÍTULO XVI (Continuación del anterior.) COOPERACIÓN.—UNIÓN.—ABNEGACIÓN.—CONCILIACIÓN

CAPÍTULO XVII DEBERES DEDUCIDOS DE LA RELACIÓN DE DERECHO

CAPÍTULO XVIII EL DERECHO ARMADO.—DEBERES QUE IMPONE

CAPÍTULO XIX EL DEBER DE LOS DEBERES

CAPÍTULO XX LOS CONFLICTOS DEL DEBER.—LA REGLA DE LOS CONFLICTOS

CAPÍTULO XXI DEBERES DEL HOMBRE PARA CON LA HUMANIDAD

CAPÍTULO XXII DEBERES COMPLEMENTARIOS

CAPÍTULO XXIII DEBERES COMPLEMENTARIOS.—CONTINUACIÓN

SEGUNDA PARTE LA MORAL Y LAS ACTIVIDADES DE LA VIDA

CAPÍTULO XXIV ENLACE DE LA MORAL CON EL DERECHO POSITIVO

CAPÍTULO XXV ENLACE DE LA MORAL CON LA POLÍTICA

CAPÍTULO XXVI LA MORAL SOCIAL Y LAS PROFESIONES

CAPÍTULO XXVII LA MORAL Y LA ESCUELA

CAPÍTULO XXVIII LA MORAL Y LA IGLESIA CATÓLICA

CAPÍTULO XXIX LA MORAL Y EL PROTESTANTISMO

CAPÍTULO XXX LA MORAL Y LAS RELIGIONES FILOSÓFICAS

CAPÍTULO XXXI LA MORAL Y LA CIENCIA

CAPÍTULO XXXII LA MORAL Y EL ARTE

CAPÍTULO XXXIII LA MORAL Y LA LITERATURA.—LA NOVELA

CAPÍTULO XXXIV LA MORAL Y LA LITERATURA.—LA DRAMÁTICA

CAPÍTULO XXXV LA MORAL Y LA HISTORIA

CAPÍTULO XXXVI LA MORAL Y EL PERIODISMO

CAPÍTULO XXXVII LA MORAL Y LA INDUSTRIA

CAPÍTULO XXXVIII LA MORAL Y EL TIEMPO

ÍNDICE

 

EUGENIO MARÍA DE HOSTOS (1839–1903)

IHOSTOS, FIGURA REPRESENTATIVA

E

l nombre de Eugenio María de Hostos nunca fué muy popular en América. ¿Por qué? Porque no lo repiquetean consonantes de villancicos, sino que repercute en la región de las ideas, menos frecuentada que aquella otra región donde el vulgo se extasía en la música de fútiles rimas, de rimas que, naturalmente, nada tienen que hacer con el Parnaso y que horrorizarían á las Piérides.

Aunque fué maestro, porque tuvo qué enseñar, no lo siguen parvadas intonsas y bullangueras de discípulos. Los leones andan solos. Los leones son raros hasta en África. Como en América no existen semejantes cuadrúpedos crinados, ¿qué mucho que ignore el vulgo á ese león de Borinquén, espécimen desacostumbrado, y que lo tome, á lo sumo, por un gato montés?

Pero el nombre de Eugenio María de Hostos, aunque no muy difundido, aunque conservado en penumbra, como el nombre de Cecilio Acosta, sirve hoy á la América pensadora, como el nombre de Cecilio Acosta, de valiosísimo adorno. Ambos nombres deben también servirle de orgullo. Ambos nombres pertenecen á ciudadanos íntegros, á paladines del ideal, á caballeros sin miedo y sin tacha, á escritores de primera línea, á pensadores de primera fuerza, á hombres buenos, á personajes de diez y ocho quilates.

El nombre de Eugenio María de Hostos y el nombre de Cecilio Acosta bastarían para enseñar á esta Europa que nos denigra y á esos yanquis que nos calumnian, cómo la América no es sólo fragua de revoluciones, ni palenque de motines, ni paraíso de especuladores políticos criollos y ladrones comerciales del extranjero.

Verán, por obra de ambos ejemplos, que en medio de los alborotos democráticos y gestatores de sociedades todavía sin coherencia ni sanción, entre politiqueros sin escrúpulos, comerciantes sin decoro y arrivistas sin pudor, hubo, en la América del siglo XIX, virtudes eminentes, apóstoles encendidos, sabios auténticos, artistas de oro puro, directores de opinión incorruptibles, varones de consagración, vidas de cristal, hombres dignos del mármol.

Verán, tanto los yanquis como los europeos, que en el torbellino de una América en formación, de donde surgen, improvisados, pueblos, instituciones, fortunas, surgen también lentos, pétreos, luminosos, esos hombres que hacen el papel de montañas. Y advertirán, ya que tienen ojos y si saben y quieren ver, que desde la cima de esas montañas, en medio de la pampa rasa y los ríos en ebullición, se columbra un vasto horizonte...

IIHOSTOS ROMPE CON ESPAÑA

Hostos vivió sesenta y cuatro años. Nació en una de las Antillas en 1839 y murió en otra de las Antillas en 1903.

Como nació en Puerto Rico cuando Puerto Rico pertenecía á España, y como nieto de español españolizante, fué enviado á educarse en la Península desde los trece años. Se levantó en las Universidades de la madre patria. Sus condiscípulos fueron hombres que iban á llenar buenas páginas de la historia española y á figurar en los Congresos, en los Ministerios, en el Ejército, en la Prensa.

¿Empleó Hostos su influencia con figuras y figurones de la política para medrar? ¿La empleó para ascender á posiciones del Estado, á que lo llamaban sus méritos? No. La empleó para acordarse de que había nacido en América. La empleó para pedir la independencia de Cuba y Puerto Rico. Pero ningún pueblo se amputa voluntario. Hostos confundió el empeño de la unidad nacional ó posesional de España, patriótica y razonable en sí, con intransigencias de la Monarquía. Desiluso, conspiró contra el Trono y á favor de la República española con Castelar, con Salmerón, con Pi y Margall.

«Primero soy español que republicano», exclamó Castelar cuando, ya presidente de la República española, Hostos y algunos republicanos de la Península instaron sobre independencia para Cuba.

Desiluso de nuevo, aquel apóstol de libertad se convenció de que la independencia no se mendiga, sino se merece, y, si se puede, se conquista.

Era en 1868. Abandonó á Madrid, negándose á aceptar una curul en el Congreso español. Fué á la capciosa Nueva York y se consagró en alma y vida á la revolución cubana, recién prendida por Céspedes. Pero no se alejó de Madrid sin agotar sus esfuerzos y sin luchar con el león á brazo partido, en el mismo antro de la hermosa fiera dorada. Aquel «Hostos, talentudo y corajudo», de que habla Galdós en alguno de sus Episodios Nacionales donde evoca, si no recuerdo mal, el destronamiento y platanazo de Isabel II, luchó su última lucha en la tribuna española y dijo donde podían oirlo, en el Ateneo de Madrid, valientes verdades.

«Señores: Las colonias españolas están hoy en un momento crítico. Víctimas de un despotismo tradicional, una y mil veces engañadas—¡engañadas!, señores, lo repito—, no pueden, no deben seguir sometidas á la unidad absurda que les ha impedido ser lo que debieran ser, que les prohibe vivir.»

Basta. Por la zarpa se conoce el león; y por la audacia convencida y la sed de justicia, y por aquellas palabras que lo divorciaban para siempre de la madre patria, á Hostos. Rompiendo con España rompía con sus amigos, rompía con sus valedores, rompía con sus ambiciones, rompía con su juventud, rompía con su porvenir. Hostos no vaciló.

IIIHOSTOS COMIENZA SU ODISEA BENEFACTORA

Al pie de esa tribuna del Ateneo español empezó la odisea de este Ulises hambriento de ideales. Esa odisea no terminó sino al caer Hostos, exánime, en el hoyo de la tumba.

De Madrid sale para Nueva York. De Nueva York, desde donde ha difundido por la Prensa sus libertadoras ideas, se embarca, dos años después, para Cuba, que arde en guerra y en anhelos de libertad. Va á pagar su tributo de sangre, va á dar el ejemplo de Martí, va á regar con sus venas su idea. El mar lo salva: naufraga.

Partiendo del principio boliviano de que América, nuestra América, es úna aunque en fragmentos, y que esa América úna y múltiple debe ser solidaria de todas y cada cual de sus partes; pensando, como Bolívar, que á la solidaridad de 1810 debe América el sér y que se perderá ó se salvará conjuntamente, el joven tribuno de Madrid, el periodista independiente de Nueva York, el náufrago de Cuba, se convierte en legado voluntario de la revolución Antillana y se va por toda la América latina predicándola, rediviviendo el ejemplo de aquellos monjes exaltados y convencidos que se iban por Europa preconizando la necesidad de las cruzadas.

Fué de país en país. No tenía dinero: escribió, peroró, trabajó, ganó la vida. Las puertas se le cerraban en las narices. Los miopes no veían. Los Rivadavia de entonces, los Santander de entonces, los Páez de entonces, no alcanzaban otro horizonte sino el que se divisa desde los campanarios de sus natales aldeas respectivas. ¡No importa! Hostos continúa su prédica. ¡Cerca de cuatro años duró aquella cruzada de la libertad!

Este es uno de los genuinos caballeros del ideal. Recuerda á Colón, implorando de corte en corte el apoyo que le falta para realizar el sueño más grande que hubo en cabeza humana, si es verdad que el descubrir un mundo ignoto y presentido fué el sueño de Colón. Recuerda á Miranda, mendigando también de corte en corte apoyo para sus quimeras libertadoras. Es, en verdad, como dijo Michelet de Miranda, un Don Quijote de la libertad. En 1872 está en Santiago de Cuba, en 1873 en Brasil, en Buenos Aires; en 1876 en Nueva York, en 1877 en Caracas, donde se casa, en 1879 en Santo Domingo.

Y por donde va, va haciendo bien. Un día llega al Perú: aquel apóstol de la dignidad humana abre campaña á favor de los emigrados chinos, sumergidos en esclavitud por los criollos. Otro día llega á las Repúblicas del Plata: aquel apóstol del progreso proclama el primero en la República Argentina la importancia del ferrocarril trasandino. El reconocimiento le rinde homenaje: la primera locomotora que escala los Andes lleva por nombre «Eugenio María de Hostos». Otro día va á Chile: aquel apóstol de la igualdad aboga por que se abran las carreras científicas á la mujer. Por Cuba y Puerto Rico escribe, viaja, perora, combate, se multiplica.

Fué durante su vida entera un benefactor de América. Llevó en América de país en país la luz de la enseñanza, como en Grecia llevó Homero, de villa en villa, la luz del canto. En Venezuela comienza á difundir, en el colegio de Soteldo, lo que aprendió en España, lo que la vida y el cotidiano estudio le fueron enseñando. Es profesor de Derecho constitucional, por una serie de años, en la Universidad de Santiago de Chile; por otra serie de años es profesor de Sociología, Derecho internacional y Derecho penal en la República Dominicana.

Y cuando no enseña desde la cátedra, enseña desde la Prensa ó por medio del libro. Y su mejor enseñanza la dió viviendo una vida pura, austera, de deposición, de sabiduría, de bondad, de utilidad, de amor.

IVHOSTOS, MAESTRO

Hostos, hombre múltiple en la producción y los conocimientos, es filósofo, moralista, sociólogo, tratadista de Derecho constitucional, de Derecho penal, de Derecho de gentes. Es también crítico literario y novelador. Es además maestro.

Considerémoslo por algunos de tan varios aspectos.

Como maestro puede decirse que la cátedra fué para Hostos otro vehículo de su pensamiento, nueva forma de producción. Algunos de sus libros, y no de los menos profundos, fueron la enseñanza oral, la palabra y el espíritu vivificantes del profesor, cogidos al vuelo y escritos, no quiero decir redactados, según el prospecto, la metodología de Hostos, por discípulos de talento, de gratitud y devoción. Hostos se parece á Bello en que desechando métodos viejos y textos ajenos, inició á varias generaciones en la ciencia, por medio directo, transfundiendo su espíritu en obras personales. No es lo común ni en Oxford, ni en Bonn, ni en París, ni en Salamanca, ni menos en centros universitarios de Hispano-América, que pensadores iniciales, mentes primarias, hombres que hayan sabido arrancar á la esfinge una parcela ó varias parcelas de secreto y verdad, ejerzan el profesorado. Ejercen el profesorado por lo común hombres muy beneméritos, pero muy adocenados, repetidores de ciencia ajena, que son depósitos, no pozos artesianos. On peut être professeur et avoir beaucoup de talent, podría decirse parodiando una frase cáustica. Un Hæckel, un Renán en Europa; un Bello, un Hostos en América, son excepciones. Por eso dejan rastros de luz, y el calor de sus espíritus se difunde en el tiempo.

Cuando parte de la Tierra, en el mes de Noviembre, se envuelve en pasajera onda cálida y uno mira desprenderse como lluvia de oro, fina lluvia de estrellas errantes y vertientes, las Leonidas, es porque la Tierra tropieza en su viaje con un antiguo cometa desagregado. Hæckel, Renán, Bello, Hostos, son también antiguos cometas. El calor de su espíritu se difunde, no en el espacio sino en el tiempo. Sus discípulos, su pensamiento, sus obras, que de cuando en cuando topamos en nuestro camino, resplandecen como lluvia de estrellas.

Hostos no se limitó á enseñar lo que él mismo aprendiera; enseñaba lo que tenía por dentro, lo que el estudio hacía fructificar. Daba sus propios frutos. Fué como Sarmiento, un educador; pero con más preparación científica que Sarmiento, con más disciplinas intelectuales y con más equilibrio y profundidad de espíritu. Además, la preocupación de Sarmiento, fué la de enseñar á leer á la Argentina; la de Hostos, la de enseñar á pensar á la América. En las obras de Sarmiento chispea un talento de diamante. Hay adivinaciones magníficas. Hay aciertos geniales. Pero al relámpago precede y sigue la obscuridad. Se advierte que aquella súbita luz brota del cerebro como de un choque de piedras; no es una claridad constante de antorcha. Hay deficiencias; principalmente de cultura. Aquel hombre lo aprendió todo por sí y á la carrera. No supo nada bien, ni á fondo. Supo, sí, ver ciertos aspectos sociales como son. No embotó su juicio americano con el criterio de libros europeos; ni remedó constantemente, para hablar de nosotros, el hablar de otros hombres respecto de otros pueblos. Aun cuando se inspiró á veces más de lo que hubiera sido menester, en algún autor extranjero, Sarmiento, por lo general, bebió en su vaso, que no era pequeño. Supo ver y hablar. Esa es su gloria. Por ello es talento autóctono, virgíneo.

Hostos le es superior en cuanto pensador, lógico y moralista, con la ventaja, además, de una base escolar, en el sentido inglés de la palabra, de que Sarmiento careció. Hostos no es repetidor vulgar, ni acomodador hábil de lo ajeno, ni abrillantador de piedras opacas, ni chalán que engorda con arsénico el cuartago que va á vender. No.

Hostos es pensador original y auténtico. Él conoce los problemas sociales é institucionales de América. En vez de criticarlos grosso modo, los descoyunta y analiza. Y cien veces arroja luces nuevas. Y cien veces presenta un nuevo aspecto de las cosas ó asoma nueva idea. Su acierto y novedad son constantes. En él no existen las intermitencias de Sarmiento. Su claridad es la del sol. Y los eclipses, como se sabe, no son frecuentes. Mientras Sarmiento arriba á la verdad de un modo brusco, por un arranque de clarividencia, por una síntesis brillante é instintiva, Hostos, como Andrés Bello, va paciente, consciente, lógico, por una escala de raciocinios. Su obra es más vasta, más metódica, más sólida, más perdurable, que la del rioplatense.

Su método de enseñanza consiste en dictar al comienzo de cada curso el plan que se propone seguir, el índice de su texto no escrito, del texto que tiene en la cabeza y que de allí sacará, en improvisaciones diarias, ciñéndose al esquema ó índice inicial. La claridad, la precisión de su espíritu y la precisión y claridad de su lenguaje le servían para tanto.

Como era hombre de palabra flúida, conferencista, expositor metódico, cosa muy distinta del vacuo palabrero tronitante, Hostos cumple con facilidad su programa en lecciones orales.

Va sacando á luz las ideas y desarrollando su plan, sin que lo perjudiquen frondosidad y garrulería.

Así, varias de sus obras didácticas, como ya se indicara, obras que él no se dignó escribir, las recogieron buenos discípulos de labios del maestro; y de labios del socrático maestro, por manos de discípulos, fueron al papel y á la imprenta.

VHOSTOS, LITERATO

Como hombre de letras, Hostos debe ser considerado con detenimiento. Cuando sus obras didascálicas, por nuevos progresos de la ciencia, pasen de moda, sus estudios literarios, de que él hizo tan poco caso, vivirán. Tienen para justificar esta opinión condiciones de perennidad.

Hostos nació, como sabemos, en Puerto Rico.

Estas islas del mar Caribe, llenas de luz, rientes de verdura, con ustorias perspectivas marinas, como las islas del mar Jónico, producen temperamentos voluptuosos, imaginativos, artistas, más que espíritus razonadores.

Hostos fué ante todo un espíritu crítico. En tal sentido, como razonador y hombre de curiosidad ideológica, fué excepción en sus Antillas. No lo fué como artista; porque Hostos tuvo el sentimiento del arte en sumo grado. No se demuestra el innato sentimiento artístico de Hostos por el amor que profesó á la Música, á la manera de Juan Jacobo; ni porque compusiera, como Juan Jacobo, piezas de música. Basta á demostrar tal sentimiento su misma prosa. Cuando produjo libros de ciencia, el maestro borinqueño se empeñó en despojar su estilo de galas, redactó siempre con sobriedad geométrica, con decidido y manifiesto empeño de claridad, de precisión científica. El comprender que obras didácticas no se prestan á floreos de dicción, ¿no es ya prueba incuestionable de gusto? La sobriedad verbal de sus obras científicas es del mejor mérito. La sobriedad no excluye en esas obras de Hostos la elegancia. Se advierte á veces el arte de la poda. El autor quiere que su pensamiento salga escueto, desnudo, ágil como un discóbolo de Atenas, y no cubierto de velos y de ungüentos como una cortesana de Alejandría, ó constelado de gemas y con las pesadas telas suntuosas de una emperatriz de Bizancio.

En sus trabajos exclusivamente literarios se descubre la inclinación á la frase mórbida, coloreada, voluptuosa. De los poetas habló en frases de poeta. Se comprende que siente la poesía con intensidad. La explica buceando en el corazón de los aedas y extrayendo la perla de hermosura. Pero como le asiste constantemente una idea de mejora humana, á veces, para explicar la perla, estudia el mar. Condena «ese empeño de reproducir las formas clásicas». De un poeta argentino dice: «es un producto paleontológico de la cultura griega». Quiere en América lo americano. Y preconiza sus ideales de arte en frases de artista.

Á los veinticuatro años publicó su novela titulada La Peregrinación de Bayoán. Aunque fruto de primavera, aunque no se empleasen en ella los procedimientos de novelar hoy en boga, cosa que no le daría ciertamente más mérito, pero la haría más grata al paladar del vulgo, baste recordar, para estimarla sin juzgarla, que Ros de Olano, aquel brillante caraqueño que fué general y literato español, decía de ella: «La Peregrinación de Bayoán ha sido para mí algo que cae del cielo»; y que el novelista hispano D. Pedro Antonio de Alarcón, célebre en su tiempo, escribió: «hay en La Peregrinación de Bayoán páginas que yo nunca olvidaré».

Pero, ¿qué es este libro? Es algo por el estilo de la Uncle Tom’s Cabin, de Enriqueta Beecher Stowe. Es decir, obra sugerida por una preocupación social, obra escrita en obsequio de desvalidos, de explotados, de los colonos españoles de las Antillas.

Y aquí era donde yo quería venir.

Contemplad á ese joven. Está en la flor de la juventud. Sólo cuenta veinticuatro años. Reside en una hermosa capital de Europa, en una ciudad de arte, de lujo, de placer. Tiene relaciones sociales de primer orden, tiene talento, tiene un porvenir rosado. La vida le sonríe. Toma un día la pluma del novelador, y ¿qué escribe? Escribe La Peregrinación de Bayoán: una obra americana, una obra donde esgrime su talento en favor de ideales que cree justos, en pro de gentes distantes, indiferentes, semibárbaras. Pelea por ajenos dolores, por dolores anónimos, con la seguridad de no alcanzar por recompensa ni la gloria.

Obedecía á su instinto, á su ser moral. Así será Hostos durante su vida entera: un enjugador del llanto ajeno, un sembrador de bienes, un cosechero de aladas quimeras humanitarias. El desinterés de su obra y de su vida, aquella santa monomanía de arder y consumirse como grano de mirra, ante altares de justicia, le dan á Hostos, como á José Martí, su hermano en ideales, un sello de grandeza que sólo tienen los apóstoles y los héroes.

De crítico literario, intenso en el análisis, benévolo sin contemporizaciones desprestigiosas que desautorizarían su palabra sincera y proba, lo acreditan sus varios estudios de ese género sobre autores de América: el chileno Matta, el cubano Plácido, el argentino Guido Spano, José María Samper, de Colombia, Salomé Ureña de Henríquez, de Santo Domingo, etc., etc.

Y lo acredita principalmente como crítico zahorí y analista de hondura psicológica, su minucioso, sesudo, completo, insuperable estudio sobre Hamlet.

Nada existe en castellano, hasta ahora, á propósito del Hamlet, que pueda parangonarse con la obra de Hostos. Nada que se le acerque. El crítico americano desmonta la maquinaria del inglés formidable; estudia, analiza, disocia los caracteres antes de presentarlos en acción. Nadie, ni Goethe, comprendió ni explicó mejor el genio de Shakespeare, ni el alma de Hamlet. Voltaire, tan perspicuo siempre, ¡qué pequeño luce junto á Hostos cuando ambos discurren á propósito del dramaturgo británico! Moratín, ¡qué microscópico! ¡Qué palabrero y lírico Hugo!

Estas no son charlerías, ni aplausos á tontas y á locas. Son verdades de fácil comprobación. En América estamos acostumbrados á deslumbrarnos con lo ajeno, máxime con lo europeo, y á no apreciar lo propio, porque no sabemos juzgarlo. Sin obtusidad, ni ceguera, ni prejuicios, pero tampoco sin alucinamientos, contemplemos, comparemos y decidamos. Habituados á libros y juicios europeos, nos miramos á nosotros mismos al través de los anteojos que nos llegan del Viejo Mundo. Veámonos, á ojo desnudo, cómo somos. No sólo juzguémonos, sino impongamos, si podemos, nuestro juicio á los extraños. Como este juicio sea probo, y, por tanto, digno de respeto, será mejor que el de los extranjeros sobre nosotros, ó el del pobre diablo criollo con gafas cisatlánticas.

Hostos, repito, el sabio, modesto y talentudo Hostos, que escribió sobre Shakespeare en un rincón de los Andes, desde una distante y pequeña República del Pacífico, ha arrojado más luz sobre la obra inmortal de Shakespeare que un Lessing, por ejemplo, y analizó con más penetración el alma de Hamlet que la mayor parte de los críticos y psicólogos en Inglaterra, Alemania y Francia.

Treinta años después que Hostos publicó en Santiago de Chile su análisis del Hamlet, un compatriota de Shakespeare, sir Herbert Beerbohm Tree, actor como el gran William, dedica en su obra Thoughts and Afterthoughts un capítulo al estudio de Hamlet. Lo estudia principalmente desde el punto de vista del actor; analiza, sin embargo, la pieza y los caracteres. En su apreciación hay lugares comunes con la apreciación de Hostos.

Las similitudes entre Hostos y su copista inglés son de concepto en cuanto al genio de Shakespeare y á la psicología de Hamlet; y las hay asimismo de expresión, es decir, el mismo pensamiento se ha expresado con las mismas ó parecidas frases. Estas coincidencias tienen un nombre en todas las lenguas.

Anotemos al vuelo algunas de dichas coincidencias. Veamos lo relativo á la psicología de Hamlet, por ejemplo.

Hostos se explica «el segundo período de su carácter» de (Hamlet), «este filosófico considerar la vida por lo que ella es en sí, no por lo que hacen de ella las exterioridades», por la siguiente frase del príncipe razonador: Nada hay bueno ni malo sino lo que así hace el pensamiento. Tales palabras, dice Hostos, «denotan en el espíritu de Hamlet aquel desarrollo de la idealidad que concluye por la indiferencia absoluta de la realidad y que no cuenta con ésta para nada».

Sir Herbert Tree también se explica por la transcripta (y subrayada) frase de Hamlet, el carácter de éste. «Es una frase—asegura Sir Herbert—en la cual toda la tragedia de su vida se encierra como en una cáscara de nuez.»

Las coincidencias, que no cesan, denotan por su número y carácter que Sir Herbert conocía la obra de Hostos. Sin embargo, no lo cita. Nombra á varios comentaristas; á Hostos no, á Hostos lo calla. Hostos es un pobre señor de Puerto Rico. ¿Quién va á conocerlo? ¿Quién va á creer que un gran artista inglés se inspire, para escribir sus obras, en un maestro de escuela portorriqueño?

En su análisis del príncipe, enseña Hostos:

«Hamlet es un momento del espíritu humano y todo hombre es Hamlet en un momento de su vida.»

Ya, en su disección de Ofelia, había dicho: «Hay un Hamlet en el fondo de todo corazón humano.»

El inglés opina de un modo semejante, treinta años después:

«Hamlet es eternamente humano... Nosotros somos todos Hamlets en potencia.»

Hostos opina que la locura de Hamlet es simulada; Sir Herbert piensa otro tanto.

Hostos describe, con una profundidad psicológica de que hay pocos ejemplos en la historia literaria universal, las distintas y sucesivas revoluciones que se han ido operando en el espíritu del príncipe.

«El mismo Hamlet se asombra (á un momento dado) del cambio que ha correspondido en su palabra al cambio operado en su interior, y decide utilizarlo fingiendo una locura... No está loco ni estará loco.»

Sir Herbert, por su parte, dice: «... encontramos á Hamlet poniendo por obra su proyecto de fingir la locura...»

¿Para qué finge locura, según Hostos? Porque es débil, porque necesita armarse de una fuerza artificial, y esa fuerza va á tenerla en rudezas, en sarcasmos, en desdenes; “en el desprecio con que, desde su nuevo punto de vista, va á considerar la vida, la sociedad, el hombre...” “Hará el mal que no quiere y seCOMPLACERÁtanto más en ese malCUANTO MÁS SUFRA...”

Hamlet, concluye Hostos, se dirigirá á lo que más ama, á Ofelia, para atormentarla, atormentándose.

Sir Herbert resume, exponiendo: “Hamlet evidentemente encuentraUN PLACERintelectual yDOLOROSOen disparar su ironíaSOBRE LAS VÍCTIMAS DE SU LOCURA FINGIDA.”

Hamlet rebosa de piedad y amor hacia Ofelia; pero, según el comentario de Hostos, “por muy buena que sea Ofelia, ¿cómo no ha de ser frágil, si lo es su madre?” Por eso ofende el recuerdo de la purísima Ofelia, “al confundir en un mismo anatema á la fragilidad y á la mujer: Fragilidad, eres mujer.”

El comentario de sir Herbert no es muy diferente: “Hamlet rebosa de amor y de piedad hacia Ofelia. Pero, á sus ojos, todo el sexo femenino parece mancillado por el acto de su madre. ¿No exclamó en el primer acto: Fragilidad eres mujer?”

En el tercer acto hay un diálogo célebre entre Ofelia y el príncipe.

Hostos comenta ese diálogo de manera deliciosa y arroja chorros de luz sobre el estado de alma de Hamlet en aquel momento.

Por la paridad de Ofelia con su madre, en cuanto mujeres, Hamlet rechaza á Ofelia, amándola.

El psicólogo hispano-americano comenta:

“La fragilidad es condición esencial de la mujer. Si no ha caído, caerá. Y para desecharla irremisiblemente supone la caída: are you honest? ¿Eres honesta?¿Por qué la abruma con esa brutalidad? Porque es bella”.

—Y “¿puede—pregunta la inefable dulzura de Ofelia—tener la belleza mejor compañera que la honestidad?”

Hamlet responde á la suave niña con una salida brutal.

Hostos comenta así:

“Como al pronunciar esta cínica herejía no piensa en Ofelia y sólo se acuerda de su madre, dice, con amargura que desgarra: Esto era una paradoja en otro tiempo, pero hoy...” Yo te amé, declara el Príncipe á Ofelia poco después. Yo te amé,—comenta Hostos,—es yo te amo. En boca de Hamlet significa más: te amo, pero no debo amarte. “Es un combate á muerte entre el deber de vengar (á su padre) y la necesidad de amar, nunca tan imperiosa como entonces...” Hamlet se aleja, “fijos siempre los ojos en la ventura que abandona, maldiciéndose dos veces á sí mismo.” “Ofelia— continúa el comentador americano—,que en solo un momento ha pasado por todas las alternativas de la esperanza y la desesperación, de la alegría y del dolor, del amor y la piedad, ha perdonado todas las ofensas, todas las injusticias, todas las crueldades, todas las brutalidades de su amante... y quejándose del infortunio más que de Hamlet, exclama: —Haber visto lo que he visto para ver lo que veo.”

Sir Herbert, al comentar la escena entre Ofelia y el príncipe, no sólo copia grosso modo, sino que casi transcribe á la letra el comentario del gran crítico americano. Es imposible que las ideas coincidan á tal punto en hombres de razas y tiempos tan diferentes; es imposible que los aciertos de uno y otro psicólogo correspondan hasta confundirse en la expresión escrita. Es imposible argüir con el azar, ese dios de los tontos. Oigamos al artista inglés: “Hamlet, SEGÚN MI PARECER, al tomar á Ofelia por la mano y preguntarle¿Eres honesta?... quiere decir: ¿Hay una mujer en quien yo pueda tener fe?” El comentarista cita, como Hostos, la salida brutal de Hamlet y sigue su explicación. “El verso: ESTO ERA UNA PARADOJA EN OTRO TIEMPO, PERO HOY... está claramente dirigido contra las relaciones entre el rey y la reina”. Como se ve, sir Herbert escoge los mismos pasajes que Hostos y los explica de igual modo. Adelante. “No te amo, dice Hamlet, arrancándose así el corazón. Ofelia cae sobre el sofá...» El comentador agrega que Hamlet ama á Ofelia, «pero no se atreve á mostrar su corazón». La piadosa, dulce Ofelia, considerando loco al príncipe, exclama: “La desgracia se abate sobre mí.Haber visto lo que he visto para ver lo que veo.”

No son las demostradas las únicas concomitancias, en la explicación de la pieza shakespeariana, entre el artista de Inglaterra y el crítico de América. «He hecho cuanto he podido para familiarizarme con las obras de los comentadores literarios del Hamlet», exclama sir Herbert. Como vamos viendo, sus palabras no son una mentira.

Continuemos con algunas similitudes, sorprendidas á la buena de Dios.

Hostos expone el estado mental de Hamlet durante el más célebre de sus monólogos, y comenta así:

«Ha decidido el mal y ese mal va á tener por expresión la muerte... Y ¿qué es más digno del alma, de esa alma humana tan poderosa en el pensar, en el sentir y en el querer: sucumbir al dolor ó rebelarse contra él; matar ó morir?

¿Morir?... dormir y nada más. (Hamlet.)

La muerte, que antes se le presentó como idea, se le presenta ahora como realidad. Como idea, asusta. Como realidad, atrae.

Y decir que en ese sueño va á acabar este acerbo dolor mío. (Hamlet.)

Lejos de temerlo, lo desea. Y tanto lo desea (el sueño de la muerte) que se olvida por completo de la determinación anterior de su voluntad, desaparece de su espíritu el motivo ocasional de la meditación. Y ya no piensa en el ser que va á destruirEN SÍ Ó EN OTRO, sino enEL NO SER QUE ANHELAcon toda la devoción de su infortunio.»

Á su turno el artista inglés comenta el estado mental de Hamlet, durante el monólogo. Oigámoslo:

«Hamlet anhela ese sueño de la muerte, que será término de todos los males. Tan grande es su horror del deber impuesto, que en este momento HamletPIENSA EN MORIR, para no matar al rey.»

Las irresoluciones constantes de Hamlet dependen de que es un enfermo de la voluntad, un razonador, un analista.

«Todos menos él—expone Hostos—son activos para el bien ó para el mal y hacen el bien ó el mal porque no reflexionan lo que hacen. «Mientras que él, juguete de sí mismo, pierde el tiempo de la acción en meditarla... pasan, triunfadores de la actividad, contentos de sí mismos, como todos los que triunfan, los hombres que para conseguir lo que desean no necesitan más que abandonarse á su deseo.» De este número son Laertes, Claudio y, al fin del drama, «Fortimbras, un príncipe adolescente, una ambición naciente. Fortimbras se dirige con su ejército á Polonia, sacrificando sin vacilación y sin tristezas miles de hombres á su intento.»

Sir Herbert reconoce también qué rasgo principal de Hamlet es la irresolución, por exceso de reflexión, la falta de voluntad por sobra de razonamiento. Sus generalizaciones filosóficas á este respecto son demasiado parecidas á las de Hostos. «El hombre que va á triunfar en la vida—opina sir Herbert—es el que no ve sino un lado de las cosas. El hombre cuyo horizonte mental es vasto, que es capaz de ver lo bueno y lo malo de todo... no alcanzará su meta tan pronto como aquel que mira recto ante sí y se abandona á su deseo». «Fortimbras no ve sino un solo lado de las cosas y sabe con precisión lo que quiere.»

Continuar pescando similitudes sería cuestión de nunca acabar. Las hay, como antes se dijo, y como se observa por los ejemplos anotados á la ventura, de concepto, en cuanto al genio de Shakespeare y al carácter del príncipe, y las hay de expresión, hasta donde es posible en lenguas tan desemejantes. Aunque sir Herbert tal vez no ha leído el estudio crítico de Hostos en castellano, sino en alemán, lengua en que fué traducido. Y me baso para suponerlo en que el notable artista inglés conoce la lengua alemana, como se advierte leyéndolo, y porque cita en su estudio los mejores ensayos tudescos sobre Hamlet: el de Goethe, el de Lessing, el de Hazzlitt, el de Klein.

La circunstancia de no citar el de Hostos depone, por razones de epidérmica psicología que los juristas conocen á maravilla, contra el eminente artista inglés, autor de Thoughts and Afterthoughts, sir Herbert Beerbohm Tree.

Pero si aún quedasen dudas á alguien, añadiré tres ó cuatro detalles que no admiten réplica.

Después de la escena de la comedia en Palacio, representación que termina, en la realidad de Shakespeare, con la fuga del rey, vendido por su horror, y la carcajada de Hamlet, que es alborear de su resolución, preséntanse los cortesanos Rosencrantz y Guilderstern, espías del rey. Hamlet derrama sobre ellos sarcasmos y sarcasmos. Los espiones se parten.

“Queda solo consigo mismo—observa Hostos—. Ni una duda, ni una vacilación. El que antes dudaba si tenía derecho de hacer mal; el que antes vacilaba, estremeciéndose ante la idea de la muerte, piensa ahora con fruición que bebería sangre caliente... Ya él está seguro de su resolución y tiene calma para esperar...”

El escritor inglés dice:

“Á la vista de los cortesanos espías, Hamlet retorna á sus sátiras tremendas... Despide á los falsos amigos y queda consigo solo... perfectamente sano, reconoce la necesidad de la acción.”

Hostos opina del monólogo: “el monólogo más profundo que ha pronunciado jamás el labio humano.”

El señor Tree escribe, respecto de la célebre escena del acto III: “cuadro el más terrible que el espíritu del hombre haya jamás evocado.”

Hostos dice que Hamlet “pierde el tiempo de la acción en meditarla”. Y el señor Tree: “malgasta en sátiras el tiempo que pudiera emplear en matar al rey”.

Lo expuesto basta. Con semejantes premisas, la conclusión se impone por sí misma. El lector, si es lógico y de buena fe, llegará por su parte á la propia conclusión que el autor de las presentes anotaciones.

VIÁ PROPÓSITO DE HOSTOS, LITERATO, EL TUPÉ DE LOS EUROPEOS

Si á los ingleses les dijeran de sopetón que un artista británico, de nota y campanillas, se había inspirado, para escribir sobre Hamlet, en un autor de Puerto Rico, los ingleses, desdeñosos é incrédulos, romperían la habitual gravedad de su rostro con una sonrisa.

Si á los franceses se les dijera que sus filólogos de más nombradía han descubierto orígenes de errores y fijado el sentido y texto reales en literaturas de la Edad Media, granjeando por ello fama, casi medio siglo después de haber descubierto aquellas máculas y fijado aquellos textos un venezolano, los franceses, desdeñosos y sarcásticos, romperían en burlas agresivas.

Si á los españoles se dijera que uno de sus más bellos poemas modernos había sido inspirado en la novela de un colombiano, los españoles, desdeñosos y bravos, romperían en refunfuños.

Tal es el cómodo é invencible menosprecio con que miran los europeos, sin exclusión de país alguno, cuanto no es europeo. En vano el Japón saca á relucir contra Rusia elocuentes é inesperados argumentos de superioridad en Mukden y Tushima; en vano hablan Boyacá, Maipo, Carabobo, Pichincha y Ayacucho; en vano austriacos y franceses recogen, pálida y cercenada, la cabeza de aquel emperador que quisieron imponer á Méjico; en vano la bandera de los Estados Unidos flota en el Pacífico y el Atlántico sobre antiguas posesiones europeas; en vano Buenos Aires cuenta entre las más bellas y populosas ciudades del mundo; en vano Río de Janeiro es cuna de la aviación moderna; en vano Australia surge de los mares como un milagro del esfuerzo humano... En vano todo. Europa no se pliega, ni desarma, ni desmonta sus desdenes. No se allana á reconocer ningún género de superioridad en hombres ni pueblos no europeos. Fuera de Europa no existe nada digno de mención.

Europa olvida, por ejemplo, que nosotros, americanos, somos vástagos y prolongación, en el tiempo y en el espacio, de pueblos y civilizaciones europeos. Que á esta civilización heredada le estamos imprimiendo carácter diferencial en sentido de perfeccionamiento, y que los hombres de allende el mar pueden ser y son, cuando no superiores, iguales en mentalidad y esfuerzo á los hombres del Viejo Mundo. Olvidan los europeos, pongo por caso, que el primer guerrero de la antigüedad, aquel Alejandro que extendió por el mundo asiático la civilización helénica, no era griego. Olvidan que el primer filósofo de Grecia, el de más genio y prolongación de su influencia en la historia del mundo, Aristóteles, no nació en la madre Grecia, sino en la tracia Estagira. Olvidan otras muchas cosas que no es oportuno recordarles aquí.

Á los ingleses que rían cuando se les asegure que un autor de la Gran Bretaña puede inspirarse en un crítico portorriqueño, baste citarles el caso de sir Herbert Beerbohm Tree. Á los españoles que refunfuñen cuando se les informe que uno de sus más bellos poemas modernos ha sido inspirado en la novela de un colombiano, baste comparar el encantador Idilio, de Núñez de Arce, con María, de Jorge Isaacs.

Cuanto á los franceses, que son los más insolentes y despectivos para con lo no europeo, y los que más ignoran cuanto no atañe á su país, baste citar el nombre de Andrés Bello, y después, el nombre de Gastón Paris[1].

1. En vez de hablar nosotros, que hable por nosotros el europeo Menéndez Pelayo, el mayor de los críticos españoles contemporáneos, á quien nadie recusará por incompetente ni por benévolo, siendo como es aquel sabio ilustre uno de los más ilustres sabios y exigentes críticos de su época.

«En las cuestiones relativas á los orígenes literarios de la Edad Media y á los primeros documentos de la lengua castellana—dice Menéndez Pelayo—, Bello no sólo aparece muy superior á la crítica de su tiempo, sino que puede decirse sin temeridad que fué de los primeros que dieron fundamento científico á esta parte de la arqueología literaria. Desde 1827 había ya refutado errores que persistieron, no sólo en los prólogos de Duran, sino en las historias de Ticknor y Amador de los Ríos...

Bello probó antes que nadie que el asonante no había sido carácter peculiar de la versificación española, y rastreó su legítima filiación latino eclesiástica en el ritmo de San Columbano, que es el del siglo VI, en la Vida de la condesa Matilde, que es del siglo XI, y en otros numerosos ejemplos. Lo encontró después en series monorrimas de los Cantares de Gesta de la Edad Media francesa, comenzando por la Canción de Rolando. Y por este camino vino á parar á otra averiguación todavía más general é importante: la de la manifiesta influencia de la epopeya francesa en la nuestra, influencia que exageró al principio, pero que luego redujo á sus limites verdaderos.

Bello determinó, antes que Gastón Paris y Dozy, la época, el punto de composición, el oculto intento y aun el autor probable de la Crónica de Turpin...