Mujeres de ébano - Raquel Rodríguez de Bujalance - E-Book

Mujeres de ébano E-Book

Raquel Rodríguez de Bujalance

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Beschreibung

África subsahariana esconde vidas apasionantes de mujeres extraordinarias, capaces de emplear su brillante carrera profesional en la promoción de otras mujeres africanas. Tras recorrer esos países y conocer sus vidas de primera mano, la autora nos adentra en las tribus, costumbres y tradiciones de esas tierras, y nos descubre la fuerza interior que impulsa a estas grandes mujeres a gastar su vida por los demás. Al leer estos relatos, el lector se convencerá de que África no solo "tiene solución", sino también mucho que enseñar a una sociedad occidental sumida en sus propias crisis.

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RAQUEL RODRÍGUEZ DE BUJALANCE

MUJERES DE ÉBANO

El desafío del desarrollo en África

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2022 by Harambee ONGD

© 2022 byEdiciones Rialp, S. A.,

Manuel Uribe 13-15 - 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión y realización eBook: produccioneditorial.com

ISBN (versión impresa): 978-84-321-6170-4

ISBN (versión digital): 978-84-321-6171-1

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

A los voluntarios del futuro:

Natalia, Jaime, Mateo, Luis, Álvaro,

Leticia, Emma, Alicia, Lucas, Isabella,

Olivia, Ana, Sol y los que vendrán.

Enseñarás a volar

Enseñarás a volar,

Pero no volarán tu vuelo;

enseñarás a soñar,

pero no soñarán tu sueño;

enseñarás a vivir,

pero no vivirán tu vida.

Sin embargo….

En cada vuelo,

en cada sueño

y en cada vida

quedará para siempre la huella

en el camino enseñado.

(Teresa de Calcuta)

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

DEDICATORIA

CITA

PRÓLOGO

CAMERÚN ÁFRICA EN MINIATURA

ESTHER TALLAH, DE MÉDICO A EDUCADORA

COSTA DE MARFIL LA JOYA DE ÁFRICA

DUNI SAWADOGO, LA CATEDRÁTICA

ELMINE KOUYATÉ, lA CAMPEONA

CHRISTIANE KADJO, LA PATRIOTA

VANESSA KOUTOUAN, LA COMUNICADORA

KENIA MEMORIA DE ÁFRICA

FRANKIE WANJERI GIKANDI, LA ACTIVISTA 

NIGERIA EL GIGANTE DE ÁFRICA

EBELE OKOYE, LA INDEPENDIENTE

EZINNÉ UKAGWU, LA MADRAZA

REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DEL CONGO LA DESGRACIA DEL PARAÍSO

CELINE TENDOBI, LA TÍMIDA

SENEGAL DOS PAÍSES EN UNO

COUMBA NIANG, LA COMPETITIVA

SUDÁFRICA EL PAÍS DEL ARCO IRIS

OZÓ IBEZIAKO, LA EJECUTIVA

UGANDA LA PERLA DE ÁFRICA

IRENE KYAMUMMI, LA INCONFORMISTA 

DALENE KEMBABASI, LA ORGANIZADORA

AGRADECIMIENTOS

ARCHIVO FOTOGRÁFICO

AUTORA

PRÓLOGO

EL VOLUNTARIADO CON Harambee ONGD me ha dado la oportunidad de viajar a distintos países de África y conocer a alguna de las maravillosas mujeres de África subsahariana. A otras, las he conocido a través de la convocatoria del Premio a la Promoción e Igualdad de la Mujer Africana, que Harambee concede cada año a una africana que desarrolle una iniciativa solidaria en favor de las mujeres más desfavorecidas de su país. De hecho, hay mucho escrito sobre ellas; entre otros motivos porque, cuando vienen a España para recoger el premio, se convierten en noticia y son objeto de la atención de los medios de comunicación: en prensa, radio, televisión o medios digitales. Al final, todo ello va engrosando el archivo web de Harambee, accesible a cualquiera que quiera consultarlo.

Como digo, a través de estos artículos llegamos a conocer el trabajo, la trayectoria y la iniciativa social de estas “mujeres de ébano”, como nos gusta llamarlas, a favor de otras mujeres.

¿Por qué de ébano? porque comparten muchas cualidades con el árbol que produce la más preciosa de las maderas nobles, una madera de gran calidad, de color oscuro, casi negro, originaria de África subsahariana. No en vano, a la elaboración de muebles de calidad se le llama ebanistería. Es también una de las pocas maderas que no flotan. Su densidad, mayor que la del agua, hace que se sumerja por su propio peso, sin dejarse llevar por la corriente.

Así son estas bellas mujeres de piel oscura, que cuentan con sólidos valores, gran formación y una fuerte personalidad. Pero ¿cómo han llegado hasta ahí? ¿Cómo era su familia y qué tradiciones tribales han conservado? ¿Con qué oportunidades han contado? ¿A qué han tenido que renunciar? ¿Por qué han decidido quedarse en su país cuando las demás se van? ¿Qué las mueve a seguir trabajando por las más vulnerables?

A menudo, las noticias que nos llegan sobre África y, concretamente, sobre las mujeres africanas son catastróficas: analfabetismo, violaciones, secuestros, asesinatos, matrimonios en la niñez o contra su voluntad, mutilación genital, trata, poligamia, maltrato… Normalmente, cuando hay una buena noticia sobre una mujer subsahariana —una reconocida poetisa o escritora, triunfadora en los negocios, activista de los derechos de la mujer, científica, pintora, o cineasta de renombre—, salvo raras excepciones, vive en Europa, Estados Unidos, Canadá o Australia.

En este libro, pues, he querido acercarme a estas historias extraordinarias: desde sus antepasados hasta su familia, pasando por su niñez y las costumbres de su etnia. Así, adentrándome en sus motivaciones, he descubierto que hay mujeres increíbles, inteligentes, preparadas, tolerantes, honestas y grandes profesionales, que han decidido quedarse en África, trabajar por su país y colaborar para que otras mujeres menos afortunadas puedan tener las mismas, o más, oportunidades.

Podría haber hablado también de otras mujeres africanas absolutamente “normales” —amas de casa, empleadas, tenderas, agricultoras, profesionales de la enseñanza, la comunicación, la sanidad, etc.— que también habrían encajado bien en el presente relato, pero he querido centrarme en estas que considero excepcionales.

Y ¿qué es lo que las hace “excepcionales”? No es porque pertenezcan a la élite del país —en algunos casos es así—, sino porque han tenido unos padres convencidos de que la mejor herencia que podían dejarles era la educación, sin distinción entre hijos e hijas, proporcionándoles las mismas oportunidades. Padres que, como afirma en su poema Teresa de Calcuta, les han enseñado a volar.

Además, he observado en ellas, fueran de la religión que fueran, una trascendente dimensión espiritual y una profunda humildad que, como decía san Juan Pablo II, les ha hecho conscientes de haber recibido todo lo que tienen y se han sentido así llamadas a ponerlo al servicio de los demás.

Por otro lado, a todas les une la seguridad de que la llave que abrirá las puertas del verdadero desarrollo en su continente es la educación en igualdad de niños y niñas; no en vano, la mayoría de sus iniciativas están enfocadas a la educación.

Sin ir más lejos, este es uno de los objetivos de la agenda 2030, o de la agenda 2063 para la transformación de África: «Solo en el momento en que se llegue a la escolarización de todos los pequeños —asegura la Dra. Duni Sawadogo, una de las principales científicas de Costa de Marfil— el subdesarrollo empezará a desaparecer».

También coinciden al afirmar que, para lograrlo necesitan la colaboración de Occidente. No una colaboración oficial en la que los medios se diluyen entre los despachos de tantas instituciones gubernamentales corrompidas, sino una colaboración directa con iniciativas dedicadas a la educación, promovidas y ejecutadas por los propios africanos.

A algunas las conozco desde hace años y he podido mantener largas conversaciones con ellas, a otras las he tratado brevemente cuando he visitado sus instituciones o como amigas de mis amigas. Después de escucharlas se borrará de nuestra menta la idea de que África es un continente sin solución.

Las he agrupado por países —colocados en orden alfabético— y he hecho una pequeña reseña histórica de cada país que nos permita situarlo en el mapa y abarcar sus dimensiones. Entre los datos que aporto de cada lugar he querido señalar la dimensión religiosa porque todas la mencionan como una parte importante de la vida de sus países.

Cuando empecé a escribir cayó en mis manos un libro inspirador titulado Mujeres brújula en un bosque de retos. En él, Isabel Sánchez, la autora, confiesa que lo que más le ha llamado la atención de esas mujeres que llama brújula, es comprobar cómo su aportación ha conseguido humanizar su entorno, dar a los problemas un rostro humano y encontrar soluciones en las que brilla el valor de cada persona.

Así son estás africanas que he tenido la dicha de conocer: auténticos faros que iluminan la vida de otras muchas mujeres.

CAMERÚN ÁFRICA EN MINIATURA

CAMERÚN ESTÁ DIVIDIDO en diez regiones. Dos de ellas, la del noroeste y la del suroeste, que hacen frontera con Nigeria, son de habla inglesa; en cambio, las otras ocho, en la parte central y oriental del país, son de habla francesa.

Esto tiene explicación en su historia reciente.

Camerún fue colonizado por el imperio alemán a finales del siglo xix, época en la que se produjo su máximo desarrollo. Los alemanes promovieron numerosas industrias y dotaron al país de hospitales, vías ferroviarias y carreteras. Lógicamente, en ese tiempo, el idioma oficial era el alemán.

Tras la derrota de la Primera Guerra Mundial, Camerún fue repartido entre Inglaterra y Francia, que se quedó con la mayor parte. Al llegar la independencia en 1961, también la parte inglesa se dividió: el suroeste del Camerún británico se reunificó con el Camerún francés que se había independizado un año antes, mientras que el Camerún británico del norte optó por unirse a Nigeria. Desde entonces, los idiomas oficiales del país son el francés y el inglés, aunque la mayoría de la población no habla ninguno de los dos, sino uno de los doscientos dialectos tribales de sus grupos étnicos. Eso sí: en Douala y Yaundé, las ciudades más importantes de la parte francesa, casi todos hablan este idioma, mientras que en Bamenda, capital de la zona norte inglesa, la mayoría domina los dos.

A todo esto, un dato curioso es que el país pertenece tanto a la Francofonía como a la Commonwealth.

Y una cosa más: a Camerún se la llama “África en miniatura”, por su diversidad geológica y cultural: posee playas, desiertos, montañas, selvas y sabanas, y el monte Camerún como punto más alto. Tiene una extensión similar a la de España, y la mitad de habitantes, unos 25 millones. Su expectativa de vida está en los 54,71 años. Los pigmeos Baka fueron sus primeros pobladores y es uno de los tres países —con Congo y Burundi— donde sobreviven tribus pigmeas.

Las dos regiones anglófonas son las más prósperas y urbanas de África occidental, con el 90 % de los niños escolarizados. Sin embargo, al ser una minoría, se han encontrado desatendidas desde la independencia. En 2016 aparecieron conatos independentistas, formados en un primer momento por grupos de profesores y abogados que protestaban de forma pacífica, pidiendo la adaptación de los respectivos textos de trabajo al inglés. Sin embargo, la radicalización de parte del movimiento dio lugar, a finales de 2017, a la formación de milicias, como las Fuerzas de Defensa de la Ambazonia (ADF), en el Sudoeste, que decidieron levantarse en armas y autoproclamar su propio Estado.

El conflicto en estas regiones, donde viven tres millones de personas, ha causado unos 3000 muertos según el International Crisis Group (ICG) y ha provocado más de 530 000 desplazados, según datos de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA). Por fin, en diciembre del 2019 se aprobó una ley que dota a esas regiones del noroeste y sudoeste de un régimen jurídico particular, con competencias especiales y cierto grado de autonomía.

En las regiones del norte, el absentismo escolar y el analfabetismo es altísimo, pero la atención que no se dedica a la educación escolar, se presta a la deportiva. Muestra de ello es que, aunque en Tokio no consiguieron medallas, en los tres anteriores juegos olímpicos, Camerún logró medallas de oro, como la de fútbol en Sídney.

El país es también famoso por sus estilos musicales autóctonos, como el makossa o bikutsi —un canto feminista—, que han popularizado intérpretes como Michael Jackson o Rihanna.

En Camerún perduran numerosas enfermedades endémicas como el dengue, la filariasis, la leishmaniasis, la malaria, la meningitis bacteriana, la esquistosomiasis y la enfermedad del sueño. Según cifras oficiales, el 5,7 % de la población está infectada de sida, aunque la cifra puede ser mayor ya que muchos casos no son notificados.

La fe predominante —dos tercios de la población— es el cristianismo, mientras que el islam, practicado sobre todo en el norte, es de una quinta parte. Las religiones tradicionales de cada tribu siguen teniendo una gran importancia, pero en general, existe un alto nivel de libertad religiosa, de diversidad y de tolerancia.

Uno de los mayores problemas de Camerún es la inestabilidad en el extremo norte del país, la región de Korala —una especie de apéndice, incrustado entre la república del Chad y Nigeria—, que es una de las zonas más conflictivas por las incursiones del grupo terrorista Boko Haram. Lo que se une a los problemas ocasionados por la sequía y los disturbios. Allí se encuentra el campo de refugiados de Minawao, en el que viven acinados alrededor de 60 000 nigerianos, desplazados por los terroristas, que ya ha matado a más de 37 500 personas y desplazado alrededor de 2,5 millones en la región del Lago Chad. Todo ello se ha visto agravado por las repercusiones del Covid-19 en la economía y en la salud.

En esta región el Gobierno está ausente y los poblados son gobernados por jefes y reyes tribales, incapaces de garantizar a la población una mínima educación y una vida digna. La única oportunidad de supervivencia se encuentra en el campo, aunque se trate de una agricultura arcaica de técnicas rudimentarias, condicionada por la falta de agua y de maquinaria.

Precisamente allí nuestra protagonista, la doctora Esther Tallah, apoya con la colaboración de Harambee ONGD una labor social para la formación de campesinos y la creación de una agricultura sostenible que proporcione seguridad alimentaria a la población.

ESTHER TALLAH, DE MÉDICO A EDUCADORA

Esther Tallah procede de Bamenda, la capital de la zona anglófona del nordeste de Camerún, una hermosa ciudad de población mayoritariamente joven.

En Bamenda hay una colina, llamada Upstation, donde se encuentran las oficinas gubernamentales y las viviendas de funcionarios y miembros del gobierno. La ciudad, donde vive el resto de la gente, se extiende a los pies de esa colina. El resultado de todo esto es un paisaje precioso y pintoresco, con cascadas que descienden por el cerro, amplificadoras de la belleza del entorno.

Ahí nació y ahí ha vivido toda la vida Esther con su familia: ella, la pequeña —con su hermana gemela— de nueve hermanos, y su madre Sabina Tallah.

Linus Ngubi, el padre, murió cuando ellas eran bebés. Procedente de Nkim, en la región de Banso, se mudó a Bamenda cuando consiguió el puesto de funcionario. Su trabajo lo llevó a la cercana región de Okú, que se extiende por unas treinta y seis localidades. Ahí, en el poblado de Keyon, en la división de Bui, es donde conoció a Sabina Yafón, una princesa okú de la que se enamoró.

Sabina, hija del «rey» de la región, era una joven «princesa», bella y educada, que hablaba inglés y okú. Practicaba la religión tradicional de culto a los antepasados, pero, como su prometido era católico y querían casarse por la Iglesia, antes de la boda se trasladó a la capital para recibir catecismo. Quedó deslumbrada por la nueva religión y ese fue el fundamento de su firme práctica cristiana. Desde entonces se levantaba al amanecer para ir temprano a misa en una iglesia a unos dos kilómetros de distancia. Ella y su marido fueron miembros fundadores de la parroquia, que contaba con una escuela primaria a la que iban los más jóvenes de la familia. Cuando murieron fueron enterrados allí.

Crecí creyendo que no tenía padre

Al morir Linus, Sabina estaba esperando su décimo hijo, que, malogrado por el trauma que sufrió al perder a su marido, no llegó a nacer. Hasta entonces ella se había dedicado a la atención de sus numerosos hijos y a su papel de ama de casa y, de repente, se encontró sola.

Esther era muy pequeña, y no fue consciente del drama familiar, ni del trabajo que supuso para su madre seguir con los planes que habían trazado.

Su padre era un buen hombre, adelantado a su tiempo y a su ambiente, que creía firmemente en la igualdad y quería que todos sus hijos e hijas fueran a la universidad.

En un momento determinado, el Gobierno quiso darle un ascenso y trasladarlo a la ciudad de Mamfe, en la Región Sudoeste. Él pensó que no era prudente moverse con toda su familia a un lugar de alta mortalidad por la malaria. Por esto, renunció a su cargo y empezó a trabajar como profesor en su ciudad. De este modo, pudo pasar más tiempo con sus hijos, los llevaba al colegio y comía con ellos.

Las hermanas mayores recuerdan que, cuando él las llevaba cogidas de la mano, la gente los miraba, porque era algo poco común: lo normal era caminar delante de las mujeres y los niños.

Su repentina muerte —tenía alrededor de 40 años— fue muy traumática para toda la familia. Hasta el punto de que no se podía hablar de él en casa: «Mi madre lo prohibió —cuenta Esther—, porque no soportaba el dolor. Nadie se atrevió a mencionarlo más».

Como entonces Esther era muy pequeña, creció pensando que nunca había tenido un padre y consideraba normal que algunas familias tuvieran padre y otras no, como en su caso. «De hecho, hasta que no fui adolescente no supe lo que realmente había sucedido y, desde ese momento me sentí atraída por la muerte: ‘Si mi padre está muerto —me decía—, la muerte y los muertos están cerca de mí».

Madre, referente del barrio

A medida que Esther y sus hermanos crecían, se fueron dando cuenta de la categoría de su madre: del respeto que le tenía la gente y de la influencia que ejercía en su ambiente; no solo por su condición real, sino también por su buen juicio. De hecho, a menudo, cuando dos o más tenían disputas o desacuerdos, acudían a ella, seguros de que iba a escucharlos atentamente y proporcionarles una salida. Efectivamente, ella atendía a ambas partes, y proponía una solución que todos acataban. También aconsejaba a los padres sobre la educación de los hijos e incluso brindaba orientación a los jóvenes cuando tomaban caminos equivocados.

Esther recuerda una ocasión, cuando ella era muy joven, que la dejó un tanto desconcertada, ya que su madre parecía defender a alguien que no lo merecía.

Se corrió la voz de que una de las hijas de una buena amiga de su madre había sido vista entrando en la casa de un hombre soltero, cuando él estaba solo, cerrando la puerta tras ella. La madre de la chica movilizó a sus amigas y vecinas, que con palos se dirigieron hacia la casa, para rescatar a la chica. Golpearon la puerta principal, a gritos. El chico, asustado, abrió la puerta, pero no encontraron a nadie en la casa. Algunas insinuaron que la chica podría haber saltado por la ventana trasera. Fuera verdad o no, el escándalo ya la había marcado con la deshonra. «Mi madre habló con todas ellas para que no estigmatizaran a la joven, haciéndoles comprender que la chica no estaba en la casa y podía tratarse de un error. La madre también reconoció que se había precipitado».

Tampoco se dejaba llevar por «el qué dirán», como cuando nacieron Esther y su hermana: en Camerún existen unos ritos de brujería que la tradición exige cuando se tienen hijos gemelos. Un día, las vecinas se acercaron para recordárselo, pero Sabina, sin ningún tipo de rodeo, les contestó que nada de aquello estaba en la doctrina cristiana, que era la que ella seguía.

Y no hubo ritos.

Vocación profesional temprana

Con el tiempo, Esther llegó a comprender la suerte de haber tenido un padre que se hubiera preocupado tanto por su educación, y que hubiera sabido transmitir ese interés a su madre y hermanos mayores.

Todos ellos le ayudaron a costear —a través de becas o personalmente— la enseñanza secundaria y la carrera de Medicina. Al terminar brillantemente, el gobierno de Alemania le concedió una beca para estudiar en Berlín, donde pudo especializarse en Pediatría: «Mi historia es la prueba de que, si a las niñas de Camerún se les da una oportunidad, pueden llegar lejos».

Así es.

Su primer contacto con el mundo sanitario se produjo cuando la enfermera del colegio de secundaria le pidió que le ayudara en algunas tareas, pero decidió hacer Medicina cuando comprendió que los médicos curaban a la gente, lo que le llevó a pensar que, tal vez con un médico cerca, su padre se podría haber salvado.

Le habían contado que su padre murió a principios de la década de 1960. Un día tuvo un desmayo, lo llevaron al hospital, y murió poco después, probablemente de un ataque al corazón, un aneurisma o un derrame cerebral. «Fue muy difícil para mi madre. Luchó mucho y nos mantuvo a todos sanos. Y siguió impulsando nuestra educación con la ayuda de tíos, primos y de mis hermanas mayores».

«Así, la mayor se graduó en la escuela secundaria y, en lugar de ir a la universidad, hizo unas oposiciones para funcionaria. Al aprobarlas, comenzó a trabajar, de modo que pudo ayudar a mi madre y asegurar la educación del resto de la familia. Yo pude estudiar gracias a ella. Para mí fue como una segunda madre y siempre le estaré muy agradecida por su generosidad».

Estudiar casada y con hijos

A su futuro esposo lo conoció en una boda en Bamenda, cuando estudiaba el curso preuniversitario. No había pensado en tener novio y menos aún en casarse. Pero el amor no sabe de tiempos, y las cosas cambiaron tras conocerle. Se enamoraron profundamente y decidieron contraer matrimonio. Justo un año después, la boda se celebró en la catedral metropolitana, donde se habían visto por primera vez.

Ahora bien, Esther tenía que estudiar y ese tiempo de noviazgo le distrajo bastante. Tanto fue así que estuvo a punto de suspender los exámenes de último año. Sin embargo, supo reaccionar a tiempo y se puso a recuperar las horas perdidas hasta lograr la mejor calificación para el ingreso en la Facultad de Medicina de la Universidad de Yaundé: «Siempre recordaré la alegría de mi esposo cuando le anuncié que me habían aceptado». Fue uno de los días más felices para ella y su familia, a pesar de lo que implicaba: «Ya teníamos nuestro primer hijo y mi esposo acababa de ser trasladado de Yaundé a Bafoussam, a tres horas en coche. Durante tres años tuvimos que vivir separados. Mi hijo mayor vivió temporadas con su padre, con mi suegra y finalmente conmigo en Yaundé, mientras yo seguía estudiando. Tuve mis dos primeros hijos mientras estaba en la Facultad. El tercero llegó poco después de terminar la carrera».

En la universidad hizo grandes amigos y tuvo muy buenos compañeros, de los que conserva un gran recuerdo. Aun hoy, se sorprende cuando se encuentra con algunos y le agradecen su ayuda, en la Facultad o en las prácticas en los hospitales, algo de lo que no era consciente: «Me di cuenta de que mis colegas tenían confianza en mí porque a menudo me pedían opinión sobre sus casos más difíciles. Y siempre he recibido pacientes que venían desde lugares lejanos, recomendados por ellos».

Especialización en Alemania

Después de dos años de prácticas como médico interno en el hospital central de Yaundé, Esther se matriculó de nuevo en la Facultad de Medicina para especializarse en Pediatría. Allí solicitó una beca del Deutch Academisch Austauche Dienst (DAAD), y pudo seguir su especialización en la Frei Universitat de Berlín, como residente en Pediatría, después de aprobar un curso de alemán de seis meses, en Bremen.

«Durante mis dos años de estancia en Alemania, disfruté mucho, trabajando con colegas en las unidades de Pediatría. A menudo me designaban para acompañar a los niños enfermos a un hospital lejano para hacerles pruebas médicas que no se ofrecían en la Kaiserine August Victoria Haus Kinderclinik, donde yo trabajaba. Era un hospital mucho mayor y me encantaba ir».

Lo que más le impresionó en su nuevo país fue ver los pocos niños que se atendían en el hospital, en comparación con los que veía en los hospitales de Camerún. «¡Daba la impresión de que los niños alemanes casi nunca se ponían enfermos!».

También le llamaba la atención la cantidad de pruebas e investigaciones que se efectuaban a cada niño ingresado en el hospital, para lograr realizar un diagnóstico certero, algo impensable en Camerún: «¡Todo me parecía un lujo!».

Lujo en el número de pacientes atendidos en las consultas externas y el tiempo que se les dedicaba, lujo en la cantidad de costosas pruebas diagnósticas, lujo en la capacidad de realizar un diagnóstico personal…; y, sobre todo, lujo en las instalaciones.

«Aprendí mucho, trabajando allí, tanto del personal ordinario, como de los profesores a cargo de las diferentes unidades. Sin embargo, nunca se me ocurrió, ni por un instante, que podría quedarme en Alemania para hacer carrera. Mi aspiración era volver junto a mi familia y mejorar la situación de salud en Camerún».

Ante las numerosas oportunidades de crecer profesionalmente en Occidente, Esther siempre ha puesto por delante su familia y su país. En una ocasión, estando en Washington, un colega de su marido le animó a presentar su currículo al Banco Mundial, donde estaban reclutando a algunos médicos. La aceptaron inmediatamente. Ella pensaba que su marido querría ir a vivir a Washington, con la familia, y le pareció una oportunidad extraordinaria. No obstante, cuando le dijeron que solo se trataba de un trabajo temporal para ella y que, por lo tanto, la familia seguiría en Camerún, lo rechazó. No estaba dispuesta a volver a vivir separados, como les había ocurrido de recién casados.

Morir por falta de atención

Según el informe mundial sobre la maternidad, una de cada diez mujeres en África subsahariana muere de hemorragia posparto, en el mismo momento en que nace su hijo. Y uno de cada nueve niños que nacen muere antes de cumplir un año. Con todo, sólo un 6 % de los partos son atendidos por personal cualificado.

Después de dirigir durante años el servicio de Pediatría del Hôpital Jamot de Yaundé, la Dra. Tallah fue nombrada responsable en Camerún del área de salud del Plan Internacional para la salud materno-infantil. Con él se pusieron en marcha, entre 1998 y 2007, una serie de programas dirigidos a la protección de la salud de las madres embarazadas y de los niños recién nacidos.

Al trabajar para este plan, pudo descubrir que muchas mujeres no confiaban en los hospitales. Daban a luz en casa, asistidas por parteras tradicionales que no contaban con los conocimientos necesarios y no guardaban las imprescindibles medidas de higiene.

Por ello, decidió enfocar su trabajo en la formación de las parteras y los brujos de las comunidades, para que comprendieran los posibles problemas de un parto y estuvieran preparados. Y para hacerles confiar en el personal sanitario de la zona. Comenzaba las sesiones de capacitación escuchándolos, para conocer cómo se enfrentaban a los partos y su forma de atender a la madre y al niño. Luego les corregía lo que no hacían bien y las prácticas peligrosas que podían ocasionar la muerte de los bebés o de las madres. También les insistía en que animaran a las mujeres acudir al hospital para consultas prenatales desde el comienzo del embarazo y para dar a luz, sobre todo cuando se preveía un parto difícil.

Gracias a eso, aumentaran de forma considerable los partos en hospitales y disminuyó en gran proporción la muerte de mujeres y niños recién nacidos.

«Una señora —relata Esther— se había empeñado en dar a luz en su casa. Después de estar de parto toda la noche, al amanecer, la partera pidió ayuda a toda la comunidad y entre todos consiguieron llevarla al hospital. Tan pronto como llegó, la madre murió, pero el bebé nació sano. Esa misma mujer ya había estado a punto de morir anteriormente en una situación similar, y su bebé había nacido muerto. Todos se dieron cuenta de que, si hubiera llegado un poco antes al hospital, también ella habría salvado su vida».

Son situaciones muy duras, a veces. Y todo por no confiar en la medicina.

«En mi vida profesional, lo que mayor frustración me ha producido es ver a niños que, por enfermedades comunes de la infancia, como desnutrición, malaria, diarrea, infecciones respiratorias o incluso sida, han terminado muriendo al llegar tarde en el diagnóstico o porque no se pusieron en práctica las medidas de prevención».

Hay que tener en cuenta que, además, en las aldeas no existen las tiendas de alimentación, tan normales en nuestro entorno. O agua. Ahí, cada familia usa los productos que tiene a mano. Por esto, es muy importante enseñar a las madres a alimentar a sus hijos con lo que tienen a su alcance, para evitar la desnutrición, y prevenirles ante los alimentos en mal estado o contaminados por agua infectada. «En más de una ocasión, los jefes de las aldeas nos felicitaban, al ver que niños gravemente desnutridos, prácticamente condenados a morir, pasaban a tener un aspecto completamente saludable, tras las dietas equilibradas que les habíamos aconsejado».

Me confiesa que embarcarse en la Plan Internacional fue una decisión muy difícil, pues estaba encantada con su trabajo en el hospital Jamot, donde tenía contacto todos los días con las madres y los niños. Lo que le animó a ponerlo en marcha en Camerún fue su confianza en que así se evitaría la muerte de muchos niños.

La recuperación de niños que los brujos de la aldea habían desahuciado, hizo cambiar las costumbres y tradiciones y las madres más escépticas comenzaron a imitar el ejemplo de las que habían seguido el programa y tenían hijos más sanos.

El plan del Plan Internacional

El objetivo que perseguía era muy ambicioso, pero lo dividió en distintos frentes:

—Contra la desnutrición: buscó desechar prácticas erróneas y prejuicios infundados, como el de pensar que el calostro que la madre tiene, nada más dar a luz, es leche mala que hay que tirar, cuando en realidad es muy conveniente y constituye la primera vacuna del bebé.

—Contra la malaria: prevenir, con el uso de mosquiteras tratadas con insecticida de larga duración, el diagnóstico temprano y el inicio del tratamiento dentro de las 24 horas tras el inicio de los síntomas.

—Contra la diarrea: bastaba algo tan sencillo como elaborar soluciones caseras de hidratación oral y lavarse las manos con regularidad. Esta práctica, que se hizo costumbre, también ha ayudado en la prevención de la covid-19.

—Vacunación: mediante un calendario para la vacunación sistemática de todos los niños y la ampliación de las campañas de vacunación contra enfermedades endémicas como el sarampión.

—Contra las infecciones respiratorias: enseñar a tratar los síntomas con soluciones salinas y a descubrir su agravamiento cuando aparece la fiebre o se aceleraba la respiración.

—Contra el Sida: se fomentaron las consultas prenatales para aplicar protocolos preventivos que impidieran la transmisión de la enfermedad durante el parto o la lactancia.

La malaria

A partir de 2007, Esther se embarcó en una nueva aventura profesional: contra la malaria (también llamada paludismo), como directora del MC-CCAM (Malaria Consortium-Camerún Coalición contra la Malaria), una organización comprometida en la reducción y eventual eliminación de esta enfermedad en Camerún y otros países de África subsahariana.

Según la OMS, casi la mitad de la población mundial está expuesta a la malaria, pero es en África Subsahariana donde se concentra el 95 % de los casos y el 96 % de las muertes. Solo en 2020 se produjeron 241 millones de casos y 627 000 muertes por esta enfermedad. Catorce millones de casos y 69 000 muertes más que en 2019. Se atribuye este aumento a interrumpir la prevención, diagnóstico y tratamiento de la enfermedad por la pandemia de covid. También la OMS afirma que 80 % de los decesos por paludismo se produjeron en niños menores de 5 años.

Actualmente sigue siendo la primera causa de muerte también entre las embarazadas africanas, muchas de las cuales fallecen al dar a luz. Cuando una mujer embarazada tiene malaria, y por tanto anemia, se multiplican las posibilidades de sufrir una hemorragia durante el parto y de morir. Y es terrible con los niños. Según la OMS, es la causante de cuatro de cada diez muertes infantiles.

Después de dirigir la Coalición durante años, la Dra. Tallah asegura que, aunque es un virus mucho más asesino que el zika, el ébola, la covid y la tuberculosis juntos, se podría erradicar, si se le prestara mayor atención y más dinero.

Y eso que sabemos perfectamente de dónde viene: de la picadura del mosquito hembra Anopheles, que pica por las noches, normalmente entre las 22:00 h y las 2:00.

«En los años 50, la malaria era bastante común en Europa, y ahora está erradicada. Hoy, en mi país, cada dos minutos muere un niño, a causa de esta enfermedad. Si se puede acabar con ella, ¿por qué no podríamos, también, nosotros erradicarla?».

¿Qué es lo que hace falta?

«Como en todo, educación, —dice la Dra. Tallah con seguridad, y después de una breve pausa, continúa— si el 80 % de la población utilizara mosquiteras, si estas se renovaran cada tres años, si se hicieran campañas de fumigación en las zonas donde la malaria es estacional, si las mujeres embarazadas y los niños menores de cinco años en esas zonas recibieran tratamiento farmacológico preventivo y si se acudiera al hospital, podría erradicarse. Parecen muchos condicionales, pero son fáciles de cumplir y los resultados se verían inmediatamente. En cinco o diez años se habría erradicado la enfermedad».

Porque, claro: la cuestión estriba, siempre, en la falta de formación más allá de la referida a la enfermedad: «En la campaña de 2011, por ejemplo, distribuimos mosquiteras para el 90 % de la población, pero pronto comprobamos que no las usaba ni el 60 %. Es más, los jefes de algunos poblados se las quedaban todas para ellos y algunas familias que las recibían, no sabían cómo colocarlas, ni para qué servían».

En lo que se refiere a la enfermedad dice que «es necesario enseñar a reconocer su inicio, para acudir rápidamente al hospital ante la más mínima sospecha: sin esperar a que haya complicaciones”.

«Ten en cuenta —sigue contando— que detectar la malaria es tan simple como analizar una gota de sangre. Y sin embargo más de medio millón de personas mueren cada año en África por ese motivo».

En España hubo brotes de malaria tras la Guerra Civil, pero se erradicó en los años 40. En Italia no desapareció hasta los años 80. El mundo no tomó conciencia del problema en África hasta el año 2000, en parte, gracias a que el ghanés Kofi Annan llegó a la secretaría general de la ONU. Aunque Tallah piensa que no sólo a él: «Creo que el gran impulsor fue el presidente Bush, quien logró que se implicara el Banco Mundial. Entonces se creó la Fundación de la Lucha Internacional contra la Malaria, a la que todos los países contribuyen económicamente. Con el paso del tiempo, nos hemos dado cuenta de que la ayuda internacional no es suficiente si no hay una verdadera implicación de cada país. La meta es conseguir un mayor equilibrio entre la ayuda internacional y el compromiso interno».

Un gran avance ha sido, sin duda, la reciente aprobación, por parte de la OMS (en octubre de 2021) de la primera vacuna efectiva para combatir el paludismo, de la farmacéutica británica Glaxo. «Es un hecho histórico porque se trata de una vacuna diseñada para ayudar a defenderse del parásito, tan pronto como entra en el torrente sanguíneo de la persona infectada, estimulando las células del sistema inmune para desarrollar anticuerpos que permanezcan en la sangre. Es la forma de reducir futuras invasiones de parásitos, y de atacar las formas hepáticas infectadas con el fin de limitar la capacidad del parásito de madurar y reproducirse».

Después, no se puede bajar la guardia ya que, como comenta Esther, no basta con erradicarla: «Es muy importante que todos los países en los que la malaria es endémica se muevan al mismo paso. Si no es así, los que se queden atrás infectarán de nuevo a los demás. Es algo que todos hemos visto con el coronavirus».

El sida

El gran campo de batalla de la Dra. Tallah ha sido —y es— la malaria. Pero no se agota ahí su trabajo. De hecho, si uno busca su nombre en Internet, la podemos ver en numerosas fotos con Carla Bruni, mujer del entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, «las fotos de cuando formaba parte del Consejo Ejecutivo de UNITAID, un programa de lucha contra el Sida, que fue patrocinado por la primera dama de Francia: se implicó de lleno».

En UNITAID se creó un protocolo para la prevención de la transmisión del Sida de la madre embarazada al hijo y, hoy, es un protocolo seguido por numerosos hospitales de toda África.

«Aún queda mucho trabajo por hacer», asegura. Y no es para menos: según ONUSida, en Camerún la enfermedad se ha duplicado en los últimos años y, actualmente, cinco de cada cien habitantes están infectados. A ello se ha unido la pandemia del coronavirus, que, «al principio se extendió más en Camerún que en otros países, pero con las medidas adoptadas por el gobierno pudo controlarse, de modo que solo hubo una ola, un año después, en abril de 2021. Los fallecidos en todo ese tiempo no han llegado a mil».