No hay país - Xuan Cándano - E-Book

No hay país E-Book

Xuan Cándano

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Beschreibung

Entre la muerte de Franco y la descarbonización transcurre la historia reciente de Asturias. Entre Rafael Fernández, el primer presidente del Gobierno preautónomico, y Rodrigo Cuevas, el músico y agitador cultural de liguero y montera, se concentra el último medio siglo de esta tierra. Asturias recuperó su vida democrática coincidiendo con el regreso de Rafael Fernández, antiguo miembro del Consejo Soberano de Asturias y León que partió al exilio en 1937. A su llegada, Fernández se encontró una tierra con una industria pesada aún relevante y una leyenda de resistencia bajo el franquismo. En el 2018 la minería echó el cierre y ahora las principales leyendas son las urbanas, abocadas a la emigración. Entre tanto, cuatro décadas largas de ensayos y errores en las que Asturias no parece haber encontrado una nueva identidad tras el desplome del movimiento obrero que la vertebraba. El periodista Xuan Cándano se propuso llenar un incomprensible vacío ensayístico acerca del devenir de este pequeño rincón del Atlántico y el resultado es No hay país. Crónica política (y sentimental) de Asturias (1975-2022). Un riguroso acercamiento al pasado inmediato de nuestra tierra para el que ha entrevistado a más de un centenar de sus protagonistas y consultado de manera exhaustiva las fuentes documentales.

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NO HAY PAÍS

CRÓNICA POLÍTICA (Y SENTIMENTAL) DE ASTURIAS(1975-2022)

XUAN CÁNDANO

NO HAY PAÍS

CRÓNICA POLÍTICA (Y SENTIMENTAL)DE ASTURIAS (1975-2022)

PRÓLOGO DE ÁNGELES CASO

MECANOCLASTIA, 13

Primera edición en Hoja de Lata: noviembre del 2022

Director de la colección Mecanoclastia: David Becerra Mayor

© Xuan Cándano, 2022

© del prólogo: Ángeles Caso, 2022

© de la imagen de la portada: Iago Martínez Serantes, 2022

© de la fotografía de la solapa: Iván García Fernández, 2022

© de la presente edición: Hoja de Lata Editorial S. L., 2022

© de las imágenes del collage de la portada:

«Tenemos que ser optimistas», Javier Bauluz

«Mujer en movilización por el caso La Manada», Imanol Rimada

«Bable a la escuela», Archivo Conceyu Bable

«Rodrigo Cuevas», Yoye

Hoja de Lata Editorial S. L.

Avda. Galicia, 21, 4.º E, 33212 Xixón, Asturies [España]

[email protected] / www.hojadelata.net

Diseño de la colección: Trabayadores culturales Glayíu

Corrección: Olaya González Dopazo

ISBN: 978-84-18918-48-3

Producción del ePub: booqlab

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo las excepciones previstas por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

A Luis Arias Argüelles-Meres (Lanio, 1957-2021), profesor y escritor, en libros y periódicos.

Buen amigo y colaborador en aventuras y proyectos, como este libro, del que iba a ser el autor. Finalmente, por la muerte prematura y dolorosa de Luis, lo fue quien iba a ser el prologuista.

ÍNDICE

PRÓLOGO. El grid y la borrina

NOTA DEL AUTOR

El día de la muerte de FRANCO

1. Vuelve Rafael Fernández

2. Las elecciones del 77

3. Aparece el asturianismo político

4. Tarradielles era un mandao

5. Las broncas internas de conservadores y comunistas

6. Un confidente se hace con el PSOE

7. Los asaltos del nacionalismo asturiano

8. El felipismo

9. Susto y resaca del 23-F

10. El desencanto y la autonomía

11. La dignidad de Gerardo Iglesias

12. La patada a Rafael Fernández

13. Un poeta en la presidencia de Asturias

14. El poder mediático y La Nueva España

15. La Fundación, Asturias y la monarquía

16. Alarcos, Bueno y la inteligencia asturiana

17. Juan Cueto, un genio glocal

18. La Facultad de Económicas, escuela de formación de cuadros

19. Mujeres mineras y feminismo

20. El Castillo de Salas y la Asturias negra

21. El Petromocho, comedia local asturiana

22. Trevín, el no alineado del Oriente

23. El cainismo de la derecha asturiana

24. El fracaso del asturianismo político

25. El arecismo, grandeza y miseria

26. El gabinismo, éxitos e impunidades

27. Cascos vuelve a estrellar a la derecha

28. A Javier Fernández no le gusta la política

29. Villa y el fin del movimiento obrero

30. Adrián Barbón, la FSA se hace asturianista

Un EPÍLOGO nada wagneriano

AGRADECIMIENTOS

BIBLIOGRAFÍA

Vosotros, que sois tierra

y truena y clarión,

seréis aire y lluz

d’un tiempu meyor.

Y namás por vosotros

caltengo la fe

nun tiempu meyor.

Del cantar Un tiempu meyor,

Llan de Cubel (1999),

letra de Fernando Álvarez-Balbuena.

PRÓLOGO

EL GRID Y LA BORRINA

Un grid. Eso es este libro, un gran grid, ya saben a qué me refiero, uno de esos mosaicos con centenares de caras que a veces alguien se toma el tiempo de montar, con paciencia infinita, para que el resto lo disfrutemos en nuestras pantallas.

Es lo que ha creado Xuan Cándano en No hay país. Hace muchos años que Xuan ejerce el periodismo en Asturias. Y siempre lo ha hecho como se supone que deben hacerlo los buenos periodistas: observa con una mirada lúcida todo lo que ocurre, conoce a fondo a los protagonistas, sabe de quién se puede fiar y de quién no, analiza las situaciones, ata cabos de esos que a veces resultan a simple vista invisibles, y después lo cuenta todo sin tapujos, con rigor, con sentido crítico y con el mayor de los compromisos que debe mantener un periodista, el respeto a la verdad.

Con esas cualidades más activas que nunca —y con una memoria ordenada y sistemática—, Xuan Cándano ha recogido en este libro los recuerdos de las palabras y acciones de un montón de hombres que han protagonizado la historia pública de Asturias desde 1975. He escrito a propósito lo de «un montón de hombres». No es que confunda hombre con ser humano, sino que las cosas son así: de una manera abrumadoramente mayoritaria, este es un rompecabezas de varones poderosos. Durante muchos años —todo ese periodo que hemos dado en llamar la Transición y aun después—, nosotras apenas estábamos. No nos querían en las fotos, ni en los despachos, ni en esas juergas que algunos se permitieron correrse a costa del dinero y los asuntos públicos, como cuenta Xuan que ocurrió durante un viaje de políticos y empresarios asturianos a Cuba (y seguro que no fue la única vez). No nos dejaron formar parte de todo eso.

Para que no parezca que hago un discurso tópico —pataleta de feminista sin razón ni razones—, acudo a los números, que lo explican muy bien: si repasan ustedes la lista de presidentes del Principado de Asturias, desde su comienzo en 1982 hasta ahora ha habido tan solo hombres, nueve a lo largo de quince legislaturas. Si descendemos en el escalafón, la nómina de las consejerías empieza a ser un poco más animada, aunque sin pasarse: de un total de 143 personas que han ocupado esos cargos en las sucesivas legislaturas, 43 han sido mujeres. Solo un 30 %. Para colmo, esa llegada de cerebros femeninos a los despachos del Gobierno del Principado se hizo con cuentagotas y más bien tarde: ni Rafael Fernández, el primer presidente de la autonomía, ni Pedro de Silva en su primera legislatura nombraron a ninguna mujer para sus ejecutivos. Cero. Como recuerda Xuan Cándano, hubo que esperar hasta 1987, durante el segundo mandato de De Silva, para que dos señoras obtuvieran esas responsabilidades. Fueron Paz Fernández Felgueroso, nombrada consejera de Industria, Comercio y Turismo, y Pilar Alonso, consejera de Juventud. Habría que esperar otros dieciséis años más —¡dieciséis!—, hasta el segundo Gobierno de Vicente Álvarez Areces en 2003, para que el ejecutivo de Asturias se acercase a la igualdad, con sus cuatro consejeras trabajando al lado de seis consejeros.

Claro que en el poder legislativo las cosas tampoco han sido muy diferentes. La Primera Junta General del Principado de Asturias, constituida el 6 de marzo de 1982, nos ofreció la visión de solo siete mujeres sentándose entre los setenta y dos diputados, una del PSOE, otra de Alianza Popular, dos en representación de UCD y otras tres por el Partido Comunista de Asturias. Un exiguo 9,7 %. Espero que nadie diga eso de que «bueno, es que en aquellos tiempos las mujeres no estaban en política», porque no es verdad. En aquellos tiempos, junto a los compañeros que trataban de construir un nuevo Estado —tanto desde la izquierda como desde la derecha democrática—, había muchísimas mujeres bien preparadas, alejadas del estereotipo femenino impuesto a sus madres y deseosas de participar igual que los hombres en la nueva sociedad. Su ausencia en las listas no responde a la falta de implicación de las asturianas en la actividad política en esas fechas, ni muchísimo menos a sus capacidades, sino a la milenaria obsesión masculina por mantener el control en todos los ámbitos del poder, excluyendo al género femenino.

Cuando escribo este texto, a finales de 2022, las cosas han mejorado notablemente, pero las cifras siguen siendo insuficientes: de entre los cuarenta y cinco diputados de la Junta actual, las mujeres suponen un 42,2 % —diecinueve en total—, sin haber alcanzado todavía ese equilibrio del 50 % de mujeres y hombres, más o menos, que componen la población. En el Gobierno sí que hay, por fin, plena paridad: cinco consejeras y cinco consejeros, aunque tanto el presidente, Adrián Barbón, como su vicepresidente, Juan Cofiño, son obviamente señores.

Nada muy diferente de lo que ocurre en el resto del país y del mundo, por otra parte. Incluso mejor que en otros muchos lugares, seguro. Pero siempre cabe preguntarse si las cosas de Asturias hubiesen sido de otra manera si en vez de tantu paisanu hubiera habido por ahí más muyeres y les hubiesen permitido hacer las cosas de otra manera o, aun mejor, hacer otras cosas diferentes. (Pregunta tan pertinente respecto a nuestra tierra, por cierto, como a la mayor parte del planeta, al menos desde el Neolítico hasta ahora).

Vuelvo al grid casi totalmente masculino que ha montado Xuan Cándano en este libro, con sus nombres, apellidos y cargos, muchos cargos. En este mosaico de caras aparecen políticos, militantes, activistas, periodistas, medios de comunicación —personajes también ellos, y no de los menores—, intelectuales, sindicalistas y hasta arzobispos: todos los que han tenido voz propia en las últimas décadas, desde la muerte de Franco. Son tantos, tan visibles, tan bien identificados, que parece que estén ahí todos juntos, asomados a nuestro ordenador, bien pegados los unos a los otros, tomando decisiones para sí mismos y para los demás, gritando en ocasiones a voz en cuello y otras susurrando en las sombras.

Mientras voy leyendo el libro, voy viendo cómo aparecen uno a uno en mi pantalla, muchos de ellos con aspecto satisfecho, algunos incluso muy solemnes. Pero no están quietos, no. Fíjense bien: por más que luzcan traje y corbata y peinados despejados, la mayor parte de ellos se salen de su propio marco para invadir el marco del de al lado o el de más allá, arriba o abajo, a la izquierda o a la derecha. Se pueden ver puños lanzados con ira, cuchillos volando, zancadillas, llaves de judo, balas con o sin objetivo, patadas bajo la mesa y hasta granadas de mano, de las que a veces le explotan al que las lleva…

Es una visión fea y desoladora, la verdad. Un espectáculo que deja en la boca un sabor bastante amargo. El relato de un país-que-no-es-país, como lo llama Xuan Cándano, una tierra hermosísima sobre la que algún dios burlón debió de echar una maldición: tus suelos serán fértiles, tus aguas ricas, tu paisaje bello, tus gentes nobles y enteras, pero tus sultanes y visires andarán casi todos —insisto en ese «casi»— a lo suyo mientras la borrina cae sobre ti…

¿Qué es «lo suyo»? Creo que Xuan Cándano lo deja bastante claro: a veces la ambición, otras la codicia, la incapacidad, la envidia, la vanidad —hay por ahí tanta vanidad que ni cabe en la pantalla—, los celos, la hipocresía, la ignorancia, el papanatismo y otros muchos vicios humanos. Humanísimos, sí, pero muy penosos cuando se hacen tan visibles porque los padecen sin ningún autocontrol gentes de quienes depende la suerte de los otros. A ratos, este libro podría ser el argumento de un gran guion de García-Berlanga y Rafael Azcona. Solo que da menos risa, porque sabemos que fue verdad, y al final es una historia en la que abundan las mezquindades, la corrupción, la incompetencia y algo que a menudo es todavía más triste, la complicidad de todos aquellos —y aquellas— que vieron lo que estaba ocurriendo y miraron hacia otro lado, haciéndose los tontos por intereses tan diversos y a veces tan innobles como los de los propios protagonistas.

Hay luces, por supuesto que también hay luces. Relámpagos luminosos a lo largo de los años, unos con más duración y profundidad que otros. Xuan señala alguno fundamental, como la creación de una sanidad pública fuerte (aunque la pandemia de la covid la haya vuelto en estos momentos temblorosa), una red sanitaria de la que enorgullecerse, modelo envidiado en otras muchas comunidades. Y bien que lo sabemos quienes hemos pasado mucho tiempo fuera, en Madrid, pongo por caso.

Hay intelectuales y periodistas respetables —no todas ni todos tan respetados como se merecen—, políticos sensatos, arzobispos valientes, militantes solidarios y gentes de buen corazón, grandes intenciones y neuronas bien entrenadas. Pero de los recuadros en los que se agitan los otros, los de las zancadillas y las meteduras de pata, surge sin parar una niebla constante que lo inunda todo. La borrina esa tan nuestra, que emborrona el grid. Mientras lanzan sus cuchillos, sus puñetazos y sus granadas que autoexplotan, muchos de los rostros van deformándose bajo la nube, y al final lo que queda es un ojo derecho por aquí, un trozo de boca por allá, una oreja —probablemente sin oído— por acullá y un dedo corazón gordo alzándose por el otro lado… (En realidad, de esos hay varios). Igual que en un collage dadá de Hannah Höch, pero sin su gracia.

Y, detrás de todo eso, las cenizas. Las del movimiento obrero, quemado a conciencia en esa fogata luciferina que encendió y atizó José Ángel Fernández Villa, uno de los protagonistas de este libro, y que resqueman especialmente en este rincón del mundo. Las de quienes confiaron en lo que estaba por llegar en el 75, las de las gentes que se habían jugado la vida y la libertad para que eso llegase, las de las personas honradas y currantes que han perdido la esperanza, las de todas y todos los ausentes a la fuerza, obligados a irse para sobrevivir… El desencanto, como dice Xuan Cándano: «Hubo desencanto porque previamente había habido encanto». ¿Dónde habrá ido a parar todo aquello, el encanto, aquella alegría de vivir, y pensar, y confiar, y crear y creer?

Puede que Xuan Cándano y yo —que compartimos año de nacimiento y muchas experiencias— pertenezcamos a una generación de desencantados. Es probable. Quizás sea que creímos demasiado en todo aquello —pero ¿cómo no hacerlo?—, nos sumamos con entusiasmo a infinidad de cosas mientras nos partían a menudo la cara, y ahora que vamos pa vieyos sentimos el fracaso inevitable de la vida vivida a conciencia… ¿O fue que nos tomaron mucho el pelo? No lo sé, pero ojalá la gente joven vea Asturias de otra manera. Ojalá no tengan nostalgia de lo que pudo ser y no fue ni añoren una dignidad que tal vez nunca existió y que solo soñamos. Ojalá esta tierra que puede ser tan generosa les sobre para lo que necesiten y la borrina no los haga perderse por el camino. Eso espero.

Ay, Asturias. Termino la lectura de No hay país y suspiro. Pero el propio Xuan Cándano me lleva a hacerme otra pregunta: ¿y si todo esto no pasase solo aquí? ¿Se podría escribir otro libro semejante observando con esta misma lucidez la realidad de cualquier otra comunidad autónoma, o la del Estado en su conjunto, o la de algún otro Estado de Europa, pongo por caso? Seguro que sí. Probablemente el grid que saldría de esas otras observaciones no sería muy distinto de este, y los golpes y las zancadillas se le pareciesen mucho, igual que la ambición desmesurada y las infinitas debilidades retratadas.

Quizás —pienso— observar la acción política desde la cercanía nos lleve necesariamente a conclusiones más bien atribuladas sobre la condición humana. Puede que sea porque estamos aplicando una lupa enorme, que nos enseña en primerísimo plano las arrugas y los granos. Es probable que todas esas imperfecciones que tanto resaltan sean no solo propias de la clase política, sino comunes a la especie, taras de nacimiento que nos acompañan desde el origen de los tiempos y que seguirán estando ahí hasta el final. (Si es que no son ellas las que provocan justamente el final).

De ser así, ese grupo al que solemos llamar «los políticos» —que tanto juego nos da como punching-ball en los bares, las redes sociales, las tertulias de los medios y los prólogos de libros como este— sería en realidad una especie de espejo que nos refleja a nosotros mismos, a todas y cada una de las personas que componemos la sociedad, con nuestras propias miserias y alguna escasa grandeza. Creo que fue André Malraux quien lo dijo: «No es que la gente tenga el Gobierno que se merece, es que se parece a sus gobernantes».

Esa verdad —porque creo que lo es— me lleva a interrogarme a mí misma, sin tapujos: ¿lo habría hecho yo mejor de haber estado ahí? ¿Lo habría hecho mejor usted? ¿Habríamos sido nosotros más inteligentes y honrados que ellos, más capaces de sobreponernos a las presiones, las expectativas y el miedo?

Este último interrogante me lleva a otro: ¿no hay acaso un problema en este ellos que se opone al nosotros? ¿Qué es lo que ha pasado para que se haya producido esta ruptura entre la sociedad y sus clases dirigentes? Y ¿quiénes son los responsables? ¿Ellos, nosotros o todos? Xuan Cándano ofrece aquí algunas de las claves de este fenómeno que parece estar afectando a todas las democracias burguesas. Y quizás debería seguir escribiendo sobre este asunto. Una segunda parte de este libro, digamos, que dé el protagonismo a quienes permanecen en el anonimato detrás de los retratados en el grid, compañeras y compañeros, amigas y enemigos, votantes y militantes, cómplices y víctimas.

A la espera tal vez de ese libro que sería la otra cara de esta moneda, diré que la lectura de No hay país resulta inquietante. Probablemente, creo, este libro se convertirá en un manual imprescindible para conocer muchas de las cosas que han sucedido en Asturias desde la muerte de Franco, en lo político, en lo social y en lo cultural. Pero generará desasosiego, como cuando cae la niebla faltona, esa que lo embarulla todo, como si hubieras bebido un poco de más y no supieras si tu casa está a la izquierda o a la derecha, esa precisamente que cubre el grid de Xuan. Aunque, a ver, seamos sinceros: de nieblas y borrines, las gentes de Asturias sabemos mucho. Además de la faltona, conocemos la niebla atrevida, esa que baja de repente del monte y lo anega todo en un segundo y luego se va tan feliz, como si anduviera de paseo por ahí. La fantasmagórica, que convierte los objetos a nuestro alrededor en espectros. La romántica, la que hace que algunas mañanas la torre de la catedral de Uviéu no exista, como si hubiera caído sobre ella un hechizo. La medieval, que nos hace sentir frío y miedo y desamparo. O la protectora, que nos permite hacer en la esquina de la calle algo poco conveniente pero divertido.

Las conocemos muy bien. Y sabemos que luego escampa. Siempre escampa. Y, cuando escampa, Asturias es una gloria. Entonces tocará cerrar la pantalla, olvidarse del dichoso grid y salir por ahí a celebrar todo lo demás. A seguir p’alante. Que sí, que hoy va a abrir, hombre. Bueno, igual hoy no, pero mañana, seguro…

ÁNGELES CASO

NOTA DEL AUTOR

Este libro es fruto del trabajo de año y medio, hasta septiembre de 2022. Me sirvieron de herramientas mi memoria —porque de mucho de lo que cuento fui espectador, testigo e incluso protagonista—, amplia documentación, bibliografía de todo tipo e infinidad de entrevistas personales. Estas sirvieron para acceder a información, corroborar datos, conocer opiniones y confrontar diferentes puntos de vista. La mayoría fueron presenciales, con largas y apacibles conversaciones, generalmente en el lugar de residencia del protagonista o en locales públicos. Hubo casos en los que las conversaciones se repitieron.

Algunas personas, muy pocas, no quisieron colaborar durante la elaboración del libro, y sus razones tendrán. Desde luego, a todos los grandes protagonistas de la obra se les invitó a ello. Ahí va el listado de los que sí lo hicieron, en orden cronológico, con mi agradecimiento por ello:

Ramiro Fernández, Antonio Masip, José Luis Fernández, José Ramón Patterson, José Manuel Rad, Chéfor, Cheni Uría, Paloma Uría, Toto Castañón, Isidro Fernández Rozada, David Ruiz, Antón Saavedra, José Suárez Arias-Cachero, Felechosa, Roberto Sánchez, Rivi, Luis Posada, Melchor Fernández Díaz, Ramón García Cañal, Piti Casal, Juan Luis Rodríguez-Vigil, Graciano García, Gerardo Iglesias, Marino Artos, Xuan Xosé Sánchez Vicente, Paco Corte, Aida Fuentes, Jesús Arango, Salvador Fuente, José Álvarez, Pola, Álvaro Ruiz de la Peña, Rodolfo Sánchez, Antonio Trevín, Juan de Lillo, Paco Crabiffosse, Emilio Marcos Vallaure, José Manuel Vaquero, Milio Rodríguez Cueto, Concha Prieto, Lluis Xabel Álvarez, Texuca, Xuan Bello, Obdulio Fernández, Ricardo Menéndez Salmón, Bernardo Fernández, Xosé Lluis García Arias, Luismi Piñera, José Ramón Gómez Fouz, Gregorio Morán, Luis Arias González, Rubén Vega, Javier Fernández Conde, Nicanor Fernández, Pedro de Silva, Miguel Somovilla, Paco Ramos, Juan Vázquez, Teresa Sanjurjo, Jesús Sanjurjo, Aníbal Carrillo, David Rivas, Alberto Menéndez, Emilio García-Pumarino, Xuaco López, Sofía Díaz Rodríguez, Toño Blanco, Adrián Pumares, Jara Cosculluela, Fructuoso Pontigo, Fruti, Geno Cuesta, Juan Cofiño, Adrián Barbón, Luis Feás, Boni Pérez y Ángeles Caso.

Dos de estas personas, David Ruiz y Toño Blanco, buenos amigos y personas valientes que destacaron en su lucha contra el franquismo y en sus actividades profesionales, fallecieron antes de la publicación del libro, algo que sin duda celebrarían como una fiesta. Vaya para ellos mi recuerdo y mi especial reconocimiento.

NO HAY PAÍS

CRÓNICA POLÍTICA (Y SENTIMENTAL) DE ASTURIAS(1975-2022)

El día de la muerte de Franco en Asturias no pasó nada, como en toda España. Miedo, mucho miedo y algunas botellas de champán descorchadas sin mucho estruendo en sus casas por los antifranquistas clandestinos, a los que ni locos se les ocurriría seguir la celebración en la calle. Algunos, sobre todo estudiantes de la Universidad de Uviéu, se saludaban sonrientes y cómplices en inocente actitud retadora, porque había duelo oficial y las clases estaban suspendidas.

Hay quien dice que España se acostó franquista, en aquella jornada marcada para siempre en el calendario, y se levantó demócrata, pero eso es retórica con relación a los tiempos de la historia, porque los ciudadanos tardarían aún algunos años en ahuyentar a la dictadura y a sus fantasmas de sus cabezas.

Así fue también en Asturias, entonces un territorio joven en pleno desarrollismo donde abundaba el empleo y donde la resistencia antifranquista tenía a uno de sus grandes referentes, y no solo en España. En especial en las cuencas mineras, vanguardia del movimiento obrero, que vivía sus últimos años de vigor.

Pero tampoco los mineros se movieron aquel día, y eso que tenían una enorme y larga tradición de huelgas y movilizaciones que la dictadura no había podido evitar. En la mina de La Camocha, donde nacieron las Comisiones Obreras, uno de sus fundadores y de los huelguistas en los míticos paros de 1962, Piti Casal, convenció a sus compañeros de que no había que moverse porque no les favorecía «la correlación de fuerzas». El atrevimiento más osado que debió de verse en Asturias el 20 de noviembre de 1975 fue el del Movimiento Comunista, un partido muy activo en el antifranquismo, que buzoneó por algunos pisos un panfleto previamente redactado para la histórica ocasión en el que se hacía un llamamiento a la lucha. Se repartía por parejas para no llamar la atención de la policía. Uno de aquellos repartidores clandestinos en Uviéu era el abogado Antonio Masip.

En los últimos años, con el dictador anciano y achacoso, se había fortalecido y se había hecho más visible la resistencia antifranquista, convertida ya en un problema para el régimen en los primeros años setenta y en especial tras el éxito de la Revolución portuguesa de 1974, que los más optimistas veían inevitable en España. En aquel plural y clandestino movimiento de oposición los socialistas eran una pequeña minoría, casi irrelevantes. El profesor y economista Ramón Tamames bromeaba en 1979 con el eslogan del centenario del PSOE y decía que era un partido con cien años de honradez y cuarenta de siesta, en alusión a su pasividad durante el franquismo. Asturias, una de las cunas del socialismo español, era uno de los pocos lugares en los que el PSOE tenía alguna incidencia, como en el País Vasco, Madrid y Sevilla, pero era mínima y reducida al valle minero del Nalón, sobre todo a los concejos de Samartín del Rei Aurelio y Llaviana. El minero Antón Saavedra, que llegó a ser el encargado de elaborar unos artesanales carnés clandestinos, calcula que en el valle serían a la muerte de Franco una treintena de militantes, sobre todo veteranos como Pablo, el zapatero de Llaviana, y Avelino Pérez, un ugetista de Llangréu que había huido de la Guardia Civil en las huelgas del 62 arrojándose al río Nalón, para acabar en el exilio en Bélgica.

El protagonismo y hasta la heroicidad en la oposición antifranquista la tenían los comunistas y los cristianos de base, en especial el Partido Comunista de España, que estaba en la época de su mayor grandeza histórica, si recordamos el título del esclarecedor libro de Gregorio Morán (Miseria y grandeza del Partido Comunista de España) y la repercusión e influencia pública de sus actividades clandestinas. Tanto era su prestigio y tan relevante su papel político que para quienes estaban en aquella sacrificada tarea de derribar al franquismo, saldada con el fracaso, era simplemente el Partido, sin más añadidos. Porque era el único organizado. Lo estaba en los centros de trabajo, y no solo en las minas, en la Universidad y en ámbitos profesionales. El líder era un veterano dirigente con muchos años de cárcel a la espalda y un escurridizo militante en la clandestinidad, una auténtica obsesión para el comisario Claudio Ramos, jefe de la Brigada Político-Social: Horacio Fernández Inguanzo, el Paisano. De su magisterio —el político, porque el Paisano era uno de aquellos represaliados maestros de la República— lo había aprendido todo un joven minero y valiente comunista, también habitual visitante de las comisarías y las cárceles franquistas, donde más de una vez había recibido malos tratos sin llegar a conocer a ningún socialista: Gerardo Iglesias. De los ámbitos académicos e intelectuales provenía una figura emergente en el Partido, el matemático gijonés Tini Areces.

Los cristianos antifranquistas, a los que llamaban vaticanistas por ser seguidores del aperturista Concilio Vaticano II de 1962, tenían presencia en el movimiento obrero, en las cuencas mineras y en Xixón. Había curas rojos y obreros, muy conocidos por su activismo más allá de las parroquias, con los que era comprensiva la jerarquía eclesiástica, encabezada en el tardofranquismo por un arzobispo de Uviéu muy progresista, Vicente Enrique Tarancón. Cuando llegó a presidir la Conferencia Episcopal, por lo que ofició el funeral de Franco, se convirtió en la bestia negra de la ultraderecha, que gritaba y pintaba en las paredes «Tarancón al paredón». Entonces Asturias era tierra que imponía respeto en España, por su izquierdismo y la fuerza de su movimiento obrero, y la Iglesia era sensible a ello enviando a arzobispos progresistas. El sucesor del valenciano Tarancón, en su misma línea, fue el toledano Gabino Díaz Merchán.

Los vaticanistas ya estaban organizados desde los años sesenta y tuvieron mucha participación en las históricas huelgas del 62, prolongadas el 63, cuando el mito de la Asturias rebelde enfrentada a la dictadura tuvo eco en toda Europa. En buena parte por la agitación en el mundo de la cultura: Pablo Picasso dibujó en su exilio de París una lámpara minera que se convertiría en un icono de la resistencia antifranquista, y en Madrid un grupo de intelectuales, encabezados por un anciano Ramón Menéndez Pidal, desafiaban a la dictadura con un escrito denunciando la represión en las cuencas.

Piti Casal era entonces un minero veinteañero, menudo y revoltoso, que había salido de la Juventud Obrera Cristiana (JOC) antes de estar en el núcleo fundador de las Comisiones Obreras y militar en el PCE. El comunismo, y el socialismo más tarde, fue el destino final de muchos de aquellos cristianos comprometidos. Tal era la hegemonía del PCE en la izquierda que a uno de los curas que fundó la JOC, Pepe Álvarez Iglesias, lo llamaban Pepe el Comunista, aunque toda su vida fue un socialdemócrata.

Si los jóvenes cristianos comprometidos militaban en la JOC, los mayores lo hacían en la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC). La JOC y la HOAC organizaron juntas en Xixón, en 1961, la primera manifestación autorizada claramente crítica con la dictadura en Asturias. Convocada contra los bajos salarios y por el derecho al trabajo, partió de la iglesia de San José, lugar habitual de encierros de protesta, hasta el teatro de Los Campos. La encabezaban una veintena de curas de sotana. En un tren que trajo a muchos manifestantes desde Llaviana, que inspiraría al Tren de la Libertad de las feministas casi medio siglo después, vino una joven activista de la JOC llamada Aida Fuentes, una de las oradoras en las intervenciones finales.

De las incursiones de los vaticanistas en el mundo del trabajo nacería la Unión Sindical Obrera, muy vinculada a Asturias. Los mineros Paco Corte y Severino Arias, que penó muchos años en cárceles franquistas, fueron algunos de sus fundadores. También Eugenio Royo, dueño de la empresa vasca Fagor, un empresario muy influenciado por un joven cristiano de L’Entregu que destacaría luego como economista: Manuel Jesús González. Todos eran seguidores del cardenal belga Joseph Cardijn, volcado con los trabajadores y propagador del sindicalismo católico.

De la constelación de partidos y grupúsculos a la izquierda del PCE en Asturias destacó uno por su organización, su peso social, su dinamismo e incluso por su creatividad: el Movimiento Comunista d’Asturies (MCA). Fue en buena parte heredero, como otras organizaciones, del Frente de Liberación Popular (conocido como el Felipe), donde militaban estudiantes universitarios radicalizados, muchos de ellos hijos de vencedores de la guerra civil. Uno de sus fundadores en Madrid fue el ovetense Nacho Quintana, que extendió por Asturias al Felipe, en el que estuvieron Juan Luis Rodríguez-Vigil, Antonio Masip, Toto Castañón y Juan Cueto, entre otros. Bebían de las revoluciones del tercer mundo, del maoísmo, la revuelta argelina y, sobre todo, de la exitosa experiencia de Fidel Castro en Cuba. Refugio de utopías, sesudas disertaciones intelectuales y conspiraciones de todo tipo para derribar a la dictadura, en Asturias solo contaban con un obrero, Piti Casal. El Felipe nació en 1958 y se disolvió en casa de Nacho Quintana en Madrid en 1969.

Poco después algunos de los activistas del Felipe montaron en Asturias el MCA, cuyo origen estuvo en el País Vasco. Entre ellos estaban Cheni Uría y Miguel Rodríguez Muñoz. Del Felipe, el MCA heredó un ideario, pero también una multicopista que sirvió para imprimir propaganda contra el régimen. Según fue creciendo, el partido llegó a tener una pequeña imprenta en Uviéu en la que tiraba el periódico nacional Servir al Pueblo y el asturiano Octubre. Los clichés los recogían en Francia. Los periódicos se depositaban en Sonytel, una tienda de televisiones y aparatos de sonido situada al lado de la estación de los Alsas de Uviéu, propiedad de un militante del MCA. Desde allí los repartía una red de repartidores silenciosos.

Es solo una muestra de la actividad y la presencia pública de un partido que pronto renunció al maoísmo para abrirse a otras corrientes del marxismo, la izquierda y los nuevos movimientos sociales, como el ecologismo, el antimilitarismo o el asturianismo, donde el MCA fue vanguardia, hasta el punto de que elaboró un anteproyecto de estatuto de autonomía en 1979. Un año antes tenía 210 militantes, y dos después, unos 500. Su peso fue también cualitativo. Esa militancia estaba entre los profesionales, muchos de ellos médicos jóvenes como Carlos Ponte, Evaristo Lombardero, Félix Payo, Eloína Fernández o Pepita Fernández, profesores como Miguel Ramos Corrada y Xosé Bolado, pero también entre los obreros, sobre todo en la minería, donde tuvo líderes sindicales en CC. OO. como Javier Carnicero, sin olvidar el movimiento vecinal del que fueron impulsores, como en La Calzada. En el barrio gijonés, el más combativo de Asturias en aquellas fechas, agitó la lucha desde el despacho laboralista donde trabajaba el abogado del partido Juan Carlos García Miranda. Antonio Masip, pareja de Eloína e hijo del exalcalde franquista de Uviéu, Valentín Masip, también estaba en el MCA, aunque nunca lo admitió públicamente. Los militantes, muy abnegados, pagaban un nada pequeño porcentaje de su sueldo al partido. En las primeras elecciones municipales tuvieron concejales en Mieres, Salas y Cangas del Narcea.

Cheni Uría, un universitario ovetense, era la cara más visible del MCA y su representante en la Plataforma Democrática, que impulsaba el PSOE. La policía le seguía los pasos desde cuando estaba en el Felipe, pero solo lo detuvo una vez. En el estado de excepción de 1968 Cheni se ocultó en la casa de León donde entonces vivía Emilio Marcos Vallaure, que también acogió a otro estudiante de la Universidad de Uviéu, José Antonio Martínez. Peor suerte corrieron unas militantes del MCA de Avilés, golpeadas brutalmente en la comisaría de policía de Avilés en septiembre de 1975. A una la llegaron a violar con un vergajo. A otra, Choni Álvarez, entonces estudiante de Geografía e Historia en la Universidad de Uviéu, la obligaron a comerse un ejemplar de Mundo Obrero, el periódico del PCE.

El MCA fue pionero en la reivindicación y el uso de la lengua asturiana, una de sus preocupaciones en el mundo de la cultura, donde tuvo mucha visibilidad en ámbitos como las artes plásticas. Llegó a tener un grupo de teatro de agitación callejera, La Curuxa Enfocicá, una iniciativa de Juan Manuel Freire. También fueron muy populares sus carteles, artísticos, subversivos e irónicos, contra la monarquía y otros poderes institucionales, donde se veía la mano de uno de sus militantes más conocidos, el abogado Toño Blanco, hijo del temido cabo Blanco, un policía municipal franquista de Mieres.

Durante el tardofranquismo y hasta las primeras elecciones de 1977 el MCA mantuvo buenas relaciones con el PSOE; incluso ambos partidos organizaron un mitin republicano conjunto aquel mismo año en Tuña, el pueblo natal del general Riego, en el que participó José Maldonado, el último presidente de la II República en el exilio, aunque en los prolegómenos tuvieron bronca por el orden de las intervenciones. La del MCA corrió a cargo de Paloma Uría, hermana de Cheni, y la final, del socialista Luis Gómez Llorente.

Pero ni los mineros, ni los comunistas, ni los católicos de izquierdas habían visto la caída del franquismo por la oposición popular, como en Portugal, porque el dictador murió en la cama de un hospital, eso sí, con un sufrimiento comparable al que provocó a tantos ciudadanos. Ese pecado original de la transición española sería su principal lastre. La democracia llegaría por las alturas.

1. VUELVE RAFAEL FERNÁNDEZ

Fueron dos popes del MCA, Cheni Uría y Antonio Masip, quienes fueron a recibir en la Estación del Norte de Uviéu a Rafael Fernández a su vuelta del exilio a mediados de 1976. No lo hizo su partido, el PSOE, que sí organizaría cálidos y multitudinarios recibimientos a otros exiliados, como al Che Mata, uno de los últimos maquis de la guerrilla. El histórico dirigente socialista, que volvía a hacerse cargo del partido desde México, quiso nada más llegar ver la casa de la calle Paraíso en la que había vivido, ante la que no pudo reprimir las lágrimas. Un par de años antes, en vida de Franco, para tantear el terreno, había sido su primera visita tras la guerra civil, de forma clandestina. Se había alojado en Xixón.

Rafael, que entonces tenía sesenta y cuatro años, ya conocía a sus jóvenes anfitriones. Antes de la muerte de Franco, Cheni lo había entrevistado en Francia, acompañado por el historiador José Girón, sobre la guerra civil, aprovechando su presencia por un congreso de la UGT, que hasta 1975 formaba una unidad orgánica con el PSOE. Rafael debió de ver a Cheni tan despierto y animoso para la política que le propuso hacerse cargo del PSOE asturiano, que aún no había despertado de la larga siesta del franquismo. Con Masip tenía incluso más relación, porque había estado en su casa en México.

No era el único exiliado al que Antonio Masip había ido a visitar. Ya desde su época de estudiante de Derecho en Bilbao empezó a interesarse por los vencidos de la guerra civil y se empeñó en conocer a muchos de ellos personalmente. A Francia, que le quedaba más cerca, pasó algunas veces y mantuvo largas conversaciones con gente como el republicano José Maldonado, el socialista Alberto Fernández, ambos masones, o el anarquista Ramón Álvarez Palomo, que tenía tanta nostalgia que veraneaba con su mujer Aurora y su hija Dalia en Hendaya para poder ver desde allí España. También estuvo en Toulouse con José Barreiro, entonces al frente de la Comisión Socialista Asturiana (PSOE) en el exilio. En México pasó mes y medio, con su pareja Eloína Fernández, y además de establecer contacto con Rafael Fernández y su esposa Pura Tomás, estuvo con otros históricos exiliados, como el comunista Juan Ambou, los anarquistas Ramón Fernández Posada y Onofre García Tirador, y con Luis Roca Albornoz, de las Juventudes Socialistas Unificadas, por quien Víctor Manuel conoció un poema de Pedro Garfias, «Asturias», que luego el músico mierense convertiría en una canción enormemente popular, un auténtico himno. Todos ellos habían sido consejeros en el Gobierno Soberano de Asturias y León presidido durante la guerra civil por el socialista Belarmino Tomás, padre de Pura y suegro de Rafael. Hasta su muerte en 1950 Belarmino, su esposa Severina, Rafael, Pura y otros parientes compartieron un pequeño piso de cincuenta metros cuadrados en la calle López, en la capital azteca.

Pero en aquellos primeros años setenta, cuando lo visitaron Antonio Masip y Eloína, Rafael Fernández ya vivía confortablemente en un amplio piso de casi mil metros cuadrados en la calle Doctor Vértiz del Distrito Federal. Había criado a cuatro hijos (Carlos, Jorge, Rafael y Pin, este incapacitado y siempre su gran preocupación) y Pura había perdido a otro, el primero, a la penosa llegada a Francia en 1939 con la caída de la República, camino de un campo de concentración.

El yerno de Belarmino Tomás no era rico, pero vivía muy bien gracias a su trabajo en el sector de los seguros, donde era un gran vendedor y había llegado a gerente en su empresa. La familia también tenía negocios de hostelería. Aunque siempre pendiente de España y la evolución de la dictadura, Rafael estaba bastante desvinculado de la política y del PSOE, en contraste con su mujer. Pura había viajado varias veces a Asturias en la clandestinidad, incluso había estado en Uviéu durante una tumultuosa conferencia del profesor Enrique Tierno Galván, del Partido Socialista Popular (PSP), en la que había intervenido la policía.

Por la casa de Doctor Vértiz, cuando Franco ya era un anciano con graves achaques de salud que auguraban su agonía y la de su régimen, no eran Masip y Eloína los únicos visitantes llegados de España y de la frágil y dispersa oposición al franquismo. Ni siquiera los únicos asturianos. También había estado Juan Luis Rodríguez-Vigil, casado con una mexicana hija de asturianos exiliados, Ludivina García Arias. Vigil había conocido a Rafael y a Pura en una celebración del 14 de Abril en la sede del Gobierno republicano en el exilio, pero luego intimó más en su domicilio. Ellos y otros exiliados eran los primeros socialistas a los que conocía, y eso que ya llevaba en la militancia antifranquista en España desde los tiempos del Felipe.

Otro Felipe, González, aunque su nombre de guerra en la clandestinidad era Isidoro, también frecuentaba el piso de Doctor Vértiz, al igual que algunos socialistas que empezaban la tarea de la reconstrucción del PSOE: Nicolás Redondo y Pablo Castellano. En el caso de Felipe González, que ya apuntaba como líder, los Fernández Tomás lo alojaron en su casa y le abrieron las puertas de México para sus gestiones políticas. Rafael no dudaría nunca de su talento político y de sus cualidades para la vida pública, pero no mantuvo desde entonces una buena opinión de Felipe González, que le parecía evanescente y ególatra. Jamás le reclamó el dinero de la factura telefónica engordada por las muchas llamadas del sevillano en su apretada agenda de contactos y encuentros, pero le llamaba la atención que nunca hiciera al menos alusión a ella.

Rafael era un tipo marcado por la tragedia española de la década de los treinta y sus responsabilidades políticas en aquellos años. De muy joven, durante la Revolución del 34 —que llegó a encabezar su suegro—, fue líder de las Juventudes Socialistas. En la guerra civil era largocaballerista, del ala radical del PSOE, y desde septiembre de 1936 a octubre de 1937 fue secretario general de la Federación Socialista Asturiana (FSA-PSOE). En el Consejo de Asturias y León fue al principio consejero de Hacienda. Tras la declaración de soberanía, que enfrentó a Belarmino Tomás con el Gobierno republicano y provocó una división en el propio Consejo, fue consejero de Orden Público, Justicia y Propaganda. Rafael se sumó a la oposición de los comunistas a la declaración de soberanía, lo que provocó una grave crisis interna en la FSA, por la que abandonó la secretaría general.

Como consejero de Hacienda, Rafael firmó un decreto por el que todos los ciudadanos estaban obligados a presentar en veinte días en la Dirección General una declaración duplicada de las alhajas y metales preciosos que tuvieran. Por si fuera necesario «atender a compromisos internacionales, como adquisición de municiones tanto de boca como de guerra». Esa orden provocó la aparición de una gran cantidad de monedas de oro, según dijo Rafael tras su regreso a España. El caso es que esos bienes, procedentes de incautaciones y de cajas de seguridad de los bancos, salieron del puerto gijonés de El Musel antes de la caída del Frente Norte en el barco inglés Stangrove, que evacuaba a un grupo de refugiados, mujeres y niños. Desde Burdeos el botín fue trasladado a la Delegación Financiera de la embajada republicana española en París por Luis Roca y Ángel de Ávila, que sería secretario personal de Rafael en México.

Rafael siempre aseguró que esa riqueza no llegó nunca a manos suyas ni a las de otros exiliados en México que habían pasado verdaderas necesidades a su llegada a América, incluidos él mismo, que empezó lavando vasos en un restaurante, y su suegro Belarmino, que llegó a trabajar de vendedor de alpargatas. También citaba exculpándolos y recordando sus penalidades en el exilio a Amador Fernández, el administrador de la FSA y del sindicato minero SOMA, y a Ramón González Peña, el generalísimo de la Revolución del 34. Al periodista Juan de Lillo, en un libro en el que él mismo quiso que plasmara su biografía, le dio detalles de aquella operación: «Nosotros no fuimos más que unos ejecutores de las normas del Gobierno de la República, a través de la Caja General de Reparaciones. El uso que se reservara a aquella riqueza procedente de las incautaciones y de las cajas de seguridad de los bancos nunca fue nuestro problema».1

Poco después era el propio Rafael el que embarcaba en El Musel rumbo a Francia, con la caída del Frente Norte, que tuvo su último reducto en Xixón, donde estaba la sede del Consejo Soberano. La mayor parte de sus miembros, entre ellos Belarmino Tomás y su yerno, partieron en el pesquero Abascal, tripulado por un anarquista. Aquel 20 de octubre de 1937 fue el triste epílogo del sueño de la revolución y de la República en Asturias, dos metas que se confundían para los tripulantes de aquellos barcos atestados de refugiados que huían de la represión y la muerte que daban por seguras con la entrada de las tropas nacionales en Xixón. La de los dirigentes políticos era una huida especialmente triste porque no estaba exenta de indignidad. Algunos ya habían zarpado de noche y sigilosamente del puerto de Avilés. Para sus enemigos del bando nacional escapaban cobardemente, como ratas que abandonan el barco, aunque en su caso se aferraban a él para salvar la vida.

Y no les faltaba razón. Instigado por los comunistas —que enarbolaban la épica de la resistencia numantina y clamaban amenazadoramente que no se podía mirar a la mar, la última puerta de salida en aquella ratonera en que se había convertido Asturias—, el Consejo Soberano no había preparado la evacuación de los combatientes y la población civil, aunque todo estaba perdido desde hacía un mes, cuando cayeron heroicamente los defensores de El Mazucu, en Llanes. Tampoco, probablemente, hubiera dado tiempo ni había barcos suficientes para ello, pero quién sabe si se hubiera evitado aquel espectáculo trágico y patético de El Musel, donde miles de personas se agolpaban desesperadas para conseguir pasaje en alguna embarcación. Algunas cayeron al agua en el intento, también se oyeron gritos y disparos.

Se culpa, no sin evidentes argumentos, al Gobierno vasco del lendakari José Antonio Aguirre y a los gudaris nacionalistas de la traición del Pacto de Santoña a la República en mayo de 1937, un acuerdo con el ejército italiano aliado de Franco que dejó solos a los soldados republicanos asturianos, que no pararon de recular hasta El Musel. Pero también es cierto que en aquel pacto los dirigentes nacionalistas dieron la cara por los suyos, y el máximo dirigente del PNV, Juan Ajuriaguerra, voló desde Francia hasta lo que entonces se llamaba provincia de Santander para unirse a los rendidos. Luego, junto a otros responsables políticos, sería encarcelado y condenado a muerte, aunque en su caso la pena fue conmutada. No ocurrió lo mismo en Xixón el 20 de octubre de 1937 con la huida del Gobierno de Belarmino Tomás, mientras los suyos, aquella masa sacrificada que combatió con ardor y fe inquebrantable en la revolución y en la guerra, quedaban abandonados y a merced de unos enemigos que serían implacables en su venganza.

Rafael Fernández había llegado aquella fatídica tarde a El Musel con Luis Roca en un coche de la Consejería de Hacienda y se cruzó luego a pie, camino del barco, con una tropa fantasmagórica de desesperados. Nunca alejaría de su mente aquella escena infernal ni la sombra de la mala conciencia. Hasta el punto de que cuando Felipe González, ya secretario general del PSOE tras el Congreso de Suresnes de 1974, le habló del regreso a España y de la hoja de ruta política pendiente, el histórico socialista, ya al borde de la jubilación, recogió la oferta con la naturalidad de quien vuelve a casa tras una ausencia demasiado larga y con el ánimo de saldar cuentas con el pasado. Volvía con miedo, con unos miedos muy antiguos, y no los disimuló años después ante el micrófono de Juan de Lillo:

Yo había contraído un compromiso y una responsabilidad, nacidos en la época de la guerra. Así que regresé sabiendo que tenía que cumplir una obligación. Y no pensaba tanto en una participación directa en la vida del Partido como en que pudiera tener que dar respuesta a alguna de las críticas que pudieran hacerse a los hombres de la República, especialmente a los hombres del PSOE en esta región, porque en ese momento ya hacía bastantes años que habían muerto Belarmino, Amador y Peña y yo sabía que en el ánimo de muchas personas aún estaba presente el 34. Además, no se ha clarificado suficientemente cuál ha sido nuestra participación en el Consejo de Asturias y León, del que solamente quedamos Roca de Albornoz y yo. Con mi regreso, pretendía no dejar en el aire algunas cosas que pudieran plantearse, algunas críticas que pudieran hacerse y que precisarían matizaciones.2

Cuando regresó en septiembre de 1976, un año de gran conflictividad laboral en media España (minería asturiana, pero también el Bajo Llobregat catalán, País Vasco, Madrid…), Rafael Fernández se encontró una Asturias muy distinta a la que dejó. Seguía siendo una tierra obrera, con unos 35 000 mineros, pero la mayoría trabajaba en el sector público, donde estaban siete de las diez mayores empresas, entre ellas la hullera Hunosa. Asturias era también conocida como Inilandia por el peso nada usual del Instituto Nacional de Industria (INI), que empleaba al 20 % de los asalariados y al 44 % de los empleados industriales cuando comenzó la Transición. Contra lo que se suele decir, para el sociólogo alemán Holm-Detlev Köhler, profesor de la Universidad de Uviéu, la presencia abrumadora de la empresa pública no espantó a la privada en Asturias, sino al revés: el INI vino a suplir la histórica ausencia de la iniciativa privada.3

La asturiana era una economía asistida e incapaz de asumir las leyes del mercado del moderno capitalismo, lo que la llevaba a asumir una crisis ya iniciada con el fin de la autarquía en los años sesenta, incluso una cierta melancolía de los años de riqueza en los que estaba al frente de la locomotora industrial de España. Su cénit económico, en palabras de Köhler, fue en 1955, cuando era la primera provincia de España en valor añadido, quinta en producción industrial y sexta en renta per cápita, con una abundante oferta de empleo que atraía a la inmigración de Galicia, Castilla y León, Extremadura y Andalucía.

Este declive ya estaba entonces ampliamente estudiado y divulgado, porque Asturias tuvo el privilegio de contar con una sociedad de estudios modélica (SADEI), creada en 1966 por el presidente de la Diputación, José López Muñiz, y pronto un verdadero nido de rojos, un puñado de jóvenes y brillantes profesionales salidos de la universidad, no solo de la de Uviéu. Tenía fama de ser cobijo de militantes del PCE, como lo era el economista José Luis Marrón, pero otros muchos no estaban en el Partido y acabaron siendo destacados cargos públicos socialistas, como Pedro Piñera, que era el director, o Jesús Arango. También estaban en el equipo técnico de SADEI Arturo Martín y Rosa González Corugedo, esposa de Juan Cueto. La Sociedad, que aún existe y sigue con plena actividad, tenía entonces la mejor base de datos de España.

La Asturias que se aprestaba a recibir a la democracia también tenía una población joven con muchas ganas de estrenarla, como lo hacía con los coches nuevos (el Seat 600, el 124, el Citroën Dyane 6…), que apenas conocían las autopistas en los últimos coletazos del desarrollismo español. Y a aquella sociedad en transición, donde el dinero corría con alegría, aunque crisis ya fuera la palabra de moda, borracha y dinamitera, como se decía en los éxtasis etílicos de camaradería y grandonismo, llegó temeroso y despistado Rafael Fernández con el encargo de reconstruir el socialismo asturiano. En cierta medida era como uno de aquellos indianos que regresan con un cierto capital de las Américas, pero a los que les cuesta adaptarse, porque ya no los reconocen sus vecinos. Llegaba fumando en pipa y con acento de aquel lejano país que tan bien lo había acogido durante cuarenta años, como al resto de los exiliados españoles, que tanto deben a la generosidad del presidente Lázaro Cárdenas. Incluso se había nacionalizado mexicano al poco de llegar, en 1942. Juan Luis Rodríguez-Vigil, que ya llevaba un tiempo en el PSOE, lo llamaba con retranca Chicanoski.

El yerno de Belarmino Tomás —que del largocaballerismo de los años treinta había pasado al tibio prietismo en México, donde el gran referente del exilio español fue el también ovetense Indalecio Prieto— era el hombre ideal para traer concordia y moderación a Asturias, donde la izquierda era ampliamente mayoritaria y basculaba sobre un movimiento obrero combativo y radicalizado. Felipe González, que había salido muy prestigiado en la izquierda obrera asturiana por su defensa como abogado de los trabajadores gijoneses del astillero Dique Duro Felguera en 1974, también lo debía de pensar así.

En 1976 la falta de cuadros y militancia en la FSA era tan patente que el secretario general era un chaval de veinte años, estudiante y trabajador. Jesús Sanjurjo, Suso para todo el mundo y Carlos en su apodo clandestino, había sido elegido un año antes en una asamblea ante una treintena de personas celebrada en una cabaña en Peñamayor, adquirida para el partido con el dinero del exilio procedente de la Comisión Socialista Asturiana, con sede en Toulouse. Al poco tiempo se fue a la mili a Baleares y le sucedió Rafael Fernández, que aportaba legitimidad histórica, pero también veteranía y experiencia, de las que no estaba nada sobrada aquella FSA que salía de las catacumbas.

A Rafael Fernández le entregaron el fichero de los afiliados en una caja de zapatos, donde cabían todos, pero lo cierto es que la siesta del franquismo no le había restado al viejo partido socialista el apoyo popular que presumían los comunistas, con muchísima más militancia y presencia social, y también algunos analistas políticos. «El PSOE cabía en una caja de zapatos y en un estadio», recuerda uno de aquellos escasos militantes, el entonces estudiante universitario Luis Posada, que con otros jóvenes camaradas había ido a solicitar a Rafael Fernández la disolución de los cuerpos represivos, para espanto del asturmexicano. Algunos actos multitudinarios, como el homenaje a Manuel Llaneza en Mieres, que impresionó al profesor de la Facultad de Derecho Elías Díaz, uno de los pocos socialistas en la Universidad, ya hacían atisbar la vuelta del socialismo a una tierra en la que había prendido casi un siglo atrás.

Para refundar la FSA también hacía falta dinero, y la financiación, hasta que la economía del partido empezó a crecer con las aportaciones de los cargos públicos elegidos en citas electorales, llegaba sobre todo del extranjero. Pablo Castellano asegura que el presidente de México, Luis Echeverría, entregó personalmente en el Distrito Federal una maleta llena de dinero a Rafael Fernández con destino a los socialistas asturianos. De México también llegaban importantes cantidades de la comisión de exiliados. Uno de los más generosos en sus aportaciones era el empresario asturiano Ismael García Lombardía, el padre de Ludivina García. Tenía negocios en el sector textil y en el pesquero. Su yerno, Juan Luis Rodríguez-Vigil, fue varias veces en su coche a Toulouse a por dinero para la FSA enviado por la Comisión Socialista Asturiana en el exilio. Le daba la pasta personalmente el exguerrillero Che Mata, 200 000 pesetas en francos por viaje, más o menos, en billetes pinchados con un alfiler. Nunca lo pillaron en la frontera. Pablo Castellano sostiene que los socialistas asturianos de Toulouse aún guardaban parte del millonario botín del asalto al Banco de España en la Revolución del 34, que nunca apareció. Son asimismo conocidas las aportaciones económicas del Partido Socialdemócrata alemán.

Rafael Fernández también hizo gestiones para financiar a la renacida FSA, en Asturias y en León. En cuanto a su patrimonio personal, era ciertamente desahogado. Compró un piso que tardó varios años en pagar en la calle Mendizábal de Uviéu, encima del teatro Filarmónica. Pero las fluctuaciones monetarias entre los pesos mexicanos y las pesetas españolas le jugaron una vez una mala pasada y tuvo tantas dificultades económicas que se vio en la ruina. Salió del apuro con 300 000 pesetas que le prestó el periodista Faustino Álvarez, con quien mantuvo una gran amistad. Faustino tardó algunas horas en reunir esa cantidad y Rafael se la devolvió a los dos días.

 

1 Juan de Lillo, Rafael Fernández, testigo de Asturias, Ayalga, 1983, p. 224..

2 Juan de Lillo, Rafael Fernández, testigo de Asturias, Ayalga, 1983, pp. 264-265.

3 Holm-Detlev Köhler, «Cambios económicos y sociales. La sociedad asturiana ante la Transición y los comienzos de la crisis», en Eduardo Abad García, Carmen García García y Francisco Erice Sebares (coords.), El antifranquismo asturiano en (la) Transición, Trea, 2021.

2. LAS ELECCIONES DEL 77

La primera cita con las urnas democráticas de la Restauración borbónica, el 15 de junio de 1977, despejaría muchas dudas, sobre todo en la izquierda. Se habla desde entonces, en uno de esos repetidos topicazos, de la fiesta de la democracia cada vez que se celebran elecciones; pero en rigor solo aquel día lo pareció, porque el entusiasmo democrático fue decayendo, lógicamente, y, en cambio, en aquella soleada jornada de primavera una ilusión colectiva recorría España, que podía votar en libertad por primera vez desde la II República, en concreto desde febrero de 1936.

Hubo colas, alegría y muchas anécdotas por la falta de experiencia de la gente en votar, porque solo los mayores recordaban haberlo hecho cuarenta y un años antes. En el concejo de Muros una vieja quiso votar a todos los partidos y para ello llevó de su casa todas las papeletas, y trabajo les costó a los miembros de la mesa convencerla de que solo podía introducir una en la urna. Una metáfora del entusiasmo popular, que ya se había desbordado en la campaña electoral. Un joven abogado, entonces dirigente y candidato del Partido Socialista Popular (PSP), Pedro de Silva, la recuerda como la mejor y la más enriquecedora de su vida.

Todo estaba por hacer y con todo se experimentaba, tampoco había marketing electoral ni encuestas fiables. En Asturias todos los grandes partidos, los que luego obtendrían representación en el Congreso y en el Senado, elaboraban sus listas electorales en sus cúpulas nacionales en Madrid. Estaba naciendo el sucursalismo con la propia democracia.

Para montar Unión de Centro Democrático (UCD), el partido liderado por el presidente Adolfo Suárez, un exfalangista valiente que se puso al frente del cambio político de la Transición, vinieron dirigentes de Madrid en numerosas ocasiones. Acudían ministros como Ignacio Camuñas o Francisco Fernández Ordóñez, aunque el hombre enviado por este último solía ser Arturo Moya, miembro del Opus Dei. Tanteaban y captaban especialmente a profesionales liberales de zonas urbanas, sobre todo de Uviéu, y de ahí salieron quienes encabezaron el partido centrista en Asturias: abogados, médicos, algún registrador de la propiedad…

Que no tuvieran mucha o ninguna relación con el régimen franquista era un buen requisito. Algunos de los que luego se convirtieron en líderes incluso eran abiertamente antifranquistas, desde posiciones políticas moderadas. Era el caso de Luis Vega Escandón, un prestigioso abogado de Luanco, de donde debía de venir aquel aspecto suyo de marino legendario, que había defendido a izquierdistas y represaliados ante los tribunales franquistas. También el del registrador de la propiedad ovetense Emilio García-Pumarino, más joven, que siendo estudiante y delegado de curso había sido detenido a la salida de una asamblea en la Facultad de Derecho. Le quitaron los apuntes, lo esposaron, en un registro en su casa le incautaron No fue posible la paz, un libro de José María Gil Robles, y en comisaría un policía le dio dos hostias. Lo interrogó Claudio Ramos, que estaba convencido de que era del Felipe, lo que no era cierto. El democristiano Vega Escandón y el socialdemócrata García-Pumarino se repartirían el poder en la UCD asturiana en representación de dos de las grandes familias políticas, mal avenidas, que tenía el partido, aunque los socialdemócratas siempre tuvieron mayoría y se imponían en los congresos.

La lista electoral de UCD en las elecciones de 1977 se elaboró en el despacho en Uviéu del gobernador civil, José Aparicio Calvo-Rubio, que era fiscal. Fue el propio gobernador, a las órdenes de Madrid, quien, con los candidatos presentes, les indicó el orden. El primero Luis Vega Escandón y el segundo Emilio García-Pumarino. Para el tercero hubo sorpresa entre el resto de los presentes, porque por allí apareció, procedente de Madrid, Ricardo León Herrero, que entonces era democristiano y acabó en el sector liberal de UCD. Su aval político era su primo, el banquero Ignacio Herrero, y eso bastaba, por lo que nadie discutió su presencia en la lista, que lo acabaría convirtiendo en diputado «cunero», como se denomina a los paracaidistas que aterrizan en una circunscripción electoral sin tener nada que ver con ella. El cuarto era otro democristiano, el abogado ovetense Alfredo Prieto Valiente, que era precisamente el jefe de la asesoría jurídica del Banco Herrero.

La gran incógnita en la derecha, y la bestia negra para la izquierda, porque era la organización heredera del franquismo por la procedencia de sus dirigentes, era Alianza Popular (AP). Liderada por el exministro Manuel Fraga, que nunca lograría su sueño de llegar a la presidencia del Gobierno español, alimentado desde que era un aperturista en la dictadura, AP