NOCHE DE ESCÁNDALO - Sarah Morgan - E-Book

NOCHE DE ESCÁNDALO E-Book

Sarah Morgan

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Beschreibung

Una poderosa dinastía donde los secretos y el escándalo nunca duermen Era una estrella de cine, una celebridad, pero en su interior libraba una batalla con los demonios de su pasado. Nadie conocía al auténtico Nathaniel, sólo veían al famoso, el personaje que él fingía ser. Una noche se vio obligado a recurrir a Katie Field, una joven sencilla que procedía de un mundo muy distinto. Tal vez ella estuviera encandilada por la estrella, pero no la cegaban las luces brillantes de la fama. Tal vez Nathaniel pudiera confiar en ella lo suficiente como para revelar al hombre que se escondía tras la máscara…

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Seitenzahl: 253

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

NOCHE DE ESCÁNDALO, Nº 1 - abril 2012

Título original: The Tortured Rake

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-641-2

Editor responsable: Luis Pugni

Imágenes de cubierta:

Hombre: CURAPHOTOGRAPHY/DREAMSTIME.COM

Ciudad: WEI-CHUAN LIU/DREAMSTIME.COM

ePub: Publidisa

LOS WOLFE

Una poderosa dinastía en la que los secretos y el escándalo nunca duermen.

La dinastía

Ocho hermanos muy ricos, pero faltos de lo único que desean: el amor de su padre. Una familia destruida por la sed de poder de un hombre.

El secreto

Perseguidos por su pasado y obligados a triunfar, los Wolfe se han dispersado por todos los rincones del planeta, pero los secretos siempre acaban por salir a la luz y el escándalo está empezando a despertar.

El poder

Los hermanos Wolfe han vuelto más fuertes que nunca, pero ocultan unos corazones duros como el granito. Se dice que incluso la más negra de las almas puede sanar con el amor puro. Sin embargo, nadie sabe aún si la dinastía logrará resurgir.

A mis compañeras autoras «Wolfe»: Caitlin, Abby, Robyn, Lynn, Jeannette, Jennie y Kate. Trabajar en esta serie con vosotras ha sido muy divertido. Sois un grupo fantástico de mujeres con talento, y estoy deseando leer las historias finales.

Uno

Estaban esperando que fracasara.

Nathaniel Wolfe, el chico malo de Hollywood y objeto de las fantasías eróticas de millones de mujeres, se hallaba solo entre bastidores en el famoso London Theatre, escuchando el murmullo inquieto del público que aguardaba el comienzo de la representación.

Podía dividirlo claramente en dos grupos: mujeres que habían ido a comprobar si su físico estaba a la altura de lo que aparecía en la gran pantalla y hombres que habían ido a ver si de verdad sabía actuar.

Las espadas estaban en alto desde que anunciara que interpretaría el papel principal en una versión moderna del Ricardo II de Shakespeare. Pensaban que no sería capaz de hacerlo. Creían que los premios, los aplausos, los éxitos de taquilla, todo, era el resultado de un buen trabajo de cámara y de una cara bonita. Pensaban que no tenía talento.

Una sonrisa cínica le asomó a las comisuras de los labios. Iba a hacer mil pedazos aquellos prejuicios y a lanzarlos a la estratosfera. Al día siguiente por la mañana nadie cuestionaría su talento. Los titulares no serían ¿Será el gran Wolfe capaz de interpretar a Shakespeare?, sino El gran Wolfe silencia a la crítica con una impresionante actuación. Les iba a mostrar un registro interpretativo de emociones como nunca antes se había visto en el teatro.

El director estaba oculto entre bambalinas y se miraron durante un breve instante. Había sido una colaboración tormentosa, Nathaniel insistía en interpretar el papel a su manera y el director se resistía. Entre ellos se había producido una magia que sabían que pasaría a la historia del teatro.

El momento se acercaba. Nathaniel cerró los ojos y se aisló del mundo exterior. Era el ritual de siempre. Al cabo de unos instantes, Nathaniel Wolfe dejaría de existir.

Sería Ricardo, rey de Inglaterra.

Eso era lo que hacía, convertía un personaje en alguien real. No representaba al personaje, se convertía en él. A los nueve años había descubierto que podía meterse en la piel de otra persona y ocultarse allí. Había sido una manera de escapar de la oscuridad que rodeaba su vida. Podía ser quien quisiera. Un caballero, un ninja, un cazador de dragones, un vampiro, un superhéroe. Actuar había empezado siendo un escape y se había convertido rápidamente en un disfraz. Y así era como le gustaba vivir, solo y disfrazado, sin depender de nadie.

No le suponía ningún problema ser otro. Lo que le causaba problemas era ser Nathaniel Wolfe.

–El vestido no le hace gorda –Katie tiró del corsé y apretó los rollos de carne–. El color es precioso y creo que está estupenda. Además, es usted la duquesa de Gloucester. Se supone que debe tener un aspecto… –se detuvo cuando la actriz la miró–. Autoritario. De una mujer con experiencia.

–¿Estás diciendo que soy gorda y vieja?

–¡No! Escogí el vestido con mucho cuidado –dándose cuenta de cómo podía interpretarse aquello, Katie se preparó para más improperios–. Interpreta el papel de una viuda desconsolada, así que no puede tener un aspecto alegre y feliz.

–¿Estás tratando de decirme cómo actuar?

–No, estoy tratando de decirle que está perfecta para interpretar este papel. Por favor, trate de relajarse.

–¿Cómo voy a relajarme si tengo que actuar al lado de Nathaniel Wolfe? Es sarcástico, cortante, con cambios de humor… Ayer, cuando cometí aquel pequeño error…

–Solo la miró –la tranquilizó Katie–. No dijo nada.

–No sabes lo mucho que puede decir una mirada, sobre todo si proviene de los ojos de Nathaniel Wolfe. Cuando te mira es como si te atravesara un rayo láser –cada vez más agitada, la actriz señaló la puerta con la mano–. Vete. Necesito tener alrededor gente que comprenda mi temperamento.

¿Malhumorado e irritable?, se preguntó Katie para sus adentros.

–Todavía tengo que subirle la cremallera del vestido –se dio cuenta de que le temblaban las manos–. Mire, todos estamos nerviosos…

–¿Por qué ibas a estar nerviosa tú?

–Bueno… –durante un instante Katie estuvo a punto de hablarle de las reuniones que había mantenido con una diseñadora británica muy importante y cuánto se jugaba. Estuvo a punto de decirle que sus deudas eran tan grandes que se pasaba las noches creando hojas de cálculo mentales para tratar de encontrar la manera de pagar todo lo que debía. Si todo iba bien al día siguiente, aquello cambiaría. Era su gran oportunidad.

Malinterpretando su silencio, la actriz emitió un gruñido de impaciencia.

–No tienes ni idea de lo que es actuar al lado de una estrella de Hollywood. No sabes lo que es que todo el público haya venido a verlo a él –lanzó toda la fuerza de su ira contra Katie–. ¡Se me podría descoser el vestido y los espectadores seguirían mirándolo a él! ¡Aunque me quedara desnuda, nadie se daría cuenta!

Horrorizada ante la idea, Katie aspiró varias veces con fuerza.

–Por favor, cálmese. Son los nervios propios del estreno. Todo el mundo está igual.

–Excepto Nathaniel Wolfe –le espetó la actriz–. Es tan distante como la Antártida, e igual de frío. Nadie se atreve a acercarse demasiado para no herirse con todo ese hielo.

–Y luego se hundirían, como el Titanic.

–¿Estás diciendo que me parezco al Titanic?

–¡No! –Katie decidió que era más seguro no seguir hablando–. Está guapísima, y el vestido le sienta como un guante.

–No por mucho tiempo. Cuando estoy nerviosa solo quiero comer. Y trabajar al lado de Nathaniel Wolfe me estresa. Tú eres joven y guapa. ¿Por qué no estás entre bastidores con un sujetador de balcón y una camiseta ajustada, como todas las demás chicas?

–Estoy ridícula con esos sujetadores, y me moriría en el sitio si Nathaniel Wolfe se fijara en mí. Por suerte no sabe ni que existo. Me llama «vestuario». No me habla ni cuando le estoy ajustando la ropa. Siempre está hablando por teléfono. Contenga la respiración –Katie luchó con la cremallera y rezó para que aguantara. No quería ser ella la que tuviera que comentar que comerse una tonelada de rosquillas entre la prueba de vestuario y la noche del estreno no era una buena idea–. Nathaniel Wolfe es tan famoso que me resulta imposible actuar con normalidad con él. Cuando entra en la habitación, el estómago me da un vuelco, se me abre la boca y me lo quedo mirando como una idiota. Además, es un rompecorazones y yo prefiero los hombres más tranquilos –le abrochó los cierres del escote–. Ya está. Lista. Buena suerte.

–Da mala suerte desearle buena suerte a una actriz. Se supone que debes decir «mucha mierda» o algo parecido.

Katie suspiró.

–Tengo que ir a vestir a Juan de Gante.

Se escapó a la sala de vestuario, donde su amiga y asistente, Claire, estaba mordisqueando una barra de chocolate y leyendo una revista del corazón a escondidas. Alzó la vista con expresión culpable cuando Katie entró en la sala.

–Oh, me has pillado husmeando en la vida de otras personas… para investigar, por supuesto –su sonrisa se transformó en ceño fruncido cuando miró a Katie a la cara–. Veo que vienes de ayudar a la horrible duquesa de Gloucester. ¿Ha cabido en el vestido?

–Por los pelos –Katie se dejó caer en una silla. Le dolía la cabeza–. Vestirla de púrpura oscuro es perfecto para el papel que interpreta, pero los colores oscuros son implacables sobre la piel expuesta y tengo la espantosa sensación de que el vestido se va a romper. ¿Nos quedan aspirinas?

–Me acabo de tomar la última. Y hablando de dolores de cabeza… –Claire le pasó la revista–. No sé si quieres ver esto, pero aquí hay un amplio reportaje sobre tu hermana: «¿Es Paula Preston la mujer más bella del mundo?». ¿Por qué tú te apellidas Field y ella Preston?

–Ella no quiere que nadie nos relacione. Le gusta fingir que su familia no existe –Katie se quedó mirando la foto de su hermana y luego pensó en lo mucho que estaba luchando su madre. Una parte de ella deseaba agarrar el teléfono y gritar. Quería recordarle a Paula lo que era la lealtad familiar y las prioridades, pero sabía que no tendría sentido–. Cuando salieron a la luz las deudas de juego de mi padre, se quedó horrorizada. Yo también, por supuesto, pero Paula se enfadó muchísimo con mi madre por haberlo perdonado y haber seguido con él durante tantos años. La culpa de que no tuviéramos dinero cuando éramos pequeñas y dice que si mamá pierde ahora la casa, es culpa suya. No entiende por qué debería pagar ella por lo que considera una debilidad de mi madre.

–Qué encanto.

–A veces no puedo creer que seamos familia –Katie se mordió la uña y entonces vio las uñas perfectas de su hermana en la foto y dejó caer la mano sobre el regazo–. Todo era demasiado sórdido para ella. Se ha creado una imagen de sí misma perfecta y no quiere que los pecados de mi padre la ensucien.

Claire le quitó la revista y arrancó las páginas del reportaje.

–Ya está –las arrugó y las tiró a la papelera–. Ahora está donde merece estar. Y ahora voy a ver a ese perverso de Wolfe en escena. Es una noche histórica. ¿Vienes?

–No. Tengo que volver a echar un vistazo a mis bocetos y repasar el guion antes de mañana.

–Nunca podrás trabajar en Hollywood si pierdes la cabeza por las estrellas.

–Yo no pierdo la cabeza.

–Claro que sí. Cuando le tomaste las medidas del muslo, te pusiste roja como un tomate.

–De acuerdo, tal vez sí me pierda un poco por Nathaniel Wolfe.

–El tipo es un bombón, eso está claro.

Katie quitó la tapa de una botella de agua.

–Sí, pero no es real. ¿Puedes llegar a conocer de verdad a un actor? ¿Cómo sabes cuándo está actuando? –dio un sorbo de agua. Ella sabía demasiado bien lo fácil que era creer que se conocía a alguien y luego descubrir que no era así–. Quiero decir, si Nathaniel Wolfe te dijera alguna vez «te quiero», ¿de verdad lo creerías?

–Le oí decir al director que la palabra «amor» tiene cuatro letras y que él nunca utiliza palabras de cuatro letras. ¿Sabías que las entradas se agotaron en cuatro minutos? Es increíble. Sobre todo teniendo en cuenta que Shakespeare se le atraviesa a mucha gente. Ese Macbeth hablando con la calavera…

–Hamlet –Katie se quitó los zapatos y flexionó los dedos de los pies–. Era Hamlet.

–Quien sea. Lo que quiero decir es que podría recitar la hoja de devolución de sus impuestos y el teatro seguiría estando lleno. Estamos hablando de Nathaniel Wolfe. Ha ganado todos los premios posibles, excepto el Zafiro, el más importante.

Katie pensó en el despliegue promocional que rodeaba al premio de cine más prestigioso del mundo.

–Ha estado nominado tres veces.

–Supongo que es el sueño de todo actor. Lo cierto es que esta vez se lo merece –dijo Claire con aire soñador–. Incluso cuando está declamando a Shakespeare y no entiendo una palabra de lo que dice, no puedo dejar de escucharle.

–Eso es lo que estoy tratando de decirte. Se llama control mental. Es la voz… y esos increíbles ojos azules.

–¿Te imaginas lo que sería tener relaciones sexuales con él? Me pregunto si te quedarías mirándolo con la boca abierta todo el rato.

–Esa es una pregunta que nunca podré responder. Ni siquiera sabe que existo. Gracias a Dios –Katie volvió a tapar la botella de agua y la guardó en su bolso–. Escucha, sobre lo de esta noche…

–No vas a rajarte, así que ni lo pienses. Empieza a las once y tenemos que tener un aspecto realmente sexy. Ponte algo que te deje la clavícula al descubierto.

–Ni hablar. Todavía no entiendo cómo he dejado que me metas en esto de las citas rápidas.

–Eres preciosa, Katie. Crees que estás gorda solo porque tu hermana es la supermodelo Paula Preston.

–Me siento en baja forma. Cuando esta obra termine, seré más disciplinada con el ejercicio. Quiero estar esbelta. Es deprimente ver a Nathaniel Wolfe. Su cuerpo es puro músculo –Katie sacó los bíceps–. Yo apenas tengo fuerzas para levantar la botella de agua.

–Está impresionante con esa chaqueta de cuero que escogiste para él. Tienes un gran talento para saber qué atuendo funcionará mejor.

–Se supone que el vestuario debe acompañar al personaje en su viaje emocional –Katie se miró los vaqueros rotos–. Me da miedo pensar lo que mi ropa puede decir de mi viaje emocional, está claro que viajo en clase turista.

–Lo que tu ropa dice es que eres una diseñadora de vestuario con exceso de trabajo, mal pagada y sin tiempo para preocuparse por su aspecto.

–Y con enormes deudas.

–Tienes un gran talento. Algún día alguien te descubrirá.

–Bueno, pues espero que sea pronto –sintió un escalofrío de pánico–. Las letras de la casa de mi madre devoran todo lo que ahorro. Es como un monstruo.

–Tienes que decirle a tu madre cuánto estás luchando. No necesita tres dormitorios, ¿verdad?

–Es la casa en la que vivió con mi padre. Está llena de recuerdos –agotada física y emocionalmente, Katie cerró los ojos–. Cada vez que voy a verla me dice que vivir en esa casa es lo único que la mantiene con vida desde que él murió. A pesar de todo, la suya fue una historia de amor increíble. En cualquier caso, si consigo este trabajo todo saldrá bien. Un peldaño más en la escalera.

–Apuesto a que a tu hermana le interesaría saber que estás trabajando con Nathaniel Wolfe –Claire estiró las piernas–. ¿Dónde te gusta más, en Hombre Alfa o en Atrévete o muere?

–En Hombre Alfa.

–¿De veras? –Claire frunció el ceño–. Ahí hacía de soldado de las fuerzas especiales. No pensé que eso te gustara.

–Me encantó el personaje, que se consideraba tan duro y luego, cuando conoce a la hija de su enemigo… –a Katie se le llenaron los ojos de lágrimas–. Esa parte al final en la que se sacrifica para salvarla. Lloré durante días. He debido verla cien veces. Wolfe estaba increíble en esa película. Y guapísimo. Si hubiera premio Zafiro al más guapo, se lo habría llevado él.

–Hablando de los Zafiro –Claire le lanzó la revista–. Échale un vistazo al resto cuando tengas un momento. Hay un artículo sobre cómo vestirse para la gran noche. Hacen predicciones sobre quién se pondrá qué en la ceremonia que se celebra dentro de dos semanas. Tal vez te interese.

–¿Por qué? Nunca me van a invitar a la ceremonia de los Zafiro. Y mejor, porque no creo que te permitan llevar vaqueros con agujeros –Katie se guardó la revista en el bolso para leerla más tarde.

Claire consultó su reloj y se puso de pie de un saltp.

–Uf, mira qué hora es. Faltan menos de cinco minutos. ¿Seguro que no quieres venir?

–No, gracias. Puedes babear tú por las dos.

Nathaniel se dirigió al centro del escenario y miró hacia la oscuridad. No vio al público. No pensaba en los críticos.

Era el rey Ricardo II, el rey maldito.

Abrió la boca para decir las primeras líneas del papel a Juan de Gante cuando un foco iluminó la primera fila del público.

Sujetando la corona con al mano, Nathaniel bajó la vista y sus ojos se clavaron en un rostro familiar. Familiar y, al mismo tiempo, desconocido. Veinte años habían provocado cambios, pero no tantos como para que las facciones le resultaran irreconocibles.

Perdió la noción del tiempo. Las facciones se borraron. Y el pasado regresó a una velocidad de vértigo, haciendo añicos su concentración. La momentánea visión despertó un cóctel letal de recuerdos que revolotearon por su mente, encantados de verse liberados tras tantos años de encarcelamiento dentro de su cerebro.

Gritos y terror. «¡Basta, basta!» Y sangre. Sangre por todas partes. «¡Haced algo!»

Se sentía impotente. Completamente impotente. Con el corazón latiéndole con fuerza, Nathaniel se miró las manos que sujetaban la corona. No había sangre. Tenía las manos limpias, pero seguía sin poder moverse. Tenía la mente paralizada por los fantasmas de su propia impotencia. La certeza de que no había actuado lo reconcomía. La culpa zumbó en su interior como un insecto venenoso y se preguntó cómo era posible tener escalofríos y sudar al mismo tiempo.

Ligeramente consciente del murmullo que había empezado a alzarse lentamente entre el público, Nathaniel hizo un esfuerzo decidido por concentrarse.

«Ricardo», pensó desesperadamente. «El rey Ricardo».

Se agarró a la corona y trató de volver a meterse en la piel del personaje, pero ya no entraba bien. El control se le escapaba.

Cada vez que abría los ojos veía la misma cara mirándolo desde la primera fila, recordándole que no era el rey Ricardo II. Era Nathaniel Wolfe, un actor con un pasado familiar más trágico que las obras de Shakespeare.

Si el dramaturgo hubiera estado vivo, pensó Nathaniel con amargura, habría escrito la historia de la familia Wolfe como una tragedia en tres actos.

Nada de comedia. Nada de finales felices. La vida en su mayor oscuridad. Desesperado, trató de abrirse camino hacia la superficie a través de la oscuridad, pero sintió cómo se hundía, se ahogaba en el espeso barro del pasado.

¿Por qué había escogido aquel momento para volver, cuando todos habían reconstruido sus vidas? La ira lo atravesó con fuerza. Tenía que advertir a Annabelle. Eso al menos sí podía hacerlo. Tenía que ponerse en contacto con ella en aquel instante.

El murmullo de sorpresa del público se convirtió en un zumbido inquieto. Los espectadores que habían pensado que se había detenido para darle más efecto a su entrada, se dieron cuenta de que estaban equivocados. Surgieron voces. Cuadrando los hombros, como un luchador preparándose para el impacto, Nathaniel trató una vez más de decir sus primeras líneas, pero ni siquiera fue capaz de recordarlas. Atrapado en el pasado, el muro que había levantado entre el mundo y él sencillamente se desmoronó. Despojado de su camuflaje, se vio obligado a meterse en la piel del único personaje que había evitado interpretar toda su vida: Nathaniel Wolfe.

La última vez la había decepcionado, esa vez no lo haría.

–Damas y caballeros –su voz, fría y carente de emoción, llegó hasta el fondo de la sala. Hizo un esfuerzo por no mirar al hombre que estaba en la primera fila. Tuvo que dominarse para no bajar al patio de butacas, agarrarlo del cuello y dejarlo seco–, la representación de esta noche queda cancelada. Por favor, pasen por taquilla para que les devuelvan el dinero.

Cuando terminó de preparar la entrevista del día siguiente, Katie salió de la sala de vestuario. Entre bambalinas, el teatro estaba escalofriantemente silencioso. Todo el mundo se encontraba viendo a Nathaniel Wolfe.

Se quedó de pie un instante aspirando los aromas y la atmósfera. El edificio estaba impregnado de historia. ¿Cuántos actores y actrices famosos habían subido a las tablas de aquel teatro? Por un instante volvió a ser una niña de seis años que jugaba a disfrazarse con su hermana Paula.

«Tú no puedes ser la princesa, Katie. Estás demasiado gorda y tienes el pelo demasiado rizado. Yo soy más guapa, así que yo seré la princesa. Tú puedes vestirme».

Lo que había empezado como una obligación se convirtió enseguida en una pasión. Cuando Paula decidió que no quedaba bien salir por ahí con su rechoncha hermana, Katie siguió vistiendo a sus amigas. Todas las tardes después del colegio interpretaban alguna obra, y Katie era la que decidía qué se ponían. Le encantaba experimentar con diferentes combinaciones, le gustaba el reto de diseñar vestuarios que transmitieran la esencia de cada personaje. Una princesa con una espada. Un hada con pantalones y botas. Había vestido a sus amigas, a sus muñecas, a su madre…

La única persona a la que no había vuelto a vestir era a Paula, cuyos sueños de ser modelo la habían llevado muy lejos de sus humildes raíces.

Pero Katie había seguido soñando.

Un ruido la hizo volver al presente. Katie giró la cabeza y escuchó. Lo que había empezado como unos pasos poderosos se convirtió en una carrera. Ella frunció el ceño y se quedó donde estaba, dispuesta a decirle a quien fuera que aquel ruido podría oírse probablemente por todo el West End londinense.

¿Quién podría estar corriendo? Probablemente algún tramoyista sin experiencia. Al darse cuenta de que los pasos se acercaban hacia ella, Katie se quitó rápidamente de en medio, pero ya era demasiado tarde. Un poderoso cuerpo masculino se estrelló contra el suyo. No hubo tiempo para gemir ni para gritar. Cayó hacia atrás y se preparó para pegarse contra el suelo, pero unas manos fuertes la agarraron repentinamente y la sostuvieron hasta que recuperó el equilibrio.

Al verse atrapada contra aquellos músculos, algo se derritió en su interior. Fue una reacción elemental que contravenía el sentido común y cuyo poder la conmocionó.

Huesos firmes, cabello negro y unos ojos que podrían llevar a una mujer a olvidar su propio nombre.

–Eh…, señor Wolfe, no esperaba verlo aquí. Quiero decir, ya sé que está actuando aquí, así que sí esperaba verlo, pero no justo aquí en este preciso instante, y menos corriendo entre bambalinas. ¿Ocurre algo? Bueno, está claro que sí –balbuceó–. En caso contrario no estaría corriendo entre bambalinas como una manada de elefantes, pero…

–Él está aquí –las manos de Nathaniel la sujetaban con tanta fuerza que Katie se estremeció.

–¿Quién? –se lo quedó mirando como una estúpida, con el corazón latiéndole a toda prisa en el pecho y la boca seca como la arena. Al tenerlo tan cerca resultaba imposible no mirarlo fijamente. Era increíblemente sexy, cada rasgo de sus facciones perfectas acentuaba su masculinidad. Trató desesperadamente de decir algo lúcido, pero sentía como si tuviera el cerebro anestesiado–. ¿Señor Wolfe?

–¿Por qué ahora? –aquellos ojos azules brillaban con ira–. ¿Por qué? –la soltó y dio un puñetazo contra un trozo de madera descartada del decorado. Respirando agitadamente, se llevó los dedos a la frente–. No puedo… yo… Tengo que advertir a Annabelle…

¿Quién era Annabelle?

–Bien, bueno, veo que está disgustado –Katie dio un paso cauteloso hacia atrás mientras veía cómo él sacaba el teléfono del bolsillo y marcaba un número.

Tenía los nudillos arañados, pero no parecía darse cuenta. En ese instante entendió por qué Nathaniel Wolfe era tan bueno interpretando héroes atormentados. Bajo aquel físico perfecto y un rostro tan bello había un hombre tan atormentado como los personajes que interpretaba. Y eso formaba parte de su atractivo, por supuesto. Había una parte de él indómita y peligrosa. Fijándose en la dureza de sus mandíbulas y en la línea de su boca, pensó en el soldado de las fuerzas especiales que había interpretado en su última película de acción, Hombre Alfa. Era el cazador.

Y en ese instante no estaba actuando, sabía que no estaba actuando. Y no tenía ningún sentido tratar de convencerlo para que volviera a escena. Era un hombre que no seguía más dictados que los suyos propios.

Katie miró a su alrededor deseando desesperadamente que llegara alguien que se hiciera cargo de la situación. ¿Dónde estaba el director de escena?

Nathaniel sostenía el teléfono en la oreja y se movía con torpeza. Aparte de en escena, solo lo había visto actuando con suma calma. En ocasiones se mostraba sarcástico, con frecuencia aburrido, pero nunca fuera de control.

En aquel instante parecía fuera de sí. El cinismo había sido reemplazado por algo cercano a la desesperación.

–¿Hay alguna salida que la prensa no conozca?

–¿Una salida? –Katie trató de respirar, pero había algo en la intensidad de la mirada de Wolfe que le impedía hacer nada que no fuera mirarlo fijamente. Nunca lo había tenido tan cerca, y era impresionante.

–Si Carrie se entera, todo va a estallar. Contesta, maldita sea –estaba claro que nadie respondía y finalmente dejó un mensaje corto y misterioso en el buzón de voz antes de volver a guardarse el móvil. Entonces agarró a Katie del brazo y dijo con tono desesperado:

–Tienes que sacarme de aquí. Deprisa.

Katie lo miró con severidad. Dos mujeres, pensó, Annabelle y Carrie, había dicho él. La típica historia de infidelidad…, pero luego se quedó paralizada al ver la desesperación en sus ojos. Comprendió que había cometido un error garrafal al juzgarlo tan deprisa.

No era el cazador. Era la presa. Algo o alguien lo estaba persiguiendo.

–Hay una salida de incendios en la sala de vestuario. Da a una de las calles laterales –sin detenerse a pensar, lo tomó de la mano y lo llevó hacia la sala. Cerró la puerta tras ellos–. La salida de incendios está allí. Buena suerte.

–¡No puedo hacer esto sin ayuda! –la atrajo hacia sí–. ¿Dónde vives? ¿Tu casa está lejos de aquí?

A Katie le temblaron las rodillas.

–Debes estar de broma. Quiero decir, tienes una suite en el Dorchester, y…

–Será el primer sitio en el que miren. La prensa ha acampado allí fuera desde que aterrizó mi avión.

Katie se imaginó a Nathaniel Wolfe en su minúsculo estudio y se sonrojó.

–Mi casa es muy pequeña. Sinceramente, no creo que…

–Por favor –le tomó la cara entre las manos, de modo que a Katie no le quedó más remedio que volver a mirarlo. Se perdió en aquellos ojos azules, olvidó dónde estaba. Olvidó quién era. Recordaba vagamente que él le había pedido algo, pero tenía los ojos clavados en los suyos y…

–¿Katie?

Atrapada en una excitación sexual como nunca antes había experimentado, se arqueó contra él.

–¿Mmm?

–¡Katie! –Nathaniel chasqueó los dedos delante de su cara y rompió el hechizo.

Sacudiendo la cabeza para aclarar su confundido cerebro, Katie sintió como si estuviera saliendo de un trance.

–Sa… sabes mi nombre.

–Tengo por costumbre aprenderme los nombres de todas las mujeres que me han medido el muslo –le brillaron los ojos bajo la irónica elevación de las cejas–. Salgamos de aquí, ángel mío. No quiero ser la cena de los paparazzi.

Dispuesta siempre a ayudar a quien estuviera en apuros y completamente emocionada por el hecho de que él supiera su nombre, Katie ignoró la voz interior que la estaba avisando de que era un gran error.

–De acuerdo, pero no sé qué te va a parecer mi casa al lado del Dorchester. No digas que no te he avisado –agarró la cazadora y dos cascos y le ofreció uno de ellos.

Él se lo quedó mirando.

–¿Para qué es esto?

–Si vamos a huir, necesitaremos un vehículo. Tengo una moto ahí fuera. Es rápido y perfecto para atravesar el tráfico de Londres. Ponte el casco, te cubrirá la cara. No es que tengas que cubrírtela, porque es maravillosa, pero… –se sonrojó y le puso el casco en las manos–. Así será mucho más fácil.

Se escucharon voces al otro lado de la puerta y alguien llamó con fuerza.

Katie tomó las riendas del asunto. Se acercó y le puso el casco en la cabeza.

–La salida de incendios estará helada. Ten cuidado para no resbalarte. Me siento una estúpida diciéndote esto a ti, que haces todas esas escenas de acción. Estoy segura de que una salida de incendios helada no te supondrá ningún desafío.

Nathaniel tenía otra vez el teléfono en la mano.

–Necesito hacer otra llamada…

–Cuando llegues a mi casa –Katie se abstuvo de comentarle que si no estuviera con más de una mujer a la vez, no se vería en aquella situación desesperada. Diciéndose que la complicada vida sentimental de Nathaniel Wolfe no era asunto suyo, le tiró del brazo–. Si no quieres verte en primer plano delante de cientos de cámaras, entonces tenemos que salir de aquí ahora mismo.

Dos

El sonido de sus pasos resonaba por los escalones de metal de la escalera de incendios. Katie saltó los dos últimos y aterrizó en el callejón cerca de su Vespa.

En cuando el aire frío de febrero le atravesó la ropa, Nathaniel se quedó mirando la moto con una ceja alzada en gesto de desconfianza.

–¿Esta es tu idea de un vehículo de escape?

–Tal vez no sea un Ferrari, pero…

–Desde luego, no es un Ferrari.

–Es más rápida de lo que parece. Y tiene la ventaja de que nadie esperaría verte subido en una –cuando pasó la pierna por encima de la moto y arrancó el motor, un grupo de paparazzi dobló la esquina. Iban gritando como animales enloquecidos.

Hubo destellos de flashes y Katie se encogió.

–No quiero que me tomen fotos. Odio que me tomen fotos.