Norte y Sur - Elizabeth Gaskell - E-Book

Norte y Sur E-Book

Elizabeth Gaskell

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Beschreibung

Elizabeth Gaskell fue una mujer extraordinaria para su época y su vida fue intensa y muy activa. Tras su boda, a los veintidós años, con el reverendo William Gaskell siempre vivió en Manchester, la gran ciudad industrial del siglo XIX, pero viajó frecuentemente por su país y por Europa. Mujer inteligente, de gran bagaje cultural y muy sociable, contó con numerosas y variadas amistades. Publicó su primera novela a los treinta y ocho años y escribió otras cinco novelas, una biografía, varias novelas cortas, numerosos cuentos y algunos ensayos. Aunque no siempre ha sido así, la calidad de su obra la sitúa entre las grandes escritoras británicas del siglo XIX.

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Seitenzahl: 1062

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Elizabeth Gaskell

Norte y Sur

Edición de María José Coperías

Traducción de Elizabeth Power

Índice

INTRODUCCIÓN

Elizabeth Gaskell y su obra

La familia Stevenson

La familia Holland

Los años de formación

La familia Gaskell

Más allá de la familia

Contar historias como forma de vida

Análisis de «Norte y Sur»

Revolución Industrial y novela

Manchester, ciudad de extremos

Un relato de la vida de Manchester

Escribiendo «Norte y Sur»

Leyendo «Norte y Sur»

Interpretando «Norte y Sur»

Esta edición

Bibliografía

NORTE Y SUR

[Prefacio]

Volumen I

Capítulo I. «A la boda deprisa»

Capítulo II. Rosas y espinas

Capítulo III. «A más prisa, gran vagar»

Capítulo IV. Dudas y dificultades

Capítulo V. La decisión

Capítulo VI. Despedida

Capítulo VII. Nuevas escenas y caras

Capítulo VIII. Morriña

Capítulo IX. Arreglarse para el té

Capítulo X. Hierro forjado y oro

Capítulo XI. Primeras impresiones

Capítulo XII. Visitas de cortesía

Capítulo XII. Una suave brisa en un lugar bochornoso

Capítulo XIV. El motín

Capítulo XV. Amos y obreros

Capítulo XVI. La sombra de la muerte

Capítulo XVII. ¿Qué es una huelga?

Capítulo XVIII. Gustos y fobias

Capítulo XIX. Visitas angelicales

Capítulo XX. Hombres y caballeros

Capítulo XXI. La noche oscura

Capítulo XXII. Un golpe y sus consecuencias

Capítulo XXIII. Malentendidos

Capítulo XXIV. Malentendidos subsanados

Capítulo XXV. Frederick

Volumen II

Capítulo I. Madre e hijo

Capítulo II. Unas piezas de fruta

Capítulo III. Consuelo en la tristeza

Capítulo IV. Un rayo de sol

Capítulo V. Por fin en casa

Capítulo VI. ¿Las amistades de antaño se olvidan?

Capítulo VII. Desgracias

Capítulo VIII. Paz

Capítulo IX. Falso y verdadero

Capítulo X. Expiación

Capítulo XI. La unión no siempre hace la fuerza

Capítulo XII. Mirando hacia el sur

Capítulo XIII. Promesas cumplidas

Capítulo XIV. Haciendo amigos

Capítulo XV. Desafinado

Capítulo XVI. El final del camino

Capítulo XVII. ¡Sola, sola!

Capítulo XVIII. La partida de Margaret

Capítulo XIX. Reposo sin paz

Capítulo XX. No todo es un sueño

Capítulo XXI. Antes y ahora

Capítulo XXII. Carencia

Capítulo XXIII. «Y nunca volverá»

Capítulo XXIV. Respirando tranquilidad

Capítulo XXV. Cambios en Milton

Capítulo XXVI. Volver a encontrarse

Capítulo XXVII. «Despejar las nubes»

Créditos

INTRODUCCIÓN

ELIZABETH GASKELL Y SU OBRA

Elizabeth Gaskell fue una mujer extraordinaria, aunque no única, para su época y su vida fue intensa y muy activa. Se casó a los veintidós años con un pastor de la Iglesia unitaria al que ayudó en las escuelas dominicales para niños y en sus clases para obreros de las fábricas, así como en el trabajo social con los pobres de Manchester, sobre todo en momentos de crisis, que hubo muchos. Pero también tuvo sus propios intereses sociales como su preocupación por las jóvenes prostitutas de la ciudad de Manchester o por la situación de los trabajadores en las fábricas. Crio a cuatro hijas y se puso al frente, con la ayuda de fieles sirvientas, de un hogar siempre lleno de familiares, amigos y visitas. Fue una persona muy sociable que contaba entre sus conocidos y amistades con personas que iban desde miembros de la clase obrera hasta algunos de los empresarios más importantes de Manchester, así como la mayoría de los grandes intelectuales de la época. Gozaba enormemente de la compañía de sus amistades, que recibía en su casa o a las que visitaba con asiduidad, y asistía a conferencias, conciertos o exposiciones. Viajó por todo el país y también por el extranjero a lo largo de toda su vida, normalmente con familiares o amistades femeninas y, cuando tuvieron la edad suficiente, con sus hijas, pero rara vez con su esposo. Publicó su primera novela a los treinta y ocho años y hasta su fallecimiento, a los cincuenta y cinco, escribió otras cinco novelas, una biografía sobre su contemporánea Charlotte Brontë, varias novelas cortas, numerosos cuentos y algunos ensayos. Además, a lo largo de su vida escribió innumerables cartas, algunas de ellas bastante extensas y llenas de detalles y comentarios sobre cualquier cuestión. Algunas de sus amistades dijeron de ella que si su vida no hubiera sido tan dispersa con tantas ocupaciones, podría haber escrito mucho más; otras, sin embargo, consideraban que, en el caso de Gaskell, su vida y su obra estaban íntimamente relacionadas y sin la intensidad de la primera, quizás no habría sido posible la segunda1.

Angus Easson2 la ha descrito como una persona hermosa no solo físicamente, sino también de carácter. Con veinte años y durante una estancia en Edimburgo parece haber sido considerada como una de las bellezas de la ciudad. Una miniatura realizada por uno de los pintores más reputados del momento, William John Thomson, así lo atestigua y también un busto en mármol ejecutado por un conocido escultor, David Dunbar, en la misma época. Aunque con el paso de los años fue perdiendo frescura y ganando peso, en palabras de algunas de sus amistades y conocidos, siempre mantuvo un aspecto noble y casi regio, y una dignidad refinada y femenina que impresionaba a aquellos con los que se relacionaba3. Del estilo y del contenido de sus cartas se desprenden algunas de sus características más significativas: era optimista, a pesar de algunos episodios depresivos, divertida, espontánea, franca y nada afectada, además de sentir una sincera empatía hacia aquellos que la rodeaban y sus situaciones. Sin embargo, algunos de estos rasgos de su personalidad también le crearon problemas, pues esa misma espontaneidad y franqueza la llevó con frecuencia a emitir juicios apresurados sobre algunas personas y acontecimientos, a ser indiscreta y, como consecuencia, a crear situaciones tensas con diversas personas.

También fue una persona llena de contradicciones. Por una parte, fue una mujer terriblemente independiente, dando muestras de ello en su vida profesional y personal hasta el último momento; sin embargo, en alguna ocasión expresó sus deseos de no tener que tomar decisiones y volver a tiempos pasados en los que el único deber de las mujeres era la obediencia4. Nunca le gustó Manchester, donde se trasladó a vivir a partir de su matrimonio con William Gaskell, pues pensaba que perjudicaba su salud física y sus estados de ánimo, y siempre intentaba escapar a zonas más rurales en sus visitas a familiares y amigos o en sus vacaciones; sin embargo, aunque hubo alguna oportunidad, nunca abandonaron definitivamente la ciudad. Fue una esposa y, sobre todo, una madre dedicada a sus obligaciones familiares; sin embargo, con frecuencia expresaba sus ansias de mayor libertad personal y de disponibilidad para poder escribir. El mejor ejemplo de estas contradicciones es un fragmento de una de sus cartas en el que habla de los muchos «yos» que hay dentro de ella: un «yo» cristiano, aunque algunos lo llamen socialista e incluso comunista, un «yo» como madre y esposa, pero también otro «yo» que goza plenamente de la belleza y el bienestar, y se pregunta cómo puede reconciliar todos estos seres en pugna5.

Mientras vivió, Elizabeth Gaskell mostró siempre su rechazo a que se escribiera cualquier reseña biográfica sobre su vida. Algunos críticos atribuyen esta aversión a su propia experiencia con la publicación de la biografía de Charlotte Brontë6, que le supuso un gran esfuerzo emocional e intelectual y le trajo incluso problemas judiciales. Este rechazo la llevó a pedir a muchos de sus corresponsales, así como a sus familiares, que destruyeran sus cartas7. Sin embargo, la mayor de sus hijas, Marianne, que murió en 1920, conservó alrededor de seiscientas cartas que posteriormente fueron puestas a disposición de los estudiosos de la autora. Poco a poco, han ido apareciendo otras cartas que se encontraban en posesión de personas particulares, archivos o bibliotecas. Prácticamente todas las cartas localizadas han sido publicadas en dos colecciones: The Letters of Mrs. Gaskell, recopiladas y editadas por John Chapple y Arthur Pollard en 1966 y que reúne unas mil cartas, y Further Letters of Mrs. Gaskell, recopiladas y editadas por John Chapple y Alan Shelston en 2000, con una versión revisada y ligeramente ampliada en 2003, y que reúne alrededor de trescientas cartas. Estas dos colecciones constituyen los documentos más valiosos para conocer de primera mano cómo fue la vida de Elizabeth Gaskell. A pesar de esta abundancia de correspondencia, existen importantes lagunas difíciles de suplir. Por una parte, no se conserva, por ejemplo, ninguna carta dirigida a su esposo, William Gaskell, y tampoco se conservan cartas de su niñez o adolescencia. Por otra parte, en sus cartas se observa también la ausencia de comentarios sobre sus sentimientos respecto a algunos de los acontecimientos más importantes de su vida, como la pérdida de su madre cuando tenía poco más de un año o la de su hermano durante su adolescencia, su adopción en la práctica por parte de la familia de su madre o su boda con William Gaskell.

A pesar de su resistencia, desde principios del siglo XX comenzaron a aparecer, con mayor o menor fortuna, algunas semblanzas biográficas, pero fue a partir de la publicación de la primera colección de cartas en 1966 cuando se escribieron las biografías más interesantes. Hasta la fecha, la más extensa y completa biografía sobre Elizabeth Gaskell es la escrita por Jenny Uglow en 1993, Elizabeth Gaskell: A Habit of Stories, con sus casi 700 páginas y en la que el presente texto se ha basado en numerosas ocasiones8.

La familia Stevenson

Elizabeth Cleghorn9 Stevenson, posteriormente Elizabeth Gaskell, nació el 29 de septiembre de 1810 en Chelsea, entonces un pueblo cerca de Londres. Su padre, William Stevenson, era un hombre de espíritu inquieto, liberal en política, aristocrático en sus gustos y provocador en sus ideas. Procedía de Berwick-upon-Tweed, en el norte de Inglaterra, y había nacido en una familia de tradición naval en lo profesional y disidente en lo religioso. Estudió para formarse como pastor de la Iglesia unitaria, aunque su primer trabajo fue como tutor de un estudiante inglés en Brujas. En 1793 consiguió un puesto como pastor en Failsworth, cerca de Manchester, y conoció a su futura esposa, Elizabeth Holland. Sin embargo, al cabo de pocos años renunció a este puesto ya que consideraba que no se debía recibir un salario por propagar la palabra de Dios. Probablemente inducido por su amigo James Cleghorn, y tras un aprendizaje de seis meses, se dedicó a lo que entonces se denominó agricultura experimental o científica, que se practicaba en la zona de East Lothian, en Escocia. Allí nació el primer hijo del matrimonio, John, en 1798. Las cosechas no fueron bien en los siguientes cuatro años y, finalmente, en 1801 abandonaron la granja y se trasladaron a Edimburgo, donde pusieron una casa de huéspedes para estudiantes, al tiempo que William daba algunas clases y escribía artículos para varias revistas. En Edimburgo conoció también a lord Lauderdale, que había sido nombrado gobernador general de la India y que le ofreció un puesto como su secretario personal. El matrimonio abandonó su casa en Edimburgo y se trasladó a Londres a la espera de su partida hacia el nuevo y lejano destino. Una vez allí, todo se vino abajo pues la Compañía de las Indias Orientales, que debía confirmar el nombramiento del Gobierno, se negó a hacerlo y por lo tanto no tenía efecto. En compensación por el perjuicio causado, lord Lauderdale le consiguió un trabajo como funcionario en el Departamento del Tesoro, donde permaneció el resto de su vida. Su trabajo le dejaba suficiente tiempo libre como para dedicarse a escribir artículos y libros sobre temas tan variados como la topografía, la economía o la historia naval.

Elizabeth Holland procedía de una antigua familia de clase media del condado de Cheshire, cerca de Manchester, también de raíces unitarias en lo religioso y tradicional en política y costumbres. No existe demasiada información sobre ella, pero lo que sí que parece bastante claro es que la vida tranquila y protegida que llevó en la granja de sus padres antes de su matrimonio no pudo prepararla para la existencia inestable e insegura a la que le abocó su marido. De naturaleza aparentemente frágil, en el plazo de trece años tuvo ocho hijos, de los cuales solo el mayor, John, y la más pequeña, Elizabeth, sobrevivieron. Lamentablemente, Elizabeth Holland murió cuando su hija tenía poco más de un año. Esta pérdida marcó la vida de Elizabeth Gaskell para siempre y, aunque no hable de ello directamente en sus cartas, sí que expresó en algunas de ellas su temor a morir joven y dejar huérfanas a sus hijas, con el riesgo, además, de un segundo matrimonio de su marido que proporcionara una madrastra poco deseable a sus hijas10. Por otra parte, también es significativa la cantidad de niñas y adolescentes huérfanas de madre que protagonizan sus historias11.

Cuando su madre murió, William Stevenson aceptó que Elizabeth fuera a vivir a Knutsford, con la familia de su madre. Entre otras razones, Elizabeth parecía ser de naturaleza delicada y el aire del campo podía ser más beneficioso para ella. Su padre se casó al cabo de tres años con Catherine Thomson, que nunca mostró gran interés por Elizabeth, especialmente cuando ella tuvo sus propios hijos, William y Catherine. Aunque su padre le escribía cartas, no parece que nunca fuera a visitarla a Knutsford y Elizabeth solo volvió a Londres cuando ya tenía doce años para despedirse de su hermano, que se había enrolado como marinero en uno de los muchos barcos que hacían la travesía a la India. A partir de ese momento visitó la casa de su padre prácticamente cada año pero nunca se sintió feliz allí.

Con su hermano John, doce años mayor que ella, siempre tuvo una buena relación, a pesar de que se veían poco. Se escribían con frecuencia y John le enviaba cariñosas y divertidas cartas con noticias de los Stevenson. John había heredado el espíritu inquieto de su padre y, además, sabía que difícilmente podía contar con él económicamente. En el verano de 1828 decidió abandonar la vida de marinero y establecerse en la India para buscar fortuna. Sin embargo, a los pocos meses desapareció, no se sabe si en el mar o tras su llegada a la India, y no volvieron a tener noticias suyas. Como ocurriera con su madre, Elizabeth tampoco hablaba de la desaparición de su hermano, pero de nuevo hay una figura recurrente en sus historias del marinero en peligro o desaparecido12.

Durante el invierno de 1828-1829, Elizabeth volvió a casa de su padre en Chelsea. La desaparición de John lo había de-jado destrozado anímica y físicamente; en marzo tuvo dos derrames cerebrales en pocos días y murió. Aunque tampoco aparecen reflejados en sus cartas, Elizabeth parece haber tenido sentimientos contradictorios hacia su padre: por una parte, siempre le mostró afecto y se sintió orgullosa de él, por otra, probablemente también se sintió traicionada por haberla mantenido lejos de él durante tantos años. Lo que es indudable es que la curiosidad intelectual y vital de William Stevenson y su capacidad para escribir sobre tan diversos temas debió de influir en la capacidad creativa de su hija. Respecto a su madrastra, tras la muerte de su padre, Elizabeth regresó con los Holland y no volvió a verla hasta veinticinco años más tarde en Glasgow, adonde Catherine se había trasladado.

La familia Holland

Cuando la madre de Elizabeth enfermó, su hermana Hannah Lumb fue a cuidarla a Londres. Hannah se había casado con un hombre rico de Yorkshire, que la había abandonado a ella y a su hija Mary Ann, medio inválida desde la infancia a causa de un accidente, años atrás. Cuando Mary Ann, con veinte años entonces, se enteró de la muerte de su tía, le propuso a su madre hacerse cargo de la niña en su casa en Knutsford e incluso nombrarla su heredera. Mary Ann murió al año siguiente con apenas veintiún años y antes de que pudiera completar su plan. Elizabeth, sin embargo, se quedó a vivir con su tía Lumb y al hogar que formaron tía y sobrina se unió Abigail, la menor de las hermanas Holland.

Los Holland constituían una extensa familia con antiguas raíces en el condado de Cheshire. El centro de la vida familiar estaba en Sandlebridge, la granja a pocos kilómetros de Knutsford donde vivían Samuel y Anne Holland, los abuelos de Elizabeth. Los tres hijos varones de Samuel y Anne Holland fueron hombres de éxito en sus respectivas profesiones: Peter era el médico local, Samuel se dedicó a los negocios y Swinton se hizo banquero en Londres. Además, a través de sus matrimonios, los Holland estaban relacionados con algunas de las más distinguidas familias inglesas. Los Holland le proporcionaron gran parte del apoyo emocional y social que necesitó durante su infancia y juventud; tuvieron también una gran influencia en la formación de su personalidad y en su manera de pensar y, consecuentemente, en su obra.

Uno de los pilares centrales de la familia Holland era sus creencias religiosas dentro de la fe unitaria. Como se puede intuir por su propio nombre, el unitarismo se basa en el rechazo a dos doctrinas: la Trinidad y la naturaleza divina de Cristo. Prácticamente desde el momento de la separación de la Iglesia anglicana de la Iglesia católica (1534), en tiempos de Enrique VIII, habían empezado a aparecer disidentes o inconformistas a las doctrinas oficiales. Sin embargo, uno de los momentos críticos tuvo lugar en 1662 con la promulgación de la Ley de Uniformidad13 que, con el objetivo de establecer una unidad religiosa en el país, exigía un juramento de adhesión a un libro de oración común para desempeñar cualquier cargo dentro de la Iglesia y también del Gobierno. La ley tuvo el efecto contrario al pretendido y unos dos mil pastores se negaron a llevar a cabo el juramento, por lo que fueron expulsados de la Iglesia anglicana estableciendo toda una serie de nuevas congregaciones. De entre estos grupos surgió un movimiento que empezó a plantearse la naturaleza divina de Cristo y, por lo tanto, la doctrina de la Trinidad. También, algunos pastores dentro de la Iglesia anglicana tuvieron las mismas dudas y llegaron a las mismas conclusiones. Este fue el caso de Theophilus Lindsey14, que renunció a su puesto como pastor anglicano, y en 1774 fundó la primera capilla unitaria en Essex Street, en Londres15.

La ideas unitarias estaban muy influidas por filósofos como Hobbes, Locke y Newton, así como por el racionalismo de la Ilustración. Joseph Priestley se convirtió en el líder y portavoz del unitarismo en el siglo XVIII, abogando por la razón y negando la imaginación y el sentimiento como parte de la religión. Sin embargo, en el siglo XIX la figura de James Martineau, aun defendiendo el pensamiento racional, introdujo elementos más emocionales e intuitivos en la práctica del unitarismo, por lo que en este siglo se produjo una ligera división dentro de esta Iglesia. Elizabeth Gaskell prefería la segunda tendencia ya que le costaba identificarse con el racionalismo excesivo de Priestley y agradecía un estilo más cálido y más espiritual de predicar. Por otra parte, a Elizabeth le atraía la belleza de la liturgia anglicana, su música sacra y su arquitectura en contraste con la austeridad unitaria16. Precisamente, uno de los aspectos importantes del unitarismo es su tolerancia hacia otras creencias cristianas y su aceptación de todas ellas, lo que la convertía en una de las Iglesias más abiertas del siglo XIX. Esto contrasta con los recelos que los unitarios despertaban en miembros de otras confesiones religiosas, llegando incluso al rechazo hostil.

El racionalismo que estaba en la base de su fe les hacía ser optimistas en su creencia de un proceso gradual hacia la perfección, tanto de cada individuo como de la sociedad en su conjunto. En consecuencia, consideraban la educación como un derecho inherente a todo ser humano, hombre o mujer. Las escuelas unitarias gozaron de una gran reputación en esta época y se caracterizaban por desarrollar la capacidad de razonar de sus estudiantes. Los unitarios también concedieron una gran importancia a las cuestiones sociales, convirtiéndose en líderes reformistas en temas como la esclavitud, los derechos de la mujer o la situación de la clase obrera, pero asimismo fueron dirigentes del tejido productivo, comercial y político del país. Elizabeth Gaskell se crio en este ambiente político y de reforma social, lo que hizo que desarrollara una pasión por la libertad individual y la justicia. Por eso nunca dudó de que poseyera el derecho y la habilidad para cambiar la sociedad, todo lo cual se refleja en la temática y el tratamiento de muchas de las obras que publicó, consiguiendo alterar la paz de los complacientes e indiferentes con las injusticias de la época.

A diferencia de cualquier otra creencia cristiana para la que la ciencia podía ser una amenaza a la fe, los unitarios conciliaban muy bien ciencia y religión pues, en su opinión, cada avance científico podía ser un paso para entender mejor los designios de Dios. De hecho, muchos unitarios tuvieron un papel importante en la creación de las Sociedades Literarias y Filosóficas, es decir científicas, que empezaron a aparecer por todo el país a finales del siglo XVIII. Todo esto se conjuga también con la búsqueda de la verdad como valor supremo y en coherencia con los ideales de la Ilustración: el pensamiento racional, la libertad de conciencia, la tolerancia y el perfeccionamiento personal. Elizabeth Gaskell creía que la defensa de la verdad estaba por encima de todo y frente a cualquier controversia sobre sus obras más polémicas, como fueron Mary Barton,Ruth o la biografía de Charlotte Brontë, siempre se justificó en el hecho de que debía contar la verdad. Los unitarios destacaron también en la creación de instituciones educativas y culturales, así como de carácter social y benéfico.

La comunidad unitaria era relativamente pequeña en comparación con otras confesiones cristianas, pero tenía una gran influencia. Los miembros de la Iglesia unitaria con frecuencia se casaban entre ellos formando auténticas redes religiosas, sociales, económicas e incluso políticas. Desde 1673, una ley prohibía a los católicos y disidentes desempeñar cargos públicos; sin embargo, a partir de la década de los treinta del siglo XIX, esta y alguna otra ley posterior de objetivo similar fueron derogadas y los unitarios pudieron competir por puestos en el parlamento o en los gobiernos locales. Esta derogación también favoreció a aquellos unitarios que ejercían profesiones liberales, como médicos o abogados, aumentando todavía más la influencia de esta comunidad.

Los años de formación

Hasta la edad de once o doce años, Elizabeth fue educada en casa por sus tías Hannah y Abigail, que siguieron las pautas en las que ellas habían sido educadas. Sin embargo, Elizabeth era una gran observadora y no aprendía solo de aquello que decían los libros. Creció rodeada de mujeres, sus tías y sus primas mayores principalmente, activas e inteligentes, que nunca se sintieron confinadas en sus casas: decían lo que pensaban libremente, viajaban, eran miembros de asociaciones de diverso tipo y se implicaban en todo aquello que les rodeaba. Sin embargo, y a pesar de todas estas actitudes tan progresistas, seguían considerando que el papel último de la mujer era el matrimonio y la maternidad, y que no era necesario prepararse para el ejercicio de ninguna profesión.

A la hora de buscar un colegio para Elizabeth, la elección fue Avonbank, en el condado de Warwickshire, en el centro de Inglaterra, dirigido por las hermanas Byerley, de raíces unitarias y con lazos familiares con los Holland y los Thomson (la familia de la segunda esposa de su padre). A principios del siglo XIX abundaban los colegios para niñas y muchos de los mejores estaban dirigidos por inconformistas como las Byerley. El programa de estudios que seguían incluía el estudio del inglés (lectura, ortografía, gramática y redacción), geografía e historia antigua y moderna. Como actividades extra también podían estudiar francés, música, danza, dibujo y aritmética, así como asistir a conferencias o hacer ejercicio físico. Elizabeth siempre sintió una gran pasión por la música y asistía con frecuencia a conciertos; por otra parte, parece que dibujaba bastante bien y que le gustaba mucho visitar museos y exposiciones de arte. A las alumnas de Avonbank se les animaba tanto a escribir como a leer y las mujeres escritoras de la época eran tenidas en gran estima.

Ella siguió leyendo durante toda su vida: conocía bien la poesía contemporánea, pero también la de autores de los siglos XVI y XVII, y prueba de ello son las citas o los epígrafes que aparecen en algunas de sus novelas como, por ejemplo, Norte y Sur. Parece haber tenido una debilidad por las historias de deseo, crimen, bigamia o misterio, algunos de cuyos temas aparecen, sobre todo, en sus cuentos, pero también por las historias populares, las tradiciones y las anécdotas. Y también leía ensayos; aunque nunca fue una erudita o mostró una especial pasión por el estudio, su familia y el ambiente en el que se movía17 no pudo por menos que empujarla a sentir curiosidad por temas como la economía, la política o la ciencia.

Después de cinco años y al término de su educación formal dejó Avonbank en 1826 para continuar con un tipo de formación diferente, la que le iba a dar la convivencia con familiares y amistades por diferentes partes del país. Pasó temporadas en Londres, en Knutsford y en Gales. Cuando su padre murió en 1829, Elizabeth era todavía menor de edad y tal como ocurrió tras la muerte de su madre, la familia Holland —que nunca se planteó dejar de ocuparse de ella— la acogió. Se quedó en Londres en casa de su tío Swinton, el banquero, y de su primo Henry, prestigioso médico de la clase alta de la ciudad. A los pocos meses se trasladó a Newcastle, donde se quedó los dos años siguientes en casa del reverendo William Turner y su hija Ann. Turner pertenecía también a la Iglesia unitaria y tenía lazos familiares con los Holland. Su personalidad marcó enormemente a Elizabeth, pues practicaba el tipo de cristianismo social, que luego encontró también en su futuro marido y que ella aplicó toda su vida, lleno de comprensión y compasión por los demás y con un enorme sentido de la justicia. William Turner fue su modelo para el personaje de Thurstan Benson en su novela Ruth. Durante su estancia en Newcastle y, aparentemente a causa de un brote de cólera en la ciudad, se desplazó a Edimburgo con Ann Turner. También fue a Liverpool, donde vivía su tío Samuel Holland y, posteriormente acompañó a Ann Turner a Manchester para pasar algún tiempo con su hermana Mary.

En el otoño de 1831, con veintiún años, Elizabeth había viajado por una gran parte del país, relacionándose con gente de muy diversa condición, aprendiendo de todo y de todos. Había adquirido un gran sentido de la independencia y había desarrollado un espíritu muy sociable.

La familia Gaskell

En 1828, William Gaskell había sido nombrado ayudante del pastor titular de la capilla unitaria en Cross Street, en Manchester, John Gooch Robberds. Cuando Ann Turner, acompañada de Elizabeth, fue a visitar a su hermana Mary, esposa de Robberds, es lógico que conocieran a su ayudante e incluso que hicieran amistad con él.

William Gaskell había nacido en Latchford, un lugar cerca de Warrington, en aquel momento parte del condado de Lancashire, donde su padre tenía una próspera fábrica de velas para barcos. Su familia era de tradición disidente y pertenecían a una clase media próspera y con buena formación. William tenía dos hermanos y dos hermanas, Ann y Eliza, con las que Elizabeth forjó una gran amistad, llena de complicidades. Con quince años, William fue a estudiar a la Universidad de Glasgow, entre otras razones porque los inconformistas no eran admitidos ni en Oxford ni en Cambridge. Allí pronto demostró que era un excelente estudiante y con veinte años, y una vez acabados sus estudios universitarios, empezó a formarse como pastor de la Iglesia unitaria en el New College de Manchester, entonces situado en York. Cuando acabó su formación en 1828 le ofrecieron hasta cuatro puestos distintos, y él eligió Cross Street, que era la capilla unitaria más importante de Manchester.

Físicamente William era un hombre atractivo: alto, delgado y de finos rasgos. Intelectualmente, era un hombre erudito, muy trabajador y muy implicado en su trabajo. Emocionalmente, era tímido, casi retraído, y le costaba mostrar sus sentimientos. Era también una persona austera, de hábitos sobrios, casi espartanos. Elizabeth era guapa, vivaz, abierta, muy sociable e inteligente. Parece que ella fue capaz de sacarlo de su timidez y despertar su sentido del humor y su calidez; por su parte, William consiguió dar estabilidad a su carácter emocional y a su personalidad arrolladora. Sin embargo, William y Elizabeth tenían muchos puntos en común. En primer lugar, les unía su fe unitaria, que les daba una visión optimista de la vida, basada en su confianza en la bondad innata de la naturaleza humana. Los dos eran tremendamente activos y trabajadores, concienciados sobre la realidad social, compasivos con los desfavorecidos y con un gran sentido del servicio hacia los demás. También compartían una actitud tolerante hacia los otros, una visión progresista de la sociedad y posiciones liberales en política. A los dos les gustaba la literatura, la música y el arte en general. Su amor por la belleza natural y la vida al aire libre fueron otras de sus pasiones compartidas. Finalmente, y aunque no fuera ni la única ni la más importante de las razones, William era un joven pastor de la iglesia que necesitaba una esposa y Elizabeth era una joven sin dote ni recursos económicos propios que necesitaba un marido. Unos cinco meses después de su llegada a Manchester y de haber conocido a William, Elizabeth estaba comprometida y en menos de un año se casaron. La boda tuvo lugar el 30 de agosto de 1832, cuando Elizabeth aún no había cumplido veintidós años y William tenía veintisiete. Tras la boda, se fueron de viaje a Gales, donde pasaron todo un mes.

A finales de septiembre llegaron a Manchester a una casa en Dover Street que Eliza se había quedado encargada de organizar en su ausencia. Elizabeth se encontraba orgullosa y feliz de tener su propia casa; sin embargo, la experiencia del matrimonio y de instalarse en su nueva ciudad parece que le resultó ligeramente abrumadora. Aunque evidentemente ya conocía la ciudad, la llegada de Elizabeth a Manchester para instalarse supuso un duro golpe. En ocasiones se han comparado los sentimientos de Margaret Hale, la protagonista de Norte y Sur, a su llegada a Milton-Northern (nombre imaginario de Manchester) y los de la propia Elizabeth18. A Elizabeth nunca le gustó Manchester, a la que consideraba deprimente, sucia, húmeda y llena de niebla y humo, condiciones que siempre pensó que afectaban a su salud. La ciudad también rezumaba pobreza y privaciones, sobre todo en sus barrios más humildes, donde se hacinaban los trabajadores de las fábricas; no obstante, Elizabeth nunca huyó de estas situaciones y voluntariamente acudió con frecuencia a los barrios pobres donde se volcaba ayudando allí donde pudiera o al menos mostrando su compasión por ellos. A pesar de sus sentimientos de rechazo hacia Manchester, no podía evitar sentir admiración hacia su gente: trabajadora, emprendedora y llena de energía, sin hacer diferencias entre obreros y empresarios. Por otra parte, era consciente de que su destino estaba en Manchester, tanto por el trabajo de William como por sus propias obligaciones. Por eso, cuando en 1859 a William le ofrecieron el puesto de mayor rango dentro de la Iglesia unitaria, el de pastor de la capilla en Essex Street, en Londres, y lo rechazó, tuvo todo el apoyo de Elizabeth19.

Elizabeth había vivido de manera bastante libre, por una parte, porque sus circunstancias no le habían impuesto la vigilancia permanente de unos padres, por otra, porque su religión y su educación le habían enseñado a ser independiente. Pocas semanas antes de casarse le escribió a su amiga Harriet Carr comentándole que el «aprender obediencia» era algo nuevo para ella20. Aunque debió debatirse entre la independencia que proclamaba el unitarismo y la sumisión que imponía la costumbre, desde luego Elizabeth estaba decidida a tomar sus propias decisiones, y así lo demostró muy pronto. Nada más llegar a Manchester anunció que ninguna congregación de feligreses debería esperar controlar la actividad de la mujer de su pastor y que cualquier cosa que ella decidiera hacer sería por su propia voluntad y no porque se sintiera obligada21. Elizabeth no estaba dispuesta a hacer visitas de cortesía entre los feligreses y a ser modelo de decoro, tal como se podía esperar de la esposa de un pastor de la Iglesia22. Sin embargo, se implicó a fondo en las escuelas dominicales para niños organizadas por su marido y en la educación de obreros adultos, en la que William participaba activamente, y visitó instituciones benéficas, así como a las personas más necesitadas. Elizabeth también buscó y tuvo sus propios intereses sociales: ayudó a Travers Madge y Thomas Wright, ambos preocupados por la situación de los prisioneros en las cárceles de Manchester, organizó clases de costura para mujeres sin recursos en su propio hogar, colaboró con las casas de acogida para prostitutas, y se interesó por los programas que algunos fabricantes pusieron en marcha a favor del bienestar y el progreso de sus trabajadores23.

William fue un trabajador infatigable toda su vida. Aparte de las obligaciones propias de su ministerio, daba también numerosas clases. Enseñaba a sus hijas y amigos, recibía a alumnos particulares en casa, y daba clases en dos instituciones para la enseñanza y el progreso de la clase obrera. En 1840, el New College de Manchester se trasladó desde York a la ciudad que le daba nombre y fue designado Secretario de esta institución, aparte de convertirse en profesor habitual de Historia, Literatura y Lógica. También organizó una escuela para preparar pastores procedentes de la clase obrera y una escuela de misioneros. Fue miembro de diversos comités para la mejora del alcantarillado y consecuentemente de la salud pública en la ciudad, también de otros comités para la lucha contra las epidemias. Desde 1849 dirigió la Biblioteca Portico de la ciudad y desde 1861 codirigió la revista The Unitarian Herald. También fue miembro de diversas asociaciones de carácter científico como la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia. Poco a poco se fue convirtiendo en una figura bien conocida en la ciudad, excelentemente considerado y apreciado como profesor y orador, así como por el trabajo social que desarrollaba.

Con todas estas obligaciones profesionales, sociales y humanitarias, es lógico que le quedara poco tiempo para dedicarle a la familia y que, además, la carga de trabajo afectara a su salud y a su estado de ánimo. En diversas ocasiones, Elizabeth se quejó de las muchas obligaciones de William y de sus frecuentes ausencias del hogar24. Este tipo de comentarios ha hecho que algunos autores se plantearan qué clase de matrimonio tuvieron Elizabeth y William y hasta qué punto fueron felices, curiosidad que se acentúa por el hecho de que no se ha conservado ninguna carta de las que seguro debieron de enviarse. También hay otras cartas en las que confiesa que es feliz, a pesar de la reserva que en ocasiones siente para abrirse a William o en las que, pasados los años, hace una cariñosa —y divertida— descripción de su marido para sus amigos los Story, que debían recibirlo en Roma25. En opinión de Coral Lansbury, una mujer que se siente con la libertad para quejarse de su matrimonio cuando así lo considera oportuno, es alguien que tiene una relación razonablemente estable con su marido, y que su marido, como sus hijas, era una persona que con frecuencia podía fastidiarla pero a quien amaba profundamente26. Por otra parte, en las dedicatorias que le escribió de algunos de los ejemplares que aún se conservan, siempre se refiere a él en términos sumamente cariñosos27.

Lo que sí que es cierto es que casi desde el principio de su matrimonio llevaron vidas bastante separadas, pero siempre en paralelo. Aparte de un par de viajes al extranjero y algunas visitas a parientes o estancias familiares en lugares de vacaciones, nunca viajaban juntos. Elizabeth, que viajó mucho más frecuente y extensamente que William, lo hacía con familiares o amigas y, a partir de cierta edad, con sus hijas. William viajaba solo al extranjero o hacía alguna escapada a las montañas con amigos. Elizabeth se encontraba feliz rodeada de amigos y desplegando su dotes de anfitriona o de invitada y buena conversadora; William, sin embargo, se encerraba con frecuencia en su estudio para preparar sus clases, redactar sus sermones o trabajar en sus informes y proyectos, o disfrutaba de su propio círculo de amigos, a veces diferente del de Elizabeth. Lo que es evidente es que su matrimonio no estaba basado en una relación de compromiso o de subordinación, sino más bien de compatibilidad y de aceptación de vidas independientes pero paralelas.

No sabemos si William se casó con Elizabeth con la expectativa de tener una mujer bonita, culta y con gustos similares a los suyos, que se convirtiera en la típica mujer de un pastor de la Iglesia. En ninguna de las cartas o testimonios que han sobrevivido hay mención alguna a que William se disgustara o pusiera en evidencia a Elizabeth por sus novelas más controvertidas, que iban en contra de la forma de pensar o de las posiciones económicas, sociales y políticas de muchos de sus feligreses. Tampoco parece que nunca cuestionara que Elizabeth expresara opiniones diferentes a las suyas. Y no parece haber mención alguna a que se sintiera eclipsado o molesto por la fama como escritora que Elizabeth adquirió con el tiempo. Al contrario, siempre se sintió orgulloso de que se convirtiera en una escritora de éxito y siempre le dio apoyo en sus empresas literarias: en ocasiones le proporcionó material para sus obras, a petición de Elizabeth, revisaba lo que escribía, corregía la puntuación y la gramática, y leía las pruebas de imprenta, estuvo a su lado en los momentos de controversia de sus obras más polémicas y al principio le ayudó con las cuestiones comerciales y legales de los contratos con sus editores.

Como mujer casada, Elizabeth no podía abrir una cuenta bancaria a su nombre, ni le podían hacer ningún pago por transferencia o cheque28, que tenía que ser ingresado necesariamente en la cuenta bancaria de William, de la que solo él podía retirar dinero. En alguna ocasión se ha malinterpretado una anécdota que Elizabeth narra en una de sus cartas29 cuando, al recibir 20 libras en pago a su primer cuento publicado, William cogió el dinero y se lo guardó en un bolsillo. Por el contexto de la carta parece que fue más bien un gesto cómplice ante el asombro de la misma Elizabeth porque le hubieran pagado esa cantidad por su cuento. De hecho, a lo largo de su vida Elizabeth consiguió con sus obras importantes cantidades de dinero de las que ella siempre dispuso como quiso para sus viajes o gastos de la familia.

A finales de 1864 Elizabeth empezó a fraguar la idea de comprar una casa en una zona rural como lugar de escape y de descanso de Manchester y también como regalo para William, pensando en su jubilación, y como herencia en el futuro para sus hijas solteras. La parte más complicada del asunto era que William no debía saber nada sobre esta compra y para ello tuvo que contar con la ayuda legal y la complicidad de su editor, George Smith, su abogado, William Shaen, y sus yernos, Charles Crompton y Thurstan Holland. La casa la encontró finalmente en 1865 en Alton, en el condado de Hampshire, y se llamaba «The Lawn». Muchos críticos han considerado el acto de la compra de esta casa como una muestra de la independencia de Elizabeth e incluso de su autonomía económica30; algunos lo han visto también como un acto de rebeldía hacia William31.

Por las mismas cartas de Elizabeth, parece evidente que bajo circunstancias favorables las mujeres victorianas podían gozar de cierta libertad para actuar en la esfera pública, pero esta libertad no era un derecho por sí, sino que dependía de la voluntad del marido, o en su caso del padre. Lo que está claro es que William nunca estuvo dispuesto a desempeñar el papel del típico marido victoriano. A ello contribuyeron dos factores. El primero, sus creencias unitarias con la defensa de la tolerancia, por una parte, y de la independencia personal, por otra, que guiaron la mayoría de sus actuaciones y también la relación con su esposa. El segundo, el hecho de que sus propias ocupaciones le predispusieron a animar a Elizabeth a llevar una vida activa e independiente.

En el plazo de trece años, de 1833 a 1846, Elizabeth tuvo siete32 hijos, de los cuales solo cuatro niñas sobrevivieron la infancia. En julio de 1833 nació su primera hija, pero desafortunadamente nació muerta. No sabemos mucho sobre sus sentimientos en aquel momento a causa de esta desgracia, pero tres años más tarde, en 1836, escribió un soneto titulado «On visiting the Grave of my Stillborn Little Girl» («Al visitar la tumba de mi niñita nacida muerta»), donde se refleja todo el dolor que todavía sentía. En septiembre de 1834 nació la que pasaría a ser su hija mayor, Marianne, bautizada así seguramente en recuerdo de su prima Mary Ann, la hija de Hannah Lumb. En febrero de 1837 nació Margaret Emily, a la que todos llamaban Meta. A las pocas semanas de nacer la niña y todavía recuperándose del parto, su tía Hannah Lumb enfermó y Elizabeth se fue a Knutsford a cuidarla hasta que murió a principios de mayo. Durante muchos años se pensó que Elizabeth había tenido seis embarazos; sin embargo, a raíz del descubrimiento de una carta33 escrita en 1856 a su antigua amiga Harriet Carr, para aquel entonces Harriet Anderson, se supo de la existencia del nacimiento de un niño que había sobrevivido apenas unos días y parece que ni siquiera había sido bautizado. Aunque no da fechas, se supone que este niño debió de nacer entre 1838 y 1841 y, de esta manera, explica la diferencia de seis años entre Meta y su siguiente hija. Florence Elizabeth, conocida también familiarmente como Flossy, nació en octubre de 1842. El aumento de la familia hizo necesario buscar una nueva casa más grande ese mismo año en Upper Rumford Street. Dos años más tarde, en octubre de 1844 nació su hijo William, o Willie, un niño simpático, saludable y de pelo rojizo. La alegría por el nacimiento de este hijo pronto se vio truncada. A finales de julio, Elizabeth y William llevaron a Marianne y a Willie, que entonces tenía nueve meses, de vacaciones a las montañas de Gales donde, sin saberlo ellos, había una epidemia de escarlatina. Marianne enfermó, pero se recuperó a los pocos días; sin embargo, Willie empezó a mostrar los síntomas de la enfermedad, que en un niño tan pequeño resultó ser mortal. Willie murió el 10 de agosto y Elizabeth quedó absolutamente destrozada. Un año más tarde, en septiembre de 1846, nació su última hija, Julia Bradford, bautizada así en honor a una de sus amigas. Julia fue una niña saludable y alegre, que hizo las delicias de sus padres y las personas de su entorno.

Marianne y Meta, quizás por ser las hijas mayores y en las que Elizabeth se apoyó en numerosas ocasiones, fueron las que estuvieron más cerca de su madre. Marianne se casó a los treinta y dos años con un primo segundo suyo, Thurstan Holland. Aunque se habían conocido y enamorado ocho años antes, la familia de él se oponía a la relación por los lazos de consanguineidad y por la falta de recursos económicos. Fue la única de las hijas de la familia Gaskell que tuvo hijos, tres, y la que vivió durante más tiempo, ya que murió en 1920, a los ochenta y seis años. En cambio Florence, la tercera de las hijas, se casó joven, cuando apenas contaba veintiún años. Como muestra de su carácter independiente, se comprometió en secreto con Charles Crompton y, a pesar de la sorpresa inicial de sus padres y alguna prevención por parte de Elizabeth34, se casaron a los pocos meses. Meta se comprometió en 1857 con un oficial del ejército, el capitán Hill, al que había conocido en Italia, de viaje con su madre. Inicialmente, se iban a casar enseguida, ya que él debía trasladarse a la India como resultado del movimiento de insurgencia que se produjo allí ese mismo año. El matrimonio finalmente quedó aplazado y, mientras tanto, Meta descubrió algunas fisuras en el carácter y el comportamiento de su prometido, lo que la llevó a romper el compromiso en 1858. A Meta le costó recuperarse de esta ruptura y nunca se casó, como tampoco lo hizo Julia, la menor de las hijas. Las dos se quedaron a vivir en Plymouth Grove, que había sido la casa familiar desde 1850, incluso tras la muerte de sus padres, y estuvieron muy comprometidas con las actividades de su padre derivadas de su ministerio en Cross Street. Las dos hermanas fueron mujeres independientes, del tipo que su madre siempre había admirado.

A lo largo de su vida, Elizabeth mostró una actitud ambivalente hacia sus hijas. A Marianne y a Meta las utilizó con frecuencia como secretarias, maestras de sus hermanas, amas de casa y confidentes. Siempre quiso mantener cierto control sobre ellas y en algunas de sus cartas, tras alabar las muchas cualidades de sus hijas, reconoce expresamente el consuelo y la felicidad que le dan y que no sabe qué haría si alguna de ellas se casara, aunque inmediatamente también se extraña de que nadie les dé una oportunidad para hacerlo35. Sin embargo, también está claro que su punto de vista liberal y su formación benevolente le ganaron la devoción y la confianza de sus hijas, con las que tuvo una relación excepcional, convirtiéndose en su compañera en muchas de sus actividades, y con las que compartió gustos, intereses, entusiasmos y amistades. Sus hijas siempre encontraron en Elizabeth un refugio al que acudir y ella se desvivió por darles material y emocionalmente todo aquello que consideró que podían necesitar.

Elizabeth creía que para la mayoría de las mujeres la maternidad era su auténtica vocación y una forma de realización personal, y esto lo plasmó también en su obra literaria, donde dejó claro que la maternidad era la forma de realización más envidiable de la mujer y en su caso su alegría más gratificante. Prueba de ello es que pocas mujeres han escrito más tiernamente que ella, en la ficción o en sus cartas, sobre los hijos y es innegable que la experiencia de la maternidad fue de gran importancia a la hora de dar forma a la escritora en la que se convirtió. Sin embargo, la relación entre obligaciones familiares y la dedicación a otras actividades siempre le supuso un rompecabezas. Aunque en varias ocasiones aconsejó a otras mujeres que debían dejar de lado su vocación artística ante los deberes del hogar36, Elizabeth empezó a escribir cuando sus hijas eran muy pequeñas37 y tampoco tuvo dudas nunca sobre el hecho de que para que sus obras tuvieran fuerza y vitalidad, un escritor debía haber vivido intensamente38.

En el otoño de 1865 Elizabeth estaba terminando de escribir los episodios finales de la que sería su última novela, Wives and Daughters, y se sentía presionada por su editor y la publicación mensual de la revista donde aparecía. Acababa de comprar «The Lawn», la casa en el campo que tanto había buscado, y se había tenido que ocupar de amueblarla y decorarla. También había localizado una inquilina para que la ocupara mientras acababa de pagarla y pudiera descubrir su secreto de la compra de la casa a William. Eran demasiadas cosas y esta vez acabaron por superarla. El segundo fin de semana de noviembre, se habían reunido en la casa Elizabeth, Meta, Julia, Florence y el marido de esta, Charles. El domingo 12 de noviembre por la tarde se encontraban todos juntos tomando algo y charlando animadamente; Elizabeth se paró en mitad de una frase. Había muerto. Marianne se encontraba en Manchester y William en una reunión de su Iglesia en una población a pocos kilómetros de la ciudad. Elizabeth fue trasladada a Knutsford y enterrada allí. William nunca fue a vivir a la casa que Elizabeth le había comprado para su jubilación, sino que siguió viviendo y trabajando en Manchester hasta su muerte en junio de 1884, a la edad de ochenta y ocho años. También fue enterrado en Knutsford, junto a su esposa Elizabeth.

Más allá de la familia

Como ya dijimos, antes de casarse, Elizabeth había viajado por diversos lugares del país visitando a familiares y amistades y se le podía considerar una persona experimentada en este sentido. Tras su boda con William, su primer viaje fue a Gales, como parte de su luna de miel, y después siguieron desplazamientos a distintos sitios para otras visitas. El hecho de tener hijos y que la familia creciera no fue un impedimento para que Elizabeth y William viajaran cada vez más, juntos o por separado. En el otoño de 1839 William hizo un viaje de diez semanas por Europa visitando, entre otros lugares, Suiza y el norte de Italia. En esos momentos, Elizabeth era menos ambiciosa en sus salidas y limitaba sus viajes a zonas rurales o de la costa de Gran Bretaña. Sin embargo, progresivamente sería Elizabeth la que viajaría con más frecuencia, por más tiempo y más lejos, algo que en Manchester no siempre se vio con buenos ojos39.

La salud de Elizabeth, y también la de William, siempre se vio afectada por el ambiente de Manchester y con frecuencia —y siempre que sus finanzas se lo permitieran— buscaba lugares a los que poder escapar, especialmente en verano. Desde el principio, uno de sus refugios favoritos fue Gales, adonde viajó con frecuencia bien a la casa de su primo o a casas de huéspedes en las que se hospedaban. También frecuentaron la zona de Los Lagos, en el noroeste de Inglaterra, donde tuvo oportunidad de conocer, entre otros, al poeta romántico Wordsworth. A partir de 1843 uno de sus lugares favoritos de vacaciones fue Silverdale, un pequeño pueblo de granjeros y pescadores en la bahía de Morecombe, en Lancashire. En todos estos lugares Elizabeth encontró inspiración para varias de sus novelas y cuentos, que también reflejan la conexión emocional que tenía con ellos, así como el contraste entre el campo y la ciudad.

Elizabeth naturalmente conocía Londres, donde había nacido y donde había visitado a su padre y a parte de la familia Holland en su juventud. Sin embargo, su visita en 1849 marcó una gran diferencia en su vida. Su primera novela, Mary Barton, había sido publicada en octubre de 1848 y, con algo del dinero que consiguió por ella en su poder, y ante la insistencia de algunos amigos y de su editor, se decidió a visitar Londres. Allí conoció a algunos de los miembros más destacados de la intelectualidad del momento, entre otros a Thomas Carlyle, conocido ensayista, algunas de cuyas obras tuvieron enorme influencia en Elizabeth. Durante su estancia, Elizabeth fue invitada a la cena que en esas fechas se ofreció para celebrar el comienzo de la publicación de la novela David Copperfield escrita por Dickens y dicha cena marcó su admisión en la sociedad literaria de Londres, así como su relación profesional con Dickens. A partir de este año sus visitas a Londres fueron frecuentes.

Su primer viaje al extranjero fue en 1841 cuando junto a William viajó primero a Bélgica para después pasar unas semanas en Heidelberg, Alemania. Allí conoció a los Howitt, que tan importantes fueron en los comienzos de su carrera literaria y, además, estuvo en contacto con la cultura alemana, que en aquel momento despertaba gran interés en Gran Bretaña. Tardaría doce años en volver a salir de su país; sin embargo, este viaje despertó en ella la pasión por viajar al extranjero.

En la primavera de 1853, tras la publicación en enero de su novela Ruth, Elizabeth partió hacia París acompañada de William y de su hija Marianne. Este viaje la marcó también profundamente. Allí conoció a Madame Mohl, que organizaba uno de los famosos salones intelectuales que habían florecido en Francia desde el siglo XVII. Mary Clark Mohl era de origen británico, aunque se había trasladado a Francia de pequeña con su madre y allí se había casado con el orientalista alemán Julius Mohl. Cuando Elizabeth conoció a Madame Mohl, esta tenía casi sesenta años y gozaba de una capacidad física e intelectual extraordinaria. Las dos mujeres sintieron una atracción mutua e inmediata. A Elizabeth el ambiente de brillante conversación, erudición y apertura intelectual que se vivía en casa de los Mohl le resultó irresistible. Por su parte, Madame Mohl consideraba a Elizabeth como la literata más agradable que había conocido y admiraba su sentido común y buen criterio, y se convirtió en su valedora en Francia. Volvió a París en numerosas ocasiones y la casa de los Mohl se convirtió en su punto de referencia en esta ciudad. El interés que este y sus posteriores viajes a París despertaron en Elizabeth por la vida y la cultura francesas queda patente en sus cartas, algunos ensayos y varias de sus historias breves.

En 1857 Elizabeth visitó por primera vez Italia, acompañada por Marianne y Meta. Previo paso por París, llegaron a Roma donde se alojaron durante varias semanas con William Wetmore Story, a quien había conocido en casa de Madame Mohl, y su familia. Los Story, una joven pareja de poco más de treinta años, resultaron ser los anfitriones perfectos, con un gran círculo de amigos, y el centro de la activa colonia americana que había en Roma. Elizabeth y sus hijas destacaron por su encanto y su frescura y las invitaban continuamente a todo tipo de recepciones y reuniones. Si ellas sedujeron a parte de la población de Roma, Roma las sedujo a ellas. Entre los miembros de la colonia americana se encontraba Charles Eliot Norton, un joven de Boston de educación unitaria y experto en historia del arte. Norton tenía entonces treinta años y Elizabeth cuarenta y seis y, aunque sería ir demasiado lejos decir que se enamoraron40, lo que sí que es cierto es que él fue parte de su romance con la ciudad41 y con toda Italia, además de compartir numerosos intereses y actitudes vitales: Norton era un apasionado abolicionista y estaba activamente implicado en la situación de los más desfavorecidos. Su amistad duró toda su vida y prueba de ello fueron las numerosas y sinceras cartas que se intercambiaron42. Norton también les acompañó en el resto de su viaje por el norte de Italia donde visitaron ciudades como Florencia o Venecia. Entre la colonia americana que había en aquellos momentos en Roma se encontraba también la escritora Harriet Beecher Stowe, que había alcanzado gran popularidad con la publicación de su novela La cabaña del tío Tom, en 1852, y con quien ya había coincidido en Londres en 1853.

Hubo dos viajes más a Bélgica y Heidelberg, el primero (1858) con Meta y el segundo (1860) con Marianne, Florence y Julia. También un viaje a Bretaña y Normandía para recopilar material para un libro que nunca llegó a escribir sobre Madame de Sévigné, la conocida escritora del siglo XVII. Volvió a Italia en 1863 con Meta, Florence y Julia y, aunque repitió una gran parte del itinerario anterior, no pudo recuperar la magia de su primer viaje, seis años antes. En el verano de 1864 viajó a Pontresina y Glion, cerca del Lago de Ginebra, en Suiza, con sus cuatro hijas y sus dos yernos. Sus dos últimos viajes, en 1865, fueron a París en marzo y a Dieppe y Boulogne, en Francia, en octubre.

El viaje que nunca hizo, por falta de medios económicos y de tiempo, fue a Estados Unidos. Sin embargo, siempre mostró un gran interés por este país. Tenía numerosos amigos que vivían o procedían de Estados Unidos: Samuel y Julia Bradford, los Story, Charles Eliot Norton y varios más. Siempre se interesó por la política del país, sobre todo cuando la Guerra Civil allí provocó una grave crisis en la industria textil de Manchester entre 1862-1863. Estaba familiarizada con algunos de los autores más importantes del momento: Harriet Beecher Stowe, Nathaniel Hawthorne, Henry Longfellow, James Fenimore Cooper o Margaret Fuller. Y sus obras fueron ampliamente publicadas en Estados Unidos.

Contar historias como forma de vida

El contar historias era una de las actividades más populares para entretenerse en las reuniones familiares o con amigos en la época victoriana y Elizabeth Gaskell tenía un don especial para ello tal como lo atestiguan el hecho de que Dickens se refiriera a ella como Scheherezade43 o el testimonio de una de sus mejores amigas, Susanna Winkworth, que decía de ella que el más sencillo de los incidentes se convertían en su boca en algo pintoresco, vivo y lleno de interés44. Elizabeth también era consciente de esto y reconocía que la mejor manera que tenía de expresarse era contando historias45. El contar historias era parte de su forma de vida. Sentía curiosidad por todo, y cuando algo le interesaba, preguntaba a la gente, tomaba notas, y se convertía en una especie de reportera social y coleccionista de historias orales, tradiciones y costumbres. Allí donde iba se interesaba por las historias locales: Gales, adonde viajó con frecuencia, era una continua fuente de inspiración para sus historias, y lo mismo ocurría especialmente con los pequeños pueblos que frecuentaba en sus vacaciones o visitas a familiares y amigos. Su intensa vida familiar y social alimentaba su inspiración y su capacidad creativa. La mayoría de sus relatos y prácticamente todas sus novelas surgen de temas cercanos a ella o reflejan a personas de su entorno. Por ejemplo, su primera novela, Mary Barton, nace de su contacto con los trabajadores de las fábricas de Manchester y refleja la situación de los más desfavorecidos. Ruth tiene su origen en el caso de Pasley, una joven costurera que, acusada de prostitución, se encontraba en la cárcel y en cuyo caso Elizabeth se implicó a fondo. Y Wives and Daughters, se hace eco también de su situación personal en aquel momento, con hijas entre los dieciocho y los treinta años, y refleja algunas de sus vivencias personales, como un segundo matrimonio del padre y los efectos en su hija, o incluso retrata a su tío Peter Holland como médico local.

También tenía un talento especial para escribir cartas, que revelaban una personalidad ingeniosa e imaginativa, que se deleitaba en todo y en todos. Sus cartas están llenas de pequeñas anécdotas, chismes y comentarios, que en muchas ocasiones eran una prolongación o una alternativa a las historias que no podía contar personalmente. Aparte de las cartas, desde muy joven, casi desde niña, había comenzado a plasmar su vida en diarios46. Y cuando su hija Marianne tenía seis meses, también decidió escribir un diario para contar su experiencia como madre. Por eso no es de extrañar que en un momento u otro comenzara a verter todo esto en relatos. Aunque cuando sus hijas eran pequeñas se reprimiera, por falta de tiempo y energías, de escribir sus historias, la fuerza de su impulso creativo la debió de llevar a pensar en posibles argumentos y cómo desarrollarlos. Se puede decir de ella que era una escritora nata, con un estilo natural que fluía como si estuviera escribiendo a alguien de su confianza.

Aunque se pudiera quejar por la falta de intimidad y de tranquilidad para escribir47, parece que podía escribir prácticamente en cualquier sitio. De hecho, en la casa de Plymouth Grove, donde la familia vivió a partir de 1850, y que era bastante peculiar, pues todas sus salas de estar se comunicaban entre sí, eligió escribir en una de ellas —a diferencia de William, que trabajaba en su estudio, que era como una fortaleza— para así poder estar pendiente de lo que ocurría en la casa.

Esta facilidad que tenía para contar historias contrasta, sin embargo, con la ansiedad que en muchas ocasiones le produjo el escribir alguna de sus novelas o incluso el hartazgo que llegó a sentir en su proceso de escritura. Mientras escribía Ruth, estuvo escribiendo también la mayoría de los episodios de Cranford, como para distraerse y alejarse del tema. En una carta que escribió en noviembre de 1852 —el libro fue publicado en enero del año siguiente— en una especie de ataque de histeria provocado por la publicidad del lanzamiento del libro, decía que la novela no estaba escrita todavía y que quizás no lo estaría nunca48. También durante el proceso de escritura de Norte y Sur dijo sentirse deprimida49 y, aparte de maldecir el libro, estar harta de escribir y de la literatura50. Cuando escribía Sylvia’s Lovers, proceso en el que invirtió más de tres años, le propuso a su editor escribir un libro sobre Madame de Sévigné, y viajó a Bretaña y Normandía en busca de información, lo que le sirvió de excusa para dejar la novela a un lado. Con su último libro, Wives and Daughters, también le escribió a su editor quejándose de lo cansada que estaba y de lo mucho que odiaba la literatura, la inteligencia y el arte, e imaginaba el cielo como un lugar donde San Pedro prohibiría todos los libros y los periódicos51.

Independientemente de los muchos viajes que hizo sin excusa alguna, cada vez que terminaba una de sus novelas escapaba a algún sitio durante unas semanas: cuando se publicó Mary Barton, se fue a Gales; con Ruth y Norte y Sur, se marchó a París y tras escribir la biografía de Charlotte Brontë y Sylvia’s Lovers, viajó a Italia. Por una parte, necesitaba descansar después del esfuerzo realizado; por otra, no le gustaba saber qué decían las críticas, así que huía e intentaba olvidar todo lo que rodeaba al libro que acababa de publicar.

Es posible que los relatos y las narraciones cortas se adaptaran mejor a su forma de escribir, pues su ocupada vida no siempre le permitía concentrarse durante largos periodos de tiempo en un mismo argumento. Cuando Charles Dickens le ofreció que escribiera para una de las revistas que dirigió y Elizabeth puso reparos escudándose en su familia, aquel le contestó que precisamente las narraciones breves que le pedía que escribiera se ajustarían mejor a su ritmo de vida familiar. Evidentemente el escribir una novela de dos o tres volúmenes o publicada por entregas a lo largo de varios meses, exigía una disciplina, una concentración en el argumento y una organización en la estructura narrativa que la propia personalidad de Gaskell y las obligaciones de su vida diaria no le permitían poner en práctica y esto, necesariamente, acababa creándole ansiedad. Con los relatos, sin embargo, podía utilizar su talento y explotar su imaginación en toda su extensión.

El primer texto de Elizabeth que fue publicado fue totalmente diferente de lo que escribió después. Se trataba de un poema en pareados, «Sketches among the Poor, No. 1» («Imágenes entre los pobres, núm. 1»), que escribió junto a su marido William en 1837. Un par de años más tarde, su amigo y editor William Howitt publicó como parte de dos libros suyos un par de escritos breves que Elizabeth le había enviado en sendas cartas, uno sobre las costumbres de Cheshire y otro sobre Clopton Hall, en Warwickshire. Algunos críticos piensan que Elizabeth había estado escribiendo ya antes de casarse y durante sus primeros años de matrimonio, y que cuando empezaron a pedirle relatos, sobre todo a partir de 1850, utilizó este material, lo cual explicaría, en parte, que pudiera producir sus historias de manera sospechosamente rápida incluso en una persona con su facilidad para escribir52.

En agosto de 1845 murió su hijo Willie, de nueve meses, de escarlatina. Esta desgracia familiar dejó a Elizabeth totalmente destrozada y su marido sabía que debía mantenerse activa para no entrar en una depresión de la que le resultaría difícil salir, por lo que le propuso escribir una novela. Esta sorprendente propuesta da a entender que William sabía, en primer lugar, que Elizabeth quería escribir y que tenía capacidad para hacerlo y, en segundo lugar, que ya había escrito algunas cosas. El resultado de esta propuesta fue su primera novela, Mary Barton,