Nunca llueve sobre mojado - Javier García - E-Book

Nunca llueve sobre mojado E-Book

Javier Garcia

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Beschreibung

El libro está integrado por una colección de diez relatos individuales que tienen un nexo en común a todos ellos; la lluvia. La utilización de un fenómeno físico como elemento vertebrador es algo muy original y que se convierte en un personaje más junto a los propios protagonistas de los relatos. Estos hablan de personas normales en situaciones extraordinarias y como, en algunos casos, esas personas normales acaban por convertirse en personas extraordinarias. La escritura se hace huella y camino en el lector, porque los relatos no son solo interesantes, amenos y entretenidos, sino que buscan ir más allá. Todos ellos conforman un conjunto que sumerge al lector en temas de actualidad, como la soledad, el alcoholismo, el suicidio, los abusos sexuales, la alienación..., pero teniendo siempre presente que el objetivo de todo relato es el de ofrecer una historia que enganche. De variada temática, giran en torno a un núcleo de intriga y suspense que favorece la lectura. Las inquietudes de los personajes no se salen de lo común, por lo que no resultan ajenas al lector, y esta es una de las claves que provoca que la obra logre el que se pueda llegar a sentir empatía por los personajes. La superposición que tiene lugar entre estos y las situaciones en las que se mueven se arroja como un recurso curioso y atractivo, redondeando una experiencia que hará las delicias de aquellos que se sumerjan en sus páginas.

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Javier García

NUNCA LLUEVE

SOBRE MOJADO

(Colección de Relatos)

1ª edición en formato electrónico: agosto 2023

© Javier García

© De la presente edición Terra Ignota Ediciones

Diseño de cubierta: TastyFrog Studio

Terra Ignota Ediciones

c/ Bac de Roda, 63, Local 2

08005 – Barcelona

[email protected]

ISBN: 978-84-127558-3-1

THEMA: FYB 2ADS

Esta es una obra de ficción. Todos los personajes, nombres, diálogos, lugares y hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor, o bien han sido utilizados en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas o hechos reales es mera coincidencia. Las ideas y opiniones vertidas en este libro son responsabilidad exclusiva de su autor.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45)

Javier García

NUNCA LLUEVE

SOBRE MOJADO

PRÓLOGO

ME ENCANTA LA LLUVIA

LA HUIDA

EL VELERO

EL TREN

EL HOMBRE DE LA LLUVIA

LA BODA

EL CENTRO

ESPERANDO UN BUEN DÍA

CES´T LA VIE, MON AMI

EPÍLOGO

A mi padre, la estrella más brillante del firmamento

y a mi madre, porque ellos me dieron la vida.

A Chus, que siempre ha estado a mi lado.

A Jaime y Vega, porque ellos son la luz de mis días.

A mis hermanos y a tantos otros que están ahí o han estado.

A todos ellos, gracias.

PRÓLOGO

Queridos lectores: Estáisa punto de iniciar un viaje por nuestro tiempo y nuestra sociedad. Este libro es fruto de la recopilación y selección de diez relatos breves escritos durante la primera década del siglo XXI. Es por este motivo que estáis ante un reflejo de nuestra sociedad actual.

Los diferentes relatos tocan muchos de los temas de actualidad: el azar, el destino, el suicidio, el alcohol, los abusos sexuales, el maltrato, el miedo, la violencia, la soledad, la redención o el valor. Lo realmente llamativo del libro, aparte del nexo de unión de todos los relatos, esa lluvia que se hace tan presente, es que cada uno de los elloses independiente pero se relacionan entre sí. Es decir, se pueden leer de manera individual. Todos tienen un principio y un final, pero lo original del libro es que el final de cada unoestá entremezclado con el inicio del relato siguiente. Es decir, algún personaje del relato siguiente aparece en el final del relato anterior y alguna acción del relato siguiente también se describe de manera sutil. Todo esto hace que, aparte de la lluvia, haya otro nexo de unión entre los propios relatos. Es por tanto una propuesta original, si bien el hilo conductor es algo más habitual, el que se enlacen un relato con otro a pesar de ser completamente independientes es algo muy novedoso.

Llamativo es el caso del relato titulado El tren, donde la protagonista pasa una enfermedad que se parece mucho a la covid-19, pero con la particularidad de que este relato fue escrito doce años antes de que apareciese el virus.

Esta selección está realizada con mucho cariño para que estos relatos, que tanto he disfrutado escribiendo, sean de vuestro agrado y disfrutéis leyendo tanto como yo lo he hecho al escribirlos.

ME ENCANTA LA LLUVIA

Me encanta la lluvia. Me gusta ver llover. Me relaja el sonido del agua al golpear con el suelo. Me siento revivir cada vez que se introduce en mi nariz el olor a tierra mojada. Adoro la lluvia. Sería feliz si lloviera todos los días. A la mayoría de la gente le deprime, pero a mí me relaja. Me gusta oír los truenos y ver los relámpagos. Sentarme delante de una ventana y ver cómo caen las gotas, una detrás de otra, es un pasatiempo para mí. Mucha gente se asusta con las tormentas, pero creo que son un bien divino. A veces se convierten en una terrible catástrofe, pero seguro que no es un castigo, sino una saturación de volumen. Siempre intento salir a la calle con un paraguas cuando lluevey sentir de cerca la lluvia sin tener que mojarme. Si me mojo no me importa. Cuando me levanto por la mañana, lo primero que hago es retirar las cortinas de la ventana y subir la persiana. Si veo el sol, me deprimo. Si no lo veo, me animo. Si está lloviendo, me alegro. Yo soy así. El noventa por ciento de la gente opina lo contrario que yo, pero no me considero un bicho raro, hay un diez por ciento que está conmigo.

Mi vida es un asco. Tengo una preciosa hija de nueve años. Me llevo estupendamente con ella. Es tan buena que no se da cuenta de quecada día que transcurre, yo paso menos tiempo con ella. Me escudo en mi trabajo, pero no tengo excusa. Me cuenta todos sus problemas del colegio, y nunca rechista lo que le ordeno. Tengo un marido adorable. Es el hombre con el que toda mujer sueña para el matrimonio. Educación universitaria, culto, de buena familia. Maduro, no mucho más que yo. Deportista que cuida su imagen, pero que odia el fútbol, las motos y los coches. Trabajo ejecutivo con magnífico sueldo. Ayuda en las tareas de casa, cocina, y, por cierto, muy bien. Es todo un padrazo, y lo demuestra cada día con nuestra hija. Ella le adora también. En la cama es un fuera de serie, pero últimamente no me siento con ganas, y acabará cansándose. Mi marido y mi hija son tan buenos, que creo que ni siquiera se dan cuenta de que me estoy distanciando de ellos. Juan sale de trabajar sobre las dos de la tarde y llega a casa a las dos y media. A esa hora, Olga ya está en casa. Juan cocina para los dos. Comen juntos, y la lleva al colegio. También la va a buscar, cuando termina sus clases extraescolares de inglés y música. La lleva al parque si le apetece a Olga, a jugar con amigas del colegio. Definitivamente, ella pasa más tiempo con él que yo. A mí no me importa, sigo siendo la madre a la que le cuenta todos sus secretos de casi una adolescente. Mi trabajo me hace estar todo el día fuera de casa. Salgo sobre las ocho de la mañana, y no suelo volver antes de las nueve de la noche casi ningún día. Si es necesario me quedo hasta las diez o las once de la noche, y aún así, ninguno de los dos se queja. Muchas veces me digo a mí misma que estoy tirando mi vida por la borda, que tal vez no me haga falta ni el dinero ni el trabajo, pero soy una cobarde. No tengo valor de afrontar una vida sin trabajo. Necesito trabajar, es para mí una droga. A veces no tengo demasiado trabajo, pero me quedo en la oficina hasta muy tarde. No quiero ganarme puntos ante mis jefes, ni espero ascensos, pero quizá me escudo en el trabajo para no tener que enfrentarme a la vida, a mi familia. A un marido y a una hija que los quiero con locura. Me siento frustrada. No sé realmente lo que quiero. Lo tengo todo y no tengo nada. Quizá mi depresión venga porque tengo la rutina en la sangre. Eso es, mi vida es una rutina pura y dura. Tengo la vida del noventa por ciento de la gente. Creo que me estoy dando cuenta de que mi vida se está convirtiendo en una rutina diaria que me está haciendo estallar. No recuerdo la última vez que me reí a carcajadas, que disfruté con un orgasmo, que salía cenar con mi marido, o fui al cine con mi hija. Cosas tan simples que hace ese noventa por ciento de la población con la que me identifico, y que yo ni siquiera hago. Me estoy volviendo loca. Me estoy convirtiendo en una adicta al trabajo para escapar de la realidad. Creo que el trabajo es lo único que me hace salir de esa rutina que me tiene atrapada en cuerpo y alma. Miro a mialrededor, y veo que la gente es feliz. Los novios agarrados por el parque, el abuelo que pasea a su nieto. El niño que juega sin pensar en el mañana. El perro que olisquea las esquinas. El conductor que se ríe escuchando la radio, incluso el taxista que protesta por el tráfico. Creo que todo el mundo es feliz menos yo. Reconozco que puedo estar equivocada, o que quizás estoy realmente equivocada. Ya no sé realmente quées lo que pienso. Ignoro de qué manerava a terminar el día, pero sé cómo ha empezado: como todos los demás. Seguramente acabe como todos los demás. Llegaré a casa, besaré a mi marido y con suerte podré despedirme con otro beso de mi hija antes de acostarse. Cenaremos mi marido y yo en silencio. Me preguntará cómo me ha ido en el trabajo, y lecontestaré lo de siempre. Nos sentaremos en el sofá a ver la televisión. Aunque yo, realmente, estaré absorta intentando leer el periódico o un libro. Así pasaremos el resto de la noche. Quizá Juan me pregunte algo más, cuya respuesta se convierta en un reproche, y para evitar discusiones, lo deje en ese instante. Dios no lo pudo hacer más bueno. Es posible que yo nomerezca estar a su lado, puede que merezca una mujer mejor. Cuántas envidias suscité entre mis amigas cuando poco a poco se fueron dando cuenta de cómo es Juan; y yo, sin embargo, lo estoy perdiendo.

Juan, no lo ha dicho, pero creo que se está distanciando de mí, y yo soy la única culpable. Sé que me quiere, y yo es lo que más quiero en este mundo junto a mi hija, pero creo que si no lo remedio, lo voy a perder.

Este maldito trabajo está arruinando mi vida, pero algo me impide dejarlo. Sería lo más fácil para mí, pero nadie me puede garantizar que dejando el trabajo recupere mi vida sin rutina. Siempre he trabajado, incluso antes de casarme. No puedo saber si dejando de trabajar se soluciona mi problema. Mi mal humor siempre está preparado para salir en cualquier momento. Menos mal que mis compañeros ya me conocen y no se lo toman en serio. Qué asco de vida, que me ha forjado un carácter definido de una manera que ahora no puedo remediar. Por lo menos está lloviendo. Por lo menos el tiempo acompaña, o al menos me acompaña a mí.

Ya ni los médicos pueden ayudarme. He visitado a psiquiatras y psicólogos. Los he visto varias veces, pero ninguno me infunde confianza como para remediar mis males. Cierro los ojos, no quierover nada. Oigo la lluvia golpear el cristal del taxi. Ya ni me atrevo a conducir por Madrid. Siempre fue una jungla en cuanto al tráfico, y cada día que pasa, más. Incluso me miento a mí misma, jamás llegué a conducir más de un mes desde que me saqué el carné de conducir. Tengo pánico a llevar un volante. Llueve con más fuerza. Me encanta. Le gente se pone melancólica cuando llueve, pero yo me alegro, me hace feliz. La gente tiene miedo a la lluvia, o al menos eso parece. Corre para no mojarse, pero: ¿Es que no saben que las gotas de agua no matan a nadie? No he logrado entender nunca por qué la gente corre cuando llueve. Vale que no les gustemojarse si no llevan paraguas, pero es que tampoco es comprensible que cierren los ojos casi por completo como si les estuviera dando un rayo de sol directamente en la cara. ¿Por qué la gente arruga la frente? ¿Por qué se abrigan como si estuvieran congelándose, si cuando llueve no suele hacer frío? Si hiciera frío, esa lluvia se convertiría en nieve. No lo entiendo. Al menos me ha tocado un taxista poco hablador. Me podía haber tocado el parlanchín que te suelta cualquier idiotez para entablar una conversación con la única excusa de poder insultar a un conductor en voz alta, y que el cliente no se moleste por eso. No me importa mojarme desde el taxi hasta el portal de mi casa, aunque yo también corro para no mojarme. Sigo siendo igual que todo el mundo, debemos llevarlo en los genes. Me encanta quedarme a resguardo del rellano del portal, sin llegar a entrar. Ver llover delante de mí, sin tener que mojarme. Me gusta meterme lentamente en mi nariz el aroma a tierra mojada. Ver pasar a la gente con sus paraguas y sus prisas. No debo estar mucho tiempo aquí. Es tarde, y quiero ver a mi hija antes de acostarse.

Como siempre, he llegado tarde. Juan está en el sofá viendo la televisión, y mi hija en la cama. Mañana es viernes. Por lo menos podré estar toda la tarde con mi hija. Es lo mejor de la semana. Aún así, los fines de semana se hacen muy aburridos. No suelo salir apenas de casa. Ni siquiera a comprar al supermercado, lo compro por Internet. Me estoy volviendo un ser extraño. Además, el sábado nos visitan mis suegros. No es que me caigan mal, pero no me apetece tener invitados. Debería alegrarme, mi hija los adora, y, además, Juan se encarga de la comida. Quizá haga ese delicioso bizcocho, que al final nadie come más de un trozo y termino yo con él. Para variar hemos acabado el día discutiendo.

Por fin es viernes. Me ha llamado Juan, y me ha dicho que me recogerá en el trabajo. Le he hecho esperar más de media hora. Seguro que el pobre estaba disgustado por lo de ayer, y encima quiere arreglarlo, y le tengo metido en el coche. Un beso frío ha sido lo primero que he recibido. «Es mi culpa, lo siento» Esto lo pienso, pero no se lo digo. Nos ponemos en camino, pero pronto observo que no coge la rutahabitual. Le pregunto la dirección, y me contesta, calmado, que vamos a recoger a Olga, que salió con los abuelos. Me quedo más tranquila, pero más intrigada si cabe. ¿Cómo es que ha salido Olga después de comer con los abuelos? Es extraño. No me suena nada bien. Quizá quiere estar a solas conmigo. ¿Me dará un ultimátum? Será cosa de mis suegros, les gustar salir con Olga a los centros comerciales. No sé qué pensar. No quieropensar nada, porque me comería la cabeza de tal manera que acabaría por enloquecer antes de llegar a ningún sitio. No tenía ni idea de por dónde estaba circulando, solo creo adivinar que vamos al aeropuerto. Cada vez mi marido me está intrigando más. Me molesta no poder controlar mis movimientos, Juan lo sabe, y si lo está haciendo es porque realmente es una sorpresa o estárealmente enfadado. Estoy a punto de estallar.

* * *

Hoy, puedo darle gracias a Dios, por aquellos días. Aunque realmente ha sido Juan quien ha hecho de mí una persona nueva. Hoy estoy realmente feliz, plenamente satisfecha. Aquel viernes, llegamos al aeropuerto, como me temía, y allí estaban mis suegros con Olga. Mi cara cambió por completo cuando la vi leyendo una revista de cotilleos. Sentada con sus botas recién estrenadas y absorta en la lectura. Lo que no comprendí era el porqué estaban allí mis suegros con mi maleta roja y mi maleta azul con mi hija. Y por qué Juan me había llevado hasta allí. Pronto lo descubrí todo. Juan, en complicidad con sus padres, había preparado un viaje sorpresa a Londres. Un fin de semana en la capital británica. He de reconocer que me sorprendió muy gratamente. Nunca había estado en Londres, y le había comentado a Juan que quería conocerla, pero el último año, la relación estaba decayendo y nunca me atreví volver a proponérselo. Aquello me llenó de felicidad, pero no acabó ahí la historia. Olga se venía con nosotros. Quizá no era lo mejor, porque reconciliarme con Juan era cosa de dos, pero lo preferí de aquel modo, porque no lo había planeado yo. Además, también tenía que recuperar el tiempo perdido con mi hija. Quizá no fuera cuestión de un fin de semana, pero al menos todos daríamoslos primeros pasos para arreglar la situación.

Lo pasamos también visitando la ciudad, viendo sus museos, caminando bajo la lluvia... Ni siquiera acabamos ningún día con ganas de hacer el amor. Aquello me decepcionó un poco, y pensé que sería cuestión de intentarlo a nuestro regreso. El domingo, a pesar del cansancio acumulado el viernes y el sábado, esperábamos embarcar rumbo a Madrid agarrados de la cintura como dos recién casados. Olga jugueteaba con ese famoso oso de peluche americano, cuyo nombre no recuerdo, que habíamos comprado en Harrod´s por un ojo de la cara. No me importó en absoluto gastarme el dinero que habíamos casi despilfarrado. Estaba contenta, estaba feliz.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando aterrizamos en Madrid y mis suegros vinieron a recibirnos. Creía que estaba totalmente recuperada de mi crisis existencial. Mi cercanía a los cuarenta años, era la principal culpable de mi estado. Al menos eso creía yo. Dispuesta a salir de la terminal de llegadas, en busca del coche de mis suegros, Juan me detuvo. Sin comerlo ni beberlo, me hizo despedirme de Olga con un fuerte beso y abrazo, y un simple «adiós» a mis suegros. Juan me dijo que la sorpresa aún no había terminado. Pensé que quedaríamos para cenar, porque eran las nueve de la noche, en algún restaurante de manera romántica, pero nos dirigimos hacia la terminal de salidas.

Traté de que Juan me explicara algo, cuando sonó mi móvil. Al otro lado mi jefe me dijo que tenía concedidos dos días de vacaciones, y que no se me ocurriera aparecer por la oficina hasta el miércoles. No aceptó ni que le pidiera explicaciones, y me colgó. Juan tenía de la mano dos pasajes para París. Dos noches de hotel en el Ritz con cena incluida. No tenía palabras. Juan me contó que no había sido difícil convencer a mi jefe para que me diera esos dos días, y que por fin disfrutaríamos los dos solos.

La maravillosa cena en un barco sobre el Senaa la luz de las velas y con la torre Eiffel de fondo completamente iluminada, constituía una velada perfecta. Hicimos el amor. Lo hicimos salvajemente en aquella preciosasuite. Al día siguiente, después de visitar el Louvre, Notre Damme, MoulinRouge, y tantos otros, acabamos cenando en el mismo restaurante del Ritz. Aquella noche también hicimos el amor. Creo que el sexo era lo que necesitaba, o al menos fue lo que acabó de despejarme las dudas sobre mi crisis. Volvimos al amanecer del miércoles. Aquellos maravillosos cinco días, que en principio iban a convertirse en rutinarios, hicieron que mi vida diera un giro de ciento ochenta grados.

De eso hace ahora un año. Hoy soy una persona nueva. Mi matrimonio ha vuelto a ser idílico. Mi hija me quiere más que nunca y estoy muy orgullosa de ella. Mi trabajo sigue igual, pero lo supero cada día pensando en mis dos amores. Bueno, quizá tenga que empezar a acostumbrarme a repartirlo entre tres. Hoy están aquí mis padres, mis suegros, incluso mi hermano, mi cuñada, y mis dos sobrinos. Celebramos mi próxima maternidad. ¡Quién me lo iba a decir a mí hace un año!

Miro por la ventana y llueve en la calle. Me encanta ver llover. Veo pasar a un hombre a toda prisa con un anorak amarillo. Claro, se está mojando. Acto seguido, veo a otro hombre, este con un Barbour azul y sombrero impermeable a juego. Parece que le persigue, pero seguramente tampoco quiera mojarse.

LA HUIDA

Maldita lluvia. Precisamente llueve hoy. Bueno, si lleva lloviendo toda la semana, era de esperar que también lo hiciera hoy. Maldito anorak amarillo, no podía haberme puesto algo más discreto. Malditas prisas. Ya lo decía mi padre: «Vísteme despacio, que tengo prisa...». Presiento que me siguen. Ahí hay un escaparte iluminado, miraré disimuladamente para atrás. Vaya, cada día hacen teléfonos móviles más pequeños. Aquel tío de allí, con el Barbour azul y el sombrero a juego, es el sospechoso. Sin duda. ¡Mierda! Me están siguiendo. ¿Cómo narices habrán dado conmigo? He debido bajar la guardia en algún momento. Maldita sea. Seguro que es él. Está mirando distraídamente un escaparate de una academia. Nadie mira el escaparate de una academia sin iluminación a las once de la noche y con esta lluvia. Tiene que ser él. Voy a andar un rato más. Apretaré el paso. Voy a girar por la Cuesta de San Salvador. En la acera derecha no hay escaparates, solo la iglesia. Haré como si me tuviera que atar el zapato, y como haga algún movimiento extraño, salgo disparado.