Oligarquía - Jeffrey A. Winters - E-Book

Oligarquía E-Book

Jeffrey A. Winters

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La historia de dominación, poder y privilegio de las oligarquías desde la Antigüedad hasta hoy. Durante siglos, se consideró que los oligarcas estaban empoderados por las fortunas gigantescas que poseían, una idea eclipsada por el auge de la teoría de las élites a principios del siglo XIX. El rasgo común de todos los oligarcas es que la riqueza les define, les da poder y les expone intrínsecamente a diferentes amenazas. Lo que varía a lo largo de la historia es la naturaleza de las amenazas y cómo responden los oligarcas para defender su patrimonio. El politólogo Jeffrey A. Winters desarrolla en este libro una convincente y sofisticada teoría de la Oligarquía basada en su larga existencia a lo largo de la historia, y en cómo sus formas —guerrera, gobernante, sultanista y civil— han variado con el paso del tiempo. Winters explora las oligarquías de distintas épocas —las jefaturas prehistóricas, las antiguas Atenas y Roma e Indonesia, las ciudades-Estado medievales de Europa, la actual sociedad de Estados Unidos y Singapur, etc.— y analiza cómo han evolucionado a medida que cambiaban las circunstancias y los desafíos a los que se enfrentaban sus máximos exponentes. La crítica ha dicho... «Ambicioso en su alcance histórico y en la solidez de su argumentación». Paul Starr, Universidad de Princeton «Una obra fascinante y esclarecedora sobre un fenómeno antiguo y, sin embargo, sorprendentemente contemporáneo». Bruce Cumings, Universidad de Chicago «El texto de Winters debería llevar a los directivos de empresas internacionales a nuevas formas de pensar la política». Louis T. Wells, Harvard Business School «Un clásico sobre el desarrollo de la Oligarquía en las sociedades y su funcionamiento a lo largo de la historia». The Guardian

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OLIGARQUÍA

 

 

Título original: Oligarchy

© del texto: Jeffrey A. Winters, 2011

© de la traducción: Ricardo García Herrero, 2024

© de esta edición: Arpa & Alfil Editores, S. L.

Publicada mediante acuerdo con Cambridge University Press

Primera edición: abril de 2024

ISBN: 978-84-19558-78-7

Diseño de colección: Enric Jardí

Diseño de cubierta: Anna Juvé

Maquetación: El Taller del Llibre, S, L.

Producción del ePub: booqlab

Arpa

Manila, 65

08034 Barcelona

arpaeditores.com

Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.

SUMARIO

I.     LOS FUNDAMENTOS MATERIALES DE LA OLIGARQUÍA

Hacia una teoría de la oligarquía

Oligarcas y élites

Los recursos de poder

La defensa de la riqueza

La oligarquía y el desvío de las élites

Tipos de oligarquías

Conclusiones

II.    LAS OLIGARQUÍAS GUERRERAS

Jefes, señores de la guerra y oligarcas guerreros

Oligarcas beligerantes en la Europa medieval

Las faidas en la región de los Apalaches

Conclusiones

III.   LAS OLIGARQUÍAS GOBERNANTES

Las comisiones de la mafia

Las oligarquías grecorromanas

Atenas

Roma

Las ciudades-Estado italianas de Venecia y Siena

Conclusiones

IV.   LAS OLIGARQUÍAS SULTANISTAS

Indonesia

Filipinas

Conclusiones

V.    LAS OLIGARQUÍAS CIVILES

Estados Unidos

Singapur

Conclusiones

VI.   CONCLUSIONES

Otros casos y comparaciones

Oligarquía y otros debates

 

NOTAS

AGRADECIMIENTOS

BIBLIOGRAFÍA

 

 

 

 

 

 

En memoria de Gordon Bishop

PREFACIO

Cuando Michael Bloomberg hacía campaña para su tercer mandato a la alcaldía de Nueva York, los medios de comunicación lo compararon injustamente con el oligarca romano Marco Licinio Craso, que había «desplegado su riqueza al servicio de ambiciones políticas personales» (Hertzberg, 2009, 27). Con una fortuna estimada de 18.000 millones de dólares en el 2010, Bloomberg había «gastado más de su propio dinero que cualquier otro individuo en la historia de Estados Unidos en la búsqueda de un cargo público». Es cierto que ambos hombres se pueden etiquetar de oligarcas. Sin embargo, la comparación resulta engañosa porque no reconoce los cambios decisivos producidos en el fenómeno de la oligarquía a lo largo de los siglos. Cuando oligarcas como Craso gastaban su dinero en un intento por llegar a cónsules, se trataba de una de las iniciativas más importantes que podían llevar a cabo políticamente si querían asegurar sus intereses oligárquicos fundamentales. Por el contrario, en los casos de modernos oligarcas estadounidenses como Bloomberg, la compra de cargos públicos con fondos privados obedece más a la vanidad que a motivos de supervivencia oligárquica.1 Además, y a diferencia de Roma, en Estados Unidos los oligarcas disfrutan de fuertes derechos de propiedad que otros hacen respetar, por lo que no necesitan gobernar para perseguir sus intereses fundamentales. Cuando ocupan un cargo, no es ni como ni para oligarcas. De hecho, es poco probable que Bloomberg el multimillonario hiciera algo diferente como alcalde si su carrera política se hubiera financiado íntegramente con donaciones o recursos públicos.

Ahora bien, si el ejercicio directo del poder resulta mucho menos decisivo para los oligarcas estadounidenses que en el caso de sus homólogos romanos, ¿por qué se le llama oligarca a alguien como Bloomberg? A lo largo de este libro argumentaremos que la respuesta radica en las formas tan distintas que tienen estos individuos poderosos de defender su riqueza en el contexto de una oligarquía civil como la de los actuales Estados Unidos. Un año después de esas acusaciones salieron a la luz noticias (Roston, 2010) que nos dan una visión más clara del comportamiento oligárquico de Bloomberg, puesto que detallaban de qué manera la fundación de su familia había movido cientos de millones de dólares a «diferentes destinos en el extranjero, algunos de ellos conocidos paraísos fiscales».2 Ocultar el patrimonio, reestructurarlo para evadir impuestos y diseñar complejas tapaderas son servicios muy bien pagados prestados a los oligarcas estadounidenses por un sofisticado conjunto de profesionales que forman lo que a partir de aquí llamaremos industria de defensa de la renta. La propia existencia de semejante industria es ya una expresión del poder y los intereses oligárquicos. Cuando estos potentados ocultan y protegen su dinero —causando, como consecuencia de ello, unas pérdidas anuales al fisco estimadas en 70.000 millones de dólares según las investigaciones realizadas por el Senado estadounidense—, los profesionales lo denominan «transacciones y sistemas transfronterizos agresivos de elusión fiscal», algo no solo desconocido para Craso, sino tan innecesario para garantizar sus intereses oligárquicos en tiempos romanos como gobernar lo es en la actualidad para garantizar los de Bloomberg. El presente libro hace un recorrido por aquello que tienen en común estas personas de distintas épocas, pero igualmente analiza cómo ha evolucionado la oligarquía a medida que cambiaban las circunstancias a las que se enfrentaban sus máximos ejemplos.

Existen numerosos casos relevantes —desde la Antigüedad hasta el día de hoy— en que las explicaciones disponibles sobre el ejercicio del poder por parte de las minorías y la influencia que ejercen sobre las mayorías resultan poco convincentes o están mal teorizadas. Si seguimos centrándonos por un momento en el caso de los Estados Unidos, consideremos el problema de la creciente desigualdad que se lleva arrastrando desde hace décadas. En 2004, un grupo de trabajo de la American Political Science Association (APSA) trató de explicar por qué una democracia tan viva como la estadounidense era cada vez más desigual en lo que respecta a la riqueza, y ello a pesar de los avances reales en la superación de desigualdades propias de otros ámbitos, como la raza, la etnia, el género, la orientación sexual o la discapacidad. El grupo de trabajo planteó la cuestión como un problema clásico de participación democrática.

El argumento resulta conocido: los pobres poseen, si contamos voto por voto, un poder potencial abrumadoramente mayoritario. Sin embargo, la participación, la capacidad, los recursos y la información aumentan a medida que se asciende en la escala de la prosperidad. Son estas ventajas las que articulan la capacidad de respuesta del Gobierno. Por tanto, la teoría tradicional se basa en la idea de que la escasa participación de los pobres y la plena participación de los ricos dan lugar a políticas que dejan atrás a los pobres. Esta óptica pluralista-democrática sería plausible si no fuera por un problema de índole mayor: examinados más de cerca, los datos sobre la riqueza y la renta en Estados Unidos muestran que la mayor parte de las ganancias en el origen de la enorme brecha patrimonial están concentradas en una franja de la población demasiado pequeña para justificar un poder y una capacidad de respuesta tan exagerados solo en base a su participación en el proceso democrático. Es decir, que las mayores ganancias fueron a parar a una décima e incluso una centésima parte del 1 % de los hogares más ricos. A partir de ahí, la caída de rentas es abrupta.

Desde el percentil 95 hacia abajo, los ingresos y la riqueza se estancaron o fueron negativos durante las décadas cubiertas por el estudio de la APSA. Y aún más contradictorio con la teoría tradicional es que la parte más rica de ese grupo ya de por sí en la cima consiguió desplazar la carga fiscal hacia abajo, no a la clase media o a los segmentos más pobres de la sociedad, sino a los hogares en el rango de ingresos del percentil 85 al 99. Una cosa es que los pobres, a pesar de su número, pierdan en el juego de la participación democrática. Sin embargo, la teoría de la democracia lo que suele decir es que los estadounidenses de la franja de ingresos absolutamente mayoritarios deberían contar con los votos, las capacidades y los recursos necesarios para impedir que una clase social mucho más minoritaria, aquella situada en la cima, se haga con una parte mucho mayor del pastel de la riqueza, y que eviten además las cargas fiscales correspondientes.

Un problema decisivo del estudio de la APSA es que el marco de análisis empleado es incapaz de tratar la concentración de la riqueza, y la influencia que proporciona, como un tipo de poder diferenciado por parte de las minorías a la hora de excluir o dominar a las mayorías. Las desigualdades políticas que surgen de las desigualdades de riqueza son cualitativamente diferentes de otras que se han abordado eficazmente en las últimas décadas a través de la participación democrática y los movimientos sociales. De hecho, el estudio APSA fue impulsado por el hecho preocupante de que la distribución de la riqueza se hacía más desigual en las mismas décadas en las que el resto de indicadores de injusticia mostraban mejoras importantes. El caso que presentamos en el capítulo 5 ofrece una explicación más plausible de cómo los oligarcas estadounidenses, amparados en la protección inviolable de la propiedad privada y ayudados activamente por una combativa industria de defensa de la renta que ellos financian generosamente, consiguen este resultado. Tanto en la historia de Estados Unidos como en sus equivalentes europeos (incluida Escandinavia), las pruebas resultan evidentes: cuando se produce una reducción de la desigualdad mediante transferencias gubernamentales a los pobres, la fracción más rica del 1 % en la cima desvía sistemáticamente sus cargas fiscales hacia abajo, hacia aquellos cuya riqueza no es suficiente para comprar una defensa eficaz.

La teoría oligárquica explica cómo y por qué ocurre esto. La premisa de partida es que la riqueza acumulada en manos de unos pocos individuos les confiere un poder que da como resultado distintos tipos de política oligárquica no necesariamente reflejados en un marco pluralista genérico. En lugar de considerar el de los ultrarricos como uno más entre los muchos grupos de interés en competencia (en este caso, todos los ricos), la teoría desarrollada en este libro sostiene que, independientemente de las otras formas de poder que puedan existir en la sociedad, la opulencia extrema influye profundamente en la capacidad de los oligarcas para defender y promover sus intereses fundamentales. Lo que resulta singular en el modo de actuar de los oligarcas es que esas fortunas gigantescas generan desafíos políticos concretos —necesidades de defensa de esa riqueza— y al mismo tiempo recursos de poder únicos en la persecución de esa defensa. Este enfoque ayuda a explicar por qué los que más pueden pagar son también los que más poder tienen para evitar hacerlo, y por qué en estos casos la habitual participación democrática es un antídoto ineficaz.

El reconocimiento de este hecho no equivale a negar —en relación con una amplia variedad de cuestiones— la existencia de un juego democrático pluralista en contextos como el estadounidense, ni a afirmar que la democracia representativa sea una farsa. Se trata más bien de reconocer que, en condiciones de estratificación económica extrema, existe también un ámbito oligárquico de poder y de política que utiliza resortes de poder diferenciados, que merecen una teorización específica. Este ámbito diferenciado del poder y el ejercicio político minoritarios resultado de la concentración de la riqueza resulta excepcionalmente resistente a todas las soluciones basadas en una mayor participación.

LA OLIGARQUÍA SEGÚN LOS DIFERENTES CONTEXTOS

Un encolerizado oligarca del sudeste asiático me confesó una vez: «Te voy a decir una cosa: a veces me entran ganas de financiar una revolución». Se trataba de un ejemplo clásico de poder oligárquico que a Craso le hubiera resultado familiar al momento. Sin embargo, esa confesión fue pronunciada a finales de 2007. Tras un sencillo cálculo, el oligarca en cuestión se había dado cuenta de que no le costaría más allá de 20 o 30 millones de dólares sacar a cien mil manifestantes a las calles de su capital durante un mes, una suma de dinero que consideraba barata. Valga decir que, en aquel caso concreto, el potentado no llegó a comprar una multitud para desestabilizar el régimen, solo daba rienda suelta a su frustración. Sin embargo, lo sorprendente —y lo que este libro ayuda a explicar— es cómo pudo considerar seriamente esa opción. La mayoría de nosotros lo veríamos un ejercicio absurdo. Para conseguir que los manifestantes se echaran a la calle y permanecieran allí durante un mes habría que liderar un movimiento de masas, y los seguidores tendrían que estar organizados y creer en la causa. Naturalmente, se necesitaría algo de dinero para la logística básica, pero desde luego no se podría pagar dietas a los manifestantes. Solo los oligarcas disponen de medios personales suficientes para considerar seriamente semejante tipo de acción política.

En otras ocasiones, hacen algo más que refunfuñar. En la primavera de 2010, el mundo entero fue testigo de lo que ocurre cuando los oligarcas gobernantes se enfrentan en las calles. En Tailandia se pudo ver, a través de impactantes imágenes de televisión, a tropas gubernamentales romper barricadas y desalojar violentamente a miles de manifestantes de los llamados camisas rojas en el parque Lumpini, en el corazón de Bangkok. Los corresponsales dejaron bien clara la participación de los camisas amarillas —los manifestantes del bando opositor— en la lucha. Sin embargo, más allá de esta simbología cromática, los detalles del conflicto político resultaban bastante más turbios. Faltaba en el relato el hecho de que esta batalla de camisas era también una pelea de titanes entre los oligarcas más poderosos de Tailandia, incluidos varios miembros de la familia real. Thaksin Shinawatra, magnate de las telecomunicaciones, demostró ser un maestro en la compra de resultados electorales: consiguió el cargo de primer ministro en 2001. Gracias al apoyo de los votantes más pobres, los de la zona noreste del país, su corrupto partido obtuvo una aplastante victoria para un segundo mandato en 2005. Los inquietos oligarcas de Bangkok, tan corruptos como Thaksin, fracasaron una y otra vez en su intento de superarle en las urnas.

Por su parte, Sondhi Limthongkul, magnate de los medios de comunicación y antiguo aliado de Thaksin, se tomó como algo personal varias decisiones del Gobierno que él entendía amenazaban sus negocios. Así que sumó su fortuna personal a las posibilidades que le ofrecía su imperio mediático y promovió, a finales de 2005 y en ese mismo parque Lumpini, diferentes movimientos de protestas encaminados a desestabilizar el régimen. Pero sus camisas amarillas acabaron desbancados por los camisas rojas de Thaksin. A lo largo de aquel conflicto hubo otros asuntos sobre el tablero político, como la corrupción, la democracia y la dignidad y los derechos de los oprimidos. En cualquier caso, fueron estos dos oligarcas quienes urdieron el estallido de aquella guerra entre los camisas de un bando y el otro mediante desembolsos gigantescos procedentes de sus enormes fortunas. En realidad, Sondhi no financió una revolución en sentido estricto, pero el falso ataque de poder popular que promovió resultó profundamente desestabilizador y acabó provocando la destitución de Thaksin tras un golpe militar incruento en 2006. Por su parte, Sondhi recibió el típico pago de la oligarquía gobernante: una mañana de abril de 2009 su coche fue acribillado por un centenar de disparos realizados con fusiles automáticos AK-47 y M-16. Sorprendentemente, consiguió escapar con solo un tiro en la cabeza. No se sabe cómo, escapó con solo unos pocos fragmentos de metralla alojados en el cráneo.3

La teoría oligárquica es indispensable para dar sentido a todos estos acontecimientos, y también resulta útil para desvelar algunos enigmas importantes. En Indonesia, por ejemplo, se encuentra muy extendida la percepción de que las cosas han evolucionado radicalmente desde la caída de Suharto en 1998, y, sin embargo, lo cierto es que apenas han cambiado. En 2009 fue clasificado como el país más democrático y a la vez como el más corrupto del Sudeste asiático, acosado por problemas políticos y económicos crónicos que parecen haberse agravado durante la transición democrática. Esos problemas se entienden a menudo como dolores de parto propios de la democracia. Sin embargo, la interpretación que hacemos en el capítulo 4 sostiene que en 1998 hubo dos transiciones: por un lado, la evidente de la dictadura a la democracia, pero también por otro, independiente de la primera y muy distinta, de la oligarquía sultanista controlada por Suharto a otra oligarquía gobernante que nunca ha sido controlada desde que el dictador fuera depuesto. Esta segunda transición, no menos importante que la primera, es el origen de muchas de las dificultades de Indonesia. Por qué esto es así solo se puede explicar a través de una teoría capaz de discernir el poder y la política de los oligarcas. A menudo malinterpretado como un problema de calidad democrática, el resultado en ese país asiático ha sido la aparición de una democracia criminal formada por oligarcas que utilizan su riqueza tanto para competir deslealmente por los cargos como para derrotar al Estado de derecho cuando se meten en líos por corrupción o por causar desastres medioambientales.4 En este libro sostenemos que la forma concreta en que la democracia ha sido maniatada y alterada desde la caída de Suharto se explica mejor mediante una teoría económica oligárquica.

El caso de Singapur plantea un problema similar, pero de manera inversa. Más que una democracia criminal, la ciudad-Estado constituye un buen ejemplo de legalismo autoritario caracterizado por un Estado de derecho fuerte pero sin democracia. En Singapur los oligarcas están bastante controlados por un marco legal que en su aplicación es fiable e impersonal, pero, sin embargo, no existen libertades cívicas. La teoría oligárquica predice que las fuertes salvaguardias en el ámbito de la propiedad y los contratos, incluidos los acuerdos que protegen a los oligarcas unos de otros, pueden llegar a coexistir, y de hecho coexisten, con las libertades democráticas. Sin embargo, el caso de Singapur demuestra, en contraposición a Indonesia, que no existe una relación necesaria entre derecho y democracia, e incluso que el mismo marco judicial puede defender sistemáticamente una justicia imparcial en asuntos de propiedad mientras pisotea una y otra vez los derechos humanos de los oponentes políticos. Se supone que los regímenes autoritarios no poseen sistemas jurídicos sólidamente institucionalizados e independientes. La teoría oligárquica ayuda a explicar por qué a veces sí los tienen.

Además de las cuestiones críticas planteadas en los ejemplos anteriores, otra que analizamos en todos los casos que abordamos en este libro es la importante relación que existe, a lo largo de la historia y de los distintos oligarcas, entre las presiones ejercidas para defender su emporio de toda amenaza y el lugar donde se ejerce la coerción indispensable para esa defensa. Una teoría de la oligarquía que haga hincapié en el poder económico y sitúe en su centro los retos de la defensa de la riqueza resultará muy útil a la hora de explicar no solo el cambio de roles coercitivos entre los propios oligarcas y los Estados garantes de la propiedad, sino también el motivo por el cual los oligarcas parecen aparecer y desaparecer. Ello tiene importantes implicaciones para diversos estudios de las ciencias sociales, pero especialmente para los análisis de la tradición que hace la nueva economía institucional.

ESTRUCTURA Y CASOS

Será conveniente explicar brevemente lo que se pretende y lo que no en este libro. En primer lugar, abordaremos el fenómeno de la oligarquía a través de los oligarcas, entendidos estos como individuos empoderados por la riqueza. En el capítulo 1 presentamos una explicación más completa de este concepto, pero con el fin de evitar confusiones conviene subrayar aquí que colectividades tales como las empresas no desempeñan un papel fundamental en la definición de oligarca o de la teoría oligárquica. Los oligarcas sí pueden ser propietarios únicos o mayoritarios de corporaciones y utilizarlas como instrumentos personales de poder, y en ese contexto las empresas sirven como vehículos para amplificar los intereses de los oligarcas que las dirigen. Durante algunos periodos en la historia, este ha sido el patrón dominante. Sin embargo, la propiedad de las corporaciones también puede guardar formas enormemente difusas e impersonales, y ser dirigidas por clases directivas que en ocasiones incluyen a los propios trabajadores o al Estado. Los oligarcas existían mucho antes de que aparecieran las empresas, y continúan existiendo a pesar del auge del capitalismo gerencial y de la propiedad estatal (o de los trabajadores) de esas compañías. Por tanto, las empresas no deben considerarse marginadas de la teoría oligárquica, sino instrumentos potenciales al servicio de los oligarcas.5

Un segundo punto afecta a la dimensión internacional, que históricamente tiene que ver con la cuestión más amplia de la movilidad de los oligarcas por territorios y fronteras. Los casos examinados en este libro incluyen frecuentes situaciones en que estas personas actúan (normalmente de forma violenta) en el extranjero. La mayoría de las veces lo han hecho dentro de un organismo colectivo, por ejemplo, como jefes de ejércitos invasores promovidos por otras oligarquías próximas geográficamente, bien sean guerrilleras o gobernantes. El presente libro no elude el análisis de cómo interactúan los oligarcas actuales en el ámbito transnacional, sobre la manera que tienen de proyectar su poder (ya sea como individuos o colectivamente a través de instrumentos corporativos) o defender sus intereses. Ahora bien, un análisis así constituye una empresa de gran envergadura que queda fuera del alcance de este libro. Por otro lado, la teoría de las relaciones internacionales se centra mucho más en los Estados y las organizaciones que en las personas. Por tanto, es poco probable que un estudio sobre los oligarcas y la oligarquía pensado para arrojar luz sobre el poder y las motivaciones de los actores en el plano individual (incluso cuando cooperan entre ellos) pueda aplicarse sin modificaciones importantes a la interacción entre los Estados.

La selección de casos ha sido una tarea hercúlea en el curso de la redacción del libro. Los escogidos lo han sido por motivos tanto de análisis como de practicidad. En cuanto a lo primero, se eligieron aquellos que pudieran aclarar y ampliar aspectos importantes de la teoría oligárquica, y ofrecer comparaciones y contrastes útiles. También se eligieron a propósito casos que demostraran el alcance histórico y contextual del enfoque. No se trata de que los oligarcas de la antigua Roma sean intercambiables con los de Estados Unidos o las Filipinas actuales. Más bien se trata de que los oligarcas de todos los casos analizados posean un poder que emane de su riqueza y ejerzan una actividad intensa para defenderla, y también que persigan la defensa de la riqueza de diferentes maneras y en contextos muy variados. Los casos fueron seleccionados y organizados de forma que estas diferencias y variaciones quedaran reflejadas con la mayor nitidez posible. El resultado es una yuxtaposición de materiales a veces chocante, pero totalmente intencionada.

Por lo que se refiere al aspecto práctico, los casos se eligieron porque el autor podía hablar de ellos con un grado razonable de confianza (e incluso existiendo esa confianza, con algunas disparidades evidentes). Tras abandonar varios ejemplos por limitaciones de espacio, el libro finalmente explica con amplitud situaciones ocurridas en Estados Unidos, las antiguas Atenas y Roma e Indonesia, y análisis comparativos algo más breves (aunque detallados) de otras en Filipinas, Singapur y las ciudades-Estado italianas medievales, especialmente Venecia y Siena. También incluye análisis más sucintos sobre las llamadas Comisiones mafiosas de Estados Unidos e Italia, los clanes enfrentados en el Kentucky del siglo XIX (concretamente en la región de los Apalaches) y los primeros jefes, señores de la guerra y oligarcas de alrededor del 2300 a. C.

En cuanto a la estructura del libro, comienza con un capítulo teórico en el que se establecen los fundamentos materiales de la oligarquía. También se introduce el importante concepto de defensa de la riqueza, y se establece una tipología de cuatro clases de oligarquía que han predominado a lo largo de la historia: guerrera, gobernante, sultanista y civil. Dedicamos un bloque a cada una de ellas, con desarrollos teóricos adicionales y ejemplos de casos presentados en cada uno de ellos. Los capítulos podrían haberse expuesto en cualquier orden: la razón principal por la que se eligió este concreto es que en las oligarquías guerreras los actores están más comprometidos personalmente en el gobierno y la coerción y operan de manera más fragmentada. En las civiles, situadas en el extremo contrario, los oligarcas se encuentran totalmente desarmados, no gobiernan y se someten a las leyes de defensa de la propiedad dentro de Estados institucionales altamente burocráticos. Las otras dos formas intermedias, la gobernante y la sultanista, presentan ciertas características híbridas. A pesar de la apariencia de una progresión evolutiva a través de estos tipos (y en especial la aparición decididamente tardía de la forma civil), no existe una linealidad evidente en la historia de la oligarquía.

Los estudios estructurados en torno a tipologías pueden resultar por momentos estáticos. Sin embargo, hay elementos muy dinámicos en los casos presentados, y en varios de ellos se siguen y explican importantes transformaciones. Dicho esto, una teoría unificadora del cambio oligárquico de un tipo a otro (suponiendo que tal teoría sea posible) queda fuera del alcance de este libro. El último capítulo ofrece una breve conclusión en la que se abordan determinadas cuestiones y comparaciones no desarrolladas en los demás capítulos. También se analiza cómo la teoría oligárquica entronca con importantes estudios y temas propios de las ciencias sociales.

I

LOS FUNDAMENTOS MATERIALES DE LA OLIGARQUÍA

El de oligarquía es uno de los conceptos más utilizados y al tiempo peor teorizados de las ciencias sociales. Hace ya más de cuatro décadas, James Payne (1968) aseguró que el concepto era «un embrollo», y más recientemente, Leach (2005) le aplicó la etiqueta más actual de «subespecificado».1 Por su parte, la International Encyclopedia of the Social Sciences define la oligarquía como «una forma de gobierno en la que el poder político se encuentra en manos de una pequeña minoría», y añade que «deriva de la palabra griega oligarjía (gobierno de unos pocos), compuesta de olígoi (pocos) y árjein (gobernar)» (Indridason, 2008, 36).2 Las referencias a los oligarcas y a la oligarquía resultan abundantes, y, sin embargo, las perspectivas teóricas empleadas en los distintos casos y periodos históricos tienen muy poco en común. Por ejemplo, apenas existe una coincidencia de conceptos según se aplique el término a los oligarcas filipinos, a los rusos o a los medievales.

La mención de los oligarcas resulta especialmente abundante en los estudios relacionados con países poscoloniales y poscomunistas. Sin embargo, el término aparece con menos frecuencia en contextos industriales avanzados, en gran parte porque se suele pensar que la democracia representativa implica una superación de la oligarquía. Así, la opinión dominante entre los americanistas es que, casi por definición, las democracias pluralistas no pueden ser oligárquicas.3 En ese sentido, los estudios que analizan las múltiples dimensiones del poder e influencia de las minorías en Estados Unidos, incluso mencionando a los oligarcas, se centran casi por completo en las formas de poder de las élites y no en las propiamente oligárquicas, una distinción importante que se explicará más avanzado este capítulo.

Esa misma falta de claridad se extiende a los debates sobre el concepto de oligarquía basados en Aristóteles (1996 [350 a. C.]) y Michels (2001 [1911]), dos de los teóricos más destacados. ¿Qué estudiante de licenciatura no ha conocido la famosa tipología de Aristóteles según la cual las formas de gobierno se definen por el uno, los pocos o los muchos? Sin embargo, la perspectiva teórica de Aristóteles a propósito de la oligarquía rara vez se desarrolla de forma completa o precisa; sorprende a numerosos investigadores sociales que el número de personas en el gobierno no constituya el fundamento principal de la teoría aristotélica para diferenciar la oligarquía de la democracia. Respecto a Michels, la misma confusión existe a propósito de su famosa «ley de hierro de la oligarquía» que, cuando se examina de cerca, resulta no ser en absoluto una teoría de la oligarquía, sino más bien un análisis de cómo las élites acaban dominando la totalidad de las organizaciones complejas. La mayoría de las sociedades, aunque no todas, son oligárquicas, si bien no por las razones que Michels subraya.

El significado de la oligarquía resulta tan inconexo que casi cualquier sistema político o comunidad que no alcance una participación plena y constante de sus miembros muestra posiblemente tendencias oligárquicas.4 Una nomenklatura de estilo soviético es una oligarquía, pero también lo es la junta directiva de una asociación local de padres o profesores o un grupo influyente de ancianos dentro de una comunidad.5 Los multimillonarios rusos son oligarcas, pero también lo son los cardenales de la Iglesia católica. Las estructuras de autoridad interna de los consejos de administración de las empresas son oligárquicas (cuando no dictatoriales), e incluso las democracias representativas en las que unos pocos son elegidos por la mayoría para definir las líneas políticas han sido criticadas como oligarquías. Mientras tanto, se ha llamado oligarcas a figuras de todo tipo que ejercen un poder exagerado, ya sea dentro o fuera de un gobierno. En este batiburrillo de interpretaciones falta reconocer que no todas las formas de poder, influencia o gobierno de las minorías son iguales. No tiene sentido calificar de oligarquía a cualquier minúsculo subconjunto de personas que ejerce una influencia desproporcionada en relación con su número. Las minorías dominan a las mayorías en muchos contextos diferentes: lo que importa es cómo lo hacen y, sobre todo, con qué recursos de poder.6

A pesar de la confusión reinante, el concepto de oligarquía es —y los oligarcas son— de la máxima importancia a la hora de entender la política, ya sea esta de tiempos pasados o contemporánea, de países pobres o industrialmente avanzados. El principal problema es que ese concepto no encuentra una definición clara. La solución reside en definir a los oligarcas y la oligarquía de forma precisa, coherente, y que al mismo tiempo proporcione un marco analítico lo suficientemente amplio como para ser manejado con solvencia teórica en toda una diversidad de casos. Lo del gobierno de unos pocos no es suficiente. El presente libro se propone aclarar, precisar y aplicar la teoría de los oligarcas y la oligarquía haciendo hincapié, como hizo Aristóteles, en los fundamentos materiales de los conceptos. Para los primeros estudiosos de la política, «el factor riqueza era generalmente reconocido como una condición esencial de la oligarquía» (Whibley, 1896, 22). Más que cualquier otra causa, la fuente de ese embrollo crónico radica en el alejamiento conceptual de la conexión entre riqueza y oligarquía.

Tenemos dos elementos importantes a la hora de empezar a definir qué son los oligarcas y qué es la oligarquía. El primero de ellos es la base del poder minoritario oligárquico. Todas las formas de influencia minoritaria se basan en concentraciones extremas de poder y se deshacen mediante dispersiones radicales de ese poder. Sin embargo, los diferentes tipos de poder son más o menos vulnerables al reparto, e igualmente los métodos políticos para lograr ese reparto varían enormemente. Por ejemplo, el control exclusivo de los eunucos sobre determinados puestos influyentes del Gobierno imperial chino se pone en entredicho mediante una lucha organizada exclusivamente en el seno de la función pública y la burocracia chinas a favor de cambios que redefinan el acceso a esos cargos. El acceso exclusivo a los derechos civiles por parte de una raza o grupo religioso dominante puede cuestionarse mediante la participación, movilización y resistencia de las razas o religiones excluidas, dispersando así esa exclusividad y poniendo fin a la discriminación. El dominio de un territorio o comunidad por parte de un subgrupo violento, como una banda o una mafia, puede deshacerse armando a todos los demás hasta un nivel igual o superior que el de la minoría dominante, o cortándoles el acceso a los instrumentos de coerción. Todos estos casos implican diferentes tipos de poder concentrado en una élite y diferentes formas de disgregar ese poder.

Los oligarcas se distinguen del resto de minorías con poder en que la base de su influencia —la riqueza material— resulta resistente en grado extremo al reparto y la igualación. No se trata solo de que sea complicado diluir el poder económico de los oligarcas; es que un patrimonio privado gigantesco constituye ya de por sí una forma extrema de desequilibrio de poder social y político que además —a pesar de los grandes avances logrados en los últimos siglos frente a otras fuentes de injusticia— ha conseguido, ya desde la Antigüedad, mantener la idea de que es injusto intentar corregirla. La idea de que es un error intentar redistribuciones importantes de la riqueza aguanta el paso de los siglos hasta límites sorprendentes, ya hablemos de dictaduras, democracias, monarquías, sociedades agrícolas o estructuras posindustriales. No puede decirse lo mismo de las actitudes hacia la esclavitud, la exclusión racial, la dominación de género o la negación de los derechos civiles.

El segundo elemento relevante es el alcance del poder que ejerce la minoría oligárquica. Veamos un ejemplo que ayudará a comprenderlo: imaginemos un jugador aficionado a los bolos que juega una liga dominada durante años por un grupo excluyente de fanáticos de ese deporte con fuertes relaciones entre ellos. Ese grupo controla todas las decisiones importantes relacionadas con la liga: nombramiento de los directivos, programación del calendario, normativa sobre bebidas, dirección de los torneos o aprobación de logotipos y colores en las camisetas. Aunque se trata sin duda de un caso odioso de poder e influencia minoritarios, no es una oligarquía, porque ese jugador de bolos puede abandonar fácilmente la liga y escapar del alcance o el ámbito de tal dominación. Y, en caso de que lo hicieran otros muchos jugadores, existe la posibilidad de que el grupo al mando aceptara un mayor reparto del poder en respuesta a esos indicios de éxodo masivo. Además, si se resistieran a repartir el control hasta el amargo final, la liga y su poder minoritario se derrumbarían. Una oligarquía es diferente en el sentido de que el alcance del poder minoritario se extiende tan ampliamente por el espacio o la comunidad que la salida resulta casi imposible o prohibitivamente costosa. Por tanto, para ser digno de ese nombre, el poder oligárquico debe basarse en una forma de influencia que sea extraordinariamente resistente a su reparto y de alcance sistémico.7

La comprensión de los oligarcas y de la oligarquía empieza por la observación de que la desigualdad económica extrema produce una desigualdad política extrema. Esta afirmación genera considerable confusión y controversia porque la mayoría de las interpretaciones de la democracia se fundamentan en la igualdad política, en términos de acceso y participación en el proceso político. Una nación se convierte en democrática y supera la desigualdad política cuando extiende los derechos a todos los miembros de una comunidad para que participen libre y plenamente, voten, hablen, se reúnan, accedan a la información, disientan sin intimidación y ocupen cargos incluso en los niveles políticos más altos.8 La desigualdad económica entre los ciudadanos se reconoce ampliamente como una cuestión política importante, pero no como una fuente determinante de desigualdad en el ejercicio del poder.9

La realidad es que la riqueza desproporcionada en manos de una pequeña minoría genera importantes ventajas de poder en el ámbito político, incluso en contextos democráticos. Afirmar lo contrario es ignorar siglos de análisis político que bucean en la íntima asociación entre riqueza y poder. En 1878, Émile de Laveleye escribió que «los filósofos y legisladores de la Antigüedad sabían bien, por experiencia, que la libertad y la igualdad política solo pueden existir cuando se apoyan en la igualdad de condiciones».10 Más recientemente, fue Robert Dahl (1985, 4) quien se hizo eco del mismo nexo fundamental entre poder económico e influencia política. Se refería a los millonarios barones ladrones surgidos en Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX como un «cuerpo de ciudadanos muy desiguales en cuanto a los recursos que podían aportar a la vida política». La afirmación pura y simple es que la distribución de los recursos materiales entre los miembros de una comunidad política, sea o no democrática, ejerce una profunda influencia en su poder relativo. Cuanto más desigual es la distribución de la renta, más exagerado es el poder e influencia de los individuos enriquecidos y más intensamente afecta esa brecha económica a sus motivos y objetivos políticos. Por tanto, el estudio de los oligarcas y de la oligarquía se centra en el poder nacido de la riqueza y en el ejercicio concreto de la política relacionado con ese poder. Este énfasis en las implicaciones políticas de las disparidades materiales —en la «desigualdad de condiciones»— hace que los modelos oligárquicos de poder y exclusión de las minorías sean diferentes de todos los demás casos.

Dado que equiparar dinero con poder es casi un axioma en teoría política, resulta sorprendente que haya tanta resistencia a la afirmación de que, en el seno de las democracias, las grandes desigualdades económicas generan desigualdades también enormes en el poder e influencia políticos. Es muy difícil derrotar a un candidato que dispone de una montaña de dinero para hacer campaña. Los movimientos políticos bien financiados son más influyentes que los que disponen de recursos limitados. Dentro de un gobierno, los ministerios con presupuestos enormes gozan de un poder mucho mayor. Y sin embargo, cuando en una democracia hay ciudadanos con recursos materiales igualmente enormes, sigue generando controversia argumentar que disfrutan de grandes ventajas políticas o que constituyen una categoría separada de actores ultrapoderosos, y que muestran un conjunto básico de intereses políticos comunes vinculados a la defensa de su riqueza. Si resulta que el dinero es poder (y está claro que lo es), entonces necesitamos una teoría para entender cómo los acaudalados hasta el extremo son poderosos hasta el extremo. Dicha teoría debe explicar de qué forma la acumulación de riqueza genera capacidades, motivaciones y problemas políticos particulares para quienes la poseen. Y también debe ser sensible a cómo ha cambiado a lo largo del tiempo la política ligada al poder económico, y por qué.

HACIA UNA TEORÍA DE LA OLIGARQUÍA

La mayoría de teorías sobre la oligarquía comienzan definiendo el término como alguna variante del gobierno de unos pocos, y a partir de ahí van en busca de casos reales. Nosotros vamos a invertir el enfoque. Primero definiremos a los oligarcas, y después pasaremos a tipificar las oligarquías. Si tomamos y adaptamos la teoría de los recursos de poder (Korpi, 1985), los oligarcas se definen de una manera fija para todos los contextos políticos y periodos históricos: son actores que dirigen y controlan grandes concentraciones de recursos materiales, los cuales pueden utilizar con el fin defender o mejorar su riqueza personal y su posición social exclusiva. Además, los recursos deben estar disponibles para ser utilizados en beneficio de sus intereses personales, aunque no sean de su propiedad.11 Cuando la riqueza personal extrema resulta imposible o no existe, tampoco hay oligarcas. Y aquí surgen enseguida tres puntos relevantes. En primer lugar, la riqueza es una forma material de poder diferente de todos los demás recursos de poder susceptibles de concentrarse en manos minoritarias. En segundo lugar, es importante que el mando y el control de los recursos sean para beneficio o funcionamiento personal y no institucional: los oligarcas son siempre individuos, nunca corporaciones u otras colectividades. En tercer lugar, la definición de oligarca se mantiene constante a lo largo del tiempo y para todos los casos. Estos factores son los que definen sistemáticamente a los oligarcas, los que los distinguen de las élites y los que diferencian la oligarquía de otras formas de dominación minoritaria.

¿Y qué es la oligarquía? Antes de ofrecer una definición, debemos introducir el concepto de defensa de la riqueza. Como actores extremadamente ricos, los oligarcas se enfrentan a problemas y retos políticos concretos directamente relacionados con los recursos materiales de poder que poseen y utilizan dentro de las sociedades estratificadas. Todos los ciudadanos de a pie quieren que sus posesiones personales estén protegidas contra el robo. Sin embargo, la obsesión por la propiedad que caracteriza a los oligarcas va mucho más allá de la protección. El hecho de ser dueños de una fortuna pone en primer término su preocupación por conservarla.12 Además, los oligarcas son los únicos capaces de utilizar su propia riqueza para defenderla: a lo largo de la historia, sus enormes fortunas e ingresos han concitado diferentes amenazas, incluso a la misma propiedad privada como concepto o institución. La actuación política de los oligarcas a lo largo de los siglos gira siempre en torno a la naturaleza de estas amenazas y al modo de defender su riqueza frente a ellas. Su defensa de la riqueza presentará dos vertientes: la defensa de la propiedad (asegurar los derechos fundamentales de riqueza y propiedad) y la defensa de los ingresos (mantener la mayor parte posible del flujo de ingresos y beneficios que mantienen esa riqueza de acuerdo con unos derechos de propiedad). Aquí nos limitamos a esbozar el tema de la defensa de la riqueza en relación con la importante distinción entre demandas de propiedad y derechos de propiedad, pero lo trataremos en mayor profundidad más adelante en otra sección.

Una vez establecida una definición clara de los oligarcas e introducida la noción de defensa de la riqueza, ya es posible definir la oligarquía, que se refiere a la política de defensa de la riqueza por parte de actores que poseen los medios materiales para ello. Esa defensa implica retos y capacidades específicos que no comparten otras formas de dominación o exclusión por parte de diferentes minorías. La oligarquía explica cómo se persigue esa defensa, un proceso que varía mucho en función de los contextos políticos y los periodos históricos. Pero la definición del término es fija, por mucho que las oligarquías concretas adopten formas diversas. Como ya hemos insinuado, la fuente más importante de diferencias reside en la naturaleza de las amenazas a sus propiedades y riqueza, y en cómo se gestiona políticamente el problema básico de su defensa. La estratificación económica extrema de la sociedad genera conflictos sociales, y las distribuciones muy desiguales de la riqueza no son posibles fuera de un contexto de imposición, lo que significa que las demandas y derechos de propiedad no pueden separarse de la coerción y la violencia. Así pues, las variaciones entre oligarquías están estrechamente relacionadas con dos factores clave: en primer lugar, el grado de implicación directa de los oligarcas a la hora de proporcionar la coerción necesaria para reclamar la propiedad, vinculado a si esos oligarcas están armados a título personal y participan directamente en el gobierno; y en segundo lugar, si ese gobierno es individualista y fragmentado o colectivo y más institucionalizado.

Dicho de otro modo, el compromiso político directo de los oligarcas se encuentra fuertemente mediatizado por el régimen de propiedad de la sociedad estratificada en que se insertan. Cuanto mayor sea la necesidad que tengan de defender su propiedad sin intermediarios, más probable será que la oligarquía adopte la forma de gobierno directo por parte de los propios oligarcas, aunque con otros recursos y funciones, como por ejemplo ocupar cargos en el gobierno, o bien superponerse o mezclarse con su sustrato de poder económico. De ello se deduce que encontrarse en una posición de gobierno no define en sí mismo a un oligarca, sino que se refiere solo un tipo concreto de oligarquía. Hay muchos caminos para defender una estratificación económica extrema. Por tanto, la prominencia de los oligarcas cambia en función de cómo se defiende la riqueza y de quién o qué la defiende.

En aquellos otros sistemas en que la propiedad privada se defiende externamente de una manera fiable (especialmente con un Estado armado que posee instituciones y derechos de propiedad y otras normas sólidas), los oligarcas no tienen ninguna necesidad imperiosa de ir armados o de participar directamente en funciones políticas. Lo que cambia en estos casos —donde hemos pasado de demandas de propiedad autoimpuestas a derechos de propiedad impuestos desde el exterior— no es la existencia de oligarcas, sino la naturaleza de su compromiso político. No desaparecen solo porque no gobiernen ellos mismos o no participen directamente en la coerción que defiende sus fortunas. Aquí la implicación política de estas personas es más indirecta porque se centra menos en la defensa de la propiedad, carga que se traslada a un Estado burocrático impersonal. Sin embargo, su implicación política vuelve a ser más directa cuando actores o instituciones externos no defienden la propiedad de forma fiable.

Por tanto, el régimen de propiedad condiciona la política de defensa de la riqueza, haciéndola más o menos directa y desplazando el énfasis relativo que los oligarcas otorgan a la defensa de la propiedad hacia un mayor peso de la defensa de los ingresos. Además, esta última adquiere de repente una mayor importancia cuando la única amenaza restante para los oligarcas es un Estado que se quiere redistribuidor de la riqueza a través de los impuestos sobre la renta y el patrimonio.

La oligarquía no se refiere a toda acción política que los oligarcas ejerzan con su dinero y su poder. De hecho, no es infrecuente que empleen su patrimonio en diferentes cuestiones y batallas políticas que les preocupan profundamente y que, sin embargo, nada tienen que ver con la defensa de la riqueza y de su posición oligárquica. Cuando esto ocurre, la influencia y poder ejercidos a título individual pueden equipararse fácilmente a los de grandes colectividades de actores políticos que persiguen sus objetivos por medio de grupos de interés o políticas pluralistas. Sin embargo, los oligarcas son tan propensos como cualquier otro ciudadano a anularse mutuamente en sus diversas luchas a favor y en contra de cuestiones que van desde el derecho al aborto hasta la mejora de las normas medioambientales o las leyes sobre armas. Y otros oligarcas optan por permanecer políticamente inactivos. El poder que se tiene no siempre es poder que se usa.13 La oligarquía se refiere, en sentido estricto, a un conjunto de cuestiones y políticas de defensa de la riqueza en torno a las cuales se alinean, comparten y cohesionan los motivos e intereses de los oligarcas.

OLIGARCAS Y ÉLITES

La perspectiva materialista de los oligarcas y la oligarquía resulta útil para distinguir los tipos de poder e influencia de las distintas minorías en función de los distintos tipos de resortes de poder a su disposición. De ello se hablará más ampliamente en la siguiente sección. Sin embargo, la teoría oligárquica no puede avanzar mientras no se separe en el análisis de la teoría mucho más amplia de las élites. Normalmente, el término élite sirve como concepto paraguas que engloba a todos los actores poseedores de un poder minoritario concentrado en la cúspide de una comunidad o un Estado. Desde este punto de vista, los oligarcas serían simplemente una categoría especial de élites económicas. Es una formulación que desde ahora rechazamos aunque vaya en contra de los usos habituales y de una gran cantidad de estudios en ciencias sociales. Desde los trabajos de Pareto y Michels en particular, los teóricos de las élites han erosionado en sus estudios el concepto de oligarquía, al oscurecer el papel primordial del poder económico. Esto resulta particularmente evidente en los trabajos sobre las élites en Estados Unidos que, por muy reveladores que sean de otros aspectos del poder desigual, no consiguen iluminar los aspectos específicamente oligárquicos del ejercicio del poder y la política.

Tanto las élites como los oligarcas ejercen su poder e influencia desde una posición minoritaria. Sin embargo, su capacidad para hacerlo se basa en dinámicas de poder radicalmente distintas, lo que ha producido consecuencias y resultados políticos totalmente divergentes. Una de las divergencias más importantes es que casi todas las formas de influencia minoritaria de las élites han sido cuestionadas de manera importante a través de la lucha y el cambio democráticos, mientras que el poder oligárquico, debido a su naturaleza diferente, no lo ha sido.14 Los teóricos de las élites no tienen una explicación de por qué el inmenso poder político de los oligarcas resulta tan resistente a las sucesivas oleadas democráticas salvo a las más radicales, y, justamente, las democracias existentes fueron conscientemente diseñadas para impedir ese radicalismo. Los oligarcas pueden mostrar formas de ejercer el poder propias de las élites, ya sea superpuestas o mezcladas con su clase económica definitoria. Esto los convertiría simultáneamente en oligarcas y élites. Pero ninguna élite puede ser oligarca si no ostenta y despliega a título personal un enorme poder económico.

De las anteriores definiciones debería desprenderse que un oligarca no es necesariamente lo mismo que un capitalista, un propietario de empresa o un director general del sector privado. Al hacer hincapié en la propiedad de los medios de producción, la teoría de la burguesía capitalista propuesta por Marx se centra en el poder de los actores que hacen uso de recursos materiales en el ámbito económico con efectos sociales y políticos relevantes. En la teoría oligárquica, el foco se pone en el poder de los actores que despliegan recursos materiales en el ámbito político con efectos económicos relevantes. Ambos enfoques son materialistas, pero de forma diferente. Ni los oligarcas ni la oligarquía se definen por un modo concreto de producción o recaudación de plusvalías. Ni tampoco la oligarquía se define por un conjunto concreto de instituciones, razón por la cual es tan resistente a las reformas institucionales. Un señor feudal podía ser un oligarca, pero está claro que no era un capitalista. Un empresario puede ser un capitalista y, sin embargo, poseer a título privado demasiado poco poder económico como para ser un oligarca. Tal vez un director general de una gran empresa despliegue ingentes recursos materiales en nombre de los accionistas, pero seguirá percibiendo un salario personal que dista mucho de lo que necesitaría para ejercer un poder oligárquico. Esa persona forma parte de la élite empresarial, pero no es un oligarca. Del mismo modo, puede que los altos funcionarios del Gobierno (también élites) asignen diariamente miles de millones de dólares procedentes del presupuesto nacional y, sin embargo, apenas dispongan privadamente de los recursos de un ciudadano de clase media alta. Sin embargo, si esos mismos funcionarios fueran corruptos y amasaran fortunas personales (aunque conseguidas ilegalmente), ahora serían simultáneamente élites en el gobierno y oligarcas potencialmente participantes en la política de defensa de la riqueza.

En un marco marxista, el énfasis analítico se pone en el poder de las clases propietarias e inversoras, y está basado tanto en su control del capital inversor como en la exacción a sus productores primarios de las plusvalías que generan. Nada en el enfoque materialista de la oligarquía desarrollado en este libro entra en conflicto con ese razonamiento. Lo que sí hay es un cambio de énfasis, centrado más en las políticas de defensa de las desigualdades materiales extremas. La premisa esencial de que los oligarcas se definen por su riqueza extrema, y que la riqueza extrema resulta imposible sin medios de defensa, da lugar a una teoría de la oligarquía que se pregunta de qué forma varían las amenazas a la riqueza y cómo varían también las respuestas políticas para defender la riqueza frente a esas amenazas. Se trata de una perspectiva influida tanto por el materialismo histórico de Marx como por el énfasis puesto por Weber en el lugar que ocupan los medios de coerción dentro de su definición clásica del Estado contemporáneo.

Otra diferencia entre la teoría de Marx sobre la burguesía capitalista y la teoría de los oligarcas y la oligarquía que se ofrece aquí se refiere al problema de la fragmentación y la coherencia. Un problema importante que afecta a la teoría de los capitalistas como grupo de poder es que, dependiendo de su sector, tamaño o incluso nacionalidad, sus intereses políticos como inversores chocan a menudo o se entrecruzan. Por tanto, una teoría de los oligarcas y la oligarquía centrada en la defensa de la riqueza es propensa a muchas menos disensiones y conflictos sobre el conjunto básico de objetivos políticos vinculados a asegurar la propiedad y preservar la riqueza y los ingresos. Los oligarcas pueden discrepar sobre muchas cosas y, dependiendo de la situación, pueden incluso luchar violentamente para arrebatarse sus fortunas unos a otros. Sin embargo, siguen compartiendo un compromiso ideológico y práctico básico con la defensa de la riqueza y el patrimonio, y en presencia de algún tipo de Estado, con las políticas que favorecen sus objetivos de defensa de la riqueza.

La elevada concentración de poder económico en manos de algunos actores no es algo nuevo, ni tampoco es un invento que haya llegado con el mundo moderno. El auge de las instituciones y la política contemporáneas, incluida la aparición de la democracia, no ha eliminado a los oligarcas ni ha dejado políticamente obsoleta a la oligarquía. Ello se debe a que la democracia representativa carece prácticamente de restricciones capaces de limitar con eficacia las formas materiales de poder que ejercen los oligarcas. De hecho, es en las democracias industriales avanzadas donde algunas de las mayores concentraciones de riqueza son controladas personalmente y desplegadas políticamente por minorías muy pequeñas con objetivos oligárquicos. Esto significa que incluso sistemas que son democráticos en todos los demás aspectos siguen conteniendo importantes asimetrías de poder cuando hay recursos materiales enormes concentrados en pocas manos. Así pues, aunque sus formas y su carácter han cambiado significativamente desde el surgimiento de las primeras sociedades económicamente estratificadas, la oligarquía ha persistido en todos los periodos históricos y en todas las formas de gobierno siempre que la riqueza ha permanecido concentrada en unas pocas manos.

Relacionado con lo anterior es el hecho de que, dado que la oligarquía se basa en el poder económico, no se ve muy afectada por reformas o procedimientos políticos no materiales. Las instituciones políticas pueden mediar con la oligarquía, atemperarla, domesticarla y modificar su carácter, especialmente en el grado con que los oligarcas se implican directamente en el uso de la violencia y la coerción para defender su riqueza. Ahora bien, la acumulación de poder económico en manos de un conjunto limitado de actores funciona como un potente recurso de poder bajo todo tipo de acuerdos institucionales. Por este motivo, sea cual sea la forma del sistema político, la desigualdad política extrema ha formado pareja con la desigualdad material extrema. Los oligarcas y la oligarquía surgen porque algunos actores consiguen acumular enormes concentraciones de poder económico y luego utilizan una parte de esos recursos para la defensa de su riqueza, con importantes implicaciones para el resto de la sociedad. De ello se deduce que los oligarcas y la oligarquía dejarán de existir no mediante procedimientos democráticos, sino solo cuando se deshagan las distribuciones extremadamente desiguales de recursos materiales y, por tanto, estos dejen de conferir un poder político exagerado a una minoría de actores.15

Este último punto ayuda a explicar por qué la democracia no es de suma cero en lo que respecta a la oligarquía. En un juego de suma cero, lo que uno gana, otro necesariamente lo pierde en la misma medida. Pero democracia y oligarquía se definen por repartos de poder radicalmente diferentes. La democracia se refiere al poder político formal disperso basado en derechos, procedimientos y niveles de participación popular. Por el contrario, la oligarquía se define por una acumulación de poder económico basada en reivindicaciones o derechos sobre la propiedad y la riqueza que se reclaman por medios coercitivos. La naturaleza de los poderes políticos que se amplían o reducen a medida que los sistemas se hacen más o menos democráticos es distinta de la de aquellos otros poderes políticos que se dispersan o concentran económicamente. Esta es la razón por la cual democracia y oligarquía resultan extraordinariamente compatibles siempre que los dos ámbitos de poder no choquen. De hecho, democracia y oligarquía pueden coexistir indefinidamente siempre y cuando las clases bajas no privilegiadas no hagan uso de su mayor cuota política para usurpar el poder económico y las prerrogativas de los más ricos. Este es precisamente el acuerdo político de iguales pero desiguales que existe en todas las democracias capitalistas estables. Además, explica por qué la oligarquía rara vez se ve perturbada por aumentos drásticos de la participación popular o incluso por el sufragio universal: la oligarquía se basa en la concentración del poder material, mientras que la democracia se basa en el reparto del poder inmaterial.

Los próximos capítulos desarrollarán estos argumentos. Un punto de partida clave es que, en la sociedad, las desigualdades materiales importantes generan fricciones y conflictos. Se trata de disparidades que pueden manifestarse de muchas maneras. Tal vez exista un grupo étnico o religioso mucho más rico que otros, o bien puede haber disparidades regionales. Ahora bien, solo entramos en el terreno de los oligarcas y de la oligarquía cuando las desigualdades en cuestión posicionan a un pequeño número de actores ricos contra las masas, que son mucho más pobres (y, en determinadas circunstancias, ponen a los oligarcas unos contra otros). Esas fricciones y conflictos generan importantes desafíos políticos para los ricos. En resumen, las brechas materiales profundas dan como resultado una minoría pequeña de actores (oligarcas); generan conflictos sociales y políticos identificables que plantean retos específicos que esos actores deben afrontar (defensa de la riqueza), y proporcionan simultáneamente una reserva de recursos materiales de poder únicos que se despliegan políticamente para superar los retos (oligarquía). Por tanto, un elemento clave de la teoría oligárquica es la noción de recursos de poder, a la que nos referiremos a continuación.

LOS RECURSOS DE PODER

El concepto de poder es complicado de definir, pues varía según las circunstancias. Algunas formas de poder resultan brutalmente físicas y se expresan de manera directa, mientras que otras son indirectas o permanecen latentes. A veces el poder tiene efectos no porque se utilice, sino porque otros anticipan su uso. Y algunos de los tipos de poder más sutiles operan estructural, cultural o inconscientemente. El enfoque basado en los recursos de poder resulta especialmente útil para comprender a los oligarcas y a la oligarquía porque hace hincapié en capacidades, instrumentos o posiciones particulares que los individuos poseen en concentraciones o cantidades diversas y que utilizan para ejercer influencia social y política. Los oligarcas se definen por el tipo y el tamaño de los recursos de poder que controlan, y por tanto, este punto de vista se basa en analizar la capacidad de poder en un plano individual y no colectivo. Postula que cada individuo posee, dentro de una formación social, una cierta cantidad de poder, por pequeña que sea. La tarea consiste en especificar los tipos de poder que poseen los individuos y estimar sus dotaciones relativas. Algunos recursos de poder, especialmente los basados en la riqueza, son más susceptibles de medición y comparación que otros.16 Al menos teóricamente, si los diferentes recursos de poder pudieran medirse con una escala común, sería posible calcular un perfil de poder individual para cada actor de la sociedad y, a continuación, clasificar cuantitativamente a cada actor de menos a más poderoso. La noción de perfil de poder individual no es más que un recurso heurístico que centra la atención en las posiciones de poder relativo de los actores individuales y no de los grupos o clases. Este método resulta crucial para especificar quiénes son los oligarcas y distinguirlos de otros actores de la sociedad relativamente o nada poderosos.

Según este enfoque, los presidentes, los líderes de movimientos de masas, los señores de la guerra con sus ejércitos o los oligarcas serán mucho más influyentes que la persona media porque su acumulación o distribución relativa en una o más de las categorías de recursos de poder resulta extremadamente alta. Por el contrario, otros individuos de la sociedad presentarán perfiles de poder global mucho más bajos porque su cuota de recursos de poder es muy pequeña en algunas categorías y posiblemente inexistente en otras. Cualquiera que sea el poder de los individuos, latente o manifiesto, casi siempre se amplía cuando los actores se movilizan en redes, asociaciones o movimientos que persiguen objetivos comunes. Sin embargo, tanto los movimientos de masas como las instituciones complejas (es el caso de los Estados) no existen al margen de los individuos que los componen. Por esta razón, el poder colectivo resultado de la movilización y la colaboración en red puede seguir rastreándose desde la perspectiva de la posición de poder aumentada de cada individuo movilizado.

Nos resultará de utilidad pensar en cinco recursos principales de poder individual: el poder basado en los derechos políticos, el basado en los cargos oficiales en el Gobierno o al frente de organizaciones, el poder coercitivo, el poder de movilización y, por último, el poder económico. No se trata de una lista exhaustiva de recursos de poder, pero abarca la mayor parte de los tipos de poder que los individuos pueden poseer en la política y la sociedad.17 La ventaja analítica más importante del enfoque de los recursos de poder es, con mucho, que permite distinguir entre las formas elitistas y oligárquicas del poder de las minorías. Los cuatro primeros recursos de poder, cuando aparecen en manos de individuos de forma concentrada y excluyente, dan como resultado élites. Solo el último, el poder económico, está en el origen de los oligarcas y la oligarquía. A continuación daremos una breve explicación de cada tipo.

Derechos políticos formales