Olivia - Giselle Schwarzkopf - E-Book

Olivia E-Book

Giselle Schwarzkopf

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Beschreibung

Olivia juega con muñecas. Les corta la cabeza. Olivia tiene once años. Finge ser menor. Usa vestidos rosas y pequeños moños rojos. Olivia es un monstruo. Mató a su gato y… Un monstruo no puede ser amado. Un monstruo no puede ser salvado. Avan tiene dieciocho y ama enfermizamente a Olivia.

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Publicado por:

www.novacasaeditorial.com

[email protected]

© 2017, Giselle Schwarzkopf

© 2017, de esta edición: Nova Casa Editorial

Editor

Joan Adell i Lavé

Coordinación

Daniel García P.

Clàudia Márquez

Portada

María Alejandra Domínguez

Nadín Velázquez

Maquetación

Eric Balbàs

Revisión

Jesús Espínola

Primera edición: Junio de 2017

ISBN: 978-84-17142-32-2

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación

AGRADECIMIENTOS

Quiero comenzar por Jenny Schwarzkopf, mi madre, luchadora incansable y apoyo incondicional, gracias por esas charlas y por enseñarme «Qué no hacer en caso de amor». También quiero agradecer a mi hermano, Diego, porque gracias a él soy quien soy, y a mis abuelos, Héctor y Nora, por tenerme tan mimada y por su amor.

A Adriana y Nicolás, mis tíos padrinos, por el cariño y apoyo que siempre han tenido hacia mí. Y a Julio, por esos paseos inolvidables en moto acuática.

A esos amigos que han pasado y se han ido, a los nuevos y los viejos, pero en especial a Pamela González, Alexis Arriola y Lautaro Arbelo, porque siguen conmigo a pesar de mí.

Un agradecimiento especial al Squad de la Facultad, porque estoy «Casi segura» de que todo tiene sentido.

También un agradecimiento impresionante a Nova Casa, por confiar en mí y en las locuras de mi mente. A todo el equipo.

Un gracias totales a Nadín Velázquez por la portada y a Aldo Accinelli por los mejores consejos de edición (espero haberlo hecho aunque sea un poco mejor).

También a la música, por inspirarme en momentos de sequía mental, nada mejor que escribir al ritmo de Panic! at the disco, Green Day, One Direction, Simple Plan, entre otras. Gracias por existir.

También tengo mucho que agradecerle a Dios, él sabe por qué.

Y, por último, y más importante, a ustedes, lectores. A aquellos que conocieron esta historia en Wattpad, aquellos que amaron la portada, aquellos que necesitaban saber más luego de la sinopsis. Todos ustedes que se dedicaron a leer, gracias.

Índice
AGRADECIMIENTOS
MONSTRUITO
ARTE
SOLO UNA NIÑA
LORETTA
DESAGRADABLE
LECTURAS
IMPULSOS
MOCHILA
DULCES SUEÑOS, LIVVY
TOCAYA
JÓVENES
SER SIN SENTIMIENTOS
PASTEL DE FRESA
ARTRÓPODO CON OCHO PATAS
PERVERSA
MEJOR QUE NO PASE
FORD AZUL
TREGUA
PESADILLA DE DÍA
DÍA DE LLUVIA
A LA MAÑANA
CORRER
HUIR
INDAGACIONES
HÁBLAME
BUENOS CIUDADANOS
PALOS A CIEGAS, MANOTAZOS DE AHOGADO
TORMENTA
SIN EXPLICACIÓN
LA INJUSTICIA DE LA LUNA
ESCAPE
OPONERSE
PERSECUCIÓN
DESESPERO
FUERA LUCES
GATOS Y RATONES
CONFESIÓN
SIN SALIDA
PROMESAS ROTAS
AGONÍA
DECISIÓN
EPÍLOGO
EXTRAS

Quiero dedicarle este libro a mi Jenny Schwarzkopf, por confiar en míincluso cuando yo misma no lo hacía (y porque

MONSTRUITO

—Tienes un problema condenadamente grave.

—No, la gente cree que tengo un problema. No por ser diferente debo ser mala.

—Olivia, asesinaste a tu gato.

—El muy tonto me quería solo por interés.

El joven lavaba las manos de la niña en el lavamanos de la cocina. El rojo de la piel ya había salido, pero la sangre bajo sus uñas era otra cosa.

—¿Planeas matar a todos los que te quieren por interés?

—Solo a todos —una dulce sonrisa se dibujó en los labios de la niña de once años. Y el joven de solo dieciocho no tuvo más que sonreír.

Olivia había ido a parar a casa de su vecino, por millonésima vez. Su madre estaba «arreglando el desastre del gato» y no quería tener «al pequeño monstruito cerca».

«Gracias a Dios, Livvy no había oído sus palabras», pensaba el joven.

Aunque no tenía idea.

ARTE

El viejo gato se refregaba feliz entre las piernas de quien todos llamaban «niña». Era un gato blanco y rechoncho con malas pulgas. Pelaje largo y liso, cara chata y siempre enojada. Había estado en esa casa desde que Olivia tenía memoria, maullando a todas horas y soltando toneladas de pelo.

Mil veces la pequeña había imaginado qué tan bonito quedaría el contraste del pálido pelaje del felino, con la viscosa y tibia sangre que saldría de su cuerpo. Pero como una niña buena, había reprimido sus pensamientos, dejándolos solo para su activa imaginación; la cual siempre había sido muy rápida, muy colorida, muy vívida.

El gatito maullaba con ese sonido ronco que parecía más un bufido, pidiendo comida como un poseso. Olivia se levantó del sillón en el que se encontraba sentada con las piernas colgando. Tomó la falda de su vestido color lavanda y se dirigió dando saltitos y vueltas a la cocina. Tarareaba alguna suerte de canción infantil mientras una dulce sonrisa se pintaba en sus labios rosas, alimentaría al gatito ella misma, sin necesidad de molestar a su madre en el jardín.

La cocina era blanca y espaciosa, decorada con motivos grises y verde manzana, Olivia creía que era bastante bonita. Tomó una de las sillas metálicas que rodeaba la mesa central de la cocina y la acercó con cuidado a la mesada, la comida se encontraba en un estante bastante alto para su estatura. Se paró en puntitas con sus pies descalzos sobre la silla haciendo equilibrio para no caer. La sonrisa había desaparecido, dando paso a una mueca de molestia. ¿Por qué el gato no paraba de maullar? Tomó la lata de comida de la despensa y un pequeño abrelatas. Bajó de la silla de un salto, aterrizando sonoramente sobre sus talones.

—Ven, gatito. Toma un poco de esta cosa fea —murmuró con voz cantarina llamando al gatito con la mano. Se arrodilló en el piso y abrió el pote de comida para gatos. Lo depositó en el suelo con un sonoro repiqueteo mientras la bola de pelos blanca se acercaba y comía a toda prisa, ronroneando.

Olivia no le tenía un especial cariño al animal, pero le parecía tierno y gracioso a veces, incluso suave y abrazable, por lo que al terminar él de comer, la niña extendió los brazos, para poder por fin, mimarlo con tranquilidad y en silencio, sin molestos maullidos; pero el gato la ignoró de forma muy impertinente y comenzó a lamerse las patas como si nada le interesara más en el mundo.

Olivia no podía creer semejante desfachatez por parte del minino. Ella lo había alimentado, ¿y así le pagaba? No entendía por qué momentos antes, el feo gato, había sido tan cariñoso con ella. ¿Acaso solo quería que lo alimentara? ¿Solo la había utilizado?

Una insólita ira infantil comenzó a invadir el delgado cuerpo de Olivia, haciendo enrojecer sus mejillas y provocando que sus manos temblaran, su ceño se había fruncido y su respiración se hacía pesada. El pequeño abrelatas se había vuelto repentinamente más brillante en su mano, mientras la niña pensaba en lo bonita que se vería la piel blanca del felino moteada de rojo. Sus pensamientos se nublaron hasta tal punto que casi podía sentir la tibieza de la sangre entre sus dedos, ¿cómo sería?

Olivia, sin reprimirse esa vez, decidió seguir su imaginación. El pobre minino, inconsciente de lo que pasaría, ni siquiera intentó escabullirse de sus mortales manos.

Pintó un cuadro con la sangre y compuso una melodía con los maullidos lastimeros del felino. Sus pequeñas manos, empapadas en la esencia vital del animal, tal como pensaba que sería.

—¡Olivia, por el amor de Dios, ¿qué has hecho?! —gritó su madre entrando en la cocina con la pala de jardinería en la mano.

La joven chica sonrió con fingido arrepentimiento abriendo los ojos de manera inocente, pensando en lo bonito que se veía el borde de su vestido de color rojo.

En su mente, le parecía arte. No estaba mal, el gato la había utilizado y ella lo utilizó a él para crear algo bonito. Pero su madre no lo entendería jamás.

SOLO UNA NIÑA

—Monique, por favor, es solo una niña haciendo travesuras, es una etapa que superará... —murmuró el joven en voz tan baja como pudo.

—Eso no fue una travesura, Avan. Es solo una niña que acaba de masacrar a nuestro gato. Necesito que te la lleves solo unos momentos, no quiero al pequeño monstruito cerca mientras limpio el desastre del gato —dijo a su vez la señora Penz, llevando sus temblorosas manos a la cabeza y tirando de sus descuidados cabellos color caoba.

Avan miró a su vecina como si nunca la hubiese visto antes. No podía creer que se refiriese a la pequeña Olivia como un monstruo. Negó con la cabeza, resignado a tener a la joven dando vueltas por su casa un rato.

Se encaminó al living precedido por la mujer. Olivia estaba sentada en el más grande de un juego de tres sillones azules, estaba cubierta de sangre seca. Dándole un aspecto aún más macabro tenía un poco de sangre sobre su ceja, allí donde había pasado sus dedos húmedos. A pesar de todo, una dulce e inocente sonrisa se hacía visible en sus labios. Si no fuese por el hecho de que llevaba impregnada la culpabilidad de arriba abajo, cualquiera diría que semejante angelito era incapaz de una atrocidad como de la que se la acusaba.

De la misma forma, la gente solía confundir a la chica con una niña pequeña, de unos ocho o nueve años, cuando se encontraba cerca de cumplir los doce.

Olivia no solía ser lo que aparentaba.

Avan se dedicó un segundo a contemplarla mientras saltaba de su lugar y corría a su encuentro, con una pizca de temor en el rostro. Cabello rubio, liso y largo, enmarcaba un pálido y delicado rostro aniñado. Dos hermosos ojos claros «color clima», como los llamaban, estaban rodeados por largas pestañas también rubias. Nariz pequeña y labios tiernos, bastante bajita para su edad.

Olivia era la viva imagen de la inocencia, con sus absurdos vestidos color pastel y sus moños de vivos tonos.

Avan, decidiendo no tomar importancia al terrible y ya seco fluido que cubría las manos y ropa de la chica, la abrazó cuando llegó a él.

—¿Qué has hecho esta vez, pequeña Livvy? —preguntó el joven mientras la soltaba rápidamente para mirarla con reproche, no demasiado, solo lo suficiente.

—Era un gato malo...

—Olivia, niña, irás un momento a casa de Avan para limpiarte mientras arreglo esto antes de que llegue papi, ¿te parece bien? —inquirió la madre con un tono fingidamente dulce. La niña asintió con sumisión, aunque en su mente solo podía pensar en que su madre destruiría su bonita obra de la cocina. El gato manchado de rojo, el linóleo manchado de rojo, manchas bonitas. Se preguntó a qué se debía esa atención repentina al rojo si ella siempre había preferido el rosa.

—Disculpa por lo de Nieve, mami, no quise hacerlo solo pasó —se excusó con su suave y aguda voz.

—Ya lo sé, ya lo sé —suspiró la señora—. Por eso lo limpiaré.

Avan ofreció su mano con seguridad a Olivia de la misma forma en la que lo haría un caballero con su princesa, ella la tomó, encantada con el gesto. Miró por un segundo la diferencia de tamaño entre ambas manos, la suya tan pequeña y roja, entonces se fue con él, dando pequeños saltitos de felicidad a pesar de que sentía un poco de culpa, no por el gato, no por su madre, sino porque su padre quería al gato; le había tomado cierto cariño luego de tanto tiempo conviviendo con el animal.

Un par de años atrás, cuando el menor de los Danvers cumplió la edad suficiente para ser capaz de ganar dinero por su cuenta, y de cuidar a alguien más que a sí mismo, los Penz comenzaron a pagarle una considerable suma de dinero por cuidar a su única hija. Desde ese entonces, Avan había perfeccionado mil maneras de ir de una casa a la otra sin ser visto por nadie para, por ejemplo, devolver a la niña a la cama cuando escapaba a su casa. En este momento, cuando la chica estaba cubierta de sangre, les venía excepcionalmente bien ocultarse de miradas fisgonas.

—Tienes un problema condenadamente grave, ¿sabías, Livvy? —comentó el joven, mientras la ayudaba a subir a un banquito frente al lavamanos de acero de la cocina, más por costumbre y comodidad que porque de verdad lo necesitara.

—No, la gente cree que tengo un problema. No por ser diferente debo ser mala —replicó de forma ingeniosa mojando sus manos.

—Olivia, asesinaste a tu gato —recitó con obviedad el vecino, intentando entender un poco los pensamientos de la chica.

—El muy tonto me quería solo por interés, Avan —dijo extendiendo el nombre del muchacho con pereza.

El joven limpiaba concienzudamente las manos de la niña en el lavabo de la cocina con agua tibia. El rojo de la piel ya había salido, pero la sangre bajo sus uñas y en los bajos de la falda era otro tema. Cuando el agua dejó de volverse rosa al contacto de su piel, él cerró el grifo.

—¿Planeas matar a todos los que te quieren por interés? —caviló él en voz alta mientras quitaba la mancha roja de su risueña cara.

—Solo a todos. Punto —una dulce sonrisa se dibujó en los labios de la niña de once años y el joven, de tan solo dieciocho, no tuvo más que sonreír de regreso.

Olivia había ido a parar a casa de su vecino, por millonésima vez, aunque con un motivo bastante más funesto que como acostumbraba. Su madre estaba «arreglando el desastre del gato» y no quería tener «al pequeño monstruito cerca».

«Gracias a Dios, Livvy no había oído sus palabras», pensaba el joven mientras limpiaba la pileta de la cocina con jabón líquido y agua.

Aunque no tenía idea.

—Aún tengo aquel vestido que me dejaron tus padres de repuesto, ¿crees que te sirva?

—¿Qué tiene este de malo? —murmuró la chica mirándose sin comprender, mientras secaba sus manos con una toalla de cocina.

—Está manchado, Livvy.

—Pero quedó bonito... ¿ves? —ahora en su rostro se mostraba un pequeño puchero provocador. Incitaba a que le replicaras, a que la contradijeras, y no había nada en el mundo más provocador que la idea de contradecir a la niña, solo para ver cómo se enojaba y su voz se volvía más aguda y sus mejillas más rojas y su ceño más fruncido.

—Sí, pero no quieres tener sangre de Nieve en ti, ¿o sí?

La pequeña lo pensó un segundo, comparando sus opciones, mientras recorría la cocina de la casa de los Danvers con ojos achispados. Era un poco más pequeña que su cocina y no tenía una decoración en específico, lo que más le gustaba a Olivia era la cortina que había en la ventana: tenía flores rosas por todo el borde.

—Es uno de mis favoritos..., pero tienes razón. Nieve ya lo estropeó —suspiró con dramatismo, bajando del banquito y sentándose en él, codos sobre las rodillas y la barbilla en sus manos.

Avan asintió y fue en busca del vestido, rezando que aún le quedara bien, no quería tener que ir a buscar uno a la casa de Olivia, no con Monique allí.

Estaba algo arrugado, en el montón de ropa que nunca se usaba de su armario. Pero serviría para su propósito.

Bajó la escalera y buscó a la chica en la cocina. No estaba. Se dirigió al living y la vio allí, estaba revisando su colección de libros y CD que estaban en una estantería negra, como siempre hacía cuando iba a su casa. Hacía meses que no compraban nada nuevo, pero la niña siempre lo encontraba todo muy interesante, rebuscando y tocando. Ahora leía la contratapa de Muerte en el Nilo, de Agatha Christie, Avan creía que era la tercera vez que leía la contratapa de ese libro.

—Livvy, es verde, espero que te siga agradando el color —comentó Avan mirando el vestido.

—Desacomodaste los libros —dijo la chica con tono helado, dejó el libro en su lugar y se giró a verlo.

—Yo no lo hice, tal vez mi hermana —respondió él, pensativo.

—Tendré que reacomodarlos —sentenció ella, se encogió de hombros y corrió a tomar el vestido para poder cambiarse en el baño.

Avan respiró profundamente un par de veces para serenarse, la situación le parecía bastante irreal. Debía cuidar a Olivia. Ahora más que nunca, puesto que sabía que sus padres, ya mayores, no la comprenderían ni la apoyarían en lo que estaba viviendo. Su madre enloquecería y su padre la sobreprotegería y ninguno de los dos se pondría de acuerdo en cómo proseguir al respecto. Conociendo como conocía al matrimonio, y quién tomaba las decisiones en esa casa, probablemente la enviarían directo a un centro de salud mental. Pero era solo una niña, no podía pasar por eso, ningún niño debía pasar por eso.

Sí, puede que la chica haya matado a alguna paloma antes, que disfrutara quemando hormigas, pero, muchos niños experimentaban esa etapa. Él mismo lo había vivido. Bueno, nunca había matado a una mascota, pero sí varias ratas, cortándoles la cola y patas para que sufrieran la agonía de morir lentamente.

Sacudió la cabeza, ahuyentando eso de su mente, no había necesidad de recordarlo. Si a él se le había pasado, ¿por qué no a Olivia?

—¡Avan! —gritó Olivia entrando en la sala como un huracán, con un vestido verde muy ajustado—. Me han crecido los senos —agregó con lamento, mirando con tristeza lo justo que ahora le quedaba el vestido a la altura del pecho.

Avan tragó saliva notando la boca repentinamente seca, siguió, con reticencia, la mirada de la chica. Apenas se notaba abultado, pero al usar un vestido que en otro tiempo le había quedado holgado, se hacía más notorio.

—Es algo normal, estás creciendo Livvy, estás más grande...

—Pero yo no quiero crecer... quiero seguir siendo siempre una niña, ¿para qué crecer? ¿Responsabilidades? ¿Sufrimientos? No quiero.

—Mira el lado positivo —dijo Avan, ignorando sus quejas—, sigues igual de altura. Mira, sigue quedándote por las rodillas.

La niña resopló, frustrada, pensando en que detestaba la pubertad.

LORETTA

Olivia tenía un mohín en los labios y las cejas juntas, miraba al frente y tamborileaba con los pies descalzos en el piso. Loretta estaba en casa.

Loretta era la hermana mayor de Avan. Con veintiún años, era una pesadilla en el sueño de cualquier niña. Para Olivia siempre había sido la representación de la bruja mala de sus cuentos de hadas, esa que siempre arruinaba definitivamente los finales felices de las princesas. Al menos en los cuentos de hadas de Olivia, las princesas no tenían finales felices.

—Olivia, ¿no crees que ese vestido ya te sienta pequeño? —inquirió la morena, sentándose a su lado con un cuenco de cereales, como si no supiera la razón por la cual Olivia usaba ese feo vestido. Además, ¿quién comía cereales en la tarde?

La niña no le respondió. Solo la miró fijamente, casi sin parpadear, hasta hacerla sentir incómoda. Loretta asintió apretando los labios y siguió con su cereal.

—Listo, todo rastro de crimen ha desaparecido —bromeó Avan entrando en la casa con las manos ahora vacías. Había llevado el arruinado vestido y los paños que había utilizado para limpiar las huellas y chorretadas de sangre de la casa, a la basura. Dirigió una mirada al singular par de chicas en el sofá y al librero, ahora acomodado como Olivia necesitaba.

—Es una lástima. Nieve me caía tan bien... —comentó Loretta con dramatismo, Avan la miró con una advertencia en los ojos.

—Nieve era sumamente hipócrita, lo merecía —respondió Olivia con una sonrisa espeluznante dirigida a la muchacha. Y por un segundo, Loretta entendió a qué se refería la joven. Sus palabras eran una clara indirecta para ella. Se paró de sopetón y se alejó rumbo a la cocina.

—Loretta... —comenzó Avan haciendo el intento de detenerla.

—Creo que le caigo mal a tu hermana —murmuró Livvy en voz lo suficientemente alta para que Avan la oyera. Puso su mejor cara de niña inocente y lo miró con resignación fingida, suspirando con tristeza, también fingida.

—No, no, tu cara de cachorro mojado no funciona conmigo, señorita. El sentimiento de mi hermana hacia ti es algo mutuo —sonrió con condescendencia el joven.

Olivia le sacó la lengua y prendió la televisión, decidida a ignorarlo lo que restaba del día.

Avan sonrió de lado ante su actitud y fue a ver a su hermana.

—Esa niña me matará. Listo. Lo he dicho —Loretta estaba en plan melodramática mordisqueándose la uña del meñique. Miró a Avan con seriedad esperando su respuesta.

—Drama queen: activado —comentó el joven, sentándose en la mesa. Apoyó los codos en la madera y llevó las manos a su cabeza, tirando hacia atrás su cabello.

—Está bien. Estoy exagerando un poco.

—¿Un poco? —interrumpió Avan.

—Pero es que... su pobre gatito... —decidió ignorar el comentario de su hermano.

—Los gatos son arrogantes, traicioneros y demandantes, Loretta.

—Como tú. Pero eso no es motivo para que venga y te mate, ¿o sí? —inquirió la morena, volviendo a su cereal. Tenía razón, Avan era todas esas cosas. ¿Quién no traicionaría a su mejor amigo, por salvar su propio pellejo, con el director, más de una vez? ¿Quién, a esa edad, no se creía el mejor, el rey de su propio mundo? ¿Quién no pedía lo que quería, lo reclamaba? Y en eso, Avan solía controlarse. Había aprendido hace mucho que no se podía tener todo lo que se deseaba.

—Tu amor por los animales me perturba —respondió Avan, incorporándose despacio.

—Tu cariño por ese... ese...

Dejó la frase en suspenso al ver cómo su hermano alzaba las cejas con amenaza implícita.

Loretta suspiró. Nunca había comprendido a su hermano pequeño. Desde niño había sido un chico extrovertido y raro. Extrovertido porque tenía muchos amigos y lo adoraban. Raro porque él decía odiarlos. Aunque esas cosas dicen los niños, ¿no?

Pero esa no era la peculiaridad más notoria e interesante del niño Avan. Mataba palomas con resorteras. El mayor problema era que luego las lanzaba al aire, rogando con desesperación que volaran otra vez. Cortaba las colas de las ratas cuando creía que nadie lo veía y se quedaba cerca viéndolas morir.

A los ocho años rodó por las escaleras de su casa. Y a partir de ese día nada volvió a ser lo mismo entre ambos hermanos y entre la familia. Claro, el pobre niño, tan torpe, cayó por culpa de su pelota.

Ahora, era un adolescente normal. Iba a fiestas, tenía amigos y una tensa relación, casi siempre pacífica, con su hermana. Cuidaba a la hija de los vecinos para ganar dinero extra y comprar un coche, cosa que Loretta nunca habría hecho en su vida.

—Debes cortarte el cabello, el momento en que llega a los hombros es el límite, Avan —replicó la joven de forma repentina, como si su comentario anterior hubiera desaparecido entre los pliegues del tiempo.

—Loretta, deja de comportarte como mamá. Al menos mientras trabaja evito sus reproches, no quiero los tuyos, gracias.

Se incorporó y volvió a la sala.

—Livvy, ¿quieres verme jugar un videojuego? —inquirió acercándose a la consola y rebuscando por el juego favorito de la niña.

—¡Sí, por favor! —contestó con entusiasmo. La pequeña se acomodó en el sofá, subiendo los pies. Amaba ver a Avan jugar videojuegos más que jugarlos ella misma. La tenía horas entretenida y la divertía mucho resolver los acertijos que se presentaban antes que el joven, ya que eso lo frustraba y lo hacía soltar maldiciones en broma, mientras ella reía.

—Parte tres de RE5, ¿no es así? —cuestionó Avan, sentándose al lado de ella con el mando a distancia. Ella asintió y ambos se enfrascaron en el mundo de los juegos de vídeo, totalmente ajenos a la realidad por unos momentos.

Loretta suspiró con resignación en la puerta de la cocina. Como gran activista de la defensa de los derechos de los animales, la actitud de la niña, y la de su hermano apañándola, le parecía deplorable; y la dejaba atónita cómo sus padres no parecían interesados en tomar medidas contra la débil salud mental de esa chica.

Pero como la mujer astuta que era, decidió guardarse sus pensamientos para sí misma. No quería generar una disputa con su hermano, ni mucho menos incrementar el odio de ese... ese... monstruito, pensaba esta vez culminando la oración.

DESAGRADABLE

—Dante, por favor. Escúchame una vez en tu vida. Esto es serio, cariño. Se trata de tu hija, no es cualquiera de tus pacientes, debemos ayudarla —susurró la señora Penz en el piso de abajo, intentaba usar un tono conciliador, pero las arrugas de su ceño la delataban, estaba preocupada. Hacía un par de horas que la familia había culminado de cenar y Olivia se encontraba en su habitación, durmiendo.

O eso intentaba hasta que escuchó la conversación de ambos adultos. Que cada vez era más clara en los oídos de la niña. No le sorprendió que discutieran por su causa, siempre era así.

—¿Me estás diciendo que Olivia mató a nuestro gato? Sin pruebas —razonó el señor Penz, caminaba por la sala, recorriendo el recinto sin mirar a su esposa. Ante los fríos susurros de su mujer, el hombre siempre se había visto amedrentado, sabiendo lo que se avecinaba.

No podía tomar en serio las palabras de su esposa. No era la primera vez que Monique Penz decía semejantes disparates a su marido para convencerlo de que su hija necesitaba tratamiento o medicación. Primero, lo de las muñecas decapitadas. Luego, la mujer le había jurado a Dante que Olivia bailaba con alguien en su habitación, pero cuando el hombre entró allí, no había nadie con su hija, ni parecía que la niña creyera bailar con alguien; pero a Olivia le gustaba molestar a su madre, haciéndole creer que hablaba con gente invisible, amigos imaginarios los llamaba, y Monique consideraba que era mayor para tenerlos. Incluso hacía un par de semanas había rogado a su esposo que le hiciera pruebas a la niña, ya que creía que tenía alucinaciones, y que temía que pudiera hacerse daño. Dante estaba acostumbrado a que Monique exagerara todo lo referente a su hija.

—¿Dónde está el gato? ¿Lo ves acaso por aquí? ¿Lo has visto hoy? —inquirió casi con desespero la mujer. ¿Por qué su esposo no entendía?

—Monique, cálmate. El gato volverá en cualquier momento, así son los gatos, tú no puedes asegurar...

—Olivia tenía un abrelatas en la mano, Dante, había sangre alrededor del cuerpo del gato, el pobre animal estaba apuñalado, agonizaba, y ella lo confesó sin ánimos reales de arrepentimiento. Dan, nuestra hija está mal...

—Está bien. Esta vez has visto al gato muerto, podrías haber comenzado por allí, tienes pruebas. De todas formas, muchos niños sufren momentos duros y necesidades a la hora de expresarse, y buscan una forma de llamar la atención. Tal vez deberíamos prestarle más atención e intentar hablar el tema con ella... —intentaba mediar el hombre. Estaba sorprendido de que lo que su mujer le dijera era cierto, un poco de preocupación empezó a anidar en su pecho, pero estaba seguro de que peores cosas había visto en consulta... Un paciente, por ejemplo, aseguraba hablar con su novia muerta; eso era preocupante, no un posible episodio aislado que seguramente no acabaría en nada.

—Dan, le damos todo. Estamos siempre para ella. La complacemos en todo. Le damos el mayor cariño posible. Aceptamos sus extrañezas. No necesito pruebas para demostrarlo, lo ves cada maldita mañana.

La idea de Monique de una familia perfecta se había desmoronado el día exacto en que aceptó casarse con Dante. ¿Que si lo quería? Claro que sí, lo quería como alguien quiere a un amigo, a un amante, pero no a un esposo. La presión de sus padres en cuanto a decirle que nunca conseguiría nada, ni sería nadie, la llevó a dar manotazos de ahogado hacia Dante, el hombre que había llegado con sus flores y sonrisas fáciles, y entonces Monique había conseguido algo. Y se casó. Y no podían tener hijos. Monique nunca había deseado hijos con fervor, pero Dante sí, y al ser mayores dejaron de intentar, y entonces sin preverlo Monique quedó embarazada, llenando al matrimonio de nuevas esperanzas, otorgando felicidad a su vida gris.

Olivia era una niña preciosa, con ojos grandes y pequeños rizos rubios rojizos. Monique se odiaba a sí misma. Se odiaba por no poder sentir cariño por una niña tan hermosa fruto de sí misma, se despreciaba por pensar en que Olivia había llegado demasiado tarde haciendo estragos irreparables en su cuerpo, pensaba que Dante lo había hecho a propósito.

—Primero, ¡el llamar extrañezas, al hecho de que a nuestra hija le guste vestirse como una niña pequeña, es señal de no aceptación, Monique! —gritó Dante, haciendo que la señora Penz volviera de sus ensoñaciones.

Olivia, en su cuarto, tapó sus oídos con la almohada, como hacía siempre que sus padres comenzaban a discutir con fuerza. Comenzó a murmurar una canción, una melodía que, según Avan, ahuyentaba los pensamientos tristes y la ira. Intentaba no pensar en las palabras hirientes que se estaban dirigiendo sus padres.

—¡No es normal! ¡Olivia no quiere crecer! Tú eres psicólogo, deberías notar que algo malo ocurre, Dante, Olivia usa ropa de niña pequeña, se comporta como una. Maldita sea, ya debería usar brasieres...

—No quiero seguir hablando contigo mientras sigas en estos términos, Monique. No sacaremos nada productivo de esta charla. Tú quieres que nuestra hija sea a tu imagen y semejanza, te comportas como tus padres y...

—¿Yo sigo en términos? ¡Tú estás cerrado en banda a lo que no quieres ver...!

Las voces disminuyeron hasta apagarse, seguidas de un portazo que hizo vibrar el vidrio de la cocina.

Sus padres, hacía cosa de un par de años cuando las discusiones se hicieron más frecuentes, habían decidido salir de la casa a tomar aire cuando la disputa aumentara de volumen. Y cada vez era más seguido. Monique creía que Olivia necesitaba ayuda, mientras que Dante pensaba que su pequeño ángel era incapaz de nada tan cruel, y que lo que le ocurría tenía que ver con que era diferente, pero eso no era malo, aseguraba que ser diferente no era sinónimo de malo, y creía que en la mente de su esposa, esos conceptos se mezclaban y fusionaban, no dejando espacio a nada entre ellos.

Olivia dejó de cantar, mientras lágrimas silenciosas rodaban sus mejillas. Si sus propios padres no la aceptaban, ¿quién lo haría?

Todo el resto de la noche pasó mirando un punto en la pared, hasta que oyó a sus padres subir a dormir.

***

—¿Cómo han pasado este fin de semana, chicos? —preguntó la maestra, entrando al salón, cargando con todas las carpetas que los alumnos le habían entregado hacía casi una semana. La polera tubo que usaba ese día le dificultaba el trabajo.

—Bien... —respondieron a coro con desgano, pero Olivia se mantuvo callada.

El salón de sexto grado era bastante luminoso, con carteles que los niños habían hecho ese año pegados en todas las paredes.

La maestra Chan, una mujer descendiente de inmigrantes chinos, era una mujer dulce y algo desordenada, con largo cabello castaño y ojos de color marrón muy oscuro. Olivia creía que tenía un aire tonto y juvenil que le aportaba calidez y lograba que te sintieras cómodo en su presencia.

—Comenzaré entregando la redacción que debían hacer sobre sus sueños. Al fin pude corregirlas, bastante a tiempo, debo decir —sonrió abiertamente. La clase comenzó a ponerse nerviosa ante la idea de los resultados, cesando las conversaciones al instante.

—Maureen...

Una chica muy alta se paró y tomó su trabajo con calma, volviendo a su lugar.

—Trev...

Y siguió nombrando alumnos.

—Olivia... —dijo finalmente con un suspiro.

Cuando la joven se levantó de su lugar, unas risas quedas se escucharon en la estancia, Olivia fingió quitar polvo de su falda, aunque estaba secando sus manos sudorosas.

—Olivia —murmuró la maestra cuando la niña tomó el trabajo—, quiero que te quedes un momento luego de clases. Debemos hablar sobre lo que escribiste, ¿sí?

La chica asintió con calma, mirando a sus compañeros con un trasfondo de terror en el semblante.

—Olivia hizo algo malo, la regañarán... —canturreó Mía, mientras Livvy volvía a su asiento, sus manos aún se notaban húmedas.

—No hice nada... —intentó defenderse la muchachita.

—Cállate, a nadie le interesa lo que digas —agregó un chico llamado Marcus con una sonrisa burlona.

—¡Niños! ¡Basta! —levantó la voz la maestra y los miró con ojos fulminantes, todos hicieron silencio al oír el tono tan poco común en la maestra—. Tom...

La profesora siguió llamando al resto de los alumnos.

Al momento de que todos los trabajos estaban entregados Olivia había ordenado su cartuchera tres veces. Estaba bastante nerviosa por lo que le diría la profesora. La redacción que había hecho le parecía muy bonita, pero, con solo once años, Olivia era muy consciente que lo que le parecía bonito a ella, normalmente, no agradaba a los demás. Incluso llegaba a provocarles alguna clase de extraño temor, infundado, en su opinión.

Sus compañeros de clase cuchicheaban, sobre ella. Siempre sobre ella.

Sobre sus vestidos de colores. Sus moños. Su actitud. Su inteligencia. ¿Qué problema tenían? ¿Por qué no la dejaban tranquila de una vez? No siempre había sido así, pero al momento en que todos comenzaron a crecer y a cambiar su forma de vestir y de pensar, ella se había apartado mucho, la habían alejado y Olivia no había opuesto resistencia a dejarse desplazar.

Lena, una chica morena, llamó su atención e hizo una seña de aliento hacia ella, acompañada por una sonrisa. Olivia intentó devolverle el gesto a la única chica que podía considerar su amiga.

Pero le fue imposible.

LECTURAS

—Olivia, tú me has comentado que amas leer, ¿no es así? —inquirió la maestra sentada en una silla frente a Olivia. La niña prefirió permanecer de pie, se balanceaba adelante y atrás en sus piernas, mientras asentía con vergüenza, le avergonzaba un poco hablar de sus gustos en general—. Pues, ¿qué libros has leído últimamente?

Livvy pensó un poco su respuesta. ¿Qué decirle a la maestra? Olivia no creía que leyera nada malo, pero sabía que algunas de las cosas que leía eran para adultos. También sabía que su maestra venía de una familia bastante conservadora y que posiblemente no entendería cómo había cambiado el mundo en el último tiempo.

—Bueno, encontré La metamorfosis en la biblioteca de mi casa, me gustó mucho y me daba lástima el pobre personaje. Luego leí los cuentos del Hombre ilustrado, amando mucho «La pradera». Y... —Olivia hizo una pausa, llevando la atención de sus ojos a la punta de sus zapatos—. Comencé una popular trilogía erótica, tenía curiosidad, no la terminé porque carecía totalmente de vocabulario adecuado y trama, pero seguía con curiosidad así que me decliné por otros del mismo género.

La pequeña terminó su discurso muy orgullosa por sus palabras. Alzó los ojos encontrándose con los de la maestra que la miraba impresionada. La mujer sabía que para su edad, Olivia siempre había demostrado aptitudes e ideas muy propias y avanzadas, eso no tenía nada de malo en realidad, pero fue lo primero que le advirtieron sus colegas cuando fue su turno de tener a tan especial jovencita en su clase. La maestra adoraba a la niña. Era cariñosa y simpática, un poco aniñada, pero muy lúcida en la clase. Tenía desacuerdos con sus compañeros de clase, pero todos los niños los tenían en algún momento. A pesar de su madurez intelectual, la maestra sabía que era insegura y que sus sentimientos eran los de una niña: quería protección y cariño.

Claro que la maestra Chan solo conocía la punta del iceberg que era Olivia.

—Olivia, esos no son libros para niñas de tu edad...

—Lo sé, maestra, pero todos los leen y quería ver por mí misma, además los libros para chicas de mi edad son tontos y no tienen contenido, me aburro al leerlos.

La maestra se encontraba en una encrucijada. Por un lado, se sentía orgullosa de que una niña como ella hubiera optado por la lectura de semejantes clásicos, como La metamorfosis, y hubiera podido decidir por sí misma, descontando la lectura erótica, claro. Aunque por el otro, le preocupaba la sensible mentalidad de la niña; puesto que lo que había escrito demostraba hasta qué punto le había «interesado» esa lectura.

—¿Tus padres son conscientes de lo que lees? ¿Saben lo que escribes? Porque lo haces de una manera muy bonita, ¿les has mostrado? —preguntó con confianza la mujer. Olivia miró hacia otro lado y negó la cabeza. Ella creía que no era necesario que sus padres supieran de sus gustos a la hora de leer, era algo para ella, ellos no tenían por qué opinar.

—Olivia, lo que lees, no tanto Kafka o Bradbury, sino libros de género erótico, no son apropiados —Olivia se sonrojó un poco al oír la palabra, sintiéndose descubierta en su travesura.

—Pero... los leo porque me gustan. Y no creo que sean malos...

—No son malos, pero tienes once años y eres una niña muy inocente. No me gustaría que, por querer adelantarte a cosas de mayores, perdieras tu dulzura y tu poder de sorpresa ante al mundo —la maestra hizo una pausa, sonriéndole para darle ánimos—. ¿Avan sigue cuidando de ti?

Olivia sonrió con dulzura y sus ojos se iluminaron un poco, mientras el sonrojo de sus mejillas se acentuaba.

—Aún es mi vecino y niñero —respondió con confianza.

—Él cuida de ti cuando tus padres no están, ¿no es así? —Olivia volvió a asentir—. ¿Es el «caballero de armadura chamuscada» de tu historia?

—Sí, aunque no le diga a nadie.

—Una pregunta más, y te dejaré libre —comentó la profesora con semblante preocupado—. ¿Tú eres la princesa del cuento?

El asentimiento de Olivia fue todo lo que necesitó la maestra para que luces de alarma llenaran su mente. La niña parecía ligeramente más nerviosa con la pregunta.

—Ya puedes ir al recreo, Olivia.

***

—¿Cómo te fue? —preguntó Lena, corriendo hacia su amiga. Cuando llegó a su altura se quedó parada y recuperó la respiración.

—De maravilla, la profesora dijo que escribía muy bonito —respondió Olivia, moviendo de un lado a otro la falda de su vestido. No quería decirle a su amiga, pero era consciente que durante la entrevista con la maestra algo había salido terriblemente mal. Aunque no podía discernir muy bien qué.

—Eso es genial...

—Olivia, ¿al fin te echaron en cara tus rarezas? —preguntó Mía fingiendo lástima de forme patética, rodeada de varios amigos, mientras todos se dirigían al patio principal, el mejor lugar para descansar en un día de calor como ese; rodeados de árboles que otorgaban sombra.

—¿O lloraste para que te dejaran en paz? —la secundó un chico.

Olivia se paró con firmeza en medio del pasillo y sonrió con calma. «Compadécete de ellos, sabes cómo hacerlo», oía la voz de Avan en su mente, no era la primera vez que la acosaban, y el joven siempre le decía lo mismo: «Compadécete, no hay nada peor que la compasión».

—¿No respondes? —cuestionó Melissa.

—Tal vez esas tontas trenzas hayan aplastado sus orejas y no oiga. ¡Hola, ¿hay alguien en el estúpido mundo de Olivia-la-niña?! —insistió Mía golpeando una puerta imaginaria con su mano.

Lena no sabía qué decir para defender a su amiga. Siempre había temido que si decía algo se convertiría en el nuevo blanco de burlas.

Olivia se estremeció por dentro, antes de decir con la más dulce de las voces:

—Pobrecilla.

Se acercó a Mía y palmeó su hombro con pena, enmascarándose con los rostros fríos y apáticos que había leído en sus novelas, los que solía hacer la antagonista de la historia.

Luego, sin prestar atención a los comentarios que se repetían a su espalda, se alejó con la cabeza en alto, seguida muy de cerca por Lena.

—Eso fue maravilloso —admiró la niña morena.

—Lo sé —contestó Olivia.

***

Avan la esperaba en la salida del colegio, lo cual le pareció raro a la niña, puesto que su madre normalmente la llevaba a casa y eran contadas las veces que no podía, hacía tiempo que no pasaba. Y Avan casi siempre tenía clases a esa hora.

—Hola, Livvy.

—Avan, ¿qué haces aquí? —preguntó dándole un abrazo. Luego de la discusión de anoche de sus padres y el día que había tenido, necesitaba un abrazo protector.

—Tus padres preguntaron si podía venir, y como el profesor de Cálculo faltó, aquí me tienes —mintió. Por supuesto que el profesor Stefano no había faltado, Avan había decidido que tenía cosas más importantes que hacer luego de recibir una llamada desesperada de la señora Penz asegurando que le pagaría las horas extras.

Tomó la mochila de los hombros de Olivia y le ofreció la mano para emprender el camino de unas cinco cuadras hasta sus residencias.

La maestra Chan los vio alejarse desde la sala de maestros, intentando alejar los prejuicios y no alarmarse más de la cuenta. Muchos no solían tomarla en serio porque creían que tendía a exagerar, así que no exageraría esta vez.

El silencio rodeaba a Avan y Olivia, pero la niña nunca se había sentido incómoda con el silencio, al igual que Avan, era de la idea que las mejores cosas pasaban con silencio. Las cosas que no necesitaban decirse eran las mejores.

La mano de Olivia estaba helada para el día cálido que era. Avan la apretó con fuerza, sintiéndola insólitamente pequeña y frágil entre las suyas.

—¿Tus padres han hablado sobre Nieve? —inquirió luego de un par de cuadras.

—¿Te refieres a conmigo o entre ellos? —precisó la niña mirando cómo los brotes se hacían presentes en los árboles del vecindario.

—Contigo, sé que entre ellos sí, sus gritos se escuchaban hasta en mi casa. Por cierto, lo lamento, sé cuánto detestas que se peleen. Sabes que cuando las cosas se ponen muy feas, no tienes más que llamarme, ¿verdad?

Olivia asintió, sin responder a la pregunta original del joven.

Entraron en el pequeño reino de Avan, en este caso, su casa.

—¡Mamá! —gritó el muchacho dejando la mochila de Olivia sobre el sillón—. ¡Llegué y traje a Livvy conmigo!

—¡Ya bajo!

La madre de Avan era una mujer baja y robusta. Bastante simpática pero exigente. De forma tal que detestaba que Avan se desviara de lo que ella creía que estaba estipulado por las normas de conducta.

Y por supuesto, creía que Olivia se desviaba de las normas de conducta de un joven de dieciocho años.

—Olivia —comenzó en un tono inundado de falsedad mientras bajaba las escaleras con dramatismo—, qué bonita te ves hoy.

Livvy alzó las cejas y asintió con una sonrisa igual de falsa, aguantando una réplica ingeniosa entre sus labios. Y en eso se basó todo el diálogo en la hora que la señora y ella estuvieron en la casa al mismo tiempo. Luego, Anna Danvers fue a trabajar.

—Explícame por qué toda tu familia me odia —pidió Olivia en el momento que Anna abandonó la casa. Avan dejó papas fritas y ensalada delante de Olivia. A sus solo once años había decidido ser vegetariana, puesto que no soportaba pensar que estaba comiendo los músculos de un animal, su sangre en su boca. Bastante contradictorio era su pensar, teniendo en cuenta que ayer había matado a su gato con sus propias manos.

—No toda mi familia te odia, mi tío Artie y yo te encontramos encantadora.

—Artie murió hace meses —contestó la menor.

—Por eso —bromeó Avan. Olivia entrecerró los ojos, aunque le había resultado gracioso.

—¿Por qué mi madre no vino a buscarme hoy? ¿Lo sabes? —preguntó entonces la chica, llevando una papa a su boca.

—En realidad no lo dijo —respondió Avan encogiéndose de hombros.

—Tal vez se fracturó la pierna y está en el hospital —propuso ella luego de tragar.

—Tal vez está consiguiendo más gatos para que saques tu lado artístico.

Olivia lo fulminó con la mirada, enojada consigo por no poder ofenderse con él.

IMPULSOS

—Te dejo el maravilloso poder del control remoto. Debo afeitarme... —suspiró Avan intentando hacer una tregua al silencio de la niña, se levantó del sillón en el que se habían instalado luego de comer.

—¿Puedo afeitarte yo? —preguntó Olivia olvidando que debía fingir ofensa, lo siguió porque no quería quedarse sola y porque de verdad le interesaba poder ayudarlo, o al menos ver cómo lo hacía.

—Perderé una mejilla si lo haces —bromeó Avan, contento de que la niña volviera a hablarle.

—¿Eso es un sí? —inquirió con regocijo la pequeña mientras subía las escaleras de dos en dos, ayudándose de la barandilla de madera.

—Es un sí. Temo por mi vida —asintió con fatalismo Avan.

Avan, a pesar de ser consciente de que lo que hacía estaba mal, pues mimaba demasiado a Olivia, siempre intentaba cumplir todo lo que ella quería. Era algo que lo dominaba por dentro y no podía resistir. Ver la sonrisa de satisfacción que en su rostro se formaba, era su combustible de vida. Olivia merecía ser feliz.

—Prometo no cortarte... mucho —una sonrisa perversa iluminó el rostro de ella dejando entrever sus dientes y acentuando la leve separación de sus paletas.

Avan preparó la afeitadora, la crema y el agua tibia. Luego se sentó en la tapa del inodoro, cediéndole el control de su rostro a Olivia.

Hubiera sido más cómodo para ambos que él cerrara los ojos. Pero le era imposible. Olivia tenía la lengua apretada entre los dientes y su ceño se fruncía en concentración. Pasaba con delicadeza la afeitadora, a contrapelo, para luego mojarla en el recipiente que Avan sostenía.

Al bajar por la comisura de los labios por el lado derecho de su vecino, mordió el interior de sus cachetes, inconscientemente, creando una visión bastante cómica; y Avan no pudo evitar sonreír.

Pero al instante se puso serio al notar como la cuchilla entraba levemente en su piel. Olivia soltó una exclamación ahogada mientras Avan exageraba una mueca de dolor.

—Lo siento mucho —murmuró la joven. Dejó caer la afeitadora y comenzó a mover las manos alrededor del rostro de Avan con preocupación, sin saber qué hacer, mientras una pequeña gota carmesí salía del insignificante corte.

Avan le envió una sonrisa tranquilizadora que Olivia no vio de tan nerviosa que se había puesto. No podía soportar hacerle algún daño a Avan.

Solo tenía ojos para la pequeña gota escarlata que salía de la comisura de la boca del joven.

Con temor e intrepidez llevó un dedo a la herida captando la gota en su yema, la miró por unos segundos con rostro compungido provocando que Avan fuera enormemente consciente de la poca distancia que los separaba. Luego metió el dedo en el agua.

Más tarde, Avan se reprocharía no haber notado antes las intenciones de Olivia. Más tarde, se sentiría la peor escoria en la tierra por no impedirlo.

Pero ahora, dejó que Livvy se acercara con inocencia y depositara el más casto de los besos infantiles allí donde escocía un poco su piel, el beso medicinal.

El joven se estremeció de forma imperceptible, un poco confundido.

—Ya está, curado...

—Los besos no curan heridas, Olivia —reprochó con nerviosismo alejándose lo más posible—. Vete, yo terminaré con esto —siguió fríamente el muchacho, sintiéndose más asustado que otra cosa.

—Pero...

—Ve abajo, Olivia.

La niña supo que había arruinado todo cuando él la llamó por su nombre completo y no por el apelativo cariñoso que solía usar. Se dirigió a la puerta con la cabeza gacha.

—Lo siento mucho —murmuró mientras se iba, con los ojos llenos de lágrimas que Avan no podía ver.

El adolescente se levantó rápidamente y, evitando mirarse al espejo, llenó sus manos de agua helada, para después llevarlas a su rostro. Respiró profundamente.

La mierda que sentía por dentro dolía más que miles de microcortes al afeitarse, y Dios sabía cómo dolían esos cortes, sabía que había herido a Olivia alejándola de esa forma, él detestaba tratarla así.

Olivia, mientras tanto, en el piso de abajo, caminaba de un lado al otro, expulsando lágrimas de frustración. ¿Qué había hecho mal? ¿Qué había en el mundo que no se curara con un beso? ¿Por qué todo salía mal ese día?

Un pequeño remanso de ira crecía en su pecho, pero la vulnerabilidad y la estúpida sensación de rechazo que sentía, pronto lo anuló.

—Dime si no es verdad, qué sientes... —escuchó Olivia la voz de Loretta, canturreando mientras entraba. La muchacha quedó petrificada en la puerta de entrada mirando a la niña, en su frenético ir y venir—. ¿Has perdido definitivamente la cabeza al fin? —inquirió. Error.

—¡Aj, cállate, bruja malvada! —rugió la niña, expulsando sus sentimientos en un grito y abalanzándose sobre la joven con lágrimas aún en los ojos.

Loretta quedó completamente sorprendida por la fuerza que tenía la niña. Era tan pequeña que cualquiera la subestimaría. Pero, en ese momento de furia desmedida, gracias a la acumulación de emociones que estaba sufriendo su vida, sintió que toda su fuerza estaba puesta en golpear a Loretta, tirando de su cabello, clavando sus uñas en la carne de la mayor. La muchacha, alejaba a la niña. «¡Suéltame, maldito demonio! Tengo razón, eres un ¡monstruo!», gritaba intentando zafarse de las cortas uñas de la niña, no quería golpearla.

Avan bajó corriendo las escaleras al escuchar semejantes gritos y revuelo provenientes de la sala, le quedaba un poco de crema en la parte baja de la mejilla.

Le escena que vio lo dejó momentáneamente petrificado. Olivia golpeando sin control, mientras gritaba, a su hermana mayor del doble de tamaño que su atacante, y esta esquivando sin precisión alguna las manos de la menor.

Avan reaccionó ante la escena, tomando a Olivia por la cintura y alzándola en el aire. La niña movía las piernas y brazos, intentando soltarse.

—Cálmate, Livvy, todo está bien —susurraba Avan en el oído de la pequeña intentando calmarla, mientras Loretta se alejaba.

—Avan, es un maldito monstruo. No la quiero en casa cuando yo esté aquí...

—¡Ya basta, Loretta! —rugió el joven al momento que depositaba a una Olivia ligeramente más calmada en el piso. La menor respiraba agitadamente, intentando serenarse. La humillación de a poco iba sustituyendo a la furia absorbente que sentía por Loretta. Ella no era un maldito monstruo, y que lo pensaran así la entristecía a la vez que la hacía sentir impotente. Debería cambiar la opinión de la muchacha sobre ella... o tal vez acrecentarla.

—¿Defenderás a... a... ella? Claro. Típico.

Loretta subió las escaleras con furia, intentando arreglar el desorden de su cabello y maldiciendo a la niña por haber roto su blusa verde favorita, dejando al par de locos abajo.

—Olivia, ¿qué diablos te pasa? Sé que Loretta no es de tu agrado, pero no puedes ir por la vida atacando a quienes te caigan mal...

—Pero... pero ella entró y... y preguntó si por fin... había perdido la cabeza —contestó Livvy, resollando—. No estoy loca, Avan, Mía y sus amigos creen lo mismo, pero no estoy loca.