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Vivo entre el sueño y la realidad desde que tengo memoria, y siempre me pregunto: ¿Cuál soy yo? ¿Soy yo? Desperté. ¿Soy la misma que ayer? Claro, obvio, que no. ¿En qué dimensión estoy? ¿Quién es la sombra que me escolta a dónde quiera que vaya? Y, en ese estado de espacio inexistente, como lo es la vigilia, entre el mundo onírico y el despertar, la Veo.
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Seitenzahl: 52
Veröffentlichungsjahr: 2025
MERCEDES GRASSI KING
Grassi King, Mercedes Oniria : en mis sueños siempre hay agua / Mercedes Grassi King. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6314-9
1. Ensayo. I. Título. CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Arte de tapa: Fotografía de Mercedes Grassi King. Año 2022. Todos los derechos reservados.
Prólogo
Sombría Claustrofobia Estelar
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
Necrológica Nubosidad
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
Escritos
XXX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
XXXV
XXXVI
XXXVII
XXXVIII
XXXIX
XL
XLI
XLII
XLIII
XLIV
XLV
Epílogo
Sobre la autora
3 marzo 2011
Y quizás en el centro de mi vida hubo un verano. Una furia de tempestades en las que naufragaba; una mordedura, un beso.
El peso de mis ancestros. La sangre que no se rinde e intenta dejar huellas. Y acontece y late y hierve como un manojo de pájaros enjaulados. Hasta un invierno, que se acostumbran a las rejas, y empiezan a disfrutar parcialmente del paisaje.
Y se asemejan a esos fragmentos de océano, ese poco de mar que, a veces, se animaba a intentar escapar de lo más recóndito de las profundidades, y no llegaba a bañarme los pies inquietos, estáticos –como los de quien no se rinde–, que soportaban la orilla tumultuosa, imperfecta, indecisa. Cobarde.
16 noviembre 2019
Hace días que escucho llover. No es una metáfora; Hay una gran gotera, o un caño roto, que llora continuamente y rebota en el pulmón del edificio de una manera tan efectiva, que hace que la consecuencia sonora sea real.
En el aire llueve.
No veo el agua, la busqué. La busqué mil veces. Todas las noches llueve en la ventana de mi cuarto.
Si me dejo guiar por el sonido, ese cuadrado de cemento estaría inundado. Llueve tanto que se mete en el clima de mis sueños, a veces siento el agua fría en las plantas de mis pies.
Y no sé si es verdad o no. ¿Cómo puedo conectarme al mundo si ni siquiera puedo estar segura de qué está pasando afuera?
Parece que siempre llueve.
27 diciembre 2024
El vacío, el ahogo, las repeticiones, las palabras.
El camino correcto, el tropiezo en la baldosa de las libélulas. El fuego en sus alas. La noche profunda.
Los pies fríos; descalzos.
El rasguño en tu cara, el golpe en la puerta. Los pasos en el techo. El agua por mis rodillas. Tus ojos vacíos. Mis gritos sordos. La mano que acaricia las preguntas.
El olor a pasto recién cortado, y la impaciente lluvia. Los peces en el aire. Los peces arrastrados.
El agua a la cintura.
A lo lejos un perro ladra. El agua cristalina. El perdón de los errores, la negación absoluta.
Tus brazos distantes, tu golpe certero.
El cielo inundando mi cuerpo.
Los pies enterrados. La desesperación en las plegarias.
La asunción de mis demonios.
Las uvas perfuman y tiñen; dedos rojos, manos blancas. Peces entre perfume denso y azucarado.
La asfixia, los peces en mi cabeza.
La tierra hasta las rodillas. El agua al cuello. El filo del frío.
Tus manos que no me alcanzan, manos que se rinden.
Agua.
25 diciembre 2024
Las ciruelas esparcidas por el frío suelo, los pies descalzos, las huellas rojas.
El camino al jardín, el inquebrantable lazo hacia el perfume de las golondrinas. Y otra vez las huellas. Y te creo, y desando tus pasos para encontrarte bajo el delirante aroma de las parras añejas.
El camino andado, la sombra que se aleja y de tanto ser tu sombra, ya es racimo caído. Comido. Devorado.
Peces cansinos, agua estancada. A lo lejos tu voz como alondras diminutas que estallan bajo mi ropa. Y tu sombra que ya no es sombra.
Despego mis pies buscando tu huella, aplastante cielo, y el sudor viaja como jugo de ciruelas maduras.
Boca roja, huellas rotas.
Laberíntico camino en el que ya sigo mis pisadas, tu sombra que no es sombra. Tu canto que no me alcanza.
Huellas rojas, manos blancas. Tu comisura dibujando una mueca en mi memoria, y tus pasos ya son mis pasos solitarios.
Y recorro el camino al jardín, para encontrarnos en el tropiezo de un colibrí perdido en el perfume de las uvas maduras.
8 enero 2025
Imploro al faro que ilumine las blancas nubes que forma el mar, para que el golpe contra las piedras sea suavizado por la bruma que dibuja sonrisas borrosas en cada vaivén de las olas.
Un naufragio. Una vela. Un farol.
Cerillas mojadas, manos frías. Y la proa destruida como nido vacío en un viejo sauce. Sabrán sus lloronas hojas si algún gorrión vuelve a su origen.
Pero las ramas desahuciadas cuentan otra historia. Llovió tanto que su tronco quedó entre agua.
Raíces sumergidas, hidratadas. Podridas.
Será el manto de la noche quien desvele las golondrinas que quizás se posen en su tupido llanto.
Y las maderas de un viejo barco se vuelven islas de quienes elijan suspirar en su lomo hasta que el sol los calcine. Pero ahora es de noche y el océano se hace largo.
A lo lejos, un pez salta, divertido, escapando de los filosos dientes que lo acechan. Tanto fue su salto que ese vuelo se volvió agonía al dejarlo sin respiración.
25 febrero 2025
Pies al mar en un vaivén que implora armonía, y no le alcanza con que lo contenga entre las manos.
El agua se agita, y trae recuerdos pasados que me arrojan a la orilla de mis pensamientos. Cerca, palpables, abiertos. Penetrables.
Cruelmente dolorosos.
No es tan profundo cuando un pez emerge, ni tan bajo cuando una sirena intenta escapar del anzuelo de los barcos.
No, no hay profundidad luminosa para ellas.