Ontología del accidente - Catherine Malabou - E-Book

Ontología del accidente E-Book

Catherine Malabou

0,0

Beschreibung

Ontología del accidente. Ensayo sobre la plasticidad destructiva, es la tercera traducción en lengua española de Catherine Malabou a cargo del académico Cristóbal Durán, es un ensayo que toma por tarea pensar la implicación entre esencia y accidente, en un intento manifiesto por desplazar el significado tanto de la transformación como de la metamorfosis, entendiendo por estos algo más que meros cambios de "forma", piel o vestimenta. Las mutaciones o transformaciones que ocurren en el desarrollo vital comprometerían más bien cambios en la forma y en el ser, implicando de esta manera, que un cambio de forma puede significar también una transformación en el ser. Malabou, intenta pensar una metamorfosis radical, esto es, precisamente, una fabricación de una nueva persona, de una forma inédita de vida, que no tenga punto en común con la identidad que la precede. En otras palabras, se trata de un arriesgado intento por cuestionar el presupuesto sustancialista que ha sido el compañero de ruta predilecto para el concepto de metamorfosis en occidente, contraviniendo así la fórmula clásica que reza: la forma se transforma, pero la sustancia permanece.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 119

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Título original: Ontologie de l’accident. Essai sur la plasticité destructrice.

© Éditions Léo Scheer, 2009.

Ontología del accidente. Ensayo sobre la plasticidad destructiva.

© Pólvora Editorial, 2018.

ISBN Digital: 978-956-9441-51-6

© Edición

Pólvora Editorial

Av. Luis Thayer Ojeda 95, of. 510, Providencia, Santiago.

www.polvoraeditorial.cl

[email protected]

Editor: Lucas Sánchez

Corrector de Estilo: Gustavo Sánchez

Diseño Gráfico: Lucas Sánchez

Portada: Simón Murtagh Correa

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com

[email protected]

PRESENTACIÓN

Cristóbal Durán

Estas breves páginas que siguen tienen el objetivo de inscribir la ocasión de este libro en la escritura filosófica de Catherine Malabou. No nos contentaremos con decir que se trata de darle un lugar en su obra; esa sería tan sólo una forma de leerlo, entre varias otras. En ese sentido, el lector puede escapar de esta presentación, si lo que le interesa es enfrentarse a la novedad de un pensamiento. Ciertamente este libro trata, entre otras cosas, de la novedad: lo que hay que leer son las dificultades que evitamos cada vez que decimos, con toda simpleza, “inscribir una ocasión”, “inscribir un acontecimiento”.

Malabou ha explorado las consecuencias de la noción de plasticidad hasta dotarla de una complexión conceptual muy singular. Reconocido inicialmente como un término marginal en la filosofía de Hegel, la plasticidad llega a transformarse en un recurso extraordinario para comprender el movimiento de la filosofía especulativa y, al mismo tiempo, como la posibilidad de abrir su porvenir. La plasticidad, de hecho, es “el exceso del porvenir en el porvenir […] en la filosofía especulativa”.1 Esa labor excesiva llevada a cabo por la plasticidad irá recorriendo inquietamente toda la escritura de Malabou, mostrando que ella moviliza una capacidad de transformación generalizada que se pone a prueba en diversos terrenos y con distintos interlocutores, que van desde la filosofía (Kant, Heidegger, Spinoza, Derrida) a las neurociencias o las teorías feministas.

Ese exceso del porvenir se probará como una capacidad de auto-transformación de la estructura. De ahí el interés tan insistente de Malabou por la biología celular y la neurociencia contemporáneas. La plasticidad del sistema nervioso o del sistema inmunitario permiten dar cuenta de “su capacidad para tolerar las modificaciones y transformaciones de los componentes particulares que realizan su clausura estructural, modificaciones y transformaciones ocasionadas por perturbaciones venidas del ambiente. La plasticidad aparece entonces como la posibilidad que tiene un sistema cerrado para acoger, transformándose, los fenómenos nuevos”.2 Si el sistema plástico puede acoger la novedad, es preciso también dar cuenta de los mecanismos que permiten su capacidad de transformarse. Esto es algo que Malabou ha descubierto tempranamente en su lectura de Hegel, a título de una capacidad de autodeterminación que no es indiferente a los accidentes.

El porvenir sólo es pensable, en este sentido, a partir de la relación que la subjetividad mantiene con el accidente, ya que la autodeterminación tendría que estar en condiciones de liberar lo que ocurre. Este gesto viene a insertar el accidente en medio de la necesidad estructural o esencial. Un sistema, sea cual sea, filosófico o el propio sistema nervioso, no mantienen efectivamente al accidente como un acontecimiento exterior a sus propias operaciones. Lo que sucede por azar tiene en sí mismo su propia necesidad, como afirma Malabou a propósito del uso aristotélico del verbo automatizein, que dice tanto el llevar a cabo algo por su propio movimiento (autonomía), como el actuar sin reflexión y por azar (heteronomía de la contingencia).

El lugar del accidente no es menor, entonces, si se advierte esta complicidad entre lo esencial y lo accidental. La cuestión del accidente –del azar, de la contingencia– no es algo accidental ni casual en el pensamiento de Malabou. Podría parecer extraño decirlo en esos términos, tratando de sacar demasiado provecho de un juego de palabras. Pero ello sólo sería un juego si consideramos que lo accidental puede ser entendido por fuera de su necesidad. El léxico del accidente es recurrente desde Les Nouveaux blessés. De Freud à la neurologie, penser les traumatismes contemporains,3 donde se expone cierta sobrevivencia psíquica al accidente cerebral, que generaría una economía del accidente que es inédita, contingente y sorpresiva. Si bien el trauma psíquico parece resistir la inscripción dentro de una secuencia de hechos que daría su espesor y compostura a cierta historicidad del psiquismo, su producción se postula como originaria, aunque se trate de un origen après-coup. Con ello, el trauma psíquico aparece como vinculante para una historia venidera y como soporte de la realidad psíquica.

Frente al modelo traumático del psiquismo, la lógica económica del accidente pareciera sugerir una bifurcación en el destino de la legalidad de sentido. El accidente ya no es interiorizado por la víctima, manteniéndose dicho accidente como radicalmente extraño al destino psíquico e incapaz de integrarse en la historia previa del individuo. Ontologie de l’accident: Essai sur la plasticité destructrice,4 el libro que aquí presentamos en castellano, describe una forma de subjetividad que no puede mostrarse desarticulada de este régimen formativo del accidente. Lo que no puede ser integrado a la subjetividad previa no deja por ello de formar una subjetividad. En este sentido, la separación transformativa que impone la lógica del accidente se resiste al polimorfismo generalizado, pero también a una flexibilidad adaptativa a un modelo previo.

*

Ontología del accidente se aboca a la tarea de pensar la implicación entre esencia y accidente a partir de una lógica de la transformación que no es secundaria a la supuesta estabilidad de la sustancia. En este sentido, sus páginas se internan en formas de mutación y de metamorfosis que comprometen la creación de un nuevo ser. Esa es la tarea de una plasticidad destructiva, concepto central que aquí adquiere un nuevo estatuto. En lugar de cerrar todas las vías y concluir todos los cambios, la plasticidad destructiva tiene su talante creativo: pese a ir borrando los rasgos previos de una subjetividad –pensemos en los casos que la misma Malabou considera, del daño orgánico cerebral al Alzheimer– esta plasticidad permite crear una nueva forma subjetiva.

La plasticidad destructiva nos revela un accidente que no es meramente contingente,5 y cuyo carácter accidental sigue guardando un lazo, muy singular por cierto, con la posibilidad existencial del sujeto. Puede que se desprenda del curso de los acontecimientos, pero da cuenta de un lapso formativo. Su alcance ontológico es precisamente mostrar que la identidad –subjetiva, sustancial, formal– es, en su principio mismo, mutable.

Lo que de este modo descubre es un modo de operar, para el cual Malabou también elabora un concepto: la posibilidad negativa. Esta no es una negación que actúe a favor de la afirmación, como cierta negatividad, ni es lo imposible, sustraído de todo curso. Esta extraña posibilidad está inscrita como en paralelo, contra toda otra posibilidad, como si cada acontecimiento guardara en su corazón el agotamiento de las posibilidades. Es el enigma de una virtualidad que ha desertado, que ha abandonado la existencia de quien, desde entonces, ya es otro, incluso otro respecto de cualquier otro posible. Esta posibilidad es negativa hasta extinguirse, pero parece extrañamente habitar los procesos formativos que tranquilamente denominamos “identidad”. Y eso nos acerca a considerar que en el núcleo mismo de esa identidad hay una radical ausencia respecto de sí misma. Esta posibilidad es lo que queda por pensar, y que el lector tendrá que juzgar qué es lo que nos permitirá hacer, qué mañana nos permitirá soñar.

“Es preciso aceptar la introducción del azar como categoría en la producción de los acontecimientos. Ahí también se hace sentir la ausencia de una teoría que permita pensar las relaciones entre el azar y el pensamiento”.

Michel Foucault, El orden del discurso

La mayoría de las veces, las vidas siguen su camino como los ríos. Los cambios y las metamorfosis propias de estas vidas, que suceden como consecuencia de los avatares y las dificultades o que simplemente están ligados al curso natural de las cosas, aparecen como las marcas y las ondas de un cumplimiento continuo, casi lógico, que conduce a la muerte. Con el tiempo, nos convertimos finalmente en lo que somos, y no nos convertimos sino en eso que somos. Las transformaciones del cuerpo y del alma refuerzan la permanencia de la identidad, la caricaturizan o la cuajan, y nunca la contradicen. No la perturban.

Esta pendiente existencial y biológica progresiva, que no hace más que transformar al sujeto en sí mismo, no debería hacernos olvidar el poder explosivo de esta identidad, que se cobija bajo su aparente pulido, como una reserva de dinamita oculta bajo el pellejo del ser para la muerte. Como consecuencia de graves traumatismos, a veces por algo insignificante, el camino se bifurca y un personaje nuevo, sin precedentes, cohabita con el antiguo y termina por tomar todo su lugar. Un personaje irreconocible, cuyo presente no proviene de ningún pasado, y cuyo futuro no tiene porvenir; una improvisación existencial absoluta. Una forma nacida del accidente y nacida por accidente. Una especie de accidente. Una extraña calaña. Un monstruo cuya aparición no puede ser explicada por ninguna anomalía genética. Un nuevo ser viene al mundo una segunda vez, y proviene de un profundo corte abierto en su biografía.

Existen metamorfosis que alteran la bola de nieve que se forma con uno mismo en la duración, esa gran montonera circular completamente llena, colmada y completa. Extrañas figuras que surgen de la herida, o de nada, de una especie de desconexión con el antes, figuras que no son resultado de un conflicto infantil no regulado ni de la presión de lo reprimido, ni del retorno súbito de un fantasma. Se trata de transformaciones que son atentados. He hablado extensamente de estos fenómenos de plasticidad destructiva, de las identidades escindidas e interrumpidas repentinamente, de las identidades desertadas de los enfermos de Alzheimer, de la indiferencia afectiva de algunos entre quienes poseen daño cerebral, traumatismos de guerra, víctimas de catástrofes, naturales o políticas. Es necesario constatar y reconocer que algún día todos podemos convertirnos en otra persona, absolutamente otra, alguien que jamás se reconciliará consigo mismo, que será esa forma de nosotros sin redención ni compensación, sin últimas voluntades, esa forma condenada y fuera del tiempo. Esos modos de ser sin genealogía no tienen nada que ver con el totalmente otro de las éticas místicas del siglo XX. El Totalmente-Otro del que hablo se mantendrá, para siempre, extraño para el Otro.6

La mayoría de las veces, las vidas siguen su camino como los ríos. En ocasiones, ellas salen de su cauce, sin que ningún motivo geológico o ningún rastro subterráneo permitan explicar esta crecida o este desborde. La forma repentinamente anormal y desviada de estas vidas posee una plasticidad explosiva.

En ciencias, en medicina, en artes, en el campo de la educación, el uso que se hace del término “plasticidad” siempre es positivo. Designa un equilibrio entre la recepción y la donación de forma. La plasticidad es concebida como una especie de trabajo de escultura natural que forma nuestra identidad, la cual se modela con la experiencia y hace de nosotros los sujetos de una historia singular, reconocible e identificable, con sus acontecimientos, sus pausas y su futuro. A nadie se le ocurriría entender con la fórmula “plasticidad cerebral”, por ejemplo, el trabajo negativo de la destrucción (destrucción que actúa luego de alguna cantidad de lesiones cerebrales y de diversos traumatismos). En neurología, la deformación de las conexiones neuronales y la ruptura de los enlaces cerebrales no son consideradas como casos de plasticidad. Sólo se hablará de plasticidad como resultado de un cambio de volumen o de forma en las conexiones neuronales, que tiene sentido en la construcción de la personalidad.

Nadie piensa espontáneamente en un arte plástico de la destrucción. Sin embargo, ésta también configura. Un hocico quebrado todavía es un rostro, un muñón es una forma, un psiquismo traumatizado sigue siendo un psiquismo. La destrucción tiene sus cinceles de escultor.

Generalmente se concederá que la construcción plástica sólo tiene lugar gracias a cierta negatividad. Para retomar el ejemplo neurobiológico, el reforzamiento de las conexiones sinápticas, su aumento de tamaño o de volumen, fruto de lo que los científicos denominan “potenciación a largo plazo”, depende de que las conexiones sean utilizadas con regularidad. Es el caso, por ejemplo, en el aprendizaje y en la práctica de piano. Ahora bien, este fenómeno necesariamente actúa como su contrario. De este modo, cuando estas mismas conexiones son utilizadas poco o nada, ellas disminuyen; tiene lugar la “depresión a largo plazo”, lo que explica que sea más difícil aprender a tocar un instrumento a una edad avanzada que en la infancia. La construcción es entonces contrabalanceada por una forma de destrucción. Lo admitimos. El hecho de que toda creación tenga lugar al precio de una contrapartida destructiva es una ley fundamental de la vida. Ella no contradice la vida, sino que más bien la hace posible. La escultura de sí, como escribe el biólogo Jean Claude Ameisen, supone una aniquilación celular, la apoptosis, fenómeno que designa el suicidio programado de las células. De este modo, para que los dedos se formen, es necesario que se forme también una separación entre los dedos. Y la apoptosis produce el vacío intersticial que permite a los dedos despegarse unos de otros.

La materia orgánica es como la arcilla o el mármol del escultor. Ella produce sus desechos y residuos. Pero estas evacuaciones orgánicas son altamente necesarias para el cumplimiento de la forma viviente, que finalmente aparece, de manera evidente, al precio de su desaparición. Una vez más, este tipo de destrucción no contradice la plasticidad positiva, sino que constituye su condición. Sirve a la nitidez y al poder de la forma alcanzada. A su manera, compone la fuerza de vivir. Tanto en psicoanálisis como en neurología, un cerebro plástico y un psiquismo plástico son aquellos que encuentran el mejor equilibrio entre la capacidad de cambiar y la aptitud para mantenerse los mismos, entre el porvenir y la memoria, entre la recepción y la donación de forma.

Ocurre de un modo totalmente distinto con la posibilidad de la explosión y la aniquilación de este equilibrio, con la destrucción de esta capacidad, de esta forma y de esta fuerza de la identidad en general. Terrorismo contra apoptosis. Ya lo he dicho, en este caso generalmente ya no hablamos de plasticidad. El poder explosivo, destructivo y desorganizador, que a pesar de todo está presente virtualmente en cada uno de nosotros, y que es susceptible de manifestarse, de tomar cuerpo o de actualizarse a cada momento, nunca ha recibido un nombre en ningún campo.