Oráculo Manual y Arte de Prudencia - Baltasar Gracián - E-Book

Oráculo Manual y Arte de Prudencia E-Book

Gracián Baltasar

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Beschreibung

El Arte de la prudencia resume, en trescientos aforismos, parte de la sabiduría práctica que permite triunfar en un mundo competitivo y hostil. Los aforismos abarcan las instrucciones, normas y explicaciones de la conducta humana y aspiran a proporcionar una cuidadosa guía de los resultados de los actos propios y de los ajenos. De forma abreviada, y con la participación del lector, el Arte de la prudencia enseña que no existe un solo camino para la prudencia o para el éxito. Sus textos, constituyen un consejero inagotable, siempre el mismo y siempre distinto ya que el lector es quien decide el camino que se debe llevar. Este libro publicado hace más de trescientos años goza de plena vigencia, por su enfoque práctico y por su atención a lo concreto y ha encontrado una excepcional acogida entre los lectores contemporáneos de todo el mundo.

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BALTASAR GRACIÁN

ORÁCULO MANUAL YARTE DE PRUDENCIA

Título: Oráculo Manual y Arte de Prudencia

Autor: Baltasar Gracián

Editorial: AMA Audiolibros

© De esta edición: 2022 AMA Audiolibros

Email: [email protected]

Audiolibro, de esta misma versión, disponible en servicios de streaming, tiendas digitales y el canal AMA Audiolibros en YouTube.

Todos los derechos reservados, prohibida la reproducción total o parcial de la obra, salvo excepción prevista por la ley.

ÍNDICE

ÍNDICE

SOBRE EL AUTOR

INTRODUCCIÓN

AL LECTOR

AFORISMOS (1 – 300)

FIN

SOBRE EL AUTOR

Baltasar Gracían y Morales nació en Belmonte de Calatayud, España, en 1601 y murió en Tarazona, en 1658. Escritor y jesuita español. Hijo de un funcionario, estudió en un colegio jesuita de Calatayud y en la Universidad de Huesca, tras lo cual ingresó, en 1619, en la Compañía de Jesús, probablemente en Tarragona, donde se encontraba el noviciado de la provincia.

Se dispone de escasa información sobre su vida entre esta fecha y 1635, año de su ordenación sacerdotal. Se sabe que en 1628 se encontraba en el colegio de Calatayud, donde es presumible que ejerciera como docente, y que su posterior paso por el colegio de Huesca le permitió entrar en contacto con medios muy cultos. Dotado de gran inteligencia y de una elocuencia a la vez rica y límpida, a partir de 1637 se dedicó en exclusiva a la predicación.

En Zaragoza fue nombrado confesor del virrey Nochera, a quien acompañó a Madrid, donde residió por dos veces entre 1640 y 1641, por lo que frecuentó la corte y trabó amistad con el célebre poeta Hurtado de Mendoza. Después de una corta estancia en Navarra con el virrey, ambos se dirigieron a Cataluña para sofocar la revuelta. En 1642, Nochera murió violentamente como consecuencia de su oposición a la sañuda política represiva que había adoptado la Corona en Aragón.

Ejerció por un tiempo de secretario de Felipe IV, tras lo cual fue enviado, en parte como castigo de la Compañía por sus ideas y escritos, a combatir contra los franceses en el sitio de Lérida en el año 1646. Su obra más conocida, El Criticón, apareció en 1651, firmada por García de Marlones, anagrama de su nombre, disimulo que no pudo evitar el agravamiento de sus problemas con la Compañía de Jesús, que le aplicó una sanción ejemplar. Poco después se trasladó a Zaragoza como catedrático de la Universidad. En 1650 había empezado a preparar El comulgatorio (publicado con su apellido en 1655), obra que comprende cincuenta meditaciones para la comunión y constituye una valiosa muestra de oratoria culterana.

De carácter orgulloso e impetuoso, y, sobre todo, mucho más hombre de letras que religioso, Gracián optó por desobedecer de nuevo a la jerarquía y publicó las partes segunda y tercera de El Criticón, bajo el nombre de su hermano, Lorenzo de Gracián. El segundo volumen no le costó más que una nueva amonestación de los jesuitas, pero la aparición del tercero supuso su caída en desgracia. El padre Piquer, rector del colegio jesuita de Zaragoza, lo castigó a ayuno de pan y agua, y, tras desposeerle de la cátedra que ostentaba, lo desterró a Graus. El mismo año, en 1657 apareció la Crítica de reflexión, violento alegato contra él, firmado por un autor levantino. Parcialmente rehabilitado, se instaló en Tarazona, donde su petición de ingresar en una orden monástica le fue denegada por la Compañía.

La concepción pesimista sobre el hombre y el mundo predomina en sus primeras obras: El héroe, El discreto, y Oráculo manual y arte de prudencia, en las que da consejos sobre la mejor manera de triunfar. El estilo de Gracián, considerado el mejor ejemplo del conceptismo, se recrea en los juegos de palabras y los dobles sentidos. En Agudeza y arte de ingenio teorizó acerca del valor del ingenio y sobre los «conceptos», que él entiende como el establecimiento de relaciones insospechadas entre objetos aparentemente dispares; el libro se convirtió en el código de la vida literaria española del siglo XVII y ejerció una duradera influencia a través de pensadores como La Rochefoucauld o Schopenhauer.

INTRODUCCIÓN

El éxito moderno del Oráculo manual: «Más valen quintaesencias que fárragos»

Una famosa marca de automoción italiana publicita su monovolumen estrella con una cita del Oráculo manual de Gracián; un conocido banco europeo asentado en España basa sus campañas comerciales en animar a sus clientes a desaprender, como hiciera en su momento el jesuita; políticos y periodistas citan con frecuencia —casi a diario— los aforismos de este aragonés universal, y esmaltan sus escritos y discursos con fragmentos, casi todos, del libro citado, que se vende sin cesar en ediciones, traducciones y adaptaciones modernas. Se diría que este futuro lo pronosticó el mismo Baltasar Gracián en el aforismo 20, cuando afirmó que «lleva una ventaja lo sabio, que es eterno; y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán». Porque lo cierto es que si el pequeño volumen no fue en su día lo que hoy consideramos un best seller, lo ha sido sin duda en la modernidad.

En Francia, los breves textos del Oráculo manual atrajeron la atención de los traductores desde bien pronto, y, más tarde, de talantes tan distintos como los de Madame de Sablé, La Rochefoucauld, La Bruyère o Pascal. En Alemania, el pesimismo del jesuita atrajo la mirada atenta de Arthur Schopenhauer, a través del cual sus aforismos llegaron a otro gran genio, Friedrich Nietzsche. En España, con ciertos altibajos, la presencia del Oráculo manual forma parte del paisaje intelectual desde al menos la llamada Generación del 98. Y también del paisanaje actual, porque no es extraño ver en las grandes ciudades españolas viajeros en los distintos medios de transporte que paladean los múltiples sentidos de las palabras de Gracián en lugares tan escasamente idóneos, en principio, para la lectura reflexiva. Como ocurrió en los Estados Unidos en la década de los ochenta, cuando la traducción modernizada al inglés del libro se vendía hasta en los supermercados y se convirtió en el libro de cabecera de los ejecutivos de las grandes empresas norteamericanas. Hoy no cabe duda: el centón de aforismos del jesuita ha traspasado la barrera de lo culto para formar parte de la biblioteca ideal de cualquier lector.

¿A qué se debe ese éxito moderno del Oráculo manual y arte de prudencia? No es fácil de explicar, hay que recurrir aquí a la vieja dicotomía horaciana entre verba y res, entre la palabra y la realidad que designa, entre la forma y el contenido, porque sin la conjunción de ambos no hay manera de entender el libro. Al redactar el texto, en 1647, el jesuita le hizo un gran favor al hombre moderno. Y lo hizo porque, si en sus otras obras había intentado trazar el modelo de un tipo específico de hombre barroco —el político, el discreto, el héroe…—, en el Oráculo buscó el diseño de un varón integral; es decir, que no quiso dirigirse de forma concreta a alguno de esos tipos plenamente de época y que morirían con la llegada de la Ilustración, no quiso perfilar aspectos de la personalidad del hombre de su tiempo, sino que tentó el diseño de lo que debía ser un hombre entero. Es seguro que él no fue consciente de ello, pero al prescindir de la caracterización tipológica y al dirigirse al hombre en un plano general, sin distinciones de clase o de oficio, su obra abandonaba la estricta temporalidad de su época y obtenía un pasaporte del aquí barroco a la eternidad posmoderna. Es la característica del genio, que siempre sabe ver más allá de su tiempo y anticipar lo que en principio sólo es dado al adivino, al gurú.

¿Qué ofrece exactamente, entonces, el Oráculo manual para atraer tanto al lector moderno, para sortear los siglos con éxito en las diversas situaciones y circunstancias? Difícil responder una pregunta tan compleja, porque el Arte de prudencia de Gracián no presenta la estructura definida que le pedimos habitualmente a un tratado: son 300 aforismos —la mayoría de los cien primeros extraídos de obras anteriores del jesuita, escritos los otros dos centenares para la ocasión— que se agrupan bajo un título afortunado: Oráculo manual y arte de prudencia. Estas dos partes del título son sendas contradicciones, pues ni el carácter arcano del oráculo admite la condición de manual, ni la prudencia puede reducirse a un arte, en principio. El libro está desestructurado, pues, desde el mismo título.

Pese a ese carácter lábil, si se estudia con atención pueden percibirse unas constantes que permiten diseñar, a través de esos trescientos aforismos, un sistema de pensamiento estratégicamente definido incluso en sus contradicciones. En su colección, Gracián ofrece al lector una serie de normas prácticas de comportamiento para triunfar en el cambiante y proceloso mundo social del siglo XVII. Se trata, por lo tanto, de una sabiduría práctica que se ve en un número considerable de los aforismos gracianos, como cuando señala el carácter inútil del conocimiento estancado, porque el saber no sirve si no es práctico, idea que la modernidad ha revalidado en absolutamente todos los campos.

De esa convicción inicial salen las indicaciones sobre cómo comportarse en situaciones concretas y habituales en cualquier relación humana. Gracián las llamará de distintas maneras: reglas de vivir (caracterizadas siempre por un saber: saber olvidar, saber afrontar los problemas, saber sufrir a los necios, saber echarle la culpa a los otros, saber decir que no, saber vender los méritos propios, saber pedir, saber obligar a los demás…), o artes (es decir, técnicas) para superar situaciones concretas (para ser dichoso, para vivir mucho, para ganarse a todos, para atraer las voluntades ajenas, para dorar el desengaño, para no hacer caso, para dejar estar las cosas…). Todas ellas pasadas por el crisol de la prudencia, verdadero motivo del libro desde el título y sin cuya comprensión no puede entenderse la intención graciana: hay que dominar primero a uno mismo, dominarse, y después saber, para elevarse a continuación sobre los demás, o, dicho más a la moderna, para triunfar en el campo de lo que nosotros llamamos relaciones interpersonales. Curioso que un hombre tan limitado en habilidades sociales como demuestra su biografía fuese capaz de codificar las reglas del éxito personal con tanta precisión.

Es cierto que trivializo el contenido, pero, bien aplicado, el Oráculo manual es un conjunto de normas para acertar en el vivir, en cualquier situación. Lo habían intentado, con mayor o menor fortuna, otros muchos autores desde fines de la Edad Media en toda Europa. ¿Qué tiene Gracián que no tuviesen ellos? La respuesta reside en la forma empleada.

Y es que la originalidad del mensaje de Gracián procede del molde utilizado. Hasta bien entrado el Barroco, el moralista europeo había basado su discurso en dos métodos de conocimiento que venían al menos desde la Biblia: ejemplos y sentencias. Unos y otras se basaban en la repetición mecánica. Si el primero, el ejemplo, adquiere valor precisamente por su carácter paradigmático (hay que repetir sin cuestionar el modelo del personaje imitable, sea éste romano, griego o bíblico), la sentencia se caracteriza por su inmutabilidad (se repiten durante siglos sin variar el formato: «Lo que no quieras para ti, no lo quieras para los demás»). Quiere decirse, pues, que tanto en uno como en otro caso, sólo hay una solución para el problema planteado («No mentirás»). El mundo está bien hecho, hay un principio superior que lo ordena todo, y por tanto no vale cuestionarlo: son los mismos problemas desde Grecia o desde Jerusalén, y las soluciones no varían.

Sucede, sin embargo, que Gracián está en los orígenes de la modernidad y eso le lleva a apreciar a su alrededor cambios (sociales, políticos, científicos, económicos…) que le muestran la inutilidad de ese conocimiento estancado y alambicado. Problemas nuevos necesitan nuevas soluciones. Por eso no le valen los ejemplos y las sentencias, que formaban la base del argumentario del predicador, del hombre religioso, por un lado, y del humanista, por otro. La decisión es importante, porque supone el abandono de un pensamiento que se apoyaba en la autoridad y en la historia para dar paso a una argumentación basada en la realidad de los hechos, en la experiencia práctica, y sobre todo en la utilidad de las acciones: se trata de ofrecer unos pensamientos que permitan lo que en la época llamarían un gobierno acertado de las acciones humanas. Vale decir: reglas breves de aplicación universal que contribuyan a evitar los males que afectan al hombre considerado como entidad individual. Es bien probable que Gracián tampoco fuera plenamente consciente de ello, pero al abandonar el conocimiento especulativo y proponer uno de tipo práctico, encaminado a ofrecer soluciones inmediatas y exitosas para el comportamiento del hombre en cualquier situación, por varia que fuera, estaba poniendo el otro pie en el terreno de la modernidad.

Eso lo hace mediante la forma brevísima del aforismo: frente al ejemplo, que lo explica todo, o la sentencia, que no deja lugar a tener que elegir, la extrema brevedad del aforismo, su expresión lacónica, tan reconcentrada, no indica claramente cómo actuar en una situación concreta, ante un problema dado. Ha de ser la prudencia de cada uno lo que debe discriminar lo que en el texto queda sólo apuntado o insinuado, y decidir no lo correcto, sino lo acertado de cada momento. La situación concreta, la circunstancia, es otra clave de Gracián. Es precisamente la atención a la circunstancia lo que permite discernir lo que es bueno en cada momento para poder tomar la decisión adecuada, que no tiene por qué ser la correcta. El mundo ya no está bien hecho, como pensaron por razones distintas la Edad Media y el Renacimiento. Antes al contrario, el mundo es una crisis perpetua, las circunstancias cambian y el mismo problema puede requerir, en dos momentos o en dos lugares distintos, soluciones diferentes. La forma oscura del aforismo es la que permite a Gracián decir las cosas a medias, para que sea el lector quien añada su conocimiento del contexto y pueda concluir con éxito la solución del problema.

Por todo ello, el conocimiento, la sabiduría, son costosos de adquirir, pero valen mucho si se aplican bien. Así entendido, el librillo de Gracián es sólo una mitad, queda incompleto: ha de ser el lector quien, de la mano de la prudencia, rellene los huecos, dando sustancia a los vacíos dejados en el texto en función de su propio contexto. El Oráculo manual está siempre in fieri, haciéndose y tomando cuerpo y sustancia en cada lector, en cada lugar, en cada momento histórico, en cada circunstancia concreta. Por eso nos sigue hablando hoy, más de tres siglos después de su redacción, siempre exitoso en los tiempos de crisis que requieren soluciones nuevas o diferentes a los distintos problemas que aquejan al ser humano.

AL LECTOR

Ni al justo leyes, ni al sabio consejos; pero ninguno supo bastante para sí. Una cosa me has de perdonar y otra agradecer: el llamar Oráculo a este epítome de aciertos del vivir, pues lo es en lo sentencioso y en lo conciso; el ofrecerte de un rasgo todos los doce Gracianes, tan estimado cada uno, que El Discreto apenas se vio en España cuando se logró en Francia, traducido en su lengua e impreso en su Corte. Sirva éste de memorial a la razón en el banquete de sus sabios, en que registre los platos prudenciales que se le irán sirviendo en las demás obras para distribuir el gusto genialmente.

AFORISMOS

1TODO ESTÁ YA EN SU PUNTO, Y EL SER PERSONA EN EL MAYOR

Más se requiere hoy para un sabio que antiguamente para siete; y más es menester para tratar con un solo hombre en estos tiempos que con todo un pueblo en los pasados.

2GENIO E INGENIO

Los dos ejes del lucimiento de prendas: el uno sin el otro, felicidad a medias. No basta lo entendido, deséase lo genial. Infelicidad de necio: errar la vocación en el estado, empleo, región, familiaridad.

3LLEVAR SUS COSAS CON SUSPENSIÓN

La admiración de la novedad es estimación de los aciertos. El jugar a juego descubierto ni es de utilidad ni de gusto. El no declararse luego suspende, y más donde la sublimidad del empleo da objeto a la universal expectación; amaga misterio en todo, y con su misma arcanidad provoca la veneración. Aun en el darse a entender se ha de huir la llaneza, así como ni en el trato se ha de permitir el interior a todos. Es el recatado silencio sagrado de la cordura. La resolución declarada nunca fue estimada: antes se permite a la censura, y, si saliese azar, será dos veces infeliz. Imítese, pues, el proceder divino para hacer estar a la mira y al desvelo.

4EL SABER Y EL VALOR ALTERNAN GRANDEZA

Porque lo son, hacen inmortales; tanto es uno cuanto sabe, y el sabio todo lo puede. Hombre sin noticias, mundo a oscuras. Consejo y fuerzas, ojos y manos: sin valor es estéril la sabiduría.

5HACER DEPENDER

No hace el numen el que lo dora, sino el que lo adora: el sagaz más quiere necesitados de sí que agradecidos. Es robarle a la esperanza cortés fiar del agradecimiento villano, que lo que aquella es memoriosa es éste olvidadizo. Más se saca de la dependencia que de la cortesía: vuelve luego las espaldas a la fuente el satisfecho, y la naranja exprimida cae del oro al lodo. Acabada la dependencia, acaba la correspondencia, y con ella la estimación. Sea lección, y de prima en experiencia, entretenerla, no satisfacerla, conservando siempre en necesidad de sí aun el coronado patrón; pero no se ha de llegar al exceso de callar para que yerre, ni hacer incurable el daño ajeno por el provecho propio.

6HOMBRE EN SU PUNTO

No se nace hecho: vase de cada día perfeccionando en la persona, en el empleo, hasta llegar al punto del consumado ser, al complemento de prendas, de eminencias. Conocerse ha en lo realzado del gusto, purificado del ingenio, en lo maduro del juicio, en lo defecado de la voluntad. Algunos nunca llegan a ser cabales, fáltales siempre un algo; tardan otros en hacerse. El varón consumado, sabio en dichos, cuerdo en hechos, es admitido y aun deseado del singular comercio de los discretos.

7EXCUSAR VICTORIAS DEL PATRÓN

Todo vencimiento es odioso, y del dueño, o necio, o fatal. Siempre la superioridad fue aborrecida, cuánto más de la misma superioridad. Ventajas vulgares suele disimular la atención, como desmentir la belleza con el desaliño. Bien se hallará quien quiera ceder en la dicha, y en el genio; pero en el ingenio, ninguno, cuanto menos una soberanía. Es éste el atributo rey, y así cualquier crimen contra él fue de lesa Majestad. Son soberanos, y quieren serlo en lo que es más. Gustan de ser ayudados los príncipes, pero no excedidos, y que el aviso haga antes viso de recuerdo de lo que olvidaba que de luz de lo que no alcanzó. Enséñanos esta sutileza los astros con dicha, que aunque hijos, y brillantes, nunca se atreven a los lucimientos del sol.

8HOMBRE INAPASIONABLE, PRENDA DE LA MAYOR ALTEZA DE ÁNIMO

Su misma superioridad le redime de la sujeción a peregrinas vulgares impresiones. No hay mayor señorío que el de sí mismo, de sus afectos, que llega a ser triunfo del albedrío. Y cuando la pasión ocupare lo personal, no se atreva al oficio, y menos cuanto fuere más: culto modo de ahorrar disgustos, y aun de atajar para la reputación.

9DESMENTIR LOS ACHAQUES DE SU NACIÓN

Participa el agua las calidades buenas o malas de las venas por donde pasa, y el hombre las del clima donde nace. Deben más unos que otros a sus patrias, que cupo allí más favorable el cenit. No hay nación que se escape de algún original defecto: aun las más cultas, que luego censuran los confinantes, o para cautela, o para consuelo. Victoriosa destreza corregir, o por lo menos desmentir, estos nacionales desdoros: consíguese el plausible crédito de único entre los suyos, que lo que menos se esperaba se estimó más. Hay también achaques de la prosapia, del estado, del empleo y de la edad, que si coinciden todos en un sujeto y con la atención no se previenen, hacen un monstruo intolerable.

10FORTUNA Y FAMA

Lo que tiene de inconstante la una, tiene de firme la otra. La primera para vivir, la segunda para después; aquella contra la envidia, esta contra el olvido. La fortuna se desea y tal vez se ayuda, la fama se diligencia; deseo de reputación nace de la virtud. Fue y es hermana de gigantes la fama; anda siempre por extremos, o monstruos o prodigios, de abominación, de aplauso.

11TRATAR CON QUIEN SE PUEDA APRENDER