Orbe Romano e Imperio Global - Alejandro Bancalari Molina - E-Book

Orbe Romano e Imperio Global E-Book

Alejandro Bancalari Molina

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Beschreibung

Un texto fascinante y equilibrado que estudia detenidamente cómo Roma se convirtió en la primera aldea global y, a su vez, la forma en que la urbe y su imperio constituyeron el primer fenómeno de globalización. El libro analiza el proceso de la romanización como antecedente y modelo del actual y controvertido mundo globalizado.

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© 2007, ALEJANDRO BANCALARI MOLINA

Inscripción Nº 167.246, Santiago de Chile

Derechos de edición reservados para todos los países por

© EDITORIAL UNIVERSITARIA, S.A.

Avda. Bernardo O’Higgins 1050 - Santiago

[email protected]

Ninguna parte de este libro, puede ser reproducida, transmitida o almacenada,

sea por procedimientos mecánicos, ópticos, químicos o electrónicos,

incluidas las fotocopias, sin permiso escrito del editor.

ISBN edición impresa 978-956-11-1974-1ISBN edición digital 978-956-11-2726-5

PRODUCCIÓN GRÁFICA

Yenny Isla Rodríguez

Simone Pezzuto Morrison

Paula Díaz Rodríguez

www.universitaria.cl

Diagramación digital: ebooks [email protected]

A mis padres Bernardo y Berta

ÍNDICE

Siglas y abreviaturas

Índice de ilustraciones y mapas

Agradecimientos

Prólogo

Introducción

1. Volver sobre lo mismo.

2. El marco temporal y espacial.

3. Roma: atracción e irradiación.

4. Nuestra propuesta.

5. La historia: ayer y hoy.

6. El porqué del tema.

7. El largo camino recorrido.

CAPÍTULO ILa Romanización como proceso histórico de larga duración: fundamentos teóricos

1. Cotérminos: Imperialismo y Romanización.

2. Imperio romano e imperios modernos: una comparación.

3. Valor y peso histórico de la Romanización.

4. La pax Romana en el siglo II: clave en el proceso romanizador.

5. La noción de Romanitas.

5.1. Problemática del léxico.

5.2. La identidad romana.

CAPÍTULO IILa teoría y el estudio de la Romanización: pluralidad de modelos

1. Definición actual de la Romanización.

2. Diferentes teorías acerca de la Romanización.

2.1. Roma civilizadora: la interpretación clásica.

2.2. Modalidades de resistencia.

2.3. Una política deliberada.

2.4. Una política de autorromanización y emulación.

2.5. Romanización como destrucción de la sociedad nativa.

2.6. Romanización como colonialismo.

2.7. Romanización como criollización.

2.8. Enfoque bidireccional y/o multidireccional como sinónimo de aculturación.

2.9. Romanización como globalización.

CAPÍTULO IIIGrandes variables y factores del proceso de Romanización

1. Integración de la aristocracia local y provincial.

1.1. Las provincias y la promoción al Senado.

1.2. Renovación del Senado.

1.3. El ejemplo de Agrícola.

2. La ciudadanía romana.

2.1. Antecedentes en el período de la república tardía.

2.2. El discurso de Claudio.

2.3. La constitución de Caracalla.

3. Derecho romano y derecho local.

3.1. Coexistencia jurídica.

3.2. Ciudad libre: el caso de Afrodisias.

3.3. El derecho romano como único y civilizador.

3.4. Diversidad jurídica y Romanización.

4. Sistema político: el Imperio.

4.1. La imagen del Emperador.

5. Una economía global.

5.1. La teoría del world–system.

5.2. Desarrollo del comercio liberal.

6. Un mundo educativo.

6.1. La educación estatal: intervención de los emperadores.

6.2. Los collegia iuvenum.

6.3. La educación como fenómeno socializador.

7. La tecnología.

7.1. La cerámica, el vidrio y la alimentación.

7.2. El problema de la contaminación.

8. Una plataforma comunicacional.

8.1. Un articulado sistema vial.

8.2. Las rutas terrestres y fluviales.

8.3. La transmisión de las informaciones.

9. Un ejército permanente.

9.1. Como agente integrador y de identidad.

10. El culto imperial: una verdadera religión de Estado.

10.1. El culto a la diosa Roma.

10.2. El fenómeno de la interpretatio.

10.3. Las asambleas provinciales: concilia y koiná.

10.4. El culto: una forma de Romanización.

11. La vida urbana.

11.1. La ciudad de Roma: foco de Romanización.

12. Síntesis conclusiva.

CAPÍTULO IVDistintos testimonios sobre el mundo romano

1. Relatos favorables.

1.1. El discurso del rey Agripa II.

1.2. Las arengas de Auspice y Cerial.

1.3. El encomio a Roma de Elio Arístides.

1.4. El testimonio de Apiano.

1.5. La opinión de Tertuliano.

2. Relatos desfavorables.

2.1. La invectiva de Calgaco.

2.2. La acción de Mitrídates VI: el antecedente.

2.3. La dicotomía en Tácito.

CAPÍTULO VDe Roma a la Aldea Global

1. Roma y su fuerza simbólica.

2. Augusto y el mundo romano.

2.1. Las conquistas y los proyectos de Augusto.

3. El orbis Romanus y el orbis terrarum.

4. El dominio de una parte del mundo.

5. La imitatio Alexandri y el ecumenismo en Caracalla.

5.1. El mito de Alejandro en Roma en los siglos I y II d. C.

5.2. La impronta de Alejandro en la dinastía de los Severos.

5.3. La imitatio Alexandri: Caracalla y la conquista de Oriente.

5.4. La ciudadanía global.

6. De la ciudad al orbe romano.

ApéndiceMás allá del limes del orbis Romanus: India y China

Conclusiones

Bibliografía

SIGLAS Y ABREVIATURAS

I. Tomadas de L’année Philologique: Bibliographie critique et analytique de l’antiquité gréco-latine.

II. Otras revistas internacionales y nacionales.

— American Historical Review, Washington (AHR).

— Annales (ESC), Annales (Economie, Sociétés, Civilizations).

— Anuario, Universidad Internacional SEK, Santiago.

— Atenea, Universidad de Concepción.

— Boletín de la Real Academia de la Historia, Madrid.

— Bulletin de l’institut d’Égypte, Le Caire (BIE).

— Comparative Studies in Society and History, Cambridge University (CSSH).

— English Historical Review, Oxford University (EHR).

— Florentia Iliberritana, Revista de Estudios de Antigüedad Clásica, Universidad de Granada (Flor. Il).

— Journal of the History of Ideas, Virginia University (JHI).

— Journal of World History, University of Hawai’i. (JWH).

— Limes, Revista del Centro de Estudios Clásicos, Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, Santiago.

— Política y Sociedad, Universidad Complutense de Madrid.

— Revista de Estudios Clásicos, Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza.

— Revista de Estudios Histórico-Jurídicos, Universidad Católica de Valparaíso.

— Revista de Historia Social y de las Mentalidades, Universidad de Santiago.

— Revista de Historia Universal, Pontificia Universidad Católica de Chile.

— Revista de Historia Universal, Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza.

— Revista de Historia, Universidad de Concepción.

— Revista de Humanidades, Universidad Andrés Bello, Santiago.

— Rivista Italiana per le Scienze Giuridiche (RISG).

— Semanas de Estudios Romanos, Universidad Católica de Valparaíso.

— Stylos, Revista del Instituto de Estudios Grecolatinos, Universidad Católica Argentina.

— World Archaeology, Oxford University (WA).

ÍNDICE DE ILUSTRACIONES Y MAPAS

Figura1 : El orbe romano a la muerte de Augusto.

Figura2 : Restos de la ciudad de Corinto.

Figura3 : Busto del emperador Trajano.

Figura4 : Altar de la Paz en Roma.

Figura5 : Panorámica del muro defensivo de Adriano.

Figura6 : Parte de la maqueta de Roma.

Figura7 : El acueducto de Nîmes.

Figura8 : Restos del collegium en Itálica.

Figura9 : Gemma Augustea de Viena.

Figura 10 : Los antiguos imperios mundiales.

Figura 11 : Estela funeraria de un matrimonio.

Figura 12 : Vista parcial de Lepcis Magna.

Figura 13 : Teatro de Afrodisias.

Figura 14 : Inscripción de Lión.

Figura 15 : Panorama general de la Villa Oplontis.

Figura 16 : Papiro Giessen 40, 1.

Figura 17 : Friso de C. Julio Zoilo en Afrodisias.

Figura 18 : Estatua de Octavio Augusto de Prima Porta.

Figura 19 : La puerta de Domiciano en Hierápolis.

Figura 20 : Busto del emperador Adriano.

Figura 21 : Vista general de los mercados de Trajano.

Figura 22 : El comercio y la red mundial romana.

Figura 23 : Biblioteca de T. Julio Celso en Efesos.

Figura 24 : Biblioteca del foro de Trajano en Roma.

Figura 25 : Relieve con la iuventus de Como.

Figura 26 : Pintura mural de jóvenes romanos en Pompeya.

Figura 27 : Acueducto de Segovia.

Figura 28 : Termas romanas de Bath.

Figura 29 : Grifo de tubería de bronce.

Figura 30 : Variedad de objetos de vidrio.

Figura 31 : Mosaico de los pisadores de uva, Mérida.

Figura 32 : Fábrica y almacén de aceite de oliva en Brisgane.

Figura 33 : Vía sagrada entre el Asclepión y la acrópolis de Pérgamo.

Figura 34 : Las principales vias terrestres del orbe romano.

Figura 35 : Restos de una calle pavimentada en Petra.

Figura 36 : Trabajos de construcción de una vía romana.

Figura 37 : El decumano máximo de Ostia antigua.

Figura 38 : Parte de la Tabula Peutingeriana.

Figura 39 : Estela funeraria de M. Viriatius Zosimus.

Figura 40 : Relieve de la columna Trajana.

Figura 41 : La puerta negra de Tréveris.

Figura 42 : Vista general del Sebasteión.

Figura 43 : Estatua de Augusto de la vía Labicana.

Figura 44 : Relieve de la apoteosis de Antonino Pío y Faustina.

Figura 45 : Restos de la ciudad romana de Timgad.

Figura 46 : Mausoleo de Fabara en Zaragoza.

Figura 47 : Termas de Adriano en Afrodisias.

Figura 48 : Anfiteatro romano en Siracusa.

Figura 49 : Vista general de Pompeya.

Figura 50 : Panorámica del foro romano.

Figura 51 : Vista parcial del foro romano.

Figura 52 : El Asclepión de Pérgamo.

Figura 53 : Tazón de plata de Bosco Real.

Figura 54 : Alto relieve con la figura de Augusto.

Figura 55 : Copia de Denarius con la imagen de Octavio.

Figura 56 : Reconstrucción de la carta de Agripa.

Figura 57 : El imperio romano en la época de Trajano.

Figura 58 : La gruta de Sperlonga.

Figura 59 : Fuente de Trajano en la vía de los Curetes, Efesos.

Figura 60 : Teatro en Hierápolis.

Figura 61 : Busto del emperador Caracalla.

Figura 62 : Tabla pintada de la familia de Septimio Severo.

Figura 63 : El orbe romano global y los otros tres imperios.

AGRADECIMIENTOS

Después de concluir esta larga investigación, me siento deudor de ciertas ideas y sugerencias formuladas por profesores y colegas que, desinteresada y gentilmente, leyeron el original de esta publicación. Sus comentarios, aportes y críticas mejoraron en forma sustancial el texto. Mi gratitud es para colegas y amigos de Italia y Chile.

En cuanto al país peninsular, no tengo más que palabras de agradecimiento para la mayor parte de los académicos del Departamento de Ciencias Históricas del Mundo Antiguo de la Universidad de Pisa. Al profesor Umberto Laffi por su lectura, incisivos comentarios y precisiones. A Sandra Gozzoli por su cordial disponibilidad para el diálogo y para hacer sugerencias. A Domitila Campanile por sus acertadas opiniones y por su estímulo. Igualmente a Marinela Pasquinucci y Simonetta Menchelli por su interés en conversar sobre este tema. A mi amigo Luca Fezzi por su gentileza y la colaboración que me prestó. A Jimena Silva, ex alumna, hoy colega y doctoranda en Historia Romana por la Universidad de Pisa, por su amabilidad, estímulo permanente y valiosa colaboración.A Omar Coloru, por ayudarme a conseguir importantes datos y a Alessandro Launaro por el diseño de dos mapas de los imperios mundiales. A Simonetta Seggeni de la Universidad de Milán por sus comentarios e informaciones. A María Antonieta Giua de la Universidad de Florencia por sus aportes en conversaciones. Una especial mención para el profesor Leandro Polverini de la Universidad de Roma Tre quien siempre ha tenido una cordial disposición y buena voluntad para sugerirme valiosos datos y comentarios.

Por último, mi reconocimiento, sobre todo, desde el punto de vista humano, a aquellas familias que hicieron siempre grata mi permanencia en Italia, con ocasión de las estadías de investigación que realicé para llevar a cabo este libro. A Roberto y Alfa Abbattista por hacerme sentir en Pisa como en ‘casa propia’, con sus delicadezas, detalles inolvidables y gratísimo ambiente familiar; en suma, por su magnífica hospitalidad. A Vittorio y Maria Grazia Sabatini por su disponibilidad y amabilidad para recorrer conmigo en Roma bibliotecas, archivos, museos y conversar en torno a estos temas. A Renato y Teresa Revello por su amistad iniciada en Concepción y que continúa en Rapallo, donde pude encontrar momentos de paz, descanso y reflexión.

En Chile, mi gratitud es también para muchas personas. A mi ex colega de español de la Universidad del Bío-Bío, Wagner Pérez, quien leyó el manuscrito completo, haciéndome valiosas correcciones estilísticas, por su leal amistad y por compartir días hablando en torno a la lengua de Cervantes. A Luis Rojas, Presidente de la Sociedad Chilena de Estudios Medievales, por su fineza histórica y sus importantes aportes metodológicos respecto de la problemática. A Jaime Rebolledo que como ex director del Departamento de Historia, Geografía y Ciencias Sociales de la Universidad del Bío-Bío, me otorgó todas las facilidades para la realización de este trabajo. A Christian Loyola, de la misma institución, por su aporte en la confección de los mapas relativos al orbe romano.

Asimismo, agradezco a Leonardo Mazzei colega y amigo de la Universidad de Concepción, quien con su constante estímulo y ejemplo, incentivó esta investigación.A nuestro ex profesor de la mencionada Universidad, Humberto Estay, por sus consejos y su profunda sensibilidad histórica por lo antiguo y lo moderno. A Tulio Mendoza Belio, poeta y escritor, miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua, por sus amables, generosos y finos consejos lingüísticos. A los alumnos de Magister en Historia, en particular, a Guillermo Tapia por su ayuda práctica y sincera; a Verónica Caroca y Sandra Aste por su perseverante preocupación y apoyo. Un reconocimiento especial para Jorge San Martín, quien digitó el manuscrito final, con una disposición y buena voluntad inigualables. A la socióloga Loreto Maza, por los diálogos fecundos que mantuvimos sobre el problema de la identidad y la globalización. Al profesor Stephen Wiley del Departamento de Comunicación Social de la Universidad de Carolina del Norte (EE.UU.), que en variadas conversaciones me sugirió interesantes aportes. A Luis Saavedra por sus precisiones lingüísticas y siempre atenta colaboración.

A mi amigo Nicolás Cruz, profesor de la Pontificia Universidad Católica de Santiago por su permanente estímulo, por sus certeras opiniones respecto de algunos capítulos y por compartir largas veladas discutiendo e intercambiando opiniones y reflexionando sobre la Historia Romana. También quiero expresar mi inmensa gratitud a mi amiga y colega Ximena Ponce de León, Filóloga Clásica de la Universidad de Chile, quien tuvo la gentileza, la mejor disposición y la enorme paciencia de leer este texto completo, haciéndome inteligentes comentarios y profundas precisiones; sus finas sugerencias han hecho que estas páginas tengan una lectura más fluida.

Agradezco el apoyo constante del profesor Rafael Sagredo, Director del Centro de Investigación Diego Barros Arana, perteneciente a la DIBAM, por su interés en impulsarme en esta investigación y por su permanente difusión de la historiografía chilena, en temas nacionales-americanos y de historia europea-universal. A Eduardo Castro Le-Fort, por su perseverancia y compromiso en estos 60 años de la Editorial Universitaria como difusora de la cultura. Del mismo modo, a FONDECYT por los diversos proyectos aprobados, cuyos resultados se han concretado en este libro. No puedo dejar de mencionar a la Universidad de Concepción y a la Universidad del Bío-Bío por otorgarme todo el apoyo y las facilidades para la realización de esta obra. Del mismo modo, el reconocimiento a mis alumnos por debatir y compartir conmigo algunos de estos tópicos en las aulas.

Finalmente, a Cesare Letta, maestro intelectual, por quien siento gran respeto y una amistad sincera y profunda. Por más de dos décadas –primero como profesor, hoy como colega– ha sido un modelo de agudeza, rigurosidad histórica, perspicacia y generosidad. Con Cesare conversamos, reflexionamos y discutimos sobre variados temas y posturas en relación a este texto. Mi deuda con él es muy grande.

Mi reconocimiento al patrocinio brindado por el profesor Héctor Herrera Cajas (Q.E.P.D.) quien tuvo siempre un gran interés por motivar al ciudadano común, al joven y al adulto a los estudios históricos, especialmente los del Occidente cristiano. A mi querido amigo Enrique Ruggeri Vega (Q.E.P.D.), por haber compartido inolvidables lecciones de Cultura y Lengua Latina y por su inagotable simpatía y locuacidad.

Por último, deseo reconocer mi eterno agradecimiento a Marisol Miranda, mi esposa, por haber tenido una gran capacidad de comprensión y tolerancia durante todo este período. Sin su compañía y apoyo permanente, habría sido muy difícil para mí investigar y escribir esta obra.

Concepción, marzo de 2007.

PRÓLOGO

La grandeza del fenómeno de la romanización y su importancia en la historia del mundo son asuntos que no necesitan ser demostrados. Fue un imperio que se extendió por los tres continentes del mundo antiguo y que comprendió, no solamente toda la cuenca del Mediterráneo, sino también la parte mayor de la Europa continental. Esto no tiene parangón en ninguna otra época histórica, además su continuidad por más de ocho siglos –que en su mitad oriental se desplegó nada menos que por otro milenio– constituye un fenómeno único y extraordinario.

Se puede comprender, entonces, el hecho de que haya constituido la referencia ideal y la matriz de la propia idea de imperio a lo largo de toda la historia de Occidente, es decir, desde el restablecimiento del sacro imperio romano hasta el imperio napoleónico y los grandes imperios coloniales creados por las naciones europeas más poderosas.

Asimismo, el imperio romano ha suscitado, en todas las épocas, el interés y las reflexiones de los historiadores, quienes han intentado comprender y explicar el presente a la luz del pasado. El imperio de Roma, su unificación cultural y la política realizada han sido vistas como un antecedente y un modelo de los imperios coloniales europeos; en un primer momento, bajo una óptica claramente positiva y luego, en la época de la descolonización, desde una perspectiva cada vez más crítica y negativa.

Recientemente, las grandes transformaciones en la disposición geopolítica actual, han propuesto motivos de interés y perspectivas nuevas para la investigación. Por su parte, el derrumbe de la URSS y, con ello, la emergencia de un mundo caracterizado no por un equilibrio más o menos estable entre las grandes potencias, sino que por la clara preponderancia de una ‘superpotencia’. Este hecho ha permitido una comparación con el mundo antiguo caracterizado en su dimensión mediterránea y europea, por la hegemonía indiscutible de Roma, en torno a la cual gravitaban no solamente los súbditos directos de su imperio, sino pueblos formalmente libres y aliados como también aldeas que, desde un punto de vista geográfico, estaban ubicadas fuera de los límites del imperio. Por otra parte, la marcha del mundo hacia una economía y una cultura globalizada ha llevado a muchos estudiosos a ver un antecedente de este fenómeno grandioso en los análogos procedimientos de unificación, puestos en marcha en el mundo antiguo por la romanización de poblaciones lejanas y diversas por su lengua, cultura, mentalidad y tradiciones.

Esta comparación, naturalmente, obliga a preguntarse por las analogías y por las diferencias, no sólo para comprender mejor las peculiaridades del uno y del otro, sino para intentar tomar de la realidad del pasado algunas sugerencias para corregir e incidir de manera positiva en el presente.

Desde esta óptica se ha movido, con inteligencia y seguro discernimiento crítico, Alejandro Bancalari Molina, un académico e investigador que se ha formado entre Concepción y Pisa, quien junto a un pequeño, pero meritorio grupo de estudiosos –entre ellos recuerdo, sobre todo, a Raúl Buono-Core Varas y Nicolás Cruz Barros– ha contribuido a refundar los estudios de historia romana en Chile, sobre las huellas del recordado ‘maestro’ Héctor Herrera Cajas.

Bancalari ha sabido individualizar muy bien la actualidad de esta problemática y proponer una discusión amplia y fascinante, sólida y rigurosa, pero dirigida no sólo al estrecho círculo de los historiadores del mundo antiguo, sino asimismo a los historiadores en general y a las personas cultas, capaces de preguntarse sobre las grandes transformaciones actuales.

El mayor valor de su análisis es su equilibrio, pues evita, por una parte, volver a proponer la vieja perspectiva colonialista que veía en la expansión romana únicamente el avance de la civilización y del progreso en contra de la barbarie y, por otra, los esquematismos ideológicos que se han afirmado con la descolonización y la moda del political correctness. De esta forma, y con mucha frecuencia, se ha sobrevalorado casi como un mito la resistencia a la romanización y, de esta última, se ven solamente los aspectos de mayor opresión y explotación.

Comparto igualmente, sin reservas, la decisión del profesor Bancalari de utilizar sin temor la palabra “romanización”, hoy en día cuestionada por muchos historiadores, pero que permanece sin duda, como la más simple y eficaz para designar todo un complejo de fenómenos de transformación cultural que no pueden ser expresados, de manera adecuada, por ninguna de las acepciones sustitutivas que han sido propuestas hasta ahora.

A través de un estudio profundo y sistemático de los principales factores de la romanización, de los cuales indaga el funcionamiento y las correlaciones, Bancalari demuestra de manera concreta el hecho de que no resulta posible proponer cuadros esquemáticos y uniformes, sean positivos o negativos. Como toda realidad histórica, la romanización es un fenómeno complejo y parcialmente contradictorio, donde no deben descuidarse los matices y, sobre todo, la dimensión evolutiva. Es impensable suponer que la romanización tuvo, en todo momento y en todos los lugares, las mismas características, desde la fase de expansión mediterránea del siglo II a.C. hasta el imperio tardío; desde las provincias del Oriente de lengua griega, con una antigua y refinada civilización urbana, hasta las del Occidente extremo, habitadas preponderantemente por tribus no urbanas.

La tarea del historiador, en consecuencia, es reconstruir cuadros evolutivos, articulados y documentados en la medida de lo posible, antes que aplicar de manera mecánica esquemas ideológicos simples pero abstractos. Solamente al término de esta operación de reconstrucción será posible intentar un balance que, por fuerza, no podrá ser ni una exaltación incondicional ni una condena inapelable. Al historiador le corresponde comprender y explicar, no juzgar. Para que su valoración final tenga sentido, debe considerar todos los aspectos evidenciados por la investigación, sean positivos o negativos.

Particularmente útil, entonces, puede ser una comparación puntual con los otros grandes imperios antiguos y modernos, con la finalidad de resaltar las peculiaridades del romano; explicar las causas de su duración más extensa y proponer, por lo mismo, un balance realista y matizado que no se agote en una exaltación ni en una invectiva.

Bancalari ha elegido de manera decidida este enfoque en su libro el que parece el único metodológicamente aceptable. Sin ignorar los aspectos de la prevaricación, del robo, a veces del genocidio, que se encuentran presentes en algunas fases de la expansión. Del mismo modo, ha subrayado muy bien la importancia de Augusto en el cambio decisivo hacia una relación más equilibrada con las provincias y una plena integración de las ‘élites’. Esta apertura recuperaba la política de integración que se había aplicado desde hacía siglos a las ‘élites’ latinas e itálicas y la transfería a las provincias. Lo anterior explica el hecho de que, por lo menos hasta el siglo IV d.C., el poder romano tuvo a lo largo de todo el imperio un consenso difundido y permanente, frente a los episodios de rechazo radical y revueltas que resultaron sustancialmente marginales y esporádicos, casi nunca dictados por motivos ‘patrióticos’ o ‘nacionalistas’.

Muy eficaz me parece la fórmula “unidad en la diversidad” con la cual Bancalari resume la esencia profunda de la romanización. Con ella se subraya muy bien la falta de rigidez del sistema imperial romano que no tenía la estructura elefantiásica y esclerótica del imperio zarista, que no imponía por las armas la lengua y la religión de Roma y estaba dispuesta a asimilar, sobre un plano de absoluta igualdad, a las ‘élites’ de todos los pueblos sometidos.

Se necesita reflexionar sobre este aspecto fundamental de la romanización: sólo en el orbe romano fue posible que españoles, africanos, ilirios y árabes fueran admitidos dentro de la clase dirigente romana, se les designara senadores, gobernadores de provincias, comandantes militares e incluso emperadores. Una integración total, por otra parte, resultaba imposible, no sólo en los otros imperios de la antigüedad, sino también, en los grandes imperios coloniales modernos desde el español al inglés. ¡En éstos, habría sido impensable que un ‘natural’ de India o de Kenia pudiera convertirse en rey de Inglaterra, así como llegaron a ser emperadores el español Trajano, el africano Septimio Severo o el árabe Filipo!

De mucha importancia resulta, a su vez, la insistencia de Bancalari en la relación “bidireccional” o “multidireccional” de ósmosis entre el centro y la periferia del imperio, que hace de la romanización un fenómeno complejo, no reducible a las toscas categorías del ‘desarraigo’ o del ‘genocidio cultural’. No puede olvidarse que, por lo menos, en cierta medida, la romanización fue un fenómeno espontáneo y no impuesto por la fuerza, y que para algunos aspectos importantes, como la organización urbana, la alfabetización y la adopción de la lengua latina, se puede hablar sin exageración de autorromanización como adecuación espontánea de las ‘élites’ hacia un modelo de vida sentido como superior.

Espero que estas breves reflexiones preliminares puedan suscitar, en muchos, el deseo de profundizar el conocimiento de un tema tan fascinante, mediante la lectura de este importante libro de Alejandro Bancalari. Él ofrece una guía segura y puesta al día sobre los debates más recientes, que han visto como protagonistas, sobre todo, a estudiosos de lengua inglesa, cuyas opiniones a menudo resultan muy discutibles. Creo que el interés del lector tendrá una buena recompensa y que encontrará en esta obra algunas sugerencias metodológicas importantes, aplicables igualmente a otros períodos históricos. De un interés especial, resultará la comparación entre el procedimiento de unificación cultural realizado por Roma y el que hoy en día se designa con la palabra “globalización”. Quizás el modelo romano podría ayudar para que se tomen decisiones acertadas, si se quieren orientar las transformaciones actuales, con el propósito de lograr que la unificación mundial se configure como una “unidad en la diversidad” y no como una homologación total y una pérdida de identidad, esto es, como un crecimiento y no como un empobrecimiento irremediable.

Cesare Letta

Universidad de Pisa

Pisa, febrero de 2007.

INTRODUCCIÓN

1. Volver sobre lo mismo

El proceso civilizador de la romanización como continuum histórico, forma mentis, ha perdurado –conciente e inconcientemente– por dos mil años como ‘modelo de sociedad’ con toda su resonancia material y valórica. El mundo actual es deudor de dicho proceso al que debemos considerar como un exitoso procedimiento vertebrador, de integración y asimilación entre romanos y sociedades nativas.

Es particularmente novedoso e interesante comprender la dinámica y la diversidad de la experiencia romana en un imperio inmenso y con múltiples realidades y contextos. Sin embargo, mediante una política de consenso, tolerancia y de una vasta lista de mecanismos y fenómenos va concretándose, paulatinamente, una cierta unidad dentro de esta diversidad hasta confluir en una cultura e identidad común. En otras palabras, Roma y los pueblos locales construyen y estructuran una forma común de vida civilizada, un estilo y modo de ser, pensar y accionar: la Romanitas.

Si existió un consenso romano–provincial para dinamizar, experimentar y llevar a cabo la política romanizadora, los estudios, hoy en día, presentan una gama infinita de interpretaciones y enfoques para caracterizar dicho proceso. No existe una visión consensuada acerca de la romanización, en el sentido de cómo se difundió la cultura romana a través del imperio. Ésta es una nomenclatura equívoca que en los actuales debates historiográficos y arqueológicos, tiene mayor relación con las distintas formas de percepción que posee cada uno de los estudiosos de Roma y de su imperio. Algunos de ellos evidenciaron sólo los cambios observados en la cultura material de las sociedades locales. Existen así, enfoques estrechos y simplistas, otros más amplios y eclécticos, otros más integrados y vinculados con la aculturación. En cada uno de éstos, la definición y caracterización de sus agentes variará de un historiador a otro1, transformándose en un concepto ambiguo, subjetivo y manipulado, cargado de valores e ideologías diversas.

Nuestro esfuerzo se concentrará en intentar explicar, una vez más, la misión y proyección del orbe romano en la civilización cristiano-occidental, demostrando cómo el fenómeno de la Romanitas llegó a ser la llave maestra para transformar a los enemigos-vencidos por Roma en ciudadanos iguales. Y cómo, en general, los romanos fueron tolerantes, permitiendo las tradiciones locales y seduciendo a los nativos con un sofisticado sistema de vida, posibilitando una integración y unidad al interior de una diversidad y, al mismo tiempo, logrando que el imperio perdurara por alrededor de ocho siglos.

2. El marco temporal y espacial

En este libro abordaremos el estudio del mundo romano y su consiguiente proceso civilizador de la romanización desde el gobierno del emperador Octavio Augusto (27 a. C. – 14 d. C.) hasta Caracalla (211–217 d. C.), período conocido con el nombre de alto imperio romano. Tradicionalmente, el orbis Romanus es presentado durante esta época como un mundo político panmediterráneo, como una comunidad multiétnica y como una entidad plurilingüística2. Esta imagen de heterogeneidad va haciéndose progresivamente más homogénea. Es una macro estructura imperial que espontánea y naturalmente organiza su unidad bajo la égida de Roma y con la interacción e integración de los habitantes de las provincias.

Es el período en que Roma y el imperio adquirieron su máxima extensión territorial y su mayor esplendor cultural-artístico, una época áurea3, de progreso, de pax Romana, que representa su apogeo: una etapa de añoranza, de nostalgia, de respeto y de rememoración, es decir, un “imperio humanitario” tal como lo denominó Santo Mazzarino4. Sin duda, marcó el cenit de la prosperidad y el equilibrio como proceso lineal e irreversible. Si bien es cierto, estas aseveraciones son generales y universalmente aceptadas, el argumento de la unidad imperial ha sido objeto de múltiples discusiones e investigaciones.

Intentaremos entregar una nueva aproximación e interpretación de esta problemática, con una visión holística, considerando la conformación del imperium Romanum como un todo orgánico, coherente e interconectado y, además, como un mundo que es el reflejo de una fuerza irradiadora y magnética para las provincias y cómo éstas se asimilan con la urbe. Utilizamos la expresión oikuméne en el sentido de un orbis espiritual y materialmente civilizado e identificado con la presencia romana.

Por otra parte, la amplitud y vastedad del orbe romano extendido en tres continentes fue sorprendente para la antigüedad. Sin embargo, comparativamente, en el contexto planetario hodierno y globalizado, el imperio ocuparía un porcentaje inferior de tierras y mares. En los dos primeros siglos de la era cristiana poseía una superficie de 10 millones de kilómetros cuadrados (de los cuales cerca de 3 son ocupados por el Mediterráneo) y una población de más de 60 millones de habitantes e incluso cálculos actuales la aproximan a la cantidad de 80 millones5. Más aún, la distancia en línea recta del Occidente al Oriente del imperio, o sea, desde Lusitania (Portugal) –traspasando todo el Mediterráneo– hasta el Tigris y Éufrates (actual Irak), bordeaba los 4.500 km., abarcaría hoy en día, cinco usos horarios diversos6. En estricto rigor, esa distancia corresponde, en forma más o menos exacta, a la longitud total de Chile, desde la ciudad de Arica en el norte hasta Punta Arenas en el extremo meridional, es decir, aproximadamente los mismos 4.500 km. o equivalente a la distancia que separa la costa pacífica de la atlántica en Estados Unidos. En el territorio del imperio romano desde los límites septentrionales: la muralla de Adriano localizada en el paralelo 55, y el Rin y el Danubio, descendiendo bajo el paralelo 50; hasta los límites meridionales en la costa de África (paralelo 30 aproximadamente), el trayecto oscilaría entre 2.500 y 2.000 km., lo que equivale a un poco más de la mitad del territorio chileno de norte a sur. En consecuencia, el orbis Romanus, entendido como una sumatoria de provincias (45 a la muerte de Augusto y 101 con las reformas de Diocleciano), corresponde a un verdadero rectángulo, eso sí, con una leve inclinación oeste-este en dirección al sur.

Por lo anteriormente señalado, esta comparación geográfica no hace otra cosa que confirmarnos, una vez más, los grandes logros del imperium Romanum en el ámbito de un sistema político, social y económico que aseguró su duración y conformó un ‘modelo de sociedad’ y de unidad dentro de la diversidad.

3. Roma: atracción e irradiación

Un punto central radica en describir cuál era el sentimiento de los distintos pueblos que conformaban el imperio. ¿Se sentían verdaderamente romanos y estaban concientes de una pertenencia a un mundo común o, por el contrario, manifestaban su rechazo y desconfianza hacia las autoridades y la política general emanada por Roma? La respuesta no es sencilla. No obstante, sostenemos que en este consenso romano–provincial como asimismo en la integración y unidad, radica el asunto clave y constante de la historia imperial: el complejo proceso civilizador de la Romanitas. Cómo, a través de una fuerza centrífuga, se expande la forma de vida y la cultura romana y cómo, a su vez, Roma ejerce una atracción en las élites locales y en los sectores medios que tratan de imitar concientemente a la urbe, ampliándose de manera gradual el consenso con las poblaciones sometidas y el deseo de éstas de pertenecer al orbis Romanus.

En efecto, en el siglo II d. C., con los emperadores Antoninos, período de esplendor, prosperidad y de largos años de paz e integración, la ciudad de Roma produjo una fuerza centrípeta admirable. Ella lideró un importantísimo polo de atracción que cautivó y proliferó a lo largo de las provincias constituyéndose en un espacio urbano fascinante. Con todo, ¿qué puede producir tal seducción en una ciudad conquistadora y parásita, populosa, con grandes problemas e incluso atochamientos, como nos presentan algunas fuentes? Creemos que en su fuerza magnética e irradiadora radica su peculiaridad máxima y decisiva: generar y mantener un orbe como núcleo interrelacionado y ecuménico entre Roma y las provincias. De aquí que el imperio romano fue capaz de superar la dimensión de su propio tiempo histórico.

4. Nuestra propuesta

En este libro, pretendemos realizar un exhaustivo examen teórico acerca de qué es la romanización, problemática siempre vigente y muy estudiada. Examinaremos cada una de las pluralidades y sus formas. Asimismo, nos proponemos indagar sobre cada uno de los once agentes o variables seleccionados sincrónicamente que por sí solos significan estudios particulares e interminables7. Nuestro esfuerzo y aporte se centra en valorar el proceso civilizador de la romanización a partir de una perspectiva actual y global. Hemos hecho una clasificación de las diversas formas y modelos de la romanización, de las categorías y de sus agentes para comprender cómo Roma, entre Augusto y Caracalla, pudo conformar un orbis Romanus y, del mismo modo, se convirtió en la primera “aldea” e “imperio global” de la historia.

Como paradigma de organización social, la romanización fue el motor y eje transversal en la integración y asimilación entre la sociedad romana y las sociedades nativas. Argumento propio de la naturaleza del imperium Romanum el que, sin duda, primero se configuró sobre la base de las conquistas, anexiones y de una dominación represiva y fuerte –que por cierto formó parte de la historia romana, pero no es el tema que nos incumbe por ahora– y segundo, se produce el proceso de adaptación e integración entre los pueblos interactuantes. Desde esta perspectiva de análisis, intentaremos desarrollar una nueva propuesta y a la vez una contribución metodológica. A raíz de esto, postulamos concebir la romanización como una cierta equivalencia, vinculación y antecedente del actualmente discutido y criticado –con sus pro y sus contra– proceso de globalización, entendido como un conjunto de acciones concretas que llevan a una identidad e integración de los diversos pueblos, componiendo así un mundo interconectado.

Ahora bien, procuraremos demostrar, a través de las fuentes primarias y de un estudio hermenéutico, que la unidad política, social, económica, jurídica y cultural del imperio romano constituye el primer gran ejemplo de globalización en la historia universal y, particularmente, en la civilización cristiano–occidental. Este hecho fue posible gracias a que hubo un precedente: el helenismo que operó en esta misma dirección con fundación de ciudades y una amalgamación entre Occidente y Oriente. Sin embargo, le corresponderá a Roma y a su imperio materializar los mecanismos progresivos de un consenso romano–provincial, de una igualdad y participación con las élites locales, de una difusión de la civitas Romana, de propagar su lengua y cultura, en fin, de una integración y pacificación que hicieron del mundo romano una verdadera communitas. Esto lo podemos recabar de fuentes que nos informan e insisten en la idea de que Roma es la communis patria. Tal como Elio Arístides señala: “convertisteis el ser romano, no en ser miembro de una ciudad, sino en el nombre de un cierto linaje común”8. Igualmente, Modestino en el siglo III d. C. reafirma la idea de este proceso civilizador e integrador de la Romanitas, con su famosa aseveración: “Roma communis nostra patria est”9, reflejando y legitimando con ella, junto a otros testimonios, un clima romanizador y ecuménico donde el imperio es visto como una totalidad.

En esta interpretación, el proceso de globalización lo relacionaremos con el de romanización, mostrando la ecúmene del período bajo una mirada occidental-europocéntrica-mediterránea de la historia. Obviamente, a las civilizaciones milenarias de China e India, además de los germanos y los partos, no les podemos desconocer su importancia como entidades globalizadoras; éstas se encuentran, sin embargo, al margen del orbis Romanus, a pesar de los contactos económicos y de las embajadas.

Nuestro objeto de estudio per se no es el macro fenómeno de la globalización –tema complejo y para ser analizado a cabalidad por otros especialistas– sino cómo ella, con sus características y elementos diferenciadores, puede encontrar antecedentes de adaptación, asimilación, identidad y forma de sociedad integrada en el exitoso proceso de la romanización, caracterizado por su diversidad y durabilidad. En el fondo, por ésta y otras razones, la naturaleza y la dinámica del imperio romano es una problemática fascinante, viva y de plena actualidad, que nos sirve de punto de referencia y de arquetipo. Uno de los aspectos que ofrecerá este libro lo constituye el hecho de que el análisis lo hemos realizado desde Latinoamérica. Se trata entonces de reinterpretar la romanización, pero desde otra perspectiva, advirtiendo la longue durée en el tiempo y en el espacio y su resonancia en el marco de la civilización cristiano-occidental.

5. La historia: ayer y hoy

Hace más de una centuria, Jacobo Burckhardt llamaba la atención sobre dos sentencias centrales y propias del estudio de la reconstrucción de la historia: cada generación escribe su propia historia y toda historiografía es hija de su tiempo. Más aún, pasados sesenta y cinco años, todavía son sugerentes y de plena vigencia y realidad, las palabras de Marc Bloch: “la incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado”10.

De esta forma, el cultivo de la historia nos ofrece la posibilidad de interpretar una vez más, mejorando y profundizando los conocimientos, en la medida que las nuevas generaciones puedan reescribir o reinterpretar los grandes procesos acaecidos en épocas pretéritas. Por ello, la historia también posee la capacidad de captar lo ‘vivo’, lo ‘actual’, lo ‘inmediato’ y, si podemos comparar esta realidad del ‘hoy’ con el pasado a través del “paisaje” de la historia es, por cierto, más adecuado. Tal vez el historiador dedicado a la antigüedad, está en mejores condiciones que el estudioso especializado en temas contemporáneos, como sostiene J. Lewis Gaddis, porque aquél posee un “dilatado horizonte”11 para una interpretación más amplia de la historia.

Al intentar comprender el proceso de globalización, nos hemos dado cuenta de que muchos de sus elementos y principios, en cierta medida, estaban presentes en el orbis Romanus: la unidad en la diversidad y un ‘modelo de sociedad’ con características similares a las que podemos encontrar en el proceso de globalización que estamos viviendo.

Numerosos temas que interesan a quien se preocupa de investigar la historia del hoy, nacen de su presente y de éste vuelve al pasado. El historiador necesaria y legítimamente debe estudiar el problema –cuando corresponda– atendiendo a la continuidad entre la experiencia antigua y la actual. Ahora bien, al detenernos en el caso específico de Roma y su imperio, nos encontramos con que su devenir histórico fue la progresión de una conversión gradual acaecida en una comunidad primitiva que evolucionó hasta llegar a ser un imperio mundial. De la urbe al orbe explica la larga trayectoria de Roma para llegar a convertirse en la primera potencia globalizadora.

6. El porqué del tema

La materia a tratar es en extremo amplia y variada, debido a la multiplicidad de fuentes, a una bibliografía tanto general como monográfica muy extensa, a la proliferación de nuevos estudios revisionistas del macro proceso de la romanización y porque la naturaleza y esencia del mundo romano fue construida sobre una ósmosis, esto es, una influencia recíproca entre conquistadores y conquistados. Entonces, ¿por qué pretender discernir algo tan complejo de abordar? ¿Qué sentido tiene reestudiarlo? ¿Habría presunción u osadía en dilucidarlo? Intentamos hacerlo no por antojo o arbitrariedad, sino más bien para recalcar el peso, el valor histórico y la fuerza magnética que tuvo la Urbs. Una empatía entre nosotros y dicho tema tiene ya una larga data. En este apasionante campo de reflexión procuraremos, a través de un enfoque selectivo, sintético y con una mirada global, presentar una nueva propuesta, no definitiva, del difícil, largo y triunfal accionar de Roma para llegar a ser y mantener una macro estructura imperial.

Creemos necesaria una mirada a la naturaleza del imperio romano y a su proceso de romanización desde las antípodas del mundo (Chile) –el limes más recóndito del Occidente– para entender, en calidad de resonancias pretéritas, el valor, la trascendencia y la continuidad histórica del orbis Romanus al cual, por cierto, reconocemos como ‘constructor’ de una identidad y de una civilización. Diversos imperios, pueblos y gobernantes –con aciertos y desaciertos– como mirándose al espejo, retrotraían nostálgicamente el mito político de Roma, de su eternidad, inmortalidad y de su legado secular. Debemos nuevamente comprender el fenómeno parcelándolo y generalizándolo. De esta manera, la proyección del análisis del mundo romano sirve de base y de modelo para un mejor conocimiento de la historia contemporánea y posee, además, un amplio valor formativo y humanista.

7. El largo camino recorrido

El argumento relativo a la problemática imperial y a la romanización, ha sido nuestro tema de estudio desde hace más de una década: proyectos de investigación; artículos en revistas especializadas; ponencias en congresos y seminarios y el diálogo fecundo con colegas y estudiantes en los diversos cursos de pre y posgrado referentes al mundo romano.

A partir de 1993, por un espacio de dos años, generamos una investigación interna en la Universidad del Bío-Bío (Chillán) titulada: Factores en el proceso de romanización. El caso de Hispania (siglosIII–Ia. C). Posteriormente, realizamos otra indagación en la misma universidad entre los años 1996–1997 sobre un Estudio comparativo de la rogatio de sociis de Druso (91 a. C.) y de la constitutio Antoniniana de civitate de Caracalla (212 d.C.). Continuamos con dos proyectos del Fondo Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (Fondecyt) de Chile; el primero, en torno al Edicto de Caracalla como reflejo del avanzado proceso de romanización: problemática y nueva interpretación, entre los años 1998–2000 y el segundo, realizado durante 2003–2005, relativo a La fuerza magnética deRoma. Una visión holística del imperio romano como entidad globalizadora en la época de los Antoninos y Severos. Los resultados de estas investigaciones nos han servido de base, marco teórico e histórico del complejo fenómeno de la romanización, como asimismo para profundizar problemas puntuales de micro historia vinculados con el argumento.

Por otra parte, las diversas estadías de investigación y pasantías realizadas en universidades europeas, nos permitieron ahondar y precisar en un material documental y bibliográfico abundante. Así, por ejemplo, una en la Universidad de Perugia, en julio de 1996 y otra, en la Universidad de Granada, entre enero y marzo de 1998, donde tuvimos la ocasión de compartir gratos momentos de estudio y reflexión con los profesores que con generosidad nos aportaron valiosas sugerencias.

Una mención aparte merece el Dipartimento di Scienze Storiche del Mondo Antico de la Universidad de Pisa, para el cual tenemos una especial y eterna gratitud. En aquel claustro, tuvimos ‘la mejor de las formaciones’ y luego hemos mantenido permanentemente una vinculación personal y profesional con la mayor parte de los académicos, hoy colegas pisanos. Desde 1986, cuando obtuvimos el doctorado, hasta nuestros días, regresamos al alma mater en innumerables ocasiones; una fuente inagotable de estímulos. En cada una de las estadías de investigación e invitaciones, el resultado obtenido ha sido extremadamente valioso y enriquecedor. Escudriñar cada rincón de la Biblioteca del Departamento, de la Universidad y de la Scuola Normale Superiore di Pisa, nos ha proporcionado todo el material disponible para llevar a cabo un riguroso trabajo hermenéutico. La amabilidad y las siempre oportunas sugerencias e indicaciones de los colegas nos hicieron el trabajo viable, grato y humano. Gran parte de estas aproximaciones y reflexiones en torno a la fuerza magnética de Roma y al fenómeno de la romanización, las hemos venido planteando y madurando a partir de estas pasantías de investigación.

El largo pero fructífero camino recorrido de acumulación de datos y reflexión nos ha permitido escribir este libro. Puede ser una aproximación más, por supuesto no será la última palabra respecto del intrincado problema no consensuado de la Romanitas. Finalmente, para concebir y comprender, más que para juzgar la romanización como un antecedente y modelo de la actual sociedad globalizada, el estudio lo hicimos en forma transversal, comparativa y analógica, con el propósito de hacer más accesible el conocimiento y comprensión de la historia a un público amplio y culto, interesado en las humanidades, las ciencias sociales y en la interdisciplinariedad. El texto, en consecuencia, puede ser útil no sólo para los colegas y estudiosos de la historia, sino para filólogos, sociólogos, cientistas políticos y de derecho romano, como también para amplios sectores de alumnos universitarios relacionados con estas disciplinas y en especial con la historia romana.

Figura 1. El orbe romano a la muerte de Augusto (14 d.C.).

CAPÍTULO ILa Romanización como proceso histórico de larga duración: fundamentos teóricos

1. Cotérminos: Imperialismo y Romanización

La actitud natural y conciente de los pueblos hacia un expansionismo determinado y a conseguir tierras, botines y mano de obra, ha sido una de las más recurrentes acciones de la historia universal. El fenómeno bélico trae consigo la concreción de un imperio, o sea, una voluntad de expansión y anexión de territorios. Fue precisamente en el mundo del cercano Oriente, donde este fenómeno surgió y se desarrolló, legándoselo a Occidente. Babilonia, Egipto, Asiria y Persia configuraron un sistema imperial con éxitos y desaciertos, seguido posteriormente por el imperio ático-délico, Esparta, Macedonia y Cartago. Sin embargo, todos ellos crearon estructuras imperiales, pero carecieron de la resonancia y trascendencia del romano, esto es, la capacidad de ‘mantenerlo’ por varios siglos. El orbis Romanus es el arquetipo de imperio universal, orgánico, unificado y de larga data. La urbe tuvo la habilidad y la capacidad necesarias para concebir y preservar un territorio conquistado por cerca de ochocientos años, constituyéndolo en un ejemplo único en la historia de Occidente.

El concepto ‘imperialismo’ –como un proceso por el cual un Estado–rector comienza a expandirse y a controlar otros pueblos por diversos motivos: políticos, económicos y estratégicos– es una creación contemporánea y surgió hace sólo ciento treinta y cinco años a propósito de la expansión y el colonialismo, que lograron imponer las potencias europeas en el continente africano y asiático. De esta manera, el alcance actual del término surge de la acción expansionista llevada a cabo, esencialmente, por el imperio británico en la segunda mitad del siglo XIX12. Sin embargo, para Emilio Gabba el problema histórico del imperialismo, es decir, el nacimiento y consolidación del dominio romano en toda el área del Mediterráneo es un “problema antiguo”13, independientemente que el vocablo haya surgido en torno a 1870.

Polibio –principal fuente para el expansionismo en época republicana– explica en sus Historias que el argumento a tratar “es un único hecho y un único espectáculo, es decir, cómo, cuándo y por qué todas las partes conocidas del mundo conocido han caído bajo la dominación romana”14. Las palabras de Polibio presentan un testimonio directo de la fuerza y acción de Roma por anexar y ocupar otros territorios. La Urbs, entonces, va conformando un imperio universal que no tiene precedentes en períodos anteriores15.

La constitución del imperio –“como hijo de la república”16– se fue estructurando a través de un complejo y largo proceso de triunfales conquistas militares y navales17. William Harris –uno de los mayores estudiosos actuales del imperialismo romano– es categórico al explicar que Roma fue una potencia de una “regularidad bélica impresionante”18 y eminentemente militar. El autor se pregunta cuál fue el “comportamiento” y qué “motivos” tuvieron los romanos al generar una expansión imperial, utilizando para ello su instrumento básico: la “guerra”. Según Harris, los auténticos propósitos de los romanos hacia la expansión imperial no están presentes en la obra polibiana19. ¿Qué condujo a Roma a este imperialismo desenfrenado? La explicación está dada en la mentalidad de la misma sociedad romana y en sus conglomerados sociales divididos en dos grupos: a) el sector aristocrático que determinó y condujo la política exterior; para el cual combatir significaba la gloria, la virtus y la laus, el reconocimiento, la fama y la alta estima de sus conciudadanos; b) los ciudadanos medios para quienes la guerra era una óptima alternativa de ascenso social, con la esperanza de obtener bienes y botines. En síntesis, para todos los componentes de la sociedad, la actividad bélica era ventajosa y a eso hay que agregarle los beneficios económicos, la obra de mano esclava y los nuevos territorios. El ethos romano fue esencialmente guerrero y tuvo una regularidad y una mentalidad imperialista muy racional, ofensiva y concreta.

Lo perdurable es que Roma no se limitó solamente a esta fase de conquista, sino que, inconsciente y después concientemente fue desarrollando y desplegando los mecanismos y factores adecuados para incorporar e integrar a las sociedades locales en la cultura y en el mundo de los romanos. Proceso multidireccional de transculturización llamado ‘romanización’, el cual comienza a estudiarse en profundidad a partir de la segunda mitad del siglo XIX, como consecuencia del fenómeno imperialista europeo.

Más allá de todo proceso histórico estudiado, la romanización es hija de su tiempo y, por lo tanto, lleva consigo la impronta del contexto político, económico, cultural y antropológico de ese período en que las grandes potencias europeas colonizan África y Asia: la época del imperialismo. Es en el siglo decimonónico cuando se cimenta, con mayor precisión, el significado, las características y la misión civilizadora del imperio romano en el concierto del Mediterráneo; como resultado de este interés, surge este tema en la historiografía del siglo XIX. Por esto, no podríamos entender la romanización sin el imperialismo, pues aquélla es tal vez la consecuencia directa primaria, o mejor dicho, la forma como se expresa o asume el expansionismo. Sin lugar a dudas que las dos fuerzas dinámicas, recurrentes pero distintas, de la naturaleza y civilización romanas las constituyen el dualismo imperialismo-romanización, dos términos que se necesitan y se fundamentan mutuamente.

El fenómeno de la romanización, es un proceso histórico de larga duración que presenta dos perspectivas contrapuestas: mientras que para algunos es fruto de un discurso teórico y retórico, para otros es una realidad material y concreta. Si nos apegamos cada vez más a los hechos precisos o, en expresión rankeana, “como ocurrió realmente”20, entre los siglos III a. C. hasta el V d. C. Roma estructuró y organizó un imperio mundial: dominó e integró a pueblos disímiles, los hizo partícipes de su propio proyecto, tuvo largos períodos de pacificación y prosperidad, logró una integración y asimilación entre vencedores y vencidos y una cierta identidad y unidad dentro de la diversidad. Por cierto, esto fue la llamada romanización y la Urbs estructuró un modelo de sociedad longevo que se mantuvo vigente por cerca de ocho siglos.

Una de las características recurrentes de los imperialismos es que, como sostiene Eric Wolf, a menudo “enajenan a los conquistados de su pasado, creando un pueblo sin historia” 21. Así, la gran mayoría de estas sociedades campesinas “sin historia” parecen no jugar ningún rol en el pasado y, por lo tanto, no son actores de la historia. Se obstaculiza, todavía más, la problemática en aquellos casos donde los pueblos originarios no tuvieron o hicieron un uso restringido de la escritura con antelación a las conquistas. Particularmente, las anexiones del imperio romano no caen en esta categoría (salvo algunos pueblos) y por ello, en el proceso de romanización es necesario considerar para su estudio y mejor comprensión, los relatos tanto de los vencedores como de los vencidos, ambos merecen ser contados. El asunto se agudiza aún más cuando los pueblos conquistados no dejan testimonios escritos y ningún tipo de relato sobre la percepción de su encuentro cultural con los conquistadores. Desde esta premisa, ha surgido una de las tantas críticas al estudio de la romanización, con relación a las provincias del noroeste, ya que algunos historiadores se preocuparon y focalizaron su mirada escribiendo la historia de aquéllas, desde el punto de vista tan sólo de los dominadores22.

El trabajo metodológico del historiador, entre otros aspectos, consiste en una reflexión y recreación en su ‘mente’ de situaciones y procesos pasados, a partir de problemáticas y preguntas determinadas por quien necesariamente debe encontrar respuesta en la materia prima. Como señaló con énfasis Arnaldo Momigliano “si no hay fuentes, no existe la historia”23. Desde esta perspectiva, al revisar los testimonios antiguos y los estudios historiográficos modernos, nos encontramos que, por una parte, el imperio romano es una totalidad materializada y teórica en la mente e interpretación del historiador; por otra, es una realidad concreta manifestada por una numerosa población (alrededor de 60 a 80 millones en el siglo II d. C.), un amplio territorio tricontinental (Europa, África, Asia) con fronteras y con un sistema político-jurídico, económico-social, cultural-religioso y una red articulada de ciudades y vías.

Esa ‘realidad concreta’ con una impronta e identidad, fue posible o, más precisamente, se gestó gracias a los diversos agentes y elementos del proceso romanizador y multidireccional entre Roma y las provincias. Estamos ciertos de que esa realidad ha tenido variadas interpretaciones en los últimos dos siglos y existen diversas formas, teorías de poder, de encuentros, modelos y abstracciones generalizadas que intentan explicar el imperio y su consecuente romanización. De ahí que se postulan múltiples y disímiles afirmaciones e interpretaciones, algunas desafiantes sobre su concepto e idea. Para determinados estudiosos es una “construcción intelectual” de un grupo de especialistas del siglo XIX, de lo que se desprende que el imperio romano fue “inventado” por ciertos historiadores y arqueólogos contemporáneos. David J. Mattingly, considera que el mensaje subyacente es claro, la romanización es una “construcción artificial”, no una realidad antigua, fácilmente definible24. No se encuentra una definición común y, como veremos, no existe una visión consensuada.

A partir de un modelo25 propuesto: ‘la fuerza magnética de Roma’, expondremos que la ciudad organizó de manera creciente un imperio universal o mejor dicho ‘global’, como resultado de un proceso romanizador imaginado como ‘globalizador’. En consecuencia, intentaremos demostrar y argumentar cómo la romanización, en su etapa central, sirve de antecedente, se asemeja y presenta elementos comunes –también algunos divergentes– al fenómeno actual de la globalización.

Ahora bien, el debate incesante, controvertido y recurrente del binomio imperialismo-romanización, ha sido objeto de múltiples estudios, así como de revisionismos extremos, particularmente desde las últimas décadas del siglo XX y comienzos del tercer milenio. Para Paolo Desideri, la problemática de la romanización finaliza por ser la “sede natural de una toma de posición, implícita o explícita, sobre el significado y valorización, positivo o negativo, del imperio romano en la historia del mundo”26. Esta interpretación debe, necesariamente, postularse desde una óptica comparativa, de una apreciación general de lo que puede ser considerado como ventajas y desventajas de las grandes formaciones políticas y socio-económicas: los “imperios”27. Parte del problema yace en la ‘naturaleza monolítica’ de la mayoría de los enfoques sobre el imperialismo y su consiguiente proceso romanizador. Existen interpretaciones elogiando los beneficios civilizadores del dominio y la presencia romana y otros condenándolos completamente28. Surgen nuevas perspectivas revisionistas y post coloniales del imperio y de la romanización que comienzan a tener impacto y a avanzar en el debate de la naturaleza del orbe romano.