Orestes Kindelán. El rey del jonrón cubano - Manuel Fernández Carcassés - E-Book

Orestes Kindelán. El rey del jonrón cubano E-Book

Manuel Fernández Carcassés

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Beschreibung

Aunque esta obra no es exactamente una biografía del estelar Orestes Kindelán, nos permite acercarnos a la vida y el quehacer de este pelotero cubano, a través de la narración, contrastada con referencias proporcionadas por personas cercanas en el aspecto afectivo, deportivo, así como las propias declaraciones del protagonista. El lector podrá calibrar la dimensión humana y deportiva de Orestes Kindelán, gracias a la palabra de familiares, amigos, compañeros del deporte, aficionados, admiradores de muy diversas edades y sectores sociales, incluyendo personalidades de la cultura, la ciencia y el deporte nacional.

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Seitenzahl: 195

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Edición: Gilma Toste Rodríguez

Ajuste de diseño interior y de cubierta: Yisell Llanes Cuellar

Corrección: Lic. María Luisa Acosta Hernández

Composición digital: Madeline Martí del Sol

©Manuel Fernández Carcassés y Yisel García Quiñones, 2021

© Sobre la presente edición:

Editorial Científico-Técnica, 2022

ISBN 9789590512766

Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar su opinión, por escrito, acerca de este libro y de nuestras ediciones.

INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO

Editorial Científico-Técnica

Calle 14, no. 4104, entre 41 y 43, Playa, La Habana, Cuba

[email protected]

www.nuevomilenio.cult.cu

Índice de contenido
AGRADECIMIENTOS
Prólogo
Preámbulo
Tradición beisbolera
Circunstancias que moldearon al campeón
El hombre
La familia
El campeón
El amigo, el atleta, el ídolo
Amigos y compañeros
Pedro Luis Lazo Iglesias80
Eduardo Martín81
Julio Romero Socarrás82
Omar Linares83
Alexander Malleta84
Roger Machado85
Pedro Poll86
Rudy Reyes87
Jorge García88
Lázaro Vargas89
Lourdes Gourriel90
Rey Isaac91
Director del equipo Santiago de Cuba
La voz del pueblo
¡Jonrón 488 de Orestes Kindelán tiene nombre!
Orestiada del jonronero
Kindelán, orgullo de mi generación
Se busca un cuarto bate
Orestes Kindelán: de los diamantes a la leyenda
Bibliografía
De los autores

AGRADECIMIENTOS

Muchas personas han tenido que ver con la idea y la materialización final de este libro. Unos, aportando sus opiniones sobre Orestes Kindelán Olivares, el gran pelotero cubano; otros, además, contribuyendo con valiosas informaciones que enriquecieron la obra. Reciban todos, el agradecimiento más sincero de los autores. Hay, dentro de ese numeroso grupo, ciertos compañeros cuya ayuda fue decisiva, a ellos queremos referirnos en particular.

Leonardo Jorges Martínez se entusiasmó con el texto, y no solo leyó los originales y los enriqueció, sino que participó en algunas entrevistas y recomendó otras muchas.

Damaris Torres Elers nos facilitó sus fichas sobre la práctica del béisbol, según la prensa santiaguera de 1904 y 1905.

César David Guerrero, alumno nuestro en la carrera de licenciatura en Historia, en la Universidad de Oriente, además de ofrecer su criterio (plasmado en estas páginas) realizó las entrevistas en Palma Soriano, su ciudad natal, a Jorge García, Ramón Hechavarría y Ernesto Manchón.

Al doctor Escalona Chádez le manifestamos nuestra gratitud por el prólogo y el excelente artículo que escribió, el que unido a los de Félix Julio Alfonso, Leonardo Jorges y Ángel Taboada, completan la visión del también conocido como Cañón de Dos Ríos.

José Manuel García Jarque, Manolo, fue un entusiasta colaborador. Gracias a su prodigiosa memoria, pudimos precisar algunos pormenores. Su casa fue lugar de encuentros. Ya había sido, inicialmente, el sitio donde por primera vez se habló de escribir este libro.

Una vez más, a todos los queridos colegas, ¡muchas gracias!

Prólogo

¿Será necesario justificar la publicación de este libro? Es difícil contener la tentación y no apresurarse a responder esta interrogante, para iniciar el texto que los colegas Manuel Fernández Carcassés y Yisel García Quiñones dedican a Orestes Kindelán. La respuesta ha de ser concisa y segura: no es absolutamente necesaria la justificación de estas páginas dedicadas a uno de los más grandes representantes del béisbol cubano contemporáneo.

Hace mucho tiempo que esta personalidad del deporte nacional merecía y requería un acercamiento que develara diversas facetas de su vida a sus admiradores. Así lo argumentan los autores al responder a la interrogante primigenia de la obra, con la que bien pueden aspirar a “…mantener viva en la memoria colectiva las glorias de este grande de nuestro deporte…”.

Desde el punto de vista conceptual, la obra que se nos entrega no es exactamente una biografía sobre el Tambor Mayor. El antiguo género, con atributos históricos y literarios, requiere enjundiosos escudriñamientos contextuales y pormenorizadas reconstrucciones del biografiado, que podrían hacer tediosa la lectura. Tampoco es una “historia de vida”, ancestral método utilizado por diversas especialidades de las ciencias sociales y reverdecido, en nuestro ámbito, gracias al impulso de las investigaciones sociológicas.

Los autores han preferido recurrir a la narración con un lenguaje directo, validada por las referencias proporcionadas, por personas cercanas en el aspecto afectivo y deportivo, y las propias declaraciones del protagonista. Gracias a la palabra de familiares, amigos y compañeros del deporte, y aficionados y admiradores de muy diversas edades y sectores sociales —incluyendo personalidades de la cultura, la ciencia y el deporte nacional—, el lector logrará calibrar la dimensión humana y deportiva de Kindelán.

Mención aparte merecen las declaraciones del propio Kindelán incluidas en el texto. La transparencia y honestidad del deportista echan luz sobre asuntos, considerados pedestres por algunos, pero que son reclamados por todos sus seguidores. En fin de cuentas, las grandes personalidades, sean de cualquier ámbito de la vida, forman parte del imaginario de sus contemporáneos, quienes merecen conocer detalles de sus existencias.

Se debe agradecer a profesionales de las ciencias históricas, cuyo signo solo se descubre en la insistencia por la meticulosidad del dato y algunas apostillas absolutamente necesarias, que hayan encontrado la fórmula para trasmitir las características de la personalidad y la actividad de Kindelán, sin acudir a dilatadas digresiones.

Los autores, con las posibilidades comunicativas que proporciona el sistemático ejercicio pedagógico, logran delinear el relevante desempeño de un palmero universal, quien —nacido en el terruño de grandes personalidades de la historia y la cultura— ha obtenido los más altos reconocimientos en el béisbol hasta alcanzar la inclusión en el salón de la fama del deporte nacional, y algo mucho más importante: haber trascendido, por su actuación y ejemplo, en la memoria colectiva y el comportamiento de varias generaciones de cubanos.

Es muy simbólico que esta obra se haya culminado en los días agitados, en los cuales nos aprestábamos a conmemorar el medio milenio de la fundación de la otrora villa de Santiago de Cuba, de la que Orestes Kindelán Olivares es también una de sus más emblemáticas personalidades.

No estaría totalmente lograda la aspiración de los autores de que estas páginas se unan al anhelo popular de “…mantener viva en la memoria colectiva las glorias de este grande de nuestro deporte, de este soldado de la Patria y, al honrarlo, estimular también a los muchachos de hoy y exhortarlos a levantar la pelota nacional al nivel que tuvo en los tiempos en que el Cañón de Dos Ríos vestía los uniformes de Santiago y de Cuba, saltando por encima de las adversidades que hoy la acechan”, sin la debida recepción por parte de sus destinatarios principales: los aficionados santiagueros y, sobre todo, los más jóvenes. A ellos, en especial, la recomendación de una aleccionadora y grata lectura para el reencuentro y mejor conocimiento de las hazañas de uno de nuestros más ilustres coterráneos.

Israel Escalona Chádez

Doctor en Ciencias Históricas

Miembro de la Academia de Historia de Cuba

Profesor de la Universidad de Oriente

Santiago de Cuba, 27 de julio de 2016

Preámbulo

La pelota cubana, antes y después del triunfo de la Revolución, ha procurado grandes deportistas, orgullos de la nación y ejemplos para las nuevas hornadas de atletas que hoy visten los colores de la enseña nacional y los defienden con fiereza en los eventos internacionales, o para aquellos que llevan con honor las camisetas de las diferentes provincias y mantienen viva la Serie Nacional de Béisbol, e incluso para los jovencitos que se forman en las academias provinciales o municipales, o en las escuelas de iniciación deportiva escolar (EIDE) de todo el país.

Hay nombres que, por sí solos, enaltecen la nómina de los muchos que han brillado, en la pelota cubana o en otras ligas, y cuyas hazañas los han ubicado en el recuerdo agradecido y en la admiración de la afición.

Uno de ellos es Orestes Kindelán Olivares, elevado en el año 2014 al Salón de la Fama del Béisbol Cubano, como justo reconocimiento a una vida entregada al pasatiempo nacional, con resultados excepcionales, como su récord de jonrones; pasará mucho tiempo hasta que otro pelotero pueda alcanzarlo. Lo mismo habría que decir de sus triples coronas, en series nacionales y eventos internacionales.

Amado, idolatrado por la afición, todavía nos parece escuchar las tribunas del Guillermón Moncada cuando, en magnífico coro y al compás de la contagiosa conga de los Hoyos, estimulaban al Gigante de Dos Ríos con aquello que rezaba: “¡Kinde, camina eso!”, lo que quería decir, en buen santiaguero, que limpiara las bases con uno de sus oportunos jonrones y diera el triunfo a las Avispas, para entonces conocidas también como la Aplanadora. Y el Kinde, ¡cuántas veces, en respuesta a su pueblo, pudo complacerlos con un bambinazo, de aquellos que estremecían el graderío, que hacían saltar las lágrimas y que espoleaban el orgullo de la Patria, cuando la conexión acontecía en un parque extranjero!

Kindelán es leyenda viva y es ejemplo. Estas páginas pretenden dejar constancia de su trayectoria deportiva, desde sus primeros pasos en Palma Soriano —tierra fértil en la producción de atletas— hasta su ascenso a la gloria nacional, ganada por sus resultados increíbles en el rendimiento deportivo y por las virtudes que, en el orden ciudadano y patriótico, le adornan y hacen de él un referente, un paradigma, digno de ser imitado por los deportistas cubanos más jóvenes.

Los autores, han demostrado, además, que el Tambor Mayor1 de la pelota nacional forma parte de una legión de peloteros ya legendarios que llenaron una época (que hoy se añora) e hicieron “que nos sintiéramos más cubanos, más identificados con nuestras raíces”. Es sorprendente como los niños de escuelas primarias, que no tuvieron oportunidad de ver jugar al Tambor Mayor, se disputan su apretón de manos. Mucho más común es ver a los santiagueros de más edad reverenciarlo a su paso y echar a volar la memoria unos años atrás para, cada uno a su manera, recordar un episodio vivido u oído, en el que el protagonista, ¿quién sino Orestes Kindelán?, acomete una hombrada, casi siempre asociada a un descomunal batazo, cuyas dimensiones el imaginario popular, a veces, se encarga de alargar, pero que siempre es expresión inequívoca de admiración y respeto sin par. Es el mismo que ha entrado, también, inmortalizado en la literatura cubana, cuando el reconocido escritor Alberto Garrido tomó su figura como pretexto para crear uno de sus cuentos: “El hijo del Tambor Mayor”.Y el que ha inspirado canciones y refranes populares, muestra palpable de su presencia en el arsenal de referentes identitarios del cubano.

Además de la investigación y la compilación de información se realizaron entrevistas al propio Kinde, a otros atletas de la pelota cubana, así como a escritores, artistas, oficiales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), dirigentes del gobierno y estudiantes. Es necesario señalar que destacados intelectuales, profundos conocedores y amantes del béisbol, accedieron amablemente a dar sus opiniones. Esta obra se engalana con exquisitas colaboraciones: “Orestiada del jonronero” de Félix Julio Alfonso López; “Kindelán, orgullo de mi generación” de Israel Escalona Chádez; “Se busca un cuarto bate” de Ángel Taboada Salmerón y “Orestes Kindelán: de los diamantes a la leyenda”, de Leonardo Jorges Martínez.

Es propósito de los autores incorporarse a ese anhelo popular de mantener viva —en la memoria colectiva— a las glorias de este deporte; estimular a niños y jóvenes, exhortarlos a enaltecer al béisbol nacional, con la esperanza de colocarlo —a pesar de las adversidades— en el nivel que tuvo cuando el Cañón de Dos Ríosvestía los uniformes de Santiago y de Cuba ¿Será necesaria una justificación adicional?

Los autores

1 En los inicios de las series nacionales, un gran jugador que en ese momento vestía el uniforme de Orientales y respondía al nombre de Miguel Cuevas recibió el calificativo de Tambor Mayor. Cuevas ha confesado que fue Bobby Salamanca quien primero lo llamó así (Aurelio Prieto Alemán: Confesiones de Grandes, pp. 19-20).

Tradición beisbolera

Todo parece indicar que el béisbol, según asegura el profesor Juan Ealo, surge en los Estados Unidos de América a partir de “los juegos ingleses rounders y cricket, que fueron introducidos por los colonizadores británicos aproximadamente en el año 1751… [y evolucionó] hasta producir lo que hoy conocemos con el nombre de béisbol o juego de pelota”.1

Llega a Cuba a mediados de las décadas del sesenta y setenta del siglo xix, traído por jóvenes que regresaban a la Isla, luego de haber realizado estudios en universidades norteamericanas. De más está decir la gran aceptación que tuvo este deporte, primero en La Habana, luego en otros puntos de la región occidental, y ya a finales de esa centuria se había extendido a casi todo el país. El temprano apego de los cubanos al béisbol era, a la sazón, una manera clara de expresar inclinación por todo lo que representara una ruptura con las costumbres y prácticas españolas.

Helio Orovio reivindica el carácter primigenio del béisbol en el contexto de la historia del deporte en Cuba, cuando dice que “cuando hablamos en Cuba de deporte y nos remitimos a los orígenes, hay que hablar necesariamente del béisbol, de la pelota. Luego se cultivó en Cuba toda una gama de deportes…”.2

El 27 de diciembre de 1874 se celebró en el estadio Palmar de Junco, de Matanzas, el primer partido oficial del que se tienen noticias en Cuba, donde se enfrentaron equipos de La Habana y Matanzas.3

En 1878 se desarrolló el primer campeonato de pelota de Cuba, con la participación de equipos habaneros y matanceros.4 Y a inicios de la siguiente década (1880-1890) ya se jugaba pelota en terrenos —nada apropiados para esa práctica— de la ciudad de Santiago de Cuba, donde se habían formado varias novenas integradas, casi en su totalidad, por jóvenes pertenecientes a familias pudientes, aunque siempre hubo espacio para talentosos muchachos de origen humilde e, incluso, algunos pocos negros.

Los enfrentamientos entre los equipos atraían a numerosa concurrencia, a pesar de la prohibición de las autoridades coloniales españolas de la plaza, que consideraban al béisbol “una costumbre extranjera”, pero sobre todo porque creían haber advertido entre los peloteros y el público asistente una disposición, y una postura francamente independentistas. No se equivocaban,5 muchos de aquellos jóvenes que se estrenaban en el juego de las bolas y los strikes no tardaron en incorporarse a la manigua redentora, como también ocurrió en otras zonas del país.6 Así, el béisbol debuta en Cuba de brazos con la idea y la acción independentistas, para de esa forma incorporarse tempranamente a la conciencia nacional.

De igual suerte, no pocos emigrados cubanos contribuyeron al inicio y desarrollo del béisbol en países de la región, como “los hermanos cubanos Nilo y Ubaldo Alomá, quienes en 1891 introdujeron la práctica del béisbol en República Dominicana”.7

El período de la Guerra de Independencia de 1895 y de la guerra hispano-cubano- norteamericana, con las conmociones sociales que les eran inherentes, no fue propicio para la práctica beisbolera en la región oriental de Cuba, por encontrarse ésta en el vórtice del huracán revolucionario. De hecho, fueron cuatro años de casi total silencio en los terrenos de pelota orientales.

Durante la primera intervención militar yanqui reaparecen los juegos de pelota en Santiago, con nuevos bríos e igual entusiasmo patriótico puestos de manifiesto en los partidos efectuados entre clubes locales y los de soldados militares destacados en la región porque —como afirma el doctor Félix Julio Alfonso— “sería ingenuo no ver en estos enfrentamientos una clara expresión de sentimientos nacionalistas y discursos patrióticos, pues estaba muy reciente en la memoria colectiva la decisión del general Shafter […] de impedir la entrada en Santiago a los soldados mambises al mando de Calixto García”.8

En 1899 se eligió la nueva directiva de la Liga de Béisbol santiaguera. Los equipos Cuba y Central, principales animadores desde antes del inicio de la Guerra del 95, rápidamente se reorganizaron e incorporaron nuevos jugadores. Desempolvaron los uniformes, encargaron la confección de otros a las sastrerías de moda en Santiago, y alistaron de nuevo bates, pelotas y guantes para en 1900 iniciar un campeonato que despertó gran interés. Además, se desarrollaron topes con equipos norteamericanos, con igual expectación y desbordados de las ansias populares de propinar soberanas palizas a los foráneos, cosa que no siempre acontecía, pero su materialización constituía siempre una verdadera fiesta. Entonces, al terminar los juegos, la muchedumbre recorría la ciudad y festejaba la victoria hasta tarde.

Instaurada la república neocolonial, las crónicas dan fe del impulso que iba tomando este deporte en Santiago de Cuba:

Día 7 de junio de 1902: “Otro juego de base-ball a beneficio de la erección de la columna de los Veteranos, que hoy luce en el campo de Marte o plaza de la libertad”.9Día 15 de junio de 1902: “Hoy domingo juego de base-ball entre el Cuba y el Central, los eternos rivales, en los terrenos del antiguo cuartel Reina Mercedes, hoy Moncada”.10Día 25 de marzo de 1904: “Surge un nuevo club de base-ball con el nombre de Unión en el que jugaban Rams, González, Castillo, Portuondo, Hechavarría, Blez [luego famoso fotógrafo en La Habana], Hernández Giro11 y Dellundé, el actual periodista”.12

De la actividad beisbolera de estos primeros años republicanos, se puede concluir que contaba con equipos “semiprofesionales”, y lo integraban personajes de la vida cultural y económica de la ciudad, en su mayoría de buena posición en la escala social. De igual manera, con lo recaudado en los partidos se contribuía a sufragar obras de beneficio público, contratar peloteros en otras ligas del país, así como a estimular a personas talentosas de la ciudad o de visita en esta.13

El 2 de septiembre de 1904, el periódico El Cubano Libre informaba la conclusión de las obras de remozamiento del terreno y las gradas del Campo Rojo, principal estadio del momento.14 De más está decir que, a pesar de que Pancho Tranca15 aseguraba que el terreno contaba con todos los requerimientos, se sabe que sus dimensiones no eran las oficiales, el césped no estaba cuidado, y eran muy precarios sus muros, tanto que el propio periódico se dolía de la presencia ocasional de chivos pastando dentro del campo.16 Sin embargo, el primer desafío realizado después del reacondicionamiento entre los clubes Cuba y Central, atrajo a una multitud que superaba, en mucho, la capacidad del graderío. Es así como, en la edición del periódico del día 6 de septiembre de ese año, se comunicó a la población que se suprimía la venta de entradas una vez que estuvieran ocupados todos los asientos, a la vez que se aumentaría el número de lunetas “para que nadie permanezca de pie” y “el número de sillas en los palcos, cuyo precio es de 3.00 pesos”17 (elevadísimo para la época, pero la burguesía santiaguera se permitía el lujo de pagarlo).

Para este match, entre los más fuertes equipos de la ciudad, el Ayuntamiento autorizó “a los Sres. Viera y Robinson […] permiso […] para establecer una agencia de apuestas en los juegos de baseball que se efectúan en la glorieta Campo Rojo”, y aunque después revocó esa autorización —alegando que debía consultarse a la Secretaría de Hacienda— lo cierto es que no se perdía tiempo para consumar algún negocio a costa de la actividad deportiva.18

Otro hecho que se debe destacar de estos primeros años de la República fue el match de varios enfrentamientos pactados entre el santiaguero club Central y el equipo Habana, desarrollados a partir del 10 de septiembre de 1905, ganado por los capitalinos gracias a su estelar pícher de apellido Borges y de seudónimo Flor Canela y del “jugador por excelencia González Strikes… [que ocupó] su posición favorita de catcher”.19

En las siguientes décadas del propio siglo xx, se ganó en organización, con la regularización de la presidencia para la Liga de Baseball,20 la creación de nuevos clubes,21 la mejor organización de los campeonatos (con la presencia de las autoridades municipales),22 las visitas de equipos de la capital23 y la inauguración en 1911 del terrenoSantiago Park,que si bien no reunía todas las condiciones, era ya un paso de avance en comparación con las improvisadas áreas de juego utilizadas antes. En diciembre de 1919, se inauguró el Cuba Park, mejor dotado de los requisitos mínimos indispensables para el juego y para acomodar a la concurrencia,24 mientras se seguían utilizando los campos de la Escuela Normal, el Instituto de Segunda Enseñanza, el llamado Campo Rojo, el cuartel Moncada, el Santiago Park y la vieja Glorieta América.

Los campeonatos se convirtieron en verdaderos espectáculos populares. Cada club contaba con sus “madrinas”, jóvenes santiagueras que animaban los juegos y, a la vez, aprovechaban para lucir vestidos, calzados, joyas y peinados. También algunos equipos buscaron y contrataron jugadores de refuerzo en la capital, como el caso del Cuba que contó con el pícher del Marianao, Conrado Rodríguez, apodado General Sagua, que durante varios campeonatos fue el verdadero héroe de ese club de béisbol, sobre todo cuando les faltó su estelar Armando Dacal. No faltaban los episodios de máxima exaltación e, incluso, de indisciplina, tanto de los jugadores como del público, en especial cuando se enfrentaban las novenas Cuba y Central.25Indisciplinas aparte —siempre repudiadas— estos momentos de fervor eran expresión palpable de la identificación de los santiagueros con sus equipos de pelota.

Un momento especial —que acrecentó el interés en el béisbol— fue la visita a Santiago de Babe Ruth, el legendario jugador que a la sazón debutaba con los Yankees de Nueva York en la MLB (Major League Baseball). Llegó el 30 de noviembre de 1920, se instaló en una suite del hotel Casa Granda y esa misma tarde alineó con los del Cuba en un enfrentamiento contraSantiago, ganado por los primeros y en el cual hubo batazos del pelotero norteamericano, que “elevó la pelota a una distancia, que todavía no le ha permitido regresar”.26

Al igual que en la capital de Oriente, muchos pueblos y ciudades tuvieron sus ligas beisboleras, y mucha calidad se concentró en ellas. También se organizaban choques entre equipos de diferentes ligas, que eran recogidas por la prensa de la época, con la espectacularidad que, en realidad, tenían en la población. Los historiadores de Banes —Liduvino Oscar Quiñones Ruiz y José Andrés Muguercia Suárez— hicieron referencia a estos hechos en el periódico El Pueblo, de esa bella ciudad del norte holguinero, donde se da cuenta, primero, de la visita del santiaguero club Central a Banes:

Ante una concurrencia de tres mil fanáticos la mayor que se ha visto en Bellavista Park desde su inauguración se efectuó ayer tarde un juego entre Macabí y el Club Central de Santiago de Cuba. Los visitantes perdieron el primer juego del sábado con score de 11 x 4. En el segundo el triunfo correspondió nuevamente a Macabí, ganando un gran juego, quizás el mejor de la actual temporada, cuando todos esperábamos que otra gran anotación se produjera en este segundo desafío. 27

Otra nota del propio periódico, citada por los mencionados investigadores, informa de otro equipo de la liga santiaguera en tierras de Banes: “…sábado y domingo les tocó morder el polvo de la derrota al Arnaz de Santiago. Nuestros muchachos estaban intransitables, jugaron una pelota de altura principalmente en el primer juego que fue de 7 x 6, el 2do. no tenían ya contrario por eso no podían ya lucir como debían”.28 Y una tercera, anuncia la presencia de los de Banes en terrenos de Santiago de Cuba:

Un nuevo resonante triunfo se anotó el trabuco de Banes en la capital de la provincia. Los empresarios de Santiago sometieron a una dura prueba a los leones de Bancroft, obligándoles a jugar dos matchs