Orgullo y tentación - Cathy Williams - E-Book

Orgullo y tentación E-Book

Cathy Williams

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

¡Era el último hombre con el que se casaría! Para Lizzy Sharp, el empresario Louis Jumeau era insoportablemente orgulloso, lleno de prejuicios… e increíblemente atractivo. Louis sabía exactamente lo que los cazafortunas como los Sharp perseguían: su dinero. Pero lo cierto era que necesitaba una esposa. Lizzy, con su carácter independiente, no era la candidata ideal, pero sus curvas resultaban muy tentadoras. El arrogante y práctico Louis estaba seguro de que utlizando sus armas de seducción lograría casarse con ella y meterla en su cama.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 193

Veröffentlichungsjahr: 2012

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Cathy Williams. Todos los derechos reservados.

ORGULLO Y TENTACIÓN, N.º 2139 - febrero 2012

Título original: In Want of a Wife?

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-470-5

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

LOUIS Christophe Jumeau cerró de un portazo la puerta del Range Rover y lo miró enfadado. No debería haberse fiado de aquella agencia de viajes que proclamaba ser la única en cien kilómetros a la redonda. La falta de competencia siempre se traducía en un mal servicio. Debería haberse procurado su propio medio de transporte. Podía haber ido en su helicóptero y haber hecho que cualquiera de sus coches lo hubiera recogido en el helipuerto.

Pero quería conocer de primera mano cómo se llegaba hasta Crossfeld House. Maldijo para sus adentros, sacó su teléfono móvil y comprobó que no tenía cobertura.

A su alrededor, bajo la oscuridad invernal, el campo estaba inhóspito. Además, amenazaba con nevar. De haber tenido una bola de cristal, habría sabido que el coche de alquiler moriría en una carretera abandonada de las Highlands, a unos cuarenta minutos de su destino, y se habría tomado la amenaza más en serio.

Tomó el abrigo del asiento trasero del viejo Range Rover y allí mismo decidió que la única agencia de alquiler de coches en cien kilómetros a la redonda, pronto tendría competencia. Si no, estaba dispuesto a anular la compra.

Crossfeld House, la última incorporación a su basto patrimonio de hoteles alrededor del Reino Unido y del resto del mundo, era una inversión interesante, pero no indispensable. Su atractivo principal era el campo de golf, aunque al parecer, el estado del edificio era deplorable. Para eso había ido hasta allí, para comprobarlo, además de para resolver otro asunto.

Se envolvió en el abrigo para protegerse del viento frío de diciembre y empezó a caminar en dirección a la casa principal. Su cabeza no podía dejar de pensar en el problema que tenía por delante y que esperaba solucionar. Concretamente se trataba de la fascinación de su amigo por una chica que, de acuerdo a todas las descripciones, formaba parte de la categoría de cazafortunas. Aunque no la conocía, Louis sabía reconocer aquella clase de mujeres: guapa, pobre y con una madre dispuesta a dejar que sus hijas se fueran con el mejor postor.

Sonrió satisfecho ante la idea de aparecer delante de la puerta de la familia Sharp. Aunque Nicholas fuera rico y tuviera éxito, era muy inocente y demasiado confiado. Tal vez la señora Sharp había estado presumiendo de hija con la esperanza de que Nicholas, cuyas visitas a Crossfeld House con el pretexto de inspeccionar el edificio se habían hecho frecuentes, acabara mordiendo el anzuelo. Pero él, Louis, no había nacido ayer. Nicholas no era más que un amigo de toda la vida cuyo honor y cuenta bancaria Louis tenía intención de proteger.

Absorto en sus pensamientos, no se dio cuenta de que se acercaba una moto hasta que estuvo prácticamente encima de él. El sonido de los frenos sobre el asfalto rompió el silencio y el conductor, vestido de negro riguroso y con casco del mismo color, se detuvo a inspeccionarlo.

Lo que más le molestó fue aquella arriesgada manera de conducir.

–Estupendo –dijo con ironía, mirando al motorista–. Se divierte así, ¿verdad? ¿Cree que la carretera es suya y que puede conducir todo lo rápido que quiera?

A medio camino de quitarse el casco, Lizzy se detuvo y volvió a bajar las manos.

De cerca, aquel hombre era más fuerte y alto de lo que parecía, y estaba muy enfadado. Conocía aquella zona de la campiña como la palma de la mano, además de a sus habitantes, y enseguida se dio cuenta de que era un extraño.

–No hacía falta que me parara por usted.

–¿Va a quitarse el casco para que pueda ver con quién estoy hablando?

Sola en mitad de una carretera oscura, rodeada de un paraje inhóspito y con un hombre capaz de partirla en dos si se lo proponía, no iba a quitarse el casco. Prefería que pensara que estaba tratando con un hombre de voz aguda.

–¿El coche de ahí atrás era el suyo?

–Muy bien, Sherlock.

–No tengo por qué quedarme a escuchar esto –dijo y aceleró un par de veces, a la espera de una disculpa que no llegó.

En vez de eso, él dio un paso atrás, se cruzó de brazos y le dirigió una mirada de curiosidad. A la luz de la luna atisbó su rostro y contuvo el aliento.

A pesar de su porte aristocrático, de su arrogancia y prepotencia, aquel hombre era muy atractivo. Bajo su pelo oscuro peinado hacia atrás se adivinaban las facciones de un rostro perfecto. Aunque tenía los labios apretados, no era difícil imaginarse que en otras circunstancias, eran gruesos y sensuales.

–¿Cuántos años tienes? –preguntó Louis de repente.

La pregunta pilló a Lizzy desprevenida y se quedó callada unos minutos, tratando de adivinar a dónde quería ir a parar con aquella pregunta.

–¿Por qué? ¿Qué más le da?

–Eres un muchacho, ¿verdad? ¿Por eso no te quieres quitar el casco, no? ¿Saben tus padres que estás conduciendo esa máquina como un loco, poniendo la vida de otros en peligro?

–¡Aquí no hay nadie más que usted! –murmuró–. Y si lo que quiere es viajar por esta zona, lo mejor es que lo haga en un vehículo más fiable.

–Eso díselo al sinvergüenza de la empresa de alquiler de coches que hay junto a la estación.

–Ah.

Fergus McGinty tenía fama de aprovecharse de los forasteros a la hora de alquilarles coches. Dudaba que aquel Range Rover hubiera prestado algún servicio desde que comenzara el siglo.

–Amigo tuyo, ¿verdad? –preguntó Louis, cada vez más enfadado–. Así que seguro que sabrá de quién estoy hablando cuando le diga que un adolescente en moto… Por cierto que eso me hace pensar que no te queda otra opción que llevarme a donde voy. O lo haces o no te quedará más remedio que responder ante la policía por conducir ese cacharro sin tener edad legal para hacerlo.

Lizzy estaba a punto de romper en carcajadas. Sí, su voz aguda le había hecho sacar una conclusión equivocada y eso le resultaba muy divertido. Pero por algún motivo no le parecía que aquel hombre fuera a tomarse a bien sus risas. Por su manera de comportarse, debía de ser el que habitualmente se riera de otros.

–No puede dejar el coche ahí –objetó.

Louis miró a su alrededor haciendo un gesto exagerado antes de clavar sus ojos negros en el casco.

–¿Por qué? ¿Acaso crees que hay gente escondida en la vegetación a la espera de robarlo? Francamente, si alguien es lo suficientemente estúpido como para llevárselo, entonces que lo haga. Le haría al mundo un gran favor.

Lizzy se encogió de hombros.

–¿Adónde va?

–Bájate de esa moto y lo verás.

–¿Que me baje de la moto? ¿De qué está hablando? Pensé que había dicho que yo le llevaría.

–¿He dicho eso? He debido expresarme mal. ¿Para qué iba a poner en peligro mi vida en una moto conducida por un crío que debería de estar en casa haciendo los deberes?

–Podría dejarlo aquí mismo.

–Yo ni me plantearía esa posibilidad si fuera tú.

Lizzy sabía reconocer una amenaza cuando la oía.

–¿Adónde va? –repitió–. Si no está en mi camino, va a tener que quedarse a esperar aquí hasta que mande a alguien a recogerlo.

Louis estuvo a punto de reír al oír aquello. ¿Mandar a alguien a que fuera a recogerlo? Para empezar, estaba harto de la campiña escocesa. Además, había pocas probabilidades de que aquel muchacho cumpliera con su deber cívico. Para él sería mucho más sencillo arrancar y dejar allí a aquel forastero.

–¿De veras? Bueno, tengo que decir que no estoy de acuerdo. Voy a Crossfeld House y vas a venir conmigo.

¡Crossfeld House! Lizzy se quedó de piedra.

–¿Sabes dónde está, verdad? –añadió Louis impaciente–. No creo que haya muchas casas con campos de golf en este rincón del mundo.

–Sé dónde está. ¿Por qué va allí?

–¿Cómo?

–Tan sólo me preguntaba por qué quiere ir allí, porque no puede quedarse. Está a la venta. No creo que sigan alquilando habitaciones. Y si a lo que viene es a jugar al golf, el campo no está en buenas condiciones.

–¿Es eso cierto? –preguntó Louis mirando aquella figura que le hacía sitio para que se montara en la moto–. ¿Debería dejar los palos en el coche?

–Sin ninguna duda. ¿Sabe cómo montar en moto?

–Enseguida lo verás. No me gusta arriesgar mi vida a manos de otra persona.

Arrancó la moto y disfrutó del rugido de su motor. Hacía tiempo que no se subía a una moto. Se le había olvidado lo libre y poderoso que podía hacerle sentir. Iba a ser un viaje agradable, teniendo en cuenta que pretendía sacarle toda la información posible a su pasajero. Las comunicaciones con Nicholas se habían limitado a escuchar a su amigo las bondades de la joven Sharp, intercaladas con un par de detalles y básicos de la propiedad. Pero aquel muchacho conocía la zona y probablemente a la familia Sharp también. Además, ¿quién no estaba dispuesto a cotillear? En un lugar como aquél, probablemente fuera el entretenimiento general.

–Así que –gritó Louis para hacerse escuchar por encima del sonido del motor–, si conoces Crossfeld House, entonces debes conocer al agrimensor Nicholas Talbot.

–Más o menos. ¿Por qué?

Lizzy se agarró a él. No iba vestido para montar en moto y se había subido el abrigo, a través del cual podía sentir los músculos de su cuerpo. Era evidente que sabía montar en moto por la manera en que la manejaba.

–He venido para ver qué ha estado haciendo. Debería haber enviado informes sobre el estado de la casa, pero sus informaciones han sido muy escasas.

–¿De veras? ¿Quién es usted, su jefe?

–Algo así.

–¿Está comprobando lo que hace? –preguntó Lizzy molesta–. Eso es horrible. Nicholas ha estado trabajando mucho.

–¿Lo conoces?

–No lo conozco mucho, pero… Es una ciudad pequeña y Nicholas se ha convertido en un miembro muy conocido de la comunidad.

–¿Sabes si tiene amigos, si sale con alguien?

–Sí, creo que está interesado en una chica de la zona –dijo Lizzy, gritando para que su voz se escuchara.

Todavía tenía que descubrir cómo se llamaba el hombre al que se sujetaba, pero al menos sabía que no era peligroso. Pero, ¿perdería Nicholas su trabajo porque no había enviado informes diarios a alguien que era un maniático del control?

–Algo así mencionó –dijo Louis, tratando de que su voz sonara neutral.

Lizzy pensó en poner alguna excusa para justificar el despiste de Nicholas, pero desechó la idea porque sabía que él nunca lo haría. Era demasiado tranquilo y pacífico. Probablemente empezaría a tartamudear y acabaría asegurándose su propio despido. El conductor de la moto parecía dedicarse a despedir gente. Tal vez fuera alguien a quien habían mandado para comprobar la situación.

–¿Qué dijo? –preguntó Lizzy.

Había dejado de conducir tan rápido y Lizzy se dio cuenta de que no tenía que gritar tanto. La carretera podía resultar resbaladiza, oscura y peligrosa, a menos que se conociera.

–Cree que está enamorado –dijo Louis con una sonrisa cínica.

Lizzy se sintió invadida por una sensación de hostilidad. El amor y el matrimonio no lo eran todo para ella, pero sí para su hermana. Rose estaba locamente enamorada de Nicholas Talbot y le molestaba el tono despectivo en el que aquel hombre estaba hablando de una situación que desconocía.

–¿Ah, sí? –dijo con frialdad.

–Por lo que he podido deducir, está enamorado de alguien que va tras su dinero –dijo Louis sin andarse por las ramas.

Si aquel muchacho sabía algo de lo que estaba pasando en el pueblo, lo contaría.

Louis estaba harto de cazafortunas. Con diecinueve años había sido el objetivo de una mujer de veinticinco de la que había creído estar enamorado. El amor había quedado en nada, así como los recuerdos.

Cada vez que pensaba en Amber Newsome, en sus grandes ojos azules, en sus lágrimas y en la manera en que lo había convencido de que estaba embarazada, no podía evitar estremecerse. Lo había cautivado con su aplomo en un momento en el que las otras chicas de la universidad se dedicaban a sus juegos, y durante una temporada, había disfrutado de aquella relación. Hasta que había decidido continuar con su vida. No había reparado en el hecho de que quizá ella no estuviese preparada para dejar que se marchara. Por aquel entonces, todavía no había aprendido que no debía alardear de su riqueza. Había pagado el precio: tres meses de estrés, pensando en que tendría que casarse con una mujer a la que ya no amaba para acabar descubriendo que había sido engañado por una experta.

Y cuando pensaba en su hermana pequeña Giselle y en la manera en que había estado a punto de ser estafada por un conocido de la familia, le resultaba imposible oír hablar de toda la basura que se decía del amor y el romanticismo.

Nicholas era menos escéptico y por tanto, susceptible de caer en las redes de cualquier mujer que fuera tras su dinero.

–¿Cómo lo sabe? –preguntó Lizzy, sintiendo los rápidos latidos de su corazón.

–Soy un experto leyendo entre líneas –dijo Louis–. Una actriz madura empeñada en casar a sus hijas es casi un cliché.

No le gustaba confiar en cualquiera, pero en aquel momento lo estaba haciendo a propósito. Por su silencio, estaba seguro de que conocía a la familia en cuestión.

–Seguramente has oído hablar de ellos –continuó Louis–. Se trata de la familia Sharp.

–Esto es un pueblo –murmuró Lizzy, mientras Louis sonreía satisfecho–. ¿Le ha contado Nicholas, quiero decir, el señor Talbot todo eso?

–Como ya he dicho, se me da bien leer entre líneas.

–Y, por lo que estoy viendo, también juzgar a la gente. Ni siquiera conoce a esa familia y ya se ha hecho una opinión de ellos.

Más adelante, se empezaban a ver las primeras casas de las afueras. Por aquella zona, el terreno no era un lujo y había bastante distancia entre unas y otras. Todo el mundo se conocía y el pueblo era bastante animado, teniendo en cuenta su tamaño. Al fondo, se veían las tranquilas y oscuras aguas de uno de los lagos más pequeños y a la izquierda, sobre una colina, se ubicaba Crossfeld House.

Para Lizzy siempre había sido un edificio en ruinas, a pesar de los intentos que se habían hecho a lo largo de los años por devolverle la vida. Los propietarios actuales no eran del pueblo. Eran ricos empresarios de Glasgow, golfistas que, según los rumores, lo habían comprado precipitadamente y enseguida habían perdido el interés porque no tenían el tiempo necesario para acondicionarlo. Así que el edificio había seguido deteriorándose hasta que había sido adquirido por un nuevo comprador tres meses atrás.

–Tiene que girar en la próxima a la izquierda –dijo indicándole el camino a Crossfeld House–. Y tiene que ir muy despacio. El camino no está en buen estado.

–¿Vives muy lejos de aquí?

–No se preocupe por mí. Sé volver a casa.

Por primera vez desde que se montara en la moto, Louis reparó en el entorno. Se respiraba tranquilidad y el silencio de la soledad. Para él, no había nada peor que una estancia prolongada en un sitio en el que encontrar cobertura para el teléfono móvil era una aventura. Pero estaba seguro de que habría mucha gente que esa tranquilidad sería la manera de relajarse del ajetreo de la ciudad.

El golf nunca había sido un deporte que Louis encontrara apasionante. Prefería otros que hicieran trabajar el corazón. Pero había muchos golfistas y estaba seguro de que Crossfeld House podría convertirse en una mina de oro. ¿Habría pensado lo mismo aquella actriz madura de Nicholas?

Había un par de cosas más que Louis esperaba averiguar de su pasajero.

–¿Qué piensa la gente del pueblo de la compra de Crossfeld House? –dijo, cambiando de conversación.

Lo cierto era que sentía curiosidad.

–Que estaría bien que la casa fuera reformada –contestó Lizzy fríamente–. Lleva tiempo en un estado deplorable. Claro que no se puede asegurar que vaya a ser como antes.

–¿Qué quiere decir eso?

–Quiere decir que porque alguien tenga dinero, no es garantía de que vaya a convertirlo en un éxito.

–¿Te refieres a alguien como Nicholas?

–No sé a dónde quiere ir a parar.

–Nicholas no es el comprador –dijo Louis–. Aunque es cierto que tiene dinero, motivo por el que sin duda están intentando pescarlo. El hecho es que Nicholas es el agrimensor encargado de echarle un vistazo al sitio para asegurarse de que no se viene abajo antes de firmar el segundo cheque.

–¿Quién es usted?

–Me sorprende que no me lo hayas preguntado antes.

No se lo había preguntado antes porque estaba muy ocupada sintiendo aversión por él.

–Me llamo Louis Jumeau y soy el que financia esta pequeña aventura.

Agarrada a su cuerpo musculoso, cerró las manos en puños y los latidos de su corazón se aceleraron.

–Nicholas es un buen amigo mío –continuó Louis–. Crecimos juntos y todos los que nos conocen dicen que lo protejo demasiado. Sé más acerca de cazafortunas que él.

Se acercaban a la casa solariega. Destacaba en el paisaje, aunque la luz del día dejaba en evidencia su lamentable estado. A su alrededor se extendía el campo de golf, sobre el que Louis tenía sus dudas de que la luz del día revelara todo su esplendor.

Tenía mucha experiencia en construcción, a pesar de que era un negocio por el que recientemente se había empezado a interesar. Además de la fortuna que había heredado, también había tenido éxito en el mundo de las finanzas. A la edad de treinta años había alcanzado el punto de poder elegir dónde quería invertir su dinero y nunca había cometido un error al hacerlo.

–Un edificio impresionante –murmuró, frenando hasta parar.

–Sí lo es.

Según sus cálculos, iba a ver a Louis Jumeau más a menudo de lo que le gustaría. Con la intención de alentar el romance entre Rose y Nicholas, su madre, la temible señora Sharp, había organizado un baile en el Ayuntamiento para todos los peces gordos de la zona. Además, Nicholas había llevado a sus hermanas, un pequeño inconveniente que Louis descubriría pronto.

Lizzy sintió vergüenza de lo que prometía convertirse en una noche de pesadilla. Su madre no era una cazafortunas, pero sí tenía interés en que Rose se casara con alguien económicamente estable. De hecho, era lo que siempre había deseado para todas sus hijas.

Había hecho el esfuerzo de volver a casa desde Londres y faltar una semana a clase para conocer a Nicholas, de quien había oído hablar mucho. Su llegada había coincidido con un ángel de metro ochenta cuya misión era proteger a su mejor amigo de las garras de una mujer inapropiada.

¡Y todavía no tenía ni idea de quién era ella! No era una circunstancia que fuese a durar mucho tiempo. En cuanto contase que un desconocido motorista lo había rescatado de los peligros de los campos helados escoceses, se descubriría su identidad.

Lizzy deseó quejarse en voz alta.

–¿Cuánto tardarás en volver a tu casa?

Se giró para mirarla y Lizzy sintió de nuevo una sofocante sensación al reparar en las facciones de su cara desde la seguridad de su casco. Por una vez, su espíritu luchador y su actitud optimista la habían abandonado, impidiéndole pensar con claridad.

Suspiró resignada y empezó a desabrocharse el casco.

–¿Así que por fin vas a descubrirte? –preguntó Louis con ironía–. Haces bien. Antes o después habría descubierto quién eres, pero no te preocupes, no le diré a tus padres que estabas corriendo demasiado…

Con la mente entretenida en averiguar la manera de recoger sus pertenencias del coche de alquiler y en hacer conjeturas sobre el estado en el que se encontraría la casa, se quedó de piedra al ver aquella melena oscura caer al quitarse el casco.

Por primera vez en su vida, Louis Christophe Jumeau se quedó sin palabras. Estaba convencido de que se trataba de un muchacho. Sin embargo, frente a él tenía a una mujer que lo miraba desafiante, de rasgos finos y rotundos y con el cuerpo menudo de una bailarina.

–No eres un chico –se oyó decir.

–No.

–Eres una chica que monta en moto.

–Sí, me gustan las motos.

–¿Por qué no me lo has dicho antes? –preguntó en tono acusatorio.

–¿Por qué debería haberlo hecho? ¿Qué habría sido diferente? Además –dijo recordando con ira la arrogancia y el desprecio con el que había hablado de su familia–, tenía interés en saber lo que tenía que decir de su amigo.

Por un instante, Louis se preguntó si sería ella el objetivo del encaprichamiento de Nicholas, pero enseguida apartó aquella idea. Nicholas había hablado de una belleza rubia, de dulce carácter y afable. La mujer que tenía ante él no cumplía con aquella descripción.

–¿Conoces a esa mujer, verdad?

Lizzy decidió ignorar la pregunta.

–Es usted la persona más arrogante, prepotente e insoportable que he conocido en mi vida.

Su madre la mataría por decir aquello. Grace Sharp estaba ansiosa ante la llegada de aquel hombre. Había oído hablar mucho de él, de su fabulosa riqueza y de su estatus, y estaba deseando conocerlo. Además de Nicholas, él iba a ser el invitado principal de la fiesta y la razón por la que mucha gente iba a ir.

–No puedo creer lo que estoy escuchando.

–No conoce a la gente de aquí y ya está haciendo juicios sobre ellos. Es un esnob, señor Jumeau, y no soporto a los esnobs.

–¿Señor Jumeau? Deberíamos tutearnos, dadas las circunstancias. Y quizá deberíamos continuar esta conversación dentro. Hace mucho frío.

Otro mechón de pelo cayó sobre su cara y él miró fascinado cómo se lo apartaba.

No se tenía por una persona crítica, pero tenía que admitir que se había dejado llevar por una idea preconcebida. ¿Por qué no iba a poder montar en moto una mujer? ¿Por qué no iba a disfrutar de la misma sensación de libertad de la que él había disfrutado años atrás, cuando era un universitario? ¿Y por qué no iba a decir lo que pensaba?

–Creo que no –dijo Lizzy, sorprendida ante su repentino cambio de tono.

Se cruzó de brazos y se quedó mirándolo.

–Es justo –dijo él encogiéndose de hombros–. Me acabas de acusar de ser un esnob.

–Porque lo eres.

–No estoy seguro de que eso me agrade –dijo y clavó los ojos en su boca.

Bajo la chaqueta de cuero, los vaqueros y las botas, había sido incapaz de adivinar su figura y la había confundido con un chico. Se preguntó qué aspecto tendría bajo aquel atuendo masculino y rápidamente apartó aquella idea de la cabeza. No había ido allí a ganar un concurso de popularidad. Había ido para conocer Crossfeld House, calcular cuánto dinero haría falta para arreglar la casa y poner en su sitio a una aspirante a cazafortunas. Daba igual que la mujer que tenía ante él lo considerara un esnob.

Lizzy quería burlarse de él, hacer algún comentario acerca de cómo los hombres como él, criados entre riquezas y privilegios, no tenían la menor consideración hacia los que consideraban socialmente inferiores. Pero estaba abstraída por la belleza angular de su rostro y no podía pensar con claridad, algo que odiaba. De todas las mujeres de su familia, siempre se había enorgullecido de ser la más sensata, la que menos probabilidades tenía de encapricharse de un hombre.

–Ése no es mi problema –consiguió decir.