Otro siglo perdido - Víctor L. Urquidi - E-Book

Otro siglo perdido E-Book

Víctor L. Urquidi

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Beschreibung

En ésta obra póstuma, el autor hace un análisis moderno de la región latinoamericana desde el punto de vista de la economía del desarrollo; "no es un libro para economistas de altos vuelos, que se interesan sólo en las etapas de posgrado, con grandes refinamientos técnicos de análisis. Tampoco es una historia económica, sino un análisis de las políticas de desarrollo. Es un libro que puede ilustrar al estudiante, a la sociedad civil, al sector empresarial y al mismo sector político y de gobierno, así como a la opinión pública, acerca de la problemática fundamental del desarrollo de los países de la región latinoamericana".

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SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA

FIDEICOMISO HISTORIA DE LAS AMÉRICAS

Serie Ensayos

Coordinada por ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ

Otro siglo perdido

VÍCTOR L. URQUIDI

OTRO SIGLO PERDIDO

Las políticas de desarrollo en América Latina (1930-2005)

EL COLEGIO DE MÉXICO FIDEICOMISO HISTORIA DE LAS AMÉRICAS FONDO  DE  CULTURA  ECONÓMICA

Primera edición, 2005 Primera edición electrónica, 2016

Portada: Carlos Pellicer López, “Variación núm. 25”, óleo en lino sobre masonite, 80 × 60 cm, siglo XX, Colección Banco Nacional de México Diseño: Laura Esponda

D. R. © 2005, Fideicomiso Historia de las Américas D. R. © 2005, El Colegio de México Camino al Ajusco, 20; 10740 Ciudad de México

D. R. © 2005, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-4076-5 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

PRESENTACIÓN

El Fideicomiso Historia de las Américas nace de la idea y la convicción de que la mayor comprensión de nuestra historia nos permitirá pensarnos como una comunidad plural de americanos y mexicanos, al mismo tiempo unidos y diferenciados. La obsesión por definir y caracterizar las identidades nacionales nos ha hecho olvidar que la realidad es más vasta, que supera nuestras fronteras, en cuanto ésta se inserta en procesos que engloban al mundo americano, primero, y a Occidente, después.

Recuperar la originalidad del mundo americano y su contribución a la historia universal es el objetivo que con optimismo intelectual trataremos de desarrollar a través de esta serie de “Ensayos”, que en esta ocasión presenta una trilogía de textos sobre historia económica: Mecanismos y elementos del sistema económico colonial americano, siglos XVI-XVIII, de Romano Ruggiero; El otro Occidente. América Latina desde la invasión europea hasta la globalización, de Marcello Carmagnani, y la obra que el lector tiene en sus manos, de Víctor L. Urquidi. La finalidad de esta serie es promover las investigaciones en historia económica y social y fue patrocinada por el Fideicomiso Historia Económica de Banamex, fundado en 1989, gracias al interés de don Antonio Ortiz Mena, entonces director general del Banco Nacional de México. Expresamos nuestro reconocimiento a Banamex y a don Antonio Ortiz Mena.

La continuidad de la serie ha sido posible gracias al apoyo incondicional de la actual directora del Fondo de Cultura Económica, Consuelo Sáizar, y a su personal, al que debemos el excelente cuidado de nuestras publicaciones.

ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ

Presidenta del Fideicomiso Historia de las Américas

ÍNDICE

Prólogo

I.Introducción y consideración general

El resurgimiento de las economías de la región latinoamericana en la posguerra

El endeudamiento externo a partir de los años setenta

El desenlace: los reajustes incompletos o imposibles

¿Cómo definir la economía de la región latinoamericana?

Integración económica y desarrollo de la región latinoamericana

Las relaciones externas de las economías de la región latinoamericana

II.La crisis de los años treinta

Efectos de la Gran Depresión

Recuperación y búsqueda de autonomía en el desarrollo

III.La segunda Guerra Mundial y sus repercusiones económicas

Deformaciones comerciales y situaciones de escasez

Industrialización inesperada

Inflación y finanzas públicas

Nuevas estrategias de desarrollo vagamente definidas

Premoniciones y ajustes de la posguerra

IV.La edad de oro del desarrollo: la industrialización acelerada

Posicionamiento para el mundo de la posguerra

Trayectorias de crecimiento y cambios estructurales

Desempeño del comercio exterior. Mercados nuevos, productos nuevos, mejor relación de precios del intercambio

Industrialización acelerada impulsada por las políticas de sustitución de importaciones

La

ISI

y el mercado interno

Iniciativas de integración económica regional y subregional: una primera etapa

V. Problemas estructurales no resueltos en la economía “real”, 1950-1970

Los problemas estructurales

La agricultura y su organización

Una agricultura que no satisfacía la demanda

Utilización de energía y alternativas

Transporte: del ferrocarril al autotransporte y al transporte aéreo; ocaso del transporte fluvial y del de cabotaje

VI. El financiamiento del desarrollo en 1950-1970 como problema estructural

El ahorro interno y su movilización: el sesgo inflacionario

La banca de desarrollo

Las políticas públicas, la expansión del sector público y los déficit fiscales

La cooperación internacional en el desarrollo

VII.Un decenio de inestabilidad en el sector externo, 1970-1980

La gestación de la inestabilidad externa

Inestabilidad monetaria internacional

Las conmociones del mercado del petróleo y otros productos

La crisis alimentaria

Los efectos globales

VIII. El surgimiento de la inestabilidad interna, 1970-1980

Los desequilibrios presupuestarios y otros del sector público

El uso excesivo del endeudamiento externo para financiar el desarrollo

Conclusión sobre el endeudamiento externo, 1970-1980

Las monedas sobrevaluadas y sus consecuencias

Las políticas económicas inoperantes

IX.El endeudamiento externo: la crisis de 1982 y sus consecuencias

La crisis del endeudamiento en 1982

Reajustes sin crecimiento

La restructuración con factores externos limitantes

La indecisión internacional y la reversión de los flujos de capital

Conclusión: la interacción de factores externos e internos

X.Los reajustes de los años noventa

Factores de letargo y estancamiento

El “Consenso de Washington”

Resultados en los años noventa

La pérdida de autonomía y la globalización creciente

La gran crisis internacional de 1995 a 2000

Los rezagos tecnológicos

El comercio exterior de la región latinoamericana

XI.Población, fuerza de trabajo y sectores sociales . .

Orígenes de la desigualdad social

Las variables demográficas

XII.El siglo perdido y la perspectiva. El desarrollo sustentable y sus requisitos

Las tendencias dominantes: recapitulación

La crisis de los años noventa

El gran rezago

Requisitos de un nuevo desarrollo bajo criterios de sustentabilidad y equidad

Elementos de una perspectiva futura

Bibliografía

Siglas y abreviaturas

Índice de cuadros y gráficas

PRÓLOGO

No te atengas al tiempo que vendrá, porque el que has malgastado prematuramente ya habrá pasado cuando lo quieras usar.

SHAKESPEARE, Richard III, act IV, Sc. iv

En 1941, apenas iniciado en el trabajo profesional como economista, me interesó profundamente la evolución económica y social de América Latina, hoy denominada desarrollo. Durante mis estudios de licenciatura en la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres (LSE) de 1937 a 1940, poco se sabía de América Latina. En la terminología de épocas posteriores, no se identificaba como “región”; tampoco se hablaba de “desarrollo”. A México se le consideraba parte de América del Norte, a veces integrante de Centroamérica, y era conocido más bien por su Revolución con mayúscula. Algo se conocía de Argentina, Chile y Brasil. Me di cuenta, por lo demás, con datos de la Sociedad de las Naciones, de que el comercio de América Latina no constituía una proporción significativa —como tampoco ahora— del comercio mundial. En cambio, ya que estudiábamos la crisis económica mundial de los años treinta, comprobé que en la región latinoamericana los estragos causados por la Gran Depresión en el comercio de sus principales países habían sido importantes. Me tocó estar en Londres cuando se expropió la industria petrolera mexicana en 1938, y ello hizo que me diera cuenta de los “factores estructurales” y políticos de la economía y me impulsó también a leer sobre la reforma agraria. En otra, más lejana juventud, había yo vivido con mis padres en tres países latinoamericanos: Colombia, El Salvador y Uruguay, donde cumplí buena parte de mi educación primaria. Para ir a Sudamérica se viajaba por ferrocarril o por barco a Nueva York, en este caso con la consabida y agradable escala en La Habana. A El Salvador se iba por tren y automóvil. A inicios de 1932, de vuelta en México, asistí a la escuela secundaria pública, terminé el bachillerato en parte en España y, finalmente, mediante examen ingresé a la Universidad de Londres en 1936.

Cuando regresé de Inglaterra a México en septiembre de 1940 con grado de licenciado en economía y comercio, obtuve empleo en el Banco de México, conseguí también iniciarme en la traducción de obras de economía para el Fondo de Cultura Económica y me asocié a los seminarios de El Colegio de México organizados por Daniel Cosío Villegas. Uno de ellos fue sobre América Latina y pude  adentrarme en la lectura de cuanto salía de los medios académicos de los Estados Unidos, Inglaterra y algunos países sudamericanos acerca de nuestra región, que no era mucho. Fueron determinantes también la lectura de Colin Clark (1940) sobre los cambios estructurales que el desarrollo entrañaba y después la de muchos otros autores.

¿Cómo veía el futuro de la región latinoamericana? Los años de la segunda Guerra Mundial estaban ya teniendo efectos profundos en las economías de los países latinoamericanos. En 1942, la Tesorería de los Estados Unidos, por medio de la Unión Panamericana, convocó en Washington a una Conferencia Interamericana sobre Cooperación Financiera y Control de los Bienes del Enemigo; tuve la suerte de que el director general del Banco de México, Eduardo Villaseñor, me invitara a formar parte de la delegación, lo que me permitió conocer a banqueros y representantes de los ministerios de Hacienda de todos los países de la región. En 1944, a invitación del secretario de Hacienda, licenciado Eduardo Suárez, participé en la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas (Bretton Woods) como secretario técnico de la delegación, pues había yo colaborado con Daniel Cosío Villegas en el análisis de los proyectos monetarios y financieros para la posguerra. De los 44 países que asistieron, 19 fueron latinoamericanos (la excepción fue Argentina, que no fue invitada). Allí tuve oportunidad de tratar a muchos de los delegados y de establecer amistades duraderas. A resultas de Bretton Woods, el Banco de México decidió convocar en 1946 a una primera Reunión de Técnicos de Banca Central del Continente Americano (incluidos Canadá y los Estados Unidos), cuya organización corrió a mi cargo. Participó Raúl Prebisch como invitado especial. En ésta conocimos la problemática latinoamericana de la posguerra y la del periodo que se avecinaba (Banco de México, 1946). Más allá de los asuntos monetarios y financieros, interesaba examinar el contexto internacional en que pudieran desenvolverse el comercio, las inversiones y sobre todo las políticas de industrialización ya perfiladas y en algunos casos puestas en práctica. Se creó en el banco, además, un pequeño grupo de estudios sobre la posguerra, con la participación de José Medina Echavarría.

Previa recomendación de la Asamblea General en 1947, el Consejo Económico y Social de Naciones Unidas aprobó, el 25 de febrero de 1948, una resolución por medio de la cual se creó la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). Como lo ha relatado en forma tan elocuente Hernán Santa Cruz,1 entonces representante de Chile ante las Naciones Unidas, quien fue el principal impulsor de la creación de este nuevo organismo, a imagen y semejanza de la Comisión Económica para Europa que encabezó Gunnar Myrdal, la propuesta tropezó con obstáculos, en lo principal porque existía ya un comité de la Unión Panamericana, próximo a convertirse, en Bogotá en 1948, en Consejo Interamericano Económico y Social de la Organización de Estados Americanos. Aprobada la creación de la CEPAL, se decidió establecerla en Santiago de Chile, donde se llevó a cabo su primer periodo de sesiones, ya nombrado secretario ejecutivo Gustavo Martínez Cabañas. El segundo periodo se convocó en La Habana en mayo de 1949, y en él Raúl Prebisch, entonces consultor de la Secretaría de la CEPAL, presentó su célebre informe que contribuyó a dar vida autónoma al organismo con su propia visión personal de la problemática del desarrollo latinoamericano y sus relaciones económicas internacionales (Prebisch, 1949). En 1943 estuvo en México unas semanas, su primera visita, a raíz de su dimisión del Banco Central de la República Argentina. Fue invitado por el director general del Banco de México, a instancias de Daniel Cosío Villegas, a compartir con funcionarios mexicanos de los sectores monetario y financiero sus experiencias como banquero central. Yo era el único que había leído por interés profesional los excelentes informes anuales de dicho Banco Central, publicados de 1935 en adelante. Participó Prebisch, además, en un seminario sobre América Latina en El Colegio de México, en que presentó un trabajo sobre el patrón oro y la vulnerabilidad económica de América Latina (Prebisch, 1944a). En 1944, volvió por un periodo de tres o cuatro meses a impartir un curso en el Banco de México (Prebisch, 1944b) y unas conferencias en El Colegio de México (Prebisch, 1944c). Me correspondió tratarlo con frecuencia, lo que me permitió conocer con mayor profundidad algunos de los temas latinoamericanos de mayor interés, que más adelante él expondría en la CEPAL.

En 1947 di una vuelta al mundo en dirección oriente, por encargo de la Secretaría de Hacienda, para estudiar la posibilidad de que México vendiera sus excedentes de plata y entablara negociaciones con algunos países para no desmonetizarla y adquirir a cambio productos industriales o materias primas. Escrito y presentado el informe respectivo, en octubre de ese año ingresé al personal técnico del Banco Mundial en Washington, por casi dos años, como encargado de una oficina sobre estudios de la economía de Brasil, Venezuela y otros países en lo que se llamó la “ribera oriental” de América Latina. Coincidieron conmigo en Washington varios economistas de la región latinoamericana contratados por el Fondo Monetario Internacional (FMI), con quienes el contacto frecuente, tanto profesional como social, fortalecía el interés en los problemas del momento y en las perspectivas. Entre ellos estaban Felipe Pazos (Cuba), Javier Márquez y Juan F. Noyola (México), Jorge Ahumada y Julio del Canto (Chile), Jorge Sol Castellanos (El Salvador), Jorge Montealegre (Nicaragua) y unos pocos más. Teníamos contacto asimismo con norteamericanos interesados en la región, por ejemplo, Edward Bernstein y Robert Triffin (FMI), John de Beers (Tesorería), David Grove (Reserva Federal), Henry Wallich (Reserva Federal de Nueva York) y otros. Era el momento del nuevo acceso de algunos países latinoamericanos al crédito a largo plazo obtenible del Banco Mundial y a los recursos a corto plazo del FMI. Me tocó participar en las negociaciones que el Banco Mundial inició con una empresa canadiense para ampliar sus instalaciones en la región Río-Sao Paulo de generación hidroeléctrica, servicios de agua potable, servicios telefónicos y tranvías. Después pasé a una sección de estudios generales que me motivó escasamente y determinó mi regreso a México a mediados de 1949.

Se me nombró a un cargo de asesor en la Secretaría de Hacienda para colaborar en temas de financiamiento del desarrollo y de política fiscal. Se pusieron en marcha varios proyectos importantes, entre ellos las proyecciones de los ingresos tributarios y la clasificación económica de los gastos públicos conforme a la metodología de las cuentas nacionales. En 1950 me integré junto con Raúl Ortiz Mena, de Nacional Financiera, a una Comisión Mixta del Gobierno de México y el Banco Mundial para el estudio del desarrollo económico de México y su financiamiento interno y externo (Ortiz Mena et al., 1953). Terminada la versión final de este informe hacia octubre de 1951, acepté un cargo que me ofreció Raúl Prebisch como director de estudios de la Oficina Regional de la CEPAL en México, recién abierta a mediados de ese año. Entré de lleno en los estudios y gestiones preliminares para la integración económica del Istmo Centroamericano que habían sido solicitados por los gobiernos de las repúblicas de Centroamérica en el cuarto periodo de sesiones de la CEPAL de mayo de 1951, para lo cual se creó un Comité de Cooperación Económica del Istmo Centroamericano en 1952. A esas tareas dediqué casi siete años, que culminaron en junio de 1958 con la firma del primer Tratado de Libre Comercio e Integración Económica de Centroamérica en Tegucigalpa y condujeron después al Mercado Común Centroamericano acordado en Managua en 1960. A principios de 1959 me reintegré a tareas de política de desarrollo en México. Como asesor del secretario de Hacienda, éstas sirvieron, entre otras cosas, para preparar la documentación relativa a la participación de México en la Alianza para el Progreso en 1963-1964.

Fue una etapa de esperanza. Publiqué el ensayo “Trayectoria del mercado común latinoamericano” (1960) y me aventuré a escribir un libro más general que denominé Viabilidad económica de América Latina (1962). En este último, no obstante cierto optimismo, hice hincapié en la problemática demográfica y social y en las dificultades institucionales y estructurales para llevar a cabo políticas de desarrollo congruentes, tema que la CEPAL y el Instituto Latinoamericano y del Caribe para la Planificación Económica y Social (ILPES) abordaron apenas en 1969. De allí pasé a discurrir, en numerosas conferencias y artículos, acerca de temas específicos del desarrollo latinoamericano, entre ellos los demográficos, los educativos, los de política científica y tecnológica, la cooperación en ciencias sociales, y la relación de América Latina con el resto del mundo cambiante y con los temas globales que se empezó a plantear en 1972.

En 1964 me incorporé a la vida académica mexicana, y después de casi 20 años de desempeñar el cargo de presidente de El Colegio de México, a partir de 1966, pensé dedicarme en 1986 a la temática de la ciencia y la tecnología —poco apreciada como elemento esencial del desarrollo en los países latinoamericanos—. No obstante, me obsesionaron de inmediato los problemas del servicio de la deuda externa como limitante del desarrollo y el poco éxito de las políticas de ajuste puestas en práctica, lo que requería examinar de nuevo a fondo los problemas fundamentales. Había yo estado un poco ausente de estos temas y ni siquiera estaba al corriente de la voluminosa bibliografía proveniente de la CEPAL y otros organismos. Al hacer el examen de las condiciones en que se había creado en tan poco tiempo la enorme deuda externa en los años setenta y ochenta, a partir del aumento pronunciado de los precios del petróleo en 1973, pensé que era necesario repasar la experiencia de desarrollo desde los años treinta y meditar sobre las perspectivas a mediano y largo plazos.

No tenía padrinos ni apoyos para llevar a cabo una investigación completa. En el propio Colegio de México había poco interés en la región latinoamericana. En septiembre de 1983 había yo dado un primer seminario breve en Toledo en la residencia universitaria de la Fundación José Ortega y Gasset. Mi segunda oportunidad de concentrarme un poco surgió de una invitación a dar un breve curso de verano en la Universidad de Washington, en Seattle, en 1986, bajo los auspicios del Instituto Henry M. Jackson de Estudios Internacionales. Nunca había impartido un curso en una universidad norteamericana y necesitaba ir a un compromiso de enseñanza en posgrado con la debida preparación. Kay Hubbard, de la Oficina de Estudios Extranjeros de la universidad, y Kenneth B. Pyle, director del instituto, me brindaron la oportunidad necesaria. En abril de 1987, el Instituto de Estudios Latinoamericanos (ILAS) y la Escuela de Graduados en Economía Empresarial de la Universidad de Texas me invitaron a dar parte de un curso de posgrado sobre economía latinoamericana que tenía a su cargo el profesor William P. Glade, a quien le estoy muy agradecido, lo mismo que a Richard A. Adams, director del ILAS. Ese mismo año, el programa MEXUS a cargo de Arturo Gómez Pompa de la Universidad de California en Riverside me invitó a impartir una serie de conferencias sobre América Latina o sobre México en esa dependencia, así como en los campus de Berkeley y Davis y, con la cooperación de Clark Reynolds, del Instituto de Investigación sobre Alimentos de la Universidad Stanford, en esta última. Fue lógico que de allí pasara a impartir una serie de conferencias sobre la economía latinoamericana en El Colegio de México, en el Centro de Estudios Internacionales, para estudiantes de las licenciaturas en estudios internacionales y en administración pública. Lo inicié mediante un curso público en el primer semestre de 1988, que ha constituido la base del presente libro, y lo repetí, más concreto, en 1989 sólo para estudiantes de El Colegio de México. En el ínterin gocé de la oportunidad de pasar un mes en el Centro de Estudios y de Conferencias de Bellagio, Lago Como, Italia, de la Fundación Rockefeller, donde la concentración me permitió hacer y repasar lecturas indispensables y redactar un primer borrador de gran parte de este libro. Es un texto que a la postre tuve que dejar latente durante varios años, debido a mi dedicación urgente a temas de economía ambiental en México. Concluida esta etapa, he podido al fin —no de manera continua, incluidos tres meses en St. Restitut, Drôme, Francia, en el año 2000 gracias a Gerardo Bueno— retomar el presente texto, revisarlo y actualizarlo.

Una de las razones que me impulsaron, y me impulsan aún, a insistir en este tipo de obras, es que se carecía de un análisis moderno de la región latinoamericana desde el punto de vista de la economía del desarrollo. En los Estados Unidos y Gran Bretaña dejaron de publicarse libros generales sobre la economía latinoamericana; los autores se concentraron en periodos cortos, en temas específicos y en la problemática de la deuda o del ajuste, o en determinados países. En Francia había apenas un par de libros que valieran la pena. Para los estudiantes de licenciatura y para el lector común hacía falta una obra general, tanto en español como en inglés. Mi primera redacción de esta obra fue en inglés, con vistas a conseguir un editor interesado, en lo cual fracasé repetidamente. Y en español quizá hubiera quedado aún en archivos si no hubiera sido por el Programa del Fideicomiso Historia de las Américas de El Colegio de México y el Fondo de Cultura Económica, dirigido por Alicia Hernández Chávez, quien me animó a concluir el proyecto. No es un libro para economistas de altos vuelos, que se interesan sólo en las etapas de posgrado, con grandes refinamientos técnicos de análisis. Tampoco es una historia económica, sino un análisis de las políticas de desarrollo. Es un libro que puede ilustrar al estudiante,a la sociedad civil, al sector empresarial y al mismo sector político y de gobierno, así como a la opinión pública, acerca de la problemática fundamental del desarrollo de los países de la región latinoamericana. Espero sea una aportación a la comprensión de la evolución económica y social de estos países y de la región.

Mis agradecimientos van muy lejos en cuanto a la deuda intelectual. En primer lugar, a quienes durante años, dedicados a la CEPAL, pusieron al descubierto los hechos y efectuaron análisis de gran importancia. Los documentos de la CEPAL, sin embargo, distan muchísimo de servir como libros de texto y de información general por ser farragosos y por carecer, en las etapas más recientes, de ideas novedosas y más críticas. Algunos escritos de otras épocas han sido de valor inestimable, como los ensayos de Carlos Díaz-Alejandro, William P. Glade, Albert O. Hirschman, John Sheehan, Raúl Prebisch, Celso Furtado, Osvaldo Sunkel, Aldo Ferrer, Aníbal Pinto, Fernando Henrique Cardoso, Felipe Pazos, José Antonio Mayobre y Tulio Halperin Donghi. En su tiempo fueron textos importantes y útiles los de Jean-Marie Martin y Denis Lambert, de la Universidad de Lyon. Más recientemente, merece mención especial el libro de Victor Bulmer-Thomas (1989), de la Universidad de Londres, y el estudio de Rosemary Thorp (1998), de la Universidad de Oxford, patrocinado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). A todos ellos expreso reconocimiento, así como a los valiosos informes de la propia CEPAL, el Banco Mundial y el BID, y a las muchas monografías sobre temas particulares y sobre determinados países. Los recientes cálculos revisados del producto interno bruto (PIB), total y por habitante de 184 países y territorios, en dólares de poder adquisitivo constante hechos para la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) por Angus Maddison (2001, 2003) me han permitido hacer nuevas comparaciones internacionales de los niveles generales de ingreso y de productividad de los países de la región latinoamericana, con conclusiones asombrosas.

En el propio Colegio de México tuve entre 1988 y 1990 la colaboración invaluable de Francisco Giner de los Ríos y Díez-Canedo, y me estimuló la respuesta entusiasta de los estudiantes del Centro de Estudios Internacionales a los temas de seminario que les planteamos. Agradezco, por último, a El Colegio de México y a mis sucesores en la presidencia el haberme permitido, en mi calidad de profesor-investigador emérito, dedicar mi tiempo a éstas y a otras tareas de interés.

La responsabilidad de este texto y la originalidad que puedan tener mis interpretaciones son, por supuesto, mías. Estoy consciente de que cada economista de un país de la región latinoamericana tiende a ver los problemas de la región desde sus conocimientos locales y con el prisma y el prejuicio de sus propias mentalidad y cultura. Así por ejemplo, Prebisch fue un latinoamericano argentino, Herrera fue chileno, Pazos cubano, Mayobre venezolano, Lleras Restrepo colombiano, Furtado es brasileño y a mí me tocó ser mexicano. No se ha encontrado todavía un latinoamericano de cepa que se asemeje a los actuales europeos de la Unión Europea, por ejemplo, a Jacques Delors.

Debo advertir que en 1982 se inició mi pérdida de optimismo acerca del desarrollo latinoamericano, sobre todo por las consecuencias del brutal endeudamiento externo ocurrido entre el corto periodo de 1973 a esa fecha. En 1982, en una conferencia sustentada en la Universidad de Miami, bajo los auspicios del Instituto de Estudios Latinoamericanos, expresé algunas de mis dudas y reservas (Urquidi, 1983a). Ni de la publicación de la misma en un folleto en inglés ni del texto en español en El Trimestre Económico (Urquidi, 1983b) surgió absolutamente el menor comentario de nadie, mucho menos de mis amigos de la CEPAL. O estaba yo totalmente equivocado o tocaba yo un renglón de crítica que nadie quería escuchar, como suele suceder. Nada más peligroso que rehusarse a ver nuevas y complejas perspectivas; nada más negativo que creer que toda época pasada fue óptima y encerrarse en los abundantes mitos latinoamericanos. Nada peor que aislarse de las nuevas corrientes de la economía y la sociedad mundiales y dejarse llevar por la inercia de los acontecimientos actuales, sin prepararse para el futuro real y no para el de buenas intenciones y caras ilusiones de origen histórico. La región latinoamericana, hoy fraccionada y con grandes asimetrías internas, no puede a mi juicio tratarse como un gran conjunto, sino en forma de análisis subregionales y con atención en las características especiales de determinados países.

Más aún, mi propuesta como título de Otro siglo perdido ha surgido del propio análisis que he hecho al verificar con los más recientes datos (Maddison, 2001, 2003) que la región latinoamericana y la mayoría de sus países integrantes se quedaron rezagados a partir de 1950 en el desarrollo mundial, respecto a otras regiones, como el sudeste de Asia (salvo África, lo que no es consuelo). En la región latinoamericana se han sentido en forma acusada el lastre colonial y el del siglo XIX, y ha contribuido asimismo la falta de políticas de desarrollo congruentes y de visión del futuro en el XX.2

Por último, agradezco a mis ayudantes, sucesivamente proporcionados por el Sistema Nacional de Investigadores, Nora Esquivel, Mario Santaella, Pablo de Tarso Hernández, Mauricio Ugalde, Javier Becerril y Darcí Flores, así como los asistentes asignados por El Colegio de México y el Fideicomiso Historia de las Américas: Dulce C. Mendoza y Érika Sandoval, las tareas de apoyo estadístico y bibliográfico que contribuyeron a dar precisión a los textos y a evitar posibles errores. Y en la etapa final de revisión dejo testimonio de la muy eficaz colaboración de Alfonso Mercado García.

VÍCTOR L. URQUIDI

El Colegio de México

Marzo de 2004

I. INTRODUCCIÓN Y CONSIDERACIÓN GENERAL

1. El resurgimiento de las economías de la región latinoamericana en la posguerra. 2. El endeudamiento externo a partir de los años setenta. 3. El desenlace: los reajustes incompletos o imposibles. 4. ¿Cómo definir la economía de la región latinoamericana? 5. Integración económica y desarrollo de la región latinoamericana. 6. Las relaciones externas de las economías de la región latinoamericana.

1. EL RESURGIMIENTO DE LAS ECONOMÍAS DE LA REGIÓN

LATINOAMERICANA EN LA POSGUERRA

Concluida la depresión profunda del comercio internacional a mediados de los años treinta y transcurrido el periodo de la segunda Guerra Mundial, la mayoría de los países latinoamericanos pudo resurgir, al principio con lentitud, a una etapa sin precedente de crecimiento sostenido. Durante los años cincuenta y sesenta y aun una parte de los setenta, o sea casi 30 años, la región latinoamericana experimentó constante expansión económica, expresada en aspectos importantes de modernización e industrialización, con incorporación de nuevas tecnologías, mejoramiento de la agricultura comercial, y ampliación extensa de la infraestructura y de las comunicaciones internas. Al mismo tiempo, el volumen de comercio exterior se incrementó con rapidez y se perfiló una nueva estructura de participación en la economía mundial y de interacción con ella. El desarrollo se concibió casi sin excepción como un proceso que debía comprender el cambio social y el mejoramiento del bienestar humano. Se alcanzaron metas cada vez más elevadas de avance social, sobre todo en materia de educación, vivienda, salud y consolidación urbana. Aunque en bastante menor medida y no en todos lados, mejoraron asimismo las condiciones de la vida rural, ayudadas por la mayor intercomunicación.

El año de 1973 fue significativo por ser el último de un largo periodo de prosperidad iniciado en 1950 y por haberse producido ese año la gran convulsión del mercado internacional del petróleo como resultado de acciones emprendidas por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Se cuenta con cifras que permiten considerar los niveles del PIBper capita alcanzados por los países de la región latinoamericana en 1950 y 1973 en comparación con los de otras áreas geográficas,1 y calcular las tasas medias de incremento de dichos niveles entre 1950 y 1973.

La mayor parte de los países de la región latinoamericana y del Caribe, bajo esta metodología estadística, habían alcanzado en 1973 la categoría de naciones en etapa de “desarrollo intermedio”. Así, un grupo de 10 países de la región, comprendidos en los niveles más altos, registraba un producto per capita entre 4 000 y 11 000 dólares: en orden descendente, fueron Venezuela, Trinidad y Tabago, Argentina, Chile, Uruguay, México, Costa Rica, Panamá, Jamaica y Perú (véase el cuadro I.1 al final de este capítulo).

Sin embargo, estos países integrantes del grupo con los indicadores más altos en la región latinoamericana no llegaban con mucho a los niveles de los países de economía altamente desarrollada, aun cuando Venezuela se acercaba. Aun así, Venezuela si bien excedía el nivel per capita de España, que entonces era relativamente bajo, alcanzaba un coeficiente de 0.93 respecto a Japón, pero reportaba apenas 0.64 en relación con el de los Estados Unidos y 0.81 con el de Francia (véase el cuadro I.1.) Se entiende que se comparan promedios nacionales, sin atención a la distribución interna del PIB ni a la distribución por niveles internos de ingreso.

El resto del grupo mayor de la región latinoamericana se situaba en niveles per capita inferiores al de los países desarrollados con PIBper capita mediano y bajo. Por ejemplo, Argentina, con un producto per capita de 7 962 dólares en 1973, estaba apenas al 0.48 del de los Estados Unidos, al 0.61 del de Francia y al 0.70 del de Japón, aun cuando equivalía al 1.04 del de España. México, con per capita de 4 845 dólares, estaba apenas al 0.29 del de los Estados Unidos, al 0.37 del de Francia y al 0.42 del de Japón. Es más, México alcanzaba un coeficiente per capita de 0.63 del de España y Grecia, 0.71 del de Irlanda y 0.69 de Portugal, que eran entonces países rezagados en Europa occidental; el de México, por otra parte, fue inferior al de Rusia, Hungría y Polonia y rebasaba apenas el de Turquía (véase el cuadro I.1).

Los países de nivel medio per capita en la región latinoamericana en 1973, entre 2 000 y 4 000 dólares internacionales por habitante, fueron, en orden descendente, Perú, Brasil, Colombia, Ecuador, Guatemala, Nicaragua, Bolivia, El Salvador, Cuba, Paraguay y República Dominicana; sin embargo, estas 11 economías no llegaban en su mayoría ni al nivel de España. Por ejemplo, el PIBper capita de Brasil era el 0.69 del de Hungría, el 0.55 del de Portugal y el 0.51 del de España, con diferencias mucho mayores con los Estados Unidos, el 0.23; Francia, el 0.30 y Japón el 0.34. Brasil sólo superaba en este grupo al de Turquía, con un coeficiente de 1.12 (véase el cuadro I.1).

En África, el único país con nivel per capita comparable con el grupo mayor de la región latinoamericana fue Sudáfrica, de alrededor de 4 175 dólares internacionales, cercano al de México.

En el grupo de la región latinoamericana los dos países situados al nivel más bajo —Honduras y Haití— estaban en cifras más o menos comparables con las de países como Nigeria y Egipto (véase el cuadro I.1). El PIB por habitante de Honduras alcanzaba apenas el 0.10 del de los Estados Unidos, el 0.23 del de Portugal o el 0.31 del de Polonia. Era entonces superior, sin embargo, al de China y al de la India, con coeficientes de 1.96 y 1.92.

La comparación de cifras de 1950 y 1973 indica además que las economías de la región latinoamericana se estaban ya rezagando en relación con países de otras regiones, en parte porque su población aumentaba con mayor rapidez. Sólo Argentina, Trinidad y Tabago y Venezuela acusaron indicadores de incremento medio del PIBper capita más elevados que, por ejemplo, los de España, Portugal e Irlanda. Entre 1950 y 1973, el PIBper capita en 22 países de la región latinoamericana (excluyendo 21 territorios isleños pequeños y Puerto Rico)2 registró una tasa media anual que sólo en seis casos excedió de 3%: Jamaica (5.06%), Trinidad y Tabago (3.81%), Brasil (3.73%), Panamá (3.52%), Costa Rica (3.49%) y México (3.17%) (véase el cuadro I.2 al final de este capítulo). Adviértase la similitud de estos casos, siendo el dato mayor de Jamaica explicable por venir de un nivel muy bajo en 1950.

En otros seis países, el PIBper capita aumentó entre 2 y 3% anual: República Dominicana (2.95%), Nicaragua (2.61%), Ecuador (2.50%), Perú (2.45%), Colombia (2.13%) y Argentina (2.05%).

Entre los 10 países restantes, los crecimientos por habitante, durante 23 años, 1950-1973, registraron una tasa media de apenas 1 a 2% en cinco casos: El Salvador (1.99%), Guatemala (1.89%), Venezuela (1.55%), Chile (1.26%) y Paraguay (1.10%); tasa de 0 a 1% en cuatro casos: Honduras (0.98%), Bolivia (0.90%), Cuba (0.40%), Uruguay (0.28%), y tasa media anual negativa en un país: Haití (- 0.16%).

En cambio, en Asia y algunos países de Europa, las tasas de incremento del PIBper capita fueron mayores que las de la región latinoamericana en general. Por ejemplo, entre 1950 y 1973, la economía de la isla de Taiwán elevó su producto per capita a razón de 6.7% como media anual; Corea del Sur, a 5.8%; Hong Kong a 5.2%; Singapur a 4.4% y aun China a 2.9%, Filipinas a 2.7%, e Indonesia a 2.6%. Un conjunto de 16 países del Asia “emergente” registró crecimiento anual medio del PIBper capita de 3.8%, tasa alcanzada por sólo un país con alto nivel de ingreso per capita de la región latinoamericana y del Caribe: Jamaica, como puede apreciarse en el cuadro I.2. No son, las de Asia, economías ni sociedades semejantes en rigor a las de la región latinoamericana, pero tuvieron indudablemente un fuerte impulso, que las latinoamericanas en general no alcanzaron.

Si se hace una comparación con los países de Europa oriental en el mismo periodo de 1950-1973, cuando formaban parte del sistema económico y político de la Unión Soviética, se encuentra que en su conjunto la tasa de incremento medio anual del PIB por habitante de estos países fue de 3.79%, siendo la de la ex Unión Soviética de 3.36%, por debajo del promedio de los 16 países del Asia “emergente”.3

Entre los de Europa occidental (16 países), las tasas de incremento del PIBper capita de cuatro de ellos —Grecia, España, Portugal, Alemania— fueron superiores a 5%; de cuatro países —Italia, Austria, Finlandia, Francia— fueron entre 4 y 5% anual; de seis países —Bélgica, Países Bajos, Noruega, Suiza, Dinamarca, Suecia e Irlanda— fueron entre 3 y 4%, y sólo de un país —el Reino Unido— fueron inferiores a 3% (2.42%) (Maddison, 2001, p. 186). O sea, la mayoría excedió su tasa media de crecimiento entre 1950 y 1973 a la de los países de la región latinoamericana.

De lo anterior se verifica que durante el periodo citado de 23 años, 1950-1973, la región latinoamericana se rezagó en crecimiento del PIBper capita tanto respecto a los países de Asia, como a los de Europa oriental y Europa occidental. Desde el punto de vista histórico y por sus consecuencias en otros órdenes, el político y el social, es un hecho que debe tenerse siempre presente. A partir de 1973, sin embargo, se registran grandes aumentos del PIBper capita en algunos países de la región latinoamericana por la producción y los precios del petróleo (en algunos casos, otras materias primas), mientras que en otros, afectados por el alza del precio del petróleo y otros factores, el producto per capita se estancó, descendió o se elevó en proporción apenas mínima (véase el capítulo VII.) El año de 1973 vino a ser, en retrospectiva, un importante parteaguas.

En las economías de la región latinoamericana, durante la posguerra y después, había prevalecido fuerte desigualdad de ingresos, y, con escasas excepciones, ésta no se había reducido en más de 40 años (este tema se trata en el capítulo XI). Muchos de los problemas del desarrollo se habían agudizado y se descubría que sus orígenes eran más profundos que los supuestos al inicio del periodo. El cambio estructural atribuible a la industrialización y a la creación de sectores modernos en la propia industria, así como en la actividad agropecuaria y los servicios comerciales, financieros, de transporte y aun en la administración pública no redujo en proporción significativa los coeficientes de miseria. Tampoco generó un desplazamiento pronunciado hacia actividades económicas de alta productividad. En consecuencia, dicho cambio no contribuyó lo suficiente para colocar a América Latina en una trayectoria nueva que condujera al crecimiento y al desarrollo sostenido a largo plazo.

Considerada sector por sector, la economía de los países de la región latinoamericana se construyó sobre un delgado estrato de empresas modernas y productivas, mientras la gran mayoría permaneció en estado ineficiente y de baja productividad, de pautas tradicionales. Ello explica en gran medida que a principios del decenio de los ochenta, aparte de nuevos problemas surgidos en los años setenta, una proporción elevada de la población latinoamericana, en particular en las ocupaciones rurales, se encontrara aun a un nivel de ingresos inferior a la llamada línea básica de pobreza. Ésta se ha definido, a nivel familiar, como un monto de ingresos apenas suficiente para permitir hacer frente a la alimentación y otros gastos cotidianos en bienes y servicios, sin capacidad para mejorar las condiciones de vida ni de efectuar ahorros familiares. Dentro de este gran margen de pobreza social existe todavía otro, el de la pobreza extrema, la de familias caracterizadas por no disponer de ingreso suficiente aun para la alimentación básica, sobre todo en las áreas rurales (véase el capítulo XI).

A poco de iniciarse el decenio de los años sesenta, la perspectiva en la región latinoamericana parecía ser muy favorable. Se formulaban planes generales para el desarrollo futuro, estimulados a partir de 1964 por el apoyo que brindaría la Alianza para el Progreso como expresión de la política de cooperación regional de los Estados Unidos. Acababa de establecerse el BID en 1961 y se disponía de otras fuentes de capital externo en forma de créditos a mediano y a largo plazos, del Banco Mundial y otras instituciones; también se preveía mayor volumen de inversión extranjera directa. Se sentía en la región, sobre todo en los países mayores, el empuje del proceso de desarrollo.

Además, había surgido la visión de un sistema económico integrado, como en Europa occidental, que pudiera conducir en su primera etapa a una amplia zona de libre comercio, y al final a un mercado común latinoamericano que contribuiría a acelerar la industrialización como motor del cambio económico y social. Argentina, Brasil, Colombia, Chile, México —con otros cinco países menores: Bolivia, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay— habían firmado en 1960 el Tratado de Montevideo por el que se creaba la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC). Venezuela se adhirió con posterioridad. Las naciones del Istmo Centroamericano, por su parte, culminando una etapa iniciada en 1951, habían organizado en 1958 y 1960 su propio sistema de libre comercio y mercado común, y las integrantes del Pacto Andino (Acuerdo de Cartagena) iniciaban un proceso de integración comercial e industrial. Entre los territorios ya independientes del Caribe y zonas contiguas que habían sido colonias británicas se puso también en marcha un proceso de creación de una zona de libre cambio denominada Carifta (Asociación del Libre Comercio del Caribe), creada en 1973, que evolucionó hacia un mercado común, Caricom (Mercado Común del Caribe), en 1991 (Maddison, 1986, parte II; Urquidi y Vega Cánovas, 1991, p. 51).

No obstante, para finales de los años ochenta, poco quedaba de aquellos planes y programas de desarrollo y de integración económica regional o subregional, y la perspectiva había dejado de ser favorable.4 Los años setenta habían resultado ser un periodo de fuertes desequilibrios internos y externos, no previsibles, que rebasaron los márgenes acostumbrados de fluctuación y descompensación. Fue cada vez más difícil administrar estos desequilibrios debido a la debilidad de los sistemas tributarios, a la falta de congruencia en las políticas económicas, financieras y monetarias, al volumen excesivo de endeudamiento externo y del monto correspondiente de servicio anual, y a la pérdida de confianza externa en las capacidades de los propios países de la región latinoamericana. A ello se añadió la pérdida paralela de confianza por parte de los sectores empresariales internos.

En la economía mundial en 1973 se habían elevado considerablemente los precios del petróleo crudo y de los cereales, siendo muchas de las economías de la región latinoamericana deficitarias en ambos. Los distintos países de la región resultaron afectados de diversa manera según fueran exportadores netos o importadores netos de petróleo y granos. Las fluctuaciones monetarias y financieras fueron de tal magnitud que los organismos financieros internacionales, entre ellos el FMI y el Banco Mundial, quedaron rebasados, careciendo de respuesta oportuna a la compleja serie de nuevos fenómenos.

2. EL ENDEUDAMIENTO EXTERNO A PARTIR DE LOS AÑOS SETENTA

A partir de 1973, se generaron excedentes enormes de divisas en los grandes países petroleros del Oriente Medio y Asia Occidental, así como en algunos países de Asia sudoriental y África. En la región latinoamericana destacaron Venezuela, México, Ecuador y Trinidad y Tabago. Por otro lado, el creciente déficit comercial de los Estados Unidos había colocado ya desde 1971 en manos de la banca comercial de la mayor parte de los países desarrollados, incluidos Japón y los de Europa occidental, gigantescas sumas de dinero, llamadas eurodólares. A eso se sumó en 1973 un enorme volumen de fondos financieros —los llamados petrodólares— que fue reciclado con prontitud a los países prestatarios sedientos de capital a cualquier precio para sus programas de desarrollo o para cubrir su déficit comercial. En general, los países de la región latinoamericana no tuvieron éxito en sus intentos de absorber los efectos de las súbitas fluctuaciones de origen externo, y no pudieron evitar caer en grandes déficit fiscales y en excesos de expansión monetaria. Se incrementó con extraordinaria rapidez la deuda pública externa de los países de la región. En 1960, ésta era de poca monta en su conjunto: 5.9 miles de millones de dólares. No significaba una severa carga para la economía de los países, ya que representaba en promedio 5.4% del producto nacional bruto (PNB), con excepción de Bolivia, donde la relación era de 22.5%. Tampoco existía problema grave alguno para cubrir el servicio de la deuda pública, que no pasaba de 600 millones de dólares al año. Destacaba Brasil con una deuda pública externa de 2.2 miles de millones de dólares. Ninguno de los demás llegaba a 1 000 millones de dólares (Argentina, 987 millones de dólares; México, 827 millones de dólares y Chile 456 millones de dólares) (véase el cuadro VI.2 al final del capítulo VI).

En 1970, la deuda pública externa total de los países en vías de desarrollo fue de 45 miles de millones de dólares, y dentro de ese total la deuda pública acumulada de los países de la región latinoamericana alcanzó 15.8 miles de millones de dólares, o sea, 2.7 veces su monto en 1960. Para 1973, año del alza de los precios internacionales del petróleo crudo, que fue el principal parteaguas, la deuda pública había ascendido en sólo tres años a 27.5 mil millones de dólares, o sea en 70.7%, para alcanzar un total de 1.7 veces el de 1970. En 1973 la relación entre el pago del servicio de la deuda pública externa y el total de las exportaciones de bienes y servicios había subido de 13.5 en 1970 a 14.2% en 1973, mientras que la relación de los intereses respecto a las exportaciones de bienes y servicios había aumentado de 4.2 a 4.7% en estos tres años. A partir de 1973, la deuda externa creció a niveles enormes y sin precedentes respecto al tamaño de la economía y la captación de divisas vía la exportación de los países (véase el cuadro VI.2).

De 1973 a 1980, la progresión continuó acelerada. La deuda pública externa de los países de la región se elevó a 130.4 miles de millones de dólares (cuadro VI.2), que representó 4.7 veces el monto de 1973 y 8.3 veces el de 1970. La deuda externa total (pública y privada) de la región creció de 32.5 miles de millones de dólares en 1970 a 242.7 miles de millones en 1980 (véase el cuadro VI.3 al final del capítulo VI); es decir, llegó a representar 7.5 veces la cifra de 10 años atrás. Algunos países rebasaron con mucho este indicador promedio: Venezuela, 20.6 veces; Ecuador, 16.5 veces; Honduras y Panamá, 13 veces; y Brasil, 12.5 veces. Varios lo excedieron aunque en menor grado: Nicaragua, 10.8 veces; Guyana, 10.1 veces; Costa Rica, 9.6 veces; Paraguay, 8.5 veces; México y Trinidad y Tabago, 8.2; y Haití, 8.1 veces. El Salvador, Guatemala y República Dominicana multiplicaron su deuda externa “apenas” entre 5 y 7.5 veces en esos 10 años (véanse el cuadro VI.4 y la sección “a” de la gráfica VI.2 al final del capítulo VI). En el caso de Ecuador y Venezuela, países exportadores de petróleo, los intereses sobre la deuda representaron en 1980 alrededor de 15% de las exportaciones de bienes y servicios, y el servicio de la deuda entre 27 y 34%. En el caso de México, los intereses alcanzaron 25% de las exportaciones de bienes y servicios, y el pago del servicio de la deuda 44%. Puede uno preguntarse cuál fue la estrategia de las autoridades hacendarias de los países de la región.

La estrategia consistió, por desgracia, en seguirse endeudando en los años ochenta y continuar haciéndolo entre 1990 y 2000, no obstante los rigurosos ajustes impuestos por el FMI y el llamado Consenso de Washington. En 1990 la deuda total de la región se elevó a 444 miles de millones de dólares, en gran parte por efecto del endeudamiento de Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, México, Perú y Venezuela (cuadro VI.3). Para fines de 2000 se moderaron algunos incrementos de deuda, pero entre 1990 y 2000 destacó con mucho el aumento de la deuda externa de Argentina, seguido por Brasil, Colombia, Chile, El Salvador y Uruguay (véase la sección “c” de la gráfica VI.2). El total regional ascendió a 752 miles de millones de dólares, o sea, 1.7 veces el nivel de 1990 (cuadros VI.3 y VI.4). En 2000, los intereses en relación con la exportación de bienes y servicios (sin considerar las exportaciones brutas de maquila de México) fueron de 11% en conjunto; y en algunos países, bastante más, por ejemplo, Argentina, 30.1%; Brasil, 24.6%, y Perú y Uruguay, 14.3% (véase el cuadro VI.3).

La deuda externa total de la región latinoamericana se multiplicó 23 veces en las tres décadas transcurridas de 1970 a 2000. Destaca el crecimiento de la deuda de Honduras que en 2000 representó 50 veces el monto de 1970; Brasil, 42 veces; Ecuador, 38 veces; Nicaragua, 34 veces; Panamá, 31 veces; Paraguay, 28 veces; Guatemala, Haití, Trinidad y Tabago y Venezuela, 27 veces, así como Argentina, 25 veces. En algunos países la deuda externa se multiplicó “apenas” en el promedio de la región durante estos 30 años: Uruguay, 23 veces y El Salvador y México, 22 veces (véanse el cuadro VI.4 y la grafica VI.2). En términos más específicos, en referencia a la deuda pública externa de la región en el conjunto de los 27 años transcurridos entre 1973 y 2000, se multiplicó 14.3 veces. Sobresalió el caso de Honduras, 37.3 veces, seguido de Ecuador, 33.7 veces; Argentina, 31.1 veces; Guatemala, 27.4 veces; El Salvador, 26 veces; Haití, 25.3 veces; Venezuela, 18.2 veces; Uruguay y Nicaragua, 16 veces; México, 14.6 veces. Si esto no representó un lastre para el desarrollo, por lo menos amenazó convertirse en soga al cuello para muchos de los países, grandes y pequeños, que seguirá pesando en el siglo XXI (véanse el cuadro VI.2 en el capítulo VI y el texto del capítulo XII).

La mayor parte del nuevo endeudamiento se creó a plazos relativamente cortos y al final aun muy breves, siendo obtenido de bancos comerciales en todo el mundo, a tasas de interés elevadas y en condiciones con frecuencia desfavorables. Ni los prestamistas ni los deudores atendieron con suficiente acuciosidad el uso que se daría a los préstamos, ni previeron de manera adecuada la perspectiva y las condiciones generales en que tendría que darse la amortización de los mismos, ni siquiera el servicio de intereses que debía cubrirse.

Muchos de los gobiernos latinoamericanos, incluso los países de la región dotados de grandes recursos exportables y aquellos cuya exportación de manufacturas empezaba a dinamizarse, llegaron a la necesidad extrema, en 1981-1982, de negociar nuevos créditos con el fin de pagar intereses sobre los precedentes, además de contribuir a amortizarlos; se dieron casos en que se obtuvieron miles de millones de dólares, a cualquier precio, pagaderos al día siguiente. La ruta hacia una virtual bancarrota no se vislumbró en las altas esferas del poder, o bien quedó oculta en la euforia de esos tiempos, y se reconoció demasiado tarde y con poco tino. Los organismos financieros internacionales, a los que se atribuye mucho poder, no fueron capaces de influir, mucho menos de intervenir. En tales circunstancias, el decenio de los años ochenta se inició con una crisis de endeudamiento externo de naturaleza y dimensión jamás conocidas que constituyó otro parteaguas en la evolución económica y social general, con efectos negativos inmediatos y otros más lejanos.

La crisis de los años ochenta fue distinta de la de los años treinta, cuando el comercio de exportación había disminuido fuertemente en todo el mundo. En 1930 la deuda externa acumulada de los países latinoamericanos en el decenio anterior, o en algunos casos desde el siglo XIX, había sido un compromiso con individuos tenedores de instrumentos de la misma (en su mayor parte bonos), habitantes de los países más desarrollados, con los que ni siquiera se tenía contacto directo; no fue una deuda contraída con bancos. En sus orígenes, en el siglo XIX, algunas de esas deudas carecieron de características públicas definidas, aun de legitimidad, o tuvieron objetivos dudosos, y con frecuencia las casas emisoras en Londres y otros centros descontaban como comisión de 10 a 40% del valor nominal de la deuda.

Gran parte de la deuda histórica se había formado en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, habiéndose añadido en este último periodo emisiones hechas por algunos países. En buena medida, aprovechando circunstancias económicas y políticas de la segunda Guerra Mundial, desde comienzos de los años cuarenta empezó a renegociarse una parte de la deuda insoluta y a restructurarse, a veces con capitalización de intereses adeudados. En los años treinta, los países de origen de los tenedores de la deuda que habían invertido en documentos financieros latinoamericanos estaban enfrascados en problemas internos derivados de la caída de las bolsas, y en los relativos a los ajustes de las deudas europeas y otras, así como en diversas crisis de las monedas. Se consideró entonces que las moratorias latinoamericanas no amenazaban la estabilidad del sistema financiero internacional, por más descontentos que hubiesen estado los tenedores de los bonos. En los ochenta, en cambio el sistema financiero internacional entró en estado de pánico.

En la posguerra de 1946, al haberse creado nuevas y novedosas instituciones financieras internacionales, se pudieron negociar de modo más general reajustes definitivos de algunas de las deudas externas del siglo XIX y posteriores. Los Estados Unidos habían establecido un requisito fundamental: el de estar al corriente en el servicio de la deuda externa para poder hacer uso de los recursos crediticios a largo plazo que pudiera proveer el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (hoy Banco Mundial) creado en la Conferencia de Bretton Woods de 1944, que inició actividades precisamente en 1946. Este requisito se aplicó incluso a Gran Bretaña. Por igual fue preciso cumplir con los lineamientos de política monetaria previstos en el Convenio del FMI, el organismo paralelo creado en la misma fecha, especialmente en el sentido de llegar a establecer la plena convertibilidad de las monedas. Para entonces, pasados los primeros ajustes de reconversión de economías de guerra a situaciones de supuesta normalidad, empezaron a registrarse signos moderados de recuperación y nueva prosperidad en algunos países de la región latinoamericana, en paralelo con los avances en Europa occidental, apoyados en el Plan Marshall que aprobó el Congreso de los Estados Unidos en 1948 y que la administración estadunidense puso en marcha con rapidez.

Respecto al endeudamiento externo que caracterizó a los países de la región latinoamericana a fines de los años setenta y comienzos de los ochenta, fue paradójico (a diferencia de lo que había ocurrido en los años treinta) que los países industriales desarrollados continuaran experimentando crecimiento económico sin sufrir ningún descalabro grave de producción o en el sector financiero, si bien en algunos casos su dinámica fue menos intensa pues les había afectado en forma negativa el aumento pronunciado de los precios del petróleo crudo a partir de 1973 (véase la gráfica VIII.1 al final del capítulo VII). El valor del comercio mundial continuó aumentando, aun cuando estaba influido en buena medida precisamente por las exportaciones petroleras, y se generó una nueva composición mundial del intercambio, con mayor participación de manufacturas y, en cuanto a territorios, con mayor comercio recíproco entre los países industrializados. En la región latinoamericana, había pocas manufacturas para exportar, salvo en unos cuantos países, y en varios las monedas estaban sobrevaluadas. Por añadidura, los precios de los productos básicos de los que mucho dependían los ingresos en divisas de la mayor parte de los países, dejaron de ser favorables, salvo recuperaciones de poco alcance y duración en algunos de ellos. Entre 1970 y 1985, los precios de exportación del cobre, el estaño, el trigo, el azúcar, el cacao y el algodón descendieron; el del café no mejoró, y el del petróleo crudo se derrumbó (al final de ese periodo, en particular de 1986 a 1989) (Thorp, 1998, Apéndice Estadístico, cuadro VI.4 y gráfica VI.1).

Por otra parte, entre 1970 y 1990, la relación de precios del intercambio (precios medios de la exportación entre precios medios de las importaciones) declinó 33%, aun si se excluye del cálculo el petróleo crudo, que también experimentó descenso. Influyó asimismo la elevación en promedio de los precios de muchas de las manufacturas y los productos intermedios importados, así como los de maquinarias sencillas y otras de mediana complejidad. Además, los costos del financiamiento bancario de equipo y otros renglones de comercio, así como de los seguros y otros servicios, también aumentaron. Los países más afectados por el descenso de la relación de precios del intercambio fueron: Chile (–52%), Guatemala (–50%), Brasil (–40%), Argentina (–37%), El Salvador (–36%) y República Dominicana (–22%). En cambio, para algunos, debido a que eran predominante o parcialmente exportadores netos de petróleo crudo, la relación de precios del intercambio se elevó, por ejemplo: Venezuela (361%), México (102%), Ecuador (91%) y Colombia (22%). En el primero, el petróleo crudo pesó enormemente en el cálculo del índice; en los demás, había otras exportaciones de importancia (Thorp, 1998, p. 279). Los incrementos de la relación de precios del intercambio de estos países no beneficiaron a los demás países de la región, por ser éstos importadores de petróleo y de granos, así como exportadores de productos básicos cuyos precios se debilitaron. Por ello, una cifra promedio para el conjunto de la región latinoamericana carecería de sentido analítico.

Durante el periodo 1973-2000, la economía mundial creció a una tasa media anual de 3.10%.5 En los Estados Unidos, el PIB aumentó a 3.04% anual, en Europa occidental de 12 países a 2.10% y en Japón a 2.87%, lo que ejerció influencia moderadamente positiva en el conjunto de los países exportadores, entre ellos los países en vías de desarrollo. Sin embargo, el efecto fue menor en los países que habían registrado fuertes incrementos de su endeudamiento externo, como los de la región latinoamericana. Más aún, a partir del descenso de los precios del petróleo crudo durante 1981-1982, así como del de otros productos básicos, la mayor parte de la nueva deuda externa vigente de los países latinoamericanos quedó amenazada de suspensión de pagos o moratoria. Los principales deudores no tenían capacidad o posibilidad de incrementar sus exportaciones para cubrir sus obligaciones financieras inmediatas. Durante el mismo periodo 1973-2000, la tasa media de crecimiento anual del PIB del conjunto de la región latinoamericana y del Caribe fue de 2.96% (Maddison, 2003, cuadro 4b, p. 140), muy cercana a la de la economía mundial (cálculo realizado con datos de Maddison, 2003, cuadro 7b, p. 233). Sin embargo, la cifra del conjunto no se presta para un buen análisis, por lo que se deben tener en cuenta las cifras de los principales países, a saber: en Argentina, la tasa media de aumento anual en el periodo fue de 1.75%, en Brasil de 3.34%, en Colombia de 3.46%, en Chile de 4.10%, en México de 3.59% y en Venezuela de 1.68%.

Entre 1990 y 2000 hubo estancamiento o retroceso en varios países, con las siguientes tasas de crecimiento anual del PIB: 0.57% en Jamaica, –0.05% en Ecuador, –0.83% en Haití y –1.44% en Cuba. La tasa media de crecimiento del PIB de los seis principales países de la región latinoamericana fue como se expresa a continuación: Argentina, 4.19%; Brasil, 2.75%; Colombia 2.43%; Chile, 5.90%; México, 3.44%; y Venezuela de 2.12%.

Sin embargo, las tasas de incremento medio anual por habitante permiten percibir mejor esa evolución: entre 1973 y 2000, Argentina, 0.26%, Brasil, 1.34%, Colombia, 1.40%, Chile, 2.47%, México, 1.49% y Venezuela, –0.86%. Como es evidente, varios de los países importantes del conjunto de la región latinoamericana entraron en periodos de estancamiento. Entre 1990 y 2000, periodo de lento crecimiento, Argentina registró una tasa media de 2.87%, Brasil de 1.22%, y México, de 1.67%. Sólo destaca Chile, con 4.39% (véase el cuadro I.2).

Cabe señalar, además, que en el periodo de 1990 a 2000 se redujeron en diversos países las tasas de crecimiento del PIBper capita. Tales son los casos de Venezuela que tuvo una tasa de crecimiento anual de 0.12%, Honduras con una tasa anual de 0.45%, Colombia con 0.52%, México con 1.67% y Nicaragua con 0.69%. Otros países tuvieron un retroceso, como Haití, que tuvo una tasa de crecimiento anual de –2.48%, Ecuador –2.27%, Cuba –1.98%, Paraguay –0.86% y Jamaica –0.17%. Fue un decenio de estancamiento.

Otra forma de comprobar el rezago de la región latinoamericana a partir de 1973 es que el total de sus exportaciones de bienes expresadas en volumen, si bien aumentó, se tradujo, por el debilitamiento de los precios de las exportaciones, en ingresos en divisas de aumento moderado. El valor total de las exportaciones latinoamericanas de bienes en 1980 alcanzó apenas 92 090 millones de dólares, o sea, 2.4% de la exportación total mundial.6 En 2000 las exportaciones totales de bienes registraron 360 000 millones de dólares, que ya para entonces incluyeron el valor bruto de las exportaciones de maquila mexicana que representaron 54.6% de ese total. El gran total de la región latinoamericana representó a su vez 11.6% del comercio mundial. En el caso de México las exportaciones representaron 46.4% del total de la región, incluida la maquila, que conviene considerar aparte y que sobrepasa al resto de las exportaciones de manufacturas. En 2000 México exportó 166 460 millones de dólares; Brasil, 55 090 millones; Venezuela, 33 040 millones; Argentina, 26 410 millones; Chile, 19 240 millones; Colombia, 13 620 millones; Perú, 7 030 millones; Panamá, 5 839 millones; Costa Rica, 5 810 millones y República Dominicana, 5 740 millones (véase el cuadro VI.1).