Pablo Iglesias - Gustavo Vidal Manzanares - E-Book

Pablo Iglesias E-Book

Gustavo Vidal Manzanares

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Beschreibung

Nacido y muerto en la más absoluta miseria, la infatigable lucha política de Pablo Iglesias mejoró indudablemente la calidad de vida de los españoles de su época, y de la nuestra. La vida de Pablo Iglesias Posse es un ejemplo de humildad y de honradez que es difícilmente superable por la vida de cualquier otro líder político español de su época. Lamentablemente la mayoría de las obras dedicadas al movimiento obrero en España y a los integrantes de esa época o son muy generalistas y tratan el movimiento obrero de un modo superficial, o son muy específicas y engloban periodos de tiempo muy concretos o datos muy específicos de las personalidades implicadas. La obra de Gustavo Vidal Manzanares pretende ser una síntesis de una obra histórica sobre la prehistoria del movimiento obrero español y una biografía sobre una de las personalidades políticas más importante e influyente del S. XX español. Pablo Iglesias nos traslada, de un modo didáctico, comprensible y con un estilo ágil, la vida del político de El Ferrol. Nacido en la más absoluta miseria, en su infancia tuvo que mendigar, fue criado en un hospicio y vio morir a su hermano de tuberculosis, no obstante, fue un ejemplo de honradez y de lucha con el fin de que que ningún español más sufriera las penurias que él había sufrido. Pero la obra de Gustavo Vidal no sólo se centra en los aspectos más sobresalientes de la vida de Iglesias, sino que además contextualiza al político en su tiempo facilitándonos la tarea de comprender por qué obró como obró y en qué España vivía. La España en la que nació era tremendamente desigual, con una nobleza inmensamente rica y un pueblo que se moría de hambre y de enfermedad, el 80% de la población, además, era analfabeta.

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Colección: Historia Incógnita www.historiaincognita.com
Título: Pablo Iglesias Autor: © Gustavo Vidal Manzanares
Copyright de la presente edición: © 2009 Ediciones Nowtilus, S.L. Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madrid www.nowtilus.com
Editor: Santos Rodríguez Coordinador editorial: José Luis Torres Vitolas
Diseño y realización de cubiertas: Estudio de diseño Murray Diseño interior de la colección: JLTVMaquetación: Claudia Rueda CeppiEdición digital: Grammata.es
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
ISBN 13: 978-84-9763-730-5 Libro electrónico: primera ediciónFecha de edición: Abril 2009

Índice

CronologíaIntroducciónCapítulo 1. Pobreza extrema y HospicioCapítulo 2. Un obrero de once añosCapítulo 3. La revolución GloriosaCapítulo 4. En los umbrales de la políticaCapítulo 5. Un país convulsoCapítulo 6. Presidente de la Asociación del Arte de ImprimirCapítulo 7. La fundación del PSOECapítulo 8. Huelga, persecuciones y cárcelCapítulo 9. Nacen la UGT y El SocialistaCapítulo 10. Por la jornada de ocho horasCapítulo 11. Pablo Iglesias, un hombre sin vida privadaCapítulo 12. Pérdida de las coloniasCapítulo 13. Inocente Calleja: el tesoro de la amistadCapítulo 14. Concejal en MadridCapítulo 15. El día más feliz de Pablo IglesiasCapítulo 16. Diputado a Cortes GeneralesCapítulo 17. "Las dos Españas"Capítulo 18. Huelga general de 1917Capítulo 19. Desastres africanos y dictadura militarCapítulo 20. "Por manos de compañeros socialistas"BibliografíaNotas
Cronología
18 de octubre de 1850: Nace en El Ferrol.
1860-1862: Fallecido el cabeza de familia, marchan a Madrid Pablo Iglesias, su madre y su hermano. Ambos niños ingresan en el hospicio de San Fernando.
1863-1868: Alterna periodos laborales y de paro. Su hermano Manuelín muere de tuberculosis.
1869: Asiste a conferencias en la sección española de la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores).
1870: el 13 de marzo solicita ingresar en la sección de tipógrafos de la AIT. Poco después resulta elegido miembro del Consejo Federal de Madrid. Publica su primer artículo, La guerra.
1871: En febrero, pronuncia su primer discurso con motivo de un ciclo de conferencias organizado en los Estudios de San Isidro.
1872: Redactor de La emancipación.
1873: El 4 de marzo ingresa en la AAI (Asociación del Arte de Imprimir).
1874: Resulta elegido presidente de la AAI.
1879: 2 de mayo, fundación del PSOE en una fonda de la calle de Tetuán.
1879-1888: En repetidas ocasiones irá a la cárcel a causa de su activismo político. Siempre rechazará las peticiones de indulto. Los patronos se niegan a darle trabajo. En 1886 se funda el periódico El socialista. Fallece doña Juana Posse. El 2 de agosto de 1888 se acuerda en Barcelona la creación de la Unión General de Trabajadores (UGT). Masacre de obreros en Riotinto (Huelva).
1889: Pablo Iglesias es nombrado presidente del comité nacional de UGT.
1890: Se celebra por primera vez en Madrid la jornada de lucha del primero de mayo. Iglesias encabeza una impresionante manifestación, tras la cual entregan al Gobierno las reclamaciones laborales, destacando la jornada laboral de ocho horas.
1894-1895: Pablo Iglesias entra y sale de prisión a causa de sus reivindicaciones sociales.
1896-1904: Intensa actividad política, pero la salud del líder comienza a quebrantarse como consecuencia de las penurias padecidas en su juventud y los frecuentes encarcelamientos.
1905: Elegido concejal del Ayuntamiento de Madrid.
1908: Inauguración de la Casa del Pueblo en la capital, el día más feliz en la vida de Pablo Iglesias.
1909: Oposición a la guerra de Marruecos. De nuevo en la cárcel.
1910: Elegido diputado a Cortes Generales.
1914: Su salud empeora considerablemente.
1917: Huelga general. Comienzan unos años de doloroso ocaso físico.
1921: Escisión del PSOE. La salud le impide salir de Madrid.
1925: Fallece el 9 de diciembre. Al homenaje póstumo acudieron más de 150.000 personas.
Introducción
No puede trazarse la biografía de un personaje como Pablo Iglesias sin referirnos ampliamente a los acontecimientos que jalonan su vida y época (1850-1925) tales como la revolución Gloriosa, el régimen de la Restauración, las guerras carlistas, el turno de partidos, la pérdida de las últimas colonias, las guerras en Marruecos, la dictadura de Primo de Rivera... y, por supuesto, las reseñas a la sociedad y cultura que desfilaron ante las retinas del fundador del PSOE y la UGT.
Las biografías que habían aparecido de Iglesias, aunque muy útiles, pecaban de incompletas. Además, fueron escritas por militantes socialistas muy próximos al abuelo y el borboteo hagiográfico chorreaba desde todos sus renglones.
Pero, por otra parte, afrontar una vida tan fecunda podría materializarse en un volumen denso y macizo que espantase lectores. Era imprescindible, por tanto, condensar la vida de este icono del socialismo español en el número adecuado de páginas. Ni más ni menos. Las justas.
A su vez, la vida de Pablo Iglesias debía imbricarse con los eventos que colorean su sociedad y su tiempo, narrados sin florituras literarias ni pedantería, en un lenguaje ágil y ameno que atraiga lectores de cualquier edad y condición, que pueda leerse en el sofá de casa o en el asiento del autobús, sin ceder por ello ni una pulgada en rigor y seriedad.
Y el proyecto vale la pena. Nos estamos refiriendo a un gallego de hierro azotado por la pobreza extrema en su niñez y criado en un hospicio donde sufre malos tratos y una nefasta asistencia médica que le hiere con una dolencia gástrica de por vida. Hablamos de un adolescente que ve morir a su hermano de tuberculosis o, más exactamente, de miseria. Un joven que ha de combatir el frío con papelotes arrancados de carteleras y colocados a modo de chaleco bajo su americana desgastada, la única que posee. Un adulto obrerista que inmolará su vida en la defensa de los desfavorecidos y que se convertirá en las raíces donde brotarán el PSOE y la UGT.
Arturo Barea en La forja de un rebelde lo relatará:
...a los socialistas los meten en la cárcel, los dan palos, pero al final se salen con la suya, son los únicos que cobran el jornal que piden y que trabajan ocho horas al día...A la cabeza de todos está Pablo Iglesias, un tipógrafo ya viejo, que dice todas las verdades que se le ocurren... los obreros lo llaman el abuelo. Lo han metido en la cárcel no sé cuantas veces...
Un tipógrafo ya viejo, el abuelo, el fundador del Partido Socialista y la Unión General de Trabajadores... todo lo que pueda escribirse sobre su vida y legado será poco.

Capítulo 1 Pobreza extrema y Hospicio

VERANO DE 1860. PROXIMIDADES DE MADRID

Habían caminado durante tres semanas.
A pleno sol.
Dormían en calveros y arboledas, sobre sacos de paja. Avanzaban por un camino estrecho y lleno de barro donde la oscuridad parecía palparse. Pronto llegarían a Madrid. El mayor de los dos hermanos se apoyaba sobre un carro de arriero cuyas ruedas de madera gemían lúgubremente. A ambos lados de la senda, frondosos arbustos salvajes se estremecían al menor soplo de viento. Partieron desde Galicia, la madre, el hermano y él. A menudo, la mujer tose, resopla y sube al carro. Con las manos esculpidas de callosidades enjuga el sudor que baña su frente. Se llama Juana y sueña con aprender a leer. El marido se llamaba Pedro Iglesias, de segundo apellido Expósito. Tras su inopinada muerte, la pobreza ha aguijoneado los días de Juana, Manuelín y Paulino.
Juana recordó a un lejano familiar colocado en Madrid, en la casa de un señorón cuyos títulos no caben en tarjeta de visita alguna [1] , y acuden en su búsqueda.
En el Madrid que recibe a la familia Iglesias aún retumban los truenos de la "Vicalvarada" [2] y los ciudadanos se han lanzado a la calle al saber que los cañones españoles han conquistado la plaza de Tetuán [3] . La villa hierve entre fervor patriótico, obras públicas y actos culturales. Se inaugura la Exposición Nacional de Bellas Artes con trescientas treinta y tres obras. Entre ellas, destaca Los comuneros de Antonio Gisbert, galardonada y adquirida por el Congreso. Hartzenbusch [4] ultima La hija de Cervantes en homenaje al genio de Alcalá de Henares, y Mesonero Romanos [5] recoge de la imprenta las pruebas, aún con la tinta fresca, de El antiguo Madrid. Paseos histórico-anecdóticos por las calles y casas de esta Villa. María de las Mercedes de Orleans [6] acaba de nacer en esta España isabelina de extraordinaria afición al baile. Se danza en el Palacio Real, en los salones aristocráticos, en embajadas, en sótanos y azoteas. Proliferan las sociedades recreativas cuya finalidad es organizar veladas de baile. Destacan: Liceo Madrileño, La Constante, La Primavera, La Novedad, La Oriental, La Veneciana...
Mientras los zapatos taconean al ritmo de las orquestas, cientos de obre ros levantan adoquines y escarban terrones. Carlos María de Castro ve aprobado y ejecutado su Plan de Ensanche. Consecuencia de la desamortización [7] , Madrid ha crecido como centro burocrático, industrial y de consumo. Este plan urbanístico, inspirado en el Plan Cerdá de Barcelona, establecerá un desarrollo ajeno a la red central (Plaza Mayor, Puerta del Sol...) en previsión del inminente aumento de población. El ensanche contribuirá a asentar a la floreciente burguesía en los núcleos urbanizados por el marqués de Salamanca [8] . El proletariado se agrupará en el extrarradio. Tetuán de las Victorias se unirá a Cuatro Caminos. Posteriormente, irán poblándose otras barriadas: las Ventas, Guindalera, Prosperidad, Vallecas... De notoria importancia será la canalización de las aguas del río Lozoya. La reina Isabel II inaugurará el canal que lleva su nombre mientras la castiza figura del aguador, con su barrica al hombro, quedará hundida en el recuerdo.
Ajenos a estos acontecimientos, los pasos de la familia Iglesias resuenan sobre el empedrado madrileño.
Hay que encontrar a ese lejano pariente.
Desde la Cava enfilaron la calle de Segovia donde pendía el cartel de la posada del Maragato. Entre arrieros, cosarios y trajinantes, Juana y los dos niños consiguieron acercarse al mostrador de la hostería. Portaban en sus ropas polvo de varias provincias y el roce de rocas y aromáticos olivares. Tras el aseo y cambio de atavío, emprendieron la búsqueda del familiar.
Tardaron en encontrar el palacio. Paulino leía los rótulos de las calles en un apresurado caminar entre las arterias del Madrid decimonónico. A fuerza de preguntas, dieron con la calle San Bernardo y, esquina a Flor Alta, se toparon con el imponente palacio del conde de Altamira.
Todo lo que los Iglesias poseían era una esperanza.
Y vivía en aquel palacio.
Ventura Rodríguez [9] había comenzado a levantar ese edificio inconcluso. Una puerta enorme protegía un zaguán donde cabían diez carruajes enjaezados; la escalera de piedra se dividía en dos tramos y en el arranque de estos destacaba el reflejo marmóreo de la estatua de un guerrero griego, desnudo, desenvainando una espada de dos filos, protegido por un escudo con múltiples figuras labradas. Un portero de uniforme ceñido y cuajado de galones se acercó. Cohibida y posiblemente asustada, Juana Posse preguntó por su tío. Soy nuevo y no conozco a ese señor, esperen que averigüe. Entró por una puerta de servicio y, minutos después, regresó. Sin duda, el ordenanza comprendía la situación. En su rostro se plasmaba la tristeza. Señora, ese señor, su tío... ya murió.
Muchos años después, Pablo Iglesias Posse habría de recordar la necesidad que lo arrastró a Madrid. En 1904, la Junta Directiva de la Asociación del Arte de Imprimir solicitó una semblanza de sus afiliados. Así, Pablo escribió que había nacido en El Ferrol el 18 de octubre de 1.850. Su padre, Pedro de la Iglesia Expósito, trabajaba como peón para el ayuntamiento ferrolano. A su madre la define como "buena gente, callada, dulce, laboriosa y conocedora de la difícil y aspérrima ciencia de encontrar un bienestar relativo en la escasez y aun en la miseria, la ciencia de hacer que la ropa dure mucho, que la limpieza lo ennoblezca y embellezca todo, que sepan bien las patatas solas y las sopas de ajo". Pedro apenas recibe las primeras letras en los Desamparados de Orense. Su primogénito acude cuatro años a las aulas y cuando el menor, Manuelín, comienza a acompañarlo, acaece la desgracia. Aquel cabeza de familia, hijo de padres desconocidos y sin más patrimonio que su espinazo, deja a Juana dos hijos y algunas deudas. Ella, natural de Santiago de Compostela, solo sabe de aquel lejano pariente empleado en una casa de abolengo.

TIEMPOS DE POBREZA EXTREMA

¿Qué sucedió las siguientes jornadas?
Tan solo podemos vislumbrar el cuadro de una mujer de negro, anegada de angustia y con dos pequeños hambrientos. Bajo el soportal de una calle, a refugio del calor, tiende la mano en demanda de limosna (M. Almela Meliá, Pablo Iglesias. Rasgos de su vida íntima, 11).
Pocas ilusiones se reparten entre las clases humildes en esta España de incierto derrotero. A mediados del siglo XIX se han operado transformaciones de calado. La corriente liberal ha impuesto sus postulados económicos y la transición del feudalismo al capitalismo convulsiona el tejido social. Pero las antiguas clases dominantes no han visto mermada su influencia. La nobleza territorial salvaguarda su poder sobre el caudal que le proporciona la posesión de sus tierras. Aunque se han volatilizado los privilegios jurisdiccionales, la desvinculación de los mayorazgos ha colmado sus arcas. Por su parte, la pequeña nobleza desaparece o pasa a engrosar las filas de la nueva clase dominante: la burguesía. Este sector ha impulsado el cambio con el aliento del pueblo pero, coronados sus objetivos, ha estrechado la mano de sus antiguos enemigos, los aristócratas. Al margen, una pequeña burguesía imbuida en el intelecto y el comercio defiende los principios democráticos.
El clero ha sufrido una debacle a causa de las desamortizaciones. En el terreno político, su apoyo a los carlistas [10] y a la reacción merma cualquier credibilidad. Sin embargo, su preponderancia como religión oficial permanece intocable. Los militares, tras el protagonismo en las ya lejanas guerras de la Independencia y en las carlistas y africanas, se constituyen como un monolítico árbitro de la política.
El campesinado y el proletariado urbano soportan el peso de la nobleza, la burguesía, el clero y el estamento militar. Los campesinos, desaparecidos los señoríos y sin tierras que labrar, comienzan a formar una nutrida horda. En miles de casos, la huida a las ciudades es la única salida. Fruto de la imparable industrialización y del éxodo rural, el proletariado comienza a crecer. Campesinos y obreros rozan el nivel de subsistencia y, en múltiples ocasiones, chapotean en la miseria. La ausencia de normas higiénicas provoca en el obrero la aparición de corrosivas enfermedades. Algunas mortales, como el cólera y la tuberculosis. Estas condiciones explotan, no pocas veces, en motines y tumultos sofocados, a sangre y pólvora, por los sables y mosquetones de las fuerzas de seguridad. Pese a todo, la inmigración desatada multiplica la población de las urbes. La mayoría tendrá que asentarse fuera de sus desbordados muros medievales. Los ayuntamientos se verán así impelidos a emprender ambiciosos planes de infraestructuras que, en una espiral especulativa, bañará de oro a la burguesía. Mientras, el analfabetismo estrangulará al setenta por ciento de la población. Los ecos políticos son agudos, toda vez que los analfabetos carecen de derecho al voto. La Iglesia, por su parte, torpedeará cualquier conato de educación moderna (Crónica de España, 677) [11] . Sin embargo, la cultura adquiere un nuevo sesgo. De peligroso virus en el Antiguo Régimen se convierte en herramienta imprescindible para la floreciente burguesía. Urgen artistas, escritores, científicos, ingenieros, técnicos que materialicen las necesidades y afán de lucro de la nueva clase.
En medio de este clima efervescente, aunque agobiados por la desolación, los Iglesias buscan un resquicio a la penuria. En poco tiempo, la familia sufre otro desgarro. Sin posibilidad de sobrevivir juntos, hay que recurrir a la generosidad del conde de Altamira. Unas líneas dirigidas al presidente de la Diputación Provincial, al gobernador civil, al marqués de la Vega de Armijo o a don Ángel Echalecu, diputado visitador de asilo, adquirirían rango de orden si concluían firmadas por el noble. No se explica de otra manera la rápida admisión de los dos hermanos Iglesias en el hospicio de San Fernando (J.J. Morato, Pablo Iglesias Posse. Educador de muchedumbres, 12).

EN EL HOSPICIO

Así, los dos pequeños entraron en aquella casa de caridad y la señora Juana alquiló un cuarto en la travesía de Cabestreros. Aquellos chiscones oscuros, sin ventilación, se construían en los huecos de las escaleras y debajo de los tejados, expuestos al azote inmisericorde del sol, el frío y la lluvia. Solían dar a un patio sucio donde se levantaban montones de trastos, a menudo cubiertos de chapas y maderas carcomidas, ladrillos y tejas. Por las tardes, las vecinas lavaban en el patio y, nada más terminar, vaciaban sus cubos en los desagües provocando charcos que, una vez secos, formaban manchurrones costrosos y regueros de añil. Colgaban ropas de las barandillas, colchas remendadas, telas harapientas tendidas en cuerdas atadas de una ventana a otra. Cada vivienda era una muestra del comunismo de la penuria. El alquiler, seis pesetas al mes, era lo más barato que podía hallarse en aquel Madrid de bailes, ecos de guerras lejanas y de una monarquía próxima a derrumbarse. Mientras, Juana atravesaba portales y plazas ofreciéndose para lavar ropa y asistir en alguna casa.
Labores escolares de Pablo Iglesias. En el Hospicio se impartía una rudimentaria enseñanza elemental previa a la elección de oficio. En la imagen, trabajos de conjugación latina.
La separación fue un trance tan doloroso que sumió al jovencísimo Pablo en lo que, hoy, diagnosticaríamos como depresión profunda. Así, "no días, ni semanas, meses enteros vivió Paulino sin noción clara de la realidad. Inconscientemente hacía lo que le mandaban o lo que veía hacer, no comiendo apenas..." (J.J. Morato, 12).
Consecuencia de este dolor psíquico eran frecuentes los mareos y los estados de angustia. Dos veces fue ingresado en la enfermería del asilo y una, por error, en el hospital. En una época sometida a la insalubridad y a la escasez, no eran muchos los médicos que profundizaban en los trastornos psicosomáticos. De este modo, con un diagnóstico erróneo, a Paulino le aplicaron un tratamiento contraindicado que lo hirió con una enfermedad gástrica de por vida.
A la salida del hospital, camino del hospicio, aún conservaba las cicatrices de las sanguijuelas sobre la boca del estómago.
Fachada del antiguo Hospicio de San Fernando (actual Museo Municipal de Madrid). Entre sus muros, y separado de su madre, viviría Pablo Iglesias momentos de intensa amargura y soledad. Sin embargo, allí pudo cubrir las necesidades básicas que su pobreza le negaba, y aprender el oficio de impresor.
 La vida en el hospicio no era grata. La alimentación, escasa y poco variada, se componía de:
Una libra de pan fabricado por contrata; garbanzos, judías, arroz, lentejas, patatas; seis adarmes de tocino y siete de carne por plaza, y aceite, vinagre más media libra de pimentón, cuatro cabezas de ajos, dos cebollas y tres cuarterones de sal al día por cada cincuenta plazas. Y alguna vez bacalao y hortalizas; potajes y bacalao por Semana Santa y en la Cuaresma, y algo extraordinario en Navidad y en el día del santo patrono, de San Fernando, cuando se permitía la entrada en el asilo al público, se mostraban las labores de los acogidos y hasta se enseñaba la cocina. Sin embargo, una vez al año asaltaba el hospicio la abundancia, casi el hartazgo, de manjares. En los diarios madrileños de aquellos tiempos, el 31 de diciembre podía leerse esta noticia: la Hermandad del Santo Niño de Dios del Remedio saldrá en procesión mañana, a las diez, de la parroquia de San Luis, dirigiéndose por la calle de Fuencarral al hospicio para dar la comida a los niños acogidos en aquel establecimiento. Seguidamente el estandarte de la hermandad y los cofrades con escapularios, medallas y cetros. Venían luego las angarillas en que iban cazuelas formidables con corderos asados; más angarillas con las ollas monstruosas del condumio calduno; más aún con las fuentes vidriadas, también colosales, del pescado; todavía más con las bandejas de arroz con leche, y otras con las disformes jarras talaveranas del vino. Y a continuación cestos con tostados y fragantes panecillos asados, y otros cestos con castañas, nueces, piñones y naranjas... Y todo limpio, alegre, cubierto de lienzos blanquísimos adornados de puntillas, brillando al sol las doradas tapas de jarras de vino. Aparecía luego la linda imagen del Santo Niño Dios del Remedio, sobre unas andas primorosas, alumbrada con velas, de que eran portadores asilados vestidos con trajes nuevecitos, adornados de bandas y lazos de seda blanca. Después, la presidencia. El mayordomo o mayordomos, los diputados provinciales, el gobernador, los altos jefes del hospicio, los sacerdotes y los invitados. (J.J. Morato, 13-14)
Pero no todos los días eran fiesta con menú especial. El resto del año, los empleados de aquella casa de caridad se comportaban como enemigos naturales de los asilados. Con frecuencia, las espaldas de los niños sufrían la descarga de mal humor, arbitrariedad y frustraciones que vomitaban sus custodios. Paulino se encargaba de cuidar a su hermano menor en la medida que, a traspiés, podía a sí mismo protegerse.
Más de dos años vivirá Paulino en aquel hospicio. Las Hermanas de la Caridad lo escogieron para marchar junto a la imagen del Cristo. Alto, delgado, ojos azules, su figura marchaba en las procesiones junto a la multicolor imaginería reportándole unos reales de propina.

Capítulo 2 Un obrero de once años

(1861-1862) APRENDIENDO UN OFICIO

En diciembre de 1861 Pablo concluyó sus estudios primarios. Jefes y profesores del hospicio, visitador provincial y gobernador civil acompañaban a los severos miembros del tribunal.
Con la papeleta del aprobado en la mano, el joven Iglesias ya podía elegir oficio. Los anteriores meses había encontrado evasión en los pliegos de cordel [12] . Simbad el marino, Blanca de Navarra, Francisco Esteban, el guapo, El marqués de Villena, La redoma encantada... impresos en hojas volanderas que arrancaban la imaginación del joven de una realidad hostil.
Ahora los hospicianos podían optar entre los oficios de carpintero, cerrajero, zapatero, sastre o impresor. Él eligió la última opción. En poco tiempo asimiló los secretos de la tipografía, las entrañas de la composición y los moldes, el universo de plomo, tinta y papel.
Una adecuada enseñanza le hubiera facilitado la promoción. Desgraciadamente, el maestro de taller era "de extraordinaria pericia, pero duro de entrañas y malhumorado. Jamás salía de su boca palabra de aliento, de elo gio o simplemente de aprobación, más sí, y casi siempre, la regañuza broca y excesiva" (J.J. Morato, 15). A eso habría que añadir que ese regente de imprenta se desentendía de sus aprendices y, frecuentemente, les levantaba la mano. Iglesias siempre conservará un recuerdo agrio de su primer maestro de oficio.
La imprenta trabajaba a encargo de particulares, y dado que Iglesias "no se entretenía mucho" (J.J. Morato, 15), a él le fueron encomendados los recados a la Diputación y a las casas de los escritores. En los entresijos de las máquinas comenzó a estamparse trimestralmente el Boletín Oficial del Ministerio de Fomento y la semanal Revista Científica, subvencionada por el mismo organismo. El alto funcionario responsable de la publicación, don Augusto Burgos, acostumbrado a la informalidad de los aprendices, cobró un sincero afecto hacia aquel muchacho espigado, serio y cumplidor. Después de averiguar el domicilio de doña Juana, la visitó una tarde de domingo. Tras elogiar al muchacho, pidió su adopción. La propuesta no disgustó a la viuda. Paulino podría así pisar las aulas de la universidad. Su hijo quizá se ceñiría la toga de juez o abogado, la bata blanca de médico, tal vez construiría los ingenios que manejan los obreros en las fábricas, diseñar los edificios que materializarían, después, cuadrillas de albañiles... se abrían unos portones sociales cerrados férreamente a los obreros de la época.
Sin embargo, el joven declinó el ofrecimiento. Tras agradecer aquel derroche de generosidad, aseguró que por ningún futuro venturoso se separaría de su madre. Faltaban veintitrés años para que Ottmar Mergenthaler inventara la linotipia. De modo que Paulino continuó manejando los pliegos de papel, los cuarterones de tinta china y las libras de cajas repletas de tipos sueltos fundidos en plomo. La imprenta del hospicio siguió siendo el hogar desangelado de Pablo Iglesias aquel verano de 1862.
Por aquellos días, un mocetón soñador y de bigotes retorcidos partirá de Canarias a bordo del vapor Almogávar. Tras llegar a la Península, espoleará los caballos de la carreta que lo conducirá a Madrid. Años después, él y Pablo compartirán amistad y confidencias entre los butacones polvorientos de El Ateneo y los cafés de la bohemia madrileña. Pero antes de que sus palabras se crucen, el veinteañero canario ocupará su pupitre en la facultad de Derecho. Sin embargo, poco parecen importarle los códigos y reales decretos. En horas de clase, recorrerá los barrios populares de "manolos" y chulapos, se empapará del encanto y travesura capitalino y comenzará a im - primir su marchamo literario en el periódico progresista La Nación. Publica en primera página una colaboración semanal que se titula, indistintamente, Revista de la semana o Revista de Madrid y plasma su opinión sobre literatura, teatro, política o vida social de los famosos.
Él, de momento, es un desconocido. Se llama Benito Pérez Galdós.
Los siguientes meses, la mente del joven Pablo se alimenta de novelones por entregas de Ayguals de Izco [13] , de Fernán y González o de Pérez Escrich. Junto a otros asilados organiza un grupo de lectura. Sus miembros se prestan novelas y papelones literarios, emplean las propinas en adquirir cuar tillas de poesía romántica [14] y desgastan butacas en sesiones de "teatro por horas". Los pliegos de cordel se adquieren a razón de cuatro maravedíes el pliego en 4º. Dos cuartos costaba La triste historia del Conde de Alarcos, cuatro la del marqués de Mantua, seis Los siete infantes de Lara, ocho Orlando furioso y diez la de Oliveros de Castilla y Artús de Algarve. Pocos años después, se publicaría en cinco pliegos la Historia del Excmo. Sr. general D. Arsenio Martínez Campos (J.J. Morato, 16).
El grupo de lectores y tipógrafos suele dirigir sus pasos apresurados a la calle Toledo. Junto a tiendas de incontables géneros, los clientes, vendedores, buscavidas y charlatanes abarrotan la vía hasta impedir, siquiera, ver el empedrado. Pero al grupo de hospicianos y aprendices poco le importa aquel tráfago mercantil. A ellos solo les interesan los puestos literarios. En aquellos tenderetes cuelgan papeles, sainetes, coplas, romances, libros de cocina y manuales para escribir cartas de amor, métodos musicales, planos del Madrid medieval... Junto a las pequeñas joyas literarias, se apilan cestos desbordados de espejos de bolsillo, dedales, pedernales, plumas de ave para escribir, correas para zapatos, relojes de sol con plomada y brújula a dos reales y medio... En aquellos aledaños de la plaza de la Cebada gastaba Paulino la bolsa de sus propinas.
Mientras la imaginación del joven Pablo volaba para huir de la sordidez, España se pudre en la nostalgia de un pasado grandioso.
El Gobierno busca destellos de gloria en campañas militares que solo acarrean ruina y sangre.
O´Donnell vislumbra en las embravecidas aguas políticas mexicanas el resplandor imperial perdido. Pero la realidad está teñida de sombras. El Gobierno de Benito Juárez [15] se niega a pagar la deuda reclamada por Inglaterra y Francia. España, deseosa de salir del pobre rincón de la historia donde ella misma se había postrado, se une a la ofensiva militar. Juan Prim [16] , con prestigio militar forjado en África, es destinado a aquella aventura. Sin embargo, el joven general de Reus, casado con una mexicana, no veía ninguna ventaja en aquella guerra. El infortunio quiso que el general Serrano invadiera Veracruz y San Juan de Ulúa al mando de siete mil hombres. Esta operación provocó la ira de México y el rechazo de Inglaterra y Francia. En medio del desconcierto militar y político, el general Prim se encontró inerme. Al contemplar a sus soldados abrasados por la fiebre amarilla, negoció un pacto. Apoyado por los ingleses, el general de Reus ordenó abandonar México. Serrano se negó a enviar los barcos de evacuación y acusó a Prim de rebeldía. Sin embargo, la reina comprendió las razones del héroe africano y lo alocado de aquel delirio colonial.
En la Península, las medidas acordadas por el ministro de la Gobernación aniquilan cualquier parecido con una democracia real. Entre sus muchas normas, impide la asistencia a las reuniones de la campaña electoral a todo el que no sea elector. Desde 1837 se aplica el sufragio censitario. Tan solo pueden ejercer el derecho al voto quienes contribuyan con un mínimo de doscientos reales o posean riqueza equivalente. La ley electoral de Narváez elevó el pago a cuatrocientos reales si bien se rebajaba a la mitad a doctores, licenciados, magistrados y "otras capacidades". A la raquítica representación se sumó la práctica generalizada del caciquismo, sobre todo en núcleos rurales, donde los prohombres de cada localidad actuaban como agentes de los políticos de Madrid. El cóctel de pucherazo y riqueza, al cual se unió la represión, propició la "política del retraimiento". Así, los progresistas se niegan a participar en la farsa electoral y se ven abocados al tortuoso sendero de la conspiración.

LA PRIMERA REBELDÍA

Por aquellas fechas, la única "conspiración" en la vida de Paulino es la urdida con su hermano para visitar a su madre. Fugaces escapadas en las que abrazan a doña Juana junto a los lavaderos del río Manzanares o en el portal de alguna casa acomodada (J.J. Morato, 17). Además del descanso dominical, era costumbre en el asilo permitir que los acogidos disfrutaran la Navidad en familia.
El invierno de 1862 desbordó la carpeta de avisos de la imprenta. Folletos, tarjetas navideñas y libros consumían la tinta y el papel convirtiendo el taller en un frenesí de pasos nerviosos, voces, impaciencia y sudor. El regente, ante el miedo a perder algún encargo, suprimió los permisos navideños. Pablo Iglesias fingió acatar el atropello. Sin embargo, aquel joven gallego iba a consumar su rebeldía.
La primera en una larga vida jalonada de rebeliones.
De este modo, la tarde del 24 de diciembre, él y su hermano salieron discretamente del hospicio. En el cobijo de la calle Cabestreros compartieron pobreza y alegría la Nochebuena y Navidad de 1862.
Tiene un móvil legítimo y noble: el hacer compañía a su madre. En lo sucesivo sus rebeldías, todas sus rebeldías, reconocerán parecido motivo alto y legítimo. Será el verbo de toda una clase vejada, menospreciada, ofendida. Y ello le acarreará quebrantos sin cuento: prisiones y burlas, procesos y calumnias. Un anticipo de lo que haya de sucederle lo encontramos a su regreso al hospicio (J. Zugazagoitia, Pablo Iglesias. Vida y obra de un obrero socialista, 14)
Al día siguiente, Paulino se presentó en la imprenta. La reacción del regente sobrepasó lo temido. No se limitó a insultar y abroncar al joven, también le amenazó con entregarlo a la Guardia civil. Como esto no parecía atemorizarlo, las manazas del maestro comenzaron a golpear el rostro y la espalda de Paulino. Tras las amenazas, los insultos y los golpes, Paulino se retiró a su dormitorio. Igual que todos los días. Una vez en el cuarto, recogió sus enseres y vigiló discretamente al regente. Esperó su salida. Unos minutos después, escapó. Al llegar al chiscón de la calle de Cabestreros, se abrazó a su madre y hermano.
Jamás regresó al hospicio.
Y solo la muerte pudo separar a madre e hijo.

TIRAS DE PAPEL COMO ROPA DE ABRIGO

Los últimos días de 1862 los empleó Pablo recorriendo imprentas donde se ofrecía como aprendiz. En todas le contestaban de forma negativa. Algunas, piadosamente, apuntaban sus señas. "Si hay algo, lo llamamos". Este hilacho de esperanza alegraba el día en el cuartucho de la calle de Cabestreros.
Manuelín había regresado al hospicio y madre e hijo mayor compartían las estrecheces en aquel rincón del casco viejo madrileño. Al jornal de lavandera había que añadir los escasos reales que reportaba el servicio doméstico. Juana pedía los restos de comida en las casas donde limpiaba.
Pero, desgraciadamente, contra el frío no había defensa. Las rendijas, las paredes destartaladas y las corrientes gélidas convertían en suplicio las horas en aquel chamizo.
Aunque en la calle la situación era peor.
Sin ropa de abrigo, Pablo Iglesias recurría a trucos aprendidos entre las dentelladas de la pobreza y los golfillos de las aceras.
Con grandes tiras de papel arrancadas de las carteleras teatrales y enrolladas a modo de chaleco, el joven Iglesias recorría las calles en busca de empleo. Sobre los ásperos papelotes, una chaqueta "mejor le estaba al difunto" (J. Zugazagoitia, 15).
Una mañana, tras caminar frente al palacio del conde de Altamira, se dirigió a una pequeña imprenta de la calle Manzana. Casualmente, necesitaban un aprendiz dado que el taller iba a empezar a componer y estampar el Diario Universal. Tras examinar los conocimientos del muchacho, el responsable de la imprenta decidió contratarlo. Su cometido sería distribuir los moldes a razón de dos reales diarios con jornada completa de lunes a sábado.
Dos reales no era un jornal boyante, pero acostumbrados a las penalidades, los Iglesias se sintieron en la abundancia. La vida, evidentemente, era más barata. El pan costaba 40 céntimos el kilo, 1,10 el de carne, 1,90 el de tocino, 0,90 los mejores garbanzos, 0,80 las judías y el arroz, 0,65 las lentejas y 0,15 las patatas. Ganaba un albañil un jornal de 14 reales, ocho el peón y siete el bracero (J.J. Morato, 18). Los ingresos de doña Juana Posse apenas ascendían a cuatro reales diarios. Lamentablemente, no todos los días había casas donde asistir y el trabajo como lavandera escaseaba. Además, en ese caso era imprescindible bajar al Manzanares, pagar el "recuelo", alquilar banca y descontar el gasto de alimentos,
Sus otras "variables económicas" eran la ropa, la luz y la calefacción. Las prendas de vestir podían durar si se cuidaban, por lo que tanto doña Juana como Pablo procuraban cuidarlas hasta lo imposible. El brasero, un impensable lujo, permanecía frío mientras las rendijas de puertas y ventanas se tapaban con trapos y papeles. La luz se daba tan solo cuando había desaparecido el último rayo de sol. Afortunadamente, doña Juana contaba con aquellas raciones sobrantes que le permitían llevarse de las casas donde asistía.
España vivía los tiempos de la Unión Liberal [17] , Madrid se ensanchaba y los negocios florecían. Era habitual la imagen del nuevo rico. En muchas ocasiones el origen de las fortunas se cubría de telones oscuros que ninguna autoridad osaba descorrer. Se trazaba el paseo de la Castellana y se removían tierras en los altos de San Bernardo para levantar un gran presidio. Poco a poco, el agua y el gas iban llegando a todos los rincones y los operarios municipales, provistos de enormes regaderas, limpiaban las principales arterias. Se tendían los caminos de acero por donde transitarían los trenes que atravesaban la Sierra de Guadarrama y los que, achacosos y humeantes, recorrían el trayecto Valencia-Almansa. El rey y los ministros acudían a las frecuentes inauguraciones donde según un cronista de la Gaceta, eran recibidos "con júbilo inexplicable" (J.J. Morato, 19). En Madrid se comenzaba a forjar la línea férrea de circulación y el hervor económico impulsaba la fundación de periódicos.
Algunos prolongaron sus días, otros, como el Diario Universal, se editaron escasos meses. En marzo de 1863, mientras el marqués de Miraflores sucede a O´Donnell en la presidencia del Consejo de Ministros, el Diario Universal agoniza y en sus estertores muerde gran parte de los ingresos de la pequeña imprenta de la calle Manzana. Unos cuantos oficiales quedan sin trabajo. Pocos días después, el aprendiz Paulino Iglesias engrosará las filas del desempleo.

DE APRENDIZ A OFICIAL

De nuevo, el joven recorre las imprentas. Atesora experiencia, entusiasmo y la fuerza de la necesidad. De modo que enseguida encuentra trabajo. Con una peseta de jornal vuelve a tiznar sus dedos con los tipos, el papel y las tintas en una imprentucha de la calle del Limón. Mientras componía una edición de El Quijote, el dueño le obligó a regar el jardín anexo. Larguirucho, mal alimentado y con nulo vigor físico, sudaba angustiosamente cada vez que extraía agua del pozo.
Una mañana —conservo la referencia que el propio Iglesias me hiciera— el esfuerzo me venció. El cubo era demasiado pesado para mis fuerzas, las pocas fuerzas de un muchacho mal alimentado, y me desvanecí. El patrono me recriminó por torpe y desmañado y el orgullo de mi oficio me hizo insubordinarme. Recuerdo que le dije que yo era tipógrafo pero no jardinero. Pedí la cuenta y abandoné aquel taller. Noté que en estos cambios iba ganando. Encontré trabajo en otra imprenta, donde se hacían las obras de Alcubilla y me pagaron a cinco reales (J. Zugazagoitia, 16-17).
Grabado de un establecimiento tipográfico en el que se imprimían las publicaciones La Ilustración Española, El Semanario Pintoresco Español, La Biblioteca Universal y Las Novedades, algunas de las revistas más importantes de la Década Moderada. El adolescente Pablo Iglesias encaminará sus pasos hacia establecimientos como el de la imagen (Biblioteca Nacional, Madrid) en demanda de empleo.
Como el propio Iglesias relata, gana más enfrentándose a las injusticias que hundiéndose en la sumisión. En la nueva imprenta recibe siete reales de jornal. Compone las líneas de Tratado de Química y Tratado de Matemáticas, del profesor Cortázar, así como el Diccionario Administrativo y El consultor del ayuntamiento de Alcubilla.
Pablo Iglesias comienza a adiestrarse en el complicado lenguaje de las fórmulas, conocido en la jerga tipográfica como cálculos. Ha adquirido la pericia de un oficial. Compone tantas líneas como un maestro y apenas comete erratas. Lo que desgraciadamente no mejora es su jornal. El dueño de la imprenta lo remunera como "aprendiz adelantado" aunque lo emplea como "oficial completo". Domina su oficio. Durante años ha peregrinado por varias imprentas y puede convertir un atadijo de cuartillas en un atractivo libro.
Desde que Iglesias atraviesa el umbral de aquella imprenta de la calle Manzana, la sociedad española ha vivido innumerables acontecimientos. La emperatriz de Francia, Eugenia de Montijo [18] , visita a la familia real española el 17 de octubre de 1863, ha fallecido en Madrid el escritor y político Nicomedes Pastor Díaz [19] y Gustavo Adolfo Bécquer continúa publicando sus Cartas literarias en el periódico El contemporáneo alumbrando la literatura de un siglo que no verá concluir. El periódico El cascabel, con el subtítulo "periódico para reír" no oculta sus entrañas de sátira política [20] en una España de borrasca política donde, curiosamente, la cultura parece fraguar. Así, Eduardo Rosales deslumbra en la Exposición Universal de Bellas Artes. Quienes se acercan al nuevo local instalado en el solar de las Monjas Vallecas, calle Alcalá esquina Peligros, pueden contemplar seiscientas diecinueve obras presentadas a certamen. Entre ellas destaca El testamento de Isabel la Católica de este pintor madrileño [21] cuyos veintiocho años presagian días de gloria a los óleos y lienzos. Junto a él, José Casado del Alisal [22] , con La rendición de Bailén, ha obtenido la otra primera medalla.
Por su parte, Madrid se despide de un alcalde memorable, José Osorio y Silva [23] , bajo cuyo mandato se ha reformado definitivamente la Puerta del Sol, se ha aprobado el plan de Ensanche pendiente solo de ejecución, se ha dotado de aguas la ciudad y se ha comenzado el viaducto de la calle Segovia.
Alejado de las obras del viaducto se inaugura un esplendido parque de atracciones, los Campos Elíseos, que, según la publicidad, es superior a los que existen en las grandes capitales de Europa. Se enclava en la carretera de Aragón, pasada la Puerta de Alcalá, frente al Retiro, en lo que tiempo después será la calle Velázquez. Cuenta el parque con arboledas, jardines, montaña rusa, estanque, café, billar, restaurante y un teatro de verano que se llamará Rossini. Inaugurado por una compañía de ópera donde actúa el tenor Tamberlick y dirige Barbieri [24] , los Campos Elíseos alegrarán la vida madrileña hasta que, poco a poco, serán sustituidos por los Jardines del Buen Retiro.
Mientras tanto, seguramente el joven tipógrafo no era consciente de lo mucho que un lejano acontecimiento iba a influir en el mundo y en su vida. A la vez que él perfecciona su oficio, en Londres se acaba de fundar la Asociación Internacional de Trabajadores [25] . Es una de las primeras respuestas institucionalizadas del proletariado para levantar un muro frente a la burguesía. Los estatutos de la nueva entidad beben de las fuentes marxistas y propugnan la colectivización de los medios de producción. Su estructura engloba las federaciones locales integradas por sindicatos y las regionales compuestas por Estados. Estos se guiarían por el Consejo General de la Internacional.
Los congresos de la Internacional se celebrarán disciplinadamente hasta el estallido de la guerra franco prusiana. Pocos años más tarde, Bakunin y Marx mantendrán agrios enfrentamientos, culminando con la expulsión del primero y sus seguidores que fundarán la Internacional Anarquista.
Mientras los obreros europeos cierran filas, la política española se tambalea. El 25 de febrero de 1865, don Emilio Castelar [26] publica desde su periódico un artículo donde arremete contra Isabel II. Esta, para aliviar la situación económica, había decidido entregar al Estado parte de los bienes del Real Patrimonio. La reina se reservaría una cuarta parte de la venta. El artículo, titulado El rasgo, es de una dureza extrema:
...Y, en último resultado, lo que reste del botín que acapara sin derecho el Patrimonio vendrá a engordar a una docena de traficantes, de usureros, en vez de ceder en beneficio del pueblo. Véase, pues, si tenemos razón; véase si tenemos derecho a protestar contra ese proyecto de ley que, desde el punto de vista político, es un engaño; desde el punto de vista legal, un gran desacato a la ley; desde el punto de vista popular, una amenaza a los intereses del pueblo y, desde todos los puntos de vista, uno de esos amaños de que el Partido Moderado se vale para sostenerse en un poder que la voluntad de la nación rechaza; que la conciencia de la nación maldice. [27]
El Gobierno Narváez reprime severamente la libertad de expresión de Emilio Castelar. El ministro de Fomento, Antonio Alcalá Galiano [28] , ordena la separación de Castelar de la Cátedra de Historia de España en la Universidad Central. Ni tan siquiera han aguardado la resolución del preceptivo expediente disciplinario. La mayoría del profesorado universitario apoya a Castelar así como el rector, señor Pérez Montalván. Sin embargo, el gabinete reaccionario no cede. Pocos días después de separar a Castelar de su cátedra se procede a la destitución del rector, sustituido por el marqués de Zafra. Estas represalias son contestadas en forma de numerosas revueltas estudiantiles. A los alborotos protagonizados por los universitarios se unen no pocos obreros.
Todo este fragor desemboca el 10 de abril de 1865 en la agitada "Noche de San Daniel". Estudiantes y obreros se manifiestan contra las destituciones de Castelar y Pérez Montalván. En la protesta también se corean gritos contra la política retrógrada de Narváez y la represión de las últimas algaradas de trabajadores. La noche acaba tintada de sangre. La Guardia Civil, sable en mano, carga contra los manifestantes, que acaban disolviéndose entre los aledaños de la Puerta del Sol.
Desde ese momento, Emilio Castelar conspirará activamente contra la reina y su Gobierno ferozmente reaccionario. Acosado, el político habrá de exiliarse. No podrá regresar hasta la Revolución de 1868.
Mientras, Pablo Iglesias consume la mayor parte del día entre los tipos de plomo y las planchas. Gana dos pesetas diarias en la imprenta donde se compone La Iberia. Un experimentado oficial le aconseja que se emplee a destajo. Decide seguir el consejo. Desgraciadamente, la situación política volverá a quebrarse.
Prim, Moriones, Joaquín Aguirre, Sagasta y Manuel Becerra, personajes de ideas de progreso y, la mayoría, iniciados en la orden francmasónica, propician el levantamiento contra el Gobierno reaccionario de Narváez. Así, el 22 de junio de 1866, los sargentos del cuartel de San Gil en Madrid hacen resonar la pólvora. Tras recluir a los oficiales de su emplazamiento, cuatro de los cuales fallecen en el desafío, reúnen mil doscientos hombres y treinta piezas de artillería con las que montan barricadas en el norte de Madrid. Mientras, el general Prim aguarda en Hendaya. Colocan un destacamento en la Puerta del Sol y una batería en la calle Fuencarral. El primer disparo contra las fuerzas del Gobierno restalla en la calle Preciados. El teniente coronel Camino frena a los sublevados y les arrebata dos piezas de artillería. Los generales O´Donnell y Serrano comandan las tropas gubernamentales. El primero apunta sus cañones contra el cuartel de San Gil. Durante dos horas, las piezas de artillería vomitarán hierro y muerte. A unos cientos de metros, Serrano se apodera del cuartel del Príncipe Pío. Finalmente, O´Donnell, Serrano y Zavala consiguen entrar en el fortín por la puerta principal. Los sublevados, tras sufrir setecientas bajas, han de rendirse. A su vez, Pavía, el duque de Tetuán y los marqueses del Duero y Zorzona sofocan los pequeños fuegos revolucionarios madrileños.
Pocos días después, el 8 de julio, se suspenderá cualquier garantía constitucional. Con el precedente de la clausura de El Ateneo [29] , el Gobierno recrudece sus posiciones conservadoras. En el terreno educativo, el ministro Manuel Orovio [30] , católico ultramontano, arremete contra cualquier destello de modernidad e impone una docencia ceñida al dogma católico. Los padres del krausismo [31] , Sanz del Río, Fernando de Castro y Nicolás Salmerón [32] , serán expulsados de sus cátedras al no aceptar la imposición religiosa integrista. En este clima de intolerancia debe añadirse la feroz oposición de la Iglesia católica a las recientes teorías de Darwin.
Como consecuencia de la revolución de junio de 1866, progresistas y demócratas españoles se reúnen en Ostende y suscriben un tratado. Nos encontramos ante el primer pacto antiborbónico. La corrupción, el despotismo y la crisis económica que atenazan España son el revulsivo del descontento progresista y popular.
Impulsados por el furor de Prim, los congregados en Ostende acuerdan:
Destruir todo lo existente en las altas esferas del Poder, nombrándose enseguida una Asamblea Constituyente, bajo la dirección de un gobierno provisional, la cual decidirá la suerte del país, cuya soberanía será la ley que representase, puesto que sería elegida por sufragio universal directo. (Crónica de España, 699)
El Gobierno, por su parte, perseguirá cualquier vestigio conspirativo.
Todos estos vaivenes perturban la precaria situación del joven Iglesias.
Tras los sucesos de San Gil, O´Donnell suspenderá la edición de La Nación, La Soberanía Nacional, La Discusión, El Pueblo, La Democracia, Las Novedades y La Iberia. Son también clausurados diversos semanarios, cerrándose las imprentas correspondientes. Los impresores sospechosos de simpatía progresista y demócrata ven precintados sus talleres.
Cuando Iglesias se dirige al empresario que iba a contratarlo a destajo, éste se escuda en la crisis y en las medidas dictatoriales del gobierno. Ofrece por cien líneas un real menos que a los oficiales. Pablo se irrita.
Pero si eres un chico —le dijo el dueño—. Por la edad, sí; por mi trabajo y obligaciones soy un hombre; tengo que sostener a mi madre y a un hermano— replicó Paulino—. Bueno, no te doy más; así que tú verás si te conviene estar parado o cobrar a los precios que te pongo. (J.J. Morato, 20-21)
Muchos kilómetros al norte, en la gélida Hamburgo, un joven judío alemán repasa las cuartillas de una obra que publicará un ya cercano 14 de septiembre de 1867 (Crónica de España, 699). Sus escritos van a convulsionar durante décadas el panorama económico y político de todo el planeta. Sus ecos resonarán pronto desde la Península Ibérica hasta los Urales, desde la Patagonia hasta los Grandes Lagos norteamericanos. Sus consecuencias condicionarán la vida de cientos de millones de personas.
Seguramente ni él mismo intuye la magnitud de su influencia.
Él se llama Karl Marx.
Su obra se titula El capital.

Capítulo 3 La revolución Gloriosa

DESGRACIA FAMILIAR, DESEMPLEO Y VÍSPERAS DE REVOLUCIÓN

En Madrid, Narváez da el cerrojazo a la Imprenta Nacional. Esta medida repercute en el taller donde Paulino suda junto a otros oficiales y aprendices. El dueño decide clasificar a los destajistas o "paqueteros" en tres categorías, cada una con distinta retribución. La primera, doce reales las cien líneas.
Pronto aflora la codicia del patrón y, simulando costes, pretende rebajar la paga de la primera categoría. La segunda y tercera no sufren esta merma. No por falta de ganas del empresario, sino por el afán de dividir a los trabajadores y el temor a extender el conflicto. Aunque no pertenece a la primera categoría, Iglesias se adhiere a la huelga de los primeros. Pocos días después, será despedido.
En una España isabelina sumida en la crisis económica, con una monarquía a punto de sucumbir y un menguado Imperio colonial en las últimas boqueadas, Pablo Iglesias será devorado por el paro. Esta vez la recesión es prolongada. Durante semanas, recorre las imprentas de la capital sin que sea posible colocarse. De nuevo afloran la miseria, el frío y la tragedia.
Mientras, la salud de Manuelín comienza a resquebrajarse.
En el chiscón conviven los tres.
Pero ahora sin los ingresos de Pablo.
El menor, que ha aprendido el oficio de zapatero, sueña con trabajar. Pero los dolores en el pecho, la tos y la fiebre se lo impiden. Tan solo viven de los ingresos de lavandera de su madre. En aquella atmósfera de frío y alimentación deficiente, la salud del más pequeño acaba quebrándose. En la beneficencia, el médico prescribe reposo, sol, sobrealimentación, aire limpio... una trágica ironía. En el cuchitril de la travesía de Cabestreros, sin apenas luz, con la corriente colándose por las rendijas y la despensa vacía, el menor de los Iglesias agoniza durante varias noches. Abrasado por los delirios y la fiebre, la tuberculosis mata al pequeño ante la impotencia y la miseria que rodean a su madre y hermano.
Pese a la tragedia, Pablo tiene que seguir recorriendo imprentas. Vuelve a abrigarse con papeles bajo la ropa y arrastra un abatimiento que le impide leer y concentrarse.
Finalmente, encontrará empleo en una imprenta de la calle de Orga. En aquel taller el joven ve recortado su jornal. El patrón establecía el salario en función de la imagen del empleado. Podemos suponer que la de Iglesias era, con mucho, la más penosa y, de este modo, su retribución fue la menor. Aquella imprenta era conocida como "la de la tía medaron". La esposa del dueño vigilaba a los obreros desde una plataforma y les entregaba los originales. Una mañana, al reclamar más hojas un cajista, la mujer contestó: "No me daron más". Y de este modo quedó el mote de "imprenta de la tía medaron". Las rarezas del dueño se reflejaban en su ensimismamiento, que lo llevaba a caminar por el taller rascándose la cabeza con el sombrero puesto.
Más peculiar resultó el siguiente patrón. Paternal, campechano y de humor excelente, exigía el máximo a los operarios de lunes a viernes. Llegado el sábado invitaba a copas a todos sus obreros. Entre risas, chascarrillos y bajo los efluvios del vino, aseguraba a aquellos empleados que no podía pagarles ni un real. Iglesias jamás atravesaba los umbrales de la taberna y conseguía cobrar con cierta regularidad. Envuelto en una soledad amarga, rehúye las tabernuchas, no juega ni bebe. Algo insólito entre los tipógrafos de la época, fervientes adoradores de Baco. Los pocos reales que le sobran los invierte en pliegos de cordel y novelas. En esos años realiza un descubrimiento gozoso: el teatro. Sin ningún rubor, reconocerá que en las butacas, frente a una trama, unos actores y unas candilejas, no le resulta fácil contener las lágrimas. Muchos años después, absorbido por el compromiso político, echará en falta los focos, los diálogos de los actores, la caída del telón entre olas de aplausos.
Forjado en una infancia dolorosa, alejado de timbas y tabernas, los cajistas, tan dados a la broma, apenas se atreven a tutearlo. Es el caso de Matías Gómez Latorre, compañero de oficio que solo se atreve a llamarlo de usted.
De nada sirvió que, a la muerte de su madre, Pablo se fuese a vivir a casa de Matías; de nada que uniesen sus vidas con el vínculo de las mismas ideas y de trabajos idénticos; tampoco surtió ningún efecto el que Pablo le reprochase lo que llamaba mala costumbre. No puede ser —contestaba Matías— es grande nuestra intimidad pero no puedo tratarlo de tú. Muy a última hora, cuando la vida de Iglesias se extinguió en sus brazos, el viejo amigo, desesperado por el duelo, lo despojó del tratamiento. Serio en su conducta, cordial en el trato, inteligente en el oficio, se explica bien que sus camaradas lo respetasen. Él era el primero en respetarse, procediendo en todos sus actos con una corrección extrema. (J. Zugazagoitia, 20)
Aunque más tarde profundizaremos en este aspecto, conviene señalar que la formación intelectual de Iglesias no solamente es autodidacta sino anárquica Se interesa por el alfabeto griego, el árabe y el latín. Seguramente no persiguió dominar estas lenguas pero sí adquirir unas nociones.
Pasados los años, confesó a un periodista —E. González Fiol— que su única afición entonces consistía en leer. Lecturas desordenadas, pero muchas. Con lo poquísimo que podía escatimar a mi escasa alimentación, compraba algunos libros, y una de mis mayores ilusiones consistía en adquirir otros. Recuerdo que hasta hace poco he conservado la lista de los libros que yo pensaba comprar cuando pudiese, pues para no olvidarme apuntaba los títulos. He de confesar que mis ilusiones no se han realizado nunca: primero, porque a medida que mis conocimientos aumentaban, la lista de libros por comprar crecía, y, nunca, nunca, he podido ver ante mis ojos los que he deseado, y luego porque he tenido que dedicar más tiempo a la acción, a la propaganda del Partido y a la organización que a mi propia cultura. (J. Zugazagoitia, 20-21)
La generación de 1840, que gestará la revolución Gloriosa, tan solo provoca indiferencia en el joven. Intuye que los grandes oradores y los inflamados políticos se rebozan en la hipocresía. Los anticlericales rezan el rosario en familia, y quienes predican la honradez engordan su riqueza con comisiones ilegales, el periodismo se nutre de tópicos y el poder es el pago al servilismo, la docilidad y la ausencia de principios. Pero Iglesias, en esos momentos, es tan solo un escuálido cajista de imprenta cuyos dientes se aprietan para madrugar y consumir las horas frente a los chibaletes repletos de cajas rebosantes de tipos de plomo. Tiene que retirar a su madre de los lavaderos del Manzanares.
Y para ello solo le sirve trabajar duro.
Mientras, en el centro de Europa, los obreros siguen movilizándose. Aparece el primero tomo de El capital de Karl Marx. El volumen, que se completará con dos más [33] , da cuerpo a las tesis marxistas sobre la estructura del capitalismo. El joven Marx desarrolla la noción de plusvalía. A esto suma las ideas acerca de la competencia, los precios y los salarios. Se extiende en los conceptos de "ejército industrial o de reserva", es decir, los trabajadores sobrantes. Concluye con una teoría: la concentración del capital en pocas manos abocará a la expropiación de los capitalistas por los obreros. Mientras, un grupo de empleados madrileños y la Liga Socialrepublicana de Barcelona se unen al II Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores [34] . Las aguas del socialismo utópico habían fluido poco en el secarral ideológico español. Hasta 1820 no se conocen las teorías de Lamennais, y Sismondi [35] no había sido traducido hasta 1834. Pi i Margall ha traducido a Proudhon antes de la Revolución del 68, pero Marx no se difundirá hasta entrados los ochenta. El pensamiento francés (Fourier, Saint-Simon, etc.) inspirará a los teóricos españoles. El periódico catalán El Vapor reconocerá abiertamente el marchamo de Fourier. Por su parte, Joaquín Abreu, que había conocido a Fourier en su destierro francés, organiza en Madrid el círculo fourierista que edita los periódicos La organización del trabajo y La atracción. Sixto Cámara trabajará los aspectos doctrinales en El espíritu moderno (1848) y La cuestión moderna (1849).
Pero no será hasta la Revolución de 1868 cuando se difundan los escritos de Proudhon y los primeros contactos sólidos con anarquistas y socialistas.

OTOÑO REVOLUCIONARIO CÁDIZ, 17 DE SEPTIEMBRE DE 1868

Acaba de explotar la caldera revolucionaria cuya onda expansiva barrerá a Isabel II. El general Prim y el almirante Topete engarzarán la cadena que traerá al rey Amadeo y, poco después, a la primera República.
Las aguas sociales bajan embravecidas el otoño de 1868. La Unión Liberal, tras un periodo de prosperidad, naufraga en una crisis financiera y de subsistencias imposible de disimular.
Extendidas por la Península las Juntas de Defensa, los progresistas abonan un proceso revolucionario que empieza a florecer. Ya el 15 de agosto había brotado el primer conato de revolución. Pero la prudencia de Prim frenó las turbulencias. Sin embargo, tras el destierro de Serrano, los sables resonaban en buques y guarniciones. Finalmente, el grueso del Ejército decidió apoyar la insurrección.
Al apoyo de las fuerzas de tierra, se une la Armada, galvanizada por el almirante Topete. El 12 de septiembre, Sagasta, Ruiz Zorrilla y Prim se encaminan a Gibraltar. Serrano y otros generales parten de Canarias rumbo a la Península. El 17, Topete recibe a Prim a bordo de la fragata Zaragoza. El 18 se inicia el alzamiento, cuya base doctrinal es el Manifiesto de Adelardo López de Ayala [36] . Entre los renglones de la proclama se exigen cortes constituyentes y sufragio universal.
Tomadas Sevilla y Cádiz, Prim se dirige a Cataluña con tres fragatas. Las tropas leales a Isabel II, desmoralizadas y aturdidas, se repliegan hacia Andalucía.
Mientras la reina disfruta de sus vacaciones en San Sebastián, González Bravo abandona el Gobierno y la revolución se extiende. Finalmente, Serrano aplasta los restos del ejército isabelino en el puente de Alcolea. El camino hacia Madrid ha quedado libre. Las autoridades locales declinan el mando ante las juntas revolucionarias.
La reina, al margen del hervor revolucionario, se refresca en las aguas donostiarras y goza de baños de sol. Un telegrama desgarrará su tranquilidad. Una semana antes había despachado con Bravo Murillo, tras lo cual engarzó sus carretas y, acompañada de su corte, marchó a las cercanías del mar. Ahora recaba angustiosa la ayuda de Napoleón III.
Pero nada interesan al francés las riñas de vecinos.
Sin apoyos, la reina abandona España camino de Francia.
Ese otoño Madrid se alboroza entre "vivas" y "mueras". La multitud satura plazas y avenidas con los nombres de Prim y Topete en sus lenguas. Se escuchan músicas y cantos, se encienden luminarias y las multitudes reciben y aclaman a los cabecillas revolucionarios cada vez que pisan Madrid. Una descomunal iluminación de gas engalana el edificio de la Gobernación en la Puerta del Sol. Sus símbolos son claros para quien sepa interpretarlos: un sol en el centro, dos colmenas, un compás y un triángulo [37] .
Pese al ambiente enardecido apenas se han perpetrado desmanes. La revolución ha popularizado colores y modas. Las cajas de las tiendas de ropa rebosan monedas. Se venden corbatas Prim, Serrano o Topete y se populariza el tono "rojo Alcolea". La moda femenina refleja el fragor revolucionario. Las mujeres embellecen de grana sus ropas y se adornan el pelo con horquillas y cintas de igual color... "la mujer Alcolea".
Pero no todo son estampas gozosas. Al calor de la revolución es saqueada la vivienda de don Luis González Bravo [38] . Arden en la calle los muebles, cuadros y libros del político. Entre las llamas se consume un cuaderno de versos titulado El libro de los gorriones. Su autor, un poeta sevillano que suspira por la gloria literaria con más desdicha que suerte.
Se llama Gustavo Adolfo Bécquer [39] .
Por aquellos días el general Serrano presentó su Gobierno Provisional. Isabel II entrega el poder al comité que inspiró el levantamiento, constituido ahora en Junta Revolucionaria. Compuesto tan solo por unionistas y progresistas, se añadirá otra junta de demócratas. Queda integrada la Junta por dos unionistas, diecinueve progresistas, nueve demócratas y se encarga al general Serrano la formación de Gobierno Provisional. Sin embargo esta Junta es genuinamente madrileña y levanta el recelo de las otras juntas peninsulares que temen un exceso de moderación lastrador del proyecto revolucionario.
El 8 de octubre Serrano presenta su nuevo Gobierno que está constituido solo por progresistas y unionistas. A ello se suma el Almirante Topete al frente del Ministerio de Marina [40] . El nuevo ejecutivo se declara monárquico y promueve el sufragio universal, la libertad religiosa, educativa, de imprenta, de reunión y asociación así como la autonomía colonial. El sesgo monárquico escindirá el partido demócrata en republicanos y partidarios de la monarquía.
Óleo de J.M. Rodríguez de Losada representando la batalla de Alcolea, en las proximidades de Córdoba. Este hecho desencadenó el triunfo de la revolución de 1868 y supuso una efímera luz en aquella España oscura (Real Academia de la Historia, Madrid)
La introducción al sufragio universal supondrá una insólita bocanada de aire limpio en la fétida atmósfera española. Se abandona el sufragio censitario que supeditaba ese derecho a la riqueza, restringía el voto a un tercio de la población y convertía el terreno político en la partida de unos pocos privilegiados. Restringir el derecho de sufragio a todos los hombres [41] , se plasmará en el texto constitucional de 1869. Tras el paréntesis progresista, el Gobierno de la Restauración supondrá un frenazo y retroceso pues la Ley Electoral de 1878 negará el voto a las "clases culturalmente inferiores". Este temor a las ideas socialistas correrá un enorme y oscuro telón sobre el teatro democrático.
Sin embargo, el fuego de la Gloriosa prenderá en rincones alejados de la península. No ha transcurrido un mes de la explosión revolucionaria cuando el nuevo Gobierno decreta la "libertad de vientres". Ello implica la libertad de todos los "nacidos de mujeres esclavas desde el pasado 17 de septiembre". La disposición va dirigida, evidentemente, a las posesiones de ultramar. La medida, aunque justa, llegaba con retraso. Unos días antes en una pequeña localidad cubana estallaba la insurrección. Al ponerse el sol y al grito de "Cuba libre", cerca de 200 hombres armados y enfebrecidos de revolución ocupan la localidad de Yara, cercana a Manzanillo. Se inicia en la isla la primera guerra de emancipación, la "Guerra Grande" que se prolongará diez años. Yara es una aldea próxima a la "Guanajuaga", propiedad de Carlos Manuel de Céspedes.
La semilla revolucionaria independentista había florecido entre las columnas, mandiles y malletes de la logia masónica de La Buena Fe, donde Céspedes ejerce de Venerable Maestro. [42]
Este enclave masónico se hallaba formado por burgueses liberales y progresistas. Propietarios de pequeñas explotaciones de azúcar, sufrían la competencia desleal y el monopolio de los grandes terratenientes y de los cárteles del café y del tabaco.
Estos magnates promovían la esclavitud como método productivo y en defensa de sus intereses industriales. Céspedes, por su parte, comienza por declarar libres a sus esclavos. Pronto se le unirán mulatos y negros libertos. El fuego revolucionario comenzará a extenderse por la isla. A finales de octubre, las fuerzas insurrectas alcanzan los doce mil hombres que arremeten contra las ciudades de Mayamo, Jiguani y Camagüey.
Alejado de maniguas, gritos independentistas y calor tropical, Pablo Iglesias contempla su futuro con más optimismo en el otoño fresco de 1868. Triunfante la Revolución, el número de periódicos se dispara y con ello la demanda de mano de obra cualificada para las imprentas.
La Nochebuena de 1868 el primer manifiesto proletario circula con la tinta aún fresca entre los dedos nerviosos de un grupo de trabajadores manuales. Entre los renglones de la proclama reluce la estela del anarquista italiano Giuseppe Fanelli [43] llegado en noviembre. Mientras los activistas obreros españoles traban contactos con el consejo general polarizado por Karl Marx, el brazo bakuninista, de la A.I.T. (Asociación Internacional de Trabajadores) se extiende hasta España. Junto a Fanelli van llegando Arístide Rey, Alfred Nacquet y Elisée Reclus. Arropados por ideólogos republicano-federales de la talla de Fernando Garrido, inician el 4 de noviembre de 1868 una campaña de propaganda en Andalucía, Cataluña y Valencia, tierra fértil a las ideas libertarias. Posteriormente inocularán la doctrina de Bakunin a grupos obreros madrileños y barceloneses. Tras ello, Fanelli partirá de España en febrero de 1869.
No mucho antes, el italiano había constituido en Suiza la Alianza de la Democracia Socialista. Su meollo ideológico es de una rotundidad incuestionable: en religión, el ateismo; en política, la anarquía; y en economía, el colectivismo.
Siguiendo esa explícita línea, el manifiesto de los trabajadores enunciaba:
Como trabajadores os llamamos, no como políticos ni religiosos. Sedlo, sin embargo, mientras os parezca bueno. Nosotros por nuestra parte fundados en muy desapasionadas observaciones, ni esperamos en la política ni tenemos confianza en la religión... solo esperamos, solo confiamos en nosotros todos. Solo podemos lógicamente esperar nuestra segunda emancipación de la asociación de los trabajadores del mundo con un fin común... (J.J. Morato, 24)

El manifiesto se concluirá con la esperanza de reunir, al menos, quinientos subscriptores para poder editar el semanario La Solidaridad, no sin recalcar la importancia de la "caja de resistencias", con la que emprender huelgas y protestas pertrechados de una mínima defensa.

Mientras, el joven Iglesias con destajos y "paradas", recorriendo talleres y sudando frente a planchas y pliegos, consiguió ganar jornales más dignos. Atraviesa así un periodo de "proletaria posteridad" si por tal puede entenderse recibir una remuneración adecuada al trabajo y que permita comprar alimentos a diario y carbón de encina y cisco para el brasero.
España se recupera del mareo de la noria revolucionaria, las cortes constituyentes inician sus sesiones y, bajo la regencia de Serrano, Prim, a quien Napoleón III trataba de persuadir para que se ciñera la Corona, espera y prepara la llegada al trono de su "hermano masón" (Crónica de Madrid, 259) Amadeo de Saboya.
Atraído por la turbina política, Pablo Iglesias comienza a trazarse una etapa nueva. En su mente bulle el ansia acumulada de lectura, la angustia por el tiempo perdido y el empeño por labrarse una cultura. No le impulsa transformarse en erudito ni pedantear en cafés y salones, pero necesita unos mimbres ideológicos y culturales que lo capaciten en la arisca arena política y en la labor, propia de Sísifo, que permita construir un movimiento obrero organizado en aquella España decimonónica.

LA CULTURA DE PABLO IGLESIAS [44]