Pablo VI - Janet Nora PlayFoot Paige - E-Book

Pablo VI E-Book

Janet Nora PlayFoot Paige

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Más que una biografía, esta obra es una semblanza del Papa Montini que destaca los puntos clave de su vida y su pontificado: es presentado como fiel sucesor de Juan XXIII y continuador de la apertura de la Iglesia que este emprendió al convocar el Concilio, como precursor de Juan Pablo II en su deseo de extender el mensaje del Evangelio, y como antecedente en el programa de reforma de la Iglesia del Papa Francisco. El libro incluye una cronología de la vida de Pablo VI, el testimonio de los secretarios de Juan XXIII y Pablo VI (Loris Capovilla y Pasquale Macchi, respectivamente) y de algunos obispos españoles que lo conocieron (Yanes, Romero de Lema, Torrella y Tarancón), y varios apéndices que recogen diversos textos escritos suyos (la Meditación ante la muerte, el Testamento, el Credo del Pueblo de Dios, la Homilía en la misa de los artistas, la Carta a las Brigadas Rojas...).

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José Luis González-Balado

Janet Nora Playfoot Paige

Pablo VI

¡Un gran Papa:

culto, humilde y santo!

© SAN PABLO 2021 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid) Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723

E-mail: [email protected] - www.sanpablo.es

© Playfoot Paige, Janet Nora y Gonzalez-Bala

Distribución: SAN PABLO. División Comercial Resina, 1. 28021 Madrid

Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050

E-mail: [email protected]

ISBN: 9788428564700

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo y por escrito del editor, salvo excepción prevista por la ley. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Ley de propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos – www.conlicencia.com).

www.sanpablo.es

A cuantos se darán cuenta, al leer,

de que el bien que hizo (¡y sigue haciendo!)

Juan Bautista Montini / Pablo VI

con su vida, sus enseñanzas, y su ejemplo,

es inmensamente mayor

que el reflejado en estas páginas.

Que Dios, por intercesión del Beato Pablo VI,

nos bendiga a cuantos lo llevamos en nuestros corazones

y, junto con él, a su gran amigo Juan XXIII,

y al buen sucesor de ambos,

su también amigo aún viviente

el Papa Francisco.

Cronobiografía de su vida

1897 (26 de septiembre). Nace en Concesio (Brescia), segundo hijo de Giorgio Montini y de Giuditta Alghisi. Antes que él había nacido Lodovico (1896-1990) y, después, Francesco (1900-1971). A los cuatro días (30 de septiembre), Juan Bautista recibe el bautismo.

1902-1914. Frecuenta el colegio Cesare Arici, dirigido por los Jesuitas, en el que permanece inscrito, aunque tiene que realizar los estudios privadamente, por su débil salud. Simultáneamente frecuenta el oratorio La Pace (de San Felipe Neri), donde encuentra amigos que lo serían durante toda su vida, y sacerdotes (padres Bevilacqua y Caresana) que influirían positivamente en su vida espiritual.

1907 (abril). Primer viaje a Roma con su familia, recibidos en audiencia por Pío X. (6 de junio). Hace la primera comunión. (21 de junio). Recibe la Confirmación.

1916-1920. Se inscribe en el Seminario diocesano de Brescia, al que asiste como alumno externo por razones de salud. Recibe las clases en el seno de su familia, impartidas por profesores cualificados.

1920 (29 de mayo). De manos del obispo diocesano, Mons. Giacinto Gaggia, recibe la ordenación sacerdotal en la catedral de Brescia. Al día siguiente celebra la primera misa en el Santuario Madonna delle Grazie, situado al lado mismo de la casa familiar[1].

1920-1924. Alumno por algún tiempo del Seminario lombardo de Roma, realiza estudios superiores que no pudo cumplir en Brescia por razones de salud, que tampoco mejora mucho en Roma. Señalado por un diputado amigo de su padre, Giovanni Longinotti, a Mons. Pizzardo, es asumido, sin que el joven sacerdote se sienta nada atraído, por la Secretaría de Estado. Al despedirse, Longinotti da las gracias a Pizzardo diciendo: «No se olvide: hoy soy yo quien le está agradecido; un día me lo agradecerán ustedes a mí».

1923 (mayo-octubre). Es enviado como agregado a la Nunciatura apostólica de Polonia. Por razones de salud, tiene que regresar a Roma, entrando en la Secretaría de Estado vaticana.

1924 (verano). Frecuenta cursos de lengua y literatura francesa en París. Luego es nombrado asistente eclesiástico de la FUCI (Federación de Universitarios Católicos Italianos).

1930-1937. Es nombrado profesor de Historia de la Diplomacia Pontificia, tarea que alterna con su trabajo como «minutante» en la Secretaría de Estado vaticana.

1933 (invierno). Se ve empujado a dejar el cargo de consiliario de la FUCI, que desempeñaba con entrega y provecho para sus asistidos.

1937 (13 de diciembre). Nombramiento como Sustituto de la Secretaría de Estado: un cargo que mantendrá hasta su nombramiento y traslado a la Archidiócesis de Milán.

1939 (10 de febrero). Fallece Pío XI. (5 de marzo). Es elegido como sucesor suyo el Cardenal Eugenio Pacelli, que opta por llamarse Pío XII. (24 de agosto). Radiomensaje de Pío XII para evitar el desastre de una guerra mundial. Entre los documentos de los archivos vaticanos aparece uno que confirma la intervención de Montini en dicho radiomensaje, en concreto en una de las expresiones más importantes: ¡Nada se pierde con la paz! ¡Todo puede perderse con la guerra!

1939-1945. Estalla la Segunda Guerra Mundial. El Vaticano pone en marcha un servicio para el intercambio e información de noticias relacionadas con prisioneros, militares y civiles de la guerra. Lo dirige Monseñor Juan Bautista Montini.

1943 (12 de enero). Fallece en Brescia Giorgio Montini, padre de Monseñor Giovanni Battista. (17 de mayo). Fallece su madre, doña Giuditta Alghisi. (19 de julio). El sustituto de la Secretaría de Estado acompaña al Papa Pío XII en su visita a la barriada de San Juan de Letrán, que acaba de sufrir un bombardeo aéreo por parte de los aliados.

1944. Tras fallecer el Cardenal Maglione, secretario de Estado vaticano, Pío XII se abstiene de nombrarle un sucesor, convirtiéndose en Secretario de Estado de sí mismo, con lo que aumentan las tareas de Montini.

1952 (29 de noviembre). Juan B. Montini es nombrado Pro-secretario de Estado, lo que facilita su proximidad a Pío XII.

1954 (1 de noviembre). Una enorme sorpresa para muchos, acogida por el interesado y víctima J. B. Montini con silencio: Pío XII lo nombra Arzobispo de Milán. (30 de noviembre-5 de diciembre). Hace, en estricta soledad, ejercicios espirituales. (12 de diciembre). Encamado Pío XII por razones de salud, el Decano del Colegio cardenalicio Eugène Tisserant consagra Obispo a Juan Bautista Montini. En el momento del sermón, llega la voz del Santo Padre desde la cama, pronunciando un radiomensaje en alabanza del que ha sido su colaborador más eficaz y discreto.

1955 (6 de enero). En un día de temperatura gélida y de lluvia abundante, tiene lugar el ingreso del nuevo Pastor en la Archidiócesis de San Ambrosio, acogido por una gran afluencia de fieles y por las autoridades civiles y religiosas de Milán. El nuevo Pastor de la Diócesis más poblada de la Iglesia, al entrar en los confines de la Lombardía, se arrodilla para besar el suelo encharcado, expresando su amor y su entrega pastoral[2].

(8 de septiembre). Tras haberse recuperado de una prolongada neumonía consiguiente a la ola de frío de la fecha de su ingreso, da comienzo a la visita pastoral de su archidiócesis que comienza por el Duomo, con un programa de visita a las cerca de 1.000 parroquias que la componen. Su entrega a un desbordante programa pastoral no le dejará un momento de descanso, atendiendo con generosa entrega todas las necesidades de la inmensa archidiócesis ambrosiana, pidiendo y recibiendo la colaboración de otros pastores, y brindando la suya con ejemplar disponibilidad.

1956 (5 de agosto). Una invitación que acepta con cordial disponibilidad es la de Angelo Giuseppe Roncalli, que le pide que celebre la ceremonia conmemorativa del quinto centenario de la muerte de San Lorenzo Justiniano, primer Patriarca de Venecia.

1957 (5-24 de noviembre). Por iniciativa del Arzobispo Montini se lleva a cabo la Misión de Milán sobre el tema Dios Padre. Intervienen 1.288 predicadores, entre los cuales los cardenales Lercaro (de Bolonia) y Siri (de Génova) y, entre arzobispos y obispos, un total de 15.000 conferencias/sermones realizados en 410 sedes.

1958 (9 de octubre). Tras estar largamente enfermo, fallece en Castelgandolfo Pío XII. El nombre de Juan Bautista Montini despierta rumores como posible sucesor, sobre todo por parte de su gran amigo y admirador Angelo Giuseppe Roncalli, pero hay un inconveniente en que aún no haya sido nombrado cardenal.

(28 de octubre). En un largo cónclave, tras once votaciones a pesar del reducido número de cardenales (51) resulta elegido –con sorpresa del mundo entero– el Cardenal-Patriarca de Venecia A. G. Roncalli, que elige ser llamado Juan XXIII.

(15 de diciembre). El nuevo Papa, joven de espíritu aunque entrado en años,rejuvenece a la Iglesia introduciendo novedades bien acogidas. Una de las primeras, junto con la convocatoria del Concilio ecuménico, fue nombrar 21 nuevos cardenales, en una lista encabezada por el Arzobispo de Milán, Juan Bautista Montini.

1963 (3 de junio). Tras un pontificado sembrado de iniciativas de espíritu evangélico y una vida de santidad reconocida por todos los cristianos y los que no lo eran, fallece santamente Juan XXIII, produciendo un luto nunca tan sentido en todo el mundo. Había convocado el Vaticano II y animado con su espíritu y conducta evangélicos una prerreconciliación entre todos los hombres, y había fallecido como un santo, como casi toda la Iglesia deseaba fuese reconocido por aclamación. Nombrándolo cardenal, había removido el obstáculo que a Montini le había impedido afianzar su candidatura como sucesor de Pío XII. Pese a las apariencias, fue muy posible lo de que, a veces, Dios escribe recto con líneas en apariencia torcidas. De hecho...

(21 de junio). En un cónclave muy corto, con sólo cinco escrutinios, Juan Bautista Montini resultó elegido sucesor de Juan XXIII, eligiendo ser llamado Pablo VI. En el primer radiomensaje pronunciado al día siguiente de ser elegido, expuso con claridad su principal programa: «La parte principal de mi pontificado estará dedicada a la prosecución del Concilio ecuménico Vaticano II, en el que se concentran las miradas de todos los hombres de buena voluntad. Tal será la obra principal en la que me propongo volcar todas las energías que el Señor me ha dado para que la Iglesia católica que brilla en el mundo como símbolo alzado sobre todas las naciones, pueda atraer hacia sí a todos los hombres, con la majestad de su organismo, con la juventud de su espíritu, con la renovación de todas las estructuras, con la multiplicidad de sus fuerzas, procedentes de toda tribu, lengua, pueblo y nación. Este será el primer pensamiento del ministerio pontificio para que sea proclamado cada día más alto ante el mundo que sólo en el Evangelio de Jesús radica la salvación que se espera y desea: “Puesto que no hay bajo el cielo otro nombre ofrecido a los hombres por medio del cual puedan salvarse” (He 4,12)».

(21 de junio). Toda su vida, en cada uno de sus pasos, vida conducida y pasos dados en fiel seguimiento del Evangelio, fue un permanente aprendizaje y esfuerzo para ser fiel a Dios en su conciencia. Quienes lo eligieron sucesor de Juan XXIII, no todos tenían la seguridad de intuir cuáles serían en concreto sus pasos: si proseguiría o interrumpiría un Concilio cuya primera sesión se había concluido sin aparente éxito. Él despejó de inmediato la duda, asegurando ser su principal objetivo proseguir la obra puesta en marcha por su Predecesor, que la había emprendido en fidelidad a Dios. Pronto de hecho (29 de octubre), procede a la inauguración de la segunda sesión del Vaticano II, con el mismo espíritu con que lo convocara Juan XXIII, pero con metodología montiniana...

(29 de septiembre). Solemne apertura de la segunda sesión del Vaticano II. En un discurso inolvidable, así recordó, en presencia de los padres conciliares, la memoria de Papa Giovanni: «No puedo inaugurar la segunda sesión de este acontecimiento sin traer al pensamiento la imagen de mi muy querido Predecesor. Su nombre evoca en cuantos tuvimos la suerte de verlo, también aquí en mi puesto, su figura amable y hierática cuando abría, el 11 de octubre del año pasado, la primera sesión de este Concilio ecuménico Vaticano y pronunciaba aquel discurso que pareció a la Iglesia y al mundo voz profética para nuestro siglo y cuyo eco todavía resuena en el recuerdo de nuestra memoria y de nuestra conciencia, trazando al Concilio el sendero a recorrer para liberar a nuestros ánimos de toda duda, de todo cansancio que pudiese interponerse en nuestro sendero no fácil de recorrer».

(4 de diciembre). Clausura de la segunda sesión del Concilio. Promulga la Constitución sobre la Liturgia y el Decreto sobre los Medios de Comunicación social. La primera sitúa «la escala de valores y deberes, con Dios en primer lugar, la oración como obligación primera, la liturgia como fuente de la ayuda divina a nuestra vida espiritual...». El Decreto sobre los Medios de Comunicación social confirma «la perenne vitalidad y juventud de la Iglesia que no es extraña al mundo, sino que expresa su permanente interés por el bien de la humanidad, favoreciendo los estudios y ofreciendo normas seguras para animar de espíritu cristiano los admirables inventos del ingenio humano».

1964 (1 de enero). Su viaje a Tierra Santa: era, entonces, un tema muy delicado por su complejidad política. Pablo VI era consciente de lo difícil que había sido su gestión con las enfrentadas autoridades políticas de uno y otro lado, gestiones que habían tratado de solucionar su secretario personal Pasquale Macchi y un responsable de la sección francesa de la Secretaría de Estado. Su anuncio fue muy discreto y nada triunfalista[3]. Iba a ser su primer «Viaje apostólico», que empezaría por la Tierra de Jesús. Lo deslizó, con discreción, en el Angelus del 1 de enero de 1964: «Tengo en programa dos acontecimientos: dentro de poco mi peregrinación a Tierra Santa. Os recordaré a todos y rezaré para que también a vosotros Dios os conceda la gracia que le estamos pidiendo de que os confirme en la fidelidad a las fuentes y en la autenticidad de su palabra y de su gracia. Además tenemos que llevar a buen término el Concilio ecuménico. Se trata de grandes acontecimientos que pueden afectar la suerte de nuestro tiempo y de tantas almas. Es por lo que los ponemos bajo la protección de María Santísima. ¡Feliz año a todos!».

(4-6 de enero). A punto de emprender un viaje tan importante y difícil, Pablo VI anuncia: «Es el viaje del ofrecimiento de la Iglesia, de la confesión de Pedro, del encuentro y de la esperanza. Todos estarán presentes en mi corazón. Nadie quedará excluido». En Jordania e Israel, la presencia del Papa alcanza límites de muy alta conmoción. Pablo VI bendice, saluda, acaricia a los niños, consuela. Su paso es una bendición. Cansado, sereno, nunca agotado en su paso veloz, ora con intensidad en su interior, y permanece unido con Dios pese a la presión de las muchedumbres que, de manera especial en Jerusalén, casi amenazan con aplastarlo. La emoción del viaje alcanza su punto más intenso en su encuentro y abrazo con el Patriarca ecuménico greco-ortodoxo de Constantinopla, Atenágoras. El corazón de Pablo VI late por un único anhelo: Ut unum sint, que sean uno como el Corazón de Cristo. El encuentro es un paso importante para la unidad. El regreso a Roma por parte de Pablo VI es algo íntimamente triunfal. Desde el aeropuerto de Ciampino, donde al atardecer de la Epifanía aterriza el avión de Alitalia, el Augusto Peregrino se ve acompañado por el ritmo lento de un constante aplauso de hosannas por los romanos.

(21 de noviembre). Concluye la tercera sesión del Vaticano II con la promulgación de la Constitución dogmática sobre la Iglesia, y los decretos sobre el Ecumenismo y las Iglesias orientales. Todos documentos importantes, pero el principal y más deseado y profundizado por Pablo VI es el de la Iglesia, con sus ocho capítulos en los que se trata de la naturaleza misteriosa de la Iglesia como Cuerpo místico de Cristo, y de todos los miembros que pertenecen a dicha sociedad, desde el simple fiel bautizado hasta las más altas autoridades jerárquicas. Y se concluye con el tratamiento y el estudio del Miembro más elevado de la Iglesia, María Santísima, Madre de Dios y Madre de la Iglesia. Dicho documento conciliar se concluye con la siguiente declaración: Cada uno de los temas fijados en esta Constitución fueron aprobados por los padres conciliares. Y Nos, con el poder apostólico que nos confirió Cristo, en unión con los venerables Padres conciliares, en el Espíritu Santo, los aprobamos, decretamos y establecemos. Y lo que ha sido decretado sinodalmente, ordenamos que sea promulgado para gloria de Dios. (21 de noviembre del año 1964).

(2-5 de diciembre). Con motivo del XXXVIII Congreso Eucarístico Internacional que se celebra en Bombay, invitado por el Cardenal Valerian Gracias, Pablo VI realiza un viaje a la India para adorar a Jesús Eucarístico, recorriendo zonas de inmensa pobreza. Antes de tomar el avión de regreso, desde el aeropuerto de Nueva Delhi realiza un gesto de gran trascendencia, que da a conocer al mundo entero a una Mujer hasta aquel momento desconocida. Anuncia donar a la Madre Teresa de Calcuta, para su obra de amor universal, el automóvil Lincoln descapotable que le habían regalado los estudiantes de una Universidad católica de EE.UU.

1965 (14 de septiembre). Inaugura la cuarta y última sesión del Concilio. Con tal motivo dirige un discurso a los Padres conciliares recordándoles, y recordándose a sí mismo, la amonestación de San Pablo: Veritatem facientes in caritate (Ef 4,15). Caminamos obrando la verdad hacia la caridad. «En esta asamblea, la expresión de tal ley de la caridad tiene una denominación sagrada y grave, que se califica de responsabilidad. San Pablo diría urgencias: Caritas Christi urget nos (La caridad de Cristo nos empuja) (2Cor 5,14)».

(4-5 de octubre). Invitado por el Secretario General U Thant, emprende un viaje a la ONU, donde dirigirá la palabra a los representantes de las 117 naciones para dejarles un mensaje de honor y de paz. Como «experto en humanidad», Pablo VI asume la voz de los muertos y de los vivos. De los muertos caídos en las guerras pasadas soñando con la concordia y la paz del mundo. Y de los vivos que les han sobrevivido, llevando en sus corazones la condena hacia quienes intenten renovar tales guerras. Y también de otros vivos, los jóvenes de las generaciones actuales que avanzan suspirando por una humanidad mejor. En discursos pronunciados con tal motivo y en diferentes ocasiones, insiste con una invocación angustiosa, la de ¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más los unos contra los otros!

(8 de diciembre). Se concluye, con la cuarta sesión, el Concilio. Hace entrega, en el curso de una concelebración en el atrio de la Basílica de San Pedro, de los mensajes del Concilio a representantes de los gobernantes, de los intelectuales, de los artistas; de las mujeres, de los trabajadores, de los pobres, de los enfermos, de todos los que sufren, y de los jóvenes. En fecha anterior (28 de octubre) habían sido aprobados y publicados cinco documentos del Concilio Vaticano II, tres como Decretos conciliares (sobre el Oficio pastoral de los Obispos, sobre la Renovación de la Vida religiosa, y sobre el Ministerio y la Formación sacerdotal), y dos como Declaraciones conciliares (respectivamente sobre la Educación cristiana de la Juventud y sobre las relaciones de la Iglesia con las Religiones no cristianas). Un día antes (7 de diciembre) habían recibido su aprobación dos documentos: la discutida declaración conciliar sobre La libertad religiosa (aprobada con 2.308 votos a favor y sólo 70 en contra) y el decreto conciliar sobre La actividad misionera de la Iglesia (aprobada con 2.394 votos a favor y sólo 5 en contra). Y asimismo la Constitución pastoral Gaudium et spes (sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo), ratificada con 2.309 votos a favor y 75 en contra.

1966 (14 de junio). Suprime el Índice de libros prohibidos.

1967 (29 de enero). Recibe en audiencia al presidente del Presidium del Soviet supremo de la URSS, Nikolai V. Podgorny. (26 de marzo). Publica la encíclica Populorum progressio sobre el desarrollo de los pueblos y la paz en el mundo. (13 de mayo). Peregrinación a Fátima en un día. (18 de junio). Reestablece el diaconado como grado eclesiástico permanente. (29 de junio). Inaugura el Año de la Fe. (25 de junio). Viaja a Turquía, visitando al Patriarca ecuménico de Constantinopla, Atenágoras, y aprovechando para visitar Éfeso. (15 de agosto). Publica la constitución apostólica Regimini Ecclesiae Universae sobre la reforma general de la Curia romana. (4 de noviembre). Se somete a una intervención quirúrgica para la extirpación de la próstata.

1968 (1 de enero). Celebra la Primera Jornada de la Paz, decidiendo que se celebre todos los años el primero de enero. (30 de junio). Concluye solemnemente el Año de la Fe, proclamando el Credo del Pueblo de Dios. (22-25). Con motivo del XXXIX Congreso eucarístico que se celebra en Bogotá, realiza un viaje para adorar a Jesús eucarístico a la capital colombiana, acudiendo luego a Medellín para encontrarse con el Episcopado Latinoamericano (CELAM) allí reunido.

1969 (31 de julio-2 de agosto). Lleva a cabo un viaje apostólico a Uganda, en representación del amor del Papa al continente africano, que lleva en su corazón. (Unos años antes, siendo de Milán, ya había visitado Biafra, Kampala, Rodesia y Ghana, donde había fundado una «misión ambrosiana», atendida por misioneros de Milán).

1970 (27 de septiembre y 4 de octubre). Proclama a dos santas, respectivamente Santa Teresa de Jesús y Santa Catalina de Siena, como doctoras de la Iglesia.

(26 de noviembre-5 de diciembre). Realiza el último y más largo viaje de su pontificado, por duración y millas aéreas, cuando ya su salud estaba deteriorada. Visitó, con espíritu misionero, los dos continentes extremos que le quedaban sin visitar: Asia y Oceanía. Fueron varios países de Asia, en un anhelo orante y misionero, con varias escalas técnicas, sigladas de más que simples saludos a representantes humanos y políticos... Etapas que fueron Manila (donde sufrió un ataque que quiso ser mortal y que por providencial suerte no llegó a serlo)[4] y antes Teherán y Pakistán, y Samoa, y Sídney, y Nueva Zelanda, y Australia, Yakarta, Ceylán, Hong Kong: este fue, entre todos sus viajes, el más alejado del considerado centro espiritual y jurídico de la Iglesia, que se sentía «responsable, solidaria, con las Iglesias esparcidas por el mundo, permaneciendo atenta a las personas con ideas y sentimientos religiosos distintos de los de la fe cristiana».

Nombramiento de cardenales: 1965 (22 de febrero). Nombra 27 nuevos cardenales. 1967 (26 de junio). Nombra otros 27 cardenales. 1969 (28 de abril). Nombra 33 cardenales nuevos, reservando dos más in pectore. 1973 (5 de marzo). Nombra 30 cardenales nuevos y publica los dos reservados in pectore el 28 de abril de 1969. 1976 (24 de mayo). Nombra 20 cardenales nuevos y reserva uno in pectore[5].

Ejercicios espirituales: 1964 (16-22 de febrero). Bernhard Häring, sobre La vida cristiana a la luz de los Sacramentos; 1965 (8-13 de marzo). Ambroise Carré, sobre Fe, fidelidad y amor a Cristo; 1966 (27 de febrero-5 de marzo). Giuseppe Carraro, obispo de Verona (Italia), sobre Al servicio de Cristo; 1967 (12-18). Paolo Dezza SJ; 1968 (3-9 de marzo). René Voillaume; 1969 (23 de febrero-1 de marzo). Abad Gabriel Brasó, sobre Nuestro sacerdocio a la luz del sacerdocio de Jesucristo; 1970 (15-21 de febrero). Jacques Loew, sobre Cristo y la Iglesia; 1971 (28 de febrero-6 de marzo). Divo Barsotti, sobre La Iglesia y el Sacerdocio; 1972 (20-26 de febrero). Maurice Zundel, sobre ¿Qué hombre, qué Dios?;1973 (11-17 de marzo). Antonio Javierre-Ortas, sobre Tu Padre está en el secreto; 1974 (3-9 de marzo). Eduardo Pironio, sobre Queremos ver a Jesús; 1975 (16-21 de febrero). Anastasio Ballestrero, Caminando hacia nueva vida; 1976 (7-13 de marzo). Karol Wojtyla, de Cracovia, Signo de contradicción; 1977 (27 de febrero-5 de marzo). Mariano Magrassi, sobre Asidos a Cristo; 1978 (12-18). Carlo María Martini, sobre Reflexiones sobre el Evangelio de San Mateo.

1978. Secuestro de Aldo Moro (16 de marzo). Con Pablo VI ya muy debilitado en su salud, por los años y por una muy avanzada artrosis, se produce un grave acontecimiento que no cabe duda de que adelantó su desenlace final: fue el secuestro de un buen amigo suyo desde largo tiempo, uno de los políticos más rectos de Italia y del panorama internacional: el onorevole Aldo Moro. (21 de abril). Para secuestrarlo, asesinaron a los cinco miembros de su escolta. Los miembros de las Brigadas Rojas, autores del secuestro, lo autorizan a que escriba al Papa para intermediar en su liberación. Él les suplica que le devuelvan la libertad porque es «un hombre bueno y honrado, a quien nadie puede acusar de ningún reato, ni de escaso sentido social, de falta de servicio a la justicia y a la pacífica convivencia civil»[6]. (9 de mayo). No le hacen caso y aparece asesinado. Su secuestro constituyó uno de los más crueles sufrimientos de Pablo VI.

(6 de agosto). Fallece Pablo VI: Es domingo de la Transfiguración, pleno verano, tiempo de vacaciones. Extremado en la salud, consciente de que la muerte está cerca, ha optado por retirarse a Castelgandolfo, lejos del clima romano-vaticano. Fallece a las 21.40 h. Ha dispuesto que el suyo sea un funeral sin ruidos y sin especiales honores. Los obispos de Italia, quienes mejor lo han conocido, piden en seguida la introducción de su causa de beatificación. En seguida se les suma el episcopado latinoamericano, representado por el CELAM. El Papa Francisco fija para el 19 de octubre de 2014 la fecha de su beatificación. Para cuantos lo conocimos, era algo que anhelábamos, desde el recuerdo constante de su heroica santidad. Pablo VI fue un Papa casi mártir.Somos conscientes de lo limitativo del casi que se nos ha escapado a nosotros. Otros analistas de su perfil emplean lo de mártir en su pleno significado. ¡Tienen razón!

Un breve prólogo... ¡español!

Esta modesta y lamentablemente un poco –si no un mucho– desordenada biografía se ha escrito para ser publicada y, dentro de lo posible, también difundida, ante todo en español y en España.

Quienes hemos tratado de confeccionarla y la firmamos somos conscientes de que, en España, por lo menos en determinados ambientes no muy sinceramente religiosos, antes aún que católicos, Pablo VI no fue tan conocido ni comprendido, aceptado ni amado, como lo fue y sigue siendo en otros países y ambientes que, en cuanto a católicos y a sinceramente religiosos, pasaban y siguen pasando por serlo menos que nosotros los españoles. Algo que, nos parece, no deja de tener y de haber tenido su vertiente paradójica y... contradictoria.

Muy verdad es que quizá no sea el caso de revolver un pasado que, por supuesto todos o por lo menos la inmensa mayoría, deseamos ver superado, no sin aceptar la responsabilidad individual y colectiva que a unos y a otros no deja de afectarnos para su superación. Es lo primero y principal que sentimos nos anima a aprender del ejemplo sereno de un hombre tan ejemplar y tan hombre que se llamó y sigue siendo recordado como Juan Bautista Montini, pero sobre todo y aún más como Papa Pablo VI.

Quisiéramos ante todo dejar aquí constancia quienes hemos escrito esta biografía –conscientemente escasa, por personal inadecuación nuestra más que por tibieza de deseo y convicción, con respecto a un gran Papa culto, humilde y santo–, de que compartimos íntimamente el deber de hacer justicia a la heroica y paciente ejemplaridad cristiana de Juan Bautista Montini/Pablo VI.

Una ejemplaridad que, hasta donde nos sea posible, nos proponemos, o más bien quisiéramos, reflejar en las páginas de este libro. Somos conscientes, no obstante, de que es muy difícil, por no decir imposible, describir con adecuación, mediante palabras y expresiones lamentablemente pobres, las virtudes practicadas con ritmo creciente, a lo largo de toda una vida: de niño y adolescente precozmente ejemplar; de joven seminarista íntimamente convencido y decidido a seguir la llamada de lo Alto; de sacerdote resuelto a entregarse de lleno al servicio directo y exclusivo de las almas: un sacerdote sin embargo que, por heroica obediencia, tuvo que ¡y supo! ver en una entrega absorbente, a dedicación plena, a una tarea de «burocracia vaticana» la heroica inversión vital de su vocación de sacerdote, que en ningún instante de su vida se olvidó de serlo y lo fue durante una veintena de años jóvenes; que fue un aparente, sacrificado y generoso «burócrata», trocado luego de repente, por aceptada obediencia, en Arzobispo de la archidiócesis más difícil y exigente de la Iglesia, convertido de manera heroica, sólo aparentemente improvisada, en pastor profesional, sucesor de santos grandes y remotos que le dejaban una herencia inmensa; de santos remotos y grandes nunca olvidados, que fueran y seguían llamándose, en la hagiografía cristiana, San Ambrosio y San Carlos (Borromeo); y de beatos más recientes en camino de ser declarados santos –ya lo han sido–, frescos en el recuerdo de todos con los nombres de Ildefonso Schuster y de Carlo Ferrari.

Arzobispo pastor sin ejercicio previo de pastoreo, inmediato ni remoto, Juan Bautista Montini se vio obligado a ser sucesor de unos y de otros. Fue Arzobispo y lo hizo bien, heroicamente bien, al frente de la Archidiócesis más difícil y poblada de la Iglesia que se llamaba (y sigue llamando) Milán, con sus abundantes cinco millones de habitantes, todos católicos menos cien mil de ellos, con sus 1.200 parroquias, sus (entonces) 2.500 sacerdotes, (ah, y con cinco obispos auxiliares como ayudantes...). Milán, una capital de provincia y región –la Lombardía– esencialmente industrial, de las más de Europa, con las consiguientes enormes dificultades y problemas...

Lo hizo bien, vaya que sí, el Arzobispo Montini, a quien, desde por aquellos años, acaso nadie había apreciado tanto y profesado tan sincera, serena y creciente admiración y amistad como el que fuera visitador apostólico en las remotas –más por entonces que... por ahora– Bulgaria y Turquía, enviado en 1925 para largo por Pío XI, y que sería después nuncio en Francia, enviado en 1945 por Pío XII, Giovanni Roncalli.

La amistad entre ellos nació, parece ser, porque por aquellos años Juan Bautista Montini era la «mano derecha secretarial» de los papas Pío XI y Pío XII, a quienes muy humildemente representaba y a cuyas órdenes fielmente estaba el visitador, primero, y nuncio apostólico, después, Giovanni Roncalli. El cual Roncalli puntualmente informaba y dócilmente pedía orientaciones por carta al Papa cada vez que necesitaba sus directrices o refería sobre sus contactos con los gobiernos o con la modesta escasa jerarquía de la reducida porción religioso-católica en Bulgaria y Turquía, primero, y más numerosa en la católica Francia después.

Los informes y demandas de orientación del visitador y nuncio Roncalli iban dirigidos a los papas respectivos, pero era más frecuente que raro que un papa y otro los pasasen para lectura y adecuada respuesta al Sustituto y Prosecretario de Estado Juan Bautista Montini: el cual formulaba respuestas muy medidas siempre a su casi paisano lombardo en la versión oficial, permitiéndose en muchos casos añadir expresiones de sincera y creciente estima que era más bien amistad. Lo cual explica que el Roncalli de Bérgamo, que llevaba con muy dócil obediencia su nada fácil tarea de representación en partes tan entonces remotas de Europa, no dejaba de apreciar el toque de amistad personal que su vecino de Brescia deslizaba como remate de las cartas oficiales.

La amistad entre ambos parece ser que surgió de aquellos contactos tan simples, pero se maduró por otros a lo largo de los años, basada más en una recíproca percepción de la sincera bondad por cada uno del otro, aun en la lejanía, que en la frecuencia de contactos, volcado cada uno de ellos, en entrega generosa y total a sus misiones apostólicas. Tuvieron, sí, ocasión de algunos encuentros personales, que fueron muy pocos y breves: cuando, una vez al año y, en períodos difíciles de guerras como la Segunda Mundial, cada dos o tres años, el visitador apostólico Roncalli pasaba por el Vaticano para referir al papa y saludar de paso al Prosecretario. Y tuvieron alguna más, pero no muchas, cuando el de Bérgamo había sido nombrado Cardenal-Patriarca de Venecia (enero de 1953), poco antes de que el de Brescia (noviembre de 1954) hubiese sido, de manera más sorpresiva, nombrado Arzobispo (¡que no cardenal!) de Milán.

No tardó en morir Pío XII (9 de octubre de 1958), el que los había nombrado arzobispos de Milán y de Venecia a uno y a otro. Con su muerte, la de Pío XII, había llegado la hora de que fuese elegido, por el Colegio cardenalicio, un sucesor del Papa muerto. Roncalli, hombre sincero que interpretaba la sinceridad como rectitud, se dejó –y ya lo había hecho en alguna ocasión, de manera inocentemente discreta– escapar que él no veía mejor sucesor del Papa fallecido que en el Arzobispo de Milán. El cónclave –a pesar de que el número total de cardenales era escaso: 51– resultó largo y difícil: cuatro días (del sábado 25 al martes 28 del mismo mes de octubre) y once votaciones. Resultó elegido Angelo Roncalli con el nombre de Juan XXIII. Sobraban razones para pensar que el nuevo Papa hubiese preferido ver a Juan Bautista Montini en su puesto, porque lo consideraba más capacitado. No obstante, aceptó con humildad su cargo. Se da como probable –nosotros lo damos, con muy sinceras razones– que el que fue elegido para suceder al Papa muerto, el tan ejemplar Papa Buono Giovanni XXIII, hubiese empezado votando al que era Arzobispo de Milán. Sólo que Pío XII lo había nombrado sucesor de los mencionados San Ambrosio, San Carlos Borromeo, y candidatos a beatos y santos Ildefonso Schuster y Carlo Ferrari, pero no lo había nombrado cardenal, título y responsabilidad vinculada a la presidencia religiosa de la también denominada Archidiócesis Ambrosiana. Y aunque el cardenalato no sea condición esencial previa para Papa, sí es indispensable para ser elegido tal. Porque en la hipótesis de que, no siéndolo, el elegido recibiera el número suficiente de votos y viviese, un suponer, en la periferia de Roma, tal que en Castelgandolfo, y peor si... en la isla de Lampedusa, el cónclave tendría que suspenderse en tanto el elegido tendría que desplazarse a Roma y ser investido cardenal como condición previa.

Pero ocurrió una cosa llamativa a la que quizá se vuelva a aludir, de manera superflua para los que recuerden este detalle. Nada más ser elegido Juan XXIII, una cosa muy significativa que hizo fue nombrar primer cardenal de su pontificado al Arzobispo de Milán, Juan Bautista Montini. Lo cual, que si Montini no fue por ello más cardenal que ningún otro de los primeros 23 que nombró el Papa Juan XXIII en su primera promoción cardenalicia, a los que se sumaron dos promociones más con un total de 45 nuevos cardenales: sí, de todos ellos, Juan Bautista Montini fue el primero –primer cardenal de Juan XXIII–, lo que no constituyó ningún motivo de orgullo para él que cifraba su entrega a Dios en razones más profundas, como bien sabía su entrañable amigo y admirador San Juan XXIII, pero fue algo que lo hizo apreciar mucho.

De igual suerte el Arzobispo de Milán, Juan Bautista Montini, apreció y ya venía apreciando mucho desde largo a Juan XXIII, sin hacer ruido con tal aprecio, como tampoco lo hacía Juan XXIII del aprecio que sentía y tenía hacia él. Un aprecio sincero y recíproco que pudo ser que en algunos despertase celotipias más o menos... contemporáneas, pero que hoy en que ambos están en el cielo habiendo sembrado tan buenos ejemplos, a todos nos conmueve y trueca en estímulo de bien.

Quisiéramos añadir mucho más sobre el tema de las virtudes y méritos del ya Beato Pablo VI, no desvinculado de su relación con un ya Santo Juan XXIII. Pero esto arrancó, y quiere seguir, como simple breve prólogo para un libro pensado para difusión acaso reducida que... no tendríamos inconveniente en que más bien fuese... amplia. Un prólogo alimentado de preferencia por voces de nuestra lengua y de nuestro ámbito geográfico, para un libro sobre un gran Papa Pablo VI ¡culto, humilde y santo!

Nuestro compromiso resulta poco menos que imposible de reflejar, pero para ello pedimos contar con la ayuda de lo Alto y con la buena voluntad –sinceramente agradecida, que pedimos a Dios la premie– de quienes tengan la amabilidad y paciencia de leernos.

Un libro, ya adelantamos y reiteramos, escrito para difusión principalmente en España y para lectores previsiblemente también españoles. Es por eso por lo que le anteponemos un prólogo de testimonios, pocos pero sinceros, de obispos españoles. Habría unos cuantos más, pero consideramos suficientes, por su sincera y reconocida ejemplaridad, los pocos –tres– que se recogen, en representación de muchos más, que en lo sustancial son y serían coincidentes. Son los testimonios de D. Elías Yanes, de Zaragoza; del que lo fue, por algún tiempo, de Ávila, D. Maximino Romero de Lema, y de D. Ramón Torrella, que murió siéndolo emérito de Tarragona... Y parte de una larga entrevista con el Cardenal Tarancón, que mantuvo un trato muy cercano con Pablo VI.

Habla don Elías Yanes, antiguo presidente de la CEE

CEE está, en abreviatura, por Conferencia Episcopal Española. Don Elías Yanes fue uno de sus primeros presidentes. Salvo error sucedió, en dicha presidencia, al Cardenal-Arzobispo de Santiago de Compostela, don Fernando Quiroga y Palacios. (Por aquellos tiempos, los apellidos se solemnizaban con el empalme de la conjunción copulativa y).

Don Elías, como se le llamaba sin necesidad de añadir su simple y único apellido, fue muy estimado por los obispos y también por los que no lo eran. Al tiempo que Presidente de la CEE, fue también Arzobispo de Zaragoza. Y había sido, antes, Obispo auxiliar de don Gabino Díaz Merchán, en la de Oviedo.

Durante su período de presidente de la CEE se celebraron en Madrid (20-21 de mayo de 1994), en la calle Añastro, donde la CEE tenía –y, salvo error, sigue teniendo– su sede, unas jornadas de estudio sobre Pablo VI y España, convocadas por el Istituto Paolo VI de Brescia en colaboración con la UPSA (Pontificia Universidad de Salamanca).

A don Elías le correspondió dar –¡lo hizo con palabras muy amables, como eran siempre las suyas!– una cordial bienvenida. Fueron palabras muy breves, sinceras y cordiales, que todos escuchamos y aplaudimos con gratitud.

Algunas de sus palabras en tal ocasión, ya a considerable distancia, sirven para este prólogo referido al Beato Pablo VI. (La verdad es que Beato ya lo era virtualmente entonces, y también santo, pero todavía no reconocido: un favor que debemos, y... ¡mucho agradecemos! al buen Papa Francisco).

Las palabras de bienvenida de don Elías, en tal circunstancia, fueron las siguientes:

Para la Conferencia Episcopal Española es un motivo de profunda satisfacción ofrecer la modesta hospitalidad de esta sede y de estos servicios de la Conferencia a quienes participan en la reflexión de las presentes Jornadas.

Motivo de especial satisfacción es saber que se trata de un tema de importancia grande para la vida de la Iglesia en España, tema que será tratado con rigor científico, como es habitual en los estudios promovidos por el Istituto Paolo VI.

Se nos ha recordado que no se trata de unas jornadas de exaltación de la figura de Pablo VI sino de estudio riguroso, de aportación de documentos y de testimonios que permitan conocer ese período de la historia de la Iglesia y no perder esa experiencia de la vida de la Iglesia que es reciente pero que a veces por incuria, por falta de atención, podría quedar relegada al olvido en aspectos importantes.

Si se me permite, y acogiéndome al género literario de los testimonios, no puedo menos de expresar mi personal gratitud y reconocimiento por la atención que se presta a la figura de este gran Pontífice.

Puedo aportar una pequeña anécdota que para mí tuvo un gran significado y que pienso que significa cuál fue su actitud en aquella situación conflictiva que se produjo en amplios sectores de la Iglesia en la etapa del Posconcilio.

Yo había sido elegido recientemente Obispo auxiliar de Oviedo y acompañaba al Arzobispo de la diócesis ovetense, Monseñor Gabino Díaz Merchán (era el año 1971 o 72) con motivo de la visita ad limina. Pablo VI nos concedió una audiencia y mi Arzobispo dio cuenta de los problemas pastorales que se planteaban en aquellos momentos en nuestra diócesis, como en muchas otras diócesis españolas. Una situación especialmente difícil, con tensiones intraeclesiales fuertes, un gran desconcierto, dificultades, además, que fácilmente tenían un carácter público porque, con frecuencia, tenían relación con la situación política vigente en aquel momento.

Mi Arzobispo explicó cómo trataba de actuar en tal situación, poniendo énfasis en la paciencia, en el esfuerzo por escuchar a todos, pero al mismo tiempo pidiendo luz: «¿Es esto lo que tenemos que hacer o, como otras personas nos aconsejan, es necesario dar normas, acudir a penas canónicas, tomar una actitud de mayor recurso a la autoridad?». Mi Arzobispo lo preguntaba con sincero deseo de tener luz para orientar su acción pastoral de acuerdo con lo que el Papa pensaba.

Pablo VI nos dio una respuesta que sé que en términos semejantes dio a otros obispos. Comenzó comentando: «¡Cuánto me alegro, cuánto consuelo recibo de saber que los obispos tienen esta línea de conducta como usted me ha explicado!». Y, pensando en voz alta, continuaba como meditando con nosotros: «En otras épocas, ser obispo era un honor: hoy es, ante todo y sobre todo, un servicio». Y añadió esta frase que a mí se me grabó profundamente como una luz, sobre todo para los momentos de tensión y de dificultad que en aquel momento vivíamos: «El obispo tiene que estar siempre dispuesto a tender la mano a aquellos que no lo merecen». Era como una síntesis de su encíclica Ecclesiam suam.

Unas «pinceladas» del Obispo Maximino Romero de Lema

Intentaba uno superar generalidades acerca del Obispo Maximino Romero de Lema y tropezó con una evocación firmada por don Laín Entralgo, el gran presidente de la Real Academia Española:

Cuando, ante una inexorable muerte próxima, volaba de Roma a Santiago con el propósito de despedirse de la vida mortal y ser inhumado en su tierra, ha fallecido Maximino Romero de Lema, sacerdote. Había sido obispo en España, arzobispo en Roma, secretario de la Congregación del Clero, tantas cosas más. Pero yo estoy seguro que al recordarse tras su muerte, él hubiera preferido que se hiciera uniendo a su nombre esta sola palabra: sacerdote... Para ser sacerdote, no para ser obispo, renunció al brillante porvenir que le ofrecía su reciente licenciatura en Derecho y –una entre las «vocaciones tardías» de aquellos años– sintió irrevocablemente la que en él era más profunda y pasó de jurisperito a seminarista, sin duda con el ánimo de llevar a la Iglesia, en la medida de sus fuerzas, el mundo secular de que era parte.

¡Qué bien dice don Pedro Laín lo que... dice! Uno no quería alargarse, pero lo que dice don Pedro Laín es tan digno –¡también de don Maximino!– que no se quiere interrumpir la cita, recordando otras palabras del que fuera director de la RAE:

Durante los años en que tanto por razones estrictamente religiosas como por razones puramente humanas había que salir de aquella alianza poder-altar que los españoles llamamos nacionalcatolicismo, Maximino Romero de Lema, a quien Pablo VI quiso y no pudo nombrar arzobispo de Santiago de Compostela, en esa empresa colaboró silenciosamente. Como, no silenciosamente, de manera tan eficaz lo hizo el Cardenal Tarancón. Ciertamente se ha dicho de él que fue liberal frente a los integristas, moderado frente a los radicales y pensador frente a los agitadores. Así, hasta su muerte; primero, en España; luego, en Roma, y por fin, entre Roma y España.

A este punto, la cita tomada de Romero de Lema para este largo prólogo para lectores españoles arranca así:

No tengo la osadía de diseñar la personalidad de Pablo VI. Sólo algunas observaciones directas, como pinceladas. Ante todo, era una personalidad superior, con arraigo histórico, que no admite simplificaciones hechas a veces tópico fácil. Fue considerado un intelectual, formado en una cultura brillante, dominante en Europa y más en concreto francesa, con dificultad para entender la historia de España.

Mi observación es otra: yo pienso que el joven Montini, el sacerdote Montini, era una personalidad genialmente italiana. Por la formación en su familia. Por la historia de Italia en aquel período concreto, vivida en la escuela de su padre. En aquel clima católico, con personalidades de tanto relieve, en el pensamiento. Entre movimientos sociales importantes, con correspondencia con movimientos europeos paralelos.

Pablo VI conocía y comprendía España y su misión histórica y evangelizadora. Conocía bien la literatura clásica española. Lo pude observar en la preparación del doctorado de Santa Teresa. Y, por lo que se refiere a la cultura contemporánea, por decisión de Pablo VI están en los Museos vaticanos obras de pintura y escultura española contemporánea de Venancio Blanco, Eduardo Chillida, Javier Calvo, Salvador Dalí, José Ortega, José de Oteiza, Benjamín Palencia, Pablo Picasso, Nicanor Piñote, Joaquín Vaquero Turcios, Manuel Vilaseñor. Colaborando en estos trabajos con Monseñor Pasquale Macchi, tuve ocasión óptima para tratarle.

El interés de Pablo VI por las cosas de España lo manifestaba en muy distintas ocasiones, ya como sustituto de la Secretaría de Estado vaticana en tiempos de Pío XII. Relato un episodio del que fui testigo: Siendo embajador ante la Santa Sede Fernando Castiella, llegó a Roma don Ángel Herrera Oria, al cual veneraba Castiella, vieja amistad suya desde los Estudiantes Católicos. Puso verdadero interés en su encuentro con Monseñor Montini y Montini aceptó. El encuentro se produjo en la embajada de la Piazza di Spagna. Éramos cuatro personas: el sustituto Montini, el embajador Castiella, Ángel Herrera y yo. Fue una de las conversaciones más interesantes que he tenido ocasión de escuchar con temas que fueron la Iglesia, la cuestión social y la libertad.

El clima de esta tarde me hace difícil comprender algún episodio posterior del Castiella ministro. La comprensión y el amor a España y a la Iglesia de España se muestra en palabras de Pablo VI.

Cuando el 25 de septiembre de 1975 Pablo VI canonizó a San Juan Macías, quiso destacar, ante la Plaza de San Pedro llena, algunas características que concurrían en la vida del nuevo santo: «La primera, su origen español, hijo de una nación cuya historia encuentra sus expresiones más altas y decisivas, que marcan el carácter de su pueblo, en las figuras de sus santos, como Domingo de Guzmán, Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Teresa de Ávila, Juan de la Cruz... Sólo recordar sus nombres constituye un auténtico homenaje que se tributa a España. Un homenaje que siento poder subrayar por mi parte dirigido a una nación por mí muy amada y que la Iglesia entera, tan bien representada en esta Plaza de San Pedro por millares de peregrinos venidos de todo el mundo desean rendir conmigo a esta tierra de santos... Esta alegría podría ser más plena si estos días no hubiesen sido ensombrecidos por los acontecimientos de todos conocidos...»

Cómo Ramón Torrella Cascante recordaba a Pablo VI

Uno se recuerda viajando en tren, hacia finales de los años sesenta, en un departamento compartido, entre otros, con dos clérigos de respetables semblante y cultura ocupados en una conversación interesante a pesar de mi distancia del tema. Aun fingiendo desinterés, todavía retengo lo sustancial. Hablaban de un cura llamado Torrella, consiliario de la JOC (Juventud Obrera Cristiana)[7], residente en la diócesis de Madrid dependiente del obispo Eijo y Garay.

Eran tiempos en que tener algo que hacer, aunque fuese de orden espiritual, con grupos sociales (peor si obreros), aunque se apellidasen cristianos como la JOC, implicaba riesgo de conflictos con las autoridades eclesiásticas, en gran parte sintonizadas con las franquistas. Tal era la ejercida por Eijo y Garay, que sintonizaba con el nacionalcatolicismo de la época.

Aunque nacido en Cataluña (Olesa de Montserrat, 30 de abril de 1923), Ramón Torrella ejercía en Madrid, donde la JOC tenía su sede central. En Madrid mandaba mucho (¡en sintonía con un gobierno con el que sintonizaba casi más que con un distante Vaticano!) el obispo Eijo y Garay. Si por residencia Ramón Torrella vivía y celebraba misa en terreno del obispo de Madrid, siendo tiempos anteriores al Vaticano II que creó las Conferencias episcopales, el poder eclesiástico estaba en manos del Arzobispo de la archidiócesis primacial, que era la de Toledo, regida por el Cardenal Pla y Deniel, un eclesiástico conservador de ascendencia catalana con sensibilidad social. Por ello se situó de parte del consiliario Torrella cuando, por su conducta favorable a la justicia en pro de la JOC, Eijo y Garay le prohibió celebrar misa en su diócesis. Lo cual puso de su parte a Pla y Deniel, diciéndole que si el obispo de Madrid no lo dejaba actuar como cura en su territorio, la prohibición carecía de validez en su territorio. Para ello optó por mandarle todas las mañanas un coche que lo desplazaba hasta Illescas, territorio toledano limítrofe con Madrid donde podía celebrar.

Fue cuando Pablo VI intervino en favor de Torrella llamándolo a Roma y ofreciéndole cargos de responsabilidad en varias instituciones creadas por el mismo Papa tras el Concilio (Secretariado para la Unidad de los no-Cristianos, Consejo de Laicos, Consejo pontificio Cor Unum, Comisión Justicia y Paz). La situación de Torrella encontró una espléndida solución hasta que, ya en 1983, el mismo Pablo VI lo creó Arzobispo de Tarragona, cargo que desempeñó hasta su renuncia por razones de edad en 1997, y su fallecimiento en abril de 2004.

Comprensible que, dadas sus vicisitudes vivenciales y su proximidad a Pablo VI, Ramón Torrella tuviera testimonios que expresar sobre su relación con dicho Papa. Unos testimonios, que aun en resumen, ocuparían muchas páginas, que en este caso han de ser obligadamente muchas menos:

El cardenal Montini fue elegido papa el 21 de junio de 1963. Era el candidato indiscutible por la experiencia de sus 17 años en la Secretaría de Estado y por sus nueve años como arzobispo de Milán. Al morir Juan XXIII había afirmado que el testamento de Juan XXIII no podía quedar encerrado en un sepulcro. A él le tocó recoger con fidelidad la herencia de su predecesor. Fue un papa providencial para terminar el Vaticano II y dirigir su aplicación con humildad y fortaleza, con prudencia y valentía.

Pablo VI instituyó los nuevos organismos deseados por el Concilio que dieron a la Curia romana una nueva fisonomía. (...) Además de los nuevos organismos posconciliares, promulgó la constitución Regimini Ecclesiae universae, que acentuó el carácter universal de sus miembros, sobre todo en sus responsables superiores, evitando el carrerismo, porque los altos cargos recibían el nombramiento del papa para cinco años mientras antes eran prácticamente cargos vitalicios. (...)

El 6 de noviembre de 1970 se publicó mi nombramiento como vicepresidente del Consejo de Laicos y de la Comisión Justicia y Paz. Siempre he considerado que mi nombramiento obedecía al deseo de Pablo VI de tener en la Curia a un obispo español. Me incorporé a la Curia el 5 de enero de 1971. Fue como un regalo de Reyes porque el día de la Epifanía tuve que asistir al acto de entrega del Premio Juan XXIII de la Paz a la Madre Teresa de Calcuta. (...) Las audiencias de trabajo con Pablo VI solían tener una duración entre 40 y 50 minutos y al final era cuando el papa hablaba de cosas más personales. Un día me preguntó sobre la situación en España y tuvo esta frase en un tono algo dolorido: «Sé que en España no se me quiere». Recuerdo que mi comentario fue distinguir entre los ambientes oficiales y políticos y el ámbito de los católicos practicantes. (...)

En los precedentes del pontificado de Pablo VI estuvo el famoso telegrama del cardenal Montini, cuando era arzobispo de Milán, solicitando clemencia para unos anarquistas sentenciados. Empezando por el periódico ABC, la reacción general de la prensa española favoreció una campaña negativa contra él. Esta campaña afectó incluso a los ambientes eclesiásticos. Puedo contar un hecho inédito que ilustra esta afirmación. Después de la muerte de Juan XXIII, en el período de sede vacante, fui a visitar al señor Nuncio monseñor Riberi para informarle sobre la JOC. Inesperadamente me invitó a almorzar y acepté. Durante el almuerzo, de repente monseñor Riberi nos emplaza a todos los comensales con esta pregunta: ¿Quién será el nuevo papa? Empezando por la derecha, todos tuvimos que pronunciarnos. Llegó mi turno y dije: «Quizás el cardenal Giovanni Urbani, patriarca de Venecia». Comenta el Sr. Nuncio: «¿Es que usted lo conoce?». «No, Señor Nuncio, pero como estuvo al frente de la Acción Católica y a lo mejor los cardenales quieren un papa algo mayor para evitar su largo pontificado...». Hablan los demás y termina la persona que se sentaba a la izquierda del señor Nuncio sin que nadie hubiera pronunciado el nombre del Cardenal Montini. Rápidamente, monseñor Riberi cierra los comentarios con esta rotunda afirmación: «Será Montini: no lo duden ustedes».

¡Cuánto más darían de sí los comentarios, anécdotas y juicios que, en una circunstancia pública, cuando monseñor Ramón Torrella era ya arzobispo emérito de Tarragona y algunas cosas más, todas convergentes en una biografía ejemplar, narró con toda sencillez!

Llegados aquí, resultaría cómodo recurrir al tópico de la usura del espacio. Aquí damos por suficientemente expresiva la autenticidad y fuerza del testimonio vertido poco antes de su muerte por monseñor Torrella Cascante. Y terminaremos con una anécdota narrada por él mismo:

En mi trabajo ecuménico tuve la oportunidad de hablar varias veces con el profesor Cullmann. Cada año acostumbraba a tener una audiencia con Pablo VI. Una vez la Iglesia valdense de Roma ofreció un almuerzo íntimo al profesor Óscar Cullmann y fui invitado. Durante el aperitivo, pudimos hablar y él me comentó la audiencia de aquella misma semana con Pablo VI, diciéndome que dicha conversación con el papa le había hecho bien espiritualmente. Yo le dije: «Querido profesor, permítame que le haga un comentario. Sin pretender hacer un juicio comparativo sobre la santidad de Juan XXIII y la de Pablo VI, considero que la humildad de Pablo VI es superior a la de Juan XXIII». El profesor Cullmann me dijo: «Yo pienso lo mismo, y le diré que, a mi juicio, Pablo VI, además de ser el sucesor de Pedro, es un cristiano contemporáneo de primera clase».

Pablo VI y el Cardenal Vicente Tarancón

Cuantos, en algún momento de sus vidas, tuvieron ocasión de encontrarse con don Vicente Enrique y Tarancón y, obviamente, también en vida del Arzobispo de Burriana, como se le llamó con familiaridad cuando su vida se desarrollaba por otras latitudes, principalmente en la... penúltima etapa de una vida que vivió, con merecida menor popularidad y protagonismo que cuando aún estaba al frente de la Archidiócesis de Madrid, sin duda conservan de él un recuerdo de admirada simpatía.

Don Vicente tenía expresiones y gestos de muy simpática espontaneidad que tardarán en olvidarse, tanto o casi como tardaremos en olvidarle a él. Tuvo asimismo palabras y expresiones que hicieron época, como las pronunciadas en un discurso cuando el rey Juan Carlos juró al tomar la corona (22 de noviembre de 1975) que... se le atribuyeron porque salieron de su boca pero que le ayudó a dar con ellas, o se las dio escritas, un fiel asesor que muy bien supo actuar en la sombra. Se piensa en un excepcional jesuita que supo asesorarlo permaneciendo en la sombra y retirándose con discreción una vez cumplida su misión secretarial, sin resentirse del aparente olvido en que ha caído. Nos referimos al padre José M. Martín Patino.

Pero aquí el contexto circunstancial es otro. También la fuente y su oportunidad. Fuente: una entrevista que para mejor contextualizar la nada fácil relación de un determinado período casi final del gobierno franquista con la Iglesia que semilanguidecía en España le hicieron tres bien cualificados representantes de una Iglesia ya sobreviviente: un profesor de la UPSA (Universidad Pontificia de Salamanca), Julio Manzanares; un brillante y muy preciso comunicador, Joaquín L. Ortega; y un historiador eclesiástico y buen teólogo, Juan María Laboa.

Con permiso de nuestros amigos Laboa y Ortega y también Manzanares, dando por implícitas las preguntas en las respuestas del entrevistado Tarancón, citamos las respuestas que nos parecen más interesantes para los lectores, dando la preferencia a quien, en este supuesto, le corresponde: el ya Beato Pablo VI:

Ya había saludado a Montini cuando estaba en la Secretaría de Estado siendo yo obispo de Solsona[8]. Pero apenas había sido un simple saludo. Mi relación un poco íntima, en asunto importante, se produjo cuando ya estaba de arzobispo en Toledo[9].

Como arzobispo de Toledo tuve las primeras conversaciones. Entonces me di cuenta de que Pablo VI iba adquiriendo una cierta confianza en mi persona. Es lo que después me demostró cuando me llevó a Madrid. Me lo dijo, pero eso se notaba. Yo lo noté no sólo por la actitud del papa sino también por los que estaban a su lado, sobre todo en Villot y Benelli. Me di cuenta de que al llevarme de Toledo a Madrid era para que, como presidente de la Conferencia Episcopal, yo asistiese al cambio.

(...) Cuando el nuncio Luigi Dadaglio me dice que tengo que ir a Madrid, me doy cuenta de que se busca un lugar para D. Marcelo González Martín, que está en una situación muy incómoda en Barcelona, y como no se atreven a mandarlo a Madrid, buscan sacarme de Toledo. A mí no me hace gracia y lo digo con sinceridad. Viendo que la cosa venía de Roma y no de Dadaglio, fui a Roma y hablé personalmente con el papa. Era el año 1971. Entonces ya tenía yo cierta confianza con Pablo VI, con el que ya había estado dos o tres veces. Le dije que estaba dispuesto a ir adonde me mandaran, por más que a los sesenta y tantos años ir a una diócesis como Madrid, de tantos millones de habitantes, tener que empezar, me parecía que no era lógico. Pablo VI me dijo: «Es cosa mía. Yo estoy convencido de que usted, en los momentos que se le están echando encima, puede hacer una buena labor...».

En un punto clave como este del diálogo, que el ya retirado Cardenal-Arzobispo Vicente Enrique y Tarancón alimentaba con evidente generosidad, del trío de entrevistadores le llegó una pregunta no menos comprometida que las anteriores: «¿Tuvo usted ayuda tanto a la hora de hacer el discernimiento como, aún más, a la hora de aplicarlo?». La respuesta de Tarancón fue de nuevo clara y decidida:

Tuve ayuda personal de Pablo VI para discernir y para aplicar el discernimiento. Cuando se me presentaban problemas de cierta entidad, yo pedía audiencia y se me concedía en seguida. Hablaba personalmente con el papa, que ya estaba enterado de las cosas, aunque a veces un poco a medias porque normalmente la información que tienen en Roma es sesgada, a medias. Yo tenía entonces ocasión de hablar con el papa, de pedirle orientación, sintiéndome obligado a tomar una decisión. Pablo VI me respondió en más de una ocasión: «¡Usted, adelante: aquí estoy yo!». Era, con toda evidencia, la fuerza moral que me daba el papa. En los momentos difíciles, yo no daba un paso sin que el papa dijera que sí. Siempre he tenido su ayuda. Pero antes hablábamos: estábamos tres cuartos de hora, una hora, hora y media, él tomando notas para después hacer el resumen. Y al final siempre él: «Tiene usted razón», o «No tiene usted razón en esto. Conviene hacerlo así... ¡Adelante!».

Páginas más adelante se aludirá, por razones de objetividad, a unas muy válidas jornadas de estudio sobre Pablo VI y España celebradas en Madrid los días 20-21 de mayo de 1994. En tales jornadas, organizadas por el Istituto Paolo VI con sede en Brescia en colaboración con la Universidad Pontificia de Salamanca, estaba prevista como destacada la presencia y aportación testimonial del entonces ya arzobispo emérito de la Archidiócesis de Madrid y ex presidente de la Conferencia de los obispos españoles. Al parecer fueron razones de salud las que le impidieron participar. Por suerte lo suplió, con justificada adecuación, la entrevista que le hicieron tres muy competentes profesionales eclesiásticos de la comunicación a los que se aludió unas páginas más atrás. Los cuales, además de los temas ya citados, plantearon al Cardenal Tarancón, alcanzado en su circunstancial retiro de Villarreal de los Infantes (Castellón), otros interrogantes. Por ejemplo uno centrado en su semblanza, pidiéndole un breve retrato «humano, sacerdotal y pontifical» en el contexto de su actuación con España: