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Varias Autoras

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Beschreibung

Susan Mallery, Brenda Jackson, Raye Morgan y Teresa Southwick, cuatro historias para que conozcas a cuatro de las autoras más importantes del romance. ¡Te sorprenderá! Besos irresistibles Susan Mallery Cuando Walker Buchanan paró a ayudar a Elissa Towers a cambiar una rueda, se dijo a sí mismo que lo hacía porque era un gesto de amabilidad. Y cuando Elissa le hizo un pastel para darle las gracias fue sólo para devolverle el favor… Los dos lucharon por seguir siendo "sólo amigos", pero con cada beso que se daban parecía que se olvidaban un poco más de sus propias reglas… Directo al corazón Brenda Jackson Le bastó una sola noche para querer hacerla totalmente suya. La única noche que Quade Westmoreland había pasado con Cheyenne Steele lo había marcado en cuerpo y alma, pero ella desapareció sin que Quade lograra siquiera enterarse de su apellido. Casi un año después, guiado por sus recuerdos y una fotografía, el atractivo agente consiguió descubrir su rastro... y también a tres bebés que se le parecían mucho. Casada con el jefe Raye Morgan ¿Sería ella lo que andaba buscando su corazón? Trabajar para un jefe tan increíblemente guapo no debería haber sido tan difícil, pero Callie Stevens se dejó llevar por la atracción que sentía cuando él le pidió que tuviera un hijo con él. Por supuesto, el amor no formaba parte del trato. ¿O sí? El sentido del amor Teresa Southwick ¿Qué se hace cuando una descubre que su nuevo jefe es su ex prometido? El rico empresario Michael Sullivan necesitaba que alguien lo ayudara con el proyecto más importante de su carrera, un proyecto que podría garantizar la fortuna de su familia para siempre. Y sólo había una persona que podía ayudarlo: Geneva Porter.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pack 79 Autoras Top, n.º 79 - diciembre 2015

I.S.B.N.: 978-84-687-6196-1

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Créditos

Índice

Besos irresistibles

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

16

17

18

19

20

El sentido del amor

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Casada con el jefe

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Directo al corazón

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Epílogo

1

Una gran y desagradable verdad es que hay momentos en los que una mujer necesita a un hombre… o al menos, la fuerza muscular de un torso bien desarrollado. Por desgracia para Elissa Towers, se encontraba ante uno de esos momentos.

—Algo me dice que no te impresionará la larga lista de cosas que tengo que hacer, o que Zoe tenga una fiesta de cumpleaños a mediodía. Las fiestas de cumpleaños son muy importantes para los niños de cinco años. No quiero que se pierda ésta —masculló Elissa apoyando todo su peso en la llave de tubo.

Solía lamentarse de los cinco kilos de más que arrastraba desde hacía tres años. Cualquiera habría pensado que en ese momento le servirían, por ejemplo, para hacer palanca. Pero se habría equivocado.

—¡Muévete! —le gritó a la tuerca de la muy desinflada rueda. Nada. Ni siquiera un mínimo giro. Dejó caer la llave de tubo en el suelo mojado y maldijo.

Era culpa suya, desde luego. La última vez que había notado que la rueda iba baja, había ido a Frenos y Ruedas Randy, y Randy mismo había parcheado el agujero del clavo. Ella había esperado en la sala de espera leyendo revistas del corazón, un lujo que no solía poder permitirse, sin pensar siquiera en que él utilizaría una máquina para apretar las tuercas. Siempre le pedía que las apretase a mano, para poder desmontar ella misma la rueda en caso de necesidad.

—¿Necesita ayuda?

La pregunta pareció surgir de la nada y ella se sobresaltó tanto que perdió el equilibrio y se sentó en un charco. Notó cómo la humedad empapaba sus vaqueros y bragas. Fantástico. Cuando se pusiera en pie parecería que se había orinado. ¿Por qué no podía haber empezado su sábado con una imprevista devolución de Hacienda y la entrega de una caja de bombones anónima?

Miró de reojo al hombre que estaba junto a ella. No lo había oído acercarse, pero cuando echó la cabeza atrás para mirarlo, reconoció a su nuevo vecino de arriba. Tenía algunos años más que ella, era moreno, guapo y, a primera vista, físicamente perfecto. No cuadraba con el tipo de gente que solía alquilar un apartamento en ese destartalado vecindario.

Se puso en pie y se sacudió el trasero. Gruñó al tocar la mancha húmeda.

—Hola —dijo. Sonrió y dio un paso hacia atrás—. Es, ejem…

Maldición. La señora Ford, su otra vecina, le había dicho el nombre del tipo. Y también que había dejado el ejército hacía poco, era reservado y no parecía tener trabajo. No era una combinación que hiciera que Elissa se sintiera cómoda.

—Walker Buchanan. Vivo arriba.

Solo. No recibía visitas y apenas salía. Todo eso inspiraba cualquier cosa menos confianza, pero Elissa había sido educada para ser cortes, así que sonrió.

—Hola. Soy Elissa Towers.

En cualquier otra circunstancia, habría encontrado otra forma de solucionar su dilema, pero no podía aflojar las tuercas sola y no podía pasarse la mañana allí sentada, rezando al dios de las ruedas.

—Si pudieras hacer de forzudo un segundo —señaló la rueda—, sería fabuloso.

—¿Forzudo? —su boca se torció hacia arriba.

—Eres un hombre, esto es cosa de hombres. Es lo más natural.

—¿Y dónde quedaron las mujeres y su deseo de independencia e igualdad en el mundo? —cruzó los impresionantes brazos sobre un pecho también impresionante.

Por lo visto, había un cerebro y un posible sentido del humor tras esos ojos oscuros. Eso era bueno. Los vecinos de los asesinos en serie siempre decían que el tipo era muy agradable. Elissa no estaba segura de que Walker pudiera definirse como agradable y en cierto retorcido sentido, eso le aliviaba.

—Antes de eso deberíamos desarrollar fuerza de cintura para arriba. Además, te has ofrecido.

—Sí, lo he hecho.

Agarró la llave, se acuclilló y con un rápido movimiento aflojó la primera tuerca, provocando en ella una sensación de incompetencia y amargura. Tardó igual de poco en aflojar las otras tres.

—Gracias —sonrió ella—. Puedo seguir yo.

—Ya que he empezado, puedo poner la rueda de repuesto en un par de segundos.

Eso creía él.

—Sí, bueno, estaría bien —dijo ella—. Pero no tengo rueda de repuesto. Es muy grande y pesa demasiado en el coche.

—Necesitas una rueda de repuesto —él se enderezó.

—Gracias por el consejo —replicó ella, irritada por la obviedad de su comentario—, pero como no la tengo, no sirve de mucho.

—¿Y qué vas a hacer ahora?

—Darte las gracias —miró con fijeza las escaleras que llevaban al apartamento de él—. No quiero retenerte —añadió, al ver que él no se movía.

Él miró la bolsa de nylon con ruedas que había en el suelo. Apretó los labios con desaprobación.

—De ninguna manera vas a cargar con esa rueda tú sola —afirmó. Ella decidió que no era agradable.

—No la cargo, la arrastro. Lo he hecho antes. El taller al que voy está a un kilómetro de aquí. Voy andando, Randy la arregla y vuelvo con ella. Es fácil y un buen ejercicio. Así que gracias por tu ayuda, que tengas un buen día.

Se inclinó hacia la rueda. Él se interpuso.

—Yo la llevaré —le dijo.

—No, gracias. No hace falta.

Él le sacaba al menos veinte centímetros de altura y unos treinta kilos de peso… todos de músculo. Cuando frunció los ojos y la miró fijamente, tuvo la impresión de que intentaba intimidarla. Y lo estaba consiguiendo, pero no iba a dejárselo ver. Era dura. Era determinada. Era…

—¿Mami, puedo tomar una tostada?

Se volvió hacia su hija, que estaba en la puerta de su apartamento.

—Claro, Zoe, pero yo te ayudaré. Iré enseguida.

—Vale, mami —Zoe sonrió y cerró la puerta mosquitera.

Elissa miró de nuevo a Walker y descubrió que había aprovechado el momento de descuido para llevar la rueda hacia su todoterreno, un coche carísimo y fuera de lugar en ese vecindario.

—No puedes llevarte la rueda —exclamó, corriendo tras él—. Es mía.

—No la estoy robando —dijo él con tono aburrido—. Voy a llevarla a que la arreglen. ¿Dónde sueles ir?

—No te lo diré —soltó ella. Eso lo pararía.

—Bien, la llevaré donde me parezca —echó la rueda en el vehículo y cerró la puerta trasera.

—¡Espera! Para —ella se preguntó cuándo había perdido el control de la situación.

—¿De verdad te preocupa que vaya a desaparecer con tu rueda?

—No. Claro que no. Es sólo… yo no…

Él esperó pacientemente.

—No te conozco —soltó ella—. Me ocupo de mis asuntos. No quiero deberte nada.

—Eso puedo comprenderlo —aceptó él, sorprendiéndola—. ¿Adónde quieres que lleve la rueda?

—A «Frenos y Ruedas Randy» —comprendiendo que no iba a rendirse, le indicó cómo llegar—. Pero tienes que esperar un momento. Necesito que lleves unos pendientes.

—¿Para Randy? —él alzó una ceja.

—Para su hermana. Es su cumpleaños —tomó aire, odiando tener que dar explicaciones—. Es cómo le pago por su trabajo.

Esperó a que él la juzgara o, al menos, hiciera un comentario irónico. Walker se encogió de hombros.

—Ve por ellos.

Tardó unos tres minutos en llegar a Frenos y Ruedas Randy. Cuando aparcó, un hombre bajo, maduro y de estómago abultado lo esperaba.

Walker adivinó que era Randy en persona.

—¿Trae la rueda de Elissa? —preguntó el hombre.

—Está atrás.

Randy echó un vistazo al BMW X5 de Walker.

—Apuesto a que ese lo lleva al taller oficial.

—No he tenido que hacerlo aún, pero lo haré.

—Bonito vehículo —Randy fue hacia la parte de atrás y abrió la puerta. Gruñó al ver la rueda.

—Pobre Elissa. Están de obras enfrente de donde trabaja. Juro que cualquier clavo que cae en la carretera, la busca. Y siempre es esta rueda. Tiene más parches que goma.

—Debería cambiarla —dijo Walker.

—¿Eso crees? —Randy lo miró—. Lo malo es que no se puede sacar de donde no hay. Los tiempos están difíciles para todos. ¿Tienes mis pendientes?

Walker sacó un pequeño sobre del bolsillo de la camisa y se lo entregó. Randy miró dentro y silbó.

—Muy bonitos. A Janice le encantarán. Bien, dame diez minutos y tendré la rueda arreglada.

Walker no había pretendido ayudar a su vecina. Había alquilado el apartamento temporalmente, para darse tiempo para decidir qué quería hacer con el resto de su vida, en paz y soledad. No conocía a nadie del barrio y no quería que nadie lo conociera a él.

Exceptuando un breve pero efectivo interrogatorio de la anciana que vivía debajo, había mantenido su reserva durante casi seis semanas. Hasta que vio a Elissa luchando con las tuercas.

Había deseado ignorarla. Ése había sido su plan. Pero no había podido; un fallo de carácter que tenía que corregir. Y en ese momento, mirando una rueda arruinada, que podría explotar en cuanto llegara a ochenta por hora, se sintió incapaz de aceptarlo.

—Deme una nueva —masculló.

—¿Va a comprarle una rueda a Elissa? —Randy alzó sus espesas cejas.

Walker asintió. Lo suyo habría sido sustituir las dos ruedas traseras. Pero sólo tenía una allí.

—¿De qué conoce a Elissa y a Zoe? —preguntó el hombre, hinchando el pecho.

¿Zoe? Walker se quedó en blanco un segundo, después recordó a la niña. La hija de Elissa. No le debía a ese tipo ninguna explicación. Aun así, contestó.

—Vivo encima.

—Elissa es amiga mía —Randy estrechó los ojos—. Más le vale no meterse con ella.

Walker sabía que incluso después de pasar toda la noche de juerga, podría derrumbar a ese hombre, y le sobraría fuerza para correr kilómetro y medio en cuatro minutos. La actitud de Randy le habría hecho gracia, pero era sincera. Le importaba Elissa.

—Sólo le estoy haciendo un favor —repuso Walker con calma—. Somos vecinos, nada más.

—Vale, entonces. Porque Elissa ha pasado por mucho y no se merece que nadie la moleste.

—Estoy de acuerdo.

Walker no tenía ni idea de qué estaban hablando, pero le daba igual. Randy agarró la rueda pinchada y la llevó hacia el garaje.

—Tengo un par de buenas ruedas que serán mucho más seguras que ésta. Como es para Elissa, te haré un buen precio.

—Lo agradezco.

—Incluso la mancharé un poco, y tal vez no se dé cuenta del cambio —sugirió Randy, mirándolo.

—Seguramente es buena idea —contestó Walker, recordando que ella se había puesto a la defensiva cuando admitió no tener rueda de repuesto.

—Estás golpeando, cielo —dijo la señora Ford con calma, sorbiendo su café—. No es bueno para la masa.

Elissa golpeó la masa con el rodillo otra vez, consciente de que su vecina tenía razón.

—No puedo evitarlo. Estoy molesta. ¿Cree que soy tan estúpida que no iba a darme cuenta de que cambió mi vieja rueda por una nueva? ¿Es algo machista? ¿Es que los hombre creen que las mujeres en general somos estúpidas con respecto a las ruedas? ¿O él cree, específicamente, que yo lo soy?

—Estoy segura de que pensó que estaba ayudando.

—¿Quién es él para ayudarme? No lo conozco. Ha vivido aquí un mes o más, ¿no? Nuca hemos hablado. Y ahora, de repente, me compra ruedas. No me gusta.

—A mí me parece romántico.

Elissa intentó no poner los ojos en blanco. Adoraba a la señora Ford pero, caramba, la anciana habría pensado que ver la hierba crecer era romántico.

—Asumió el control. Tomó decisiones sin consultarme. Sólo Dios sabe qué espera a cambio —Elissa se dijo que, fuera lo que fuera, no iba a conseguirlo.

—No es así, Elissa —la señora Ford movió la cabeza—. Walker es un hombre muy agradable. Un ex marine. Vio que estabas necesitada y te ayudó.

Eso era lo que más molestaba a Elissa. Lo de «estar necesitada». Por una vez, le gustaría tener algún ahorro para una mala racha o para cambiar una rueda.

—No me gusta deberle nada.

—Ni a nadie. Eres muy independiente. Pero es un hombre, cariño. A los hombres les gusta hacer cosas por las mujeres.

La señora Ford tenía más de noventa años, era diminuta y de esas mujeres que aún utilizaban pañuelos de encaje. Había nacido en una época en la que el hombre proveía y la tarea de la mujer era cocinar bien y estar bonita mientras lo hacía. El que vivir así condujera a muchas mujeres a la bebida o a la locura era sólo una consecuencia desafortunada que no se comentaba en círculos educados.

—Llamé a Randy —dijo Elissa, colocando la masa en el molde y ajustándola—. Me dijo que la rueda había costado cuarenta dólares, pero me mentiría sin pensarlo si creyera que con eso me estaba protegiendo, así que supongo que debió de rondar los cincuenta.

Tenía exactamente sesenta y dos dólares en la cartera, y necesitaba la mayoría para hacer la compra esa tarde. Su cuenta bancaria estaba a cero, pero cobraría dentro de dos días, así que podía apañarse.

—Si pudiera permitirme una rueda nueva, la habría comprado yo —farfulló.

—Es más práctico que un ramo de flores —la consoló la señora Ford—. O bombones.

—Créeme, Walker no me está cortejando.

—Eso no lo sabes.

Elissa estaba bastante segura. La había ayudado porque… Porque… Arrugó la frente. No lo sabía. Seguramente porque le había parecido patética mientras luchaba con las tuercas de la rueda.

Empezó a aplanar el segundo lote de masa. Los arándanos habían estado muy baratos en la frutería Yakima; había pasado por allí después de dejar a Zoe en su fiesta. Tenía el tiempo justo de hornear las bases para tres tartas antes de volver a por su hija.

—Acabaré las tartas cuando vuelva de hacer la compra —dijo Elissa, más para sí que para su vecina—. Quizá si le llevo una…

—Una idea excelente —sonrió la señora Ford—. Imagina lo que pensará cuando pruebe tu cocina.

—¿Intentas hacer de casamentera? —gruñó Elissa.

—¿Qué hace una mujer de tu edad sola? Es antinatural.

—Me gusta estar sola. Hace que mantenga los pies firmes en la tierra.

La señora Ford movió la cabeza y se acabó el café. Dejó la taza en la mesa y se levantó despacio.

—Tengo que irme. En la televisión hay un programa especial de ofertas de cosméticos de la marca Beauty by Tova. Me estoy quedando sin perfume.

—Vete, vete —la animó Elissa.

—¿Te he dejado mi lista verdad? —preguntó la señora Ford, ya en la puerta que comunicaba los dos apartamentos.

—Sí, la tengo en el bolso —asintió Elissa—. Te lo llevaré todo cuando vuelva.

—Eres una buena chica, Elissa —sonrió la anciana—. Estaría perdida sin ti.

—Lo mismo pienso yo de ti.

La señora Ford entró en su cocina y cerró la puerta a su espalda.

Cuando Elissa se instaló allí, le desconcertó descubrir que el piso de ella y el de su vecina se comunicaban por la cocina, pero pronto se alegró de ello. La señora Ford podía ser mayor y anticuada, pero era aguda, cariñosa y adoraba a Zoe. Las tres se habían hecho amigas muy pronto, y Elissa y la señora Ford habían llegado a un trato que las beneficiaba a ambas.

Por la mañana, la señora Ford preparaba a Zoe para el colegio y le daba el desayuno. Elissa se ocupaba de la compra de su vecina, la llevaba a sus citas médicas y comprobaba su estado con regularidad. Aunque la señora Ford no pasaba mucho tiempo en casa. Era un miembro muy activo del centro para la tercera edad, y sus múltiples amistades solían ir a buscarla para jugar a las cartas o hacer una visita al casino.

—Quiero ser como ella cuando sea mayor —se dijo Elissa, llevando las tres bases de tarta al horno.

Pero hasta que llegara ese momento, tenía que dilucidar de dónde sacaría el dinero para pagar la rueda nueva y qué decirle a su vecino para que entendiera que nunca jamás, bajo ninguna circunstancia, se interesaría por él.

Ni por una apuesta. Ni aunque apareciera desnudo. Pero admitió que, en ese caso, seguramente miraría, porque hacía años que no veía a un hombre desnudo. Y él era más espectacular que la mayoría.

—No necesito un hombre —murmuró Elissa, iniciando el temporizador—. Estoy bien. Tengo fuerza. Sólo faltan trece años para que Zoe esté en la universidad. Entonces podré volver a practicar el sexo. Entretanto, tendré pensamientos puros y seré una buena madre.

Y, posiblemente, pensaría en su nuevo vecino desnudo. Porque si sentía alguna tentación, no le importaría que se encargara él de solucionarla.

Zoe se acostó a las ocho, y media hora después estaba dormida. Elissa, cargada con una de sus tartas de arándanos y sus últimos cinco dólares, subió las escaleras hacia el apartamento de Walker.

A pesar del silencio, su coche estaba aparcado ante la casa, así que debía de estar. No había visto que llegara nadie a recogerlo. Aunque tampoco había estado vigilando. ¡Claro que no! Había observado las idas y venidas del vecindario para estar alerta ante cualquier problema y ser una buena ciudadana. Su confianza en que Walker estaba solo no era más que un efecto secundario de su altruista actividad cívica.

No le importaba que saliera con alguien, desde luego. Pero ya era bastante incómodo aparecer en su casa con una tarta y cinco dólares como para tener que enfrentarse a una persona adicional. Aunque ninguna mujer que saliera con Walker la consideraría una amenaza. Elissa sabía exactamente qué imagen daba: la chica saludable de la puerta de al lado. No le importaba. Su apariencia hacía que sus clientes se sintieran protectores hacia ella, en vez de intentar seducirla, y eso facilitaba mucho su vida.

Obligó a su cerebro a volver a la realidad. Estaba en la parte superior de la escalera, a centímetros de la puerta de Walker. Si había oído que subía, estaría observándola, preguntándose por qué no llamaba.

Así que llamó y esperó a que abriera.

Tenía buen aspecto. La camiseta se tensaba sobre sus anchos hombros y musculoso pecho. Sin duda esos músculos eran la razón de que hubiera aflojado las tuercas sin derramar ni una gota de sudor. Llevaba unos pantalones vaqueros sueltos, gastados y descoloridos. Sus ojos oscuros parecían inexpresivos pero no daban miedo, sugerían que mantenía al mundo a distancia.

—Hola —dijo ella—. He hecho tarta —se la ofreció—. Es de arándanos —añadió.

—¿Me has hecho una tarta? —preguntó él, con voz grave. El tono de su voz parecía sugerir que pensaba que estaba loca; y eso le molestó. No era ella quien había roto las reglas.

—Sí, una tarta —se la puso en la mano y después le ofreció el gastado billete de cinco dólares.

—¿Vas a pagarme para que me coma tu tarta?

—Claro que no. Te pago para… —hizo una pausa y tomó aire. Había pasado de agradecida a enojada en dos segundos—. Me compraste una rueda. ¿Creías que no iba a darme cuenta de lo nueva que está la goma? ¿Es algo que piensas de mí en concreto o de las mujeres en general? Sé que se trata de algo masculino. No lo habrías hecho si yo fuera un hombre.

—No habrías necesitado mi ayuda si fueras un hombre.

—Puede —era muy probable, pero no se trataba de eso—. Pusiste la rueda cuando no estaba mirando. Incluso la frotaste con tierra para que no pareciera tan nueva. La verdad, me parece muy extraño.

Él casi sonrió. Una sonrisa leve, sin llegar a mostrar los dientes, pero pareció más asequible y abierto.

—Eso fue idea de Randy.

—Suena típico de él.

—¿Quieres entrar y hablar de esto o prefieres seguir en el porche? —él dio un paso atrás.

—El porche está bien. No es una visita social.

—Elissa, lo entiendo —la sonrisa desapareció—. No te gusta que te haya comprado una rueda. Pero tenía tantos parches que era peligrosa. No voy a pedirte disculpas. No tenía ninguna intención ulterior. No quiero nada —alzó la tarta—. Excepto esto. Huele bien.

A ella le gustó que no utilizara la rueda en contra suya. Esas cosas no le ocurrían con frecuencia.

—Sé que pensabas que estabas haciendo algo bueno —dijo lentamente—. Pero no tienes derecho a interferir en mi vida. Llamé a Randy para preguntarle cuánto costó. Creo que me engañó en unos diez dólares, así que te devolveré cincuenta. Tardaré algún tiempo. Pero la tarta es para demostrarte que lo que digo de verdad, y éste es el primer pago.

—No quiero tu dinero —dijo él, mirando el arrugado billete.

—Yo no quiero deberte nada —no tenía mucho dinero, pero pagaba sus facturas a tiempo y nunca utilizaba tarjetas de crédito excepto para emergencias.

—Eres testaruda.

—Gracias. Me ha costado mucho llegar a serlo.

—¿Y si te dijera que el dinero no significa nada para mí?

Ella se preguntó si eso significaba que tenía de sobra. Suspiró al pensarlo. En su próxima vida iba a ser rica, sin duda. Estaba en lo más alto de su lista de deseos. Pero en la actual…

—Para mí sí —le dijo.

—Bien. Pero no tienes que pagarme con dinero. Podríamos hacer un trueque.

Ella sintió un destello de ira. Ahí estaba la verdad. Tras ese rostro guapo había un desagradable y malvado cerdo sin corazón. Igual que la mayoría del resto de los hombres del planeta.

«Por supuesto». Ni siquiera sabía por qué se sorprendía. Había sentido una atracción momentánea hacia Walker y, según su historial, eso implicaba que tenía que tener algo malo. Había esperado algún fallo terrible. Pero no en algo así.

—Ni aunque fueras el último hombre vivo tras una bomba atómica —dijo, apretando los dientes—. No puedo creer que hayas sugerido que sería capaz de… —deseó abofetearlo—. Es una rueda. No es como si me hubieras donado un riñón.

—¿Te acostarías conmigo si te donara un riñón? —él tuvo la desvergüenza de sonreír.

—Ya me entiendes. Me voy. Te enviaré el resto del dinero por correo —se dio la vuelta para marcharse, pero él se interpuso entre ella y la escalera. No sabía cómo había podido moverse tan rápido.

La miraba con rostro sombrío, sin rastro de humor.

—Cenas —dijo en voz baja—. Hablaba de unas cuantas comidas. Guisas todas las noches y me llega el olor. He estado viviendo de platos congelados y de gorronearle comidas a mi cuñada. Cuando dije trueque me refería a eso. Es cuanto quería decir.

No la estaba tocando, sin embargo sentía su proximidad. Era mucho más grande que ella y debería haber sentido miedo. Estaba nerviosa, nada más.

Cenas. Eso tenía sentido. Cuanto más lo pensaba, más sentido tenía. Porque, la verdad, ¿quién esperaría sexo a cambio de una rueda barata?

—Perdona —dijo, bajando la vista—. Pensé que…

—Lo sé. No era así. No haría eso.

¿Qué no haría? ¿Buscar sexo con ella? No era que ella lo practicara últimamente ni fuera a practicarlo en mucho tiempo, pero ¿por qué la descartaba así? Parecía hogareña y saludable, pero era bonita. Y lista. Ser lista también importaba, ¿o no?

Tal vez tuviera novia. Quizá estuviera comprometido. O fuera gay. Esa última idea la hizo sonreír. No tenía la impresión de que Walker fuera gay.

—Volvamos a empezar —dijo él—. Compré la rueda porque no creí que la tuya pudiera soportar otro parche. Randy me cobró cuarenta y cinco dólares. Aceptaré la tarta y dinero. Puedes pagarme tan despacio como quieras. Olvida lo que dije de las cenas, ¿vale? El dinero está bien.

Él estaba haciendo lo correcto pero, sin embargo, ella tenía ganas de discutir.

—Me parece bien —aceptó.

—Entonces, trato hecho —se pasó la tarta a la mano izquierda y le ofreció la derecha para sellar el pacto.

—De acuerdo —asintió ella. Al sentir sus dedos cálidos y fuertes, notó un cosquilleo en el vientre. La inesperada reacción la llevó a dar un paso atrás.

El peligro tenía muchas formas. Y ése en concreto era grande, poderoso y demasiado sexy para su paz mental. Tenía trece años de celibato por delante y ver a Walker no iba a facilitarle las cosas.

—Tengo que irme —murmuró, rodeándolo y empezando a bajar—. Disfruta de la tarta.

—Lo haré. Gracias, Elissa.

Ella corrió a su casa, cerró la puerta y se apoyó hasta que su pulso recuperó la normalidad. Entonces se dio cuenta de que seguía teniendo el billete en la mano. Pero no iba a volver a subir esa noche. Lo pondría en su buzón de correo, o algo así.

Era obvio que debía evitar a Walker a toda costa. Por agradable que pareciera, su premisa seguía siendo verdad. Si la atraía, tenía un problema grave. Y no podía permitirse otro desastre de hombre en su vida. Aún estaba pagando por el desastre del último.

Literalmente.

2

Walker no tuvo oportunidad de llamar a la puerta de su hermano. Estaba a unos metros cuando se abrió de par en par y una Penny muy embarazada fue hacia él como un pato apresurado.

—Tienes una caja de herramientas —dijo, abrazándolo tan estrechamente como permitía su abultado vientre—. Dime que dentro hay herramientas. Reales, con mango y trozos de metal y múltiples usos.

—Dejé las de juguete en casa —dijo él, rodeándola con un brazo y alzando la caja con el otro—. Cuando me pediste que trajera herramientas, supuse que te referías a las de verdad.

—Gracias —dio ella—. Quiero a Cal. Es brillante, encantador y otras cosas que no mencionaré por respeto, dado que es tu hermano, pero no es mañoso.

—He oído eso —gruñó Cal desde la puerta—. Y soy muy mañoso.

—Claro, cariño —dijo Penny, entrando—. ¿Seguro que no te importa ayudar? —le preguntó a Walker.

Él se inclinó, besó su mejilla y luego le dio un puñetazo amistoso a su hermano.

—Me alegro de estar aquí. Estás embarazada, sigues trabajando y Cal está ocupado dirigiendo un imperio. Yo tengo tiempo.

Los siguió a través de un salón lleno de cajas. Penny se había trasladado a casa de Cal poco después de la boda, a principios de julio. Aunque habían pasado casi seis semanas, no había hecho mucho en cuanto a desembalar.

—Me estás juzgando —dijo Penny por encima del hombro—. Lo percibo. Sé que este desastre viola tu código militar del honor, o lo que sea, pero acéptalo.

—¿He dicho algo? —preguntó Walker sonriente.

—No ha hecho falta.

—Puede que el resto de la casa esté hecho un desastre, pero la cocina está perfecta —dijo ella, deteniéndose ante la cocina mientras se ponía los largos rizos caoba tras la oreja.

—¿Por qué será que no me sorprende? —Walker miró a su hermano—. ¿A cuántas cajas tuviste que hacer sitio?

—Perdí la cuenta —dijo Cal con ligereza—. En la veinticinco decidí que no merecía la pena saberlo.

Penny era chef jefe de The Waterfront, uno de los cuatro restaurantes pertenecientes a Empresas Buchanan. En teoría era un negocio familiar, pero sólo uno de los Buchanan trabajaba allí.

—Necesito el equipo adecuado —dijo Penny, haciéndose a un lado para que Walker entrara en la cocina—. No se puede hacer magia con porquería.

—Deberías poner eso en tu tarjeta de empresa —dijo él, mirando las paredes color amarillo pálido y los cazos que colgaban de una barra sobre la isla central. La cocina parecía más grande desde que no era rojo oscuro. La luz que entraba por las ventanas iluminaba el frente de azulejos de la zona de guisar.

—¿Has puesto azulejos pero no has desempaquetado ni preparado los muebles del bebé? —preguntó sin poder evitarlo.

—Tenías que decirlo, ¿verdad? —Cal lo miró con lástima.

—Perdona —Penny aguzó la mirada—. ¿Estabas criticándome? ¿Pretendías comer aquí hoy?

—No lo decía en serio —dijo Cal, situándose entre ellos—. No todo el mundo entiende cómo funciona tu privilegiada mente —bajó la voz—. Walker ha traído herramientas, ¿recuerdas?

—Lo sé —rió Penny—. No importa. Pero que no me haga sentirme culpable. Me duele la espalda.

—Perdona —le dijo Walker, disfrutando del intercambio. Siempre le habían gustado Cal y Penny como pareja y le había alegrado que volvieran a juntarse—. Centrémonos en la habitación del bebé.

—Está por aquí —dijo Penny, poniéndose en marcha—. Terminamos de pintar la semana pasada. Bueno, Cal. Yo sólo supervisé.

—A distancia —le recordó Cal.

—Cierto —suspiró—. No me está permitido inhalar las emanaciones. También hemos colgado las cortinas. Ahora sólo faltan los muebles. Lo tenemos todo, cómoda, vestidor, cuna… pero en cajas.

—Unas cajas muy bonitas —apuntó Cal.

—Oh, sí. Son fantásticas. Pero sería mucho mejor tener dónde guardar las cosas.

La habitación del bebé estaba al final de la casa, con vistas al jardín. Había varias cajas grandes en el centro de la habitación. Las paredes eran de un verde claro, con remates en blanco. Unos visillos transparentes y un estor cubrían la ventana.

—La mecedora está en el despacho —dijo Penny—. Hasta que despejemos esto, aquí no hay sitio. También tengo una alfombra grande, pero Cal opina que debemos esperar para ponerla.

—Cuando todo esté montado limpiaremos; después pondremos la alfombra.

—Veamos qué habéis comprado —dijo Walker, dejando la caja de herramientas en el suelo de madera.

—Yo empezaré a preparar el almuerzo —dijo Penny, saliendo al pasillo—. Tomaremos crêpes de marisco con salsa cremosa y pasta, aún no he decidido de qué tipo, y de postre tarta de mousse de chocolate con frutas del bosque.

—Suena genial —el estómago de Walker emitió un rugido. Esperó a que Penny se fuera y luego miró a su hermano—. ¿Coméis siempre así?

—He tenido que apuntarme al gimnasio —dijo Cal.

—El precio de la matrícula merece la pena.

—¿Por la cocina de Penny? No lo dudes.

Miraron las cajas y decidieron empezar con la cómoda.

—Gracias por ayudar —dijo Cal, mientras rasgaba el cartón.

—No me importa hacerlo.

—¿Aún estás instalándote?

Walker negó con la cabeza.

—Tardé exactamente dos horas en trasladarme y desempaquetar.

—Pero tenías cosas en un guardamuebles, ¿no?

—No muchas —ningún mueble. Sólo algunas cosas personales de las que no quería desprenderse. Había tenido que comprar sofá, televisión y cama.

—¿Te gusta el lugar? —preguntó Cal.

—De momento, me vale.

Su hermano sacó la hoja de instrucciones de montaje y la tiró al suelo.

—¿Por qué un apartamento? Podrías haberte comprado una casa.

—Aún no sé dónde quiero vivir —admitió Walker. Tampoco sabía qué quería hacer con el resto de su vida. Había pensado seguir en los marines hasta retirarse. Pero un día se dio cuenta de que era hora de dejarlo—. No tiene sentido comprar algo hasta que me decida por un lugar.

—Pero vas a quedarte en Seattle, ¿no?

—Ése es el plan —en la medida en que tenía uno.

—¿Quieres venir a trabajar para mí? —ofreció Cal—. Siendo accionista mayoritario, serías bienvenido.

—No gracias. El café es cosa tuya.

Varios años antes, Cal y sus socios habían montado el Daily Grind. Los tres locales iniciales se habían convertido en una popular cadena de cafeterías en la Costa Oeste, que empezaba a extenderse por todo el país. Walker había invertido sus ahorros en el lanzamiento de la empresa, a cambio de montones de acciones que no habían dejado de subir. Nunca se había molestado en calcular lo que valían, pero sabía que no necesitaba trabajar por dinero.

—¿Sigues buscando a Ashley? —preguntó Cal.

—Con regularidad —Walker se encogió de hombros—. He hablado con otras tres. La encontraré.

—No lo dudo. Por cierto, Penny dice que el nuevo gerente de The Waterfront ha dimitido.

—No me extraña —dijo Walker. Los restaurantes familiares eran buenos negocios, pero era imposible conservar al personal ejecutivo. Gloria Buchanan, matriarca de la familia y arpía sin límites, conseguía que los mejores huyeran—. Gloria no le estará haciendo la vida imposible a Penny, ¿verdad?

—No —Cal sonrió—. Yo redacté el contrato. Gloria no puede poner un pie en la cocina sin su permiso.

—El matrimonio te sienta bien —dijo Walker, colocando las piezas de la cómoda y abriendo la caja de herramientas.

—Al segundo intento, acertamos. Hace seis meses me habría parecido imposible. ¿Qué me dices de ti?

—No me interesa una segunda oportunidad con Penny. Ni una primera. Es tu chica.

—Sabes a qué me refiero —Cal le dio un puñetazo en el hombro—. No puedes estar solo para siempre.

—¿Por qué no? No necesito a nadie.

—Todos necesitamos a alguien. La diferencia está en que algunos lo admitimos antes que otros.

—Esto me molesta —dijo Elissa, removiendo el cazo de chili que había al fuego—. Me molesta sentirme manipulada, aunque sea por sentido de culpabilidad.

Mientras ponía la masa del pan de maíz en una bandeja de cristal aceitada, pensó que todo era culpa de Walker. No había sido capaz de dejar de sentirse estúpida por malinterpretarlo cuando le ofreció un «trueque». Su comentario sobre el olor de sus guisos se había asentado en su mente y estaba haciendo chili con el propósito expreso de pedirle disculpas. Además, aún tenía que darle los cinco dólares que había evitado aceptar cuando le dio la tarta.

Veinte minutos después, llamó a la puerta que comunicaba su casa con la de la señora Ford.

—Huelo el chili —dijo la anciana risueña—. Hace un rato me tomé una pastilla contra la acidez, así que estoy lista para probar y repetir.

—Bien. Entra y siéntate. Voy a subir a decirle a Walker que la cena está lista.

La señora Ford alzó las cejas. Elissa suspiró.

—No es lo que piensas. Aún tengo que darle el primer pago y quiero disculparme por… ya sabes.

Le había contado a su vecina el desafortunado malentendido. La señora Ford se había esforzado por dejar claro que una dama no dormía con un caballero si no era por amor, o una poderosa atracción sexual. Ni siquiera la donación de un riñón era aceptable. Como si Elissa no lo supiera de sobra.

—El chili es una excelente elección —dijo la señora Ford—. Un plato muy masculino. Nada de verduras con salsitas o sorpresas de tofu. Buena estrategia.

—No es una estrategia.

—Debería serlo. Elissa, es un hombre muy guapo.

Elissa abrió la boca y volvió a cerrarla. No tenía sentido intentarlo.

—Volveré enseguida. Zoe, la cena está lista —gritó hacia la sala—. Ve a lavarte las manos, por favor.

—Vale, mami.

Elissa subió las escaleras, cruzó el diminuto porche y llamó a la puerta con determinación. No iba a admitir que se sentía avergonzada por su última conversación. Aparte de guisar para él, iba a actuar como si nunca hubiera tenido lugar.

—Hola, Elissa —saludó él.

En algún momento de los últimos tres o cuatro días, había olvidado su aspecto. Por supuesto que lo habría reconocido en un careo, sin dudar que era su vecino, pero había olvidado los rasgos específicos.

No recordaba que sus oscuros ojos parecían observarlo todo sin desvelar nada. Que sus rasgos marcados inspiraban confianza inmediata y que su boca era dura e intrigante a un tiempo.

Parecía sólido, estable… fiable. Todas ellas características muy apetecibles, dado su historial con el sexo opuesto.

—Hola. El otro día no aceptaste el dinero —extendió el billete hacia él y mantuvo el brazo firme hasta que él lo aceptó.

—Gracias. No tenías que…

—Sí —lo cortó con un giro de muñeca—. Me ayuda a dormir por las noches. También quería pedirte disculpas por el malentendido. Saqué conclusiones poco halagadoras y no debería haberlo hecho.

—Entiendo por qué ocurrió.

Ellas se preguntó si sería verdad o si sólo intentaba ser cortés. Y después se preguntó qué tacto tendría su piel si tocaba su brazo. ¿Áspera o suave? ¿Cederían sus músculos o serían…?

Echó el freno mentalmente y sonrió para que él no adivinara sus pensamientos. No sabía qué le estaba pasando. Había visto muchos hombres guapos. Incluso conocía a algunos en persona. Pero nunca había reaccionado así. Era peor que sentirse culpable, así que decidió ir al grano.

—He hecho chili —dijo—. Mencionaste que olías mis guisos y que querías que pagara mi deuda con comida. Me parece bien. Así que he hecho chili y pan de maíz. Me queda tarta, pero supongo que a ti también, así que no creo que te interese. Pero tengo helado. Es de chocolate.

Cuando comprendió que estaba parloteando, apretó los labios y carraspeó.

—Lo que quiero decir es que eres bienvenido —le pareció que eso no sonaba muy bien—. La señora Ford ya está en casa. Esto no es más que una devolución. No te estoy pidiendo que salgas conmigo ni nada de eso. No salgo con nadie. Nunca. Tampoco estoy intentando tentarte. Sé que muchos hombre suponen que si una mujer está sola, es un reto. Yo no. No me interesa una relación ni una aventura ni nada de eso. No es buen momento para mí. Zoe es muy pequeña y hay otras complicaciones.

Pensó para sí que las otras eran grandes; Neil medía al menos uno ochenta y no iba a desaparecer del mapa nunca.

—Estás diciendo que no quieres salir ni practicar el sexo conmigo —clarificó él.

—Correcto —corroboró ella.

—Es bueno saberlo.

Su mirada no flaqueó ni su expresión cambió lo más mínimo. Ella de deseó poder decir lo mismo de sí misma, pero no podía. Notaba cómo el rubor teñía sus mejillas. Debía haberse puesto roja como la grana. Seguramente porque el pobre hombre en ningún momento había indicado interés por ella. Había pedido comida, no una noche de sexo.

—Ay, Dios —jadeó—. No es que tú hayas sugerido nada. Sólo…

—Elissa —alzó una mano para detenerla—. Déjalo mientras aún lleves ventaja.

—Buena idea.

—He captado el mensaje.

—Fantástico.

—Entiendo por qué lo has dicho. Respeto tu sinceridad. Duerme tranquila. No intentaré seducirte.

Eso debería haberla hecho feliz, pero no estaba segura de si él intentaba ser agradable o si se burlaba de ella. Deseó poder empezar desde el principio.

—¿Quieres chili y pan de maíz?

—Sí, pero bajaré y me subiré un plato. No quiero interferir en tus planes de cena.

—¿Quieres decir que sí quieres la comida, pero que no te unirás a nosotras?

—¿Es un problema?

—Puedes hacer lo que prefieras —era una sorpresa, no un problema.

—Vale. Voy a por un plato y ahora bajaré.

—No hace falta. Tengo platos.

—Así no tendré que bajar a devolvértelo.

Ella hizo una mueca. Pensó que sin duda se estaba mofando de ella. Pero, a decir verdad, se lo había ganado. Se dio la vuelta y bajó a su piso.

La solución más sencilla sería dejar de hablar con él. Así tendría menos oportunidades de comportarse como una tonta. Ésa era otra cosa que debía añadir a su lista de deseos para «otra vida». Además de dinero, tenía que ser un poco menos directa al hablar.

El despertador sonó a las cuatro de la mañana, como siempre entre semana. Elissa se levantó de inmediato; había aprendido que su cuerpo cooperaba mejor si se ponía en pie antes del amanecer. Si se quedaba unos minutos más acostada corría el riesgo de no salir de la cama.

Se duchó y envolvió su cabello en una toalla mientras se ponía el maquillaje mínimo. Crema hidratante con un toque de color, mascara y brillo de labios. Tras ponerse su uniforme de Eggs ’n’ Stuff, se secó el pelo con el secador, se peinó y lo recogió en una cola de caballo. A las cuatro y media entró en la cocina e inhaló el aroma del café recién hecho.

Quien hubiera inventado las cafeteras con temporizador se merecía un premio o, al menos, que pusieran su nombre a una estrella. Elissa iba a servirse una taza cuando oyó un golpe arriba.

Un ruido fuerte y fuera de lugar. El gemido que lo siguió hizo que se estremeciera. Ocurría algo arriba. Algo que debería ignorar. Pero se oyó un segundo golpe y un gemido más alto.

Walker podría haberse caído y haberse hecho daño. Parecía en demasiada buena forma para eso, pero podría haberse resbalado estando borracho.

Titubeó entre su deseo de no querer involucrarse y saber que no podría dejar a Zoe sola sin comprobar que todo iba bien. Después de echar un vistazo a su hija, que seguía profundamente dormida, Elissa agarró un bate de béisbol del armario de la entrada y subió arriba.

Llamó a la puerta y se anunció en voz alta, por si acaso él estaba sufriendo alguna alucinación debida a sus recuerdos de guerra. No quería que le pegase un tiro o la hiriese en un momento de confusión.

Como no contestó, volvió a llamar, esa vez con más fuerza.

La puerta se abrió por fin. Walker apareció desnudo excepto por un pantalón de pijama arrugado. Necesitaba un afeitado, tenía el pecho desnudo y, por una vez, sus ojos no escondían sus sentimientos. Parecía muy divertido.

—Poco ha durado lo de no querer meterte en mi cama —dijo.

—Estabas dando golpes y gimiendo —ella lo miró con frialdad—. Son las cuatro de la mañana. ¿Qué quería que pensara?

—¿En serio? —su buen humor se disipó.

—No me invento ese tipo de cosas.

—¿Eso era para quitarme el conocimiento o para protegerme de lo que me estuviera ocurriendo? —preguntó él, mirando el bate de béisbol.

—No lo había decidido aún.

—Hacía mucho tiempo que nadie acudía en mi rescate —sus labios temblaron, como si luchara contra las ganas de reírse.

—Estás bien —masculló ella—. Perfecto. No volveré a molestarte —se dio la vuelta pero él agarró su brazo. Cuando lo miró vio que estaba serio.

—Perdona —dijo con sinceridad—. Estaba teniendo una pesadilla. Me desperté en el suelo. Supongo que manoteé y di golpes hasta que me caí. Has sido muy amable al preocuparte por mí.

—Pero era innecesario —suspiró ella.

—Creo que podría defenderme de cualquiera que me atacara.

—Supongo.

—Te agradezco que acudieras al rescate.

—Ahora te estás burlando de mí —dijo ella, soltando el brazo de un tirón.

—Un poquito.

En ese momento, el sistema hormonal de ella se despertó y comprendió que tenía a un hombre medio desnudo muy, muy cerca. Sintió una descarga de pura química. El deseo explotó en su interior. Y eso que aún no se había tomado un café.

—Necesito cafeína —murmuró.

—Yo también.

—Tengo una cafetera lista… —miró su reloj de pulsera— y veinte minutos antes de marcharme. Puedes tomar una taza, si quieres.

Esperaba que la rechazara, pero la sorprendió aceptando.

—Eso estaría muy bien —dijo, siguiéndola abajo.

Ella deseó indicarle que estaba descalzo y no llevaba camisa, pero se dijo que si a él no le importaba, se limitaría a sonreír y disfrutar del espectáculo.

Ya en la cocina, dejó el bate de béisbol, sacó otra taza y se la entregó. Ambos se sirvieron.

—Imagino que lo tomas solo —susurró ella, consciente de que Zoe dormía al final del pasillo.

—Era marine —dijo él—. ¿Qué otra cosa podías esperar?

—¿Tienes muchas pesadillas? —preguntó ella, apoyándose en la encimera.

—Van y vienen —se encogió de hombros y tomó un sorbo—. Algunas cosas no se olvidan.

—¿Por eso lo dejaste? ¿Demasiadas cosas malas?

—Es posible.

—No hace falta que hablemos de eso —dijo ella, con la sensación de que estaba siendo inquisitiva.

—No importa. Pasé mucho tiempo buscando francotiradores y pendiente de esquivar bombas. A veces esos recuerdos vuelven.

Ella también tenía pesadillas, pero no tan violentas.

—Espero no haber despertado a Zoe —dijo él.

—No. Lo comprobé antes de subir. Sería capaz de dormir en medio de un tornado. Solía pasar la aspiradora cuando era un bebé y ella dormía la siesta. Leí en algún sitio que es bueno en el caso de los niños que duermen bien. En el suyo, funcionó.

Elissa pensó que ésa era la conversación más extraña que había tenido en toda la semana. Ni en un millón de años se habría imaginado en su cocina a las cinco menos cuarto de la mañana con Walker, medio desnudo y descalzo, bebiendo café y hablando de su hija y de sus tiempos de marine.

—Es una buena niña —dijo él.

—Eso me gusta pensar —hizo una pausa—. ¿Te resulta raro volver a formar parte de la vida civil, tener una niña viviendo tan cerca, y ese tipo de cosas?

—Hay niños en todas partes. Al menos aquí Zoe puede crecer a salvo. No es lo que yo solía ver.

Su voz sonó tan impregnada de dolor que ella se preguntó qué habría visto. Comprendió que seguramente prefería no saberlo.

Notó que, incluso a esa hora tan temprana, la postura de él era perfecta. Intentó enderezar los hombros y encorvarse un poco menos.

—Una gallina genial —dijo él.

Ella tardó un segundo en comprender que se refería a su uniforme. Se miró y rió al ver la gran gallina que lucía su delantal.

—Trabajo en Eggs ’n’ Stuff. Es una cafetería que sirve desayunos y comidas.

—La conozco.

—Entonces habrás reconocido el uniforme. Frank, mi jefe, es un gran tipo, pero no conseguimos convencerlo de que se libre de la gallina. Por lo visto se remonta a los años cincuenta. Al menos los zapatos son cómodos —alzó un pie, mostrando los zapatos ortopédicos de cordones, color blanco—. Estoy esperando que se pongan de moda un día de éstos.

—Te pasas todo el día de pie.

—Sí, pero agradecería que fueran algo más bonitos. Pero la gallina y los zapatos son inconvenientes muy llevaderos. Recibo buenas propinas, tengo asistencia sanitaria y cuando Zoe empiece a ir al colegio, estaré en casa antes de que ella regrese.

—¿Quién la levanta por la mañana?

—La señora Ford.

—Pensé que quizá tu ex marido venía a hacerlo.

Durante dos segundos, ella pensó que buscaba información sobre su estado civil. Después recordó el desafortunado incidente de hacía unos días, cuando le había dicho que no le interesaban las relaciones ni el sexo cuando el pobre hombre ni siquiera se había insinuado.

—No hay ex —dijo con calma.

—Entonces, si veo a un desconocido agazapado en los arbustos le daré una paliza.

—Desde luego que sí —ella se acabó el café y miró el reloj.

—Tienes que irte —dijo Walter, dejando su taza—. Siento haberte molestado. Intentaré tener mis pesadillas en silencio. Gracias por el café —levantó el bate—. Y por venir a rescatarme.

—Odio empezar el día sintiéndome como una tonta —suspiró ella.

—No lo hagas. Hiciste algo bueno —dejó el bate y se marchó.

Elissa enjuagó las dos tazas, volvió a poner el bate en el armario, echó un último vistazo a Zoe, abrió la puerta que comunicaba con el piso de la señora Ford y salió al coche.

Como estaban en agosto ya había salido el sol y todos los pájaros del vecindario anunciaban el hecho. Condujo por las calles vacías pensando en Walker. Era un hombre interesante. No un asesino en serie; de eso ya no iba a preocuparse. Pero tenía sus secretos. Ella, por supuesto, también.

3

A Dani Buchanan la encantaba su trabajo. Como asistente de la chef jefe, estaba a cargo de revisar los pedidos de alimentos, de comprobar que el personal de cocina llegaba a su hora, y actuaba como enlace entre la parte frontal del local, el comedor, y la parte trasera, la cocina. Durante las horas punta de la cena, se encargaba de acelerar la preparación de los platos y de que cada mesa recibiera los platos correctos en el momento adecuado.

Penny estaba ya muy cerca de dar a luz y pasaba cada vez menos tiempo en el restaurante, lo que implicaba más responsabilidad para Dani. En vez de sentirse presionada, Dani sentía cada vez más energía. Le encantaban los retos y allí no había dos días iguales. Disfrutaba con las groserías de los cocineros y había tenido que demostrar que no se sonrojaría con sus chistes soeces. En la cocina de The Waterfront era una empleada más. No la cuñada de Penny, ni una de «los» Buchanan. Se la juzgaba por el trabajo que hacía y por nada más.

Acabó de revisar la entrega de productos y firmó el recibo. Cuando el camión de reparto se alejaba, entró Edouard, el chef segundo de Penny, temporalmente a cargo de los cocineros.

—¿Andas escaso de sexo? —preguntó ella con dulzura, al ver su ceño fruncido.

—Este trabajo está interfiriendo con mi vida social —rezongó Edouard—. Tengo que salir de los clubes antes de tiempo. A veces tengo que marcharme solo. Eso no me gusta.

Edouard era francés, caprichoso y brillante. Y se estaba recuperando de una ruptura. Podría haberse hecho un nombre, pero no quería esa responsabilidad. Prefería que Penny le pagara un buen sueldo y tener una vida aparte del trabajo. Pero eso había empeorado desde que ella estaba de semibaja por maternidad.

Entró en la cocina y miró la lista de platos especiales.

—Los cambias todos los días —protestó—. ¿Por qué?

—En parte por tradición y en parte para molestarte.

—No tenemos clientes que vengan a cenar noche tras noche. No se enterarían si los especiales no cambiaran en una semana.

—Aguántate, amigo.

Edouard comprobó el filo de los cuchillos.

—No me gusta que me llames eso —dijo, agarrando uno de aspecto muy peligroso.

—Vale —Dani alzó las manos y sonrió.

—Bien. Ahora preparé tus platos especiales porque soy un profesional, pero no me hará feliz.

—Tomo nota.

—¿Cuándo volverá Penny? —suspiró.

—Aún no se ha marchado.

—Pero no está aquí todo el tiempo. Echo de menos que no haga ella el trabajo duro.

Siguió quejándose, pero Dani salió de la cocina y fue hacia el despacho de Penny. Tenía papeleo que solucionar antes de que empezara el bullicio. Se sentó ante el ordenador e introdujo los datos del pedido. Media hora después fue a por otra taza de café.

Habían llegado varios cocineros. Ya había caldos burbujeando y verduras cortadas para la cena. Dani, mientras rellenaba su taza, pensó que aquello no se parecía nada al Burguer Haven, donde lo más complicado era elegir el sabor del batido del mes.

Había trabajado allí demasiado tiempo, con la esperanza de que su abuela se fijara en lo bien que lo hacía y la trasladase allí o a Buchanan’s, el restaurante familiar especializado en carnes. Pero Gloria no lo había hecho. Un mezcla de lealtad a la familia y la necesidad de un buen seguro médico había llevado a Dani a seguir allí hasta que, unos meses antes, había descubierto que nada era lo que parecía.

El seguro médico para su marido había dejado de ser necesario cuando ese buscavidas le había pedido el divorcio. La lealtad familiar tampoco tenía sentido ya. Cuando Dani le había preguntado a su supuesta abuela por qué no la ascendía, ella le había replicado, risueña, que no era una auténtica Buchanan. Dani había dimitido sin pensarlo un segundo.

Su reacción de despecho ante la mujer que, obviamente, siempre la había odiado, duró exactamente cuarenta y cinco minutos. Después Dani se encontró sin trabajo, sin hogar y sin idea de qué hacer con su futuro.

Penny le había ofrecido que fuera su asistente, solucionando sus problemas y proporcionándole tiempo para decidir qué quería hacer mientras adquiría una experiencia fabulosa. Además, cuando Penny y Cal se casaron, pudo quedarse con el contrato de arrendamiento de la casa de Penny. Y un extra añadido era saber que a Gloria le enfurecía que trabajase en The Waterfront. El contrato de Penny establecía que le estaba permitido contratar a quien quisiera como ayudante, así que la vieja bruja no podía hacer nada contra Dani.

Eso era lo positivo. Lo negativo había sido descubrir que no era quien había creído ser. Y quedaba el pequeño misterio de quién era su padre.

Por lo visto su madre había tenido una aventura que acabó en embarazo y el resultado era Dani. Pero ¿quién era él?, ¿sabía que tenía una hija?, ¿le importaba? Si Gloria sabía algo, lo estaba ocultando. Dani tenía que decidir qué hacer al respecto.

Alguien llamó a la puerta, interrumpiendo sus pensamientos. Se dio la vuelta y el aire abandonó sus pulmones de golpe. Casi se desmayó.

Había un hombre en el umbral. Pero no un hombre cualquiera. Era alto, rubio y guapísimo. Casi parecía un dios griego. Sus ojos azul oscuro y mandíbula cuadrada eran la perfección masculina y la representación de las fantasías de Dani. Se preguntó si alguien, creyendo que era su cumpleaños, le había enviado un regalo perfecto.

—Hola. Soy Ryan Jennings. Busco a Dani o a Edouard.

—Yo soy Dani —se puso en pie y se estiró la blusa, deseando que hubiera una forma sutil de desabrocharse un par de botones. Era más bien baja pero con curvas y en ese momento le apetecía lucirlas.

—Hola, encantado de conocerte —él sonrió—. Me alegro mucho de estar aquí. Es un restaurante fantástico y estoy deseando formar parte del equipo.

Por lo visto iba a trabajar allí. Dani pensó que tal vez su suerte cambiara por fin. Tras los últimos meses, se merecía que le ocurriera algo maravilloso.

—Gloria Buchanan no suele mantenerme al tanto de los nuevos contratos —dijo Dani sin acritud; Ryan era tan delicioso que estaba dispuesta a perdonar la omisión—. Y hoy no he hablado con Penny. ¿Serás…?

—El nuevo gerente. ¿Gloria no te ha avisado?

—No te lo tomes personalmente. A ella le gusta pillar a la gente por sorpresa.

—Un estilo directivo curioso.

—No sabes de la misa la mitad —salió de detrás del escritorio—. Bienvenido a bordo.

Se estrecharon la mano. Ella sintió calor. Hasta ese momento no había vuelto a pensar en su vida amorosa. Estaba inmersa en pleno caos personal y las relaciones habían pasado a un segundo plano. Pero de repente veía posibilidades.

—Estoy un poco desbordado por todo esto —dijo él—. Hice la entrevista hace un par de días. No estaba muy seguro de haberlo hecho bien, pero me llamó esta mañana y me hizo una gran oferta.

—Que aceptaste.

—Es una suerte —dijo él mirándola a los ojos.

Ella estaba pensando exactamente lo mismo.

Sintió chispas, que hacía tiempo no sentía. Chispas, calor y un enorme potencial. De repente, tenía ganas de ponerse a cantar.

—De acuerdo, entonces —se dijo que era importante no actuar como una idiota ante Ryan—. Te enseñaré todo. ¿Eres de Seattle?

—No. De San Diego. Vine a ayudar a un amigo a abrir un restaurante. Por desgracia la financiación falló y me encontré buscando trabajo en una ciudad desconocida.

—Seattle es fantástico —dijo ella.

—Me gusta lo que he visto por ahora —le sonrió al hablar, insinuando que no se refería sólo a Seattle.

Ella se preguntó si sería inapropiado arrastrarlo a su escritorio y aprovecharse de él allí mismo. Pero pensó que sería mejor ir más despacio. Enseñarle el restaurante, presentarle al personal y seducirlo sobre el escritorio la mañana siguiente.

Sonrió. Siempre era agradable tener un plan.

—Elissa, llamada de teléfono —Mindy le ofreció el auricular y sonrió—. Es un tipo.

Elissa dejó el recipiente de azúcar que había estado rellenando y se dijo que no había razón para sentir pánico. Pero no pudo evitar que su corazón se desbocara y se quedó sin aire un momento.

Casi nunca recibía llamadas en el trabajo. La última que recordaba en todo el año había sido para informarla de que Zoe se había despertado con fiebre y ese día no podría ir a la guardería.

¿La habría encontrado Neil otra vez? Siempre lo hacía. Pagando cincuenta dólares, se podía encontrar a cualquiera por Internet. O tal vez algún conocido de él la había visto allí. Podía ser algo peor. Un médico de urgencias para decirle que su hija había sufrido un accidente terrible.

—¿Hola? —dijo.

—Elissa, soy Walker. Siento llamarte al trabajo.

Walker. No había hablado con él hacía casi una semana. No desde el café compartido al amanecer.

—¿Va todo bien? ¿Le ha ocurrido algo a Zoe?

—¿Qué? No. Que yo sepa, está bien. Llamo por otra cosa. ¿Tienes un minuto?

—Claro. Pero deja que te llame desde el teléfono de la sala de empleados —apuntó su teléfono, colgó y anunció que iba a tomarse un descanso.

Mindy sonrió con malicia cuando Elissa pasó a su lado. Iba a tener que dar explicaciones después.

Se sentó en una de las sillas de plástico y levantó el auricular. Segundos después oyó la voz grave de Walker.

—¿Qué ocurre? —preguntó.

—Tengo que pasar por la cafetería y quería explicarte el porqué.

—Es un local público, cualquiera puede entrar.

—Lo sé, pero esto es distinto —hizo una pausa—. Antes de dejar los marines, un compañero mío murió. Se llamaba Ben. Era buen chico. Éramos amigos. Recibió una bala y escribí una carta a su familia.

—Lo siento —murmuró ella, deseando poder decir algo más válido, más cargado de significado.

—Perdió a su familia cuando era muy joven y se crió en familias de acogida. No encontré a quién enviar la carta. Pero me habló de una chica, Ashley. Estaba loco por ella y quería casarse cuando regresara. Sólo sé que estudiaron juntos en el instituto y su nombre de pila.

—Y quieres darle la carta a ella —dijo Elissa, consciente de que momentos como ése hacían que pusiera su propia vida en perspectiva. Si lo pensaba bien, no tenía nada de qué quejarse.

—Sí. Ben asistió a cuatro institutos en cuatro años. He hecho una lista de todas las Ashleys y estoy visitándolas una por una.

—Ashley Bledsoe trabaja aquí —de repente, la llamada adquirió sentido.

—Está en la lista. Quiero pasar por ahí y hablar con ella, pero no quería que le diera un patatús.

—Nunca habría pensado que eras un tipo que usaba palabras como «patatús» —dijo ella, sonriendo.

—Tengo muchas facetas.

A ella le gustaban todas las que había visto.

—Ashley trabaja hasta las dos. Si vienes sobre la una y media, habrá poco jaleo. Puedes hacer tus preguntas mientras almuerzas.

—Parece un buen plan.

—No le diré nada —comentó ella. Percibía que para él era importante iniciar la conversación.

—Te lo agradezco. Nos veremos a la una y media.

Ella colgó y miró por la ventana. Ben debía de haber significado mucho para Walker, si se tomaba tantas molestias. Suponía que pasar por situaciones peligrosas juntos creaba vínculos de amistad muy fuertes. Quienquiera que fuese la Ashley de Ben, le esperaban malas noticias.

Elissa intentó recordar si su amiga había mencionado a alguien llamado Ben, pero dada la tumultuosa vida romántica de Ashley, era difícil recordar el nombre de todas sus citas.

Se levantó y salió de la salita. Mindy y Ashley la esperaban en el pasillo.

—¿Qué? —preguntó, consciente de que iban a acribillarla.

—Era un hombre —dijo Mindy con una sonrisa—. Te ha llamado un hombre. Y no intentes simular que era tu dentista, o algo así. No sonaba a dentista.

—Era Walker, mi vecino. Tenía una pregunta.

Ashley y Mindy intercambiaron una mirada.

—Oh, oh —dijo Ashley—. ¿Una pregunta que no podía esperar hasta esta noche? No me creo que tengas un lío y no nos lo hayas dicho.

—No lo tengo —protestó Elissa—. Lo juro. Walker es mi nuevo vecino. Hemos hablado unas cuantas veces, nada más. No hay nada entre nosotros.

Ninguna de sus amigas pareció convencida. Estuvo a punto de decirles que iba a pasar por allí después, pero decidió reservárselo. De una manera u otra, sacarían conclusiones. Prefería ver su reacción ante Walker antes de hablar, en compensación por lo que la harían sufrir después.

Walker llegó justo a la hora. Elissa no lo vio entrar, pero Mindy llamó su atención.

—Oh, cielos —gimió. Elissa alzó la cabeza.

Tuvo que admitir que el hombre era un espectáculo en sí mismo. Con vaqueros gastados y una camisa polo, parecía poderoso e increíblemente sexy.

—Si es tu cita para el almuerzo —Mindy la miró—, voy a sentir mucha, mucha amargura.

Elissa sonrió y fue a conducirlo a un asiento.

—Hola —le dijo cuando llegó—. ¿Quieres comer?

—Claro. ¿Puedes sentarme en tu sección y después enviarme a Ashley?

—Desde luego.

Lo llevó a una mesa junto a la ventana. La mayoría de los clientes del almuerzo se habían ido ya. Sólo había media docena de mesas ocupadas.