Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo - Gonzalo Daniel Martner - E-Book

Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo E-Book

Gonzalo Daniel Martner

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El texto recorre la construcción del proyecto de la UP y su propuesta de cambios estructurales en democracia. La intervención norteamericana, la reacción de la oligarquía y la opción de Frei y la DC conservadora.

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© LOM ediciones Primera edición, agosto 2023 Impreso en 1.000 ejemplares ISBN Impreso: 9789560017345 ISBN Digital: 9789560017680 RPI: 2023-a-8482 imagen de portada: Paulo Slachevsky <https://www.flickr.com/photos/pauloslachevsky/> @pauloslachevsky Todas las publicaciones del área de Ciencias Sociales y Humanas de LOM ediciones han sido sometidas a referato externo. Edición, diseño y diagramación LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56-2) 2860 6800 [email protected] | www.lom.cl Diseño de Colección Estudio Navaja Tipografía: Karmina Impreso en los talleres de gráfica LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Santiago de Chile

Allende no fue un dios, fue un hombre; no requiere de orantes en el camino de su Gólgota, pero sí de cultivadores de su fe y de su significación. Allende fue leal con nosotros; nosotros debemos ser leales con él.

Humberto Díaz Casanueva

El drama ocurrió en Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió sin remedio a todos los hombres de este tiempo y que se quedó en nuestras vidas para siempre.

Gabriel García Márquez

Prólogo de Jorge Arrate

A cincuenta años de la muerte de Allende, sus detractores han definido una estrategia ofensiva. Su tesis fundamental es que Allende fue víctima de sí mismo y que la derrota de la Unidad Popular fue el inevitable resultado de sus propios errores. Ha de ser relajante para los conservadores y sus aliados de ultraderecha que sus intelectuales y políticos destacados pretendan así liberarlos de las culpas propias, validar el golpe de Estado y «contextualizar» las odiosas violaciones a los derechos humanos de las que algunos de sus principales dirigentes fueron autores, cómplices activos o pasivos o encubridores. La derecha perdona a la derecha.

En particular, para los que no vivieron los acontecimientos de hace cincuenta años, el mensaje de estos analistas es en algunos casos una foto velada de la realidad o en otros una imagen toscamente editada. Ambas sirven de alibi para la gran hipocresía en curso: condenar, en el discurso y genéricamente, las violaciones a los derechos humanos que ocurrieron durante diecisiete años consecutivos en nuestro país y al mismo tiempo haber negado la existencia de desaparecidos y torturados. Y apoyado una secta neonazi en Colonia Dignidad. Y aplaudido a Pinochet cuando rechazó el Informe Rettig. Y expresado su adhesión a los condenados de Punta Peuco, que acumulan centenares de años de condena por sus crímenes. En fin, haber guardado silencio frente al hecho de que aún hay más de mil desaparecidos por la dictadura sin que podamos recuperar sus restos. ¿Son compatibles el discurso bondadoso y el registro cruel?

En paralelo, la derecha ha desatado todo su poderío comunicacional contra el gobierno del Presidente Boric para impedir medidas de progreso que pudieran significar pérdida de privilegios sustentados en la abismal desigualdad social y económica que existe en Chile. En el más reciente estudio global sobre igualdad y desigualdad es posible constatar que Chile sigue siendo uno de los países más desiguales de América, de la OCDE, del mundo1. El 10% más rico de los chilenos obtiene, en promedio, un ingreso casi 30 veces superior al promedio del 50% menos favorecido. El 1 % captura para sí el 26,5% del producto nacional y controla el 80 % de la riqueza, mientras para la mitad de las chilenas y chilenos la riqueza es igual a cero o negativa. En este escenario, ¡la derecha económica y política plantea que no está dispuesta a aceptar ninguna alza de impuestos! Así de claro, sin vergüenza.

Este libro, escrito por Gonzalo Martner Fanta, político, economista y propulsor del pensamiento socialista durante toda su vida, nos permite observar, con fundamentos, con hechos y circunstancias históricas verídicas y comprobables, cómo la derecha de hoy sigue siendo heredera moral y política de la de hace cincuenta años.

En una síntesis que conjuga fuentes históricas indiscutibles con la amplia perspectiva analítica del autor, que le permite enhebrar política y economía con naturalidad y profundidad, Martner consigue en breves páginas presentar el proyecto político que construyó y lideró Salvador Allende y exponer la vertiginosa trayectoria del gobierno de la Unidad Popular sin esquivar ninguno de sus nudos principales: la macroscópica intervención estadounidense que se inició mucho antes que Allende asumiera la Presidencia; los desafíos, éxitos y errores de una conducción económica complejísima que debió enfrentar a diario abismos y desfiladeros; la definición de una política hacia las Fuerzas Armadas, plano en el que se situaron las principales discrepancias de Allende y el Partido Socialista; la conformación de una oposición intransigente que unió desde los grupos armados de extrema derecha hasta la derecha del Partido Demócrata Cristiano. En fin, la polarización de la sociedad chilena y la intransigencia de dirigentes de derecha y centro-derecha anuló la voluntad de Allende de resolver con más democracia las dramáticas dificultades que enfrentaba su gobierno. La voluntad popular debía ser el recurso que dirimiera las diferencias y condujera a una salida constitucional a la crisis, sostuvo Allende. En cambio, la alianza derechista, con el total apoyo estadounidense, impuso la violencia y la dictadura.

El último capítulo de este libro aborda sin timidez el futuro. Martner defiende, con realismo, pero con una irreductible esperanza, la superioridad de la izquierda para conducir a nuestras sociedades en el momento en que la extrema derecha resurge a nivel global y la ofensiva ultraconservadora se propone arrasar con logros igualitarios y libertarios que requirieron de decenios si no de siglos de lucha. Su aproximación a las disyuntivas que enfrenta hoy la izquierda transcurre siempre por el sendero que el socialismo chileno propuso durante su historia y que configuraron aportes decisivos; entre los principales los de Eugenio González, Raúl Ampuero y Salvador Allende.

Democracia y socialismo, socialismo y democracia. La democracia como espacio y límite de la acción política de masas. El socialismo como la sociedad mejor, que se construye en la lucha social y cultural, que se funda en las realidades propias de cada comunidad, que valora las diferencias entre los seres humanos en un marco de acatamiento a criterios de justicia social, que se ennoblece y abre puertas a más libertad con la promesa de superación del patriarcado, que se compromete con la defensa del planeta y la naturaleza, que hace suyo el respeto irrestricto a los derechos humanos, que rechaza la explotación de un ser humano por otro.

En su tiempo, hace cincuenta años, Allende quiso conducirnos por el siempre arduo camino que requiere conciliar igualdad con libertad, democracia con socialismo. No pudimos superar entonces ese gran desafío, pero sigue pendiente.

1Chancel, L., Piketty, T., Sáez, E., Zucman G. et al. «World Inequality Report» 2022, en World Inequality Lab. wir2022.mid.world, pp. 191-192.

Introducción

Los voceros de la derecha han sostenido casi unánimemente en los últimos 50 años que el golpe de Estado de 1973 habría sido «culpa de la izquierda», en el moralmente repudiable intento de hacer a las víctimas responsables de los violentos actos en su contra de los victimarios. El gobierno de Allende respetó las normas constitucionales, las libertades civiles y políticas, la separación de poderes, el calendario electoral y la libertad de prensa. Los hechos insurreccionales e ilegales contra el gobierno que culminaron con el 11 de septiembre de 1973 están, por su parte, ampliamente documentados.

El propósito del presidente Allende al llegar al gobierno en noviembre de 1970 era hacer evolucionar la constitución de 1925 hacia un nuevo marco democrático más participativo, junto a la culminación de reforma agraria, una nacionalización de las riquezas mineras, de la banca y de los principales conglomerados económicos. Su proyecto, y el de una parte muy amplia de la sociedad chilena, pues el programa de Radomiro Tomic en 1970 tenía grandes puntos de encuentro con el de la Unidad Popular, fue interrumpido con singular violencia, en una especie de «cancelación» implacable por el gobierno de Estados Unidos y la oposición de la derecha política y empresarial y de una parte de la democracia cristiana y de las fuerzas sociales que las seguían.

Lo ocurrido con la Unidad Popular y el trágico destino de Salvador Allende siguen repercutiendo en el imaginario colectivo, mientras vuelve de modo recurrente el debate sobre la viabilidad de su proyecto transformador. De las conjeturas sobre esa viabilidad hace 50 años, y también hoy, se ocupa este ensayo, que afirma que la Unidad Popular se vio envuelta en las presiones externas e internas que buscaban terminar no solo con su administración, sino con la democracia que había permitido su llegada al gobierno. Y también se ocupa de las interacciones contradictorias entre un «reformismo radical por arriba» y una «revolución por abajo» que condujo a una espiral de radicalizaciones. Allende pudo manejar con maestría el escenario que buscaba impedirle llegar al gobierno y el que le permitió lograr la mayoría de votos en las elecciones municipales de abril de 1971. También pudo hacer avanzar en su primer año la reforma agraria, la nacionalización de la minería, la nacionalización de la banca y la conformación de un área estatal con varias decenas de empresas industriales y de distribución. Pero no logró consolidar ese proceso, que requería de una estabilización política y económica de largo aliento, en la que estaba en juego lograr un acuerdo parlamentario con la Democracia Cristiana y mantener un apoyo suficientemente amplio de los sectores medios de la sociedad (empleados públicos y privados y pequeños productores), además de la clase obrera formal e informal.

Hubo tres momentos claves que imposibilitaron esa consolidación. El primero fue la negativa de la dirección de la Unidad Popular de realizar un plebiscito en 1971 o 1972 que diera legitimidad democrática a las reformas estructurales alcanzadas. El segundo fue desechar en primera instancia un posible acuerdo de indemnizaciones a las empresas norteamericanas expropiadas que no incluyera una imputación de «ganancias excesivas» o ésta fuera menor, que era posible de lograrse en 1971 y fue retomada sin tiempo suficiente en 1973, para al menos procurar disminuir el boicot externo norteamericano y de las compañías expropiadas en temas comerciales y de estrangulamiento del crédito externo, que no iba a ser suplido por el llamado «campo socialista». El tercero fue el acuerdo que estuvo muy cerca de concretarse en el invierno de 1972 sobre el «área de propiedad social» y las formas de organización de la producción agraria, finalmente desechado por la Democracia Cristiana y resistido por sectores de la izquierda, que el presidente Allende en sus horas finales buscó se dirimiera en un plebiscito, destinado a que además se asegurara la continuidad democrática en el país.

El sistema político chileno de la época no logró orientarse hacia acuerdos que hubieran salvado la democracia y los avances sociales, como lo propició hasta el último minuto el Presidente Allende. Se impuso una radicalidad a la postre catastrófica en la democracia cristiana y en parte de la izquierda, que horadó la contención del militarismo de ultraderecha –estimulado por el gobierno de Estados Unidos– que habían logrado desde 1970 los militares constitucionalistas en el seno de las Fuerzas Armadas.

Este trabajo también examina la vigencia de una plataforma de transformaciones sociales 50 años después de la caída de la Unidad Popular, una vez producida la violenta restauración oligárquica y la refundación capitalista de 1973-1990 y la conformación desde entonces de un modelo institucional y económico híbrido de larga duración, pero que entró en crisis en 2019.

Se incluye anexos sobre el enunciado de la «vía chilena al socialismo» por Salvador Allende, sobre su visión de la salida a la crisis de 1973 y una entrevista inédita a Gonzalo Martner García, mi padre, ministro de Planificación en 1970-73, sobre el diseño económico de su gobierno.

Escribí este texto por una sugerencia de Jorge Arrate, que me instó a reunir diversos artículos escritos a lo largo del tiempo sobre el tema. El trabajo final es una reelaboración y está cruzado por la evidente influencia de haber jugado mi padre el rol mencionado y de las múltiples conversaciones con él sobre el tema antes de su muerte en 2002. En 1972-1973 milité en las filas de los estudiantes de la izquierda revolucionaria extragubernamental, y por entonces consideraba inviable la Vía Chilena al Socialismo, lo que debatía con mi padre desde la tesis abstracta según la cual el Estado burgués contaba con fuerzas armadas que aplastarían la democracia. Mi padre naturalmente sostenía otra cosa, pues había sido uno de sus conceptores y confiaba, al igual que Allende, en que las Fuerzas Armadas serían constitucionalistas e incluso se sumarían a un proyecto que fortalecería a la nación. Luego del golpe de Estado vendría el tiempo de los estudios universitarios y la reflexión en el exilio, y sobre todo la alimentación deliberativa sobre el tema que fue emanando de los roles que fui ocupando en los debates que me llevaron a romper con el MIR a los 19 años, en 1976, por discrepancias con su política, y luego, ya de vuelta en Chile, en la ONG Vector, en la coordinación de la Convergencia Socialista en 1982-1985, en la dirección socialista renovada entre 1985 y 1989, en el gobierno de Aylwin entre 1990 y 1994, en la dirección socialista unificada entre 1994 y 1999, en el gobierno de Lagos entre 2000 y 2002, y de nuevo en la dirección socialista entre 2003 y 2005, y finalmente en mi etapa actual de vida académica en la Universidad de Santiago, que me acogió generosamente como profesor titular desde 1994 y a la que agradezco su apoyo para la redacción de este texto. Debí abordar de manera más formal el tema desde los cargos de secretario general, vicepresidente, secretario de programa y presidente del Partido Socialista, el partido del Presidente Allende.

A lo largo de los años se fue fraguando lo que se afirma en este texto y es fruto de sucesivos diálogos con centenares de interlocutores y con testigos con los que tuve el privilegio de compartir en unas u otras circunstancias. La lista es muy larga y excedería la paciencia del lector, pero hago la excepción con actores que en diversos roles estuvieron cerca de Salvador Allende y con los que tuve la posibilidad de conversar con mayor o menor profundidad diversos de los temas aquí tratados, como Carlos Jorquera, Víctor Pey, Carlos Altamirano, Carlos Briones, Volodia Teitelboim, Jacques Chonchol, Carmen Gloria Aguayo, Luis Jerez, Carmen Lazo y Andrés Pascal Allende. No son responsables de nada específico de lo que sigue, pero sí de la percepción que pude formarme a lo largo de los años de Allende y del proceso de la Unidad Popular, lo que agradezco de corazón a los que aún están con nosotros. Recibí de Jorge Arrate y Jaime Gazmuri una influencia directa sobre la percepción de hechos e interpretaciones, de lo que deberán excusarme. El título fue una sugerencia de Milton Lee, con el que he conversado profusamente los temas del libro desde la época del exilio, mientras el texto fue revisado generosamente por Edison Ortiz. Pude también beneficiarme recientemente de fructíferos intercambios y repasos de hechos históricos con Sebastián Edwards, en Los Ángeles y Santiago, y con Julio Donoso.

Escribir este texto no ha sido subjetivamente fácil. Ha estado en mi memoria un Presidente de Chile que honra nuestra historia, al que conocí de niño y vi por última vez el 2 de septiembre de 1973, cuando una bomba de Patria y Libertad había estallado en nuestra casa y de la que me salvé por segundos luego de alejarme por casualidad del lugar más álgido de la explosión. El Presidente Allende, alertado telefónicamente por mi padre, llegó de inmediato a solidarizar con su colaborador y amigo y con nuestra familia, dando enérgicas instrucciones a las fuerzas policiales, que se hicieron presentes, mostrando su afecto con nosotros a días de que se inmolara para preservar la dignidad de las instituciones republicanas. Y también han estado muy presentes mis padres, Gonzalo Martner García y Alma Fanta, y mis suegros, Vicente Sota y Carmen Gloria Aguayo, que ya partieron. Fueron protagonistas de una experiencia que atesoraron y por la cual sufrieron en carne propia las persecuciones que siguieron el golpe de Estado, en especial Vicente, que conoció como preso político –por el solo hecho de haber sido un ingeniero responsable de un área de la CORFO, cargo que ya no ejercía al momento del golpe– los rigores del Regimiento Tacna, el Estadio Nacional y el campo de concentración de Chacabuco. Y también mis hermanos Marisol, que ya no está, y Ricardo.

Lo dedico a mis hijos Antonio, Laura y Clara, que supieron inevitablemente desde niños de cosas que no debieron haber sucedido nunca en su país, y tienen el curioso privilegio de tener a su abuela Carmen Gloria y a su abuelo Gonzalo entre los más buscados por la Junta Militar por «aire, mar y tierra» en las primeras horas del golpe de Estado. Y a su madre, María Elena Sota, que compartió las zozobras de la historia que nos tocó vivir. No obstante, mis hijos han podido crecer en un país con una democracia recuperada con los granos de arena que tal vez pudo aportar su padre, que en todo caso ha mantenido la esperanza de que Chile llegue a ser «más temprano que tarde» un país igualitario y libertario, como soñó el Presidente Allende.

1. El liderazgo de Allende y su proyecto de transformación de la sociedad

Los procesos sociales y políticos se desenvuelven en el contexto de las estructuras sociales existentes en cada nación, influenciadas por su posición en el contexto internacional. Estas estructuras son configuradas por evoluciones de tiempos largos y por momentos de aceleración y ruptura, que producen cambios en los roles de los actores dominantes y de los sectores subordinados, Se crean así periódicamente nuevas dinámicas que reconfiguran la esfera pública. La interacción entre los actores de la sociedad, a su vez, determina la evolución de los sistemas políticos e institucionales y también las conductas de los sujetos representativos de intereses colectivos e ideas compartidas, con mayor o menor coherencia y continuidad en el tiempo.

En la actividad de esos actores, las personalidades individuales imprimen un carácter y un estilo a los procesos sociales y políticos. En determinadas circunstancias, llegan a marcar la evolución histórica. Este es el caso de Salvador Allende en la conformación y evolución de la izquierda chilena. Fue un actor político de primer plano entre 1939 y 1973, en la etapa posterior a la del otro precursor de la izquierda chilena, Luis Emilio Recabarren (cuya actividad organizativa e ideas sociales marcaron las primeras décadas del movimiento social y político del siglo XX2).

Salvador Allende alimentó su temple y sus sueños libertarios y de justicia social en su propia biografía familiar3. Sus tatarabuelos Allende Garcés lucharon contra los españoles en la guerra de la Independencia como parte de las milicias de O´Higgins y del escuadrón de los Húsares de la Muerte de Manuel Rodríguez. Uno de sus bisabuelos, Vicente Padín, fue decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile y colaboró como médico en la Guerra del Pacífico de 1879-1884. Más tarde, su padre luchó en la batalla de Concón en la guerra civil de 1891 y su tío Arsenio Gossens murió fusilado.

Su vocación por la lucha social y política se inspiró también de su abuelo, el doctor Ramón Allende Padín, Gran Maestre de la Masonería y pionero de la salud pública chilena, que en 1873, en un discurso de candidatura a diputado, respondió así a sus adversarios que lo motejaban de rojo: «Rojo, pues, ya que es preciso tomar un nombre y aunque éste me haya sido impuesto como infamante. Rojo, digo, ¡estaré siempre de pie en toda cuestión que envuelva adelanto y mejoramiento del pueblo!». Esta exclamación fue pronunciada exactamente un siglo antes de la muerte de Salvador Allende en La Moneda por el abuelo médico y político que el nieto no conoció. Ese compromiso lo solemnizó en el funeral de su padre, del que Allende heredó la alegría de vivir, al que pudo asistir estando sometido a un juicio en la Corte Marcial en 1932, ya enfrascado en la lucha social, en el que señaló: «Alcanzó a decirme que sólo nos legaba una formación limpia y honesta y ningún bien material», y en el que Allende se comprometió a dedicar su vida a la causa de la justicia social.

Pero este compromiso no sólo nació de su entorno inmediato. Nació también de la sensible observación de las injusticias ancestrales de Chile y de un directo contacto con personas que influyeron tempranamente en su visión de mundo. A los 15 años trabó una amistad con el zapatero anarquista y vecino Juan Demarchi, que tuvo sobre él una influencia duradera en su temprano enrolamiento en las filas de la izquierda.

Allende fue un inquieto estudiante, presidente del centro de alumnos de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile y vicepresidente de la Federación de Estudiantes de Chile (FECH). Cuando en los años 1920 el grupo universitario al que pertenecía, el grupo Avance, se volcó con entusiasmo juvenil a establecer en Chile los soviets de «campesinos, trabajadores, soldados y estudiantes», Allende se opuso, calificando la propuesta de imitación torpe de la experiencia bolchevique, que no podía tener éxito en Chile. «Era una locura, explicó en 1972 ante los estudiantes de Guadalajara, yo dije que era una torpeza infinita»4, afirmando desde muy joven una distancia con la ortodoxia ideológica y con el voluntarismo político. Allende terminó expulsado del mencionado grupo Avance.

En 1932 apoyó la llamada República Socialista de los 12 días, encabezada por Marmaduke Grove, lo que le valió ser encarcelado. En 1935 fue relegado a Caldera. Fue fundador del Partido Socialista en Valparaíso en 1933, y en 1936 fue elegido subsecretario general de ese partido. En 1937, a los 29 años, triunfó en su primera elección popular como diputado por Valparaíso y Quillota. Dijo poco después, en medio de las convulsiones de los años treinta, lo que retrataría sus convicciones políticas posteriores: «Los partidos de derecha armaron la milicia republicana con armas del Ejército y de los Carabineros. En cambio, nuestras milicias no tienen armas. Las únicas armas son su espíritu de disciplina y su convicción ciudadana»5. Con la victoria presidencial del Frente Popular en 1938, abandonó el parlamento para transformarse a los 30 años en el ministro de Salud más joven de la historia de Chile, impulsando medidas como el seguro de accidentes del trabajo. En un momento de crisis del Frente Popular, acompañó al Presidente Aguirre Cerda en un episodio conocido como el «ariostazo», cuando le fue ofertado a aquel Presidente, para el que gobernar era educar, trasladarse a Valparaíso, lo que fue rechazado por Aguirre Cerda en los siguientes términos: «El Presidente de la República no se somete a un faccioso. De aquí no me sacarán sino muerto. Mi deber es morir en defensa del mandato que me otorgó el pueblo»6. Estas palabras fueron pronunciadas casi en los mismos términos por el Presidente Allende poco más de treinta años después. Es difícil no pensar que tenía vívida en su memoria esa actitud digna de un Presidente de izquierda del que había sido ministro. Instado a renunciar el 11 de septiembre de 1973 y a abandonar el país por el golpista almirante Carvajal, contestó Allende, luego de una enérgica réplica: «Usted está hablando con el Presidente de la República. Y el Presidente elegido por el pueblo no se rinde»7.

En 1939 escribe su libro La realidad Médico Social de Chile. Ya como senador, a partir de 1945, Allende inició un largo camino de construcción de una opción política suficientemente amplia tras las banderas de la independencia nacional, la democracia y la justicia social. Como parlamentario, promovió la creación del sistema nacional de salud, en continuidad con su tarea previa de ministro de Salud. Fue candidato minoritario a presidente en 1952 y luego fue candidato de la izquierda unificada en 1958 y 1964. De sus derrotas se repuso en cada caso rápidamente, buscando ampliar las fronteras de su convocatoria, pero a partir de convicciones consolidadas: debían transformarse revolucionariamente las estructuras capitalistas de la sociedad para alcanzar lo que llamaba las «libertades sociales» y la autonomía nacional, pero con el método democrático.

Cabe hacer notar que la sociedad chilena mantenía, luego de la enorme crisis de los años 1920 y del inicio del cuestionamiento del orden oligárquico, un fuerte predominio de la clase terrateniente tradicional en la actividad agrícola, combinado con enclaves mineros en manos de compañías de Estados Unidos, junto a un sector industrial protegido y en buena medida rentista. Los esfuerzos desarrollistas posteriores al Frente Popular de 1939 y a la segunda guerra mundial implicaron, en todo caso, crear un sector productivo estatal significativo en la energía y la agroindustria y en la provisión de insumos industriales como el acero, así como en servicios como la banca comercial y el turismo. Las tasas de crecimiento de la economía fueron relativamente satisfactorias en los años 1950, pero estuvieron confrontadas a una fuerte presión demográfica, la más alta de la historia nacional, y a procesos significativos de migración rural que expandieron los bolsones urbanos de pobreza y marginalidad. La dinámica inflacionaria rampante también contribuyó a un creciente descontento popular, que llevó a Allende a alcanzar un segundo lugar en la elección presidencial de 1958, con una coalición de izquierda, el FRAP, que incluyó a un socialismo reunificado después de la crisis de 1952 –en la que Allende había roto con la mayoría del partido que se fue tras la candidatura del exdictador en 1927-1931 y general retirado Carlos Ibáñez, entonces con una alta popularidad– y a un Partido Comunista que recuperó su legalidad después de haber sido perseguido por el gobierno radical pro-norteamericano de Gabriel González Videla.

La década de 1950 fue testigo de los primeros debates en profundidad sobre las estrategias de desarrollo económico alternativas pertinentes para el país. La Misión Klein-Sacks, una especie de sustituto privado de un FMI todavía en construcción, vino a Chile en 1955 contratada por el gobierno de Ibáñez, luego de pasar por Perú, e hizo recomendaciones que buscaban favorecer los intereses de los acreedores externos. Esto dio lugar a la agrupación de un conjunto de jóvenes economistas e ingenieros que iniciaron una reflexión crítica sobre la situación del país. En el contexto de la CEPAL y del ILPES, bajo la influencia y dirección de Raúl Prebisch8, fueron influyentes los trabajos de Aníbal Pinto9, abogado postgraduado en la London School of Economics y cercano a Allende, y Jorge Ahumada10, ingeniero agrónomo postgraduado en Harvard y cercano a Eduardo Frei, el líder de la emergente DC que ganaría por amplio margen la elección de 1964. Se conformó así la «escuela estructuralista», cuyos economistas chilenos de izquierda se vincularon con Salvador Allende a mediados de los años 1950, especialmente varios de sus miembros más jóvenes, que, aunque cercanos a Ahumada, acompañaron como independientes al líder de la izquierda en las campañas de 1958, 1964 y 1970. La revista Pensamiento Económico, inspirada por Aníbal Pinto, fue el espacio de estos debates.

Pero tal vez el mejor resumen del ambiente intelectual de la época es el que proveyó Claudio Véliz, en su artículo de 1963: «Durante los años transcurridos entre la independencia de España y la Gran Crisis de 1929, la economía chilena estuvo dominada por tres grupos de presión de importancia fundamental: las tres patas de la mesa económica nacional. En primer lugar estaban los exportadores mineros del norte del país; luego estaban los exportadores agropecuarios del sur y finalmente las grandes firmas importadoras, generalmente localizadas en el centro en Santiago y Valparaíso, aunque operaban en todo el territorio. Entre estos tres grupos de presión existía absoluto acuerdo respecto a la política económica que debía tener el país. No había ningún otro grupo que pudiera desafiar su poder económico, político y social, y entre los tres dominaban totalmente la vida nacional, desde los afanes municipales, hasta las representaciones diplomáticas, la legislación económica y las carreras de caballos»11.

Esta coalición, para Véliz, fue la que impidió la industrialización del país. Eduardo Frei y Jorge Ahumada no pensaban algo muy distinto, y alentaron la reforma agraria y la nacionalización parcial del cobre en la primera etapa del gobierno de la Democracia Cristiana12. La persistencia del conflicto social y las presiones inflacionarias llevaron a Frei, finalmente, a adoptar un política desde el Banco Central para intentar un plan de estabilización restrictivo, inspirado por el Chicago Boy Jorge Cauas13, lo que en alguna medida facilitó la derrota en la elección presidencial de 1970 del candidato DC Radomiro Tomic.

Luego del impopular trienio final del gobierno de Eduardo Frei, Salvador Allende terminó por triunfar en las urnas en 1970 con una coalición amplia, que incluyó a un grupo escindido de la DC en 1969, el MAPU, y al Partido Radical, con el que el PS se había confrontado en la década de 1950 y en parte en la de 1960. Su plataforma de campaña fueron las «40 medidas» de tipo social y redistributivo, mientras su programa preveía nacionalizar las riquezas mineras (como habían hecho el PRI de Cárdenas en México en 1938 y el MNR de Paz Estenssoro en Bolivia en 1952, y haría en 1975 Carlos Andrés Pérez en Venezuela) y establecer un área de empresas de propiedad social en la industria, la agricultura y la distribución.

El proyecto de Allende, como lo expresó en su primer mensaje al Congreso Pleno en mayo de 1971 (ver en anexo), era construir una «vía chilena al socialismo» autónoma y con cambios estructurales realizados con pleno respeto de los mecanismos democráticos, lo que estaba fundamentado en su reflexión programática de largo aliento y en toda su trayectoria previa. Obtuvo en septiembre de 1970 una mayoría relativa corta de 36,4%, pero ratificada en el Congreso por una amplia mayoría parlamentaria que sumó a la izquierda y a la Democracia Cristiana, previo acuerdo sobre reformas constitucionales que fortalecieran la democracia y los derechos civiles, políticos y sociales. Allende acometió nada menos que la nacionalización de la minería (mediante reforma constitucional), de la banca (a través de la compra de acciones en la bolsa y de negociaciones directas con la banca internacional), de los grandes grupos industriales (usando decretos de intervención para continuidad de abastecimientos existentes desde los años 1930) y, finalmente, la aceleración del fin de los latifundios, utilizando la reforma constitucional y la ley de 1967 para transformarlos en propiedad agrícola cooperativa y/o campesina de pequeña escala.

En esto confluyó con la fundamentación del programa ideológicamente autónomo del socialismo chileno que redactó con lucidez Eugenio González en 194714, partícipe de la República de los 12 Días de 1932, secretario general y luego senador y finalmente rector de la Universidad de Chile, y que desarrollaron en la esfera partidaria con gran capacidad Raúl Ampuero, a la cabeza del socialismo chileno en diversos períodos (con el partido escindido y sin Allende en 1950-1952 y 1955-1957, y con el partido unificado y con Allende en 1961-1965) y Salomón Corbalán (en 1958-1961, que luego falleció en un accidente en 1967), cuya visión no resistió la influencia arrasadora de la revolución cubana entre las jóvenes generaciones de la izquierda.

Pero Allende nunca dejó de usar su poder de convicción con sus compañeros de partido, y especialmente con los jóvenes revolucionarios, con los que siempre simpatizó en su inspiración aunque no en sus posiciones políticas, para instarlos a encaminar sus esfuerzos y radicalidad por la senda de la construcción de una estrategia de cambio que no abandonara los cauces de la democracia. Gastó innumerables horas en ese empeño, hasta el fin de sus días. Muchos jóvenes que mantuvieron posiciones radicales inspirados en la gesta guevarista, entre los que me contaba, no supieron escucharlo. La lealtad de Allende con la izquierda y la causa popular fue siempre irreductible, pero desde la construcción de una vía original y chilena de una sociedad igualitaria y justa, en libertad y pluralismo.