Palabras grabadas en mi alma - Peter Deunov - E-Book

Palabras grabadas en mi alma E-Book

Peter Deunov

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Beschreibung

Milka Périkliéva (1908-1978) nació en Bulgaria, en Varna, uno de los puertos del Mar Negro. Tenía quince años cuando descubrió la enseñanza espiritual del Maestro Peter Deunov, que practicó hasta el final de su vida. Como maestra, se dedicó a la educación de niños muy pequeños y escribió numerosos libros de pedagogía inspirados en las palabras de su Maestro. En 1967, Milka Périkliéva escribió sus memorias. Con fuerza y convicción, nos hace descubrir al gran Maestro que fue Peter Deunov. Lo que llama la atención en este testimonio, es la simplicidad de sus relaciones con el Maestro, que no dudaba en hablar con ella de cualquier tema aunque fuera personal.

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Milka Périkliéva

PALABRAS GRABADAS EN MI ALMA

Testimonio de una discípula del Maestro Peter Deunov

¡Evera!

ISBN E-book 978-84-122054-7-3

Sobre la autora

Milka Périkliéva nació en Varna, el gran puerto búlgaro sobre el Mar Negro.

Tenía quince años cuando descubrió la enseñanza del Maestro espiritual Peter Deunov, que practicó hasta el final de su vida. Como maestra, se dedicó a la educación de niños muy pequeños y escribió numerosos libros de pedagogía. Para estimular los dones y los talentos de cada niño utilizaba juegos, ejercicios musicales, inspirados a veces en la enseñanza del Maestro, así como bailes. En la primavera de 1936, Milka redactó una descripción de la Paneuritmia, una danza sagrada de la que el Maestro Peter Deunov había compuesto la música e indicado los movimientos (Véase más adelante el capítulo “Acerca de la Paneuritmia”).

Milka conoció al Maestro Peter Deunov cuando era muy joven. Éste, en 1917, tuvo que dejar Sofía durante dos años (El Maestro Deunov fue enviado al exilio en Varna por la Iglesia ortodoxa). Se instaló en Varna, en donde continuó su tarea de instructor y atrajo a un gran público. Muchos jóvenes venían a escuchar sus conferencias y participaban en una vida artística muy rica. Se organizaron numerosos conciertos y representaciones teatrales para dar a conocer las nociones básicas de su enseñanza.

Cuando Peter Deunov regresó a Sofía, el grupo de Varna, que se había ampliado considerablemente, continuó su trabajo y, en los años 1921 a 1923, la joven Milka y su hermano Alexander se hicieron miembros. Como sobrina de Milka e hija de Alexander, a menudo los escuché contar cómo habían conocido a este grupo de jóvenes y habían comenzado a formar parte de él.

Durante un viaje en tren, en julio de 1921, el encuentro inesperado de Alexander con un joven llamado Mikhaël fue un verdadero regalo del destino.

Alexander había tomado el tren de Varna a Sofía para pasar las vacaciones en casa de su abuela. En su compartimento, personas de cierta edad contaban historias que tenían muy poco interés para él. Fue al pasillo donde se apercibió de la presencia de un joven apuesto con rostro luminoso. Alexander inició la conversación preguntándole a dónde iba. El joven le respondió:

– Voy a Veliko Tarnovo. ¿Y tú?

– Voy a casa de mi abuela en Sofía, pero me temo que me aburriré allí. ¿Y qué vas a hacer tú en Veliko Tarnovo?

– Yo, en todo caso, no me aburriré. Voy a participar en una gran reunión de personas procedentes de toda Bulgaria. Escuchamos las conferencias de un hombre muy sabio, un Maestro, un ser excepcional. Cantamos canciones de gran belleza que él compuso, las palabras de estos cantos son tan profundas e inspiradoras que es difícil describir sus efectos sobre nosotros. Hacemos diferentes trabajos juntos y comemos juntos. Pero lo esencial, son las conferencias del Maestro: contienen recomendaciones sencillas en apariencia pero que, en realidad, nos revelan la ciencia de la vida. Descubrimos las reglas y las leyes gracias a las cuales llegamos a ser capaces de vivir de manera consciente. Poco a poco, comprendemos lo que debemos hacer o no hacer, y por qué.

– Ah, a mí también en casa me dicen lo que debo hacer y lo que no, pero soy incapaz de seguir el consejo de mis padres.

– En realidad, para nosotros, no se trata solo de recomendaciones. Este ser es un gran Maestro que nos explica el sentido profundo de la vida: ilumina la enseñanza de Cristo y cómo es posible vivirla en nuestro tiempo. Nos da métodos para aprender a conocernos, para descubrir nuestros verdaderos poderes y superar nuestras debilidades. Nos ayuda a perfeccionarnos para que algún día podamos realizar lo que Jesús pidió a sus discípulos cuando dijo: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto...” Para alcanzar ese objetivo, obviamente, hay un inmenso camino por recorrer... El Maestro también posee una gran capacidad de percepción y el don de sanar por la imposición de las manos. Es muy difícil describirlo; ¡hay que verlo, oirle hablar, y escuchar la magnífica música que ha compuesto! De él emana una luz extraordinaria.

– Pero este hombre excepcional, ¿quién es? ¿Cuál es su nombre? ¿Puedo ir contigo a Veliko Tarnovo en lugar de ir a aburrirme a Sofía? Bajaré del tren contigo...

– Me encantaría, pero tu abuela vendrá a esperarte a la estación de Sofía y se disgustará mucho si no bajas del tren. Escucha, te haré otra proposición. Dime tu nombre y dónde vives en Varna.

– Me llamo Alexander Périkliev y vivo en la calle Danubio, número 2.

– ¡No es posible! Yo también vivo en la calle Danubio, pero en el número 82. Esto es lo que propongo. A mi regreso a Varna, en la segunda quincena de agosto, iremos juntos a ver la salida del sol desde el “Jardín del Mar”. Nuestro Maestro nos explica lo importante que es saber relacionarse con el sol. Sí, el sol no es una simple bola de fuego, está poblado por numerosas entidades muy evolucionadas: es una fuente de vida, de calor, de luz, de poder, de alegría y de inspiración. Todo esto te explicaré cuando nos volvamos a ver. A partir del 22 de septiembre nuestro grupo, en Varna, comienza sus reuniones anuales. Nos encontramos para leer las conferencias del Maestro, cantar y bailar la Paneuritmia. ¡Todo esto es fantástico! ¿Te gustaría unirte a nosotros?

– ¡Por supuesto que quiero! Estaba ofreciéndote acompañarte a Véliko Tarnovo, ¿y me preguntas si me gustaría venir? ¡Claro que quiero! ¿Cómo te llamas?

– Me llamo Mikhaël Ivanov.*

A medida que el tren se acercaba a la estación de Véliko Tarnovo, los dos nuevos amigos se separaron, prometiéndose a su regreso encontrarse en el “Jardín del Mar”.

Según lo acordado, a su regreso, fueron juntos a presenciar la salida del sol y escuchar la lectura de las conferencias de Peter Deunov. Posteriormente, Alexander invitó a su hermana Milka a acompañarlo y fue el comienzo de una gran amistad con Mikhaël Ivanov. Alexandre y Milka comentaban sin cesar cuánto se distinguía entre todos los jóvenes de su edad, y el Maestro Peter Deunov se refería a él como ejemplo.

En 1967, Milka Périkliéva escribió sus recuerdos. Con sencillez y gran fuerza de convicción, nos hace descubrir al gran Maestro que fue Peter Deunov.

Marta Alexandrovna Périkliéva, su sobrina, 2013

*Mikhaël Ivanov (1900-1986) es ahora conocido como Omraam Mikhaël Aïvanhov. En 1937, el Maestro Peter Deunov lo envió a Francia para difundir y desarrollar su enseñanza.

Los momentos más sagrados de mi vida

Hace 100 años, un mensajero celestial vino a la tierra para indicarnos el camino hacia la vida eterna. Nos ha revelado el poder de las leyes de la naturaleza, nos ha enseñado los métodos del Amor divino, de la Sabiduría divina y de la Verdad divina.

Entre nosotros, los Búlgaros, el Maestro ha vivido modestamente, humildemente y sin ruido, como el sol que en silencio inunda la tierra con sus rayos portadores de vida, como el arroyo que desciende de la montaña, como el rocío matutino que refresca por igual cada flor, cada brizna de hierba. Se expresaba tranquilamente, y sus palabras se dirigían directamente al alma. Acogía fraternalmente y paternalmente a todos los que se acercaban a él con el corazón abierto. Una inmensa paz emanaba de su presencia, sus consejos secaban las lágrimas, devolvían la fuerza al débil y el enfermo se curaba milagrosamente.

El Maestro se encarnó en la tierra, como cualquier ser humano, pero Dios mismo se manifestaba a través de él. Porque sabía descender hasta nosotros, podía penetrar en los corazones, adivinar los sufrimientos de todos y nos instruía tomando ejemplos de la vida cotidiana. Me gustaba mirarlo y escucharlo. Aunque no siempre comprendía su pensamiento, su presencia aportaba la paz a mi alma. Durante 25 años asistí casi siempre a sus conferencias.

Ya fuera en las comidas que tomábamos juntos a la sombra de los viejos avellanos, o en la pequeña sala en Izgrev*, en las excursiones de montaña, y especialmente en verano en los Montes Rila, el Maestro vivía en medio de sus discípulos.

En cada persona veía una parte de la Conciencia divina. Había descendido a la tierra para despertar esta conciencia presente en cada alma humana. Cada vez que llamábamos a su puerta, nos acogía y nos escuchaba con afecto y benevolencia.

Cuando escuchaba al Maestro en sus conferencias, solía tomar un cuaderno donde escribía las palabras preciosas que deseaba recordar. Pero ahora, queridos amigos, os diré cosas que no he escrito en mi cuaderno, cosas que han sido escritas en lo más profundo de mi alma e impresas en mi corazón. Recuerdos del Maestro surgen uno por uno de mi memoria, rosas frescas que florecen en la primavera en mi vida espiritual. El perfume de verdad que he respirado con su contacto me ha revelado su espíritu sublime.

Las palabras proféticas del Maestro continúan brillando en el espacio como el sol de una galaxia lejana. Iluminan nuestra conciencia cuando las leemos con toda nuestra alma y sentimos que Dios mismo nos hablaba a través de él... Y sigue hablándonos, susurrándonos hasta que lo oímos, lo entendemos y lo conocemos.

Las verdades que oí del Maestro hace años, ahora brillan en mí y me doy cuenta de que cada palabra suya, cada consejo suyo, era el Verbo viviente manifestado que resonaba en el espacio y en mí hasta que mi alma despertó y comprendió su fuerza, su luz y su profundidad espiritual. Dirigiéndose a nosotros, su palabra divina abrazaba el pasado y el futuro.

Ahora os hablaré de estos momentos de luz, los más sagrados de mi vida, de lo que vi, oí y aprendí cuando el Maestro estaba en la tierra, en Bulgaria.

Milka Périkliéva, Sofía, primavera de 1967

*Izgrev en búlgaro significa “Salida del sol”. Es el nombre dado a un barrio situado al este de la ciudad de Sofía, en su periferia. La propiedad de la Fraternidad se extendía sobre algunas hectáreas de tierra con un edificio (cocina, sala de conferencias, sala de recepción, habitaciones, etc.). Allí vivía el Maestro. Allí vivían hermanos y hermanas todo el año, en pequeñas casas. Durante el régimen comunista, los terrenos fueron confiscados y los edificios destruidos. Actualmente, esos terrenos están ocupados por embajadas, en particular la Embajada de Rusia. Solo se ha conservado la tumba del Maestro Peter Deunov.

Primer encuentro con el Maestro: “La verdad os hará libres”

El tren se detuvo en la estación de Sofía.

Mi corazón latía muy fuerte. El momento en que iba a conocer al Maestro por primera vez se acercaba. Mi padre caminaba por delante con la maleta, y yo le seguía con una cesta llena de uvas.

Tomamos el tranvía y, media hora después, estábamos en casa de mi abuela. Con cierto nerviosismo, le dije a mi padre que debía llevar la cesta de uvas a alguien. Sin dar explicaciones, tomé la cesta y salí. Las calles de la capital eran desconocidas para mí, pero amigos de Varna, mi ciudad natal, me habían dado todas las indicaciones necesarias. Tomé el tranvía número 3 hasta la calle Opalchenska, giré a la izquierda, y encontré la casa número 66.

Llamé a una puerta de madera, luego entré en un largo y estrecho patio pavimentado con baldosas. Una hermana de la Fraternidad vino a mi encuentro. Le dije que deseaba ver al Maestro. Me mostró una escalera a la izquierda. Vacilante, subí las escaleras. La hermana caminaba delante de mí, llamó a una puerta lateral y me invitó a sentarme en una de las dos sillas de mimbre en el vestíbulo.

La puerta se abrió y salté de mi silla. El Maestro estaba allí frente a mí. Besé su mano.* Me invitó a sentarme y se sentó a su vez en una silla de mimbre. Vestido con un traje gris claro, llevaba una bufanda alrededor del cuello adornada con un magnífico broche de oro. La bondad y la dulzura emanaban de toda su persona.

– Maestro, le ruego que acepte esta uva que he recogido de nuestra viña de Varna. Acabo de llegar a Sofía con mi padre. Estoy en mi último año de secundaria y, desde hace dos años, participo en las reuniones de la Fraternidad en nuestra ciudad. Pero como mis padres me lo prohíben, siempre me veo obligada a mentirles, a decirles que voy a visitar a una amiga o a dar un paseo. Por favor, Maestro, consiga que me dejen participar libremente en las reuniones.

Seguí contándole mi vida en detalle y él me escuchaba atentamente. Finalmente, dejé de hablar.

– ¡La verdad os hará libres! dijo el Maestro.

– Pero, por favor, dígame lo que debo decirle a mi padre para que entienda que no voy a un lugar poco recomendable, un lugar peligroso.

– ¡La verdad os hará libres!, repitió el Maestro, sin decir nada más.

– Pero, Maestro, por favor, deme un medio, un método.

Insistí rogándole que me diera un consejo. Pero había pasado media hora, otros visitantes llegaban y yo tenía que irme. Me levanté y el Maestro también se levantó.

– ¡La verdad os hará libres!, repitió por tercera vez, sin añadir nada más.

Le besé la mano y salí. ¿Por qué no me daba un medio, un método para que mis padres pudieran entenderme y me dejaran en paz? ¡Un Maestro tiene tantos poderes!

Cuando me encontré en la calle, vi a mi padre enfurecido dando vueltas por la acera delante de la casa: había comprendido dónde había ido con tanta prisa.

– ¿Para esto te he traído a Sofía? Vamos a casa y no volverás a salir hasta que volvamos a Varna. Hemos venido a Sofía para que un especialista pueda examinar tus ojos, y tú... ¡ vas a ver a este Deunov! ¡No volverás a ver Sofía!

Y siguió gritándome hasta la casa de mi abuela.

No traté de justificarme; me callé. Sabía que había cometido un error: nunca debería haber salido tan rápido, porque fue así como desperté sus sospechas, y adivinó a dónde iba.

Mi padre trabajó en la ciudad durante dos días, y yo ayudaba a mi abuela en las tareas domésticas. El tercer día me llevó a un oftalmólogo y el cuarto día volvimos a Varna.

No tuve ocasión de volver a ver al Maestro. El tren se dirigía a mi ciudad natal mientras en mi cabeza mis pensamientos volaban hacia el 66 de la calle Opalchenska... El Maestro... ¡cuán amable había sido conmigo!... Pero ¿por qué me había dicho solamente: “La verdad os hará libres”, y nada más?