Paladar de bienaventuranzas - Carlos del Valle García - E-Book

Paladar de bienaventuranzas E-Book

Carlos del Valle García

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Beschreibung

Sobran maestros y falta gente con paladar de bienaventuranzas. En esta obra, Carlos del Valle habla de la vida consagrada como protagonista y ofrece páginas que tienen mucho de interpretación de experiencias. Estamos ante un libro que profundiza en lo común evangélico, lo profundamente humano, y contagia identidad bien definida y motivación bien alimentada. Para el autor, consagrado es quien está en el corazón de Dios, no solo ocupado en cosas de Dios; con el pobre al lado y Dios dentro; quien hace de su vida un comentario al Evangelio. La obra busca dejar un poso de serenidad y confianza en la bondad del mundo, y para ello Carlos del Valle va sacando al baile a sus personajes favoritos: deseo, humanidad, sencillez, sensibilidad, servicio, alegría, bondad, humildad presencia del Espíritu. Para que los religiosos no nos dediquemos a vender pan, sino a ser levadura.

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Índice

Introducción

I. Tabor, aperitivo del reino

1. Nobleza obliga... Mirando al espejo

2. Vida consagrada con identidad definida y motivación alimentada

II. A la caza de cómo vivir

1. Antes el «cómo» que el «por qué»

2. Evangelio que llega al encuentro

3. Fe, seguimiento, encuentro

4. Dejemos paso a la esperanza

III. Celebrando humanidad compartida

1. «La vida era la luz de los hombres» (Jn 1,4)

2. Para una gramática de lo humano

IV. Lo maravilloso se encarna en lo cotidiano

1. Realidad: voluntad de Dios escrita en la vida

2. Y vio Dios que era bueno

3. En lo sencillo nos jugamos lo grande

V. El mar une majestad y ternura

1. El amor lleva las manos cargadas de entrega

2. Lo nuestro es dar la vida

3. Servicio: acariciar un mundo herido

VI. Solo el amor tiene algo que decir

1. Que hablen los que aman

2. Sedientos de fraternidad

3. Con el pobre al lado y Dios dentro

VII. La vida sale del corazón de Dios

1. Lo más importante bajo el sol son los vínculos

2. La manzana, lenguaje amoroso del manzano

3. Para abrir en la tierra sucursales de cielo

VIII. Paladar de bienaventuranzas

1. A quien en la lengua tiene a Dios, todo le sabe a Dios

2. La bondad es la auténtica revolución

3. Sobran maestros, faltan discípulos

IX. La ilusión de tener salud no es estar sano

1. Cara y cruz de la cruz cristiana

2. Lo más bello..., lo que uno ama

3. Consolidar cimientos de humanidad

X. Dejar que actúe la levadura

1. La misión es nuestra fuerza aquí y ahora

2. Tu vida, oasis para que otros descansen

3. Misión: propiciar una escuela de discípulos

Conclusión

Créditos

Introducción

La esperanza es materia de la que se hacen sueños. Escribir me lleva a soñar, y soñar me lleva a escribir. Para soñar algo, que no sea narcisismo autorreferencial, hay que ponerse en escucha de Dios y de la vida. Si no escuchamos, hablaremos sin tocar el corazón de nadie. Para llevar paz, hay que escuchar el grito de la guerra. Para llevar vida, hay que escuchar el grito de los que están sin vida; escuchar dolor y preguntas. Quisiera ofrecer palabras gestadas en corazón contemplativo.

Una reflexión escrita es siempre subjetiva, porque es interpretación de experiencias. La interpretación dependerá del desde dónde se sitúe el autor. La fotografía depende del ángulo en que sea tomada. Si hablo de la vida religiosa, lo hago más como protagonista que como especialista. Estas páginas tienen mucho de autobiográfico. Afirmaciones hechas con algo de timidez y mucho de convencimiento. Avaladas por experiencias vividas, reflexionadas luego, pasadas por el corazón. En ocasiones, pretenden incordiar. El pensamiento crítico es imprescindible para vivir. No se vive de grandes ideas sino de experiencias concretas. Me gustaría contagiar ideas originadas en experiencias. El acento estará en lo vivencial. Hay textos que transmiten presencia del autor. Quiera Dios que estés ante uno de ellos.

No escribo para tranquilizar conciencias o cosechar adhesiones. Escribo, digamos, para despertarme, y quizá despertar. Una reflexión de vida espiritual tiene las dos cualidades del fuego: iluminar la inteligencia y dar calor al corazón. Podemos ser Evangelio, Buena Noticia para otros. No quisiera caer en el vicio de esos autores de «espiritualidad» que cuando quieren tocar la santidad se embadurnan con lo sublime y lo meten por doquier. Santidad no es lo sublime; es lo profundamente humano. Como en El Quijote, me gustaría ser capaz de entrelazar audacia y sensatez, impulso y reflexión, idealismo y lucidez. Conjugar en armonía experiencia y pensamiento, sencillez y profundidad, dinamismo y sosiego, ternura y paz. Y algo más. Pretendo seguir alimentando reflexión profunda que nos conduzca a encontrarnos con quien es la Vida uniendo experiencia y deseo, sueño y compromiso, historia y misterio.

Ofrezco un estilo más sugerente que sistemático, más fenomenológico que deductivo. Más que dedicarme a pensar pensamientos ya pensados por otros, quisiera transmitir deseos. Brindo páginas que tienen algo de diagnóstico y mucho de deseo. Todos tenemos una energía que se nos presenta en forma de deseo. Deseo es energía guardada. Es fuerza creativa de vida. Lo deseado pasa a ocupar nuestro horizonte. Ojalá estas páginas ayuden a poner en marcha purificación de nuestros deseos. El lector encontrará afirmaciones que tienen tanto de realidad como de deseo. Describo la realidad que conozco y la realidad que necesito.

Hay personas que inspiran con sus vidas muchas de las ideas que componen esta reflexión. Mi deseo es llegar a transmitir palabras vivas que comunican, entran en el cuerpo, acarician mente y corazón, despiertan deseo. Me gustaría encarnar esta afirmación de León Tolstói: «Cuanto más sabio es un ser humano, más sencillo es el lenguaje en el que expresa su pensamiento». El lenguaje del amor, por ser verdadero, es sencillo y directo. Un lenguaje simple hace todo transparente.

Quien se dedica a la reflexión es notario rezagado que levanta acta de lo que ocurre en la vida. «El mérito de la verdad no es casi nunca de quien la dice, sino casi siempre de quien sabe escucharla» (G. Marañón). Pretendo a veces asumir la nota callejera y elevarla a categoría de reflexión vivencial. Mi búsqueda es inductiva, de la anécdota a la categoría. Tratar de elevar la anécdota a categoría, o mejor, buscar la categoría que yace en el interior de cada anécdota. Detrás del hecho más insignificante, hay siempre algo serio: una idea, un sentimiento, una teoría científica, una oración... uno o varios seres humanos. El objetivo de desvelos, hacer de la propia vida un ejercicio de respeto al ser humano. Ejercicio de fe, esperanza y amor a cada ser humano con quien uno entra en contacto. Quizá estoy buscando redimirme de mi pequeñez creando algo armonioso.

Los acontecimientos, como las horas, se atropellan y pasan volando. Los momentos que recordamos llegan de repente, sin hacer ruido, sin salir a coleccionar datos exhaustivos; hablo de la cosecha espontánea de experiencias propias. No pretendo ser mero coleccionista de recuerdos. Los recuerdos siempre divagan. El recuerdo selectivo del pasado lo magnifica. En recuerdos se entrelazan nostalgia y gratitud. No quiero encerrarme en los propios recuerdos, sino en las propias vivencias. Rememorar historia con memoria agradecida.

La vida no está fuera sino dentro, no en el pasado sino en el presente. En el ser humano hay una memoria poética, que registra aquello que le ha conmovido, encantado y hecho más hermosa la vida. Viajar al pasado tendrá sentido solo si a uno lo hace más sabio, más sensible, comprensible y solidario, más humano, más experto en el arte de vivir. Vuelvo al pasado en forma de recuerdo, con experiencias, pensamientos, refle­xiones, pasados por el corazón, para transformarlos en vivencia contagiosa.

Es una desgracia sacar agua del propio pozo y no poder ofrecerla a nadie. Un libro de espiritualidad llega cuando la verdadera sabiduría del autor procede de dentro, o es producto de una digestión interior de alimentos externos. Haré hablar a ciertas vivencias que escriben páginas vitales. Hay relatos de vida que suscitan emoción, invitan a sumergirse en ellos, porque en ellos late el corazón de Dios. Una reflexión, avalada por la vida, se hace con los dos pies del caminar cristiano: experiencia y discernimiento. Uno apoyado en la tierra, en lo sabido y vivido (sabido por vivido), y el otro levantado como pregunta hacia delante. Pretendo dejar en manos del lector un mapa de rutas, una visión relajada, entrañable, a veces sentimental. Me entristece la conciencia de pasar por la vida sin sacar partido de muchas cosas bellas.

La vida consagrada debe profundizar no en lo específico, sino en lo común evangélico. De ahí que estas reflexiones se centren en el discipulado común a todos, donde la vida consagrada se sitúa. Cuando hablo del discípulo, incluyo al religioso. El discípulo, el religioso está invitado a recorrer el itinerario que ofrecen los diez capítulos del libro:

1) En la vida del discípulo, el consagrado, interesa una identidad bien definida y una motivación bien alimentada. Para ello estamos invitados a entrar en la nueve del Tabor, a vivir el Evangelio, antes que enseñarlo. 2) En reflexiones, lecturas, estudio, retiros, nos preocupa cómo vivir. Buscamos brújulas, pistas, maestros de vida, para orientarnos en la vida. Nuestra vida consagrada lo conseguirá cuando viva con identidad bien definida y motivación bien alimentada. Con el corazón siempre en el Evangelio. 3) Hoy se respira sensibilidad de lo humano. Somos humanos en camino de mayores cuotas de humanización. Es la entraña del Evangelio. Jesús, imagen del ser humano soñado en el corazón de Dios. Es la vida, frágil, captada por una sensibilidad apasionada, nuestra maestra de humanidad.

4) La fe lleva a descubrir en la realidad la voluntad de Dios escrita en la vida. Siempre que nos detengamos en lo cotidiano, lo sencillo, que suele esconder lo maravilloso. Será plataforma de una oración que lleve a respirar misterio. 5) Nos detenemos en que el discípulo de Jesús se mueve dentro de dos coordenadas: sensibilidad y ternura, que lo llevan a configurar su vida desde la entrega en el servicio. Dar la vida es lo propio del seguidor de Jesús. 6) Aunque hoy hablan muchos y se habla mucho, solo el amor tiene algo que decir. Vivimos sedientos de fraternidad, vida de Dios en nosotros. Los sencillos enseñan a querer. De ahí que el religioso lo será, con el pobre al lado y Dios dentro. 7) La vida sale del corazón de Dios. Nosotros estamos llamados a abrir en la tierra sucursales de cielo. Lo logramos cultivando vínculos, con la experiencia del encuentro. Vínculos de amistad con quienes sufren y aman.

8) Sobran maestros, faltan discípulos, gente que viva con paladar de bienaventuranzas. Son las personas humildes, las personas buenas, quienes de hecho están sosteniendo el mundo. Es la plataforma que desencadena dinamismos creativos. 9) Lo que no se encarna, por bueno que sea, no es cristiano. Creemos en el misterio de la Encarnación haciendo vida del Evangelio. Invitados a contar con el dolor y la belleza, Cruz y Resurrección. Son las muletas que nos acompañan en la vida. 10) El sentido de nuestra misión será dejar que actúe la levadura del Evangelio. Invitados a las fronteras para propiciar una escuela de discípulos. Lo conseguiremos estando nosotros en el corazón de Dios, no solo ocupados en cosas de Dios.

Reflexionar, escribir... Horas de soledad, en diálogo con el silencio. Siento apaciguar mi angustia dando forma a las frases que escribo. Si en la lectura de un libro comprometemos nuestro espíritu, antes lo hemos comprometido en su escritura. Amigo lector, te deseo una fecunda lectura que llegue a conectar con el impulso intuitivo desde el que se escribieron estas páginas. Que encuentres algo que afiance tu búsqueda o que te pueda ayudar a descubrir un nuevo horizonte que otear. Me gustaría que fuera una de esas lecturas que dejan un poso de serenidad y confianza en la bondad del mundo. Serenidad, nombre de la paz; confianza, nombre de la alegría.

Quienes conocen a Dolores Aleixandre, Ermes Ronchi, J. M. Castillo, Christian Bobin, el papa Francisco y varios otros autores descubrirán fácilmente en estas páginas a un discípulo. Si en ocasiones llego a usar expresiones de ellos, no será por vanidad vistiéndome con ropa ajena; también busco belleza, y no soy capaz de expresarlo mejor. Mi reconocimiento y gratitud hacia estos maestros que tanto bien hacen a la vida consagrada. El agradecimiento es memoria del corazón. Espero que los lectores me acompañen en ello.

I. Tabor, aperitivo del reino

Identidad, motivación... Lo demás, ambiguo y sin relieve, toscamente secundario. Si hay algo que inquieta en estas reflexiones es la identidad y motivaciones en la vida del discípulo, del consagrado. Estamos invitados a entrar en la nube del Tabor (Mc 9,2-9). Tabor en nuestra vida significa presencia de Dios y fuerza para caminar. Es el pan ofrecido a Elías para llegar al Horeb (1 Re 19,1-13). En el Tabor, en el pan, encontramos impulso que configura nuestra identidad (presencia de Dios en nosotros) y alimenta nuestras motivaciones (da fuerza en el camino).

En la espiritualidad preocupa el tema de la conversión. No solemos afrontarlo muy adecuadamente. Al hablar de conversión pensamos que de una cosa sale otra distinta. Algo así como el agua que se convierte en vino, dejando de ser agua. Al convertirnos desaparecería nuestro carácter, modo de ser, sentimientos de rabia, que de hecho son compañeros de viaje en toda la vida. Es nuestra humanidad que con la conversión no desaparece, se transforma. Conversión es transformación. Proceso donde permanecen los elementos de nuestra humanidad, que llegan a transformarse. Se orientan miedos, carácter, sentimientos, por algo que nos toca. Es la levadura que hace levantar la masa, no el agua que se convierte en vino.

Hay tantas pequeñas transformaciones en nuestra vida: una celebración, que nos da entusiasmo y levanta el ánimo, un encuentro, un diálogo, la relación con otros. Los demás nos alimentan fe y vida. La oración, aporta fuerza, confianza. Una lectura, una conversación, da luz para discernir mejor. Un acontecimiento comunitario, un éxito pastoral; la cercanía, el cariño de la gente, que tanto necesitamos los débiles, y es el pan que necesitó Elías para llegar al monte de Dios. Son pequeñas cosas, cotidianas, comunes, transformaciones quizá pasajeras, pero que de hecho animan, dan fuerza. Viviendo estas pequeñas experiencias, una a lado de otra, convertidas en proceso vital, nuestra fe será más firme. Viviremos con más ánimo, más confianza. Será mayor nuestra capacidad de entrega, con ternura y pasión. Dios muestra su poder (bondad) en nuestros cambios modestos, cuando nos volvemos más tolerantes, comprensivos, más pacientes con la debilidad nuestra y la de otros.

1. Nobleza obliga... Mirando al espejo

Para reforzar identidad y motivaciones en la vida del discípulo, me permito comenzar con un breve flash personal. No tengo nada de qué gloriarme. Si me pusiera a contar debilidades... Siento que si algo brilla, es la fuerza de Dios actuando, también en mi vida. Hago esto guardando el espejo para no caer en tentación de predicar algo que yo mismo no crea y no intente vivir.

Casi todo lo fundamental en mi vida ha ocurrido por casualidad. Si tuviera que definir mi pasado, lo calificaría como un plato de espagueti. Tengo la sensación de haber llegado tarde a casi todo en la vida. Tímido por temperamento, pacífico por carácter y convicción, moderado por origen familiar y educación recibida. Carezco del arte de los matices. Peco de rectilíneo. Principio de sabiduría es llamar a las cosas por su nombre. Podré engañarme, pero no engañar. Ante mí, cualquiera puede sentirse libre para discrepar. Se me puede contradecir sin miedo a perder mi amistad, pero me cuesta tolerar la intolerancia. Hasta he soñado vivir con alguien como yo. Espantosa pesadilla.

Por carisma misionero, 30 años de vida en Chile. En Santiago hay una calle que se llama «Chile-España». Ahí me siento cómodo. Español de nacimiento, chileno por opción. No hay olvido verdadero que no comience en el recuerdo. Salgo a la misión tropezando entre escombros de la propia esperanza en ruinas. Dejo tierra, como Abraham, y aprendo a descalzarme, como Moisés. Momentos vividos, buscando palabras precisas para emociones fuertes, sin poderlas hallar. Mi paso por América Latina, un verdadero sacramento de iluminación y compromiso. Creo haber derramado días y fuerzas en dosis colmadas de amor y Evangelio, y, sin embargo, me gustaría que me recordaran con misericordia.

Me acompañan sensaciones profundas que aún no sé formular. Sigo aprendiendo a vivir reposadamente en el no-saber. Con miedo de habituarme a un sonoro silencio de locutor enmudecido. He vivido experimentando confianza en mí mismo, que, en ciertas circunstancias, al carecer de ella, le pedía prestada al estatus clerical. Afronté el gran desafío de pasar de lo que se espera del propio ministerio a actuar como ser humano preocupado por las necesidades de otros. En la vida me ha tocado de todo, como en circo pobre: enseñanza, pastoral parroquial, misión de frontera, formación, liderazgo congregacional.

Ejerciendo de coordinador, me encontré más a gusto como arquitecto, aunque con más frecuencia de la deseable tuve que hacer de bombero. Con experiencia de que lo urgente casi nunca es perfecto. He tenido que cargar con incomprensión, soledad, inutilidad del esfuerzo, peso de estructuras. Sin que faltara un brindis al desánimo al final de la jornada. Creo haber consumido esos años, ajeno a frivolidad, con labor polifacética y abnegada. También tratando con algún hermano de carácter avinagrado, cuyos prontos eran temibles. No falta quien encuentra satisfacción morbosa en llevar la contraria. Uno quiere salir airoso evitando roces. El rosario de sentimientos y sufrimientos termina cuando logramos añadirles los oferentes «gloria al Padre».

La salida de Chile me deshizo antes de recomponerme de otra manera. Estoy en Roma, en un Colegio de Propaganda Fide, con 180 jóvenes sacerdotes, estudiantes y provenientes de 52 países. Al llegar a la Ciudad Eterna sufrí de «latinoamericanitis» aguda. Pasó pronto. No podemos caer en la tentación de jugar a prolongar el pasado. En el ambiente donde me encuentro me esperaba el mismo Evangelio para vivirlo de otra manera. Hoy me acompaña la sensación de haber vivido mucho en poco tiempo. La experiencia acumulada es riqueza para ofrecer.

Elaboro líneas educativas, pretendo llevarlas a cabo, firmo documentos, ojeo libros, acompaño a jóvenes sacerdotes. Me gustan mis rutinas. Quiero mantener una rutina que fomente serenidad, bienestar. No soy capaz de moverme sin un libro cerca. Trato de vivir abriendo los ojos a cambios diseñados por el arte y soñados por la literatura. Curiosidad, admiración, apertura, enriquecen la vida, la ensanchan. Ellacuría orienta mi vida con su lema «hacerse cargo de la realidad, cargar con la realidad, encargarse de la realidad». Busco afrontar la realidad críticamente, éticamente, comprometidamente. Convencido de que es voluntad de Dios escrita en la vida.

Me inspira la pedagogía del ángel con Elías, que le lleva a transformar la huida en peregrinación, para redescubrir sentido de la vida. Cuántas veces he tenido que transformar mis huidas (de la comunidad, la alegría, el trabajo, la fatiga del estudio) en peregrinaciones. Soy consciente de vivir este tiempo más como posibilidad de plenitud que como experiencia acumulada de finitud. Deseo la conversión, y la temo; sigo pidiéndola humildemente. Sacar del gusano que soy la mariposa que deseo ser. Cuánto he tenido que luchar conmigo mismo. No me gustaba como era. Deseaba ser distinto. Nos molesta el sufrimiento que nos produce aguantarnos a nosotros mismos o la posibilidad de no ser queridos o admirados. Hoy veo que en aquello que trató de despedazarme creció mi tesoro. Lo que soy se lo debo a otros, también a quienes me hicieron o me hacen sufrir.

La esperanza es una gran fuerza transformadora en mi vida. He sufrido y he orado, he gozado mucho y lo he celebrado en encuentros y amistad, he acompañado, escuchado, aprendido, enseñado. Y todo con la esperanza de que los otros se sintieran dichosos. Me encuentro escaso de atención y de amor. Aunque me estorba la preocupación por mí mismo. Me he sentido movido por lo maternal, ese estilo de vida que cuida vida débil. Deseo haber estado en lo que he vivido, dejándome configurar por la esperanza. Hoy me acepto como gratitud de quien me sembró y esperanza de quien nunca me conoció. Nada de borrón y cuenta nueva. No empiezo, continúo. He vivido más días de cielo claro, incluso con tiempo gris. Sigo conectado al océano de vida latinoamericana. Salí de la misión con sensación de dejar puerta abierta y luz encendida.

Tantos años de teología preguntándome quién es Jesús. Ahora me pregunto quién es Jesús para mí. Cuando el sediento bebe de la fuente, es mucho más lo que deja que lo que toma. Es la situación de los encuentros con el Señor. Para reconocer a Jesús en los que sufren, antes y durante hay que pasar horas con él. Al hablar de Jesús, me gustaría parecerme a un chileno relatando su viaje en vacaciones. El religioso, al que no le brillan los ojos cuando habla de Jesús, no transmitirá nada nuevo que valga la pena; caerá en la rutina y el tedio. Pido a Dios gozar de la pasión y de la alegría de una inquietud profunda permanente, sin tregua, sin descanso, sin respiro.

2. Vida consagrada con identidad definida y motivación alimentada

El drama de nuestro tiempo es mirar sin ver, pasar sin quedarse, caminar sin avanzar, oír sin escuchar, quedarnos atrapados en la telaraña de lo superficial, en la cáscara de las cosas, sin llegar al centro donde está lo más fructífero de la semilla. En la vida consagrada no vendemos producto por envoltorio. Aspiramos a tener algo tan significativo que nos dé fuerza al comenzar cada jornada y motivación cuando el camino se haga cuesta arriba. Ese algo puede ser un proyecto, un nombre en nuestra vida, una herida ajena que hacemos nuestra, deseos de futuro, familia, comunidad, trabajo vivido como vocación.

¿Nos habremos convertido en reserva de indiferencia protegida?

La vida religiosa se mueve en turbulentas aguas de crisis, sea de identidad, pertenencia o disponibilidad. Es posible que el interior de religiosos/as se sienta adueñado de miedos e inestabilidades emocionales, nutriendo individualismo, egoísmo o un «vivir es dejar vivir». ¿No estaremos perdiendo sabor, color y calor? Lo contrario del amor no es el odio, es la indiferencia. Lo contrario de la belleza no es la fealdad, es la indiferencia. Lo contrario de la fe no es la herejía, es la indiferencia. Lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia entre la vida y la muerte (Elie Wiesel). Si la violencia es imperfección de la caridad, la indiferencia es la perfección del egoísmo. Paraliza corazones. Hace sentir el éxito ajeno como sombra del propio.

Los hombres, como los árboles, crecen donde los plantan. Plantados en vida consagrada, llamados a crecer en ella. Pero podemos dilapidar nuestras vidas sin dejarnos morder por preocupación de superarnos. Algunos que querían cambiar el mundo a fuerza de pasión, viven apasionados con su tarjeta de crédito y sillón oficial. Podemos convertirnos en religiosos pródigos que malgastan sus energías en arrastrarse por el fango, insensibles, sin percatarse de las dimensiones trascendentales de su misión. No olvidar que vida consagrada es vida a la altura de su misión.

Inquieta la inquietud del joven rico, con miedo de vivir a medias. No quiere ser mediocre. Lo peor en la vida religiosa hoy. Buscamos la seguridad que da la riqueza y la libertad que da la pobreza; la comodidad de la rutina y la sorpresa de lo desconocido. No es posible ser austero y gozar de todas las comodidades, vivir en comunidad y hacer lo que te apetezca. El tedio lo devora todo, y nos sentimos incapaces de hacer nada. Hasta aparece muerto el optimismo en metas superiores. En la Iglesia hay mucha retórica sobre la conversión, ese cambio donde se quisiera pasar de oruga humana a mariposa celestial. Ante el clericalismo, conversión significa seguir siendo oruga que renuncia a administrar una imagen de Dios que da enormes ventajas y privilegios.

Dedicados a vender superficialidades, podemos pasar la vida haciendo cosas sin profundizar en ellas. Es tan fácil renunciar al mar por un vaso de agua. Acomodarse. Vivir sin identidades personales, definidas no a partir del «yo» sino de un «yo tocado por la llamada», convocado. Sin actitudes que den rostro a nuestro estilo de vida, y sin «traducciones institucionales» socializadas, en las que todos puedan reconocerse y apoyarse, la vida religiosa pasa a ser material de­se­chable. ¿Es posible hablar de vocación cuando el imperativo de autorrealización se convierte en el criterio de vida consagrada? Vocación es experiencia de sentirse llamado. Supone alteridad del que llama, que hace salir del «yo ensimismado» para entrar en el «yo provocado» por Dios. Vocación es dejarse configurar en propia vida por el estilo de vida de Jesús.

Liberarnos del imperialismo del ego. También en las comunidades se encuentran egos XXL. Con qué facilidad se identifican libertad y felicidad con independencia y autosuficiencia. De ahí la disponibilidad en baja. El ego nos encadena a multitud de apegos. Se aferra a cosas, personas, tiempos, lugares, la reputación y la imagen, a tareas y ministerios, ideas y prácticas, éxito y la vida misma. Son nuestras cadenas. El ego se compara con otros y compite por elogios y privilegios, por el amor, el poder y el dinero. Nos hace envidiosos, celosos y rencorosos con los demás. Nos hace hipócritas, falsos y deshonestos. Llena de miedo, preocupación y ansiedad. Nos hace solitarios y miedosos. Son experiencias que alimentan la crisis como especialidad de la casa.

Nos importa caer bien, ser aceptados y queridos. En ello invertimos muchas estrategias. Queriendo agradar, poner mi vida en dependencia de aquellos a quienes quiero agradar. Nuestra forma más cotidiana de acogida es ofrecernos unos a otros espacios de seguridad y reconocimiento. Todos andamos buscando un lugar en el que sentirnos aceptados. Por ahí podemos recuperar confianza y perder miedos. Vivimos con dos cachorros: miedo y esperanza. Se hace más fuerte el que alimentamos más.

Caemos en el elitismo narcisista y autoritario; en lugar de evangelizar, analizamos y clasificamos a los demás. Nos entretenemos en el cuidado ostentoso de la liturgia, la doctrina, el prestigio de la Iglesia. Nos comportamos como controladores de la gracia. Hasta con experiencia del sacramento del perdón, somos capaces de vivir el «perdono pero no olvido». Sí, recuerdo, pero de otra manera. Que el recuerdo sea experiencia aprendida, sabiduría adquirida, no estancamiento en resentimiento que impide el fluir lo mejor de uno mismo. Siempre me es más fácil pedir perdón a Dios que pedírselo al hermano a quien ofendí. No perdonar genera estrés, preocupación y rabia. Y sube la presión arterial. La Iglesia nos ayuda a entrar en la oscuridad de experiencias con una vela en la mano, encendida en el cirio pascual.

Peligro de que nuestra vida esté regida por quehaceres, con tendencia a identificarnos con lo que hacemos. Nos presentamos: «Me llamo... y trabajo en...». Presentarnos ante los demás con lo que hacemos, que suelen ser plumas de pavo real. Llegamos a creernos que somos lo que hacemos. Luego, tendencia a ser protagonistas, sentirnos salvadores. No podemos vivir solo de acción y resultados. Nos sucedería lo que a los bomberos que van a apagar un incendio y, cuando llegan, se dan cuenta de que sus cisternas están vacías.

En las comunidades hay más diálogo, sin compartir experiencia de Dios. Más formación, que suele ser información sin asimilación vivencial. Mucha actividad, reducida a activismo. Muchos métodos de oración, no muchos hombres o mujeres de Dios. Falta de alegría y satisfacción en la propia vocación, virus que carcome el disco duro espiritual. Sumergidos en un ritmo frenético que nos empuja al quehacer, a tareas, trabajo, y nos arrebata el tiempo que necesitamos para ser, la presencia de Dios se desliza entre las páginas de una agenda apretada, sin más sitio para nadie. En años de intenso compromiso, por los trabajos del Señor, dejé al Señor de los trabajos.

Redescubrir el ser, reconciliarnos con la oscuridad de cada día, no intentar ser superhombres, sino personas cercanas y fraternas, que reconocen sus pobrezas, capaces de pedir ayuda y dejarse enriquecer y confrontar. Lo importante es encarnar nuestra razón de ser, la vocación y misión confiada. No estamos para dar continuidad al instituto, sino para dar testimonio del reino. Búsqueda de Dios, lo único necesario. La vida religiosa sufre anemia evangélica, personal e institucional. De ahí su irrelevancia social y falta de vocaciones. Rescatar la pasión por Jesús es condición para un futuro con sentido. Crecimiento numérico puede ser repetición de lo mismo, como las células cancerígenas. Puede producir obesidad del sistema, paralización, falta de vitalidad.

Hay mucha vida religiosa herida y desilusionada, agotada, por la lucha contra la injusticia sin resultados esperados. O sentada entre los atribulados, para escuchar y llorar. O replegada, para implorar la lluvia sobre el pueblo exhausto. El problema no está en no comprender, sino en no vivir en sintonía con el sentir de Jesús. Nos acompañan desencanto y apatía. Abundancia y seguridad inmunizan contra el deseo. No somos capaces de desear el futuro prometido. Le pedimos al Espíritu que haga nacer en nosotros la pasión de la que brotan bienaventuranzas. El amor de Jesús, su capacidad de ser cercano y comprometido con la causa de Dios y del hombre, de afligirse y gozar y dejarse afectar por lo que les pasa a otros, a los pequeños; de abrazar desde las entrañas los sentimientos de los otros; de imaginar y ofrecernos la alternativa utópica de la historia según Dios; de creer en la posibilidad de novedad en cada ser humano.

Evangelio vivido, antes que enseñado

Los seres humanos nos regimos por rutinas. Ante la rutina, saber agradecer la estabilidad que ofrece y la profundidad que podemos descubrir cuando la acogemos pasándola por nuestra interioridad. En la rutina topamos con religiosos y religiosas desbordados de bondad, que cada día se entregan en la cruz del servicio, sin ruido, sin periodistas, sin talones a fin de mes, religiosos que viven tan austeramente que solo quien vive el Evangelio puede entenderlo. Consagrados mártires de incomprensiones, libres y fieles hasta la oblación, quijotes de nuestro tiempo, vidas para enmarcar, escenas evangélicas que en momentos pasan por nuestra vida como ráfagas de viento.

Es hora de no andarse por las ramas. La gente no quiere religiosos perfectos sino coherentes. Dios nos libre de los perfectos; lo único que consiguen es perfeccionar la paciencia del resto. Cuánta adhesión verbal a ciertos valores, sin ser interiorizados. Falta coherencia. Coherente es quien vive y cree lo que dice. En pequeñas elecciones cotidianas nos jugamos la coherencia de nuestras opciones. La vida consagrada necesita seres humanos discretos y de buen sentido, antítesis del fantoche correveidile.

Hay clarividencias que a uno le llegan en su vertiente nocturna. Nos hemos preocupado más de la virtud de la pobreza que del sufrimiento de los pobres. No se trata de sustituir la ascética por la lucha social. Se trata de ser libres para estar disponibles en aliviar el dolor de las víctimas. En los años 60 en América Latina comienza a configurarse una vía propia de vida religiosa. Inserción, ir a la periferia en éxodo geográfico, que demanda éxodo cultural. Paulatinamente se va pasando de uno al otro. Nace la exigencia de la inculturación. Entra más en la pobreza, en sintonía con la vida precaria del pueblo. Verdadero proceso de cambio, de configuración de otro estilo de vida.

La conversión se da de dentro a fuera, del corazón a la cabeza, y de ella, a las manos. Las manos, para bendecir, amasar el pan, ser solidarias, acariciar, sostener a nuestros mayores, pueden teñirse de sangre si no dejamos de avivar rescoldo de agresividad. Entran en el corazón rostros concretos de personas. Experiencia de que ya no soy yo quien vive, es el pobre quien vive en mí. Proceso alimentado por la convicción de que el Evangelio es vivido antes de enseñado. ¿Cuántos religiosos, y ante todo religiosas, viven sabiendo que el evangelio que la gente lee de verdad es la vida del consagrado? Apostamos por vivir en la lógica del don, más que en la del heroísmo.

Nuestras vidas, insignificantes como un puñado de levadura, esconden la fuerza para ayudar a otros a que crezca en ellos lo mejor que llevan dentro. Lo de Dios comienza siempre en lo oculto, se engendra en el seno, se comprende guardándolo y meditándolo en el corazón, esperándolo pacientemente y viviéndolo con gozo. Cuando estoy contento deseo bendecir al mundo y vivir yo mismo como bendición.

Para muchos toda la vida es Nazaret. Para todos, Nazaret es una dimensión permanente de la vida. Gracias a tanta gente servicial, el mundo es un poco menos duro, inhumano. «Existe un fermento de santidad que secretamente sostiene al mundo» (Levinas). Para no caer en superficialidades, los religiosos no nos contentamos con abrir puertas y salir al exterior; también abrimos ventanas y dejamos entrar del exterior aire de Dios.

La pasión por Jesús es futuro de vida consagrada. Dirigir es motivar a las personas, alentarlas para la creatividad. No hay vida consagrada en tibieza. El seguimiento de Jesús es cálido, pasional, arriesgado. La vida se nos moviliza por admiración y deseo; una despierta al otro. Cuando falta pasión, caemos en mediocridad, estancados, sin progreso. El agua estancada llega a oler mal. Se pierde la alegría. Desaparece la pasión por Jesús y su reino. Queda el refugio en piedades, que engendran consumidores de cosas divinas. Una vida religiosa light, en oración, vida comunitaria, misión reducida a obras. En ciertos ambientes comunitarios, el Evangelio no es el aire que se respira, la palabra que se habla, el aliento que se vive. También en la vida religiosa hay ateísmo práctico. Cuando nuestro pensar, juzgar y actuar no son encarnación del Verbo.

El hierro no se forja en frío. Lo que sabemos es algo frío. Con ello es tan difícil ordenar la vida como forjar hierro en frío. Con la razón no se cambia la conducta. No se puede transformar la personalidad en frío. Solo la pasión del corazón posibilita cambios estables en la orientación de la vida. Si pongo una flor a la luz y al calor, se abre, dona su fragancia; si la pongo al frío y en oscuridad, se cierra. Más que espiritualidad del desierto, preocupa la situación de desierto espiritual en que vivimos. Abordamos la inteligencia emocional, la social, pero no ahondamos en la inteligencia espiritual. Enfermos de anemia, sin fuerzas para el encuentro con el Señor.

La fuerza de la cadena está en el eslabón

No hay felicidad perfecta, ni perfecta infelicidad. A veces la vida consiste en hacer como que vivimos. Hasta parece que fingiendo es la única manera de sobrevivir en la sociedad. Ficción, hipocresía es homenaje del vicio a la virtud. Misión es convertir la vida, de mentira en mensaje. Caemos en la manera adolescente de simplificar el mundo, y nos dedicamos a vender superficialidades, tentaciones vividas y sufridas como atracción peligrosa. ¿Cuántas veces afrontamos situaciones con las vísceras, no con la cabeza clara y el corazón limpio, refugiados en prácticas religiosas que dan seguridad, dificultando que la persona religiosa cambie, porque vivir es cambiar?

Necesitamos maestros de vida, no solo de vida interior. Testigos de cotidianidad, con corazón humano. Tenemos necesidad de alguien en quien confiar, en quien apoyarnos cuando las aguas se agitan y el naufragio amenaza; cuando uno pasa por días aciagos, con el corazón en punto muerto. Lo malo no es tener miedo; lo malo es que el miedo nos tenga a nosotros. Aunque las ideas se piensan y en las creencias se vive, nadie se jubila de sus ideas. Miremos a quienes no se jubilan de sus creencias.

Para vivir una vida con sentido son necesarias dos cosas: convicción de que mi vida ha sido y es querida por alguien, y algún objetivo por el que vivir. Camino hacia Dios es gustar de esta vida que nos ha sido dada. Lo recorremos entre enigmas que florecen por todas partes. El Espíritu trabaja desde el interior de cada persona. Nadie puede cambiar nada si no se cambia a sí mismo. Si lo logra, tendrá días por delante en que todo huele a tierra prometida. Recordemos que los Magos no se pusieron en camino porque vieron la estrella. Vieron la estrella porque estaban en camino. En el camino espiritual el secreto es la perseverancia. Dios vive donde lo dejamos entrar. Es pequeño o grande, según el espacio que le permitimos ocupar en nosotros.