Papel y sobre - Jorge Cela Trulock - E-Book

Papel y sobre E-Book

Jorge Cela Trulock

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Beschreibung

Emotiva novela que destila un amor desbordante por los libros y el material en el que se imprimen. Un impresor en ciernes intenta por todos los medios cobrar una factura por una impresión encargada por un organismo oficial. Ante él se plantará el laberinto de la burocracia, los despachos y los chupatintas dispuestos a hacerle desistir. Sin embargo, contará con la ayuda de un militar retirado de lo más particular. Una desternillante y tierna fábula sobre el amor al libro.-

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Jorge Cela Trulock

Papel y sobre

 

Saga

Papel y sobre

 

Copyright © 2007, 2023 Jorge Cela Trulock and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728374542

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

A Maruxa y Antonio

En el estante que hay al otro lado de los archivadores están los montoncitos de papeles, colocados por tamaños, folio, cuartilla, finos o de copia, normales, carbón, con membrete del organismo, con el añadido del cargo del jefe en algunos casos. Cada uno espera su uso. El de arriba, los servidores de la oficina de esta habitación son cuidadosos, para resguardar del polvo a los que quedan debajo. El primero lo dejamos para el polvo. Los de copia, finitos y casi agradables al tacto, se gastan más que los otros en cuanto a alguno se le suelta la tripa o casi. Los papeles mejores, y sobre todo los que no tienen membrete, desaparecen a tenor de las cartas particulares que escriben o de las necesidades de la familia. Los papeles con membrete y escudo para la cosa oficial o para hacer cuentas, terminar de afinar la punta de los lápices. Hay otros papeles, los del armario, que no se pueden gastar sin tino. El jefe que autoriza las retiradas de material del almacén piensa que se usan indebidamente y lo comenta siempre. Los del cuarto ya se vigilan entre ellos y, así, el chorreo es lento y lo poco que hay llega para todos. Las carpetas desaparecieron hace algún tiempo. No se utilizan más que para llevárselas. Cuando no hay, se busca en otros despachos. Los del jefe, los oficiales del jefe de la oficina se cuidan más. El material muy especial, como una carpeta con gusanillo de un determinado tamaño, no se encuentra nada más que en el almacén, y quizá ni allí haya. Se acabaron antes de lo que suponía el jefe guardián de esos bienes públicos que hasta tienen un rinconcito en los presupuestos generales.

En este lugar manchego están todos los papeles y todos los sobres que puedan existir o que podríamos pensar que existen, lo que pasa es que se los llevan a su casa. Están mal pagados, pero podrían poner una tienda de lo que se llevan. Los presupuestos son los presupuestos, y cuando no hay, no hay; entonces podría darse el caso de que los empleados tuvieran que empezar a traer el material hurtado y almacenado en sus casas.

La de ese despacho ha tenido que ir al de al lado para pedir un papel de oficio general, de los que no tienen designación especial de su cometido. El oficio general tiene muchos usos. Las palabras que en él se escriben es lo único que hace variar su utilidad.

Ese papel que lleva en sus manos, uno de los dos, el otro es por si se estropea o se equivoca con el primero, tiene su destino. Fatal destino, el de la rubia en manos de aquel desaprensivo, guapo sí, atractivo sí, que se cruzó en su camino, de la colección Juvenalia. Destino fatal e impreciso para el que algo del papel espera, o de algún papel espera en forma de resolución, de comunicado, siempre de espera. Y el papel, blanco por ambos lados, apenas manchado por el escudo y el nombre de la entidad, empieza a cargarse con la intención, obligada por su deber, que la secretaria lleva. Sabe que algo tiene que escribir en él. Ya en una ocasión no muy lejana, tal es el trabajo, tuvo que poner algo parecido, aunque no lo recuerda bien; algo similar deberá quedar en todo ese blanco.

Deja los dos papeles en la mesa. Ahora busca uno de copia del mismo tamaño. El papel carbón no está a mano. De la carpeta saca uno sin estrenar y, bamboleándose y crujiendo a su modo, llega a aproximarse bastante al sitio donde están los dos papeles de oficio general. Dicen por el talle los cursis, que la cogió por el talle, el detalle, ja. Que tonterías, pero eso está bien, ya lo creo. Al papel carbón se le ha formado una arruga que le atraviesa como un levísimo alambre de parte a parte. Viene grande para lo que se necesita y lo parte por la mitad rasgándolo con suavidad una vez doblado y repasada la doblez con la uña. No queda mal del todo. Puede que en la copia no se marquen algunas letras del final de la línea si el papel carbón ha quedado algo chico, pero la copia no importa, se añaden las letras que falten.

La entidad o la persona que espera la solución que seguirá a todos estos preparativos está al margen de ellos, con sus propios problemas se basta de momento. Además todavía no se ha decidido a quién le tocaran estos preámbulos. Cuando la muchacha termine de organizar los papeles, entre destino fatal, el pelo que lleva la vecina que va hecha un loro y otras cosas más, pase el encabezamiento rutinario de algún director o jefe y especifique el destino, entonces la espera del destinatario empezará a ser lícita.

La señorita tiene unos datos de la misma forma que podía tener otros como únicos o en primer lugar. Ahora va a empezar la odisea y todo a merced de unos conocimientos o desconocimientos inseguros: si Valencia empieza con b o con v puede ser la causa de saltarse el turno a algún Valencia o Balencia; si la dirección no es reconocible y exacta puede ocasionar el incumplimiento de una orden; si el muchacho que trajo el papel no supo desenvolverse, ser simpático, puede su jefe y su negocio retrasarse por unos días en el cobro; si la muchacha se dedica por unos días a mirarse más de lo normal en el espejo o a pasar sus males, entonces la suerte radica en alguna eventualidad singularmente caprichosa.

Ahora se ha ido –después de colocar papel, papel carbón y papel de copia en la máquina– a ver a su compañera, que desde lejos ha oído del estreno de unos zapatos, para ahora que se asoma el invierno. El otro papel, el otro ejemplar de oficio general, el que trajo de repuesto del cuarto vecino, está encima de la mesa principal del despacho de los auxiliares, una mesa grande con cristal y dos columnas de cajones a los lados del hueco de las piernas, donde trabaja, lee, espera la hora de la salida o se entretiene un hombre que llega a ella todas las mañanas. Encima de esa mesa está el papel, todavía perfectamente liso y sin estrenar; para los ojos acostumbrados a la carpeta de cuero oscuro, a perseguir con la vista el vuelo de la perdiz, acostumbrados a la bandeja de cristal de los lápices, clips, cositas, solitario, el papel blanco, una mancha sin mancha en lo alto de la mesa, donde quedó, mientras los zapatos del estreno taconeaban distantes o ¿ya habían dejado de taconear por haber llegado a su destino?, para el que llega por primera vez a ese cuarto llamativo ahí el papel, rodeado por el universo. Papel ombligo humilde.

En la habitación en penumbra por los muchos armarios oscuros, las mesas oscuras y poca luz, el día está nublado y la ventana es pequeña, sólo destacan los dos papeles, el de la mesa y el de la máquina, para quien los quiera ver. El hombre dormita mientras el humo del pitillo caracolea, tal es la quietud, por entre los pelos, bigote si lo hubiera, cejas, pestañas, por entre los pelos del aire. La niña de los zapatos se marchó, como ya vimos. Los papeles tienden necesariamente a ser escritos, emborronados, pintarrajeados si cayera en las manos de quien yo me sé. Esperan, solitarios. La habitación quedó vacía. Ahora el suelo no existe ni la suciedad que sobre él se extiende. El lápiz es un tesoro escondido. Los armarios nada guardan. La vida marrón impera, o ¿será gris?

La chica del oficio general se ha ido a ver los zapatos de la vecina. Ya se lo habría dicho seguramente en el autobús, pero hasta que oyó las voces de los comentarios no fue a verlos, a mirarlos de verdad, a comentarlos. Estos son los zapatos que usaba la heroína de tanto amor en la de destino fatal. Nosotros estamos con un oficio general, el militar y yo, bueno yo sola. No han resultado caros, me gusta este adornito ladeado. Una propuesta de pagos por un trabajo realizado, no sé si aquí o fuera o lo que sea. El zapatero, el padre del que me tiró los tejos, un cursi de mucho cuidado, bueno como su padre, me ha dicho que son los más baratos de toda la tienda, son restos, pero están muy de moda. Las descargas del cazador van, invisibles, a las perdices, invisibles, en la mañana de cacería del pasillo. Hasta las manos se le van para dibujar la figura que apunta con la escopeta que lleva tan cerca del corazón. El día menos pensado abate un pájaro allí mismo, en el pasillo. Bien es verdad que el edificio está cerca del campo, a las afueras de la ciudad. Es que viene para esta temporada el mismo modelo, por eso están tan al día, pero mucho más caros. La propuesta de pagos se hace con un papel de oficio general tamaño cuartilla. El texto como siempre: a V.I., con el debido respeto, propone el pago. Y las firmas de todos los que tienen que poner su visto bueno. Lo mejor es copiar de otro anterior que haya por el archivo, aunque el jefe de esos cajones anda muy ocupado con sus cacerías.

La muchacha del oficio va a salir de la habitación de la amiga. Oye pasos, se para y se echa para atrás despacio, y de pronto da la vuelta deprisa. Así huía Ethel de aquel rijoso antes de lo fatal. La de los zapatos los tapa y los envuelve de cualquier manera. El ruido del envoltorio escandaliza la espera de los pasos pero es inevitable. Los dejó así tapados donde los envolvió. La amiga casi se ha parado, levanta los ojos al techo sin mover la cabeza, cuantos menos ruidos mejor, estira los brazos hacia el suelo, monta el labio superior sobre el inferior y encoge levemente los hombros. Por detrás hay una persona con un palo y ella espera el golpe. La de los zapatos sin violentarse respira ahora que ha visto pasar el peligro. Ya ha pasado.

Las dos se quejan. Una de la otra. Eres tonta, o parece mentira, o mira que quedarse ahí quieta. Más dulce, mucho más dulce era el trato, es el trato de Ramiro, ¿o no se llama Ramiro, Ethel? Claro que eso no es fácil que pase, pero para eso es el sueño, o la cabeza o la fantasía. Señor, no hay que hacer tanto ruido con el papel envuelve que te envuelve. Se dejan caer y ya está. Detrás de la mesa quedan tapados. Lo malo es si se estropean al caer. Se acerca una, con el cuerpo se tapa todo y se pregunta algo, eso mismo, de cómo se hace una propuesta de pago. Pues es una cosa bien sencilla: se copia de una anterior. Y las firmas, que vaya un papel de un lado para otro en busca de las firmas necesarias. O vengo a dejar este papel o vengo a dejar este otro papel. Los zapatos son muy bonitos. Las firmas son fáciles, es un lío, como el que tiene Ethel con el dichoso hombre, pero fácil cuando hay de donde copiar. Además si no está en condiciones no lo aceptan abajo.

Los pasos vuelven en sentido contrario al que fueron. Las perdices también van hasta el río y vuelven mientras el humo le hace entornar demasiado los ojos. ¿Duerme usted, hombre de dios? Ni duerme ni no duerme. La tensión pasó. El ruido de los zapatos contra el suelo es claro, los pies andan pausados o cansados, para el resultado al oído poco importa. La del oficio sale del cuarto hacia el suyo y ve al hombre. Lo mira con interés un momento: guapo. Sigue su camino pero de pronto vuelve y le dice a la de los zapatos que si se ha fijado. Dijo que era un tío alto, eso si lo pudo ver, pero además muy guapo. No lo vio, y bien que lo sentía; no pudo darse cuenta.

La del oficio marchó de nuevo hacia su despacho. Pasó la puerta, al momento se le ocurrió otra razón para volver. Se puede decir, chica qué cabeza tengo o cualquier cosa similar. No, allí no se había dejado los papeles de oficio general. Los dos se los había llevado antes, cuando los pidió, y después ya se fue sin ellos. Al entrar en su habitación los ojos aclararon el misterio, uno en la mesa del jefe del archivo del departamento, otro en la máquina puesto con la copia y el carbón; ahora todo se recuerda.

El hombre que se sienta detrás de la mesa mira para la chica que entra y se sonríe, y los dos cuentan el poco trabajo y el poco dinero. Aunque esa mañana una tiene que hacer el oficio y el otro archivar la copia en su lugar.

Cuando llega la época de caza, para setiembre, cuando levantan la veda de la perdiz, el jefe del archivo consigue largarse algún día al campo después de mucho alambiqueo y problemas de dinero. La chica ya sabe tanto como él de lances de caza. Mejor es escucharle que estar mirando para el techo, es más entretenido al menos. Ella, a cambio, le cuenta las películas.

Desde la mesa de la máquina, por el hueco de la puerta, por el cristal de la ventana al patio, del patio a la otra ventana de enfrente, ve pasar a una compañera que marcha por el pasillo y dice adiós con la mano. Levanta el brazo para contestar, igual no lo ha visto. El cazador de perdices, conejos y tantos deseos, mira para atrás, interroga con la vista y las narices que se le van para adelante, así hace el Canelo al ventear los aromas grisáceos de los animales, piensa, y dice ¿qué? La chica pronuncia el nombre y los dos se quedan callados. Atentos a los rumores del campo.

Al hombre le viene el recuerdo de la compañera que ha pasado fugaz por la ventana. Es algo recogida y no grande, pero jugosa y fresca. La muchacha y el hombre siguen sin hablar. A él le brillan los ojillos. Cambia de postura en su butaca silla. La mujer le mira. Ni en una isla desierta. Ahora tiene que hacer el oficio. Sonríe y eso casi rompe el silencio. No, debe ser algo pronto aún. Desde el pasillo llegan sonidos de pasos, de más pasos, de una puerta que se abre, de otra. Un instante y sólo queda el zumbido del silencio en los oídos.

Sin querer, a pesar de lo lejana que está, hasta ahí podríamos llegar, se ha llevado dentro la figura del jefe del registro, con la caza, el perro, la escopeta. Por ahí rugieron los ojos viscosos y fijos del jefecillo, los amigos de la amiga, sus rincones tan sólo imaginados, todo entre la niebla, borroso. Al fin quedaron los ojos y una sonrisa.

La muchacha le pide al del archivo que por favor, sin favor, le busque una copia de una propuesta de pagos. El jefe del archivo se le queda mirando y dice, qué, sin ninguna entonación en la voz. Una propuesta de pagos. Eso, una copia cualquiera, explica la muchacha. El hombre deja el pitillo en el cenicero y separa el asiento de la mesa. Julio César sin escopeta, que la escopeta la dejó en el pueblo, se dispone y mira con los ojos casi cerrados de natural, por el humo que se le ha colado también, al enemigo. La mesa se corrió de su sitio ante el ímpetu del cazador, antes brigada chusquero. Una copia de una propuesta. La compañera le da las gracias, para animarle quizá. Lleva hacia los archivos un lápiz en la mano, se rasca con la punta en el pelo de atrás y arriba de la oreja y lo deja reposar en ella. Se frota las manos, se va para el invierno, y suelta un pequeño silbido de aire entre los dientes superiores y centrales, podría ser un principio de melodía, un simple soniquete. Pagos. Pe de pagos. El siseo sigue en los labios. Sólo para cuando se moja los dedos para mejor pasar los papeles. Las carpetillas de cartulina, donde van las copias en papel fino que llevan en su exterior el nombre del documento dibujado, no escrito, con grandes letras de imprenta, suenan más recias que los papeles copias de papel fino que corresponden al nombre que va en aquellas dibujado, no escrito, con grandes letras de imprenta, etc., que suenan más delgado, casi como el siseo del hombre que las maneja, un golpe de cola de conejo contra la hierba húmeda de la mañana. En pagos no está. Propuestas, pro de propuestas. La misma operación que con la búsqueda por pagos. La otra desde la máquina, con los brazos estirados y apoyados por los antebrazos en la mesita y las manos colgando. Sisiss, sisiss, sigue el canturreo. Aquí nunca se ha hecho una propuesta de pagos, no es posible. La chica sigue igual. El hombre deja de canturrear y mira para ella. Nada, no ha encontrado ni rastro de esas cosas. Hay que ser como los perros para seguir y seguir hasta conseguir. Los papeles todos huelen igual, debe ser eso. La mujer se inquieta un poco y retira las manos de la máquina. Es inútil querer que trabaje o que encuentre o lo que sea el hombre este. Se levanta y se va. El la mira en apariencia triste y dice que no encuentra nada, ni por pagos ni por propuestas. Ella se aleja y dice alto, pero no lo suficiente para que le oiga, como no sea el sonido casi ruido de las palabras pagos y propuestas, claro, por ahí.

La muchacha entra en la habitación de la amiga. El hombre que le acompaña en el trabajo es tonto, ha buscado o ha querido buscar una propuesta de pago por la pe de propuesta y de pago. La chica se ríe y la otra la acompaña. Dicen: fíjate, ja, ja, y no paran de reír; o propuesta, ja, ja o pagos, ja, ja. Y sólo dejan la risa para gallear con la garganta, o para decir una palabra.

El otro está con que vaya maneras de trabajar. Aunque él mismo sea de la opinión de trabajar poco, no es bueno desenmascarar tanto la ociosidad. Se oye un jaleo por el pasillo, entrecortado y muy divertido. (Oye, papá, fíjate, entonces el del archivo hizo esto, y los dos se ríen mucho, más la hija.) Claro, buscando a lo tonto no se puede encontrar nada.

El problema no se aclara y la del otro cuarto llama por teléfono a una antigua compañera de despacho. Seguro que ella lo sabe. Ahora se la ha llevado un jefe. Mientras espera que le contesten en el teléfono, levanta la palma de la mano dos veces suavemente. Verás. Verás.

Las dos empiezan a hablar y el asunto va quedando a un lado. Nadie sabe cómo se puede hablar con esa creída, desde que está con uno de los jefes se le han subido los humos a la cabeza. Además no es nada, es una birria, gorda y ridícula. La amiga está ahora callada, de la oreja le nace el teléfono, aparentemente inservible. Un trozo más de paisaje de la habitación; con la misma vida que la madera de la mesa con sus bichos interiores, en su lugar ruidosos; con la misma energía que la bombilla con la electricidad a punto de un movimiento ligero de la mano en la llave, o la de la lengua junto al teléfono. De pronto todo varía. La chica tantea por encima de los papeles buscando algo. Mira hacia la otra en el momento que mete la mano por debajo y un lápiz se cae al suelo. Voy enseguida. Señala el lápiz con un dedo. La otra se lo coge rápido y se pone por detrás a mirar por encima de su compañera. Gracias. Baja la cabeza y cuando llega con la mirada al papel ya hay algo escrito. Es taquigrafía. Los signos se suceden rápidamente hacia el final del papel. Por arriba la hoja se va doblando al empujar por la parte media baja, la que recibe las señales y tropezar por la parte superior con un cenicero que ahora quiere hacerse ver por debajo de otro papel, y que nadie sabe porque está ahí si no fuma. Cuando deja de empujar el papel para seguir más abajo, la hoja se estira y se sale un poco de la mesa por la parte inferior, por donde ya lo necesita para seguir con la tarea: ¡uf!, qué asco.

Mira hacia la que está detrás y en un instante de tranquilidad –por el teléfono no llega ninguna palabra, sólo ruido de sonarse– separa el índice del lápiz y señala el cenicero. No entiende en ese instante pero sí en el siguiente; quita el cenicero y despeja los alrededores de la mesa. Cuando acaba deja el lápiz encima del papel y sigue la charla con la del teléfono. En seguida, adiós. Mete en la máquina el primer papel en blanco que encuentra y escribe: Ilmo. Sr. tengo el gusto de proponer a V.I. el pago, importe de la factura por los trabajos. Dios guarde. Firmas y vistos bueno.