Paradojas de la inhibición - Juan de Olaso - E-Book

Paradojas de la inhibición E-Book

Juan de Olaso

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Beschreibung

Las inhibiciones han sido siempre fenómenos frecuentes en la clínica. Sin embargo, la inhibición no deja de presentar una ubicación de alguna manera periférica en el corpus conceptual psicoanalítico (es llamativa, por ejemplo, su ausencia en el célebre Diccionario de Psicoanálisis de Laplanche y Pontalis). En todo caso, se advierte una cierta desproporción entre el lugar que tiene como manifestación clínica y el lugar que por momentos ocupa el concepto en la teoría. Y es, precisamente, en virtud de esta brecha teórico-clínica que el autor emprende este recorrido exploratorio. Un examen cuidadoso de la obra freudiana comenzará a ofrecer variantes y matices en relación con los procesos inhibitorios: el papel del punto de vista económico, el problema de la fijación, los avatares del duelo y la melancolía, la función del superyó, el vínculo central con la angustia. También, la cuestión de la transferencia y las detenciones de la cura. En tanto, la localización de determinadas paradojas, inherentes a la relación entre pulsión e inhibición, y la consideración de la lectura lacaniana de "Inhibición, síntoma y angustia" –acaso la obra cumbre de Freud en lo que hace al tema–, permitirán ir dibujando sugestivas articulaciones.

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Juan de Olaso
Paradojas de la inhibición

de Olaso, Juan

Paradojas de la inhibición, Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Manantial, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

978-987-500-979-0

1. Psicoanálisis. I. Título CDD 150.195

CDD 306.09

1a. edición impresa - Buenos Aires: Manantial, 2015

ISBN edición impresa: 978-987-500-215-9

© 2015, Ediciones Manantial SRL

Avda. de Mayo 1365, 6º piso

(1085) Buenos Aires, Argentina

Tel: (54-11) 4383-7350 / 4383-6059

[email protected]

www.emanantial.com.ar

Prohibida la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler,la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

Índice de contenido

Palabras preliminares

Introducción

PRIMERA PARTE. El concepto de inhibición en la obra de Freud: sus variantes, sus empleos y sus destinos

1. Primeras aproximaciones

LA INHIBICIÓN DE REPRESENTACIONES PENOSAS

LA EROTIZACIÓN DE LOS ÓRGANOS

EL EMPOBRECIMIENTO PULSIONAL

LA INHIBICIÓN DEL DESARROLLO

2. La inhibición del “Proyecto de psicología”

EL APARATO NEURONAL Y LAS CANTIDADES

LA INHIBICIÓN POR EL YO

DOS CARTAS

HEMMUNG EN LA ÉPOCA

3. El trabajo del sueño y el trabajo del chiste

LA SENSACIÓN DE MOVIMIENTO INHIBIDO

LA REFERENCIA A HAMLET

LA INHIBICIÓN DEL AFECTO

UNTERDRÜCKUNG

UN GASTO DE INHIBICIÓN AHORRADO

LAS INHIBICIONES INTERNAS

4. La inhibición en la clínica freudiana

LA PULSIÓN Y LAS INHIBICIONES SEXUALES

INHIBICIÓN Y COMPULSIÓN: EL HOMBRE DE LAS RATAS

INHIBICIÓN DE LA LIBERTAD DE MOVIMIENTOS: EL PEQUEÑO HANS

LA PULSIÓN DE SABER Y SUS VICISITUDES: LEONARDO

5. Inhibición, fijación, represión

INHIBICIONES DE LA VIDA AMOROSA

INHIBICIÓN Y REPRESIÓN

PULSIONES DE META INHIBIDA

6. Avatares del trabajo del duelo

LA INHIBICIÓN DEL YO

LA CONTRIBUCIÓN DE ABRAHAM

EL PROBLEMA DE LA CONSCIENCIA MORAL

LAS INHIBICIONES MORALES Y EL CARÁCTER

7. Superyó e inhibición

INHIBICIÓN Y DESINHIBICIÓN EN LA MASA

INTRODUCCIÓN DEL SUPERYÓ

EL YO AVASALLADO

8. Inhibición, síntoma, angustia

LA LIMITACIÓN FUNCIONAL DEL YO

DETERMINACIONES DE LA INHIBICIÓN

INHIBICIÓN Y ANGUSTIA

ADDENDA: LAS INHIBICIONES SEGÚN FENICHEL

9. La renuncia de lo pulsional

PULSIÓN (DE DESTRUCCIÓN) DE META INHIBIDA

LA AUTORIDAD INHIBIDORA

TRAUMA E INHIBICIÓN

LAS PINCELADAS FINALES

10. Inhibiciones de la cura

AVATARES TRANSFERENCIALES

AUTOINHIBICIÓN DE LA CURA

11. Recapitulación

SEGUNDA PARTE. Inhibición, problemas y paradojas

1. ¿Por qué la paradoja?

REMAR CONTRA LA DOXA

PARADOJAS FREUDIANAS

NOCIONES ÉXTIMAS

PARADOJAS DEL DESEO

2. La inhibición en el Seminario “La angustia”

ESE OBJETO “PARADÓJICO”

LA INHIBICIÓN Y SUS DERIVADOS

ANGUSTIA, CERTEZA, ACCIÓN

INHIBICIÓN, DESEO Y ACTO

EL DESEO DE RETENER

SEPARTICIÓN

3. Conclusiones, ideas, problemas

INHIBICIÓN Y SATISFACCIÓN

PLUS-DE-GOZAR

EL PSICOANALISTA Y LAS INHIBICIONES

UN FRAGMENTO CLÍNICO

EPÍLOGO: LA INHIBICIÓN EN LA ACTUALIDAD

Bibliografía general

Hitos

Índice de contenido

Portada

Palabras preliminares

Este libro reproduce, con algunas modificaciones, mi tesis doctoral defendida el 24 de octubre de 2014 (Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires), y titulada “El concepto de inhibición en la obra de Sigmund Freud. Puntualizaciones desde la enseñanza de Jacques Lacan. Problemas, paradojas”.

Si bien la tesis originaria ha sido podada en algunas partes, ligeramente modificada y reescrita en otras, la estructura es la misma y respeta las líneas que se fueron abriendo y desarrollando a lo largo de la investigación.

Como la propia tesis, el libro tiene dos partes bien diferenciadas. En la primera, acaso su columna vertebral, exploro el concepto de inhibición en la obra freudiana, tratando de situar sus dimensiones teóricas y clínicas, sus matices, variantes y ocasionales destinos conceptuales; también, los renovados empleos del término por parte de Freud, y los avatares que va sufriendo el concepto a lo largo del tiempo.

Me propuse, en ese sentido, llevar a cabo una lectura que respete el lenguaje, las preguntas y la lógica de cada tramo de la obra freudiana. Procuré, en ese sentido, no “lacanizar” a Freud, ejercicio que podía llegar a resultar tentador pero que corría el riesgo de desdibujar cada uno de los contextos de argumentación.

En la segunda parte me ocupo de lo que inicialmente fueron los objetivos específicos de la investigación. Ahí sí Lacan entra en escena, en particular su Seminario sobre “La angustia”, donde el problema de la inhibición aparece desplegado como pocas veces en su obra y donde el autor postula una sugestiva tríada conceptual: inhibición, deseo y acto. Además, examino algunos aspectos de la economía de la inhibición –la pulsión y sus satisfacciones–, y abro un interrogante acerca del lugar del psicoanalista y las inhibiciones de la cura. Todo en un marco general que tiene la noción de paradoja como protagonista.

He tenido el privilegio de que la doctora Diana Rabinovich haya sido mi directora de tesis y también mi consejera de estudios. Una interlocución inestimable. Al mismo tiempo, no quisiera dejar de remarcar que Diana ha sido un pilar fundamental en mi formación. Este libro es ciertamente producto de esa transmisión, de un modo singular de relación con los textos y los autores, y de una gimnasia conceptual que se pone en marcha, ya casi sin darnos cuenta, al abordar cualquier problemática de nuestro oficio.

Quiero mencionar, además, a distintas personas que de una manera u otra han contribuido a que la travesía doctoral haya llegado a buen puerto.

A los miembros del jurado, Estela Eisenberg, Blanca Bazzano y Fabián Allegro, quienes contribuyeron a que el acto de la defensa pública fuera una experiencia de intercambio, discusión y aprendizaje.

A mis compañeros de cátedra, tanto de Psicoanálisis: Escuela Francesa I como de Metodología Psicoanalítica II, con quienes mantenemos desde hace muchos años renovadas discusiones teóricas y clínicas. Mención especial para Verónica Sánchez, Bárbara Goldschmidt, Gabriela Ubaldini y Eduardo Albornoz.

A los alumnos (de grado, de posgrado, de hospitales, de espacios de lectura), cuyas observaciones, muchas veces ocasionales, efímeras, suscitan preguntas y replanteos que nos permiten avanzar en nuestra elaboración. En particular, a los inquietos participantes del Seminario “Las inhibiciones y sus destinos”, que dicté en marzo de 2014 en la Maestría en Psicoanálisis (Facultad de Psicología, UBA). En momentos en que daba las últimas pinceladas a la tesis, fue esta una inmejorable ocasión para poner a prueba sus hipótesis, desarrollos y conclusiones más relevantes.

A Alicia Lowenstein, a Miguel Leivi. A Alejandro Wyczykier, a Tomás Leivi, a Miguel Marini, a Marcelo Bernard. A Jorge Kahanoff. A mi familia, a mis amigos, muchos de ellos en aquella calurosa tarde en Independencia. A mi viejo, Ezequiel, que era filósofo e investigador, y que no dejó de estar presente en todo este periplo.

Y a Valeria Castany, que me acompañó, me “soportó”, leyó cuidadosamente y, sobre todo, me ayudó a pensar y a repensar. A ella y a Inés de Olaso les dedico este, mi primer libro.

Introducción

En más de una oportunidad se ha señalado que el psicoanálisis no logró aún darle al concepto de inhibición una definición rigurosa. A diferencia de lo ocurrido con términos como “transferencia”, “deseo”, “síntoma” o “inconsciente”, se ha llegado incluso a poner en cuestión el hecho de que la inhibición constituya, propiamente, un concepto psicoanalítico.

Acaso esta impresión haya estado motivada por la pregnancia de su procedencia jurídica y, además, por la de su procedencia neurológica. Por otra parte, aun cuando el término esté presente en numerosos textos de la obra freudiana, se puede notar que la inhibición presenta una ubicación de alguna manera periférica en el corpus conceptual psicoanalítico. No deja de ser llamativa, por ejemplo, su ausencia en el célebre Diccionario de Psicoanálisis (1967) de Laplanche y Pontalis.

Las inhibiciones han sido siempre fenómenos frecuentes en la clínica, y probablemente en la actualidad –y bajo otros modos de manifestación– lo sean en mayor grado que en la época de Freud. Es posible apreciar, en todo caso, una cierta desproporción entre el lugar que tiene la inhibición como manifestación en la clínica, y el lugar que tiene el concepto en la teoría psicoanalítica. Y es, precisamente, en virtud de esta brecha teórico-clínica que decidimos emprender este recorrido exploratorio.

*

Ahora bien, ¿qué es una inhibición?

Por lo general, se define como acción y efecto de inhibir o inhibirse. Según el Diccionario de uso del español de María Moliner (1992), “inhibir” (del lat. inhibere, deriv. de habere) admite las siguientes variantes: “1) (ant.) Impedir o prohibir algo. 2) (tribunales) Impedir a un juez proseguir en el entendimiento de una causa. 3) Suspender transitoriamente la actividad de un órgano o del organismo mediante la acción de un estímulo”. Y en su forma reflexiva, conduce a “abstenerse de intervenir o interesarse en un asunto o actividad” (‘Yo me inhibo en esa cuestión. Él se inhibió de firmar la protesta’)”.

En esta referencia, como en otras del estilo, nos aproximamos al sentido de detención, de suspensión o de abstención. Sin embargo, tomamos nota de que originariamente “inhibición” no denotaba un estado de inmovilidad o de pasividad. Como señala M. Arnal:

Esta palabra la conocían ya los romanos. En su forma latina, inhibitio significaba la “acción de remar hacia atrás”. Tal y cual. Procede del verbo inhíbeo, que significa poner la mano sobre una cosa, generalmente para retenerla, y de ahí detener, retener, estorbar, impedir. (Arnal, 1998)

De modo que se trataba, básicamente, de una acción. A continuación, el autor ofrece algunas variantes sugestivas:

Inhibere equos es refrenar los caballos; inhibere áliquem, detener a alguien; ímpetum inhibere, detener el ímpetu; facinus inhibere, impedir un crimen. Pero también tenemos el sentido de ejecutar, en imperium inhibere, ejercer la autoridad; supplicium alicui inhibere, infligir a uno un suplicio. (Arnal, 1998)

Comienza a dibujarse más claramente la idea de inhibición como una fuerza activa, algo que va en sentido contrario a la corriente, cosa que su referencia marítima pone de manifiesto de manera extraordinaria. El psicoanalista francés G. Le Gaufey (1985) observa, no obstante, que una vez que la palabra fue perdiendo su inicial uso jurídico y se fue extendiendo hacia los dominios de la fisiología y de la psicología, de a poco fue ganando terreno el matiz de pasividad. Entonces la inhibición comenzó a designar más bien un estado y ya no una acción propiamente dicha.

En tanto, P. Kaufmann (1986) rescata la fuente a partir de la cual el término “inhibición” fue incorporado al campo neurológico, por una iniciativa de C. E. Brown-Séquard. Se trata de un estudio iniciado en 1845 a partir del descubrimiento de “la lentificación del corazón bajo la influencia de una excitación periférica del nervio vago”. A partir de entonces, el uso se fue extendiendo hasta designar un rasgo común a diversas afecciones neuróticas: la suspensión de un proceso in statu nascendi (Kaufmann, 1986: 260-62).

Prestemos atención a la definición del propio Brown-Séquard en el Dictionnnaire Encyclopédique des Sciences Médicales de 1864. Después de delimitar el alcance del término para el campo legal, escribe:

Para nosotros, médicos, la inhibición es un acto en virtud del cual una propiedad o una actividad y, secundariamente, una función o una simple acción, desaparece, completa o parcialmente, repentinamente o muy rápidamente, para siempre o temporariamente, en una o muchas partes del organismo. (Brown-Séquard, 1864: 563)

Como se podrá apreciar, aquí también el acento está puesto en el carácter de acto o acción, es decir, de una fuerza particular que produce sus efectos. El autor se encargará de despejar cualquier duda: “La inhibición es un acto de los tejidos nerviosos destruyendo o disminuyendo una potencia de acción en reposo o en actividad, y no una simple cesación de potencia” (Brown-Séquard, 1864: 563).

De manera tal que el campo semántico va ofreciendo vicisitudes propias de cada disciplina, de cada discurso y de cada momento de la historia.

*

Ni bien asomamos en la obra freudiana, advertimos que Hemmung1 se emplea para denominar una infinidad de procesos psíquicos heterogéneos y, cabe agregar, no necesariamente patológicos. Podemos evocar, sucintamente, una serie de nociones a las cuales se aplica este término.

A lo largo de su obra, Freud habla de inhibición: de representaciones (penosas), del afecto (una de las funciones del sueño), del displacer, del proceso primario, de la sexualidad, del onanismo, del yo, del desarrollo (regresión, fijación), de la meta de la pulsión, del pensamiento, de una función. También, de inhibición en el duelo (y en la melancolía), en los fenómenos de masa, en los rasgos de carácter, en la cultura.

¿Tiene la inhibición, en todos estos casos, el mismo estatuto?

En tanto, nos surgen otras preguntas, que acaso pudieran ser puestas a prueba en cada uno de los contextos de las formulaciones freudianas. No solamente la de qué es una inhibición, sino también: ¿qué se inhibe? ¿Por qué se inhibe? ¿Cómo se inhibe? Y, desde ya, ¿qué inhibe?2

Notemos, por ejemplo, que Freud utiliza el mismo término tanto para designar “una limitación funcional del yo” (Freud, 1926a), las clásicas inhibiciones de los años veinte, como para designar una operación que parte del yo y que afecta el decurso que va de una imagen-recuerdo a un desprendimiento de displacer. En efecto, ya en los primeros manuscritos y, en especial, en el “Proyecto de psicología”, vemos aparecer una dimensión eminentemente activa de la inhibición: “Si existe un yo, por fuerza inhibirá procesos psíquicos primarios” (Freud, 1950b: 369).

En esta mera aproximación, observamos que la inhibición protagoniza dos circunstancias diferentes: en un caso el yo se inhibe, mientras que en el otro el yo inhibe.3 Así como en el primer caso asistimos a la inhibición como fenómeno, en el otro asistimos a la inhibición como una operación o, si se quiere, como mecanismo.4

Por otra parte, algo que se puede comenzar a vislumbrar, en lo concerniente a este campo de la experiencia, es un acento especial en las vicisitudes económicas. En ciertas ocasiones se subraya la pobreza libidinal, en otras el exceso energético, en otras ambas dimensiones a la vez. Al mismo tiempo, no faltan términos como “ahorro”, “ganancia”, “gasto psíquico”, alrededor de la conceptualización de los procesos inhibitorios.

En “El chiste y su relación con lo inconsciente”, por ejemplo, Freud postula una ganancia de placer propia del Witz, que correspondería a un gasto psíquico ahorrado: “Un ‘ahorro en gasto de inhibición’ parece ser el secreto placentero del chiste” (Freud, 1905a: 114-15). Pocos textos habrán de resultar tan paradigmáticos de la economía de la inhibición.

Recordemos que en el caso de las inhibiciones especializadas –para caminar, escribir o tocar el piano– Freud (1926a) postula una “erotización hiperintensa” de los órganos requeridos para esas funciones. De lo que se puede desprender que aquello que se presenta como un fenómeno de empobrecimiento energético, como un “menos”, como un eventual desgano subjetivo, contiene secretamente un punto de exceso, un “plus”, una presencia erógena que ante tal investidura produce un disfuncionamiento del órgano comprometido.

Los ejemplos freudianos, en este punto, son por lo general accidentes del cuerpo: pies que no caminan, brazos que se paralizan, genitales que se precipitan o se insensibilizan, respiraciones que se agitan, laringes que enmudecen, torpezas en la ejecución, vértigos, vómitos y demás infortunios. Podemos incluir, aquí, el calambre del escritor que evocan Fenichel (1948) y Lacan (1962-1963).

En todo caso, una relación fundamental que se irá delineando a lo largo del recorrido es la que se establece entre inhibición y pulsión. Freud se encarga de subrayarla en innumerables ocasiones, como cuando destaca “la relación de fuerzas entre las exigencias pulsionales y las inhibiciones que las contrarrestan” (Freud, 1927a: 177). O cuando afirma: “Aleccionados entonces por los daños, hemos desarrollado en nuestra alma organizaciones que se contraponen, en calidad de inhibiciones, a la exteriorización pulsional directa” (Freud, 1932: 205). La inhibición cobra el carácter de una defensa que, dicho sea de paso, no se confunde con la represión.

De ahí, pues, los diques de “Tres ensayos de teoría sexual” (Freud, 1905b), denominados precisamente “inhibiciones sexuales”. Ahora bien, así como el asco, la vergüenza o los reclamos ideales se erigen como barreras frente a la pulsión sexual, no dejan al mismo tiempo de mantener activo el funcionamiento de las zonas erógenas.5

De modo que el nexo conceptual entre inhibición y pulsión no se reduce a un mero vínculo de oposición o antagonismo, sino que es capaz de admitir ciertas vicisitudes paradojales. Acaso la noción de pulsión de meta inhibida (Freud, 1915b) constituya un ejemplo fecundo de cómo ambas nociones pueden llegar a encontrarse, en plena época metapsicológica, en una formación original.

Asimismo, no dejaremos de interrogar la relación –más bien las relaciones– entre inhibición y satisfacción, terreno este en el que la clínica freudiana ofrece variantes ciertamente inagotables. Acaso uno de los escenarios más significativos para apreciarla sea el de la instancia superyoica.

Como se sabe, Freud (1926a) llega a postular la existencia de inhibiciones, intelectuales o profesionales, producidas al servicio de la autopunición. Ya la presentación de ciertos tipos de carácter (1916a), como “los que fracasan cuando triunfan”, empezaban a despejar ese horizonte clínico. Era el momento en que Freud hablaba en términos de “inhibiciones morales”.

Con la introducción del superyó propiamente dicho (Freud, 1923b), asistimos a una de las paradojas freudianas más afamadas: se exige una renuncia de lo pulsional, no obstante, cuanto más se somete el yo a los imperativos categóricos de esa instancia, mayor resulta ser el castigo. Hemos de observar cómo estas premisas conducen a una encrucijada entre inhibición, culpa y satisfacción. La palabra clave, en este contexto, no es otra que la de renuncia: por un lado, constituye un rasgo medular de los fenómenos inhibitorios (Freud, 1926a), y por otro tendrá derivaciones decisivas en el último tramo de la obra de Freud, momento en que sea justamente la cultura la encargada de inhibir las aspiraciones pulsionales (Freud, 1930).

*

Advertimos, en medio del proceso exploratorio, la presencia de diversas paradojas. En muchos casos, parecen ser inherentes a la lógica de la inhibición, razón por la cual decidimos examinar su naturaleza y procurar constituirla en una herramienta operatoria de la investigación.

La paradoja, algo “contrario a la opinión” (para, contra, doxa, opinión), es algo que en distintos campos del saber puede contribuir a sacar a la luz determinados problemas, a interrogar algunos presupuestos básicos y, en ocasiones, a dar algunos pasos. La matemática, la lógica, la filosofía, ofrecen al respecto testimonios contundentes e instructivos.

Además de considerar algunas de las paradojas más célebres y de regalarnos algún que otro ejemplo literario, nos ocuparemos de recorrer muchas de las paradojas que la teoría freudiana ha sacado a la luz. Y aprovecharemos allí el envión para introducirnos en la teoría de Jacques Lacan, un autor que ha sido proclive a localizar, a utilizar, y también a postular diferentes formulaciones paradojales.6

Desde ahí, pues, interrogaremos el problema de la inhibición.

*

Apoyarnos en el retorno a Freud propiciado por Lacan tiene validez no para encontrar frases freudianas que justifiquen o festejen la teoría lacaniana, o para que encajen dos sistemas de pensamiento radicalmente heterogéneos, sino, básicamente, para lograr echar luz sobre problemas que aún depara la intrincada e inagotable obra del fundador del psicoanálisis.7

Vamos a detenernos, puntualmente, en el Seminario 10 (19621963), donde Lacan emprende una lectura crítica de “Inhibición, síntoma y angustia” (Freud, 1926a), a partir de ciertas coordenadas novedosas: una teoría renovada de la angustia y de los afectos en general; la promoción del “paradójico” objeto a como real; la noción de causa, clave para la articulación entre deseo y goce; el esbozo de una lógica de la acción, que invita a reformular la concepción de las inhibiciones.

Lacan construye allí una matriz conceptual, una red de significantes que comienza a combinarse y a ofrecer determinadas vicisitudes clínicas. En ese marco, la inhibición irá asumiendo diferentes rostros, inscribiéndose como una “patología del acto” (Rabinovich, 1989a), en una serie que incluye al acting out y al pasaje al acto. No por nada Lacan termina postulando, hacia el final de su seminario, una articulación entre inhibición, deseo y acto.

Y en virtud del nuevo estatuto que habrá de cobrar el objeto a en la obra de Lacan unos años más tarde, tomaremos algunas referencias de la teoría de los discursos (1968-1969, 1969-1970). La postulación del plus-de-gozar, esencial en la nueva economía libidinal, conducirá a replantear premisas anteriores en relación con la instancia del yo, i(a), sede de la inhibición.

Por último, nos proponemos interrogar la posición del psicoanalista en la cura. Se tratará, pues, de indagar qué impedimentos, frenos u obstáculos es capaz de engendrar el propio dispositivo analítico con respecto al movimiento de la cura. Los avatares de la transferencia resultarán, en este punto, cruciales.

La inhibición, además de plantear problemas específicos en cuanto a su abordaje y a las posibilidades de intervención, puede eventualmente alcanzar al analista mismo.

*

En cuanto a lo estrictamente metodológico, la elaboración del concepto de inhibición no consistirá en una mera historia o en una evolución natural del término, sino que será solidaria de los diferentes momentos de ruptura, de crisis, de conmoción, que sufren los edificios teóricos, y en virtud de los cuales nacen nuevos paradigmas y reformulaciones. Como señala S. Cottet (1984: 17) a propósito del “acto analítico” de Freud: “Los cortes que jalonan su obra testimonian tanto instantes de descubrimiento como tiempos de inhibición”. Cita más que oportuna, por cierto, para la ocasión. En este sentido, e inspirados en ciertas proposiciones de M. Foucault, postulamos una genealogía de los conceptos psicoanalíticos.8 Para establecer qué campo delimita este sintagma, e invocando el espíritu del filósofo, podemos comenzar por precisar qué no es una genealogía.

En efecto, no es una evolución, y se opone a toda búsqueda del origen, en particular de aquel que presuponga el encuentro con una esencia de la cosa. De ahí que la genealogía no se oponga a la historia, pero sí en todo caso a cierto modo de concebir la historia, acaso como una totalidad coherente. El análisis genealógico, por tanto, va en sentido contrario de la idea de una continuidad. Lejos de la promoción de un ideal de coherencia, se trata más bien de explorar la dispersión misma, la idea de discontinuidad que atraviesa la historia de un concepto o la de una disciplina.

En La arqueología del saber, Foucault (1969a) opone dos concepciones básicas de la historia: una, basada en la idea de una génesis, un progreso y una continuidad, donde la historia queda en un lugar de reposo, de certidumbres, de reconciliación, de “sueño tranquilizador”; la otra, afín a las categorías de discontinuidad, diferencia, límite, umbral, transformación, donde se trata de localizar las heterogéneas redes de determinación que participan en la historia de algo en particular (la historia de la locura, la historia de la sexualidad).9

En nuestro caso, y aun cuando emprendamos un recorrido cronológico por la obra de Freud, no se tratará en absoluto de una perspectiva evolucionista capaz de conducir a un “todo” coherente y armonioso. Más bien hemos de apreciar un mapa accidentado, con senderos que no solamente no confluyen –o se bifurcan–, sino que también llegan a entran en tensión. De ahí también, pues, la idea de paradoja.

NOTAS

1. M. Silva García (1978: 131) señala: “Hemmung significa inhibición. Quiere decir detener, parar, frenar, impedir, restringir, limitar, inhibir. Proviene de hamm, un terreno que está cercado, y esta voz deriva del griego kemos que significa ‘privado de’”.

2. Cf. de Olaso, J. (2013).

3. Claro que no se trata del mismo “yo” en un caso que en el otro, cuestión que será precisada en cada contexto.

4. Que surge como fundante del aparato, de la función del deseo y también de la función del juicio.

5. Cf. Kaufmann (1976a), a nuestro juicio, uno de los estudios más interesantes y rigurosos sobre el tema.

6. Otro psicoanalista con propensión natural a las paradojas, D. W. Winnicott (1971: 24), llegó a escribir: “Mi contribución consiste en pedir que la paradoja sea aceptada, tolerada y respetada, y que no se la resuelva”. Cita que conectamos con otra de Lacan (1957-1958: 433): “A veces es más importante mantener el problema planteado que resolverlo”.

7. En rigor, no sólo resultaría ilusorio e inconducente aspirar a un ensamble feliz entre Freud y Lacan. También lo sería entre un Freud y otro Freud, o entre un Lacan y otro Lacan. Si no, estaríamos presuponiendo que la obra de un autor conforma una unidad compacta y armónica.

8. A partir del año 1998, en el marco de un trabajo de investigación de la materia Psicoanálisis: Escuela Francesa, y bajo la dirección de Diana Rabinovich, hemos elaborado una suerte de matriz epistemológica denominada “Genealogía de los conceptos psicoanalíticos”. Originariamente esto dio a luz una asignatura electiva homónima de la Carrera de Psicología (UBA), en la cual se investigaron los conceptos de duelo y pérdida (1999). Con posterioridad, hemos dictado el curso en el posgrado de la Facultad de Psicología (UBA): durante un año trabajando los mismos conceptos (2001), y durante los dos años siguientes tomando los conceptos de fantasía y fantasma (2002 y 2003). En los últimos tiempos, el curso tiene lugar en la Maestría en Psicoanálisis (Facultad de Psicología, UBA), alrededor del concepto de sujeto. En todos los casos, además de los autores propiamente psicoanalíticos (S. Freud, K. Abraham, S. Ferenczi, M. Klein, D. Winnicott, J. Lacan), se han tomado otras fuentes y referencias teóricas (M. de Certeau, M. Foucault, P. Ariès, D. Eribon, A. de Libera, entre otros).

9. Aquí, una observación formidable del autor: “La historia de la formación de los conceptos no es piedra a piedra la construcción de un edificio. ¿Habrá que dejar esa dispersión a la apariencia de su desorden y ver en ella una serie de sistemas conceptuales cada cual con su organización propia? ¿No se podría encontrar una ley que diera cuenta de la emergencia sucesiva o simultánea de conceptos dispares”? (p. 91).

PRIMERA PARTE

El concepto de inhibición en la obra de Freud: sus variantes, sus empleos y sus destinos

1. Primeras aproximaciones

En este capítulo inaugural se puede ir apreciando cómo se delinean tempranamente en la obra de Freud diferentes dimensiones de la inhibición, de sus manifestaciones clínicas y también del empleo del término. Es una suerte de punto de partida del cual salen diversos caminos que seguirán su curso, a veces conectándose entre sí en algún momento del trayecto, otras no; también, conectándose de distintas maneras.

Si bien en esta primera época freudiana sobresale la referencia al “Proyecto de psicología” (Freud, 1950b), y en tanto este texto constituye una fuente ilimitada en lo que respecta a nuestro tema de indagación, decidimos darle un lugar especial y consagrarle el capítulo siguiente.

LA INHIBICIÓN DE REPRESENTACIONES PENOSAS

Sin embargo, el problema de la inhibición ya asomaba, de uno u otro modo, en textos anteriores. En el “Manuscrito A” (Freud, 1950a: 215-17), escrito aparentemente en 1892, y en el marco de lo que más adelante definiría como neurosis actuales, Freud se pregunta: “¿Proviene la angustia de las neurosis de angustia de la inhibición de la función sexual o de la angustia conectada con la etiología?”. Cabe aclarar que, en este contexto, la angustia es concebida en términos estrictamente somáticos, como una excitación sexual acumulada que, a falta de un procesamiento psíquico, se muda directamente en esa manifestación afectiva.

Sin desarrollar en detalle la naturaleza de esta inhibición de la función sexual, Freud termina incluyéndola dentro de los factores etiológicos. Asistimos, aquí, a una primera versión de lo que en los años veinte será sistematizado, con nuevas coordenadas conceptuales, como la inhibición de las funciones yoicas (Freud, 1926a). De todos modos, se trata todavía de un terreno, el de las neurosis actuales –que conforman la neurastenia, la neurosis de angustia y más tarde la hipocondría– que reciben ese nombre por no remitir, como las neuropsicosis de defensa, a una neurosis infantil.1

En ese mismo año, no obstante, encontramos observaciones acerca de síntomas histéricos donde el papel de la inhibición no resulta en absoluto menor. En “Un caso de curación por hipnosis” (Freud, 1892-1893), y a partir del análisis de la génesis de los síntomas por obra de la “voluntad contraria”, Freud examina el problema de las representaciones a las que se conecta un afecto de expectativa: los llamados “designios” y las “expectativas” en sentido estricto.

Con relación a los primeros, se pregunta qué trato daría una persona “de sana vida representativa” a las representaciones con el designio. Y señala: “Las sofocaría e inhibiría en lo posible, como corresponde a la vigorosa autoconciencia de la salud; las excluiría de la asociación” (Freud, 1892-1893: 155-60). Aparece, de este modo, la idea de una inhibición de las representaciones penosas contrastantes que es recurrente en los textos consagrados a la etiología de la histeria. Así como estas representaciones son inhibidas y rechazadas por la consciencia normal, en el caso de la predisposición histérica “salen a la luz y hallan el camino hacia la inervación corporal” (Freud, 1892-1893: 155-60).

Una explicación semejante se lee, en relación con los delirios histéricos, en los extractos de las notas de Freud (1892-1894: 172) a su traducción de Charcot: “En los delirios histéricos se instala aquel material de representaciones y de impulsiones [Antrieb] de acción que la persona sana ha desestimado e inhibido –que a menudo ha inhibido con gran empeño psíquico”.2

Por otra parte, y a propósito de la teoría del ataque histérico, Freud señala que si el histérico quiere olvidar una vivencia, “rechaza de sí, inhibe y sofoca violentamente un designio o una representación”. Estos actos psíquicos caen, pues, dentro del estado de la consciencia segunda, y “el recuerdo de ellos retorna como ataque histérico” (Freud, 1892: 189-90).

Como se podrá advertir a partir de estas tempranas referencias, y en lo que hace a los usos del término en cuestión, la idea de inhibición suele aparecer asociada a la noción de rechazo, de sofocación, de desestimación, incluso de represión.3 Algo que con el tiempo, y salvo excepciones que habremos de subrayar, ya no será necesariamente así.

En cualquier caso, y más allá de estos empleos por momentos vagos o imprecisos, se trata de una modalidad de la defensa, una fuerza que se opone a algún elemento apremiante.

Al mismo tiempo, notemos que la inhibición, vinculada de manera intrínseca a la idea de acción, no cumple necesariamente en estos pasajes una función uniforme. Por un lado, parece constituir un mecanismo propio de la persona –o de la conciencia– “normal”, aplicado a representaciones inconciliables que quedan así excluidas de la asociación. De ahí que, en el caso del delirio, la falta de inhibición dé lugar a lo que Freud denomina “impulsiones de acción”. Pero, por otro, la inhibición o sofocación “violenta” de determinados designios conduce a que estos caigan en el estado de la consciencia segunda, lo que aparece como una condición de que puedan ser despertados por el recuerdo y retornar en calidad de ataques histéricos.

¿Cómo establecer la diferencia entre un caso y otro? ¿Acaso residirá en el carácter violento de la ejecución? ¿O, sencillamente, en la predisposición histérica?

LA EROTIZACIÓN DE LOS ÓRGANOS

La consideración de determinadas manifestaciones clínicas acaso pueda arrojar cierta luz sobre el camino. Un texto insoslayable es, en este sentido, el consagrado al estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas e histéricas (Freud, 1893). No se nos podrá escapar la resonancia de la palabra “parálisis” en relación con el matiz de detención, de freno, incluso de petrificación, que conlleva la idea misma de inhibición.

Siguiendo a Charcot, Freud plantea allí que la histeria es una enfermedad de “manifestaciones excesivas” que tiende a producir sus síntomas con la mayor intensidad posible; lo cual no es válido solamente para el caso de las parálisis, sino también para las contracturas y anestesias. Ahora bien, una propiedad que destaca de la sintomatología histérica es que, a diferencia de la orgánica, se presenta con un carácter absoluto: “A menudo son absolutas en grado extremo; el afásico no profiere una palabra, mientras que el afásico orgánico conserva casi siempre algunas sílabas, el ‘sí’ y el ‘no’, un juramento, etc.; el brazo paralizado está absolutamente inerte, etc.” (Freud, 1893: 201-202).

De manera tal que, en estas vicisitudes clínicas, se conjugan dos cualidades que contrastan con la parálisis cerebral orgánica, y que merecen ser subrayadas: “La parálisis histérica es, entonces, de una delimitación exacta y de una intensidad excesiva” (Freud, 1893: 201-202). Límite y exceso, dos términos que, más allá de esta exquisita definición, aparecerán conjugados de distintos modos en los caminos sinuosos de la inhibición.

¿De dónde proviene este exceso? Aquí se introduce el problema del valor afectivo. En la medida en que la histeria se comporta “como si la anatomía no existiera”, tomando los órganos en el sentido vulgar del nombre que llevan, la parálisis de un brazo consiste en el hecho de que la concepción –o representación– del brazo no puede entrar en asociación con las otras representaciones. Vuelve, así, pues, aquello que surgía en torno de la inhibición de las representaciones penosas contrastantes: la exclusión de la asociación.

En este caso, en virtud del gran valor afectivo que envuelve a la representación, el resultado es un aislamiento de esta última con relación al juego de las asociaciones: “El brazo estará paralizado en proporción a la persistencia de este valor afectivo o a su disminución por medios psíquicos apropiados”, señala Freud, y más adelante agrega:

Por tanto, la concepción del brazo existe en el substrato material, pero no es accesible para las asociaciones e impulsiones conscientes porque toda su afinidad asociativa, por así decir, está saturada en una asociación subconsciente [sic] con el recuerdo del suceso, del trauma, productor de esa parálisis. (Freud, 1893: 201-202)

Hacia el final del texto, asomará un término crucial: la fijación, que consideraremos más adelante en detalle.

Un aspecto en absoluto menor de esta teorización, por cierto, es la postulación de la parálisis histérica tomada como una parálisis de representación. Una suerte de representación inhibida, que se traduce en la parálisis de un órgano. En rigor, no estamos muy lejos aquí del fundamento que Freud le dará a las inhibiciones en “Inhibición, síntoma y angustia” (1926a). Allí también se combinarán el problema del exceso y el problema del límite, la “erotización hiperintensa” y la “limitación funcional”, respectivamente.

En este sentido, la inhibición –de un órgano, de una función, de una representación– se presenta regularmente como un límite que se contrapone a un exceso, una defensa frente a un cierto desborde. El problema de la cantidad, el punto de vista económico, parece ya estar en un primer plano, algo que las páginas guardadas del “Proyecto…” vendrán a ratificar.

Algunas referencias clínicas. El historial de Emmy von N., una paciente que presenta fobias y abulias, ofrece un escenario acorde a estas premisas. Curiosamente, Freud llama a las abulias “inhibiciones de la voluntad”, cuya causa reside en “la angustia enlazada con el resultado de la acción” (Freud y Breuer, 1893-1895: 107). El ejemplo más patente de estas abulias lo constituye la anorexia de la paciente, donde el acto de comer aparece asociado a recuerdos de asco y cuyo monto de afecto no ha podido ser aún disminuido. “Es imposible comer al mismo tiempo con asco y con placer” (Freud y Breuer, 1893-1895: 108), sostiene Freud, destacando que el aminoramiento del asco adherido históricamente a las comidas no ha podido llevarse a cabo: la paciente se vio llevada a “sofocarlo” en vez de librarse de él mediante una reacción.

Aquí Freud retoma la argumentación del artículo sobre las parálisis histéricas, agregando un término –el de investidura [Besetzung]– cuyo papel será decisivo en sus incursiones metapsicológicas: “Una investidura así de una representación con afecto no tramitado conlleva siempre cierto grado de inaccesibilidad asociativa, de inconciliabilidad con nuevas investiduras”. Y concluye entonces que las abulias no son otra cosa que unas “parálisis psíquicas” (Freud y Breuer, 1893-1895: 167).4

Cabe destacar, además, que en el caso de Emmy surgen otras modalidades de conversión que reciben el nombre de inhibiciones. Por ejemplo, la “inhibición espástica del lenguaje”, el tartamudeo propiamente dicho, que Freud vincula con un intento de “inhibición convulsiva del instrumento del lenguaje” (Freud y Breuer, 18931895: 111).

No se puede soslayar, en este marco, que el caso de Anna O. también presenta una variante de la inhibición, en esta ocasión desarticulada por las virtudes del método catártico. Freud señala que algo había mortificado mucho a la paciente, y que esta había decidido no decir nada al respecto: “Cuando lo hube colegido y la compelí a hablar acerca de ello, desapareció la inhibición que hasta entonces le imposibilitara además cualquier otra preferencia” (Freud y Breuer, 1893-1895: 50).

Y, más adelante, en relación con una escena que amenazaba con reaparecer –una alucinación en la que la muchacha veía a su padre, a quien cuidaba, con una calavera–, escribe: “A menudo hemos observado que el miedo a un recuerdo, como era el caso aquí, inhibe su afloramiento, que la enferma o el médico se ven precisados a arrancar” (Freud y Breuer, 1893-1895: 61). Queda de manifiesto, en estos pasajes, la concepción de la cura sostenida por Freud (y Breuer).

Otra inhibición “sintomática” emparentada con las anteriores es la que leemos, unos años más tarde, a propósito de la afonía de Dora (Freud, 1905c). Recordemos que el señor K., el objeto amado, le escribía tarjetas postales cuando estaba de viaje. Freud subraya una notable coincidencia entre la duración de los ataques de tos con afonía y las ausencias del señor, retomando de este modo el problema del mutismo histérico, propio de la clínica de Charcot. En efecto, no es infrecuente que ese mutismo vaya acompañado, de manera compensatoria, de una agilidad y una fluidez considerables en la escritura.

Si bien Freud no habla allí de modo explícito de inhibición, los elementos que describe se ajustan a la definición que dará de aquella: limitación funcional del yo, renuncia:

La afonía de Dora admitía entonces la siguiente interpretación simbólica: cuando el amado estaba lejos, ella renunciaba a hablar; el hacerlo había perdido valor, pues no podía hablar con él. En cambio, la escritura cobraba importancia como el único medio por el cual podía tratar con el ausente. (Freud, 1905c: 36)

Freud no dejará de preguntarse, claro está, si toda vez que se presenta una afonía de esta índole no debe presuponerse la existencia de un amado ausente…

EL EMPOBRECIMIENTO PULSIONAL

Otra temprana referencia al problema de la inhibición aparece en el “Manuscrito G”, de 1895, consagrado a la melancolía. Freud postula que existen vínculos estrechos entre melancolía y anestesia sexual, y que el afecto correspondiente a esta dolencia es el del duelo, esto es, “la añoranza de algo perdido”. Después de compararla con la anorexia (pérdida de apetito, pérdida de libido), plantea que posiblemente en la melancolía se trate de una pérdida producida dentro de la vida pulsional.

Y así describe sus efectos: “Inhibición psíquica con empobrecimiento pulsional [Triebverarmung] y dolor por ello” (Freud, 1950a: 244-45). La fundamentación consiste en que si el grupo sexual pierde intensamente magnitudes de excitación, se forma un “recogimiento dentro de lo psíquico” que a su vez ocasiona un efecto de succión sobre las magnitudes contiguas de excitación.

En la medida en que las neuronas asociadas tienen que librar su excitación, el resultado no es otro que el dolor. Por medio de lo que Freud denomina metafóricamente una “hemorragia interna”, se produce un empobrecimiento de excitación. Y ahí agrega: “Como inhibición, este recogimiento tiene el mismo efecto de una herida, análogamente al dolor” (Freud, 1950a: 244-45). Por el contrario, en el caso de la manía la excitación “sobreabundante” se comunica a todas las neuronas asociadas.

En este breve y árido pasaje convergen una serie de cuestiones que irán desplegándose a lo largo de la obra freudiana. Digna de remarcar, la idea de empobrecimiento pulsional, no sólo por la presencia de la pulsión –que no es aún el concepto que será después, pero que sin embargo ya se lo observa elongando–, sino también por los avatares del factor económico. No será la primera vez que la inhibición quede asociada a pérdidas o ganancias de la vida libidinal.

Por otra parte, la conexión de la melancolía con el problema del dolor –con las derivaciones que tendrá la palabra “herida” en psicoanálisis– introduce una dimensión singular de la inhibición que volverá años más tarde alrededor del duelo (Freud, 1915e).

LA INHIBICIÓN DEL DESARROLLO

Por último, una dimensión que hace su aparición en esta primera época, y que tendrá una importancia creciente en la teoría de la libido, es la denominada inhibición del desarrollo [Entwicklungshemmung].

En la “Carta 75” a Fliess, a partir de observaciones acerca de los efectos de la represión, Freud sostiene que la base afectiva para una serie de procesos intelectuales del desarrollo se genera a expensas de una sexualidad sepultada. Escribe a su interlocutor: “Así, es evidente que con las oleadas de desarrollo el niño es revestido de piedad, vergüenza, etc., y que la falta de ese sepultamiento de zonas sexuales puede producir la moral insanity como inhibición del desarrollo” (Freud, 1950a: 312).

Esta vertiente de la inhibición presenta un lazo esencial con el concepto de regresión, y prepara, de alguna manera, los postulados de los “Tres ensayos de teoría sexual”. Freud postulará allí los diques que se contraponen al camino de la pulsión sexual –el asco, el sentimiento de vergüenza, los reclamos ideales en lo estético y en lo moral– bajo el nombre de inhibiciones sexuales (Freud, 1905b: 161).5

En tanto, plantea que así como la vida sexual infantil se caracteriza por ser esencialmente autoerótica y sus pulsiones parciales aspiran a conseguir placer cada una por su cuenta, el punto de llegada del desarrollo lo constituye la vida sexual del adulto llamada normal, donde la procuración del placer está puesta al servicio de la función de reproducción. No obstante, en el curso de este desarrollo pueden presentarse ciertas perturbaciones o inhibiciones.

En este punto, Freud es categórico: “Todas las perturbaciones patológicas de la vida sexual han de considerarse, con buen derecho, como inhibiciones del desarrollo” (Freud, 1905b: 190). Y, hacia el final del estudio, remata: “Así, en todo cuanto constituye una aberración fijada respecto de la vida sexual normal, no pudimos menos que discernir una cuota de inhibición del desarrollo y de infantilismo” (Freud, 1905b: 211).

Aquí se plantea, pues, una solidaridad conceptual entre inhibición, fijación y regresión que, en más de una ocasión, servirán a Freud para fundamentar la génesis de la perversión.6

NOTAS

1. Unos años más tarde, Freud (1895a: 111) desarrollará con mayor detalle el vínculo entre la dificultad de llevar a cabo la acción específica y la producción de angustia, lo que conducirá a postular una nueva categoría nosológica: las neurosis de angustia. Para justificarlo, aísla una serie de síntomas que se presentan “como unos subrogados de la acción específica omitida que sigue a la excitación sexual”, siendo el principal de ellos, curiosamente, la angustia misma; aunque no faltan allí, por supuesto, además de fobias específicas, diferentes formas de inhibición del acto sexual.

2. El “gran empeño” que aquí subraya Freud acaso pueda ser leído como un antecedente del gasto psíquico del que dará cuenta la metapsicología de la inhibición.

3. Aquí, una cita que corrobora estas equivalencias conceptuales: “Se trataba de cosas que el enfermo quería olvidar y por eso adrede las reprimió [desalojó] de su pensar consciente, las inhibió y sofocó” (Freud y Breuer, 1893: 36).

4. En el historial de Elisabeth von R., y a propósito del “no avanzar un paso” que constituía la expresión sintomática de la paciente histérica, Freud habla en términos de “parálisis funcional simbólica” (Freud y Breuer, 1893-1895: 167).

5. En rigor, en el “Manuscrito K” (1950a: 261-62), aunque sin categorizarlas de esa manera, Freud ya había comenzado a considerar las “fuerzas represoras” del asco, la vergüenza y la moral.

6. Por ejemplo, en “La moral sexual ‘cultural’ y la nerviosidad moderna” (Freud, 1908c: 169-70).

2. La inhibición del “Proyecto de psicología”

Como se sabe, el “Proyecto de psicología” (Freud, 1950b) es un texto que, por muchísimas razones, ocupa un lugar único en la obra freudiana. Ante todo, destaquemos el hecho de que Freud decidió no publicarlo. El borrador, escrito en circunstancias muy particulares –la redacción comenzó en un tren, a la vuelta de un encuentro inspirador con Fliess en Berlín–, terminó durmiendo una generosa cantidad de años, y aparentemente al reencontrarlo, ya en plena vejez, Freud intentó destruirlo.1

En medio de idas y venidas, ánimos y desánimos que rodearon la escritura del proyecto del “Proyecto…”, Freud le transmitía a su amigo las hipótesis fundamentales de su empresa:

Me torturan dos propósitos, revisar el aspecto que toma la doctrina de las funciones de lo psíquico cuando se introduce la consideración cuantitativa, una especie de economía de la fuerza nerviosa, y en segundo lugar, espigar de la psicopatología la ganancia para la psicología normal. (Freud, 1887-1904: 131)2

Si bien muchas de las premisas teóricas pueden ser leídas, más allá de la terminología y del álgebra neuronales, como antecedentes de futuros desarrollos freudianos, nos parece prudente abordarlas en la lógica misma del texto y del contexto de la época. Desde ahí nos proponemos interrogar la noción de inhibición que Freud postula en el texto, y que tiene un incuestionable protagonismo en la constitución y el funcionamiento del aparato que pretende diseñar.

Tales las circunstancias singulares de la gestación, la redacción, el lenguaje empleado –básicamente, de la física y de la fisiología del cerebro, algo familiar en el joven Freud– y la publicación de este texto impar, que fue editado finalmente en Londres en 1950 por Marie Bonaparte, Anna Freud y Ernst Kris.

EL APARATO NEURONAL Y LAS CANTIDADES